TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
2 de noviembre



    Como la Iglesia considerada en eneral es la congregación de los fieles unida en Jesucristo, que forma un mismo cuerpo, cuya cabeza visible es el Papa. y la invisible el mismo Jesucristo, comprende en su universalidad a los bienaventurados que gozan de Dios en el Cielo, a los justos que padecen en el Purgatorio, y a los fieles que viven en el mundo.

   En un cuerpo que se compone de muchos miembros, un árbol que tiene muchas ramas, cuales son en la Iglesia del Cielo, la Iglesia del Purgatorio y la Iglesia de la Tierra: la primera se llama triunfante, la segunda paciente o purgante y la tercera militante. Llámase triunfante la del Cielo porque es la congregación de aquellos dichosos fieles que ya están en posesión de la gloria, exentos de las miserias inseparables de los viadores. gozando una perfecta felicidad, y disfrutando el premio tan justamente debido a sus buenas obras y sus gloriosos triunfos.

   Llámase paciente la del Purgatorio por ser la congregación de aquellos afligidos fieles que, habiéndoles cogido la muerte en estado de gracia, pero no tan purificados que mereciesen entrar desde luego al Cielo, están purificándose en el Purgatorio, sufriendo la pena correspondiente a sus culpas, y padeciendo exquisitos tormentos hasta que acaben de satisfacer plenamente a la justicia divina.

   Llámase militante a la de la Tierra por ser la congregación de fieles que, viviendo todavía en este mundo, deben pelear continuamente contra los enemigos de su salvación, y con la gracia de Jesucristo merecer por sus buenas obras y por sus trabajos la corona que tiene preparada Dios a su fidelidad y a sus victorias. Formando todos estos miembros un cuerpo místico, cuya cabeza es jesucristo. a todos los anima un mismo espíritu de caridad, y a todos tres los une este dulcísimo vínculo.

   Interésanse los Santos con ardor en la salvación de los fieles que viven en la Tierra, ofreciéndoles su poderosa intercesión para con Dios: no desean menos la libertad de las almas santas que padecen en el Purgatorio; pero como en el Cilo no están ya en estado de merecer, tampoco pueden pagar sus deudas ni satisfacer por ellas. Por otra parte, las afligidas almas que están en aquellas penas nada pueden más que clamar a sus hermanos, pidiendo oraciones y socorros, protestando que ya les llegará el tiempo a ellas de acreditarles su eterno agradecimiento cuando vean en posesión de la gloria.

   Solamente los fieles que viven en el mundo se hallan en términos de poder honrar a los unos con su religioso culto, y aliviar a los otros con obras meritorias y satisfactorias. Mediante este piadoso comercio de bienes espirituales, de intercesión, de oraciones, de limosnas, de buenas obras, de celo y de caridad, se ayudan recíprocamente todos los miembros de este cuerpo místico bajo una misma cabeza, y unidos con un mismo espíritu. Esta misma sagrada unión que reina en todos sus miembros, este mismo Espíritu Santo que anima y gobierna todo este cuerpo, es el que habiendo señalado un día para celebrar en la Tierra el glorioso triunfo de los Santos que campean en el Cielo, dedicó también otro día para la memoria universal y para el alivio de las almas santas que padecen en el Purgatorio.

   Ayer publicaba la Iglesia militante los méritos y la gloria de los bienaventurados que reinan en la Jerusalén celestial; y hoy se compadece de los tormentos que las almas justas están padeciendo en los calabozos de la divina justicia para expiar sus defectos. Ayer imploraba para sí la intercesión y las oraciones de aquellos, hoy ofrece las suyas acompañadas de sus sacrificios para el alivio de éstas. Ayer y colmados por Dios de celestiales consuelos, están como nadando en delicias; hoy solicita por todo género de buenas obras el satisfacer a la divina justicia por aquellas almas afligidísimas que están gimiendo en el Purgatorio al rigor de los más dolorosos tormentos.

   La conmemoración que hoy hace la Iglesia de todos los fieles que murieron dentro de su gremio, esto es, en sel seno de la fe y de la caridad de Jesucristo, no es de la misma clase que la conmemoración o fiesta que soleminza en honor de aquellas almas bienaventuradas que gozan de una inmutable felicidad en la mansión eterna de la gloria. La naturaleza es distinta, aunque el principio no es diferente; siendo cierto que el espíritu o el objeto de culto es el mmismo, aunque no sea una misma la materia. En todos tiempos hizo oración la Iglesia por aquellos hijos suyos que morían en su comunión; de manera que sus oraciones eran alabanzas a Dios y acción de gracias por aquellos Mártires cuya santa vida y preciosa muerte habían sido ilustre testimonio de la fe de Jesucristo; pero al mismo tiempo eran también súplicas y sufragios por lo que tenían necesidad de ellos.

