SAN BERNARDO DE
CLARAVAL
Sermones del tiempo de
Cuaresma
TRES SERMONES SOBRE LOS ÁNGELES
SALMO 90
SERMÓN 11
sobre el verso 2: «porque él mandó a sus
ángeles cerca de ti para guardarte en todos tus caminos»
1. Escrito está y verazmente escrito:
Misericordia del Señor es el que no hayamos sido destruidos, el
que no nos haya entregado en manos de nuestros enemigos. Vela sobre
nosotros, incansable y cuidados, aquel singular ojo avizor de la
clemencia divina: no duerme ni dormita el guardián de Israel. Y
era ello muy necesario , pues tampoco duerme ni dormita el que combate
a Israel. Y como es Señor está solícito y cuida de
nosotros, así el enemigo ansía darnos muerte y
perdernos; siendo su único empeño que quien una vez
se desvió del camino de la salud, no vuelva más a entrar
en él. Pero nosotros, o no atendemos o atendemos muy poco a la
adorable Majestad del Señor que nos preside, a la custodia con
que nos protege y a los inmensos beneficios que nos dispensa;
mostrándonos ingratos a tanta gracia, o por decir mejor, a
tantas gracias, Con que nos previene y ayuda eficazmente. Y cierto que
ora por sí mismo llena nuestras almas de sus esplendores, ora
nos visita por los ángeles, ya nos instruye por los hombres, ya
nos consuela y enseña por las Escrituras. Todas las cosas que
están escritas en los Libros santos, para nuestra
enseñanza se han escrito, a fin de que por la paciencia y la
consolación de las Escrituras tengamos esperanza. Bien dice:
para nuestra enseñanza, a fin de que tengamos esperanza en Dios
por la paciencia. Porque corno se dice en otra parte: La doctrina del
hombre por la paciencia se conoce. Pero también la paciencia
prueba, y la prueba da esperanza. ¿Cómo sólo
nosotros nos asistimos? ¿Cómo sólo nosotros nos
desamparamos? ¿Por eso acaso hemos de estar descuidados de
nosotros, porque de todas partes no cesan de ayudarnos? Pues por eso
mismo habíamos de velar con más cuidado, ya que no
habría tanta solicitud por nosotros en el cielo y en la tierra
si no nos viesen tan necesitados; no pondrían tantos guardianes
si no fuesen tantas las asechanzas.
2. ¡Felices por eso nuestros hermanos, ya
librados del lazo de los cazadores, que pasaron de las tiendas de los
militantes a los atrios de los que descansan, perdido ya el temor de
todo mal y colocados de un modo singular en la esperanza! A uno de
ellos, o más bien a todos en general, se le dice: No
llegará a ti el mal, ni el azote se acercará a tu
mansión. Debes considerar que no se hace esta promesa al hombre
que vive según los deseos de la carne, sino al que, viviendo en
la carne, se conduce según el espíritu; porque no se
conoce distinción entre aquél y su morada. Todo en
él se confunde, como en los hijos de Babilonia.
Últimamente semejante hombre no es más que carne, y no
permanece con él el Espíritu. Y donde faltare el
Espíritu bueno, ¿cuándo faltará el mal?
¡Pues a donde se halla el mal se ha de acercar el azote, porque
la pena siempre acompaña a la maldad. No llegará a ti el
mal, ni el azote se acercará a tu morada. ¡Gran promesa!
¿Mas de dónde podremos esperar esto? ¿Cómo
me evadiré del mal y del azote, cómo lo
evitaré, cómo me alejaré, para que no se acerque a
mí? ¿Con qué méritos, con qué
sabiduría, con qué fuerzas? A los ángeles
mandó cuidar de ti y guardarte en todos tus caminos. ¿En
qué caminos? En aquellos en que te apartas de lo malo, en
aquellos en que huyes de la ira futura. Muchos y de varios
géneros Son los caminos; grave peligro para el caminante.
¡Qué fácil extraviarse en tantas encrucijadas el
que no supiere distinguir los Caminos! No mandó a los
ángeles que nos guarden en todos los caminos, sino en todos
nuestros caminos; porque hay caminos de los que, pero no en los que nos
importa ser guardados.
3. Reconozcamos, pues y consideremos, hermanos,
nuestros caminos: consideremos también los caminos de los
demonios y de los de los espíritus, bienaventurados, sin dejar
de investigar igualmente los caminos del Señor. Excede a mis
fuerzas el tema que me he propuesto; mas espero me ayudaréis con
vuestras oraciones, para que Dios me abra el tesoro de su inteligencia
y haga grato a sus ojos lo que voluntariamente pronuncian y le ofrecen
mis labios. Los caminos de los hijos de Adán van por donde nos
guía la necesidad y el apetito. Por uno o por otro somos siempre
llevados; y por uno o por otro somos siempre traídos;
sólo que más parece somos llevados por la necesidad y
traídos el apetito. La necesidad, al parecer, debe atribuirse en
especial al cuerpo: y no es una sola, sino que tiene muchos rodeos,
pero muy pocos atajos, si algunos tiene. Porque ¿quién de
los humanos ignora que realmente es de muchos modos la necesidad de los
hombres? ¿Quién podrá explicar de cuántas
maneras es? La misma experiencia nos lo enseña, la misma
vejación nos lo hace conocer. En estas apreturas aprende cada
uno cuánta necesidad tiene de clamar al Señor: no
sólo de mi necesidad, sino de mis necesidades libradme,
Señor. Y no sólo andando por este camino de la necesidad,
sino por el del apetito también, pedirá ser librado
cualquiera que no escuche con oído sordo los avisos del Sabio.
¿Qué dice, pues? Apártate de tus voluntades; y
también: No vayas tras de tus concupiscencias. Porque, supuestos
dos males, menos inconveniente hay en guiarse por necesidad que
por el apetito. Si aquélla es multiforme, éste lo es
más, mucho más; o por mejor decir, muchísimo
más, fuera de todo modo. Es cosa que sale del corazón
este apetito, y por eso es tanto mayor cuanto mayor es el alma que el
cuerpo, En fin, éstos son aquellos caminos que parecen buenos a
los hombres, pero que no tienen fin sino cuando los hunden en el fondo
del infierno. Si has hallado ya los caminos de los hombres, considera
al mismo tiempo si se dijo de ellos : Aflicción e infelicidad
hay en sus caminos; de modo que la aflicción está
en la necesidad, y la infelicidad en el apetito, ¿Cómo la
infelicidad en el apetito, sino porque nada de la felicidad que ellos
se imaginaban hallarán en la consecución de lo deseado?
