TEXTOS VARIOS DE SAN
BUENAVENTURA
CUESTIONES DISPUTADAS
ACERCA DE LA CIENCIA DE CRISTO
CUESTIÓN I.
Si la ciencia de Cristo en cuanto es el Verbo, se extiende en acto a
infinitas cosas
Se pregunta si la ciencia de Cristo, en cuanto es el Verbo, se extiende
en acto a infinitas cosas.
Argumentos a favor
1. La autoridad de Agustín, La Ciudad de Dios, XII, 18: "La
infinitud del número, aunque no hay ningún número
que exprese el número infinito, no es incomprensible para aquel
cuya inteligencia no tiene número".
2. El mismo, La Ciudad de Dios, XI, 10, hablando de la sabiduría
de Dios, dice así: "No hay muchas, sino una sola
Sabiduría, y en ella hay infinitas cosas y tesoros infinitos de
cosas inteligibles, que para ella son finitos" , etc.
3. La razón. Cuanto más simple es una sustancia tanto
más capaz es de conocer más cosas; luego la sustancia que
es infinitamente más simple que cualquier sustancia creada,
conoce infinitamente más cosas que cualquier criatura; luego,
etc.
4. Dios comprende en acto no sólo su propia esencia, sino
también su propio poder; pero Dios puede infinitas cosas; por
consiguiente, si conoce en acto todo su poder, comprende en acto
infinitas cosas; en consecuencia, etc.
5. Es señal de nobleza en la criatura conocer muchas cosas, y de
mayor nobleza saber todavía más cosas; luego la ciencia
que es de infinita nobleza se extiende a infinitas cosas; luego, etc.
6. Dios conoce más cosas que puede, pues conoce los males de la
culpa, que no puede hacer; mas puede infinitas cosas; por tanto conoce
infinitas cosas y más. El que conoce el punto según su
sustancia y virtualidad, lo conoce no sólo en sí, sino
también lo que puede salir de él. Ahora bien, de un punto
pueden salir infinitas líneas; luego, si en cada línea
hay infinitos puntos, y de cada punto pueden salir infinitas
líneas, de la misma forma Dios comprende el poder de toda
criatura; luego, no sólo sabe infinitas cosas, sino
también infinitas cosas multiplicadas por infinitas.
7. Todo lo que el entendimiento humano entiende en potencia o tiene en
potencia, el entendimiento divino lo tiene en acto y más, porque
el ser creado no se puede igualar al ser increado ni en acto ni en
potencia.
8. Es así que el entendimiento posible humano está
abierto a infinitas cosas, porque nunca sabe tantas cosas que no pueda
saber más; luego, si el entendimiento divino está abierto
en acto a más cosas que el entendimiento humano, se extiende en
acto a más que infinitas cosas.
9. Por reducción a lo imposible, porque, si Dios sólo
conociera cosas finitas, se podría pensar algo mayor que la
ciencia divina, puesto que se puede pensar algo mayor que todo ser
finito. Pero esto no puede ser; por consiguiente, etc.
10. Si Dios supiera cosas finitas, podría saber más cosas
o no. Si no, su ciencia sería limitada; si sí, el que
puede saber algo que no sabe, puede aprender; y eso es impío
decirlo de Dios; luego, etc.
11. Si supiera solamente las cosas que existen, y no las cosas que
pueden hacerse, como el artífice creado conoce muchas cosas que
puede hacer y no hará nunca, el hombre sabía algo que se
ocultaría a Dios. Mas esto es falso e imposible; por tanto, etc.
Argumentos en contra
1. Todo lo que se conoce es verdadero, todo lo verdadero es un ente;
luego, si las cosas que se conocen son infinitas, los entes son
infinitos. Pero la consecuencia es imposible; por consiguiente,
también lo es el antecedente.
2. Dios juzga todas las cosas que conoce. Pero todas las cosas que
juzga son tales y tantas como Él juzga; y todas las cosas que
juzga las toma como finitas; por consiguiente, todas las cosas que
conoce son finitas. Si tú dices que no es consecuente [afirmar]:
porque es finito para Dios, es finito, contesto: cada cosa es en
sí tal cual es en el juicio de la verdad; luego, si algo es
finito para Dios, es necesario que sea finito absolutamente
3. Todo ser infinito es irrebasable tanto por el ser infinito como por
el ser finito, porque cualquiera que lo rebasara le pondría
límite, y entonces sería finito. Mas el entendimiento
divino comprende y rebasa todo lo que conoce; por tanto, si el ser
infinito es irrebasable, el ser infinito no puede ser conocido.
4. Todas las cosas que Dios conoce, las conoce distintamente. Ahora
bien, todo lo que conoce distintamente lo cuenta; y todo lo que es
contado, es medido, y todo lo que es así es finito; luego todo
lo que conoce Dios es finito.
5. Todo número es par o es impar; luego todo lo que es contado
por Dios es contado con número par o con número impar.
Pero, todo número par es divisible en dos iguales, y de la misma
manera es divisible todo número impar si le restamos uno; y todo
número así es finito; por consiguiente, si Dios cuenta
todo lo que sabe, es necesario que lo cuente con número finito;
en consecuencia, las cosas [que Dios sabe] son finitas; luego, etc.
6. Todas las cosas que conoce Dios, las conoce ordenadamente. Ahora
bien, dondequiera que hay orden, hay razón de un primero y de un
último, que es razón de finito; luego, si dondequiera que
hay razón de orden hay razón de finitud y Dios no conoce
nada sin orden, porque no conoce nada desordenadamente, es imposible
que Dios conozca infinitas cosas .
7. Si Dios sabe infinitas cosas, éstas son infinitas para
Él o para nosotros o en sí mismas. Si son infinitas para
nosotros, no es decir ninguna gran cosa, porque son finitas en sentido
absoluto. ¿Y si son infinitas para Él? Todas las cosas
que son infinitas para alguien no son conocibles por él ni
él las comprende; luego, si Dios sabe infinitas cosas, no las
comprende. ¿Y si son infinitas en sí mismas? Una cosa
distinta de Dios, por el mismo hecho de ser distinta, es criatura, y
por el mismo hecho de ser criatura, es limitada; luego saber cosas
infinitas distintas de Dios, es lo mismo que saber cosas infinitas
finitas, lo cual es falso e ininteligible, porque implica
contradicción.
8. Si Dios sabe infinitas cosas, o son infinitas en su causa o en su
género propio. Si son infinitas en su causa, todo lo que es en
su causa, es uno; luego todas las cosas que conoce como en su causa las
conoce como una sola; no como infinitas. Si son infinitas en acto y en
su género propio, ser infinitas en acto y en su género
propio es falso e imposible; por tanto, es falso e imposible que Dios
conozca infinitas cosas.
9. Llamemos A a todo lo que puede ser conocido por Dios. Entonces
pregunto: A o es Dios o algo distinto de Dios. Si es Dios, lo sabido
por Dios es Dios; luego un asno es Dios. Si es algo distinto de Dios,
todo lo que es así es finito en acto; luego A es finito en acto,
y A nombra todas las cosas que se pueden conocer; por consiguiente,
todas las cosas que se pueden saber son finitas; luego, etc.
10. A o es igual que Dios o es menor o es mayor. Si es menor que Dios,
es finita. Si es igual o mayor, es Dios. Mas, si Dios sabe infinitas
cosas, Dios no conoce sino a Dios, y si no conoce sino a Dios, no sabe
infinitas cosas; por tanto, si conoce infinitas cosas, no conoce
infinitas cosas.
11. Como en Dios hay poder de hacer y poder de conocer, y ambos son
infinitos, y el poder de hacer siempre hace cosas finitas, parece que
el poder de conocer siempre conoce cosas finitas en acto; y si no
¿por qué no? Esto es preguntar: Si hay en Dios querer,
saber y hacer, y el querer y el hacer no se extienden a infinitas
cosas, ¿cómo el saber se podrá extender a
infinitas cosas, siendo así que el medio no sobrepasa los
extremos? .
Conclusión
Dios con la ciencia de simple inteligencia sabe y comprende infinitas
cosas
Respondo:
Para entender lo dicho anteriormente hay que notar que, según
los doctores antiguos, nos vemos forzados a admitir que Dios conoce
infinitas cosas, puesto que el profeta David dice en el Salmo [146,5]:
“Grande es nuestro Señor y grande su poder y su sabiduría
no tiene número”. Y Agustín no sólo afirma esto,
sino que también lo prueba en La Ciudad de Dios, XII 18, donde
dice: "Por tanto en lo que dicen algunos, a saber los filósofos,
que ni la ciencia de Dios puede comprender infinitas cosas, les falta
atreverse a decir y hundirse en este remolino de impiedad, que Dios no
conoce todos los números. Pues es certísimo que son
infinitos, ya que en cualquier número que pienses poner fin,
éste mismo no digo que puede ser aumentado
añadiéndole una unidad, sino también que, por
grande que sea y por enorme cantidad que contenga, por la misma
razón y ciencia de los números puede no sólo
duplicarse, sino también multiplicarse. Y de tal manera
está cada número determinado por sus propiedades que
ninguno puede ser igual a ningún otro. En consecuencia son
desiguales y diversos entre sí, y cada uno en particular es
finito y todos juntos son infinitos. De esta manera ¿acaso no
conoce Dios todos los números a causa de su infinitud y la
ciencia de Dios llega hasta cierta suma de números e ignora los
demás? ¿Quién diría esto por loco que
estuviera?"
Y poco más abajo: "Así, pues, aunque no hay ningún
número que exprese infinitos números, sin embargo la
infinitud del número no es incomprensible para aquel cuya
«inteligencia no tiene número” [Sal 146,5]. Por lo cual,
si todo lo que es comprendido por la ciencia es delimitado por la
comprensión del que lo conoce, ciertamente también toda
infinitud es de un modo inefable finita para Dios, ya que no es
incomprensible para su ciencia. Por lo cual si la infinitud de los
números no puede ser infinita para la ciencia de Dios, la cual
la abarca, ¿quiénes en fin somos nosotros, hombrecillos,
para que presumamos fijar límite a su ciencia?"
En consecuencia éstos [los números], como testigos
segurísimos, nos fuerzan a decir o admitir que Dios conoce
infinitas cosas.
Y el sentido de esta tesis es señalado por los doctores
más recientes, que han afirmado que hay tres clases de
conocimiento divino, no por la diversidad de la ciencia divina en
sí, sino en la connotación. En efecto, hay en Dios
conocimiento de aprobación, de visión y de inteligencia.
El conocimiento de aprobación es sólo de las cosas buenas
y finitas. El conocimiento de visión es de las cosas malas y
buenas, pero finitas, porque concierne al tiempo, pues se refiere
solamente a las cosas que han sido, son o van a ser. Y el conocimiento
de inteligencia es de las cosas infinitas, porque Dios entiende no
sólo las cosas que van a ser, sino también las posibles,
y las posibles para Dios no son finitas, sino infinitas.
Y la razón de esta tesis, es decir, de que admitamos que Dios
conoce infinitas cosas y o quiere o dispone no hacerlas, es que el
saber de Dios en su tercera acepción es un acto
intrínseco de Dios. Y lo llamo intrínseco no sólo
porque es intrínseco en su origen, sino también porque es
intrínseco en su finalidad e intrínseco en su medio e
intrínseco en su modo.
Digo que es intrínseco en su finalidad, porque la mirada de Dios
al conocer no salta fuera de sí, sino que conoce toda verdad
mirándose a sí mismo como verdad. Intrínseco en su
medio, porque Dios conoce todo lo que conoce por las razones eternas
que son idénticas a Él. Intrínseco en su modo,
porque el saber de Dios prescinde no sólo de la razón de
causa actual, sino también de la razón de causa en
absoluto, Pues conoce las cosas malas, de las cuales no es causa;
conoce también las cosas futuras, que no está haciendo
todavía; conoce también las cosas posibles, que no
hará nunca.
Y por eso, porque el mismo saber de Dios no mezcla ni connota algo
actual externo, por eso significa un acto a manera de hábito, un
acto, digo, igualado a la potencia misma—pues Dios sabe todo que puede
saber—; significa también un acto no limitado en nada ni en
cuanto a sí ni en cuanto a lo que connota, y, por I o mismo,
universal en cuanto a los lugares, en cuanto a los tiempos y en cuanto
a los objetos. Pues lo que supo en un sitio, lo conoce en todas partes;
y lo que sabe una vez, lo sabe siempre; y lo mismo que conoce una cosa,
conoce también todas las cosas que se pueden saber. De
ahí que, puesto que las cosas que se pueden conocer no son tan
sólo los seres en acto, sino también los seres en
potencia, no siendo inconveniente admitir infinitas cosas en potencia,
tampoco es inconveniente admitir infinitas cosas que Dios conoce en
acto.- Y por esto está clara la respuesta a la cuestión y
a las objeciones.
Solución de las objeciones
1. A la objeción: Todo lo que se conoce es verdadero, etc., hay
que decir que hay dos clases de ciencia, la que causa las cosas y la
que es causada por las cosas. Lo sabido por la ciencia causada por las
cosas es verdadero en sí y en su efecto; en cambio, lo sabido
por la ciencia que causa las cosas es verdadero en causa y en potencia,
y esta verdad no lleva consigo un ente en acto, sino un ente en la
potencia de la causa; y por eso de esto no se sigue que, si Dios sabe
infinitas cosas, los entes son infinitos, sino que para Dios son
posibles infinitas cosas.
2. A la objeción: Dios juzga todas las cosas que conoce, etc.,
hay que decir que Dios, al conocer infinitas cosas, juzga que estas
cosas son infinitas absolutamente, pero finitas para Él, y esto
no es ilógico. Pues de la misma manera que no se sigue que, si
algo es infinito para un ser finito, es infinito absolutamente,
así tampoco se sigue que, si algo es finito para el ser
infinito, es finito absolutamente; y esto es lo que dice Agustín
en el texto citado.
3. A la objeción: Todo ser infinito es irrebasable, etc., hay
que decir que rebasable se puede decir en dos sentidos: primero, de un
modo discursivo que va de un extremo al otro, y en este sentido la
objeción es verdadera, y así la entiende el
Filósofo en el libro VI de la Física; segundo, por una
mirada de conjunto universal y plena de lo que es conocido por la
inteligencia; y de esta manera el ser infinito, al no ser
incomprensible para el ser infinito, no es irrebasable para él,
sino sólo para un ser finito.
4. A la objeción: Todas las cosas que sabe y conoce Dios las
conoce distintamente, etc., hay que decir que esa consecuencia falla
en: todas las cosas que distingue las cuenta, porque distinguir es
más que contar.- O di que todas las cosas que distingue las
cuenta con número finito o infinito; pero entonces no se sigue
que las mide, porque la medida se refiere sólo al número
finito.
5. A la objeción: Si Dios cuenta, cuenta con número par o
con número impar, etc., hay que decir que esa consecuencia es
falsa, porque el número infinito abarca el número par y
el impar. De ahí que, lo mismo que es falsa la siguiente
consecuencia: El hombre y el asno son animales, luego los dos son
racionales o irracionales, así también es falsa la
consecuencia anterior.
A la objeción: Todas las cosas que conoce Dios, las conoce
ordenadamente, etc., hay que decir que el conocimiento de Dios dice
relación al sujeto que conoce y al objeto conocido. En
relación con el sujeto que conoce, todo lo que conoce lo conoce
simultáneamente, lo mismo que dice simultáneamente y una
sola vez todo lo que dice; en cambio, en relación con el objeto
conocido digo que conoce ordenadamente; pero lo mismo que el objeto
conocido por Dios no es sólo presente, sino también
futuro y posible, así también aquel orden no es
sólo orden actual, sino también potencial, porque no
conoce las cosas ordenadamente sólo en el orden que Él ha
hecho, sino también en el orden que Él puede hacer.- Por
consiguiente lo que dice [la objeción] que todo orden tiene
primero y último, es verdad del orden actual, no del orden
potencial, como se ve claro en los números, que son infinitos, y
sin embargo son ordenados; pues tienen el orden posible y
también infinitud.
7. A la objeción: O sabe infinitas cosas para nosotros, etc.,
hay que decir que sabe infinitas cosas en sí, no ciertamente
infinitas en acto, pero sí en potencia; mas las cosas que
existen en potencia son conocidas por Dios en acto. De aquí que
la infinitud potencial en las cosas conocidas es suficiente para la
infinitud actual de la comprensión divina; por tanto, lo mismo
que la infinitud en potencia no repugna a la finitud en acto de la
criatura, así tampoco la infinitud en acto del conocimiento
divino repugna a la finitud de la criatura.
8. A la objeción: O sabe infinitas cosas en su causa, etc., hay
que decir que [lo son] de las dos maneras.- Y si objetas que en causa
son una sola cosa, no vale, porque, aunque el arte y la potencia sean
una sola, sin embargo son muchas las razones de las cosas que se deben
conocer. Si objetas que las cosas son finitas en su género
propio, eso es verdad con relación al ser que tienen; pero sin
embargo, con relación al ser que pueden tener son infinitas al
menos en potencia y, de esa manera, son conocidas por Dios como
infinitas, porque, como hemos dicho muchas veces, las cosas que existen
en potencia son conocidas por Dios en acto.
9. A la objeción: A o es Dios o algo distinto de Dios, hay que
decir que lo conocido por Dios unas veces significa la misma
razón de conocer, otras el objeto externo conocido. En el primer
sentido es Dios, porque, como dice Anselmo en el Monologio, "la
criatura en el Creador es la esencia creadora". En el segundo sentido
es algo distinto de Dios, pero entonces no se sigue que sea infinito en
acto, porque, para que las cosas conocidas por Dios en acto sean
infinitas, no es necesario que sean infinitas en acto, sino que basta
que sean infinitas en potencia en su género propio.
10. A la objeción: O A es igual a Dios, etc., hay que decir
según la distinción antes dicha que en el primer sentido
es lo mismo que Dios; en el segundo sentido es algo distinto de Dios,
porque, aunque tiene la infinitud en potencia, sin embargo no la tiene
en acto, y Dios la tiene en acto.
11. A la última objeción, sobre el poder de hacer y de
saber, y sobre el querer y el hacer, queda clara la respuesta a partir
de la solución principal.
CUESTIÓN II.
Si Dios conoce las cosas por sus semejanzas o por sus esencias
Una vez admitido que Dios conoce infinitas cosas, pregunto si conoce
las cosas que conoce por sus semejanzas o por su esencia. Parece que
las conoce por sus semejanzas:
Argumentos a favor
1. En primer lugar por la autoridad de la Escritura. Juan 1, [3-4]: Lo
que fue hecho en Él era vida; luego todas las cosas que fueron
hechas, antes existían en el conocimiento de Dios; luego
existían en Él o por semejanza 'o por verdad . Mas no
existían por verdad, puesto que todavía no existía
nada; por tanto existían por semejanza .
2. Agustín, en el libro VI de La Trinidad, dice que "el Hijo es
el arte plena de todas las razones vivas inmutables". Es así que
las razones en el arte no son otra cosa que las semejanzas de las cosas
llevadas a cabo y conocidas por el artífice; luego se sigue la
misma conclusión que en el número anterior.
3. Agustín en el libro IX de La Trinidad, capítulo 11,
dice: "Todo conocimiento a través de una imagen es semejante a
la cosa que él conoce". Pero el conocimiento divino, al no ser
por privación, es a través de una imagen; por
consiguiente, es necesario que sea semejante a la cosa que él
conoce. Mas no sería semejante si no tuviera la semejanza de la
cosa x; por tanto, etc.
4. El Filósofo dice "que el entendimiento en cierto modo es
todas las cosas" Es así que esto no es sino porque el que
entiende, por lo mismo que entiende se asemeja a la cosa entendida;
luego, si esto se puede decir del entender e general, si Dios entiende
y conoce algo, es necesario que tenga las semejanza de las cosas que
conoce; luego, etc.
5. Para conocer una cosa perfectamente es necesario que haya
adecuación del entendimiento con lo inteligible. Pero la cosa
creada no puede adecuarse al entendimiento creador por su propia
naturaleza, porque éste es simple y ella es compuesta; por
consiguiente es necesario que se le adecue por alguna semejanza simple
y separada de toda materia; en consecuencia, etc.
6. Dios conoce las cosas después que han sido hechas de la misma
manera que las conocía antes de que fueran hechas, porque el
conocimiento divino no cambia. Mas antes de que fueran hechas no
podía conocerlas por sus propia esencias; y las conocía o
por sus semejanzas o por sus esencias. Pero si no la conocía por
sus esencias, por tanto las conocía por sus semejanzas , y ahora
las conoce de la misma manera que entonces; en consecuencia, etc.
7. Dios actúa según un plano. Ahora bien, todo el que
actúa según un plan se hace primero una idea de lo que va
a hacer; y todo el que se hace una idea de algo, lo posee de alguna
manera o en su verdad o en su semejanza; luego, antes de que fueran
hechas las cosas no las poseía Dios en cuanto a sus esencia es
que las poseía en cuanto a sus semejanzas.
8. Dios es la causa ejemplar verdadera y propiamente, lo mismo que es
verdadera y propiamente causa eficiente y final . Es así que no
es causa ejemplar verdadera y propiamente sino el que tiene las
semejanzas de las cosas ejempladas, y por medio de dichas semejanzas
las conoce y las hace; luego lo mismo que pertenece a Dios la
razón de ejemplaridad, así también le pertenece la
razón de semejanza .
Dios es verdaderamente el espejo eterno que conduce al conocimiento de
toda otra cosa conocible. Mas el espejo no lleva al conocimiento de
otra cosa si no tiene su semejanza; por tanto se sigue lo mismo que en
el número anterior
10. Dios es verdadera y propiamente verbo. Pero el verbo es semejanza
de lo que se dice; por consiguiente, si el Hijo de Dios es el Verbo con
el cual se dicen todas las cosas , es necesario que en él
estén las semejanzas de todas las cosas que se han dicho.
11. A la perfección del conocimiento concurren dos cosas, la luz
y la semejanza. Ahora bien, la razón de la luz
perfectísima se da enteramente en el conocimiento divino ; luego
también se da la razón de la semejanza expresiva.
Argumentos en contra
1. Anselmo en el Monologio, capítulo 31, dice: "Es evidente que
en el Verbo, por medio del cual fueron hechas todas las cosas, no
está la semejanza de ellas, sino la verdadera y simple esencia"
; luego, si Dios no conoce por medio de algo que esté fuera de
Él, no conoce por la semejanza, sino más bien por la
esencia.
2. Dondequiera que hay semejanza, allí hay concordancia; y
dondequiera que hay concordancia, hay participación de una cosa
por parte de varios. Es así que Dios y la criatura no participan
de nada en común, porque entonces ese algo sería
más simple que el Creador; luego es imposible que haya alguna
semejanza en el Creador respecto a la criatura, o viceversa.
3. La semejanza es relación de equivalencia. Pero entre el
Creador y la criatura no puede haber ninguna relación de
equivalencia; por consiguiente tampoco puede haber semejanza.
4. Lo mismo que la igualdad se produce por la unidad en la cantidad,
así la semejanza se produce por la unidad en la cualidad. Mas
entre el Creador y la criatura de ninguna manera se encuentra igualdad
ni en sentido propio ni en sentido figurado; por tanto tampoco se
encuentra semejanza por la misma razón; o si se encuentra en
ellos semejanza y no igualdad, hay que preguntar por qué es
así.