   Habla Tertuliano de estas dos conmemoraciones; suponiéndolas de tradición apostólica. Oramos, dice, y ofrecemos el divino sacrificio en el día del nacimiento de los Santos; esto es, en el día en que triunfaron de la muerte, y nacieron al Cielo gloriosamente; y lo mismo practicamos en el aniversario de los fieles difuntos, según la venerable tradición de los Padres, quedando únicamente excluidos los excomulgados de estos sufragios y de estas oraciones.

   Predicando San Gregorio Nazianceno la oración fúnebre o el panegírico de su hermano San Cesareo, promete hacerle las honras todos los años en el día de su muerte. No había cosa más común en los fieles de la primitiva Iglesia que honrar a los Santos, hacer oración a Dios por los difuntos, y ofrecer el sacrificio de la Misa en reverencia de los unos, y por modo de sufragio para la libertad o alivio de los otros. Pero en esta piadosa costumbre de obligación y de caridad se contentó la Iglesia por largo tiempo con rogar a Dios por los muertos en particular, sin señalar día para la conmemoración de todos en común; determinación que no tomó hasta después que se estableció la solemne festividad de Todos los Santos, escogiendo el día inmediato para la memoria de la Misa por todas las almas justas que están penando en las cárceles del Purgatorio: piadosa obligación fundada poco más o menos en el mismo principio que se tuvo presente para decretar la Fiesta de Todos los Santos.

   Asegurando San Odilón, abad de Cluny, de lo eficaces y provechosas que eran las oraciones, sacrificios y limosnas que hacía diariamente por los difuntos, instituyó por todos ellos una memoria general en todos los monasterios de su Órden, prescribiendo un oficio común para encomendar a Dios a todos los fieles que habían muerto en gracia suya, pero que se hallaban aún detenidos y padeciendo para purificarse antes de entrar a gozar de la bienaventuranza. Escogió para esta conmemoración de Todos los Santos, pareciéronle más conforme a la idea de la Iglesia sobre la comunicación que hay entre los unos y los otros. En el decreto general que expidió San Odilón para la Órden el año 998, según San Pedro Damián en la vida que escribió del Santo Abad, se dice que, celebrándose el día 1 de noviembre por estatuto de la Iglesia Universal la solemnidad de Todos los Santos, parecía conveniente solemnizar también el día inmediato la memoria de todos los que descansan en Jesucristo, cantando Salmos, haciendo limosnas, y ofreciendo por ellos el sacrificio de la Misa.

   Nada hizo en esto de nuevo la piadosa y caritativa devoción del santo abad, sino señalar día fijo para la conmemoración de todas las ánimas del Purgatorio; pues por lo demás mucho tiempo antes de San Agustín acostumbraba ya la Iglesia ofrecer el sacrificio de la Misa por los difuntos en común. Es verdad, dice el Santo, que de nada sirven nuestras oraciones ni nuestras Misas a los que murieron en pecado: también lo es que  para nada las han menester los que ya están en la patria celestial; pero como la Iglesia no puede discernir entre unos y otros, ofrece el divino sacrificio, y ruega a Dios en general por aquellos que puueden estar necesitados de sus oraciones o sufragios. El mismo San Agustín añade la razón a este caritativo oficio de la Iglesia por todos los fieles difuntos en general; para que aquellos, dice, que no tienen padres, parientes ni amigos que se acuerden de ellos, sean socorridos por esta madre común, que a ninguno de sus hijos olvida, y a todos los tiene dentro de su corazón.

   "Jamás nos olvidemos de rogar a Dios por las almas de nuestros hermanos difuntos, como la Iglesia Católica lo acostumbra hacer generalmente por todos los fieles que murieron, aunque no sepa como se llamaron, para que la caridad de nuestra madre común la Santa Iglesia supla la falta de los parientes y de los amigos, proveyendo a las necesidades de las almas abandonadas que no tienen otro socorro". Es, pues, evidente que antes de San Agustín estaba ya introducida en la Iglesia la piadosa costumbre de hacer oración, dar limosnas, y decir Misas por los difuntos que habían muerto dentro de su gremio; encontrándose en todas las liturgias o rituales, particularmente en el romano, después de haber rogado a Dios por los particulares una oración general por todos los que murieron en gracia de Jesucristo. Así pues, solo debemos a la piedad de San Odilón el que se haya establecido esta fiesta particular en este día, dando ocasión a la Iglesia para instituir en él una fiesta universal y de precepto, a lo menos tocante al oficio; de suerte, que siendo antes particular en la Órden cluniacense, se hizo después general, extendiéndola la Iglesia a todos sus hijos.