¿ Y qué diremos de aquel que parece lisonjearse ya con la
risueña perspectiva de la felicidad apetecida, que cree
hallará en la abundancia de bienes terrenos? Que por eso mismo
es más infeliz, pues llevado del hervor de sus afectos, abraza
la infelicidad, o más bien se deja hundir y perder en ella.
¡Ay de los hijos de los hombres que corren
presurosos tras esta felicidad falsa y engañosa! iAy del que
dice: rico soy, de nadie necesito; siendo pobre, y mísero, y
miserable y desnudo! De la flaqueza del cuerpo, procede la necesidad, y
la codicia del cuerpo procede de la poquedad y olvido del
corazón. Por eso mendiga el alma el pan ajeno, olvidada de comer
el propio; por eso anhela por las cosas terrenas, al no meditar las
celestiales.
4. Veamos ahora cuáles son los caminos de los
espíritus malignos; veámoslos, mas para evitarlos;
veámoslos, pero huyamos de ellos. Estos caminos son la
presunción y la obstinación. ¿Queréis saber
de dónde lo tomo? Considerad quién es su Príncipe;
cual es él, así son sus domésticos. Considerad
cuál es el principio de sus caminos, y veréis cómo
prorrumpió luego en horrenda presunción, diciendo:
Escalaré el cielo: sobre las estrellas de Dios levantaré
mi trono, sentaréme sobre el monte del Testamento, al
septentrión; me encaramaré sobre las nubes, seré
semejante al Altísimo. ¡Qué temeraria, qué
horrenda presunción. ¿No fue de allí de donde
cayeron todos los que cometieron la iniquidad, y, habiendo sido
arrojados, no pudieron estar en pie? Por la presunción no
pudieron estar en pie; por la obstinación, habiendo
caído, no se levantaron: por aquella son espíritu que se
va; por ésta, espíritu que no vuelve. Espantosa
presunción la de los espíritus malignos, pero no menos
espantosa su obstinación: siempre puja su soberbia, por eso
jamás se convertirán. Porque no quisieron volver del
camino de la presunción, cayeron en el camino de
obstinación. ¡Qué pervertido y arruinado tienen el
corazón los hijos de los hombres, que siguen las huellas de
estos espíritus y entran en sus caminos! Todo el intento, todo
el afán de las malicias espirituales, en su guerra contra
nosotros, es seducimos y metemos en sus caminos, para que les sigamos y
nos lleven al desastrado fin que a ellos está destinado. Huye,
hombre, de la presunción, no se alegre de ti tu enemigo. Tiene
él especial complacencia en estos vicios, habiendo probado en
sí mismo que difícilmente podría salir de remolino
tan impetuoso.
5. Pero no quisiera ignoraseis, hermanos, de
qué modo se baja, o por decir mejor, se cae en estos caminos. El
primer escalón para bajar a ellos, como ahora me ocurre, es el
disimulo de la propia flaqueza, de la propia iniquidad e inutilidad,
cuando, perdonándose el hombre a sí mismo,
lisonjeándose a sí mismo, persuadiéndose ser algo,
no siendo nada, a sí mismo se seduce.
El segundo grado es la ignorancia de sí
mismo, porque después de haber cosido en el grado primero el
despreciable vestido de las hojas, para ponérselo,
¿qué falta ya, sino vean sus llagas, y más
habiéndolas cubierto con el mero fin de no poderlas ver? De
donde se sigue que, aunque otro se las descubra, defienda porfiadamente
que no son llagas, dejando ir su corazón a palabras de malicia,
para buscar excusas a sus pecados.
El tercer grado está muy vecino, o por decir
mejor, contiguo a la presunción; porque ¿qué cosa
mala dudará ejecutar quien osa defender la maldad?
Difícilmente parará aquí, siendo como es lugar tan
tenebroso y resbaladizo y no faltando el ángel malo, que le
persigue y empuja. Así el cuarto grado o más bien, el
cuarto precipicio, es el desprecio, verificándose lo que dice la
Escritura: Cuando el impío llega a lo profundo de los pecados,
todo lo desprecia. De ahí en adelante más y mas se
estrecha y cierra sobre él la boca del pozo donde ha
caído, para que no salga; pues a esa alma el desprecio la lleva
a la impenitencia, y la impenitencia se confirma con la
obstinación. Este es ya aquel pecado que ni en este siglo ni en
el futuro se perdona: porque el corazón duro y empedernido no
teme a Dios ni respeta a los hombres. El que así en todos sus
caminos se junta al diablo, manifiestamente hácese un
espíritu con el. Verdad que los caminos de los hombres, que mas
arriba mostramos, son aquellos de los cuales dice San Pablo: No os
acometan otras tentaciones que las ordinarias y humanas; siendo propio
de la humana flaqueza pecar alguna vez. Mas quién ignora que los
caminos del diablo son ajenos a la naturaleza del hombre? Solo que en
algunos parece haberse trocado la misma costumbre de pecar en
naturaleza. Pero, aunque sea de algunos hombres, no es del hombre, sino
de diablos, el perseverar en pecado.
6. Y ¿cuáles son los caminos de los
ángeles santos? Aquellos de que habló el Unigénito
de Dios; diciendo: Veréis a los ángeles subir y bajar
sobre el Hijo del hombre. El ascenso, pues, y el descenso son sus
caminos: el ascenso por sí; el descenso, o más bien
condescendencia, por nosotros. De modo que aquellos bienaventurados
espíritus suben por la contemplación de Dios y bajan por
la compasión que tienen de ti, para guardarte en todos tus
caminos, Suben al rostro de Dios, bajan a cumplir su voluntad, porque a
sus ángeles mandó te guardasen. Mas ni aun bajando
pierden la vista de la gloria, pues siempre miran la cara del Padre.