5. Si hay alguna semejanza entre el Creador y la criatura, ésta
es mínima; luego si la semejanza es la razón de conocer,
hablando con propiedad, donde haya mayor semejanza, allí
habrá mayor razón de conocer, y donde mínima,
mínima; luego, si Dios conoce las cosas por las semejanzas, se
sigue de aquí que tendrá un conocimiento mínimo de
las cosas. Y decir esto es decir blasfemias.
6. Una criatura se asemeja a Dios más que otra; p.e., la que
existe, vive y siente, se asemeja más que la que solamente
existe; luego, si la mayor semejanza es mayor razón de conocer,
Dios conoce a una criatura más que a otra.
7. Si nuestro entendimiento estuviera totalmente en acto, no
necesitaría la semejanza; luego, como el entendimiento divino
está totalmente en acto, y es luz respecto a todo lo conocible ,
parece que para que Dios conozca no se requiere ninguna razón de
semejanza.
8. La semejanza es la razón que conduce a otra cosa, a saber, a
la cosa de la cual es semejanza. Ahora bien, donde hay tal
conducción allí hay deducción y comparación
de la razón, y esto no va de ninguna manera con el conocimiento
divino; luego tampoco la razón de semejanza.
9. La verdad es la razón de conocer; consecuentemente, en el
mejor conocimiento se da de la mejor manera la búsqueda de la
verdad. Pero la verdad se da mejor en la misma cosa que en su
semejanza; por consiguiente, si el conocimiento divino es el más
noble, no conoce las cosas por sus semejanzas, sino por sus esencias.
10. Dice el Filósofo en el libro III Sobre el alma: "En los
seres inmateriales es la misma cosa lo que se entiende y el medio con
el que se entiende". Ahora bien, Dios es totalmente inmaterial; luego
lo que Dios conoce y el medio con que conoce es lo mismo. Mas Dios
conoce cosas exteriores a Él; por tanto las conoce por sus
esencias, no por algunas semejanzas.
11. Dondequiera que hay unión inmediata e indivisa entre el que
conoce y lo conocible, no hay necesidad de semejanza. Es así que
Dios está en lo más íntimo de cualquier criatura;
luego para conocerla no necesita ninguna semejanza
12. El conocimiento por esencia es más noble que el conocimiento
por semejanza, y esto es evidente, porque este modo de conocer
pertenece al tercer cielo, como dice Agustín en el Comentario
literal al Génesis, XII; luego, si hay que atribuir a Dios las
cosas más nobles, parece que es más conveniente admitir
que Dios conozca por las esencias que no por las semejanzas.
13. Cuanto más noble es el conocimiento tanto más
inmediata es la conjunción y la unión del que conoce con
lo conocible. Es así que el conocimiento divino tiene la nobleza
absoluta ; luego tiene también la unión más
perfecta. Pero la conjunción y la unión es más
inmediata cuando el que conoce se une al conocible en cuanto a su
esencia que cuando se une en cuanto a su semejanza; por consiguiente,
etc.
Conclusión
Dios conoce las cosas por medio de las razones eternas, que son las
semejanzas ejemplares de las cosas, y las representan y expresan de la
manera más perfecta, y son esencialmente lo mismo que es el
mismo Dios
Respondo:
Hay que decir que, según dicen Dionisio y Agustín en
muchos lugares, Dios conoce las cosas por medio de las razones eternas.
En efecto, dice Dionisio, Los nombres de Dios, V: "Decimos que las
ideas ejemplares son las razones que dan el ser a la realidad existente
en Dios, razones que preexisten singularmente en Él y que la
teología llama predefiniciones y voluntades divinas y buenas que
determinan y hacen las cosas que existen, según las cuales la
existencia sobresustancial ha predeterminado y producido todas las
cosas" .
Asimismo Agustín, cerca del principio de las Confesiones, I,
hablando a Dios, dice así: "Eres Dios y Señor de todo lo
que has creado, y en ti están estables las causas de todas las
cosas inestables, y permanecen inmutables los orígenes de todas
las cosas mudables, y viven sempiternas las razones de todos los seres
irracionales y temporales".- Y en La Ciudad de Dios, XI, 10, dice lo
mismo: "No hay muchas sino una sola Sabiduría, y en ella hay
infinitas cosas y tesoros finitos para ella de las cosas inteligibles,
en los cuales están todas las razones invisibles e inmutables de
las cosas, incluso de las cosas visibles y mudables, que han sido
hechas por ella, porque Dios no ha hecho nada sin saberlo...
Mas estas razones eternas no son las verdaderas esencias y las
naturalezas esenciales de las cosas, ya que no son algo distinto del
Creador, y la criatura y el Creador tienen necesariamente esencias
diferentes. Por tanto es necesario que sean las formas ejemplares y,
consiguientemente, las semejanzas representativas de las propias cosas;
y por eso son las razones del conocer, porque el conocimiento, por el
mismo hecho de ser conocimiento, dice asimilación y
expresión entre el que conoce y el conocible. Y por tanto hay
que admitir, según lo que dicen los Santos y demuestran los
argumentos de razón, que Dios conoce las cosas por medio de las
semejanzas de ellas.
Para entender esta cuestión y sus objeciones hay que tener en
cuenta que semejanza se dice en dos sentidos: primero, por la
concordancia de dos cosas con una tercera, y en este sentido se dice
que "semejanza es la misma cualidad de cosas diferentes". Segundo, se
dice semejanza porque una cosa es semejanza de otra, y esto es de dos
maneras: una es la semejanza por imitación, y así la
criatura es semejanza del Creador; y otra es la semejanza ejemplar, y
así en el Creador la idea ejemplar es semejanza de la criatura.
Mas de las dos maneras dicha semejanza, la imitativa y la ejemplar, es
exprimente y expresiva, y esta es la semejanza que se requiere para
tener un conocimiento de las cosas
Pero hay un conocimiento que causa las cosas, y otro que es causado por
las cosas. Para el conocimiento causado por las cosas se requiere la
semejanza imitativa, y esta semejanza viene del exterior, y por eso
supone en el entendimiento que conoce alguna composición y
adición, y de ahí es que sea señal de
imperfección.
Mas para el conocimiento que causa las cosas se requiere semejanza
ejemplar, y ésta no viene del exterior ni implica alguna
composición ni atestigua alguna imperfección, sino
absoluta perfección. En efecto, como el propio entendimiento
divino es la luz suma y la verdad plena y el acto puro ; lo mismo que
el poder divino al causar las cosas es suficiente por sí mismo
para producirlas todas, así la luz y la verdad divina lo son
para expresarlas todas; y porque el expresar es un acto
intrínseco, por eso es eterno; y porque la expresión es
una especie de asimilación, por eso el entendimiento divino, al
expresar eternalmente todas las cosas con su suma verdad, tiene
eternalmente las semejanzas ejemplares de todas las cosas, que no son
algo distinto de él, sino lo que él es esencialmente.
Además, porque el entendimiento divino expresa en cuanto es la
luz suma y el acto puro, por eso expresa de la forma más clara,
precisa y perfecta, y por ello de forma adecuada y conforme a la
intencionalidad propia de una plena semejanza. De ahí es que
conoce todas las cosas con la máxima perfección,
distinción e integridad.
Visto esto, es fácil responder a las objeciones.
Solución de las objeciones
1. A la objeción basada en Anselmo hay que decir que él
habla allí de la semejanza que es causada por la verdad de la
cosa. Por tanto toma allí semejanza con el significado de
imitación, más bien que de ejemplaridad. Y en este
sentido la semejanza se pone en la cosa producida respecto al que la
produce y no al revés, como dice después. En el otro
sentido nada impide que se ponga en el que la produce respecto de la
cosa producida.
2. A la objeción: Dondequiera que hay semejanza, allí hay
concordancia..., hay que decir que la semejanza que es concordancia de
dos en un tercero, no se admite en Dios respecto de la criatura. Pero
la semejanza por la cual se dice que una cosa es imitación de
otra sí está bien ponerla en la criatura respecto del
Creador, y la semejanza por la cual se dice que una cosa es causa
ejemplar de otra, también está bien ponerla en el Creador
respecto a la criatura. Pues para esta semejanza no se requiere
concordancia por la participación de algo común, sino que
basta la concordancia de orden según la razón de causante
y causado, del que expresa y lo expresado.
A la objeción: La semejanza es relación de equivalencia,
etc., hay que decir que es verdad si se habla de la semejanza que es
causada por la concordancia de un tercer elemento participado. Y
aquí no la empleamos en este sentido. Y por esto está
clara la respuesta a la objeción acerca de la igualdad.
Sin embargo a la pregunta por qué la igualdad no es en alguna
manera como la semejanza, hay que decir que la igualdad implica
conmensuración, que no puede existir de ninguna manera entre el
ser finito y el infinito; la semejanza, en cambio, dice
expresión, y ésta sí puede existir entre el
Creador y la criatura. De ahí que como no hay consecuencia al
decir: Esto no es igual que aquello, luego no lo imita o no lo tiene
por modelo; así tampoco hay consecuencia en la objeción.
A la objeción: Si hay alguna semejanza entre el Creador y la
criatura, ésta es mínima, etc., está clara la
respuesta: La semejanza por participación no sólo es
mínima, sino que no existe. Mas la semejanza por
imitación es mayor o menor en la criatura según que ella
se acerque más o menos a la bondad de Dios. Y la semejanza
ejemplar y expresiva es suma en el Creador respecto a toda criatura,
porque la misma verdad, por ser la luz suma, expresa en grado sumo
todas las cosas. Y por eso no se sigue que Dios conozca a una criatura
más que a otra.
A la objeción: Una criatura se asemeja a Dios más que
otra, está igualmente clara la respuesta. En efecto, esto es
verdad si hablamos de la semejanza imitativa por parte de la criatura;
pero ésta no es la razón del conocimiento de Dios, sino
la semejanza ejemplar, la cual expresa en grado sumo e igualmente todas
las cosas.
A la objeción: Si nuestro entendimiento estuviera totalmente en
acto, no necesitaría la semejanza, etc., hay que decir que es
verdad que no necesitaría semejanza tomada o recibida del
exterior, pero sin embargo él se emplearía a sí
mismo como semejanza para conocer las otras cosas. Y de esta manera y
no de otra decimos que hay semejanza en el conocimiento divino.
8. A la objeción: La semejanza es la razón que conduce a
otra cosa, hay que decir que es verdad acerca de la semejanza que
depende de la realidad exterior; acerca de [loa] la otra semejanza no
es verdad que obre a manera de deducción y camino, sino
sólo a manera de luz que expresa perfectamente y aquieta al
mismo que conoce.
9. A la objeción: La verdad es la razón de conocer, etc.,
hay que decir que verdad se dice en dos sentidos. Primero, la verdad es
lo mismo que la entidad de la cosa, según lo que dice
Agustín en los Soliloquios, que "lo que es la verdad" . Segundo,
la verdad es la luz expresiva en el conocimiento intelectual,
según lo que dice Anselmo en el libro De la verdad, que "la
verdad es una rectitud que se puede percibir sólo con la mente".
En el primer sentido la verdad es la razón del conocer, pero
remota; en el segundo es la razón próxima e inmediata del
conocer. Por consiguiente, cuando se dice que la verdad se da mejor en
la misma entidad de la cosa que en su semejanza, es verdad si se trata
de la verdad en el primer sentido, pero no en el segundo. Pero la
verdad que es razón próxima e inmediata del conocer,
ésa se da mejor en la semejanza que hay en el entendimiento,
sobre todo y principalmente en aquella semejanza que es ejemplar de las
cosas; pues la semejanza ejemplar expresa la cosa más
perfectamente que la propia cosa causada se expresa a sí misma y
por eso Dios conoce las cosas por aquellas semejanzas más
perfectamente que las conocería por sus propias esencias. Y los
ángeles conocen las cosas en el Verbo más perfectamente
que en su género propio. Por lo cual también
Agustín dice frecuentemente que el conocimiento en el Verbo se
asemeja a la luz del día. en cambio el conocimiento en el
género propio se asemeja al oscurecer, porque toda criatura es
tiniebla respecto de la luz divina.
10. A la objeción: En los seres inmateriales no se
diferencia..., hay que decir que esta afirmación no se refiere
sólo a los seres inmateriales inteligentes, sino también
a los inteligibles, puesto que cuando un ser inmaterial conoce a otro
ser inmaterial, entonces será el mismo el que conoce y el medio
con el que se conoce; y esto no siempre, sino cuando el entendimiento
reflexiona sobre sí mismo. Y esto tiene lugar cuando Dios se
conoce a sí mismo ; mas no cuando conoce a la criatura, porque,
aunque Dios es inmaterial, no son inmateriales las cosas conocidas.
11. A la objeción: Donde existe unión inmediata entre el
que conoce y el conocible..., hay que decir que la unión entre
el que conoce y el conocible puede ser de dos maneras: o por
razón del ser y del conservar y del causar, o por razón
del conocer y la unión por razón del causar es inmediata
cuando la causa produce y causa y obtiene el efecto inmediatamente; en
cambio, la unión por razón del conocer es inmediata
cuando el que conoce al ser conocible o por la esencia del mismo que
conoce o por la esencia del ser conocido; y entonces no hay necesidad
de semejanza intermedia, diferente de los dos extremos. No obstante, la
misma esencia, en cuanto es razón del conocer, tiene
razón de semejanza, y en este sentido admitimos la semejanza en
el conocimiento divino, el cual no es otra cosa que la misma esencia
del que conoce .
12. A la objeción: El conocimiento por esencia es más
noble que el conocimiento por semejanza, hay que decir que es verdad si
se trata de la semejanza abstracta y causada por la misma esencia de la
cosa, y una tal semejanza se requiere para el conocimiento causado.
Pero no es verdad si se trata de la semejanza que es lo mismo que la
esencia del que conoce. Pues el conocimiento en el cual el que conoce
hace uso de sí mismo como semejanza para conocer alguna cosa es
más perfecto que el conocimiento en el cual el que conoce recibe
algo de parte de la cosa conocida.
13. A la objeción: Cuanto más noble es el conocimiento
tanto más inmediata es la conjunción y la unión
entre el que conoce y lo conocible, ya está clara la respuesta:
porque la semejanza, que no es otra cosa que el mismo sujeto que
conoce, no establece distancia alguna irreal ni tampoco de
razón, porque el sujeto que conoce en cuanto conoce dice
razón de semejanza; y por eso la semejanza que es la
razón del conocer, no sale en absoluto fuera de la razón
del sujeto que conoce y del objeto conocible.
CUESTIÓN III.
Si Dios conoce las cosas por semejanzas realmente diferentes
Admitido que Dios conoce las cosas por semejanzas ejemplares, se
plantea la cuestión si las conoce por semejanzas realmente
diferentes. Y parece que sí:
Argumentos a favor
1. Por la autoridad. Agustín, ochenta y tres cuestiones
diversas, en la cuestión sobre las ideas: "Si no puede decirse o
creerse rectamente que Dios ha creado todas las cosas irracionalmente,
hay que decir que todas las cosas han sido creadas con una
razón, y el hombre no con la misma razón que el caballo,
pues es absurdo pensar esto; por consiguiente, cada cosa ha sido creada
con su propia razón".
2. En el mismo pasaje: "Las ideas son formas inmutables, que
están contenidas en la inteligencia divina". Es así que
toda forma es una realidad; luego, si hay muchas formas, hay muchas
realidades; por tanto, si hay muchas ideas, es necesario que sean
realmente diferentes.
3. Dionisio en Los nombres de Dios, V: "Decimos que las ideas
ejemplares son en Dios las razones que dan el ser a las cosas que
existen, y que tales razones preexisten singularmente, y la
Teología las llama predeterminaciones". Mas las razones que dan
el ser a las diversas cosas son también diversas; por tanto, al
ser diversas realmente las cosas creadas, es necesario que las razones
que les dan el ser sean realmente distintas.
4. El Filósofo en el libro VII de la Metafísica: "Todo el
que obra por medio de un modelo, al final de la operación es
forma de la cosa hecha". Pero Dios obra según un modelo; por
consiguiente, si las formas que llevan a efecto las cosas creadas
tienen diferencia real, es necesario que las razones ejemplares tengan
diversidad real.
5. Esto mismo parece por la razón. Dios obra según un
plan. Ahora bien, el que obra según un plan no produce las cosas
si no las tiene en sí; luego, si produce diversidad de cosas, es
necesario que las tenga en sí bajo razón de diversidad.
Es así que no las tiene sino por medio de las razones de ellas;
luego es necesario que las razones de las cosas sean realmente diversas.
6. Todo lo que tienen las cosas lo reciben de Dios; luego, como tienen
diversidad entre sí, la reciben de aquel nobilísimo arte;
por tanto, si la reciben de Él, es necesario que se encuentre en
Él. Pero no está en Él si no es en las razones
ejemplares; por consiguiente es necesario que éstas se distingan
realmente.
7. Los efectos opuestos tienen causas próximas opuestas y que
los producen inmediata y uniformemente. Mas las razones ejemplares de
las cosas son sus causas próximas y que las producen inmediata y
uniformemente; por tanto, como son causas de cosas no sólo
diversas, sino también opuestas, es necesario que no sólo
se distingan realmente, sino también que se opongan entre
sí.
8. Como dice Boecio: "El número fue el principal modelo en la
mente del Creador"; y Agustín dice en el libro II de El libre
albedrío que número y sabiduría son la misma cosa;
y es opinión común que no se encuentra en Dios el
número ejemplar sino en relación a las razones
ejemplares. Luego, si el número establece verdadera pluralidad y
en esas razones ejemplares hay verdadera y propiamente razón de
número, se sigue que en ellas hay verdadera y propiamente
diversidad real.
9. A la perfección del conocimiento pertenece conocer
distintamente; luego el conocimiento más perfecto conoce con la
máxima distinción. Ahora bien, Dios no conoce las cosas
sino del modo como las tiene en sí; por consiguiente, es
necesario que las tenga en sí con la máxima
distinción. Mas no las tiene sino por medio de sus razones; por
tanto es necesario que esas razones sean distintísimas; en
consecuencia, tienen en Él no sólo distinción de
razón, sino también distinción real.
10. Dios no conoce de distinta manera las cosas que hay dentro
Él y las que hay fuera de Él; al contrario, las conoce
uniformemente. Pero las cosas exteriores las conoce con
distinción real; por consiguiente también las que hay
dentro de Él. Es así que conoce estas cosas de la misma
manera que las tiene; luego las tiene en su mente como realmente
distintas.
11. Lo semejante se conoce por medio de su semejante. Esto es verdad
por sí mismo, pues dice Agustín, La Trinidad, IX "Todo
conocimiento por medio de una imagen es semejante a la cosa que se
conoce". Luego, argumentando a la inversa, lo desemejante se conoce por
medio de su desemejante. Mas las cosas desemejantes son conocidas
realmente; por tanto las razones de conocerlas son también
realmente desemejantes; en consecuencia también realmente
diferentes.
12. Lo que es semejante a uno de los opuestos en cuanto tal es
desemejante a su opuesto; luego, si la idea de blanco es semejante a
una cosa blanca, es desemejante a una cosa negra, y por la misma
razón la idea de negro es desemejante a una cosa blanca; en
consecuencia, es necesario que las ideas de blanco y de negro sean
desemejantes entre si; por tanto también realmente diferentes.
13. La idea es semejanza; por tanto o es semejanza total o es semejanza
parcial. Si es semejanza parcial, se sigue que por medio de ella la
cosa no es nunca conocida totalmente. Si es semejanza total, las cosas
que son totalmente semejantes a otra, no son desemejantes en nada;
luego, si en la realidad fuera una la semejanza de las criaturas,
sería imposible que fueran realmente diferentes. Pero consta que
son realmente diferentes; por consiguiente, es necesario que les
corresponda diferencia real de las semejanzas ejemplares.
14. La razón ejemplar es semejanza de la cosa conocida; por
tanto es semejanza común o propia. Si es común, se sigue
que por medio de ella no se conocen las propiedades de las cosas. Si es
propia, las semejanzas propias se multiplican según la
pluralidad de las cosas; por consiguiente, si las cosas creadas son
realmente diversas, es necesario que sus semejanzas sean también
realmente diferentes entre sí.
15. Llámese A la razón con fue hecho el hombre; B la
razón con que fue hecho el asno. Es evidente que A no es B.
Luego, si en Dios aquellas cosas, de las cuales la una no se predica de
la otra, se distinguen con distinción real y no sólo con
distinción de razón, parece que son realmente diversas.
La menor es evidente, porque aunque la bondad, la sabiduría y el
poder sean diferentes con distinción de razón, sin
embargo se predican mutuamente la una de la otra.
16. A no es la semejanza del asno, ni B la semejanza del hombre; luego
A en alguna manera se acerca más al hombre que al asno. Pero
esto no sena así si no estuviera en cierto modo más
acorde con el hombre que B, y esto no sería posible, si de
alguna forma A no tuviera diferencia real con B; por consiguiente, etc.
17. Si estas razones ideales son múltiples con distinción
de razón, o responde algo a esa razón o no responde nada.
Si no responde nada, es que es vana. Si responde algo, entonces es
necesario en alguna manera que en estas razones haya diferencia real.
18. Estas razones o se diferencian por razón de lo que connotan
o por razón de sí mismas. Si se diferencian por
razón de lo que connotan, se sigue que, siendo esto temporal, lo
temporal será causa de lo eterno. Si se diferencian por
razón de sí mismas, las cosas que se distinguen por
sí mismas, son realmente diferentes; luego estas razones son
realmente diferentes.
19. Si estas razones se diferencian por razón de la cosa que
connotan, luego, como el Verbo connota el efecto más que lo
connota la razón o la idea, porque, como se dice en las ochenta
y tres cuestiones diversas, "el Verbo dice potencia operativa", parece
que, si éste fuera la causa, se diría que en Dios hay
muchos Verbos. Ahora bien, consta que esto es falso; por tanto, para
que se diga que hay muchas razones no es suficiente la diferencia de
las cosas connotadas.
20. Las cosas han sido causadas por las razones ejemplares y no a la
inversa; luego la pluralidad de las razones es anterior a la pluralidad
de las cosas connotadas; por consiguiente, si se multiplican las
razones, esto no lo hace la diferencia de las cosas connotadas; por lo
tanto, es necesario que se distingan realmente por sí mismas.
21. La pluralidad de Personas en Dios es más importante que la
pluralidad de las ideas o razones. Mas la diferencia real de las
Personas no repugna a la simplicidad de Dios; por tanto, tampoco la
pluralidad real de las razones ideales; en consecuencia, si los Santos
dicen que éstas son muchas, parece que hay que confesar que
éstas son realmente diferentes.
Argumentos en contra
1. Dionisio en el capítulo V de Los nombres de Dios, hablando de
Dios dice así: "[Dios] tiene en sí previamente todas las
cosas según la excelencia única de su simplicidad,
rechazando toda duplicidad". Ahora bien, si Dios tiene en sí
previamente las cosas por las razones de las cosas, también
ellas rehúyen toda duplicidad; luego no tienen diversidad real.
2. Y en el mismo pasaje: "Un solo sol contiene previamente en sí
mismo uniformemente las causas de las muchas cosas que participan de
él; con mucha mayor razón hay que conceder que en la
causa del sol y de todas las cosas preexisten las ideas ejemplares de
todo lo que existe a manera de una unión supersustancial". Pero
esto no sería así si esas razones fueran realmente
distintas; por consiguiente, no tienen diversidad real.
