BEATO TOMÁS
ACERBIS DE OLERA
3 de mayo
1631 d.C.
Tomás Acerbis nació en el pequeño pueblo de Olera,
situado en el Val Seriana (Bérgamo, Italia), en el seno de una
familia campesina muy pobre. El 12 de septiembre de 1580, ya con 17
años, ingresó a la Orden Franciscana Capuchina en el
convento de Verona, donde aprendió a leer y escribir. Sin
instrucción alguna, Tomás había madurado su
vocación pastoreando las ovejas y viviendo pobremente con su
familia. No tuvo otra escuela, sino los tres años de noviciado
que pasó en Verona, durante los cuales sus superiores le
enseñaron a leer y escribir, haciendo una excepción a la
regla de san Francisco que prohíbe expresamente a «los que
no saben letras, aprenderlas».
Y, sin embargo, como iletrado compuso tratados de
mística y ascética que fueron recogidos, muchos
años después de su muerte, bajo el título de
"Fuoco d’amore" y publicados en 1682. Un texto que, hasta hoy, que se
está preparando, no tuvo nunca una verdadera edición
crítica. Un volumen que otro gran bergamasco, Angelo Roncalli
(san Juan XXIII), apreciaba y leía asiduamente.
A pesar de los estudios que hizo con fervor y diligencia
durante los años del noviciado veronés, su italiano era
elemental y con muchas faltas gramaticales. Y, sin embargo, sus
escritos revelan una profundidad espiritual y una exactitud doctrinal
sorprendentes.
Después de su definitivo ingreso en la orden
capuchina, en 1583, se quedó en Verona hasta 1605; luego, hasta
1619, visitó como capuchino mendicante varias ciudades del
Véneto: Vicenza, Padua, Rovereto. Por todas partes se difunde la
fama de santidad de este “apóstol sin estola”. Visita a los
enfermos, lleva la paz en las contiendas, llama a la puerta de los
pobres y de los ricos para difundir el Evangelio: el pueblo reconoce su
extraordinaria bondad y humildad, los poderosos la sabiduría
infundida por la gracia de un iletrado capaz de aconsejar y corregir,
guiar y consolar. La fuente de esta sabiduría es la mirada
continuamente puesta en el crucifijo, típica de la
tradición franciscana. «No he leído nunca una
sílaba de los libros», escribió, «pero me
esfuerzo en leer a Cristo martirizado».
En sus recorridos fuera del convento logró
reconciliaciones y el perdón entre las personas, denunciando el
mal y logró muchas conversiones. Su obra de apostolado se
alimentada de la oración nocturna, la penitencia que
infligía a su cuerpo, el ayuno y la austeridad; fue inspirador
-especialmente entre las damas- de muchas vocaciones religiosas. Entre
1612 y 1613 promovió la construcción del monasterio
capuchino en Vicenza, cerca de Porta Nuova y el monasterio de las
clarisas en Rovereto (1624).
Asombrado por la fama de santidad de fray Tomás, el
archiduque Leopoldo V le llamó en 1619 a Tirol, para que frenase
con su ejemplo y predicación la difusión del luteranismo
en sus tierras. Fray Tomás se trasladó a Innsbruck, donde
estuvo doce años, hasta 1631, año de su muerte. Fue el
consejero más escuchado del archiduque y fue recibido varias
veces por el emperador Fernando II. Fue también consejero
espiritual de los arzobispos de Trento y Salzburgo, a los que
sugería la manera mejor de aplicar las reformas del Concilio de
Trento en sus diócesis. Todo esto, sin descuidar jamás
sus deberes, la cuestación diaria, el trabajo manual, el
contacto con los pobres del Tirol. “Der Bruder von Tirol”, el fraile de
Tirol, era el apodo que le pusieron. Durante estos años fray
Tomás no volvió a ver su tierra natal. Pero en Val
Serina, sobre todo, se dejó sentir su intercesión,
incluso en tiempos no muy lejanos.
Estrictamente fue un simple hermano lego, no fue
sacerdote, pero era capaz de hablar bien acerca de Dios, suscitando en
quien lo escuchara asombro y sorpresa, educando la fe de las personas
-sean gobernantes, humildes o nobles- e impregnándolo todo con
amor. La obediencia y humildad le hizo ser el "hermano mendicante"
durante casi 50 años.
En su trabajo diario para defender el credo
católico y contrarrestar el calvinismo y el luteranismo, tanto
en la corte como entre la gente, fray Tomás llegaba a intuir la
profundidad del misterio de María. Lo demuestran sus escritos,
que además anticipan de un modo claro la formulación del
dogma de la Inmaculada concepción. Y no solamente sus escritos.
En Volders, a orillas del río Inn, en Tirol, hay
una iglesia dedicada a la Inmaculada concepción de María,
cuya construcción deseaba fray Tomás y que fue terminada
veintitrés años después de su muerte por Ippolito
Guarinoni, médico de corte en Innsbruck, hijo espiritual y gran
amigo de fray Tomás. Corría el año 1654,
exactamente doscientos años antes de la proclamación del
dogma hecha por Pío IX.
Muchos son los motivos de interés en los tratados
recogidos en "Fuoco d‘amore" de fray Tomás. Por ejemplo, los
siete capítulos dedicados al Corazón de Jesús, que
con treinta años de antelación anticipan las revelaciones
de Jesús a santa Margarita Alacoque, que tanta importancia
tendrán en la espiritualidad occidental de los últimos
siglos.
Fray Tomás de Olera murió piadosa y
devotamente el 3 de mayo de 1631 y fue enterrado en la cripta de la
Capilla de Nuestra Señora, en la iglesia de los Capuchinos en
Innsbruck. Fue beatificado por el papa Francisco el 21 de
septiembre de 2013.