7. Supongo querréis también oír
algo acerca de los caminos del Señor. Mucha presunción
parecerá si prometo mostrároslos. Mas se lee de Él
mismo: Que nos enseñará sus caminos. Porque
¿a quién otro se creería? Enseñó,
pues, sus caminos, cuando abrió los labios del profeta para que
dijese: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad.
Así viene a cada uno de los hombres, así viene a todos en
general, en misericordia y verdad, Donde hubiere pues, gran
presunción en su misericordia, pero olvido de la verdad, no
pensemos que está allí Dios; como tampoco donde hay mucho
terror en la memoria de la verdad y ningún consuelo en el
recuerdo de su misericordia. Porque ni alcanza la verdad el que no
conoce la misericordia donde verdaderamente la hay; ni puede haber
verdadera misericordia sin la verdad. Por tanto, en donde la verdad y
la misericordia se encuentran, la paz y la justicia se besan, no
pudiendo faltar aquel Señor que ha escogido la paz por
lugar propio. ¡Cuánto hemos oído y sabido, pues
nuestros Padres nos lo han anunciado, sobre esta feliz unión de
la misericordia y de la verdad! Tu misericordia y tu verdad me
recibieron, dice el salmista. y en otro lugar: Tu misericordia
está delante de mis ojos y yo me he complacido en tu verdad. Y
el mismo Señor dice de sí: Mi misericordia y mi verdad
están con el.
8. Considera también las venidas manifiestas
del Señor y verás como en la que ya precedió
tienes un Salvador misericordioso, y en la prometida para el fin del
mundo esperas un veraz remunerador. Quizá de esto mismo se dijo:
Porque Dios ama la misericordia y la verdad, dará el
Señor la gracia y la gloria. Aun en su primera venida se
acordó de su misericordia y verdad, para con el pueblo de
Israel; y en la última, aunque ha de juzgar al mundo
según la equidad y a todos los pueblos según la verdad,
mas el juicio futuro no se hará sin alguna misericordia, a no
ser acaso con aquellos que no hubieren hecho ninguna misericordia.
Estos son, pues, los caminos de la eternidad, de los que tienes escrito
en el profeta: Encorváronse los collados del mundo para ceder el
paso al Eterno. Muy fácil me sería probar esta verdad,
pues dice la Escritura: La misericordia del Señor permanece
desde siempre y hasta siempre sobre los que le temen. Y también:
La verdad del Señor permanece eternamente. Por estos caminos
fueron encorvadas las montañas del mundo, que son los
ángeles soberbios, príncipes este mundo tenebroso, que no
conocieron el camino de la verdad y misericordia ni se acordaron de sus
sendas. Porque, ¿qué tiene que ver con la verdad ese
espíritu mentiroso y padre de la mentira? En fin, tienes
claramente escrito de él que no permaneció en la verdad.
Pero qué lejos haya estado de él la misericordia, aun la
miseria misma que él nos causó lo testifica.
¿Cuándo pudo ser jamás misericordioso el que desde
el principio fue homicida? Últimamente, el que es malo para
sí, ¿para quién será bueno?
¡Qué pésimo es para sí mismo, pues nunca se
duele de su propia iniquidad nunca se compunge de su propia
condenación! Sin duda su engañosa presunción le
sacó del camino de la verdad, cerrándole el camino de la
misericordia su cruel obstinación. Por donde de si mismo ni de
Dios puede jamás conseguir misericordia. Así es como
fueron allanadas por los caminos del Eterno aquellas hinchadas
montañas cuando desde los caminos rectos del Señor
cayeron por entre sus ruinas y torcidos precipicios de su maldad y
soberbia. ¡Con cuánta más prudencia y provecho suyo
se encorvaron y humillaron otros collados para dar libre paso al
Eterno! ¡Porque no fueron encorvados por estar apartados de su
rectitud, sino que los mismos caminos del Eterno los encorvaron.
¿No es ver ya encorvados los collados del mundo, cuando los
grandes y poderosos se inclinan con devota sujeción al
Señor y adoran sus huellas? ¿Acaso no se encorvan cuando
vuelven de la perniciosa altura de su vanidad y crueldad a las sendas
humildes de la misericordia y de la verdad?
9. Por estos caminos del Señor no sólo
dirigen sus pasos los espíritus angélicos, sino
también los de los hombres elegidos. Y ciertamente el primer
grado para el hombre miserable que sale del abismo de sus vicios es
aquella misericordia con que se apiada del hijo de su madre, que es su
propia alma, agradando con ello a Dios. El que así procede imita
a aquella maravillosa obra de la divina misericordia en el negocio de
nuestra redención; compungido y traspasado de dolor con Aquel
que antes fue por él punzado, muriendo él mismo de alguna
manera por su salvación, sin perdonarse a sí mismo.
Tal es la primera misericordia que recibe en su
corazón al hombre que torna de sus extravíos y que se
forma en el secreto de sus entrañas. Quédale proseguir
por el camino real, hasta llegar a la verdad; de suerte que, como
muchas veces os lo exhortamos, la compunción del corazón
vaya con la confesión de la boca, siendo preciso creer para
alcanzar la justicia, y hacer la confesión con la boca para la
salvación. Y ya convertido de corazón, ha de hacerse
pequeño en sus ojos, como dice la Verdad: Si no os convirtiereis
e hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos. No quiera, pues, disimular, lo que ya no puede ignorar, o sea,
que está reducido a la nada. No se avergüence de manifestar
a la luz de la verdad lo que no sin mucho afecto de compasión
verá en lo oculto de su interior. Así entra el hombre en
los caminos de la misericordia y verdad, que son caminos de Dios,
caminos de vida; el fruto de estos caminos es la salvación
eterna del viador.