3. Agustín en el libro VI de La Trinidad, capítulo 10:
"El Hijo es el arte del omnipotente que contiene todas las razones de
los seres vivos, y todas las cosas son en él una sola cosa". Mas
esto no sería así, si esas razones fueran realmente
diversas; por tanto necesariamente son realmente indistintas.
4. Esto mismo demuestra Dionisio en el capítulo V de Los nombres
de Dios, con el siguiente razonamiento: Todas las líneas
están originalmente en el punto y todos los números en la
unidad. Y sin embargo por esto no se pone en el punto y en la unidad la
diversidad real de las criaturas; luego tampoco en la causa suprema.
5. No hay estabilidad sino en la unidad. Pero en cualquier
género de causa es necesario tener estabilidad; por
consiguiente, Si Dios es la causa ejemplar en la cual está la
estabilidad de todas las causas formales, es necesario que [la causa
ejemplar] tenga una absoluta unidad real.
6. Hay que atribuir a Dios lo que es más perfecto. Es así
que es más perfecto conocer muchas cosas con un solo medio que
conocer muchas con muchos medios; luego...
7. El conocimiento divino es infinito; por tanto no está
restringido ni limitado en modo alguno; por consiguiente tampoco la
razón del conocer está en Dios limitada de ningún
modo. Es así que, si para conocer muchas cosas se necesitaran
muchas razones realmente diferentes, entonces el conocimiento de Dios
estaría de algún modo limitado y restringido; luego, si
es imposible admitir esto, es imposible que esas razones sean realmente
diversas.
8. La razón de conocer en Dios indica algo esencial, porque es
común a las tres Personas. Mas las cosas esenciales en Dios no
son en modo alguno múltiples realmente, porque, si fueran
realmente múltiples, habría en Dios muchas esencias, y
esto es imposible; por tanto es imposible que las razones ejemplares
sean realmente diferentes.
9. Todas las cosas que se distinguen realmente se distinguen o por su
origen o por su cualidad, como dice Ricardo. Pero las razones
ejemplares no pueden distinguirse por su cualidad, porque tal
distinción no cabe en Dios; ni por su origen, porque no procede
una de otra; por consiguiente es imposible que sean realmente distintas.
10. Las razones eternas producen las cosas; ahora bien, o son solamente
productoras o productoras y producidas. Si son productoras y
producidas, como el que produce y lo producido se distinguen realmente,
esas razones se distinguirían realmente de Dios, porque es
imposible admitir otro que las produzca; luego no serían el
mismo Dios, ni Dios conocerla las cosas por sí mismo; lo cual es
imposible. Si son solamente productoras, entonces tienen razón
de único principio. Mas tal principio es el primer principio, y
el primer principio no es sino únicamente uno, por tanto es
imposible que las razones eternas se distingan realmente.
11. La razón ejemplar designa aquello por lo cual una cosa es
conocida. Es así que aquello por lo cual una cosa es conocida no
es sino la forma; luego, si Dios conociera las cosas por razones
ejemplares realmente diferentes, sería necesario que el mismo
ser divino fuera multiforme. Pero esto es totalmente imposible; por
consiguiente, lo primero también.
12. Supongamos que [las razones ejemplares] se distinguen realmente.
Como hay cosas que tenemos que disfrutar, y las cosas que tenemos que
disfrutar nos hacen bienaventurados, nadie sería bienaventurado
si no conociera todas las razones ejemplares, de la misma manera que no
es bienaventurado nadie que no tenga conocimiento de alguna de las tres
Personas. Mas esto es falso y absurdo; por tanto, también lo
primero.
13. La razón ideal en Dios no designa algo inherente, sino
más bien alguna sustancia estable por si misma, como es el
Verbo; luego, si hubiera en Dios muchas razones realmente diferentes,
habría en Él tantas sustancias estables por sí
mismas como razones; por consiguiente, habría tantas personas
divinas o esencias como ideas. Mas esto es falso y contrario a la fe;
por tanto, es erróneo decir que las razones ideales son
realmente diferentes.
14. Si [las razones ejemplares] son realmente diferentes, o lo son como
cosas absolutas o como relaciones. Pero no lo son como relaciones,
porque ninguna relación recibe el nombre de aquello a lo que se
refiere, sobre todo en la relación que implica superioridad,
sino que la razón ejemplar del hombre es el propio hombre; por
consiguiente la razón ideal en Dios no está impuesta por
una relación real. Por tanto, si son muchas realmente, lo son
como formas absolutas; en consecuencia, si esto es imposible, es
imposible que esas razones sean realmente diferentes.
15. Si [las razones ejemplares] se distinguen realmente como relaciones
reales diversas, puesto que en una relación real los
términos relativos son simultáneos por naturaleza,
serían simultáneos por naturaleza la idea y lo ideado;
luego también el Creador y la criatura. Es así que esto
es totalmente absurdo; luego es imposible que las razones ejemplares
sean diversas como relaciones reales diversas; ni tampoco como cosas
absolutas diversas, como es evidente; por consiguiente, no tienen
ninguna diversidad real.
16. Toda diversidad real hace que haya dos esencias distintas o dos
personas distintas o dos cualidades distintas. Mas ninguna de estas
tres cosas se puede decir de las razones eternas, porque no hay no hay
en ellas diversidad esencial ni personal ni accidental; por tanto no
hay en modo alguno distinción o diferencia real.
Conclusión
Dios conoce las cosas en sí mismo por medio de una semejanza que
expresa todas las cosas, de manera que las razones ideales no se
multiplican en Dios realmente, sino sólo como entes de
razón
Respondo:
Para entender lo anterior hay que tener en cuenta que Dios conoce sin
duda alguna las cosas, y que las conoce en sí mismo, y que las
conoce en sí mismo como por medio de una semejanza, y que esa
semejanza en que las conoce no es una semejanza recibida del exterior
ni una semejanza por concordancia con alguna tercera naturaleza, sino
que esa semejanza no es otra cosa que la misma verdad expresiva, como
quedó demostrado en la cuestión anterior. Por tanto,
decir que Dios conoce las cosas por sí mismo como por medio de
una semejanza es lo mismo que decir que Dios conoce las cosas por
sí mismo como verdad o como luz suprema que expresa las
demás cosas. Y como la verdad divina es poderosísima para
expresar todas las cosas totalmente, de la misma manera que el poder
divino [es poderosísimo] para crear todas las cosas totalmente,
por eso Dios conoce por sf mismo como verdad que expresa totalmente
toda la variedad de las cosas. y la verdad divina tiene poder, aunque
sea una sola, para expresar todas las cosas a manera de semejanza
ejemplar, porque ella está absolutamente fuera del género
y no está limitada en nada; ella es también acto puro, en
cambio las demás cosas con relación a ella son materiales
y posibles. Por tanto, como lo que es uno en cuanto a la forma puede
asemejarse a muchas cosas en cuanto a la materia, como queda patente en
la blancura en el hombre y en la piedra; como la misma Verdad se
relaciona sin diferencia con todas las cosas, y las demás cosas
son para ella materiales, ella como acto puro puede ser semejanza que
expresa todas las cosas.
Mas en esta expresión se deben entender tres cosas: la misma
verdad, la misma expresión y la misma cosa expresada. La verdad
que expresa [las cosas] es una sola real y conceptualmente; las cosas
que son expresadas son multiformes actual o posiblemente, y la
expresión considerada en sí misma no es sino la misma
verdad; mas considerada en relación a su finalidad, está
relacionada con las cosas que son expresadas. De aquí que la
expresión de varias cosas en la verdad divina o por la verdad
divina, si la consideramos en sí misma, no son varias cosas;
pero, si la consideramos en relación a su finalidad, decimos que
es múltiple, porque expresar a un hombre no es expresar a un
asno, como predestinar a Pedro no es predestinar a Pablo, ni crear a un
hombre es crear a un ángel, aunque el acto divino sea uno solo.
Por tanto, como las razones ideales designan las mismas expresiones de
la verdad divina con relación a las cosas, por eso se dice que
son múltiples no según lo que significan, sino
según lo que connotan; no según lo que son, sino
según aquello para lo que son o con lo que se comparan. y como
[dichas razones] no se relacionan con las cosas según una
relación real que hay en Dios, porque Dios no se relaciona
realmente con nada exterior, sino sólo según nuestra
manera de entender, a la cual corresponde una relación real en
acto o en potencia de parte de las cosas, por eso hay que decir que las
razones ideales se multiplican en Dios no realmente, sino según
razón, y esta razón no es sólo de parte del que
entiende, sino también de parte de la cosa entendida.
Totalmente semejante a esto no se encuentra nada en la creación;
pero, si se pensara por un imposible que la luz es idéntica a su
iluminación e irradiación, podríamos decir que una
misma luz y antorcha tendría muchas irradiaciones, porque
irradiación quiere decir dirección diametral u ortogonal
de la misma antorcha; por lo cual se diría que diversos cuerpos
iluminados reciben muchos rayos luminosos, pero en una sola luz y en
una sola antorcha.
Así también en el tema propuesto hay que entender que la
misma verdad divina es la luz, y sus expresiones son respecto a las
criaturas como rayos luminosos, aunque intrínsecos, que llevan y
dirigen de manera determinada a aquello que expresan.
Y esto es lo que dice Dionisio en el capítulo VII de Los nombres
de Dios: "El entendimiento divino no conoce las cosas
expresándolas a partir de las cosas, sino que a partir de
sí mismo y en sí mismo, en cuanto es causa de todas las
cosas, tiene previamente y concibe previamente la noticia y la ciencia
y la sustancia de las mismas, no porque se meta en cada cosa por medio
de la idea, es decir, no por medio de ideas realmente diferentes, sino
porque conoce y contiene todas las cosas como su única
excelencia causal; de la misma manera que la luz en cuanto causa ha
recibido de antemano en sí misma conocimiento. Las tinieblas, no
conociendo las tinieblas por otro hecho que por la falta de luz. Por
consiguiente, la divina sabiduría, al conocerse a sí
misma, conoce todas las cosas materiales de manera inmaterial, y las
divisibles de manera indivisible, y las múltiples de manera
singular, conociendo y produciendo todas las cosas en su misma unidad".
En esto muestra claramente Dionisio que en la razón del
conocimiento divino no es posible la pluralidad real, porque esto
disminuiría la perfección del conocimiento divino. Y esto
mismo lo demuestra más perfectamente en el capítulo 5,
como he citado más arriba, y por eso se deben admitir los
argumentos que se han expuesto a favor de esta solución.
Solución de las objeciones
1. Por tanto, a la primera objeción tomada de Agustín: El
hombre ha sido creado con una razón y el caballo con otra, etc.,
hay que decir que la otreidad aquí no significa diferencia real,
sino solamente diferencia de razón.
2. A la objeción: La idea es forma y realidad, etc., hay que
decir que la idea significa realidad y significa modo de la realidad,
pues significa forma comparada a lo que ella expresa, y que no se
multiplica en cuanto significa realidad, sino en cuanto significa modo
de la realidad; y por eso cuando la objeción pasa de la
pluralidad de las ideas a la pluralidad de las cosas en Dios, pasa de
la pluralidad del modo a la pluralidad de la realidad; y por eso yerra
en cuanto a un elemento accidental o en cuanto al modo de expresarse.
A la objeción: Según Dionisio las ideas ejemplares son
principios que dan el ser, hay que decir que se dice que dan el ser o
porque subsisten en sí mismas o porque producen las sustancias
de las cosas o porque expresan las sustancias de las cosas, no porque
sean las sustancias o esencias de las mismas cosas. Y aunque las
esencias de las mismas cosas se multipliquen en las cosas porque son
intrínsecas a las mismas cosas, sin embargo no se sigue que sean
múltiples sus razones ejemplares, porque no entran en la
constitución de las cosas.
4. A la objeción: El que obra según un modelo es forma de
la cosa hecha, hay que decir que eso se entiende del que obra
según un modelo y que es dirigido y regulado por el mismo
modelo, como es el agente creado; y ni siquiera se entiende propiamente
que él sea en verdad forma de la cosa producida, sino que
él tiene en si algo que tiene la semejanza de la cosa que ha de
producir, como el médico que cuando cura tiene antes en su mente
y en su arte la curación que después realiza. Así
la argumentación falla por dos lados.
5. A la objeción: El que obra según un plan no produce
las cosas, si no las tiene en sí, hay que decir que no es
necesario que las tenga realmente, sino en semejanza, y esta semejanza
no es necesario que sea en todo conforme a las cosas de las que es
semejanza. Así es evidente que la razón o idea de las
cosas materiales es inmaterial, la de las cosas corruptibles es
incorruptible, y por eso la idea de muchas cosas puede ser uniforme y
la de las cosas diferentes ser única. Por eso no se sigue que,
si la pluralidad es representada por las mismas ideas ejemplares, ellas
tengan que ser muchas en realidad, como no se sigue que las ideas
ejemplares de los seres materiales sean materiales.
6. A la objeción: Todo lo que tienen las cosas lo reciben de
Dios, hay que decir que lo reciben de Él como del que puede
hacer algo de la nada, no en el sentido de que reciban algo de su
sustancia. Por eso, si la criatura tiene algo en su género
propio, no se sigue que sea necesario que ello se encuentre en acto en
el que se lo da; sino que basta que se encuentre solamente según
el poder eficiente o la ejemplaridad representativa.
7. A la objeción: Los efectos opuestos tienen causas
próximas opuestas, etc., hay que decir que es verdad en las
causas limitadas que no producen efectos múltiples sino por
principios múltiples; y por lo mismo no producen efectos
opuestos sino por principios opuestos. Pero no es verdad en la causa de
las causas, la cual no tiene ninguna restricción o
limitación, sino libertad absoluta respecto a los efectos que ha
de producir, por diferentes que sean.
8. A la objeción: El número fue el principal modelo en la
mente del Creador, hay que decir que esto se dice no porque en Dios
haya propiamente número, ya que el número resulta de la
suma de las diversas unidades, sino porque el propio Dios conoce el
número, según el cual son reguladas todas las
proporciones de las cosas que ha de crear.
O si se dice en alguna parte que en Dios hay un número de ideas,
este número se aparta del concepto de número propiamente
dicho, como el número de las tres Personas, que no resulta de la
pluralidad de unidades, sino del desdoblamiento de la misma unidad en
las diversas hipóstasis. De la misma manera el número de
ideas o razones no significa pluralidad de unidades eternas, ya que la
unidad eterna es una solamente, sino comparación de ella con las
múltiples cosas que ha de expresar.
9. A la objeción: A la perfección del conocimiento
pertenece conocer distintamente, etc., hay que decir que el acto de
conocer mira al mismo sujeto que conoce y al mismo objeto conocido. De
ahí que conocer distintamente puede tomarse en dos sentidos: ya
por parte del sujeto que conoce ya por parte del objeto conocido. Y
aunque el conocer distintamente por parte de la cosa conocida
pertenezca a la perfección del conocimiento, no es así
por parte del sujeto que conoce, porque es más perfecto conocer
muchas cosas por medio de un solo principio que por medio de muchos.
También se puede decir que conocer distintamente puede
entenderse de dos maneras: o de manera que quiera decir
distinción en cuanto a la diversidad esencial, o de manera que
quiera decir expresión ejemplar o cognoscitiva. En el primer
sentido contribuye a la perfección del conocimiento por parte
del objeto conocido. En el segundo, por parte del sujeto que conoce. Y
en este sentido Dios conoce con suma distinción, porque la
verdad eterna, aunque es una, expresa con la máxima
distinción las diversas cosas, sin que se encuentre en ella por
eso ninguna distinción.
10. A la objeción: Dios conoce de la misma forma las cosas que
hay en El y las que están fuera de Él, etc., hay que
decir que, si se entiende en el sentido de que Dios no tiene
conocimiento de las cosas desde fuera de Él, sino sólo
desde dentro, el discurso es verdadero. Pero si se entiende que Dios
conoce que las cosas existen de la misma manera dentro y fuera de
Él, es falso; porque dentro de Él las tiene bajo una
absoluta indistinción real, y sabe que ellas existen así;
fuera de Él, en cambio, sabe que existen bajo múltiples
formas.
11. A la objeción: Lo semejante se conoce por medio de su
semejante, hay que decir que esa ilación es lógica en la
semejanza restringida que hay dentro de un género; y por ello no
tiene lugar aquí. o también, que esta no es una semejanza
de concordancia, sino sólo de expresión ejemplar, y esta
semejanza o desemejanza no establece diferencia de razón a
razón o de semejanza a semejanza, sino diferencia entre lo que
connota y expresa fuera de sí misma.
12. A la objeción: Lo semejante a un opuesto es desemejante a su
opuesto, hay que decir que eso tiene lugar en la semejanza que nace de
la participación de una naturaleza común o de una
expresión limitada, como la que ha sido recibida de un objeto
exterior.
13. A la objeción: Esa semejanza o es total o es parcial, hay
que decir que es total, porque se dice semejanza en cuanto es expresiva
y expresa totalidad.- Y si se objeta que las cosas diversas no pueden
asemejarse a una tercera en su totalidad, hay que decir que eso es
verdad de la semejanza que nace de la comunicación, no de la que
nace de la expresión.-Y si pregunta cómo puede entenderse
eso, hay que decir, como se ha dicho arriba, que esto es así
porque esa semejanza está fuera del género y es un acto
puro, y las demás cosas son materiales respecto a ella.
14. A la objeción: [La razón ejemplar] o es semejanza
común o es propia, hay que decir que a Dios hay que atribuirle
toda la perfección que hay en la criatura; y por lo tanto en
cierto modo es semejanza común, porque expresa todas las cosas
en común, y en cierto modo propia, porque expresa cada cosa
perfecta e íntegramente.
15. A la objeción: A no es B, hay que decir que en Dios, para
que una cosa niegue de otra con verdad, no es necesario que haya
distinción real de lo que son las dos cosas, sino de lo que las
dos connotan. Por ejemplo, está claro que la
predestinación no es la reprobación, y esto porque,
aunque el significa de las dos sea el mismo, es decir, la esencia o la
voluntad divina, sin embargo lo connotado es distinto, es decir, la
gloria y la pena.
16. A la objeción: La semejanza del hombre no es la semejanza
del asno, etc., es clara la respuesta: pues esto no es por razón
de la verdad divina, que expresa igual al hombre que al asno, sino por
razón de lo connotado, así como decimos que crear al
hombre no es crear al ángel.
17. A la objeción: Si allí [en las razones ideales] hay
pluralidad de razón, a ella responde algo en la realidad o no,
hay que decir que responde algo. Y si se pregunta qué es lo que
responde, digo que del lado de la verdad divina no responde sino la
unidad, la cual, sin embargo, es más poderosa al representar
muchas cosas que ninguna multiformidad creada, porque, aunque la verdad
divina sea simple, a pesar de ello es infinita. En cambio, del lado de
las cosas significadas por connotación responde la pluralidad,
sea actual sea potencial. En efecto, muchas cosas posibles son muchas
cosas conocidas en acto, aunque no estén en acto en su
naturaleza propia.
A la objeción: Si las razones eternas son diferentes por
razón de lo connotado entonces lo temporal es causa de lo
eterno, hay que decir que de lo connotado se puede hablar en dos
sentidos: en cuanto a su ser propio o en cuanto connotado. En cuanto a
su ser propio es verdad que es temporal, pero si embargo es connotado
desde toda la eternidad, porque lo que es temporal su ser propio es
conocido por Dios desde toda la eternidad.
19. A la objeción: Si las razones son múltiples por
razón de la cosa que connota entonces también debe ser
múltiple el Verbo, hay que decir que no hay paridad, porque el
Verbo significa el mismo poder operativo o expresivo de Dios, cual en
la realidad y según nuestro modo de entender se refiere sobre
todo a Dios. En cambio, la idea o razón significa la
expresión o semejanza, la cual, aunque en la realidad se refiere
sobre todo a Dios que conoce, sin embargo, según nuestro modo de
entender se refiere más bien a la cosa conocida. Y p eso, aunque
las razones [ejemplares] tengan unidad real, de manera que muchas ideas
pueden llamarse una sola Verdad y un solo Verbo, sin embargo no parece
tener unidad de razón, de manera que muchas ideas o razones
puedan llamarse una sola idea o una sola razón ejemplar.
20. A la objeción: Las cosas han sido causadas por las razones
ejemplares, luego también la pluralidad, etc., hay que decir que
la pluralidad de las cosas en su género propio procede de la
pluralidad de las razones ejemplares, pero la pluralidad de las razones
[ejemplares] no es otra cosa que las mismas cosas en cuanto existen en
su causa. De aquí que, aunque la pluralidad de las ideas o
razones de alguna manera tenga su correspondiente pluralidad de las
cosas, sin embargo no es causada por ella, porque Dios no sabe
más cosas o la verdad divina expresa más cosas por el
hecho de que van a existir más cosas, sino al contrario: porque
Dios sabe más cosas, por eso se hacen más cosas, como
dice Agustín en el capítulo XI de La ciudad de Dios:
"Este mundo no podría sernos conocido si no existiera; mas no
podría existir si no fuera conocido por Dios".
21. A la objeción: La pluralidad de Personas en Dios es
más importante que la pluralidad de las ideas, hay que decir que
no hay paridad de lo uno a lo otro; porque la pluralidad de las
Personas es por su origen y por la relación mutua e
intrínseca de Persona a Persona; mas las ideas o razones
ejemplares no nacen una de la otra, ni tienen relación mutua e
intrínseca, ni pueden tener relación real con algo
exterior, porque tener relación con algo exterior lleva consigo
de alguna manera dependencia y no permite que el ser del que se afirma
esa relación sea sumamente simple y absoluto. Por eso la
pluralidad real de las ideas no conviene en modo alguno al ser de Dios,
que es el más simple y absoluto. Por tanto, si se pone en El la
pluralidad, hay que ponerla según nuestra manera de entender,
como se ha dicho antes y lo creyeron comúnmente los doctores
antiguos.
Y con esto queda clara la solución de las objeciones.
CUESTIÓN IV.
Si todo lo que conocemos con certeza, lo conocemos en las mismas
razones eternas
Admitido que las razones eternas son realmente indistintas en el arte o
conocimiento divino, pregunto si son ellas las razones del conocer en
todo conocimiento cierto; esto es, si todo lo que conocemos con
certeza, lo conocemos en las mismas razones eternas.
Y parece que sí por numerosas autoridades.
Argumentos a favor
1. Agustín en El Maestro: «Acerca de todas las cosas que
entendemos no consultamos al que habla fuera, sino a la verdad que
gobierna interiormente la misma mente. Y el que consultamos nos
enseña, el que hemos dicho que habita en el interior del hombre,
Cristo, poder inmutable de Dios y Sabiduría eterna, a quien
consulta toda alma racional».
2. El mismo en La verdadera religión: «Está claro
que por encima de nuestra mente hay una ley que se llama verdad; y no
se puede ya dudar que esa naturaleza inmutable, que está por
encima de la mente humana, es Dios. Pues ésta es aquella verdad
inmutable que es llamada con acierto ley de todas las artes y arte del
artífice omnipotente».
3. Agustín en el libro II Del libre albedrío:
«Aquella hermosura de la sabiduría y de la verdad ni se
acaba con el tiempo, ni emigra de un lugar a otro, ni la interrumpe la
noche, ni la intercepta la sombra, ni está bajo los sentidos
corporales. A los que del mundo entero están vueltos a ella, los
cuales la aman, a todos está próxima, para todos es
eterna, no está en ningún lugar, no falta en ninguna
parte, amonesta desde fuera, enseña interiormente. Nadie la
juzga, nadie juzga bien sin ella; y por esto queda claro que ella es
sin duda mejor que nuestras mentes, las cuales todas y cada una son
hechas sabias por ella sola y no juzgan de ella, sino de las
demás cosas por ella”.