   Ya estaba instituida esta fiesta en Inglaterra al principio del siglo XIII, como consta del Concilio de Oxford celebrado el año 1222, colocándose entre las fiestas de segunda clase. El Concilio de Tréveris, que se celebró el año 1549, la declaró por media fiesta, esto es, por fiesta hasta mediodía en toda la provincia: sólo en el Obispado de Tours es fiesta de precepto todo el día de difuntos. Bien se puede asegurar que hay pocas devociones más antiguas y universales que la de rogar a Dios por los muertos; en cuyo artículo estuvieron siempre de acuerdo la Iglesia griega y latina: autoridad de tanto peso, en dictámen de San Agustín, que ella sola bastaría para establecerla, aún cuando la Escritura no hubiese hablado de ella con tanta expresión y claridad en el libro de los Macabeos. Ni ¿quién puede dudar, dice en otra parte, que sean muy provechosas a los difuntos las oraciones, las limosnas y los sacrificios que se ofrecen por ellos?.

   Es verdad que todos estos testimonios no acreditan que se hubiese establecido en la Iglesia una fiesta particular para rogar a Dios por todos los difuntos; pero convencen, dice el Padre Tomasino, las razones que se pudieron tener presentes para establecerla. Si desde el principio de la Iglesia se hizo oración y se ofreció el sacrificio de la Misa por los difuntos en particular; si también se ofreció por todos ellos en común; si en todas las liturgias y en todas las Misas del año se han rogado por los mismos en general; ¡por qué razón no se podría instituir una fiesta particular para desempeñar esta piadosa obligación, respecto de los difuntos, con especial celo y con mayor solemnidad?.

   En cierta manera se puede decir que esta fiesta conviene, no sólo con la de Todos los Santos, sino también con la fiesta de la Trinidad y con la del Santísimo Sacramento, en que es como suplemento, por decirlo así, de las demás fiestas, de los demás oficios, y de los demás, sacrificios todo el año. En todas las fiestas, en  todos los oficios, y en todos los sacrificios de entre año se rinde supremo culto a la Santísima Trinidad, se celebra la memoria de la institución del Sacramento y divino sacrificio de la Eucaristía, en que son comprendidos todos los Santos en general. Por consiguiente, las fiestas particulares que se dedican a la Trinidad, al Santísimo Sacramento y a los Santos, son para suplir los defectos que pueden haberse cometido en la diaria conmemoración que se hace de ellos, y para reparar, por medio de una especial celebridad, el poco fervor de las conmemoraciones particulares. De la misma manera la conmemoración de los difuntos, que se hace en este día con mayor solemnidad, nos advierte que debemos continuar en rogar a Dios por ellos todos los días, y que esto lo debemos hacer con mayor aplicación, con más encendido celo, con nueva y más abrasada caridad.

   Y a la verdad, no hay cosa más justa, ni más conforme al espíritu de nuestra Religión, ni más propia de aquella caridad en que deben sobresalir todos los fieles, que el eficaz celo por alivio de aquellas afligidas almas. Son almas que algún día se han de ver en la corte del Cielo en gran favor. Son unas esposas de Jesucristo, que aunque ahora están padeciendo, con el tiempo han de reinar con Él en la gloria, y entonces sabrán muy bien mostrarse agradecidas, correspondiendo con el cien doblado a los beneficios que recibieron.

   Son nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros cercanos parientes, nuestros amigos, nuestros bienhechores, que nos piden nos aliviemos en sus penas, y desde el fondo de aquellos lóbregos calabozos nos están clamando con voz lastimera. Amado padre, exclama aquel querido hijo, tú que tanto lloraste por mi, tú que tanto me quisiste, mira que estoy padeciendo insufribles penas en este lugar de dolores; a muy poca costa me puedes aliviar: una limosna, una Misa, una oración pueden sacarme de estas abrasadoras llamas, pueden ponerme en libertad, ¿serás insensible a mis tormentos? Algún día te podrás hallar tú en la misma necesidad: si entonces estoy yo en el Cielo, empeñaré todo mi valimiento con Dios para libertarte de tus penas.

   Nada se puede comparar con las penas del Purgatorio. El más extraño, el mayor enemigo te movería a lástima si le vieras en tan doloroso estado; pero los que arden en aquel horno encendido son tus íntimos amigos, tus hermanos, tus más cercanos parientes, y acaso están ardiendo precisamente porque te quisieron demasiado, por los excesos que cometieron con el único fin de amontonar bienes y hacienda para ti. Soclitan tu compasión aquellas afligidas almas con sus suspiros, por el amor que te tuvieron, y por la caridad que tú debes tener con ellas. Ellas sólo pueden satisfacer a la divina justicia pagando sus deudas con el último rigor; pero tí puedes satisfacer por ellas a muy poca costa tuya: una oración, una limosna, una Misa, una mortificación, una buena obra que hagas.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)