10. Los caminos de los ángeles se enderezan,
sin duda, hacia esos mismos caminos del Señor. Pues, cuando sube
a la vista y contemplación de Dios, buscan la verdad, de
la cual, deseándola, se sacian, y saciándose, la
desean, y bajando, hacen con nosotros la misericordia de guardarnos en
todos nuestros caminos, siendo enviados por Dios a ejercer su
ministerio a favor nuestro. Imitan con ello el ejemplo del
Unigénito de Dios, que no vino a ser servido, sino a servir, y
que estuvo entre sus discípulos como el servidor. En fruto de
los caminos angélicos, en cuanto a ellos, es su misma
bienaventuranza y la obediencia de amor con que ejecutan las
órdenes de Dios; en cuanto a nosotros, es la consecución
de la divina gracia y la custodia de nuestros caminos; porque a sus
ángeles mandó que te guarden en todas tus necesidades y
en todos tus deseos; que si no, fácilmente irías a parar
a los caminos de muerte, pasando desde la necesidad a la
obstinación o desde el deseo a la presunción; lo cual no
serían ya caminos de hombres, sino de demonios. Porque
¿en qué suelen mostrarse más fácilmente los
hombres obstinados sino en aquello que pretextan o juzgan serles
necesario "Digas lo que quieras, dice aquel poeta pagano, yo lo que
puedo, puedo, y no más. Si tú te vieras como yo me veo,
de otro modo sentirías". ¿Y de dónde saltamos a la
presunción, sino de un cierto ímpetu con que nos empujan
los apetitos vehementes?
11. A sus ángeles, pues, mandó Dios,
no que te aparten de tus caminos, sino que te guarden en ellos y que
por medio de sus caminos dirijan los tuyos a los del Señor,
¿Preguntas de qué modo? De este modo: que lo que el
ángel hace por pura caridad lo hagas tú, siquiera
obligado y aconsejado de tu propia necesidad; y así bajes y
condesciendas con tu prójimo, haciendo con él
misericordia; y al mismo tiempo, levantando con el ángel tus
deseos, con todo el anhelo de tu alma subas a la suma y eterna verdad.
De ahí es que, por una parte, nos amonestan levantemos a Dios
corazones y manos; y, por otra, escuchamos a diario: ¡Arriba
vuestros corazones! Reprenden además nuestra negligencia y nos
están diciendo: Hijos de los hombres, ¿hasta
cuándo tendréis el corazón pesado? ¿Por
qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? El
corazón, pues, desocupado y libre de afectos y pensamientos
terrenales, elévase mejor en busca de la verdad. Y no te
extrañes de que no se desdeñen los ángeles santos
de admitirnos consigo y aun de introducirnos en los caminos del
Señor, cuando se dignan guardarnos en todos nuestros, caminos.
Pero ¡cuánto más felices andan ellos por los
caminos de Dios y cuánto más seguros! Aunque de un modo
muy inferior respecto de aquel Señor que es la misma verdad y
misericordia, andan, sin embargo, como en su propio camino por el de la
misericordia y la verdad.
12. ¡Qué bellamente puso Dios todas las
cosas en sus propios y competentes grados! El supremo lugar
ocúpalo el mismo Señor soberano, el mismo Señor
sobre quien nada hay, más allá del cual nada se halla. A
sus ángeles no los puso en el lugar supremo, sino en el seguro;
como quienes están más allegados al que reside en el
supremo y, por tanto, confirmados con la virtud de lo alto. Los hombres
ni están en el lugar supremo ni en el seguro, sino, por decirlo
así, en lugar que necesita de toda precaución.
Están ciertamente en lo sólido, esto es, en la tierra,
ocupando un lugar bajo, pero no el ínfimo, del cual les es
posible, y aun necesario, precaverse. Pero los demonios andan como
pendientes del aire inconstantes y vagos, como propios habitantes de la
región aérea; porque, siendo indignos de subir al cielo,
se desdeñan de bajar a la tierra. Y por hoy baste lo dicho.
Ojalá que con su favor podamos dar las debidas gracias al
Señor, de quien es toda nuestra suficiencia. Porque no somos
nosotros capaces de formar por nosotros mismos algún pensamiento
bueno, como por nuestras propias fuerzas, si no nos capacita para ello
el mismo Señor, que da su favor a todos copiosamente, y es sobre
todas las cosas Dios, bendito en los siglos de los siglos. Amen.
SERMÓN XII - (Sobre los ángeles
custodios).
Sobre el verso 11: «porque él mandó a sus
ángeles cerca de ti para guardarte en todos tus caminos»;
y sobre el 12: «en palmas te llevarán...»
1. Dijimos en el sermón de ayer, si
recordáis, que los caminos de los espíritus malignos eran
presunción y obstinación; y no callamos el motivo de
decir esto. Más no creyera desencaminado el que por otra
vía investiguemos ahora sus perversos caminos.. Pues aunque por
todos los medios procuran ellos ocultarlos, descubre y
decláranos de muchas maneras el Espíritu Santo en las
santas Escrituras cuáles sean las tretas de los malignos. Leemos
de todos ellos que los impíos merodean en torno nuestro. Y de su
príncipe leemos que da vueltas sin cesar, buscando a
quién devore. Lo cual el también se ve obligado a
confesar entre los hijos de Dios, pues siendo preguntado de
dónde venia: Vengo, dijo, de dar vuelta a la tierra, y la he
recorrido toda. Llamemos, pues, a sus caminos, rodeo y cerco: de
éste usa contra nosotros, de aquél consigo mismo. Siempre
se subleva y siempre es derribado. Su soberbia puja siempre y siempre
es humillada, ¿ Quizá no es esto rodeo? Quien anda, si,
mas no adelanta. ¡.Ay del que sigue este rodeo y nunca se aparta
de la propia voluntad! Si pretendieres apartarle de ella,
aparecerá que va siguiendo algo; pero en el engaño. Es
rodeo suyo; está disponiendo volver por otro lado; no se le
puede arrancar en modo alguno de su propia voluntad. Por doquier anda
afanoso, por todas partes quiere huir, pero queda siempre pegado a su
voluntad propia.
2. Pero, si malo es el rodeo propio, mucho peor es
el cerco ajeno ; y es principalmente el que hace diablo al
espíritu malo. Pero ¿de qué modo baja aquel
espíritu soberbísimo para asaltar al hombre miserable?