Si tú dices que de esto no se sigue que veamos en la verdad o en
las razones [eternas], sino a través de dichas razones,
Agustín dice en contra en el libro XII de las Confesiones: “Si
los dos vemos que es verdad lo que tú dices, y los dos vemos que
es verdad lo que yo digo, ¿dónde lo vemos, por favor? Ni
yo en ti, ni tú en mí, sino los dos en la misma inmutable
verdad, que está por encima de nuestras mentes” 4.
4. En La ciudad de Dios, libro VIII, hablando de los filósofos
dice: «Éstos, que con razón anteponemos a todos,
dijeron que la luz de las mentes para que lo aprendamos todo es el
mismo Dios, que lo hizo todo».
5. En La Trinidad, libro VIII, capítulo 3: «Cuando nuestro
espíritu nos agrada de manera que lo prefiramos a toda luz
corporal, no nos agrada en sí mismo, sino en aquel arte por el
que ha sido creado. Pues la razón de que aprobemos su
creación es que vemos que debió ser creado. Esta es la
verdad y el bien puro».
6. En La Trinidad, libro IX, capítulo 6: «Reglas
completamente distintas, que permanecen inmutablemente por encima de
nuestra mente, nos convencen a que aprobemos o desaprobemos cuando
aprobamos o desaprobamos algo con razón»
8. Si dices que Agustín se retractó, mira lo que dice en
el libro I de Las Retractaciones: «Es de creer que de algunas
disciplinas contestan bien incluso los que las desconocen, cuando
pueden captar la luz eterna de la razón, en la cual luz ven
estas verdades inmutables, no porque primero las supieron y
después las olvidaron, como creyó Platón».
Asimismo: «La naturaleza intelectual no conecta sólo con
las cosas inteligibles, sino también con las inmutables, pues ha
sido hecha de manera que, cuando se mueve hacia las cosas con las que
está conectada o hacia sí misma, puede contestar la
verdad sobre ellas en tanto en cuanto las ve».
De estos textos de Agustín queda manifiestamente patente que
sabemos todas las cosas en las razones eternas.
9. Y Ambrosio: «Por mí mismo no veo sino cosas
vacías, escurridizas y caducas»; luego, si veo algo con
certeza, lo veo por medio de algo que está por encima de
mí.
10. Y Gregorio, comentando el texto del capítulo 14 de Juan:
Él os lo enseñará todo, dice: «Si el mismo
Espíritu no está en el corazón del oyente, ociosa
es la palabra del doctor; nadie, pues, atribuya al hombre que
enseña lo que entiende de la boca del que enseña, porque,
si no está en su interior el que enseña, la lengua del
doctor trabaja en vano en el exterior».
11. Y el mismo en el mismo pasaje: «Fijaos que todos oís
igualmente la misma palabra del que habla; sin embargo todos no
sopesáis igualmente el sentido de la palabra oída.
Entonces, si la palabra no es distinta, ¿por qué es
distinta la comprensión de la palabra en vuestros corazones,
sino porque, a través de lo que avisa la palabra del que habla
en común, es el maestro interior quien enseña
especialmente a algunos sobre la comprensión de la
palabra?». Es así que, si nuestro entendimiento se bastara
para entender por medio de la luz de la verdad creada, no
necesitaría del maestro celestial; luego, como lo necesita,
queda patente, etc.
Y Anselmo en el Prosiogio, capítulo 14:
«¡Cuán grande es la luz de la cual resplandece toda
verdad que brilla para el alma racional! ¡Qué grande es
esta verdad, en la cual está todo lo que es verdad, y fuera de
la cual no hay sino nada y falsedad!»; luego, si la verdad no se
ve sino donde está, no se ve ninguna verdad sino en la verdad
eterna.
13. Y orígenes: «La naturaleza humana, aunque no hubiera
pecado, no podría brillar por sus propias fuerzas». Mas
entender es una especie de brillar; por tanto, aunque no hubiera
pecado, no podría entender por sus propias fuerzas; en
consecuencia, necesita un agente superior.
14. Y sobre aquello del Salmo: Tus manos me hicieron y me formaron,
dame inteligencia, dice la Glosa: «Dios solo da la inteligencia;
en efecto, Dios, que es la luz, alumbra por sí mismo las almas
piadosas».
15. E Isaac, comentando aquello del Salmo: En tu luz veremos la luz,
dice: «Lo mismo que del sol sale la luz con la cual puede verse
el sol, y sin embargo esa luz, que nos muestra al sol, no abandona al
sol, de la misma manera en Dios la luz que sale de Dios ilumina la
mente para que primero vea el propio resplandor, sin el cual no vena, y
en él vea las demás cosas»; luego, según
esto, todas las cosas las vemos en la luz divina.
10. Y el Filósofo, en el libro VI, capítulo 3 de la
Ética, según la nueva versión: "Todos conjeturamos
que lo que por ciencia sabemos no puede ser de distinta manera [de la
que es]. En cambio las cosas contingentes, cuando se producen fuera de
nuestra observación, se nos oculta si son o no son de distinta
manera. Luego lo que se puede saber es necesariamente eterno; pues los
seres que son absolutamente son todos eternos; y los seres atennos son
increados e incorruptibles". En consecuencia, no puede haber de
ningún modo conocimiento cierto sin que intervenga la
razón de la verdad eterna. Y esto no sucede sino en las razones
eternas; por tanto, etc.
Esto se demuestra también con argumentos de razón, y en
primer lugar con argumentos tomados de las palabras de Agustín,
y en segundo lugar con otros argumentos. En efecto, Agustín en
el libro II Del libre albedrío y en el De la verdadera
religión y en el de El Maestro, y en el VI sobre La
música y en el VIII de La Trinidad sugiere argumentos de esta
índole.
17. Toda realidad inmutable es superior a la realidad mutable; mas
aquello mediante lo cual conocemos con certeza es inmutable, porque es
una verdad necesaria. Pero nuestra mente es mutable; por consiguiente,
aquello mediante lo cual conocemos está por encima de nuestras
mentes. Ahora bien, lo que está por encima de nuestras mentes no
es sino Dios y la verdad eterna; luego, aquello por lo que tenemos
conocimiento es la verdad divina y la razón eterna.
18. Todo lo que no se puede juzgar es superior a lo que se puede
juzgar. Es así que la ley con la que juzgamos no se puede
juzgar, y nuestra mente sí se puede juzgar; luego aquello por lo
que conocemos y juzgamos es superior a nuestras mentes. Mas esto no es
sino la verdad y la razón eterna; por tanto, etc.
19. Todo lo infalible es superior a lo falible. Pero la luz y la verdad
mediante la cual conocemos con certeza es infalible; nuestra mente, en
cambio, puede engañarse; por consiguiente, aquella luz y verdad
es superior a nuestra mente. Ahora bien, ésta es la luz y la
verdad eterna; luego, etc.
20. Toda luz de certeza es ilimitable, porque se revela a todos y les
muestra el objeto del conocimiento con la misma certeza. Es así
que la luz ilimitable necesariamente no es una luz creada, sino
increada, porque todo ser creado es limitado y finito y se multiplica
en objetos diversos; luego es necesario que esta luz sea increada. Mas
conocemos con certeza mediante esta luz; por tanto, etc.
21. Todo lo necesario es interminable, porque no puede ni podrá
de ningún modo ser de otra manera. Ahora bien, aquello por lo
que sabemos con certeza es verdad necesaria; en consecuencia es
interminable. Pero todo lo que así está por encima de
todo ser creado, ya que toda criatura empieza en la nada, y en cuanto
depende de ella puede terminar en la nada; por consiguiente, aquello
por lo que conocemos transciende toda verdad creada; luego es la verdad
increada.
22. Todo ser creado, en cuanto depende de sí mismo, es
comprensible. Es así que las leyes de los números, de las
figuras y de las demostraciones, creciendo hasta el infinito,
según el Filósofo son incomprensibles para el
entendimiento humano; luego estas leyes, cuando son vistas por el
entendimiento humano, es necesario que sean vistas en algo que
trasciende toda realidad creada. Y esto que trasciende el ser creado no
es sino Dios y la razón eterna; luego, etc.
23. Cuando un impío conoce la justicia, o la conoce porque ella
está presente en él, o por medio de una semejanza
recibida del exterior, o por medio de algo superior a él. Mas no
la conoce por presencia, ya que ella no está en él; ni
por una imagen recibida del exterior, porque la justicia no tiene una
imagen que pueda ser abstraída por los sentidos; por tanto es
necesario que la conozca por medio de alguna otra cosa que esté
por encima de su entendimiento. Y de la misma manera todas las
demás cosas espirituales que se pueden conocer y él
conoce; luego, si el impío conoce en las razones eternas, mucho
más los otros. - Si dices que la conoce por sus efectos, contra
esto respondo: No se pueden saber los efectos de algo que no se conoce
en absoluto. Pues, si no sé qué es el hombre, nunca
sabré qué hace el hombre. Pero, si no se tiene primero
conocimiento de la justicia, nunca se sabrá que la justicia
produzca este o aquel efecto; por consiguiente, sólo queda que
sea conocida en la razón eterna.
De la misma manera puede argumentarse acerca de cualquier forma
sustancial inteligible, y, por tanto, acerca de todo conocimiento
cierto.
24. Lo mismo que Dios es la causa de la existencia, así
también es la razón del entender y la norma del vivir 33.
Ahora bien, Dios es la causa del existir, de manera que nada puede ser
hecho por ninguna causa sin que Él mueva por sí mismo y
con su poder eterno al que obra 34; por tanto, nada puede ser entendido
sin que Él ilumine inmediatamente 35 con su verdad eterna al que
entiende.
25. Ningún ser imperfecto, en cuanto depende de él, es
conocido sino por el ser perfecto, Es así que toda verdad
creada, en cuanto depende de ella, es tiniebla e imperfección;
luego, en nuestro entendimiento no entra nada sino a través de
aquella suma verdad.
26. Ninguna cosa es conocida bien y con certeza sino aplicándole
una regla que no puede torcerse en modo alguno. Mas esta regla no es
otra que la que es por esencia la misma rectitud, y ésta no es
otra que la verdad y la razón eterna; por tanto, no se conoce
nada con certeza si no se le aplica la regla eterna.
27. Siendo dos las partes del alma, la superior y la inferior, la
razón inferior procede de la superior, y no a la inversa. Pero
se llama razón superior en cuanto se vuelve a las leyes eternas,
e inferior en cuanto se ocupa de las cosas temporales; por
consiguiente, el alma tiene por naturaleza el conocimiento de las cosas
eternas antes que de las temporales; en consecuencia, es imposible que
el alma conozca algo con certeza si no es ayudada por esas razones
eternas. Todos estos argumentos de razón están sacados de
las palabras de Agustín en diversas obras suyas.
Esto mismo parece también por otros argumentos de razón.
28. Diversas personas no pueden tener simultánea y conjuntamente
conocimiento del mismo objeto sensible si no es por medio de algo
común, y lo mismo sucede con el conocimiento de una realidad
inteligible. Pero una sola verdad puede ser entendida por diversas
personas y también enunciada sin ser multiplicada de ninguna
manera; por consiguiente es necesario que sea entendida por medio de
alguna realidad única no multiplicada de ninguna manera. Ahora
bien, la realidad única no multiplicada de ninguna manera en las
diversas personas no puede ser sino Dios; en consecuencia, la
razón de entender cada cosa es la misma verdad, que es Dios.
29. Lo mismo que el amor dice relación al bien, así el
entendimiento dice relación a la verdad. Y lo mismo que todo
bien viene de la suma bondad, así toda verdad viene de la suma
verdad. Mas si es imposible que nuestro amor se dirija directamente al
bien sin que alcance de alguna manera la suma bondad; por lo mismo es
imposible que nuestro entendimiento conozca con certeza alguna verdad
sin que alcance de alguna manera la suma verdad.
Lo verdadero no se conoce sino por medio de la verdad, y no por medio
de cualquier verdad, sino por medio de la verdad conocida, y sobre todo
por medio de la verdad que es perfectamente conocida. Es así que
esta verdad es la que no se puede pensar que no exista, y ésta
no es la verdad creada, sino la increada; luego, todo lo que se conoce
con certeza se sabe en la verdad y razón eterna.
31. El alma está formada por naturaleza para entregarse a las
cosas inteligibles que hay fuera de ella, a las cosas inteligibles que
hay dentro de ella y a las cosas inteligibles que hay por encima de
ella. Su entrega a las cosas inteligibles que hay fuera de ella es la
menos simple; su entrega a las cosas inteligibles que hay dentro de
ella es más simple; su entrega a las cosas inteligibles que hay
por encima de ella es la más simple, porque son para ella
más íntimas que ella misma. Ahora bien, cuanto más
simple es una cosa tanto más antigua es en el tiempo; luego, la
entrega del alma a la misma verdad que está en lo más
profundo de ella es por naturaleza anterior a su entrega a las verdades
que están por encima de ella o a las verdades exteriores a ella;
por tanto es imposible que conozca algo sin haber conocido antes
aquella suma verdad.
32. Todo ser en potencia es puesto en acto por algo que existe en acto
y pertenece a su mismo género. Mas nuestro entendimiento
está en potencia, como el entendimiento del niño; por
tanto, para que se haga inteligente en acto, es necesario que lo haga
el que sabe en acto todas las cosas. Y éste es sólo la
sabiduría eterna; luego, etc.
Si tú dices que éste es el entendimiento agente del
hombre, entonces pregunto: El entendimiento agente
¿entendía ya en acto lo que ese hombre aprende, o no? Si
no lo entendía, entonces el hombre no podía hacerse
inteligente en acto por medio de él. Si lo entendía, o
ese hombre que aprende entiende e ignora al mismo tiempo entiende e
ignora al mismo tiempo la misma cosa, o el entendimiento agente no es
algo del alma, sino algo superior a ella. Queda, por consiguiente,
sólo la posibilidad de que, todo lo que capta el alma
inteligente, lo capte por medio de algo que es superior a ella. Pero
superior al alma sólo es Dios; por consiguiente, etc.
Si dices que el entendimiento agente no se llama agente porque entiende
en acto, sino porque hace entender 52, te contesto: Todo ser
inteligente es superior y mejor que el ser no inteligente. Es
así que, si el entendimiento agente no es inteligente, nunca
hará inteligente en acto a sí mismo o a otro, ya que no
puede hacer cosa alguna mejor que él o superior a él;
luego, si se hace inteligente en acto, es necesario que sea hecho por
alguien superior a él. Y admitir esto no es otra cosa que
admitir la razón y la verdad eterna; en consecuencia, etc.
33. Si se destruyen todas las criaturas y queda sola el alma racional,
queda en ella el conocimiento de las disciplinas, por ejemplo, el de
los números y figuras geométricas. Mas esto no es porque
existan verdaderamente en ella misma ni en el universo; por tanto, es
necesario que sea porque existen en el supremo artífice.
34. Según todos los Santos, Dios se dice que es el Maestro de
toda ciencia, ya porque coopera en general con todo entendimiento, como
con todas las criaturas, ya porque infunde el don de la gracia, ya
porque el entendimiento lo alcanza en el acto de conocer. Si es porque
coopera en general: entonces se diría que Dios enseña a
los sentidos de la misma manera que al entendimiento, lo cual es
absurdo. Si es porque infunde el don de la gracia, entonces todo
conocimiento será gratuito e infuso, y por tanto ninguno
será adquirido o innato, lo cual es sumamente absurdo. Queda,
pues, que esto se dice porque nuestro entendimiento alcanza a Dios como
luz de las almas y razón de conocer toda verdad.
Argumentos en contra
Contra esto se argumenta primero con argumentos de autoridad,
después con argumentos de razón.
Argumentos de autoridad.
1. En la primera Carta a Timoteo, capítulo último, se
dice de Dios: "Él solo tiene la inmortalidad y habita en una luz
inaccesible; a Él ningún hambre lo ha visto ni o puede
ver”. Ahora bien, todo aquello por medio de lo cual o en lo cual
conocemos es accesible al que lo conoce; luego aquello por medio de lo
cual o en lo cual conocemos no puede ser la luz de la razón o de
la verdad eterna.
2. Agustín en el libro I de La Trinidad: "La débil
agudeza de la mente humana no se fija en luz tan excelente si no es
purificada por medio de la justicia de la fe". Pero, si la luz de la
verdad eterna fuera la razón de conocer todas las verdades,
sólo las almas purificadas y santas conocerían la verdad.
Mas esto es falso; por tanto, también aquello de lo cual se
deduce.
3. Y en el libro IX: "Por tanto la misma mente, igual que adquiere el
conocimiento de las cosas corpóreas por medio de los sentidos
corporales, así también adquiere el de las cosas
incorpóreas por sí misma"; luego parece que en el acto de
conocer no es necesario que el entendimiento conozca todo lo que conoce
por medio de las razones eternas.
4. Y en el libro XII: "Hay que admitir que la naturaleza del alma
racional ha sido creada de tal manera que, orientada a las cosas
inteligibles según el orden natural por disposición del
Creador, las ve en una especie de luz incorpórea de su propio
género, de la misma manera que el ojo de la carne ve las cosas
que están a su alrededor en esta luz corporal"; luego parece
que, lo mismo que para conocer las cosas sensibles basta la luz creada
de naturaleza corpórea, de manera semejante para conocer las
cosas inteligibles debe bastar la luz espiritual creada del mismo
género de la potencia cognoscitiva.
5. Gregorio en sus Morales: "Cuando la mente queda suspensa en la
contemplación, todo lo que ve perfectamente no es Dios". Ahora
bien, la razón del conocer se ve perfectamente en el
conocimiento cierto; por tanto esta razón no es Dios ni algo que
esté en Dios, en consecuencia., etc.
6. Ahora bien, la razón del conocer se ve perfectamente en el
conocimiento cierto; por tanto esta razón no es Dios ni algo que
esté en Dios; en consecuencia, etc.
7. El Filósofo en el libro III sobre El alma dice que "nuestro
entender está unido con el espacio y el tiempo". Es así
que las razones eternas están totalmente por encima del tiempo;
luego nuestro entendimiento en el acto de entender no alcanza en
absoluto aquellas razones.
8. Y en el mismo libro dice: "Lo mismo que en toda naturaleza hay algo
con lo cual es posible hacerlo todo y algo con lo cual es posible que
todo sea hecho, así también al tratarse del entendimiento
es necesario entender que hay un entendimiento agente y un
entendimiento posible". Mas esto basta para el conocimiento perfecto;
por tanto, no es necesaria la ayuda de la razón eterna.
9. La experiencia enseña que "de muchas sensaciones se forma un
recuerdo; de muchos recuerdos, una experiencia; de muchas experiencias,
un universal, el cual es principio del arte y del saber", porque, si
perdemos un sentido, perdemos el saber de aquellas cosas que se
relacionan con ese sentido. Pero el conocimiento cierto en el estado de
viador viene de abajo; en cambio el conocimiento en las razones eternas
viene de arriba; por consiguiente, mientras estamos en estado de
viadores no nos pertenece el conocimiento por medio de la luz de las
razones eternas.
10. El conocimiento imaginativo no necesita una luz superior; al
contrario, la sola fuerza de la imaginación basta para
imaginarnos cualquier cosa. Luego, si el entendimiento es más
poderoso que la imaginación, bastará por sí mismo
con mucha más razón para conocer algo con certeza sin una
luz superior.
11. Puede haber conocimiento cierto en la sensación sin la
certeza de la razón eterna. Luego, si el entendimiento es
más poderoso que la sensación, podrá con mucha
más razón conocer y entender con certeza sin aquella luz.
12. Para el conocimiento completo no se requiere más que un
sujeto que conoce, un objeto abstracto conocible y la conversión
de aquél hacia éste. Es así que todo esto puede
darse por la fuerza de nuestro entendimiento sin necesidad de la
razón eterna; luego, etc.
13. Para todo lo que puede libremente una facultad, no necesita ayuda
ajena. Pero “entendemos cuando queremos”; por consiguiente para conocer
algo con certeza no necesitamos la luz de la razones eternas.
14. Los principios del ser y del conocer son idénticos Ahora
bien, si los principios del ser propios e intrínsecos de las
mismas criaturas no son sino creados, todo lo que conocemos, lo sabemos
por razones creadas. en consecuencia, no lo conocemos por medio de
razones y luces eternas
15. A cada objeto conocible corresponde su propia razón de
conocerlo para poder tener de el un conocimiento cierto. Mas las
razones [eternas] del conocer no las percibe distintamente
ningún entendimiento viador; por tanto, por medio de ellas no es
posible conocer nada de un modo propio y determinado
16. Supongamos que todo lo que se conoce con certeza, se conoce en la
razón eterna. Es así que «el que hace que una cosa
exista, él existe con más razón». Luego
también las razones eternas nos son conocidas con más
razón; lo cual es manifiestamente falso, ya que nos son
desconocidísimas
17. Es imposible ver algo en un espejo sin ver el propio espejo. Luego,
si todo lo que se conoce con certeza, lo vemos en esas razones eternas,
es necesario que primero veamos la luz y la razón eterna. Mas
esto es falso y absurdo. por tanto también lo primero.
18. Supongamos que se conoce en aquellas razones eternas todo lo que se
conoce con certeza. Entonces aquellas razones son tan ciertas respecto
a las cosas contingentes como respecto a las necesarias, y respecto a
las futuras como respecto a las presentes. Luego tendríamos
conocimiento cierto de las cosas contingentes como lo tenemos de las
necesarias, de las futuras como lo tenemos de las presentes. Lo cual es
falso; luego también lo primero
19. Supongamos que conocemos en las razones eternas. Pero las razones
eternas son las causas supremas, y la sabiduría es el
conocimiento de las causas supremas; por consiguiente, cualquiera que
conoce algo con certeza es sabio. Pero esto es falso; en consecuencia,
etc.
20. El conocimiento en la patria celestial es conocimiento por medio de
las razones eternas, en las cuales los bienaventurados ven todo lo que
ven. Entonces si todo conocimiento cierto fuera por medio de esas
razones eternas, todos los que conocen con certeza serían
bienaventurados, y sólo los bienaventurados conocerían
con certeza; pero esto es falso.
21. Si todo lo que se conoce, se ve en las razones eternas, como el
espejo de las razones eternas es voluntario, y lo que se conoce en un
espejo voluntario se conoce por revelación, se sigue que todo lo
que se conoce con certeza se conoce a manera de profecía o por
revelación.
22. Si todo lo que se conoce, se conoce en las razones eternas, se
conocerá veladamente o sin velo. Si se conoce veladamente,
entonces no se conoce nada claramente. Si se conoce sin velo, entonces
todos ven a Dios y al ejemplar eterno sin ninguna oscuridad. Mas eso es
falso en el estado de viador; por tanto, etc.
Contra los argumentos de razón tomados de Agustín pongo
las siguientes objeciones:
23. Si toda verdad inmutable está por encima de nuestra alma y
por ello es eterna y es Dios, siendo así que toda verdad de un
principio demostrativo es inmutable 8O, toda verdad de esta
índole sena Dios; luego no se sabría nada, sino Dios.
24. Si toda verdad inmutable es verdad del arte eterna, y ésta
es una sola, toda verdad inmutable no sena más que una. Es
así que sobre cualquier ente es posible encontrar alguna verdad
inmutable (como está a la vista; en efecto esta es una verdad
inmutable: Si Sócrates corre, Sócrates se mueve); luego
según esto todos los entes serían uno.