Mira el rodeo que da el impío. y por ahí lo
entenderás. Sus ojos miran todo lo que es sublime, mas
también registran curiosamente lo bajo, para envanecerse con
más orgullo, y para que, llegando a pisar al humilde, le parezca
con esto ser más, según está escrito: Mientras el
impío se enorgullece, abrásase el pobre.
¡Qué perversamente el ángel malo imita a los
ángeles buenos, que suben y bajan! Él sube con ansias de
vanidad y baja con la envidia de su malignidad. Así como es
engañosa su subida, es cruel su bajada: estando él
destituido de misericordia y de piedad, como dijimos ayer. Pero si
bajan los malignos para asaltamos, demos gracias a aquel Señor
por cuyo mandato bajan también los ángeles benignos para
socorrernos, para guardarnos en todos nuestros caminos. Ni sólo
harán esto, sino que en las palmas de las manos te
llevarán, para que no caiga en piedra tu pié.
3. ¡Qué lección, hermanos,
qué amonestación, qué consolación tan
grande nos ofrecen estas palabras de la Escritura! ¿Qué
salmo, entre todos los demás, esfuerza tan magníficamente
a los pusilánimes, despierta a los negligentes, enseña a
los ignorantes? Por eso dispuso la Providencia divina que especialmente
en este tiempo de la Cuaresma tuviesen sus fieles de continuo en su
boca los versículos de este salmo. No parece haberse tomado pie
para ello sino del abuso que de este salmo hizo el diablo, para que en
esto mismo aquel malicioso siervo sirva a los hijos de Dios, aunque a
pesar suyo. ¿Qué podía ser para él tan
molesto y para nosotros tan gustoso como el contribuir a nuestro bien
su malicia misma? A sus ángeles mandó Dios te guarden en
todos tus caminos. Alaben al Señor sus misericordias y sus
maravillas con los hijos de los hombres. Confiesen y digan entre l as
naciones qué magníficamente ha usado de sus piedades con
ellos. ¿Quién es el hombre, Señor, para que te
manifiestes a él, o por qué aplicas a él tu
corazón? Aplicas a él tu corazón y solícito
cuidas, En fin, le envías tu Unigénito, diriges a
él tu Espíritu, le prometes tu gloria. Y para que nada
haya en el cielo que deje participar en nuestro cuidado, envías
aquellos bienaventurados espíritus a ejercer su ministerio para
bien nuestro, los destinas a nuestra guarda, les mandas sean nuestros
ayos. Poco era para tí haber hecho ángeles tuyos a los
espíritus; hácelos también ángeles de los
pequeñuelos, pues escrito está: los ángeles de
éstos están viendo siempre la cara del Padre. A
éstos espíritus tan bienaventurados hácelos
ángeles tuyos para con nosotros y nuestros para contigo.
4. Dios mandó a sus ángeles el cuidar
de ti. ¡Admirable dignación y verdaderamente amor de
extrañable caridad! ¿Quién los mandó, a
quiénes, para quién, qué les mandó?
Consideremos cuidadosamente esto, hermanos míos; encomendemos
fielmente a la memoria tan apreciable mandato.
¿Quién lo mandó? ¿ De
quién son ángeles? ¿ De quién son los
preceptos que ejecutan ? ¿De quién es, la voluntad a que
obedecen? Verdaderamente a sus ángeles mandó Dios para
tí, a que te guarden en todos tus caminos, y aun para que te
lleven en sus manos. La suma Majestad mandó a los
ángeles, y mandó a los ángeles suyos, a aquellos
espíritus tan sublimes, tan dichosos, tan próximos, tan
inmediatos a Él, tan familiarmente allegados a El y
verdaderamente de su casa.
Mandólos a ti. ¿ Quién eres
tú, Señor, y quién es el hombre para que pongas en
él tu corazón o el hijo del hombre para que tanto le
aprecies? ¡Como si el hombre no fuera corrupción y
él hijo del hombre un gusano!
Pero ¿qué mandó acerca de ti?
¿Quizá escribió contra tí amarguras?
¿Acaso les mandó que muestren su poder contra esta hoja
que arrebata el viento, y que persigan esta paja seca? ¿O que
quiten de delante al impío, para que no vea la gloria de Dios?
Esto se ha de mandar algún día, pero no está
todavía mandado. No te apartes del socorro del Altísimo,
persevera bajo la protección del Dios del cielo, no sea que
alguna vez se mande esto de ti. No se mandará contra aquel a
quien protegiere el Dios del cielo, sino en favor suyo. Por bien suyo
se dilata todavía el mandarlo, para que todo sea por causa de
los elegidos. Por donde vemos en el Evangelio que, disponiéndose
los criados a recoger al punto la cizaña sembrada después
del trigo, el providente Padre de familia les dice: Dejad que ambos
crezcan hasta la siega, no sea que, al querer arrancar la
cizaña, arranquéis con ella el trigo. Mas
¿cómo el buen grano se podrá conservar hasta el
tiempo de la recolección? Este es precisamente el objeto del
mandato que Dios ha impuesto a sus ángeles para mientras vivamos
en la tierra.
5. A sus ángeles les mandó te guarden.
¡Oh tú, que eres trigo entre cizaña, grano entre
paja, lirio entre espinas! Demos gracias a Dios, hermanos míos,
démosle gracias por mí y por vosotros. Un precioso
depósito me había encomendado, que es el fruto de su cruz
y el precio de su sangre. Mas no se contentó con esta custodia
tan poco segura, tan poco eficaz, tan frágil, tan deficiente;
por lo cual puso de guardianes a los ángeles custodios sobre los
muros del alma. Y cierto, aun aquellos que parecen muros inexpugnables
necesitan de estas defensas.
6. A sus ángeles mandóles guardarte en
todos tus caminos. ¡Cuánta reverencia debe infundirte,
cuánta confianza debe darte! Reverencia por su presencia,
devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Anda
siempre con toda circunspección, como quien tiene presente a los
ángeles en todos tus caminos. En cualquier parte, en cualquier
lugar, aun el más oculto, ten reverencia al ángel de tu
guarda. Y ¿cómo te atreverías a hacer en su
presencia lo que no harías estando yo delante? ¿Dudas
acaso que esté presente al no verle? ¿Qué fuera si
le vieses? ¿Qué si le tocases? ¿Qué si le
olieses? Advierte que no sólo por la vista se comprueba la
presencia de las cosas. Ni aun todas las cosas corporales se sujetan a
los ojos: ¡cuánto más trascenderán las
espirituales a todo sentido corpóreo, y deberán
más bien investigarse espiritualmente!.
Si consultas a la fe, ella te prueba que no te falta
la presencia del ángel. Y no me pesa el haber dicho que la fe lo
prueba, cuando el Apóstol la define: Prueba cierta de las cosas
que no se ven. Están, pues, presentes, y están presentes
para tu bien: no sólo están contigo sino que están
para tu defensa. Están presentes para protegerte, están
presentes para provecho tuyo. ¿Con qué pagarás al
Señor por todos los bienes que te ha hecho, pues a El
sólo debe tributarse el honor y la gloria? ¿Por
qué a El sólo? Porque El es quien lo mandó, y todo
don precioso no es de otro sino suyo.
Pero aunque Él lo mandó, no debemos
ser ingratos con aquellos que le obedecen con tanto amor y nos amparan
en tanta indigencia. Seamos, pues, devotos, seamos agradecidos a
custodios tan dignos de aprecio, correspondamos a su amor,
honrémosles cuanto podamos, cuanto debemos. Mas todo amor
y honor deben ir dirigidos a aquel Señor de cuya mano,
así ellos como nosotros recibimos el poderle amar y honrar y
merecer ser amados y honrados. Porque no se ha de creer que al decir el
Apóstol: A solo Dios sea honor y gloria, pretendió
contradecir a las palabras del profeta que dice que también los
amigos de Dios deben ser honrados de un modo peculiar. Pienso yo que
esta expresión del Apóstol es muy semejante a otra
también suya en que dice: No debáis a nadie sino el mutuo
amor; pues no quería contrajesen otras deudas que éstas
especialmente, habiendo dicho poco antes: Pagad a todos lo debido: al
que se le debe honor, dadle honor; y otras cosas por el estilo. Y para
que entiendas más plenamente qué sentía en uno y
en otro pasaje y qué nos amonestaba en ellos, repara que
no se divisan los astros menores cuando brillan los rayos del sol.
¿Pensaremos acaso que falten entonces las estrellas o que se
hayan apagado? De ningún modo, sino que, cubiertas de alguna
manera con la mayor claridad del sol, no pueden entonces presentarse a
la vista. Así el amor, que de suyo es superior a otra cualquiera
deuda, como si fuera solo debe en nosotros reinar; de suerte que todo
lo que se debe a los demás lo embeba en sí y por amor lo
hagamos todo.
Así sí también debe prevalecer
el honor divino y en alguna manera como perjudicar a los otros todos,
para que sólo Dios, no precisamente sea honrado ante todos, sino
en todos. Lo mismo debes tener por dicho acerca del amor. Porque
¿qué pudo dejar fuera de él para los demás
quien todo su corazón, toda su alma y todas sus fuerzas
dió a su Señor y Dios en el amor?-
En El, pues, hermanos míos, amemos
afectuosamente a sus ángeles como a quienes han de ser un
día coherederos nuestros, siendo por ahora abogados y tutores
puestos por el Padre y colocados por El sobre nosotros. Ahora somos
hijos de Dios, aunque todavía no se manifiesta lo que seremos;
por cuanto, siendo todavía párvulos, estamos bajo
abogados y tutores, sin diferir ahora en nada de los siervos...
8. Mas aunque somos tan pequeños y nos queda
aún tan largo, y no sólo tan largo, sino tan peligroso
camino, ¿qué temeremos teniendo tales custodios? Ni
pueden ser vencidos ni engañados, y mucho menos pueden
engañar los que nos guardan en todos nuestros caminos. Fieles
son, prudentes son, poderosos son. ¿De qué temblamos?
Solamente sigámosles, juntémonos a ellos, y
perseveraremos bajo la protección del Dios del cielo. Considera
cuánto necesitas esta protección y custodia en todos tus
caminos. En sus manos, dice, te llevarán, para que no tropiece
tu pié en piedra. ¿Te parece poco que haya piedras
de tropiezo en el camino? Mira lo que sigue: Andarás sobre el
áspid y el basilisco, y hollarás al león y al
dragón. ¡Qué necesario es el hayo para que
guíe y proteja al párvulo metido en tales peligros! Pues
bien: En sus manos, dice, te llevarán, te guardarán en
tus caminos y te acompañarán por doquiera que vayas. Y no
permitirán que seas tentado por encima de tus fuerzas, sino que
te llevarán en sus manos para que evites los tropiezos.
¡Qué fácilmente pasa el que es llevado en tales
manos! ¡Qué suavemente nada, según el vulgar
proverbio, aquel cuya barba otro sustenta!
9. Siempre, pues, que vieres levantarse alguna
tentación o amenazar alguna tribulación, invoca a tu
guarda, a tu conductor, al protector que Dios te asignó para el
tiempo de la necesidad y de la tribulación. Dale voces y dile:
¡Sálvanos, Señor, que perecemos!. No duerme ni
dormita, aunque por breve tiempo disimule alguna vez; no sea que con
mayor peligro te precipites de sus manos, si ignoras que ellas te
sustentan. Espirituales son estas manos, como también lo son los
auxilios que a cada uno de los elegidos prestan, según sea el
peligro y la dificultad que han de superar más o menos grande.