25. Si todo lo que es Dios debe ser adorado con culto de latría,
y toda verdad de un principio inmutable es Dios, entonces toda verdad
de esa índole debe ser adorada; en consecuencia la verdad de
esta proposición: Dos y tres son cinco, debe ser adorada.
26. Si toda verdad inmutable es Dios, entonces cualquiera que ve
claramente alguna verdad inmutable, ve claramente a Dios. Mas los
demonios y los condenados ven claramente algunas verdades inmutables;
por tanto, ven claramente a Dios. Pero esto es ser bienaventurados; en
consecuencia los condenados son bienaventurados. Es así que no
hay nada más absurdo que esto; luego no hay nada más
absurdo que sostener que todo lo que conocemos, lo conocemos en las
razones eternas, si lo conocemos con certeza.
Conclusión
Para que el entendimiento tenga conocimiento cierto se requiere, hasta
en el viador, que de alguna manera se alcance la razón eterna
como razón reguladora y motiva, pero no sola y en su claridad,
sino juntamente con la propia razón creada y conocida como en un
espejo y enigma
Respondo:
Para comprender lo dicho hasta aquí hay que tener en cuenta que,
cuando se dice que todo lo que se conoce con certeza se conoce a la luz
de las razones eternas, esto se puede entender de tres maneras.
Primera: Que la evidencia de la luz eterna concurre a la certeza del
conocimiento como razón total y única del conocer.
Y esta manera de entenderlo no es recta, porque según esto no se
daría ningún conocimiento de las cosas sino en el Verbo;
y entonces no se diferenciaría el conocimiento de los viadores
del conocimiento de los bienaventurados, ni el conocimiento en el Verbo
del conocimiento en el género propio, ni el conocimiento de la
ciencia del conocimiento de la sabiduría, ni el conocimiento de
la naturaleza del conocimiento de la gracia, ni el conocimiento de la
razón del conocimiento de la revelación y como todo esto
es falso, no se debe en modo alguno seguir este camino.
Pues de esta tesis, que sostuvieron algunos, como los primeros
Académicos, que no se puede conocer nada sino en el mundo
arquetípico e inteligible, nació el error, como dice
Agustín en el libro II Contra los Académicos, de que no
es posible saber nada en absoluto, como sostuvieron los nuevos
Académicos, porque ese mundo inteligible está oculto a
las mentes humanas. Y por eso, queriendo mantener la primera
opinión y su propia tesis, cayeron en error manifiesto, porque
"un pequeño error en el principio se hace grande al final".
Segunda: Que la razón eterna concurre necesariamente al
conocimiento cierto influyendo en él, de manera que el que
conoce, en el acto de conocer no alcanza la misma razón eterna,
sino sólo su influencia.
Y esta manera de expresarse es insuficiente según palabras de
san Agustín, que demuestra con palabras expresas y con
argumentos que la mente en el conocimiento cierto se debe regir por
reglas inmutables y eternas, no como por un hábito de la propia
mente, sino como por reglas que están por encima de ella en la
verdad eterna. Y por eso, decir que nuestra mente al conocer no se
extiende más allá de la influencia de la luz increada es
decir que Agustín se equivocó, ya que al exponer sus
textos no es fácil traerlos a este sentido. Y es enteramente
absurdo decir esto de un Padre y Doctor tan grande, el más
auténtico entre todos los comentaristas de la Sagrada Escritura.
Además, esa influencia de la luz eterna o es general, en cuanto
que Dios influye en todas las criaturas, o es especial, como Dios
influye por la gracia. Si es general, entonces no se debe decir que
Dios es más dador de la sabiduría que fecundador de la
tierra, ni se podría decir que la ciencia viene de Él
más que el dinero. Si es especial, cual lo es en la gracia,
entonces, según esto, todo conocimiento es infuso, y ninguno es
adquirido o innato. Todo lo cual es absurdo.
Y por esto hay una tercera manera de entenderlo, como siguiendo un
camino entre los dos anteriores, a saber, que para el conocimiento
cierto se requiere necesariamente la razón eterna como
reguladora y razón motriz, no ciertamente como sola y en su
absoluta claridad, sino junto con la razón creada y como
contuida en parte por nosotros según nuestro estado de viadores.
Y esto nos lo insinúa Agustín en el libro XIV,
capítulo 15 de La Trinidad: "Se acuerda el impío de
volverse al Señor como a aquella luz por la cual era tocado en
cierto modo cuando se alejaba de él. Pues de aquí viene
que hasta los impíos piensan en la eternidad, - y reprenden
muchas cosas acertadamente, y acertadamente las alaban en la presente,
y acertadamente las alaban en la conducta humana". Donde añade
también que esto lo hacen por las reglas que "están
escritas en el libro de aquella luz que se llama verdad".
Y que nuestra mente en el conocimiento cierto alcance en alguna manera
aquellas reglas y razones inmutables, lo requiere necesariamente la
nobleza del conocimiento y la dignidad del que conoce.
La nobleza del conocimiento, digo, porque no puede haber conocimiento
cierto si no hay por parte del objeto conocible inmutabilidad, e
infalibilidad por parte del sujeto que conoce. Mas la verdad creada no
es inmutable de manera absoluta sino de manera condicional. De igual
manera la luz de la criatura no es totalmente infalible por su propia
fuerza, ya que la una y la otra son creadas y han pasado no ser al ser.
Por tanto, si para el conocimiento pleno se recurre a la verdad
totalmente inmutable y estable y a la luz totalmente infalible, es
necesario que este conocimiento se recurra al arte de Dios como a luz y
verdad; luz, digo, que da infalibilidad al sujeto que conoce, y verdad
que da inmutabilidad al objeto conocible.
De aquí que, existiendo las cosas en la mente humana y en su
género propio en el arte eterna, no basta a la misma alma para
el conocimiento cierto la verdad de las cosas según existen en
ella misma o según existen en su género propio, porque en
ambos casos son mudables, si no las alcanza de alguna manera
según existen en el arte eterna.
Esto mismo lo requiere también la dignidad del que sabe. Pues,
teniendo el alma racional una porción superior y otra inferior,
lo mismo que para que haya pleno juicio deliberativo de razón en
el orden práctico no basta la porción inferior sin la
superior, así tampoco basta para que haya pleno juicio de
razón en orden especulativo. Y esta porción superior es
en donde está la imagen de Dios, y no sólo se adhiere a
las reglas eternas, sino también por medio de ellas juzga y
define con certeza todo lo que define, y esto es competencia suya en
cuanto imagen de Dios.
Pues la criatura se refiere a Dios como vestigio, imagen y semejanza.
En cuanto vestigio se refiere a Dios como a su principio; en cuanto
imagen se refiere a Dios como a su objeto; pero en cuanto semejanza se
refiere a Dios como a un don infuso. Y por eso toda criatura en la que
procede de Dios es su vestigio; toda criatura que conoce a Dios es su
imagen; es su semejanza toda y sola la criatura en la que habita Dios.
Y según estos tres grados de referencia a Dios son los tres
grados de cooperación divina "'.
En la obra que procede de la criatura como vestigio, coopera Dios como
principio creador; en la obra que procede de la criatura como
semejanza, por ejemplo en la obra meritoria y agradable a Dios, coopera
Dios como don infuso; y en la obra que procede de la criatura como
imagen, coopera Dios como razón que mueve y tal es la obra del
conocimiento cierto, que ciertamente no procede de la razón
inferior sin la ayuda de la superior.
Por consiguiente, como el conocimiento cierto es propio del
espíritu racional en cuanto es imagen de Dios, por eso en este
conocimiento alcanza las razones eternas. Pero como en el estado de
viador no es todavía plenamente deiforme por eso no las alcanza
clara y plena y distintamente, sino que, según se acerca
más o menos a la deiformidad, así las alcanza más
o menos, pero siempre las alcanza de alguna manera, porque no puede
nunca separarse de él el carácter de imagen. De
aquí que, como en el estado de inocencia era imagen de Dios sin
la deformidad de la culpa, pero no tenía todavía la
deiformidad plena de la gloria, por eso las alcanzaba en parte, pero no
en enigma. En el estado de naturaleza caída carece de
deiformidad y tiene la deformidad, por eso las alcanza en parte y en
enigma. Y en el estado de gloria carece de toda deformidad y tiene la
deiformidad plena; por eso las alcanza plena y claramente.
Por otro lado, como el alma no es de por sí imagen entera de
Dios, por eso alcanza, junto con las razones eternas, las semejanzas
abstraídas de la imagen sensible como razones propias y
distintas del conocer lió, sin las cuales la luz de la
razón eterna no le basta para conocer mientras está en
estado de viador, a no ser que casualmente transcienda este estado por
revelación especial, como sucede en los que son arrebatados y en
las revelaciones de los que son arrebatados y en las revelaciones de
algunos profetas.
Por consiguiente hay que admitir, como demuestran los argumentos de
razón y afirman expresamente los textos de Agustín, que
en todo conocimiento cierto son alcanzadas por el que conoce aquellas
razones de conocer, aunque de una manera por el viador y de otra por el
bienaventurado, de una manera por el científico otra por el
sabio, de una manera por el profeta y de otra por el que entiende de
una manera corriente, como ya quedó claro y quedará en
las soluciones de las objecio
Solución de las objeciones
1. Por tanto, a la objeción: Dios habita en una luz inaccesible
[1Tim 6,16] hay que decir que [san Pablo] habla del acceso a aquella
luz en la plenitud y fulgor de su claridad, pues en ese caso no se
accede a ella por el poder de la criatura sino por la deiformidad de la
gloria.
2. A la objeción: "La débil agudeza de la mente humana no
se fija en luz tan excelente...", hay que decir que para que conozca
por medio de las razones eternas no es necesario que se fije en ellas,
a no ser en el conocimiento sapiencial. Pues de una manera alcanza
aquellas razones el sabio y de otra el científico: el
científico las alcanza como razones que mueven, el sabio como
razones que aquietan; y a esta sabiduría no llega nadie "si
antes no queda limpio por la justicia de la fe" ".
A la objeción: La mente tiene conocimiento de las cosas
incorpóreas por sí misma, hay que decir que lo mismo que
en las obras de la criatura no se excluye la cooperación del
Creador. Así en la razón creada del conocer no se excluye
la razón increada del conocer, sino más bien se incluye
en la misma.
4. A la objeción: La mente ve las cosas en una luz de su propio
género, se puede decir que en sentido lato se dice luz de su
propio género toda luz incorpórea sea creada o sea
increada; o que si se entiende de la luz creada, por ello se excluye la
luz increada; ni se sigue que no conozcamos en la verdad eterna sino
que no conocemos en ella sola, sino también en la luz de la
verdad creada y esto es verdad y no se opone a la tesis que hemos dicho.
5. A las objeciones tomadas de Gregorio y Dionisio hay que decir que
ninguno de los dos dice que no sea alcanzada por nuestras mentes
aquella luz de la verdad que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo, sino que en esta vida no es vista todavía plenamente.
7.8.9. A las objeciones tomadas del Filósofo, de que conocemos
condicionados al espacio y al tiempo, y que tenemos entendimiento
posible y entendimiento agente, y que el conocimiento humano supone la
experiencia, hay que decir que afirma que en nuestro conocimiento
intelectivo concurren la luz y la razón de la verdad creada.
Pero, sin embargo, como ya se ha dicho, no se excluye la luz y la
razón de la verdad eterna, ya que es posible que el alma con su
porción inferior alcance las cosas de abajo, mientras que su
porción superior alcanza las cosas de arriba.
10. A la objeción acerca del conocimiento imaginativo hay que
decir que no hay paridad, porque ese conocimiento no da certeza, y por
eso no recurre a lo inmutable.
11. A la objeción acerca del conocimiento sensible hay que decir
que no hay paridad entre la certeza de la sensación y la del
entendimiento. Pues la certeza de la sensación viene de la
dependencia de la potencia que actúa en virtud de una
determinación natural hacia su objeto. En cambio la certeza del
entendimiento no puede venir de esta determinación, ya que es
una potencia libre para entender todas las cosas, y por eso es
necesario que venga por medio de algo que no implique dependencia, sino
libertad, sin los defectos de la mutabilidad y la falibilidad. Y tal es
la luz y la razón de la verdad eterna, y por eso se recurre a
ella como a fuente de toda certeza.
12. A la objeción: Para conocer no se requiere nada más
que un sujeto que conoce, un objeto conocible y la conversión de
aquél hacia éste, hay que decir que esta
conversión incluye un juicio, y que un juicio no llega a ser
cierto sino en virtud de una ley cierta e injuzgable, según dice
Agustín en sus libros de La verdadera religión y El libre
albedrío: "Nadie juzga de la verdad, y sin la verdad nadie juzga
bien", Por eso se incluye aquí la razón y la verdad
eterna.
13. A la objeción: Entendemos cuando queremos, luego no
necesitamos ayuda exterior, hay que decir que la ayuda exterior puede
ser de dos clases: una que siempre está presente, otra que
está ausente y distante. La objeción no es concluyente
respecto a la primera, sino respecto a la segunda, como es evidente.
Porque, si la luz corporal estuviera siempre presente en el ojo como la
luz espiritual está siempre presente en la mente,
veríamos cuando quisiéramos, como entendemos cuando
queremos.
14. A la objeción: Los principios del ser y del conocer son
idénticos, hay que decir que lo mismo que los principios
idénticos, hay que decir que lo mismo que los principios
intrínsecos del ser no bastan para dar el ser sin la ayuda del
primer principio extrínseco, es decir, Dios, así tampoco
bastan para el conocimiento pleno. De aquí que, aunque aquellos
principios sean de alguna manera razón de conocer, no por ello
excluyen de nuestro conocimiento aquella razón primera del
conocimiento, lo mismo que no la excluyen de la creación en el
acto del ser
A la objeción: A cada objeto conocible corresponde su propia
razón de conocerlo, hay que decir que, como no vemos con total
distinción las razones eternas en sí mismas, por eso no
son la razón total de conocer, sino que se requiere junto con
ellas la luz creada de los principios y las semejanzas de las cosas
conocidas, de las cuales se obtiene la razón propia del conocer
con relación a cualquier objeto conocido.
A la objeción: "El que hace que una cosa exista, él
existe con más razón", hay que decir que, como ya queda
patente, la razón eterna no mueve a conocer sola, sino junto con
la verdad de los principios, no de la manera especial que le es propia,
sino de una manera general mientras el hombre está en estado de
viador. Y por eso no se sigue que ella nos sea conocida en sí
misma, sino como resplandece en sus principios y en su generalidad, y
de esta manera es en cierto modo la cosa más cierta para
nosotros, porque nuestro entendimiento no puede pensar en modo alguno
que ella no exista; lo cual no puede decirse de ninguna verdad creada.
17. A la objeción del espejo hay que decir que es verdad si
hablamos del espejo que tiene capacidad de representación propia
y distintamente, y que con la capacidad de representar tiene capacidad
de objeto último, como está claro en el espejo material,
que representa distinta y propiamente la imagen visible y es objeto
último del acto de ver. Mas estas condiciones se cumplen en el
espejo eterno con relación a los bienaventurados, como queda
claro de lo dicho anteriormente.
18. A la objeción: Las razones eternas son tan ciertas con
relación a las cosas contingentes como con relación a las
necesarias, hay que decir que esta objeción sería
concluyente si las razones eternas fueran la razón total del
conocer, y si en ellas conociéramos plenamente. Pero ahora no es
así en el estado de la vida presente, ya que junto con las
razones eternas necesitamos de las representaciones propias y de los
principios de las cosas, recibidos de forma determinada; y esto no se
encuentra en los seres contingentes, sino sólo en los necesarios.
A la objeción: Si conocemos en las razones eternas, todo el que
conoce es sabio, hay que decir que no es lógica esa
conclusión, ya que alcanzar esas razones no hace al sabio, a no
ser que uno descanse en ellas y sepa que las alcanza, lo cual sí
es propio del sabio. Pues tales razones son alcanzadas por los
entendimientos de los científicos como conductoras; mas por los
entendimientos de los sabios como reductoras al primer principio y
aquietadoras. Y porque son pocos los que las alcanzan de esta manera,
por eso son pocos los sabios, aunque muchos los científicos. Son
ciertamente pocos los que saben que alcanzan esas razones; y lo que es
más, son pocos los que quieren creer esto, porque parece
difícil al entendimiento no elevado todavía a la
contemplación de las cosas eternas el hecho de tener a Dios tan
presente y cercano, a pesar de decir Pablo en Hechos 17 [27]: a que no
está lejos de cada uno de nosotros».
A la objeción que hace referencia al conocimiento en la patria
celestial ya queda clara la respuesta, puesto que es grande la
diferencia entre el conocimiento parcial y en enigma y el conocimiento
perfecto y distinto, como arriba queda dicho.
21. A la objeción: El espejo de las razones eternas es
voluntario, etc., hay que decir que, como dice el Apóstol, Rom 1
[19]: «lo que de Dios es conocido es manifiesto entre
ellos»: aunque Dios es simple y uniforme, sin embargo aquella luz
eterna y aquel ejemplar reproducen algunas cosas exterior y
abiertamente, y otras más profunda y ocultamente. Las primeras
son las que se hacen según la ordenación necesaria del
arte divino; las segundas son las que se hacen según la
disposición de su voluntad oculta. Y el hecho de llamarse espejo
voluntario no hace relación a las cosas creadas de la primera
manera, sino de la segunda. Y por eso en las razones eternas las cosas
naturales son conocidas por la facultad natural de juzgar de la
razón; en cambio, las sobrenaturales y futuras, sólo [son
conocidas] con el don de la revelación de lo alto. Por eso esta
objeción no prueba nada contra la tesis propuesta.
22. A la objeción: Todo lo que se conoce en las razones eternas,
se conoce veladamente o sin velo..., hay que decir que en el estado de
viador no se conoce en las razones eternas sin velo y sin enigma a
causa del oscurecimiento de la imagen de Dios. De esto no se sigue, sin
embargo, que no conozcamos nada con certeza y claridad, puesto que los
principios creados, que de algún modo son medios de conocer,
pueden ser vistos por nuestra mente claramente y sin velo, aunque no
sin la ayuda de aquellas razones.
Sin embargo, si se dijera que en esta vida no conocemos nada
plenamente, no seria un gran inconveniente.
23. 24. 25. 26. A las objeciones contra los argumentos de razón
tomados de Agustín, o sea, que si la verdad inmutable es Dios,
entonces la verdad del principio demostrativo sería Dios, y que
todas las verdades serian una sola, y que deberían ser adoradas,
y que los demonios verían a Dios, hay que decir que verdad
inmutable tiene dos sentidos, absoluto y relativo. Cuando se dice que
la verdad inmutable es superior a nuestra alma y es Dios, se entiende
de la verdad inmutable en sentido absoluto. Pero cuando se dice que la
verdad del principio demostrativo es inmutable, si esta verdad nombra
algo creado, está claro que no es inmutable en sentido absoluto,
sino en sentido relativo, ya que toda criatura empieza en la nada y
puede terminar en la nada.
Y si se objeta que esta verdad es «per se» cierta en
sentido absoluto para nuestra alma, hay que decir que, aunque el
principio demostrativo, en cuanto dice algo complejo, sea creado, no
obstante la verdad expresada por él puede ser significada de las
siguientes maneras: según está en la materia, o
según está en el alma, o según está en el
arte divino, o ciertamente de todas estas maneras a la vez. Pues la
verdad en una señal externa es señal de la verdad que
está en el alma, ya que "las palabras son señales de los
afectos que hay en el alma". Mas el alma en su porción superior
mira a las cosas de arriba, de igual manera que en su porción
inferior mira a estas cosas de abajo, pues está entre las cosas
creadas y Dios; y por eso la verdad que hay en el alma mira a aquellas
dos verdades como medio entre dos extremos, de manera que de la verdad
de aquí abajo recibe certeza relativa, y de la verdad de arriba
recibe certeza absoluta. Y por eso este género de 127a] verdad
como inmutable en sentido absoluto es superior al alma, como demuestran
los argumentos de razón tomados de Agustín. Las
objeciones, por el contrario, parten del concepto de verdad inmutable
en sentido relativo, que es la que tiene en cuenta propiamente el
arguyente, y que se multiplica en las diversas cosas, y no es adorable,
y puede ser vista por los demonios las diversas cosas, y no es
adorable, y puede ser vista por los demonios y los condenados. Pues
aquella verdad inmutable en sentido absoluto no pueden verla sino los
que pueden entrar en el silencio intimo del alma, al cual no llega
ningún pecador, sino aquel solo que está completamente
enamorado de la eternidad.
CUESTIÓN V.
Si tuvo el alma de Cristo sólo la sabiduría increada, o
tuvo también la sabiduría creada junto con la increada
Después de haber tratado de la sabiduría de Cristo en
cuanto Verbo de Dios, se plantea la cuestión sobre la
sabiduría del alma de Cristo. Y en primer lugar se inquiere si
tuvo sólo la sabiduría increada, o tuvo también la
sabiduría creada junto con la increada.
Y parece que tuvo solamente la sabiduría increada.
Argumentos a favor
1. Eclesiástico, 1 [1]: Toda sabiduría viene del
Señor Dios y con Él estuvo siempre y existe antes del
tiempo. Mas todo lo que existe antes del tiempo es eterno; por tanto
toda sabiduría es eterna; en consecuencia, si el alma de Cristo
fue sabia con una sola sabiduría, fue sabia con sola la
sabiduría eterna.
Si dices que la sabiduría se dice que estuvo con Dios como en su
causa, con la misma razón se puede decir de cualquier criatura,
y esto no hace a la misma sabiduría especialmente digna de
alabanza.
Si dices que toda sabiduría quiere decir la sabiduría
perfecta, con esto no está de acuerdo lo que sigue en el texto,
ya que habla de aquella sabiduría a cuya adquisición
invita, como se colige claramente de lo que sigue.
2. Agustín, El libre albedrío, 11: "Con la verdad y la
sabiduría que es común a todos, todos se hacen sabios
adhiriéndose a ella; en cambio, con la bienaventuranza de uno no
se hace bienaventurado otro, ni con la justicia de uno se hace justo el
otro, sino ajustando el alma a aquellas reglas inmutables y luces de
virtudes, que viven inmutablemente en la misma verdad y
sabiduría común". Por consiguiente, si la
sabiduría de todos los sabios es una sola y no es una sola la
bienaventuranza de todos los bienaventurados, como, hablando
causalmente, en ambos casos se trata de buscar la unidad, es necesario
admitir que formal y propiamente la sabiduría es una y con ella
todos son sabios. Y ésta no puede ser la sabiduría
creada, luego, si el alma de Cristo es sabia, es sabia con la
sabiduría increada.
3. Agustín en su libro ochenta y tres cuestiones, en la
cuestión acerca de las maneras de tener: "La sabiduría,
cuando se acerca al hombre, no cambia ella, sino que cambia al hombre,
y lo hace de necio sabio". Es así que, si la sabiduría
significara un hábito creado, entonces ciertamente
cambiaría, porque pasaría [en el hombre] del no ser al
ser; luego significa sólo algo increado; en consecuencia se
sigue lo mismo que en el número anterior.