Quiero, para mayor claridad, poner un ejemplo de lo
que juzgo más comunes, y que pocos de vosotros habrá
dejado de experimentar. ¿Se turba alguno de vosotros con mayor
vehemencia por alguna incomodidad corporal, o alguna aflicción
por las cosas del mundo; o desmaya con acidia de espíritu y
caimiento del ánimo? Pues entonces es cuando ya comienza a ser
tentado más allá de lo que pueden sus fuerzas: ya
dará golpe y tropezará en la piedra si no hay quien le
socorra. Pero ¿ cuál es esta piedra? Entiendo que es
aquella Piedra de tropiezo 'y escándalo, en la cual, si alguno
tropezare, se lastimará, pues aquel sobre quien cayere le
hará pedazos; esta Piedra angular no es otra que aquella Piedra
escogida y preciosa, Cristo Jesús. Tropezar en esta Piedra es
quejarse de él, escandalizarse por el abatimiento de
espíritu y la turbación. Así, necesita el socorro
del ángel, de los angélicos consuelos y de las
angélicas manos, ese hombre que ya desmayó, ya casi
tropezó contra la Piedra. Y verdaderamente tropieza contra la
Piedra el que se queja, murmura y quizá blasfema de la
Providencia, estrellándose a sí propio, y no aquel contra
quien viene dar con furia.
10. Juzgo que hombres como éstos algunas
veces son levantados como con dos manos por los ángeles, para
que sin sentirlo ellos, por decirlo así, pasen por encima del
tropiezo del que tanto recelaban; y no se admiran poco después,
así de la facilidad que sienten en sí mismos en adelante
como de haber superado la anterior dificultad.
¿Queréis saber que entiendo yo por
estas dos manos? Dos conocimientos vivos que se excitan en nuestra
alma, cuando se presentan o más bien se pintan e imprimen en
nuestro corazón, por una parte la brevedad de la
tribulación y por otra la eternidad del premio eterno, a fin de
que en lo íntimo del afecto sintamos y consideremos que el
momento breve y leve de nuestra tribulación produzca arriba en
nosotros un peso eterno de gloria. ¿Quién no
creerá que tan buenas sugerencias son obra de los ángeles
buenos, siendo, por el contrario, cierto que las malas proceden de los
malos? Familiarizaos con los ángeles, hermanos míos;
frecuentad con asidua meditación y devota oración a los
que os asisten para vuestra custodia y consolación.
SERMÓN XIII
SOBRE EL VERSO I2: «EN SUS MANOS TE LLEVARÁN PARA QUE NO
SE LASTIME CONTRA PIEDRA TU PIE»
1. Podemos entender este verso que tenemos entre
manos: En las palmas de sus manos te llevarán, etc., no
sólo de los consuelos de esta vida, sino también del
eterno consuelo de la futura. Nos guardan los ángeles en
nuestros caminos, pero en acabando el camino, o sea, en acabando la
vida, nos llevan en sus manos. Ni faltan para comprobar esto testigos
fieles. Muy poco ha se leyó de nuestro beatísimo Padre,
verdaderamente por todo Benito, que, fijando su vista en el esplendor
de una radiante luz, vio que el alma de Germán, obispo de Capua,
era llevada en globo de fuego por los ángeles del cielo. Pero
¿ qué necesidad tenemos de buscar estos testimonios? La
Verdad misma dice en el Evangelio de aquel mendigo y llagado,
Lázaro, que fue llevado por los ángeles al seno de
Abrahán. Y no podríamos nosotros andar solos en aquella
tan nueva y tan incógnita región, especialmente con tan
pedregoso camino. Qué piedra es ésta? El que en las
piedras en otro tiempo acostumbraba a ser adorado; el que
presentó al Señor las piedras, diciéndole: Di que
estas piedras se vuelvan panes. En tu pie se entiende tu afecto;
éste es el pie del alma que los ángeles llevan en sus
manos para que no tropieces contra la piedra. Porque ¿
cómo no se turbaría el alma con gran terror si saliese
sola de aquí, si entrase en aquellos caminos sin
compañía que la consolase, si anduviese entre aquellas
piedras por sus propios pies?
2. Pero oye más claro cuánto precisas
ser llevado en ajenas manos y no en otras que las angélicas.
Andarás sobre el áspid y el basilisco, y hollarás
al león y al dragón. ¿Qué haría
entre tales tropiezos el pié del hombre? ¿Que afecto
humano tendría constancia y no desmayaría ante monstruos
tan horrendos? Sin duda son estos basiliscos y áspides los
malignos espíritus, no sin razón así llamados, ya
que de ellos está escrito lo que antes dijimos y no
habréis echado en olvido: Caerán a tu a tu lado izquierdo
mil, y diez mil a tu diestra. ¿Y quién sabe si
están repartidas entre ellos las operaciones de malicia y
misterios de iniquidad, de suerte que, teniendo diversos oficios, o
más bien, maleficios se llamen uno áspid, otro basilisco,
otro león y otro dragón; por cuanto invisiblemente
dañan de modos diversos, como si fuera por la mordedura uno,
otro por la vista, otro por el rugido o golpe y otro por el
hábito? He leído también de otro género de
demonios, que no salen sino con oración y ayuno, no habiendo
conseguido nada contra ellos el conjuro de de los apóstoles.
¿Cómo no diremos que este género de demonios es
semejante a un áspid, a aquel áspid de que nos habla el
Salmista, que se hace el sordo, tapando sus orejas para no oír
la voz del encantador? Mira que no le sigas ahora, no le imites y no te
horrorizará más tarde.
3. Hay un vicio sobre el cual creo domina
especialmente este espíritu; y si lo queréis saber, es
aquel rodeo que os avisamos, en el sermón de ayer,
evitásteis; es aquella obstinación contra la cual
hablábamos entonces. Porque no me pesa de preveniros, siempre
que se brinda la ocasión, contra esta peste, para que
huyáis de ella a todo trance, porque es como la última
subversión y ruina de toda religión y, según el
testimonio del Legislador, el veneno incurable de los áspides.
Dícese del áspid que fija, cuanto más
apretadamente puede, una oreja en tierra y tapa la otra metiendo en
ella la cola, para no poder oír. ¿Qué podrá
hacer entonces la voz del encantador, la exhortación del que
predica? Oraré, humillaré mi alma en el ayuno, ma
bautizaré con abundante torrente de lágrimas, como por un
hombre ya muerto, por aquel en quien viere que ninguna sabiduría
de la encantación humana aprovecha nada, y ninguna industria de
las amonestaciones que le hacen, saca fruto alguno. Pero sepa
este hombre pertinaz que no fija su oreja en el cielo, sino en el
suelo; pues la ciencia que de arriba viene no sólo es modesta,
sino pacífica; pero ésta, siendo más bien, por
decirlo así, aspídica, no puede ser sino terrena. Mas no
ensordecería tanto si no taponase con la cola la otra oreja.