4. Hugo en su tratado Sobre la sabiduría del alma de Cristo:
"Una sola es la sabiduría con que todos son sabios, y sin
embargo no son todos sabios de la misma manera; mucho más sabia
fue con esta sabiduría aquella alma que estuvo unida a la
Sabiduría misma, la cual no floreció por participar en
ella, sino que tuvo la plenitud por el privilegio de la unidad". Luego,
si la plenitud de la sabiduría no es sino la sabiduría
increada, parece, etc.
5. Hugo argumenta de esta manera: Si la sabiduría es un
accidente, como la sabiduría es lo que hace bienaventurados a
los sabios, nuestra bienaventuranza consistirá en un accidente.
Mas los accidentes son mudables; por tanto nuestra bienaventuranza
será mudable en sumo grado.
6. El que da algo a alguien, lo tiene él de alguna manera. Es
así que la sabiduría da el saber al sabio; luego la
sabiduría es sabia Pero si es sabia no es por otro sino por
sí misma; por consiguiente toda sabiduría con laque el
sabia es sabio, es sabiduría que es sabia por sí misma.
Mas una tal sabiduría no es sino la sabiduría increada;
por tanto, si el alma de Cristo es sabia con tal sabiduría, es
evidente que, etc.
7. La perfección es más noble que lo que se puede
perfeccionar, y el sabio más noble que el no sabio, y el
inteligente más noble que el no inteligente. Luego, como la
sabiduría es la perfección del sabio, y el sabio es sabio
e inteligente con la sabiduría, es necesario que la
sabiduría sea sabia e inteligente. Pero no puede ser sabia sino
por sí misma y tal sabiduría es la sabiduría
increada; por consiguiente, etc.
Con estos argumentos de razón y de autoridad se demuestra que el
alma de Cristo es sabia sólo con la sabiduría increada, y
no sólo ella, sino también cualquier otra alma que tenga
sabiduría.
Pero se demuestra más especialmente acerca del alma de Cristo de
la siguiente manera.
8. La sabiduría hace sabio a aquel a quien se une. Es así
que la sabiduría increada se une al alma de Cristo; luego el
alma de Cristo se hace sabia con la sabiduría increada.
Si dices que se une mediante la sabiduría creada que dispone a
la misma alma para la unión, te contesto: La disposición
intermedia es anterior y más inmediata y más esencial que
aquello para lo que es dispuesta, porque tiene la función de
medio que introduce. Mas el alma de Cristo está ordenada a la
unión hipostática antes y más inmediata y
esencialmente que a algún accidente que hay en ella; por tanto,
si el Verbo eterno y la Sabiduría de Dios es hipóstasis y
persona con relación a la naturaleza divina y humana, el alma de
Cristo tiene una relación anterior y más inmediata y
más esencial con la sabiduría increada que con la
sabiduría creada; en consecuencia, etc.
9. Cuanto mayor es la sabiduría, tanto más conocible es y
tanto más capaz de hacer conocer. Pero la sabiduría
creada es menor que la sabiduría increada y tiene capacidad de
hacer que conozca el alma en la que está presente; por
consiguiente con mucha más razón la sabiduría
increada. Es así que esta sabiduría estaba muy presente
en el alma de Cristo; luego, etc.
10. Para que haya conocimiento no se requiere nada más que el
sujeto que conoce y el objeto conocible y la razón de conocer.
Mas todo esto se daba en aquella alma en cuanto estaba unida al Verbo
eterno; por tanto era sabia con la sabiduría increada, excluida
toda sabiduría creada.
11. "Lo mismo que el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la
vida del alma" y de manera mucho más excelente. Pero el alma
puede dar vida al cuerpo por sí misma; por consiguiente, con
mucha más razón el mismo Dios dará vida por
sí mismo al alma, y sobre todo a aquella a la que está
unida en el más alto grado. Mas así estaba el alma de
Cristo; por tanto, etc.
12. Si Dios conociera por medio de alguna cosa distinta de Él,
se rebajaría su conocimiento, porque la razón de su
conocimiento serla o más noble o menos noble, y de cualquiera de
estas dos maneras quedaría rebajado el conocimiento divino.
Luego, si el alma de Cristo conoce por medio de alguna cosa creada
distinta de ella, se rebaja su conocimiento, porque o esa cosa es menos
noble y así es perfeccionada por una cosa menos noble, o es
más noble, y entonces el alma de Cristo no es la más
noble de todas las criaturas. Por tanto, si es la más noble
dentro de los límites de toda la nobleza creada, es imposible
que conozca algo si no es por sí misma o por medio de la
sabiduría increada.
13. Cuanto más inmediatamente se acerca un entendimiento a la
fuente de la sabiduría, tanto más sabio es '9. Es
así que el alma de Cristo es la más sabia; luego se
acerca a la sabiduría increada de la manera más
inmediata; en consecuencia, excluida toda otra sabiduría, es
sabia con aquella sabiduría eterna.
14. El alma de Cristo está unida a la divina majestad de tal
manera que debe ser honrada con el mismo honor con que es honrada la
divina majestad, Luego por la misma razón está tan unida
a la luz eterna que es sabia con la misma sabiduría que la luz
eterna. Mas ésta es únicamente la sabiduría
increada; por tanto el alma de Cristo es sabia únicamente con la
sabiduría increada.
15. Donde está la plenitud de la sabiduría está de
más poner la sabiduría parcial. Pero en Cristo
está la plenitud de la sabiduría, porque plago al Padre
que habitara en él toda plenitud, Col 1 [19]; por consiguiente,
si toda sabiduría creada es parcial, está de más
poner en Cristo o en su alma la sabiduría creada.
16. La naturaleza no emplea muchos medios para hacer una cosa que puede
hacer con pocos, y esto redunda en alabanza de la naturaleza creada;
luego, si la alabanza que se atribuye a la naturaleza creada puede
atribuirse a la naturaleza increada, ya que la sabiduría
increada es por sí misma suficientísima, porque es del
todo completa y plena; luego parece que la sabiduría creada
está de más en Cristo. Mas en Cristo no hay que poner
nada superfluo; por tanto, etc.
17. Siempre que varias luces materiales convergen en el mismo medio, de
manera que una sea mayor que la otra, una oscurece la otra, no porque
sea contraria, sino porque es más intensa. Ahora bien, si la
sabiduría increada aventaja a la creada mucho más que
alguna luz material supera a otra por pequeña que sea, la
sabiduría increada oscurecerá a la otra. Pero no hay que
poner en Cristo ninguna sabiduría oscurecida; por consiguiente,
etc.
18. Más dista el conocimiento creado del increado que la
opinión de la ciencia, o la fe de la visión clara y
descubierta. Es así que en el mismo sujeto no puede haber a la
vez opinión y ciencia, ni fe y visión clara y
descubierta; luego tampoco sabiduría creada con sabiduría
increada.
Argumentos en contra
1. Jesús crecía en sabiduría y en edad y en gracia
delante de Dios y de los hombres [Lc 2,52]. Mas esto no podía
ser por la sabiduría increada; por tanto, además de esa
tema la sabiduría creada.
2. Dice el Damasceno que en Cristo a causa de sus dos naturalezas es
necesario admitir que hubo dos voluntades. Luego por igual razón
dos conocimientos, por tanto dos ciencias, y por tanto dos
sabidurías.
3. Nadie es bueno si no lo informa la bondad; por tanto nadie es sabio
si no lo informa la sabiduría. Pero la sabiduría increada
no puede ser forma de ninguna criatura, sino sólo ejemplar; por
consiguiente, si el alma de Cristo es sabia con alguna sabiduría
que la informe, es necesario que, además de la sabiduría
increada, tenga también la sabiduría creada que la
informe.
4. La sabiduría es accidental al sabio creado, el cual no es
sabio por sí mismo. Es así que la sabiduría
increada, como es Dios, no puede ser accidental para nadie; luego es
necesario que, además de la sabiduría increada, admitamos
en el alma de Cristo alguna sabiduría creada, ya que la
sabiduría no es para ella esencial, sino accidental.
5. La perfección consiste en ser y ser bien. Mas Dios no es
forma perfectiva de ninguna criatura en cuanto al ser; por tanto
tampoco en cuanto al ser bien.
Pero la sabiduría es forma perfectiva de la misma alma de Cristo
sabio en cuanto al ser bien; por consiguiente esta sabiduría no
puede ser la sabiduría increada; luego, etc.
6. El alma de Cristo no es sabia por esencia, ya que es sabia por algo
distinto de ella. Luego, si es sabia, es sabia por
participación. Es así que no participa de la
sabiduría eterna según su esencia, ya que ésta es
simple; luego es necesario que participe de ella según su
influencia. Mas tal influencia es creada; por tanto es necesario que el
alma de Cristo sea sabia por la sabiduría creada.
7. El alma de Cristo es de la misma naturaleza que las otras almas.
Pero ninguna alma alcanza plenamente la fuente de la sabiduría
eterna si no es deiforme; y deiforme no puede ser sino por algún
don dado a ella que le dé forma y la haga conforme a Dios; y tal
don es la gracia y la sabiduría creada; por consiguiente es
necesario que el alma de Cristo sea sabia por la sabiduría
creada.
8. Dios, siendo luz y sabiduría, es conocido de diversas maneras
por diversas almas, y por el alma de Cristo es conocido de manera
más excelente que por otras. Por tanto, esto es o por
razón del mismo Dios conocido, o por razón de la
capacidad cognoscitiva, o por razón de algo que la dispone a
conocer. No es por razón del mismo Dios, ya que Él no
tiene en sí ninguna variación; ni sólo por
razón de la potencia cognoscitiva, porque entonces, los que
tuvieran mejores dotes naturales, serien más sabios y mejores,
lo cual es falso 38; luego será por razón de algún
hábito intermedio que la dispone. Pero este hábito no es
sino la sabiduría creada; por consiguiente, etc.
9. La sabiduría increada de Dios por su esencia está
presente en el mayor grado posible en todos los entendimientos. Luego,
si hiciera sabios con sola su presencia, cualquier entendimiento seria
sabio. Y como esto es manifiestamente falso, se sigue que además
de su presencia se requiere su influencia. Luego, si el alma de Cristo
es sabia, es evidente, etc.
10. El Verbo de Dios, que es la Sabiduría, está unido a
los oíos de Cristo, y sin embargo los ojos no son sabios. Luego
para que el alma de Cristo sea sabia no le basta la unión
hipostática. En consecuencia es necesario que se una como el
sujeto que conoce se une al objeto conocible. Y toda unión de
esta índole se hace por asimilación. Es así que
toda asimilación se hace según alguna cualidad; luego es
necesario que al alma de Cristo se le conceda una cualidad espiritual
creada, por medio de la cual sea idónea para conocer. Mas a
ésta la llamamos sabiduría creada; por tanto, etc.
Conclusión
El alma de Cristo, por ser criatura, estuvo dotada de la
sabiduría creada y la sabiduría increada
Respondo:
Para entender lo dicho hasta aquí hay que tener en cuenta que,
como queda claro en la cuestión anterior, para el conocimiento
cierto no basta la influencia de la luz eterna sin su presencia, ya que
ninguna cosa creada puede dar estabilidad al alma con la certeza
perfecta hasta el extremo de que llegue a la verdad inmutable y a la
luz infalible. De la misma manera hay que entender que para el
conocimiento sapiencial no basta la presencia de esa luz eterna sin su
influencia, no por defecto suyo, sino por defecto nuestro, ya que la
inteligencia creada no llega a aquella sabiduría fontal. Si no
ha sido hecha deiforme, y por ello elevada y habilitada: elevada sobre
sí misma y habilitada en sí misma. Por eso es necesario
que se le dé algún don de arriba, el cual, sin embargo,
le sea proporcional y se le adhiera. Y esto es lo que llamamos
influencia de la luz eterna, y porque habilita al alma para la
sabiduría, la llamamos sabiduría creada. Sin embargo,
porque esta misma influencia no habilita ni eleva si no está
unida a la luz eterna como a principio que mueve y razón que
dirige y fin que aquieta, por eso no obtiene la razón de
sabiduría por sí misma, sino por razón de aquella
de quien mana, según la cual dirige y a quien conduce, y esta es
la sabiduría increada.
Y por eso según aquellos sabios a quienes fue dado ascender
sobre si mismos, el nombre de sabiduría se da principal y
propiamente sólo a la sabiduría fontal e increada. Pero
según los que hablan y entienden comúnmente se da ese
nombre no sólo a ésta, sino también a su
influencia, que habilita al alma humana para el conocimiento perfecto.
Y según esto hay que conceder que el alma de Cristo, por ser
criatura, tuvo la sabiduría creada y la sabiduría
increada: la increada como principio que mueve principalmente el alma y
la dispone y aquieta; la creada como principio que informa, habilita y
eleva el alma para que pueda llegar plenamente a la increada.
Y está claro que concurren las dos a la vez por aquello que dice
Agustín, La Trinidad, IX, 7: "En aquella eterna Verdad, por la
cual han sido hechas todas las cosas temporales, vemos con la vista del
alma el modelo según el cual somos y según el cual
hacemos algo con razón verdadera y recta, sea en nuestro
interior sea en los objetos materiales, y el verdadero conocimiento de
las cosas, que hemos concebido gracias a ella, lo tenemos en nosotros
como palabra, y diciéndola la engendramos en nuestro interior, y
no se separa de nosotros al nacer".
De lo cual queda claro que en la sabiduría concurren la Verdad
eterna y el conocimiento de la verdad concebido en nosotros, el cual
informa a nuestra propia alma.
Solución de las objeciones
1. A la primera objeción: Toda sabiduría viene del
Señor Dios, hay que decir que sabiduría aquí no se
toma en el sentido de hábito que informa al alma del sabio y la
habilita para conocer, sino en el sentido de razón inmutable del
conocer. Y toda razón de esta índole está en el
arte de Dios, porque es eterna, y sin ella no puede existir la
sabiduría creada, como queda demostrado arriba. De aquí
que de ese texto no se puede concluir que no debe admitirse [en Cristo]
la sabiduría creada.
2.3. A las objeciones tomadas de los dos textos de Agustín hay
que decir que los dos hay que entenderlos de la sabiduría
increada, la cual sin embargo no excluye la sabiduría creada,
como resulta claro de lo dicho anteriormente. Pero sin embargo,
Agustín, hablando de la sabiduría, siempre o la
mayoría de las veces piensa en la sabiduría increada,
porque en comparación de ella no considera la sabiduría
creada digna del nombre de sabiduría; o porque [la
sabiduría creada] depende totalmente de ella a modo de
influencia, por lo cual más que un ente es una propiedad de un
ente, y, más que sabiduría debe ser llamada efecto e
irradiación de la sabiduría.
Y si tú preguntas por qué no se puede decir lo mismo de
la bienaventuranza, siendo así que ella dimana totalmente de la
bienaventuranza eterna, hay que decir que la bienaventuranza eterna
significa afecto que se mantiene unido al sumo Bien; la
sabiduría, en cambio, significa conocimiento que contempla el
sumo Bien. Y el afecto significa algo que sale del alma; en cambio, el
conocimiento significa algo que entra en el alma s, Y porque los
diversos afectos tienen diversos orígenes, por eso se admiten
formal y originalmente diversas bienaventuranzas. Pero en la
sabiduría no es así, la cual, por sí misma, mira a
un solo origen, es decir, a la luz eterna, de la cual y conforme a la
cual viene todo conocimiento cierto.
4.5. A la objeción tomada de Hugo hay que decir que las palabras
de Hugo concuerdan con las palabras de Agustín, porque
él, como hombre extático y sabio, pone su pensamiento
sobre todo en la misma fuente de la sabiduría.
De ahí que la objeción de que nuestra bienaventuranza no
puede estar en cosas accidentales, no quiere decir que no seamos
dispuestos a la bienaventuranza por alguna cosa accidental, sino que
todo lo que es accidente tiene más bien razón de camino
que conduce a otro que de algo que aquieta y consuma y de esta manera
ponemos la sabiduría creada en el alma de Cristo y en cualquier
otra alma no como el elemento en que descansa aquella bienaventurada
alma, sino como el elemento que la reconduce y la dispone a la
sabiduría increada, la cual la hace bienaventurada principal y
esencialmente.
6.7. A las objeciones de que la sabiduría da el saber y que la
sabiduría es más noble que el sabio, hay que decir que no
se dice propiamente que la sabiduría creada nos dé el
saber, sino más bien que la sabiduría increada nos da el
saber en ella misma, disponiéndonos por medio de la
sabiduría creada. Y por eso no se sigue que la sabiduría
creada sea sabia o tenga el saber en acto, puesto que no tiene
razón de ente completo, sino más bien razón de
camino y de medio que dispone, como se ve claro de lo dicho
anteriormente.
8. A la objeción: La sabiduría hace sabio a aquel a quien
se une, hay que decir que la sabiduría puede unirse a alguien de
muchas maneras, ya como la hipóstasis se une a la naturaleza
sustantificada en ella, ya como la razón y la luz de conocer se
une al que conoce iluminado por ella. De la primera manera no hace
sabio, ya que en ese caso el cuerpo de Cristo, por estar unido a la
sabiduría, sería sabio; sino de la segunda manera. Y de
esta forma no se une al alma de Cristo sino mediante el don de la
sabiduría creada, que es como la luz informativa de la misma
alma, que la hace deiforme y hábil para contemplar la luz de la
sabiduría increada.
9. A la objeción: Cuanto mayor es la sabiduría, tanto
más conocible es y tanto más capaz de hacer conocer, hay
que decir que esto es verdad de la sabiduría como principio
influyente, pero no es verdad de la sabiduría como principio
informante a no ser que la sabiduría sea tal que sea capaz por
naturaleza de informar y de perfeccionar y de unirse a otro como forma.
Pero la sabiduría increada no es así, sino la creada, y
por eso no es concluyente aquella objeción.
10. A la objeción: Para que haya conocimiento no se requiere
nada más que el sujeto que conoce y el objeto conocible y la
razón de conocer, hay que decir que el sujeto que conoce puede
entenderse como la facultad de conocer sola o la facultad de conocer
junto con su hábito. Si se trata de la facultad con su
hábito la objeción es verdadera, y entonces se incluye en
ella la ciencia creada, la cual habilita al alma [para conocer la
sabiduría increada]. Si se trata de la facultad sola, entonces
la objeción es falsa, y hay que responder por eliminación.
11. A la objeción: Dios es la vida del alma, como el alma es la
vida del cuerpo, hay que decir que el alma se dice vida del cuerpo en
dos sentidos, a saber, a modo de principio que da forma, o a modo de
principio que influye, porque el alma se relaciona con el cuerpo de dos
maneras, a saber, como principio que lo perfecciona o como principio
que lo mueve 66. Por tanto cuando la objeción demuestra que el
alma al dar la vida al cuerpo se asemeja a Dios, hay que decir que se
entiende del alma en cuanto mueve el cuerpo, no en cuanto lo
perfecciona. Mas el alma mueve el cuerpo mediante su poder y mediante
su disposición que hace al cuerpo idóneo para recibir la
influencia del alma, y de esta manera la luz y el amor divinos mueven
al alma y le dan vida mediante la gracia y la sabiduría que le
infunden.
12. A la objeción: Si Dios conoce por medio de alguna cosa
distinta de Él, se rebajará su conocimiento, hay que
decir que no hay paridad. Porque siendo Dios el ser más noble,
no puede tener nada más noble que Él, ni absoluta ni
relativamente, ni en cuanto al ser ni en cuanto al ser bien, porque el
mismo ser es para Él el ser bien. En cambio el alma de Cristo,
aunque es más noble que las demás criaturas por
razón de la gracia de unión, a pesar de ello, difieren en
ella el ser y el ser bien, la sustancia y la disposición
accidental. Y como por medio de esa disposición recibe alguna
plenitud, por eso no es contrario a su nobleza como criatura que tenga
algo más noble que ella al menos en sentido relativo: pues la
plenitud y perfección última, en la cual se encierra el
apetito de esta alma, es la sabiduría increada, y a ella se
dispone por medio de la influencia creada, como queda claro de lo que
se ha dicho.
13. A la objeción sobre el entendimiento que se acerca a la
fuente de la sabiduría de forma inmediata, hay que decir que hay
un medio que dispone y un medio que acompaña. El primero es
intrínseco; el segundo, extrínseco; el primero hace
acercarse más; el segundo, hace quedarse a distancia. Y la
objeción es verdadera en cuanto al medio que conduce. Mas la
sabiduría creada, que se admite en Cristo, tiene razón de
medio que lo dispone a que saque perfecta e inmediatamente de la fuente
de la sabiduría eterna. Y como es evidente, el razonamiento no
procede.
14. A la objeción de que el alma de Cristo es adorada con culto
de latría por causa de la unión con la divina
majestad..., hay que decir que no se trata de lo mismo, porque la
adoración es un acto que se debe a la misma naturaleza por
razón de la persona. Pues el honor que se da a Cristo, no se le
da ni a su alma por sí misma ni a su cuerpo, sino a su persona,
en la cual subsisten ambos. En cambio el conocimiento es un acto que
sale de la facultad de la misma alma. Y lo mismo que la naturaleza
divina y la humana en Cristo son distintas, así también
tienen diversas potencias y operaciones, y por ello, diversas
sabidurías y conocimientos, no así diversos honores. Por
eso no hay paridad.
15. A la objeción: Donde se debe poner la plenitud de la
sabiduría, está de más poner la sabiduría
parcial, hay que decir que es verdad cuando se trata del mismo objeto y
desde el mismo punto de vista. Cuando se dice que Cristo tuvo la
plenitud de la sabiduría, si se entiende de la plenitud absoluta
y fuera de todo género, se refiere a la naturaleza increada; mas
si se entiende de la plenitud en general, ésta se puede aplicar
a su naturaleza creada, y esta plenitud es en cierto modo parcial con
respecto a la plenitud absoluta; y no está de más, porque
es más proporcionada al alma de Cristo, pues por sí sola
no tenía cabida para contener aquella inmensidad de la
sabiduría increada.
16. A la objeción: La naturaleza no emplea muchos medios..., hay
que decir que es verdad si con un medio se hace una cosa tan bien y tan
ordenadamente como con muchos. Pero aquí no es así, y no
es por defecto de la misma sabiduría que ilumina, sino por la
naturaleza de la misma alma que la recibe, como queda claro de lo que
se ha dicho arriba.
17. A la objeción que se hace con el símil de las luces
materiales, hay que decir que no hay parecido, porque una de aquellas
luces no dispone para la otra; es más, cada una de por sí
tiene su ser propio y distinto, y por eso la actividad de una se ve
menos que la actividad de la otra, la cual por sobresalir más
reclama la superioridad. Pero en el caso presente no es así,
porque la sabiduría creada prepara para la sabiduría
increada, y la creada no alumbra si no es por la increada, y no se
llega a la increada si no prepara la creada.
18. A la objeción sobre la distancia entre la ciencia creada y
la increada, y entre la opinión y la ciencia, hay que decir que
no hay parecido: porque la opinión y la ciencia están en
el mismo sujeto y según un mismo punto de vista y respecto al
mismo objeto, aunque tienen condiciones diversas y opuestas. En cambio,
la sabiduría creada y la increada, aunque son de distinta
naturaleza, sin embargo no están en el sujeto según un
mismo punto de vista, ni tienen condiciones tan diversas y opuestas; es
más, tienen condiciones concomitantes' parque ninguna cosa
creada subsiste sino por el ser increado, Y así queda clara la
respuesta a todas las objeciones.
CUESTIÓN VI.
Si comprende el alma de Cristo la misma sabiduría increada
Admitido que el alma de Cristo es sabia con la sabiduría
increada y con la sabiduría creada a la vez, se plantea en
consecuencia la cuestión de si comprende la misma
sabiduría increada.
Parece que sí:
Argumentos a favor
1. Juan 3 14: Dios da su Espíritu sin medida,. Dice la Glosa: "A
los hombres [lo da] con medida, mas al Hijo sin medida. Pero, lo mismo
que lo engendró todo entero de su totalidad entera, así
también dio su Espíritu entero al Hijo encarnado, no
parcialmente y por partes, sino de una manera general y universal". Mas
la medida del conocimiento de la verdad se corresponde a la medida del
Espíritu concedido; por tanto, si el alma de Cristo
recibió el Espíritu Santo sin medida, conoce a Dios sin
medida. Y esto no es otra cosa que comprender la sabiduría
divina; luego, etc.
2. Agustín, La Trinidad, XIII, 19: "En el Verbo reconozco al
verdadero Hijo de Dios, en la carne al verdadero hijo del hombre,
unidos ambos en una sola persona de Dios y del hombre por la largueza
de una gracia inefable". En consecuencia, la gracia de la unión
es inefable, luego sin medida e incomprensible. Pero según la
cantidad de la gracia es la cantidad del conocimiento; por
consiguiente, si el ser infinito es comprensible por el conocimiento
incomprensible, por grande que sea su inmensidad será
comprendido por el alma unida a él.
3. Dice Hugo en su obra La sabiduría [del alma] de Cristo: "El
alma de Cristo tiene por gracia todo lo que Dios tiene por naturaleza".
Es así que Dios tiene por naturaleza la comprensión de su
propia sabiduría; luego el alma de Cristo la tiene por gracia.
4. Tanto o más es ser Dios que comprender a Dios 4. Ahora bien,
la gracia de la unión hipostática puede hacer que una
criatura sea Dios; luego con mucha más razón hará
que la criatura comprenda a Dios. Mas no hizo esto sino con el alma de
Cristo; por tanto, etc.
5. Bernardo en Al papa Eugenio sobre la consideración' dice que
hay unidad por naturaleza, por dignación y por
superdignación. La unidad por dignación no es tan grande
como la unidad de la Trinidad, que es por superdignación, y es
mayor que la unidad por naturaleza 6. Pero tanto en la unidad por
naturaleza como en la unidad por superdignación uno de los
extremos es comprendido por el otro, y viceversa; por consiguiente, con
la misma y con mucha mayor razón parece que se da esto en la
unidad por dignación. Es así que el alma de Cristo
está unida a la sabiduría increada con la unidad de
dignación; luego
6. E Isidoro: "La Trinidad es conocida sólo por ella sola y por
el hombre asumido [por el Verbo]", y consta que esto no se entiende de
cualquier conocimiento, sino solamente de aquel que la Trinidad no
tiene en común con la pura criatura. Mas éste no es otro
que el conocimiento comprensivo; por tanto, éste lo tiene la
criatura unida [al Verbo].
7. Y Casiodoro: "Aquella luz inaccesible la entiende el alma sana por
encima de todas las claridades". Ahora bien, el alma unida al Verbo fue
la más sana; por consiguiente, la entendía por encima de
toda otra claridad; por tanto o no comprendía ninguna otra
claridad, o si comprendía alguna, comprendía
también aquella.
8. La gracia de unión supera absolutamente a la gracia de
comprensión por grande que ésta sea; en consecuencia hace
que Dios sea conocido con absoluta mayor claridad. Es así que
esto no es otra cosa que comprender la divina sabiduría; luego,
etc. Pues nada supera absolutamente todo ser finito sino el ser
infinito.
Agustín, La Trinidad IX, dice que el alma es simple. Por eso,
cuando se conoce a sí misma, se conoce totalmente, no
parcialmente. Luego, como la sabiduría eterna es simple, si es
conocida por el alma de Cristo, es conocida totalmente. Mas conocer una
cosa totalmente no es otra cosa que comprenderla; por tanto, etc.
Esta proposición es de por sí verdadera: El ser simple,
cuando es conocido, es conocido todo entero; luego el ser más
simple es conocido más plenamente; y el ser simplicísimo
es conocido plenísimamente. Pero el Verbo increado tiene la suma
simplicidad; por consiguiente es conocido plenísimamente. Mas
esto es comprenderlo de la manera más perfecta; por tanto es
comprendido de la manera más perfecta por el alma de Cristo.
El alma de Cristo en su conocimiento del Verbo o lo conoce todo entero
con claridad o hay parte del Verbo que desconoce y parte que conoce con
claridad. Si lo conoce con total claridad, entonces es que lo comprende
totalmente. Si hay parte que desconoce y parte que conoce con claridad,
entonces es que en el Verbo hay partes. Es así que esto es
absurdo, porque el Verbo no sería la suma simplicidad; luego,
etc.
Si hay parte que desconoce, o esa parte es Dios o no. Si no es Dios,
entonces a la vez que la desconoce, no obstante comprende a Dios. Si es
Dios, luego el alma de Cristo desconoce a Dios. Mas ninguna alma que
desconoce a Dios es bienaventurada; por tanto según esto el alma
de Cristo no es bienaventurada. Pero esto es absurdo; por consiguiente,
también la premisa de la que se deduce. Lo mismo que se da en
Dios verdaderamente la inmensidad, así también se da en
Dios verdaderamente la simplicidad. Ahora bien, lo mismo que es propio
de la inmensidad no ser nunca comprendida totalmente, es también
propio de la simplicidad ser totalmente comprendida por cualquiera que
la comprenda; por tanto, por la misma razón que se dice
incomprensible por razón de la inmensidad, se dirá
comprensible por razón de la simplicidad.
Si en el punto la esencia y el poder fueran lo mismo, el que lo
conociera totalmente en cuanto a su esencia, lo conocería
totalmente en cuanto a su poder. Es así que en Dios es lo mismo
su esencia y su poder, y todo lo que es esencial en Él es
totalmente idéntico y sumamente simple; luego, o no se conoce
nada de Dios, o si se conoce algo, se conoce todo y totalmente; por
tanto se comprende todo y totalmente; luego no sólo el alma de
Cristo comprende al Verbo, sino también toda alma que conoce a
Dios de cualquier manera.
15. Dice Beda que "al alma no la puede llenar nada menor que Dios",
Pero si la capacidad del alma pudiera llenarse con alguna cosa
limitada, la llenaría algo menor que Dios; por consiguiente, la
capacidad del alma se extiende al ser infinito como infinito. Mas el
alma de Cristo comprende todo aquello a lo que se extiende su
capacidad, ya que es plenamente perfecta; por tanto, comprende al ser
infinito.
16. El alma de Cristo ama a Dios cuanto debe ser amado. Pero Dios debe
ser amado sin modo ni medida; por consiguiente, como lo ama tanto como
lo conoce, se sigue que lo conoce sin medida; en consecuencia, etc.
17. El entendimiento es por naturaleza tal que se fortalece entendiendo
la suma realidad inteligible Luego, cuanto más claramente
entiende el alma de Cristo, tanto más capaz se hace de entender
más claramente. Luego, o no tendrá nunca reposo, o
comprenderá totalmente al Verbo unido a ella.
18. Si existiera algo cuya capacidad se aumentara cogiendo nuevas
cosas, o no se llenaría nunca con ellas o se le pondría a
su alcance el ser infinito. Pero la capacidad del alma de Cristo es
así; por consiguiente, o queda en parte vacía o comprende
la sabiduría infinita.
19. El ser finito dista del ser infinito tanto como el ser creado del
ser increado. Mas lo que dista el ser creado del ser increado no impide
que el entendimiento se eleve a conocer el ser increado como increado;
por tanto, por la misma razón el ser finito podrá
elevarse a conocer el ser infinito como infinito. Pero esto no se puede
dar más que en el alma de Cristo; por consiguiente, etc.
20. Cuanto dista la finitud de la infinitud tanto dista la simplicidad
de la composición. Es así que el entendimiento del alma
de Cristo, aunque tenga alguna composición, sin embargo entiende
y conoce al mismo Verbo en cuanto simplicidad suma; luego igualmente en
cuanto suma infinitud. Mas esto es comprender toda la sabiduría
del Verbo; por tanto, el alma de Cristo comprende la sabiduría
increada.
Argumentos en contra
1. El Damasceno, I, 4: "Infinito es Dios e incomprensible, y de su
sustancia sólo es comprensible su infinitud y su
incomprensibilidad". Luego el llamarse incomprensible no es por
razón de Él mismo, sino por referencia a la naturaleza
creada. Por tanto, si el alma de Cristo es una criatura, la
sabiduría increada es incomprensible para ella.
2. Agustín, La ciudad de Dios, XII: "Todo lo que se sabe queda
limitado por la capacidad de comprender del que lo sabe". Pero el ser
infinito no puede en modo alguno quedar limitado por el ser finito; por
consiguiente en modo alguno es comprendido por el ser finito. Mas el
alma de Cristo es finita, ya que es criatura; por tanto, etc.
3. Todo el que conoce conoce según su capacidad de conocer 22.
Pero la capacidad de conocer del alma de Cristo es limitada; por
consiguiente todo lo que conoce lo conoce como limitado y de un modo
limitado; en consecuencia, no comprende el ser infinito en modo alguno.
4. Todo el que comprende una cosa la contiene totalmente dentro de
él; luego es mayor o igual que esa cosa. Mas el alma de Cristo
no es mayor ni igual que el Verbo eterno; por tanto no lo comprende en
modo alguno 23.
[Siempre] es posible pensar alguna cosa más grande que todo lo
que comprenda el alma, porque, una vez que ésta haya alcanzado
los límites de esa cosa, su pensamiento puede extenderse
todavía más allá. Es así que no es posible
pensar nada más grande que la sabiduría de Dios; luego es
necesario que la sabiduría de Dios sea aprehendida por el alma
de Cristo de un modo no [totalmente] comprensivo.
6. El alma de Cristo, aunque está unida al Verbo de la manera
más perfecta, a pesar de ello no encierra en sí al Verbo
en cuanto a la existencia, ya que el Verbo existe fuera de ella y
está en alguna parte en que no está el alma de Cristo
unida a él. Luego por igual razón tampoco cabrá la
sabiduría divina dentro del entendimiento del alma de Cristo;
luego no la comprende.
7. Comprender una cosa es abarcarla plenamente. Mas abarcar plenamente
el ser infinito no es posible si no es por medio de un acto infinito. Y
un acto infinito no es posible si no hay poder infinito, y no puede
haber poder infinito si no hay igualmente también sustancia
infinita; por tanto, si el alma de Cristo comprendiera la
sabiduría divina, como ésta es infinita, el alma sena
infinita en cuanto a la sustancia, el poder y el obrar. Pero esto es
falso e imposible; por consiguiente, etc.
8. Lo que comprende una cosa según la cantidad de su volumen se
extiende con ella igualando su extensión. Luego el que comprende
una cosa según la excelencia de su claridad, se iguala a ella en
claridad. Es así que es imposible que el alma de Cristo se
iguale a la sabiduría divina en claridad, ya que ésta es
pura luz y el alma de Cristo es tiniebla en cuanto criatura; luego es
imposible que la sabiduría eterna de Dios sea comprendida por el
alma de Cristo.
9. La eternidad es a la eviternidad como el círculo mayor al
círculo menor. Ahora bien es imposible que el círculo
mayor sea comprendido por el círculo menor; luego es imposible
que la sustancia eterna sea comprendida por la sustancia eviterna. Mas
la sabiduría de Dios es eterna, y el alma de Cristo no es
eterna, sino eviterna; por tanto, etc.
10. El que comprende una cosa la conoce perfectísimamente.
Luego, si el alma de Cristo comprende la sabiduría eterna, es
necesario que sea sabia en sumo grado, y, consiguientemente,
bienaventurada en sumo grado; luego sena igual a Dios en
bienaventuranza y en bondad; luego no tendría principio ni fin;
luego no sería criatura ni alma; luego, si estas cosas y otras
muchas que se podrían deducir son absurdas, es imposible que la
divina sabiduría sea comprendida por el alma de Cristo.
Conclusión
El alma de Cristo no puede propiamente comprender la sabiduría
increada
Respondo:
Para entender lo precedente hay que tener en cuenta que, como se ha
demostrado en la cuestión anterior, para que una criatura tenga
conocimiento perfecto y cierto concurre no sólo la presencia de
la luz eterna, sino también la influencia de la luz eterna; no
sólo el Verbo increado, sino también el verbo concebido
interiormente; no sólo la sabiduría eterna, sino
también la noticia impresa en el alma; no sólo la verdad
que causa, sino también la verdad que informa.
Por consiguiente, como el alma de Cristo y cualquier alma que conoce a
Dios, lo conoce según la medida de la influencia del Verbo y de
la noticia que informa la mente interiormente; y como este verbo y
noticia, por tener una esencia creada, y por ello limitada, no puede
igualarse a la sabiduría divina, ya que ella es infinita en
todo: hay que confesar que la sabiduría increada no puede ser
comprendida por el alma de Cristo unida a ella ni por cualquier otra
criatura, en el sentido en que s dice que es comprendida una cosa
cuando el que la comprende la abarca dentro d sí mismo toda y
totalmente según todas las maneras, conforme a lo que dic
Agustín en su Carta a Paulina sobre la visión de Dios:
"La plenitud de Dios ninguno la comprende jamás no sólo
con los ojos del cuerpo, sino ni siquiera con la misma mente, pues una
cosa es ver y otra, viendo, comprender totalmente, puesto que s ve lo
que se siente presente de alguna manera; mas se comprende totalmente lo
que se ve de tal manera que nada del objeto visto queda oculto al que
lo ve, aquello cuyos límites pueden ser vistos por todo
alrededor".
Para una visión así se requiere necesariamente que el que
comprende iguale supere al propio comprendido en acto, en hábito
y en potencia. Y esto no parece darse de ninguna manera en el alma de
Cristo o en alguna criatura en comparación con la
sabiduría eterna; como ésta es infinita y aquélla
finita, ésta supera a aquélla absolutamente.
Y esto es lo que dice Agustín, La Trinidad, IX, 11: "En la
medida en que conocemos a Dios, somos semejantes a Él, pero no
semejantes hasta la igualdad porque no lo conocemos tanto como
Él se conoce a sí mismo". Y después: "Cuando
conocemos a Dios, aunque nos hagamos mejores que éramos antes de
conocerlo, sobre todo cuando es verbo ese conocimiento deleitable y
amado como se merece, ese conocimiento se convierte en alguna semejanza
de Dios; sin embargo es inferior, porque está en una naturaleza
inferior, pues el alma es una criatura Dios es el Creador".
Por consiguiente, no pudiendo el alma de Cristo al conocer al Verbo
eterno engendrar un verbo igual a él, queda manifiesto que no
puede comprenderlo en e sentido propio de la palabra.
Por lo cual se deben admitir como válidos los argumentos que
favorecen esta tesis.
Mas para entender las objeciones, puesto que proceden de tres caminos,
a sabe de la inmensidad de la gracia de la unión
hipostática, de la simplicidad del Verbo de la sabiduría
de Dios, de la capacidad y aquietamiento del deseo de la misma alma que
conoce, hay que entender que, aunque la naturaleza divina y la humana
disten como el ser finito del ser infinito, a pesar de ello pueden
unirse en la unión hipostática, quedando a salvo la
propiedad de una y otra naturaleza. Sin embargo la misma naturaleza
divina nunca se hace finita, ni la humana se hace infinita. De
aquí que, aunque Dios es hombre y el hombre es Dios a causa de
la unidad de la persona y la hipóstasis, a pesar de ello quedan
a salvo e inconfusas las operaciones de ambas naturalezas, aunque se
prediquen recíprocamente por causa de la comunicación de
idiomas.
Por otro lado, aunque el Verbo divino es simple, es sin embargo
infinito, no por la cantidad de su masa, sino por la cantidad de su
poder; porque cuanto más simple es una cosa, tanto más
unido está su poder, y "el poder más unido es más
infinito que el poder multiplicado". Y por eso el Verbo divino, por lo
mismo que es simplicísimo, es también
infinitísimo. Y por eso, aunque está todo entero en
dondequiera que está, a pesar de ello nunca es limitado ni
comprendido por ninguna criatura.
Por último, aunque el entendimiento y el afecto del alma
racional no descansan nunca sino en Dios y en el Bien infinito, esto no
es porque lo comprendan, sino porque nada sacia al alma si no sobrepasa
su capacidad. De aquí que es verdad que tanto el amor como el
entendimiento de la propia alma racional son conducidos al Bien y a la
Verdad infinita y en cuanto son infinitos. Pero este ser conducidos
puede ser de seis maneras: creyendo, razonando, admirando, contuyendo,
excediéndose y comprendiendo. La primera manera es propia de los
imperfectos y viadores; la última manera es propia de la
perfección suma y de la Trinidad eterna e infinita; la segunda y
tercera manera pertenecen a los viadores; la cuarta y quinta a la
consumación de la patria celestial.
Pues en el estado de viador podemos contemplar la inmensidad divina
razonando y admirándola; en la patria, contuyéndola
cuando seamos hechos deiformes, y «excediéndonos»
cuando estemos totalmente embriagados. Por causa de esta embriaguez,
dice Anselmo al final del Proslogio que más bien entraremos
nosotros en el gozo de Dios que no el gozo de Dios en nuestro
corazón.
Y porque aquella alma unida al Verbo ha quedado no sólo
más deiforme, sino también más embriagada por la
gracia no sólo suficiente, sino también sobreexcelente,
por eso contempla la divina sabiduría, y contemplándola
se extasía en ella, aunque no la comprenda. Y por esta causa la
admiración no tiene lugar solamente en el estado de viador, sino
también en la patria; no sólo en los ángeles, sino
también en el alma asumida por Dios, de manera que puede decir:
Admirable se ha hecho tu ciencia para mí, se ha remontado
poderosa y no podré alcanzarla [Sal 138,6], como explica la
Glosa refiriéndolo a la humanidad asumida por el Verbo, que "no
puede igualársele ni en la sabiduría ni en ninguna otra
cosa".
Visto esto, se contesta fácilmente a las objeciones.
Solución de las objeciones
1.2.3.4. A la primera objeción basada en la Glosa, de que la
gracia se dio a Cristo sin medida; y a la basada en el texto de
Agustín, de que aquella gracia es inefable; y a la basada en el
texto de Hugo y a la basada en la razón que aduce de que aquella
gracia hace que el hombre sea Dios: a todas estas objeciones hay que
responder que todas ellas son verdaderas y hay que entenderlas
según el concurso de las dos naturalezas en una sola persona. De
lo cual resulta que por la inmensidad de aquella persona no sólo
la gracia de unión se dice inmensa e inefable, sino
también que por la unidad de persona Dios y las cosas de Dios
pueden predicarse del hombre. Sin embargo, de esto no resulta que la
propia alma ni su poder ni su hábito ni su acto pierda su
condición de criatura, y por ello finita y limitada 48, y por
eso no se sigue que sea propio de ella el acto comprensivo de la
sabiduría eterna, ya que este acto es infinito y de poder
infinito.
5. A la objeción basada en Bernardo acerca de la triple
unión o unidad, hay que decir que no hay paridad, porque en la
unidad de naturaleza y en la de superdignación los extremos son
proporcionales, pues la una y la otra son una unidad connatural. Pero
en la unidad de dignación es al contrario, porque esa unidad es
sola de condescendencia y gracia, y por ello no es necesario que en
ella haya mutua comprensión.
6. A la objeción basada en el texto de Isidoro, de que la
Trinidad es conocida por ella sola, etc., hay que decir que dice esto
sólo por la comunicación de idiomas o por el modo
familiarísimo de la revelación de los arcanos divinos
comunicados a aquella alma unida al Verbo, como quedará
más patente en la siguiente cuestión.
Sal 7. A la objeción basada en el texto de Casiodoro, acerca de
la luz inaccesible, a saber, que [esa luz] es entendida por el alma
sana por encima de cualquier claridad, hay que decir que es verdad,
entendiendo la salud como deiformidad perfecta. Pero no se sigue que
sea comprendida porque las otras claridades sean menores y
comprensibles, y ella sea mayor; por consiguiente, aunque sea conocida
por el alma más límpidamente que las otras claridades,
sin embargo no se sigue que sea comprendida.
8. A la objeción: La gracia de unión es superior a toda
gracia de comprensión, hay que decir que es verdad; pero no es
porque la gracia de unión dé a la propia alma de Cristo
poder infinito, ya que no le quita el ser de criatura, sino porque la
coloca en la hipóstasis infinita. Mas el obrar que sale de un
poder se considera según la virtud mayor o menor del propio
poder; por eso la gracia de unión y la de comprensión no
son del mismo género; por tanto, aunque no guarden
proporción, no se sigue por ello que la gracia de unión
suscite en el alma un acto infinito; de la misma manera que no se sigue
que la línea sea infinita en acto, aunque sea superior al punto
sin proporción.
A la objeción tomada de Agustín: El alma es simple; por
eso, cuando se conoce a sí misma, se conoce totalmente..., hay
que decir que esto es porque el alma tiene una simplicidad limitada, a
la cual acompaña el ser finita e indivisible. Por eso, cuando se
conoce, se conoce toda y totalmente. Es así que la simplicidad
de la sabiduría divina, como se ha demostrado antes, está
unida a la infinitud; luego, aunque pueda ser conocida y aprehendida
por la criatura, sin embargo no puede jamás ser comprendida o
limitada por la criatura.
A la objeción: Esta proposición es de por sí
verdadera: El ser simple cuando es conocido, es conocido todo entero,
hay que decir que es verdadera si se refiere al ser simple finito; pero
si se refiere al ser simple infinito, en alguna manera es verdadera, en
alguna manera no. Si se entiende que se conoce todo entero, es decir,
no por partes, es verdadera. Pero si se entiende que es conocido todo
entero, es decir, en su absoluta plenitud y perfección de manera
que no sea superior al que lo comprende, es falsa. Por eso se ha dicho
comúnmente y desde antiguo que, aunque el ser simple infinito
sea conocido todo entero, no es conocido totalmente. Porque todo
entero, por ser nombre, significa disposición de parte del
sujeto o del objeto en sí; en cambio, totalmente, por ser
adverbio, significa disposición del verbo, y por esto supone
omnímoda perfección e igualdad en el acto del que
comprende con relación a la cosa comprendida, lo cual no puede
darse en el ser finito con relación al ser infinito.
11.12. A la objeción: o desconoce [al Verbo] todo entero o lo
conoce todo entero, etc., la respuesta es obvia, porque lo desconoce
todo entero y lo conoce todo entero. En efecto, lo conoce todo entero
el que lo aprehende, ya que no lo aprehende por partes; pero
también lo desconoce todo entero en cuanto a la
comprensión, porque nada del Verbo puede ser comprendido por el
entendimiento creado, pues es todo entero infinito y a la vez simple.
Por eso lo mismo que se aprehende no se comprende. Lo mismo que el
Verbo eterno el mismo y todo entero y según el mismo punto de
vista está dentro de alguna criatura y está fuera de
ella, así también es conocido por alguna inteligencia, y
sin embargo no es comprendido por ella, porque la excede.
Por esto está clara la respuesta a la siguiente objeción:
Si lo desconociera en parte, el entendimiento no seria bienaventurado.
Pues, como ya se ha dicho, no se dice incomprensible porque se
desconozca alguna parte, sino por la inmensidad de su simplicidad.
13. A la objeción: Lo mismo que [Dios] es verdaderamente
infinito, es también verdaderamente simple, hay que decir que es
verdadera.