¿ Que cola es ésta? El fin de la intención humana.
Entonces es ya la. sordera desesperada en el hombre, cuando, por una
parte, como clavado en tierra, pégase a su propia voluntad, y
por otra, como torciendo la cola, medita algún fin y tiene
clavado en el ánimo lo que desea alcanzar. No tapéis,
hermanos, no tapéis, os ruego, vuestros oídos; no
endurezcáis vuestros corazones. Por eso, pues, se encuentran tan
mordaces y amargas palabras en la boca de un hombre obstinado, porque
toda la benevolencia de quien le exhorta no halla por donde penetrar en
él. Por eso la ponzoña del áspid persevera en el
aguijón de su lengua, porque se ha tapado las orejas con tanto
cuidado para no oír las palabras del encantador.
4. Dicen que el basilisco lleva el veneno en el ojo;
es animal pésimo y el más execrable de todos.
¿Deseas conocer el ojo envenenado, el ojo malo, el ojo
fascinador? Piensa en la envidia. ¿Qué es envidia, sino
ver el mal? Si no fuera el enemigo basilisco, nunca por su envidia
hubiera entrado en el mundo la muerte. ¡Ay del ¡hombre que
no vio antes al envidioso! Venzamos también este vicio, mientras
aquí vivimos, si después de la muerte queremos no temer
al ministro de tanta malicia. Ninguno mire el bien de otro con ojo
envidioso. Ya esto mismo, cuanto es de su parte, seria inficionarle con
su veneno y de algún modo matarle. Al que aborrece a otro
hombre, la Verdad misma le declara homicida; y de aquel que odia lo
bueno en el prójimo, ¿qué diremos? ¿No se
le podrá acaso llamar homicida? Vive aún el hombre,
él es ya reo de su muerte; aun arde el fuego que el Señor
Jesús trajo a la tierra, y el envidioso es ya condenado, como
quien ha extinguido el espíritu.
5. ¡Ay de vosotros por causa del
dragón! Feroz bestia es; con hálito de fuego mata cuanto
toca, no sólo las bestias de la tierra, sino las aves del cielo.
No creo sea otro este dragón, sino el espíritu de ira.
¡ Cuántos, aun de los que al parecer se elevaban sobre
otros en su género de vida, miserablemente abrasados con el vaho
de este dragón, lloramos haber caído torpemente en su
boca! ¡Cuánto mejor fuera que se hubiesen airado consigo
mismos para no pecar! La ira es un afecto natural en el hombre; mas en
los que abusan del bien de la naturaleza es la más grave
perdición y miserable ruina. Ocupémosla, hermanos
míos, en lo que nos conviene, no sea que prorrumpa en cosas
inútiles o ilícitas. Así es como suele el amor
expeler al amor y un temor quitarse con otro temor. No temáis a
aquellos que matan el cuerpo, dice el Señor, y no tienen poder
para dañar al alma; y añade: Yo os mostraré a
quién debéis temer. Temed al que tiene potestad para
lanzar cuerpo y alma al infierno. Sí, os lo repito: temed a
éste. Como si más claramente dijera: A éste
habéis de temer, para no temer a aquéllos. Llénese
vuestro espíritu de temor del Señor, y no habrá en
vosotros otro temor extraño. Y yo os digo a vosotros, hermanos.
aunque no yo, sino la Verdad: no yo, sino el Señor: No os
enojéis con los que os quitan las cosas terrenas, os insultan y
os amenazan acaso con suplicios, y fuera de esto nada más pueden
nacer. Yo os mostraré contra quién debéis airaros:
airaos contra aquella que sola puede dañaros, que sola puede
hacer que todas las demás cosas de nada os aprovechen.
¿Queréis saber quién sea ésta? La propia
maldad. Sí, yo os lo digo: contra ésa habéis de
airaros, pues no os dañará ninguna adversidad si no os
dominare ninguna maldad. El que se aíra perfectamente contra
ella, no se altera por las demás cosas, antes al revés,
las abraza con gusto. Yo, dice el Salmista, dispuesto estoy a los
azotes. Sean daños, sean oprobios, sea lesión del cuerpo,
dispuesto estoy para soportarlo con resignación, porque mi
pecado está siempre a mi vista. ¿Qué mucho que
desprecie todas las cosas exteriores, que mire como nada en
comparación de este dolor? Mi hijo, dice, que ha salido de
mí mismo, me persigue, ¿y me enojaré contra un
siervecillo que me insulta? Mi corazón mismo me ha dejado, me ha
desamparado mi valor, y ya no está conmigo la lumbre de mis
ojos, ¿y había de llorar yo los daños temporales y
hacer caso de las molestias corporales?
6. De aquí nace no sólo La
mansedumbre, a la que no dañará el aliento del
dragón, sino también la magnanimidad del corazón,
al cual no espantará el rugido del león. Vuestro enemigo
es como león rugiente, dice San Pedro. ¡Gracias al
León excelso de la tribu de Judá! El podrá rugir,
mas no herir. Ruja cuanto quiera: nada tendrá que temer la oveja
de Cristo. ¡Cuánto amenaza, cuánto exagera,
cuánto intenta! No seamos bestias que se amedrentan con aquel
vano rugido. Refieren los más curiosos investigadores de la
naturaleza que al rugido del león no hay bestia alguna, aun de
aquellas que resisten a sus golpes con toda furia, que resista; y aun
la que, las más de las veces, le vence cuando entra con
él en lid, esa misma no le aguarda cuando ruge. Verdaderamente
insensato, verdaderamente falto de razón quien fuese tan cobarde
que cediese con sólo el temor, el que fuese vencido con sola la
amenaza del trabajo futuro y antes de la pelea, y que no al golpe del
dardo, sino al mero clamor de trompeta cayese por tierra. No
habéis resistido todavía hasta derramar sangre, dice
aquel valeroso Capitán, que sabía cuan vano es el rugido
de este león. Y otro añade: Resistid al diablo y
huirá de vosotros.