A lo que sigue: Lo mismo que la incomprensibilidad dice relación
al ser infinito, así la comprensibilidad dice relación al
ser simple, hay que decir que es falso, porque el ser infinito, por el
mismo hecho de ser infinito, sobrepasa de manera absoluta a cualquier
ser finito; pero el ser simple, por el mismo hecho de ser simple, no
significa adecuación o limitación ni absolutamente en
sí ni en comparación con otro; porque, como se ha
demostrado antes, el ser más simple, por ser el más
simple, es necesario que sea infinito. En efecto, al haber dos clases
de cantidad, cantidad de materia y cantidad de poder, en la cantidad de
materia el ser simple y el ser infinito tienen diversos fundamentos; en
cambio, en la cantidad de poder tienen el mismo fundamento, porque la
magnitud de la simplicidad contribuye a la unión y al
engrandecimiento del poder. Por eso, a causa de la suma simplicidad, no
se comunica la comprensibilidad, sino más bien la
incomprensibilidad y el poder inmenso.
14. A la objeción: Si en el punto la esencia y el poder fueran
lo mismo, etc., hay que decir que el Verbo eterno no es comprendido ni
según su esencia ni según su poder por ninguna criatura,
porque tanto su poder como su esencia tienen una inmensidad que
sobrepasa infinitamente todo poder creado. Por eso no hay similitud con
el punto, cuya esencia es limitada.
15. A la objeción: Al alma no la puede llenar nada menor que
Dios, hay que decir que es verdadera, como ya lo hemos tratado, porque
el alma no está contenta con algún bien que ella
conquiste y comprenda, porque un bien así no es el sumo bien.
Sino que necesita un bien tal y tan grande que ella lo conquiste y lo
aprehenda por la mirada y el amor, y que él la conquiste a ella
por su supereminente superioridad.
16. A la objeción: El alma de Cristo ama a Dios tanto como debe,
hay que decir que es verdad. Pero sin embargo, de esto no se sigue que
ame a Dios tanto como Dios se ama a sí mismo. Porque el amor con
que Dios se ama a sí mismo es eterno e inmenso e igual al amado,
En cambio, el amor del alma de Cristo no puede ser sino finito, porque
nace de su voluntad.
Y lo que se dice que la medida de amar a Dios es amarlo sin medida,
esto no es porque ese amor no tenga límite ni medida, ya que
éstos son inherentes a toda criatura, sino porque el amor al
amar no debe fijarse límite y término restrictivo, sino
más bien dejarse llevar de modo excesivo con todo el esfuerzo
del alma a aquella infinitísima bondad.
17.18. A la objeción: El entendimiento se fortalece entendiendo
la máxima realidad inteligible, y su capacidad crece captando
cosas mayores, hay que decir que eso se puede entender de dos maneras:
primera, que esa capacidad, por el hecho de entender la suma realidad
inteligible y captarla, es más vigorosa y poderosa con
relación a las cosas que están por debajo de esa
realidad, y esto es verdad; segunda, que el entendimiento es capaz de
una luz y verdad aún mayor que la que ha captado, y esto es
falso. Porque la capacidad del alma es igual a la cantidad de su poder,
que se fundamenta en su sustancia finita; y por ello es finita en acto
y puede ser suficientemente colmada por la deiformidad finita, la cual
haciéndola semejante a Dios según su omnímoda
posibilidad, la hace salir fuera de sí hacia el bien infinito, y
por medio de ello le da perfección y reposo.
19.20. A la objeción: El alma de Cristo conoce el ser increado y
simplicísimo, aunque sea creada y compuesta; luego por igual
razón conoce el ser infinito en cuanto infinito, aunque ella sea
finita, hay que decir que puede admitirse la conclusión: que
conoce el ser infinito como el ser increado y simplicísimo. Pues
lo mismo que el ser infinito no lo conoce comprendiéndolo, sino
aprehendiéndolo y excediéndolo, igual le pasa con el ser
increado y simplicísimo.
Sin embargo podría decirse que no hay paridad en uno y otro
caso. Porque conocer el ser simple como simple y el ser increado como
increado no encierra sino que el sujeto que conoce se asemeja al objeto
conocido. En cambio, conocer el ser infinito como infinito no dice
sólo asimilación, sino también una especie de
adecuación, pues el ser infinito como infinito significa
tamaño; por eso el argumento anterior no es consecuente, como no
es consecuente afirmar que, si la criatura puede asemejarse a Dios, por
eso puede igualarse a Dios.
Confesamos que el alma de Cristo es deiforme, pero no que es igual a
Dios; y por eso concedemos y sostenemos que, aunque aprehenda clara y
distintamente la misma sabiduría unida a ella, sin embargo no la
comprende totalmente.
CUESTIÓN VII.
Si comprende el alma de Cristo todas las cosas que comprende la
sabiduría increada
Se pregunta si el alma de Cristo comprende todas las cosas que
comprende la Sabiduría increada. Y parece que sí.
Argumentos a favor
Rm 11 [33]: ioh profundidad de las riquezas de la sabiduría y
ciencia de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios e
irrastreables sus caminos! De lo cual se colige que las cosas que
atañen a la divina sabiduría son más comprensibles
que los juicios divinos. Pero en Jn 5 [22.27] se dice que el Padre ha
dado al Hijo todo juicio, porque es el Hijo del hombre. De lo cual se
colige que el alma de Cristo comprende los juicios divinos; luego, si
éstos son menos comprensibles que las otras cosas, con mucha
más razón comprende todas las otras cosas.
2. Ap 5 [12]: Digno es el Cordero que ha sido inmolado de recibir la
sabiduría; la Glosa: "El conocimiento de todas las cosas, como
el Verbo unido a él". Es así que el Verbo unido comprende
todo lo que conoce; luego también el alma de Cristo.
3. Juan Damasceno, en libro IIl [de la Fe ortodoxa]: "Decimos que
Cristo hombre lo sabe todo; pues en Cristo están todos los
tesoros de la sabiduría [Col 2,3]".
Si dices que esto se entiende según la naturaleza divina,
respondo: Uno no sabe nada que no lo sepa su alma; luego, si Cristo lo
comprende todo, es necesario que su alma también lo comprenda.
4. Gregorio, en los Diálogos: "Para el alma que ve al Creador es
estrecha toda criatura". Luego, si el alma de Cristo ve perfectamente
al Verbo unido a ella, consiguientemente es estrecha para ella toda
criatura. Pero más allá de toda criatura no hay otra cosa
que la inmensidad de las cosas que son posibles a Dios; por
consiguiente, el alma de Cristo comprende todas las cosas.
5. El alma de Cristo está unida de la manera más perfecta
al Verbo tanto en cuanto es Verbo como en cuanto es ejemplar. Mas si
hubiera en el Verbo o en el ejemplar eterno algo que se ocultara al
alma de Cristo, podría pensarse [que el alma de Cristo
podía estar] unida todavía más perfectamente; por
tanto, si está unida con la unión más perfecta, es
necesario que lo comprenda todo.
6. El alma de Cristo conoce en el Verbo. Y porque en un solo principio
conoce muchas cosas, por eso conoce muchas cosas a la vez, aunque por
su conocimiento natural no pueda entender más que un solo
principio x; luego, como ese solo principio se extiende no sólo
a muchas cosas, sino también a infinitas cosas; por la misma
razón que conoce a la vez muchas cosas, conoce infinitas cosas.
7. El Verbo eterno reproduce eternamente todo lo que reproduce, puesto
que es uno y uniforme; luego no lleva a una cosa de una manera y a las
demás cosas de otra; luego el alma de Cristo o no ve en el Verbo
ninguna cosa, o si ve alguna, ve infinitas.
8. El alma de Cristo es más poderosa para conocer por medio del
Verbo unido a ella que cualquier alma [para conocer] por medio de un
hábito dado a ella. Es así que el alma que tiene el
hábito de la sabiduría comprende todas las cosas a las
que se extiende ese hábito; luego por igual razón el alma
de Cristo comprende por medio del Verbo eterno todas las cosas a las
que se extiende el mismo Verbo ".
9. El alma de Cristo conoce al mismo Verbo todo entero, puesto que lo
tiene unido a ella todo entero. Pero en el Verbo la potencia y la
esencia son una misma cosa; por consiguiente comprende la potencia del
Verbo toda entera. Mas la potencia del Verbo se extiende a infinitas
cosas; por tanto, el alma de Cristo comprende infinitas cosas.
10. El alma de Cristo está más cercana a las cosas tal
como están en el Verbo que como están en su género
propio. Ahora bien, ninguna cosa tiene el ser en su género
propio sin que sea conocida por el alma de Cristo, pues sabe todas las
cosas que son hechas; en consecuencia, con mucha más
razón sabe todo lo que sabe el Verbo eterno.
11. La misma imposibilidad tiene saber con certeza las cosas
contingentes que comprender infinitas cosas. Pero el alma de Cristo por
su unión al Verbo tiene ciencia cierta de las cosas futuras
contingentes; por consiguiente, por la misma razón la tiene
también de infinitas cosas.
12. La misma dificultad tiene conocer las cosas secretas que conocer
muchas cosas. Mas el alma de Cristo por su unión al Verbo sabe
las cosas más secretas de los corazones, por íntimas que
sean; por tanto, por igual razón conoce las cosas por muchas que
sean; en consecuencia, conoce infinitas cosas.
13. El alma de Cristo comprende todo lo que es comprensible para una
criatura. Es así que cualquier especie de número es
comprensible para una criatura; luego comprende todas las especies de
los números. Pero las especies de los números, como dice
Agustín en La Ciudad de Dios, XII, son infinitas; por
consiguiente, el alma de Cristo comprende infinitas cosas.
14. El alma de Cristo comprende el universo entero; luego comprende el
ser y todas las diferencias del ser; luego conoce no sólo las
diferencias generales, sino también las individuales; no
sólo el ser en acto, sino también el ser en potencia. Mas
cualquier especie, en cuanto depende de ella, tiene infinitos
individuos en potencia; por tanto, el alma de Cristo comprende
infinitas cosas.
15. El alma de Cristo comprende alguna cosa finita, por ejemplo la
línea; luego conoce el principio de la línea. Pero el
principio de la línea es el punto; por consiguiente comprende el
punto. Es así que el que comprende una cosa, la conoce en toda
su potencia; luego, como la potencia del punto se extiende a infinitas
líneas y el alma de Cristo comprende toda la potencia del punto,
se sigue necesariamente que comprenda infinitas cosas.
16. El alma de Cristo ama todo lo que es digno de ser amado; luego por
igual razón sabe todo lo que merece ser conocido. Mas todo lo
que es sabido por Dios es digno de saberse; por tanto, el alma de
Cristo sabe todo lo que es sabido por Dios.
17. El alma de Cristo es absolutamente perfecta t8, Pero en lo que es
absolutamente perfecto todo lo que está en potencia está
convertido en acto. Ahora bien, el entendimiento del alma de Cristo
está en potencia para infinitas cosas, porque nunca entiende
tantas que no pueda entender más; por consiguiente, como los
objetos inteligibles no ocupan lugar en el sujeto que los entiende, se
sigue que, si toda su potencia está convertida en acto, es
necesario que conozca infinitas cosas.
18. Si el entendimiento agente estuviera en pleno acto con
relación a todas las cosas para las que tiene capacidad en
potencia, cualquiera entendería infinitas cosas. Mas, como en el
alma de Cristo el Verbo unido a ella está en pleno acto con
relación a todas las cosas respecto a las cuales está en
potencia el entendimiento del alma de Cristo; por tanto, el alma de
Cristo entiende infinitas cosas.
19. El alma de Cristo o puede aprender algo o no puede aprender nada.
Si puede aprender algo, no es plenamente perfecta en la ciencia, y por
igual razón tampoco en la gracia. Si no puede aprender nada, es
porque sabe tantas cosas que no puede aprender más; luego
necesariamente conoce infinitas cosas. El alma de Cristo o conoce
algunas cosas de las que Dios puede hacer y no las hará, o no
conoce ninguna. Si no conoce ninguna de ellas, pregunto qué es
lo que lo impide. Pues o es porque ella no puede extenderse a esas
cosas, y eso es manifiestamente falso; o porque Dios no quiere
revelárselas, y esto es manifiestamente absurdo, porque quita a
esta alma la suma familiaridad con el Verbo unido a ella. Si conoce
algunas cosas de las que Dios puede hacer y no hará, entonces no
hay razón mayor para que conozca esto más que aquello;
luego parece que conoce todas las cosas que son posibles para Dios;
luego conoce infinitas cosas.
21. El alma de Cristo o conoce cosas en número limitado o en
número infinito. Si conoce cosas en número limitado, como
se pueden pensar más cosas que cualquier número limitado,
se seguiría que alguna alma podría pensar más
cosas que conoce el alma de Cristo. Es así que es absurdo que
alguna alma supere al alma de Cristo en algo luego es necesario admitir
que conoce infinitas cosas.
Argumentos en contra
1. El Salmo [138,6]: Admirable se ha mostrado tu ciencia, etc.; Glosa:
"La humanidad asumida [por el Verbo] no puede igualarse a la sustancia
divina ni en sustancia ni en ninguna otra cosa"; luego el alma de
Cristo no comprende todas las cosas que comprende la Sabiduría
eterna.
2. Agustín, La ciudad de Dios, XII: "La infinitud de los
números no puede ser infinita para la ciencia divina que la
comprende"; luego, si el alma de Cristo comprende infinitas cosas, esas
infinitas cosas son limitadas para ella. Pero, si las infinitas cosas
son limitadas para ella, al ser ella limitada no son infinitas; por
consiguiente, si comprende cosas en número limitado, no
comprende infinitas cosas.
3. Hugo en Sobre la sabiduría del alma de Cristo: "Esto solo
afirmo sin género de duda, que en el alma de Cristo no hubo otra
sabiduría que la Sabiduría divina, o si hubo otra, no fue
igual a aquella". Mas es cierto que hubo otra, como aparece de lo
anteriormente expuesto; por tanto, como la sabiduría que informa
y perfecciona el alma y la habilita no puede ser más que creada,
esa sabiduría de Cristo no se extenderá a comprender
todas las cosas que comprende la Sabiduría increada.
4. Todo ser creado está dispuesto en peso, número y
medida [Sab 11,21] 27; luego el alma de Cristo y su sabiduría
tiene determinado número y medida; luego no se extiende a
infinitas cosas.
Comprender infinitas cosas es un acto que sobrepasa totalmente la
inmensidad de las cosas conocibles. Pero todo acto así es
infinito. Y el acto infinito no procede sino del poder infinito, y el
poder infinito [tiene que descansar] en la sustancia infinita; por
consiguiente, si el alma de Cristo es finita y limitada, ya que es
criatura, es imposible que comprenda infinitas cosas.
Cuanto más simple es una sustancia, tanto mayor es su capacidad
de conocer cosas. Es así que el alma de Cristo ni por naturaleza
ni por gracia está elevada hasta la divina simplicidad; luego no
está elevada para conocer tantas cosas como conoce la
Sabiduría divina.
La Sabiduría del Verbo es inmensa en su claridad y en el
número de cosas que conoce. Mas el alma de Cristo nunca
llegó a comprender la inmensidad de la luz eterna con claridad
absoluta; por tanto, nunca llegó a conocer totalmente el
número de cosas que aquella conoce.
Aunque el alma de Cristo está unida a la esencia del Verbo, sin
embargo no está nunca en tantas cosas como está el mismo
Verbo. Pero la ciencia es a la ciencia como la esencia a la esencia;
por consiguiente, el alma de Cristo nunca conoce todas las cosas que
conoce el mismo Verbo.
La ciencia lleva consigo el poder, ya que poder saber es poder algo.
Ahora bien, el alma de Cristo no puede tener poder infinito, como es el
poder de crear; en consecuencia, por la misma razón tampoco
puede tener una ciencia que se extienda a infinitas cosas.
10. El no tener límites en las criaturas es señal de
imperfección; luego, si la sabiduría del alma de Cristo
es perfectísima, no admite no tener límites ni por parte
del sujeto que conoce ni por parte del objeto conocido ni por parte del
modo de conocer.
11. Ninguna criatura supera a otra criatura infinitamente. Mas, si el
alma de Cristo conociera infinitas cosas, superaría
infinitamente a las otras almas, ya que ellas sólo conocen cosas
en número finito; y, en consecuencia, se saldría del
género de las criaturas, lo cual es manifiestamente falso; por
tanto, también es falsa la premisa, a saber, que el alma de
Cristo comprenda infinitas cosas.
12. Todo lo conocido está en el que lo conoce; luego, si el alma
de Cristo comprendiera en acto infinitas cosas, habría infinitas
cosas en acto en el alma de Cristo. Pero es imposible poner algo
infinito en acto en el ser creado; por consiguiente, es imposible que
el alma de Cristo pueda comprender infinitas cosas.
Conclusión
El alma de Cristo no comprende en el Verbo propiamente infinitas cosas.
Sin embargo, en cuanto el Verbo es ejemplar que crea, [el alma] es
llevada a él con un conocimiento comprensivo. Pero en cuanto el
Verbo es ejemplar que expresa, es llevada a él no con un
conocimiento comprensivo, sino con un conocimiento excesivo
Respondo:
Para entender lo dicho anteriormente hay que notar que se puede hablar
de dos maneras de la Sabiduría increada: o en cuanto es ejemplar
que crea y dispone, o en cuanto es ejemplar que expresa o representa.
De la primera manera brillan en el arte de la Sabiduría divina
las cosas que son, han sido y serán, y estas cosas son finitas.
De la segunda manera brillan todas las cosas que Dios puede hacer y
entender, y éstas ciertamente son infinitas, como se ha
demostrado anteriormente y dice expresamente Agustín en el libro
XII de La ciudad de Dios.
Por consiguiente, el alma de Cristo es llevada a la Sabiduría
divina por el conocimiento de las dos maneras, pero de modo diferente.
En efecto, a la Sabiduría divina, en cuanto ésta es
ejemplar que crea es llevada con conocimiento comprensivo, ya que las
cosas que son contenidas y representadas en el ejemplar en cuanto que
crea y dispone son finitas, y por esto son también
comprensibles. En cambio, al ejemplar en cuanto manifiesta o representa
es llevada [el alma] no con conocimiento comprensivo, sino con
conocimiento excesivo, ya que, al ser representadas en él
infinitas cosas, éstas son incomprensibles para la sustancia
finita.
Por eso el alma de Cristo, al ser criatura y, por lo mismo, finita, por
muy unida que esté al Verbo, no comprende infinitas cosas, ya
que ni las iguala a ellas ni las supera, y por eso no las abarca
totalmente, sino más bien es abarcada, y por lo mismo no es
llevada a ellas por vía de conocimiento comprensivo, sino
más bien por vía de conocimiento excesivo. Y llamo
conocimiento excesivo no aquel en que el sujeto que conoce excede el
objeto conocido, sino aquel en que el sujeto es conducido al objeto
saliendo de sí de modo excesivo, elevándose sobre
sí mismo.
De este modo de conocer habla Dionisio en el libro de La
teología mística, y en el de Los nombres de Dios,
capítulo 7, dice así: "Es necesario reconocer que nuestro
entendimiento tiene una capacidad para entender mediante la cual ve las
cosas inteligibles, pero también una unión que excede la
naturaleza del entendimiento, mediante la cual se une a las cosas que
están por encima de él. Y que, por tanto, entendiendo las
cosas de Dios según esta unión, no según nuestras
fuerzas, quedamos todos enteros totalmente fuera de nosotros y
totalmente deificados, pues es mejor ser de Dios y no ser de nosotros;
pues así todas las cosas que son objeto de la fe serán de
los que están con Dios".
Y este modo de conocer por exceso se da en el estado de viador y en la
patria; pero en el estado de viador se da parcialmente, en la patria,
en cambio, se da perfectamente en Cristo y en los otros
bienaventurados. Pero en los demás se da restringidamente tanto
por parte de la medida de la propia gracia como por parte de la
voluntad divina, que no se ofrece a cualquiera en absoluta
familiaridad. Mas en el alma de Cristo se da liberalísimamente,
no sólo porque de parte de la voluntad divina tiene la gracia
que llena totalmente su capacidad, sino también porque el espejo
eterno se le presenta claro según total familiaridad.
Ahora bien, en Cristo difieren de muchas maneras el conocimiento
comprensivo y el conocimiento excesivo.
Primero, porque en el conocimiento comprensivo el sujeto que conoce se
apodera del objeto conocido; en cambio, en el conocimiento excesivo el
objeto conocido se apodera del sujeto.
Segundo, porque en el conocimiento comprensivo llega a su meta la
mirada de la inteligencia; en cambio, en el conocimiento excesivo llega
a su meta el deseo de la inteligencia.
Tercero, porque en el conocimiento comprensivo llega a considerar en
acto todas las cosas pasadas, presentes y futuras; en cambio, en el
excesivo considera las cosas que se le ofrecen.
Cuarto, porque, una vez adquirido el conocimiento comprensivo, ya no
aprende nada nuevo; en cambio, a causa del conocimiento excesivo
resulta que no puede aprender nada. Por eso, aunque el conocimiento del
alma de Cristo por vía de exceso en cierto modo se puede decir
que se refiere a infinitas cosas, sin embargo su conocimiento
comprensivo sólo hace relación a cosas limitadas. De
aquí que, si según el conocimiento excesivo se dice que
el alma de Cristo conoce todo lo que conoce el Verbo, esto se entiende
de las cosas pasadas, presentes y futuras, que de algún modo
constituyen la integridad del mismo universo, que estuvo plena y
totalmente grabado en el alma de Cristo Jesús desde el instante
de su concepción. Y por lo tanto se dice que aquella alma tuvo
toda la ciencia, no porque comprende todo lo que conoce la
Sabiduría divina, ya que ésta es infinita y no puede ser
comprendida por una potencia finita, como queda demostrado más
arriba.
De aquí que los razonamientos que demuestran esto deben ser
admitidos, porque concluyen la verdad irrefragablemente.
Solución de las objeciones
1.2.3. A la primera objeción: El alma de Cristo comprende todos
los juicios divinos y tiene toda la ciencia como la tiene el Verbo
unido a ella, se puede decir que esas cosas se dicen de la humanidad
asumida por el Verbo a causa de la comunicación de idiomas; o se
dicen ciertamente acerca de las cosas que son, fueron y serán,
las cuales sí pueden ser comprendidas por el alma de Cristo; en
cambio no es verdad respecto a todas las cosas que entiende la
Sabiduría divina, ya que conoce infinitas cosas, como queda
patente de lo que se ha demostrado anteriormente.
Sin embargo, la objeción: Ninguno puede saber nada que no sepa
su alma, es verdad cuando uno no conoce nada si no es por su alma, como
ocurre en un puro hombre. Mas en Cristo, que no conoce exclusivamente
por su alma, sino también por su naturaleza divina, no tiene
lugar esa proposición; y por ello queda clara la respuesta a las
tres primeras objeciones.
A la objeción: Para el alma que ve a Dios es estrecha toda
criatura, hay que decir que es verdad acerca de la criatura considerada
según el ser que tiene en su propio género, pero no si la
consideramos según el ser que tiene en el arte de Dios, porque
aquel arte es nobilísimo y perfectísimo, y no tiene
estrechura, sino antes bien la perfección. De aquí que,
aunque un alma conociera el universo entero según el ser que
tiene en su propio género, a pesar de ello no estaría
todavía en perfecto conocimiento y comprensión, si no
conociera también aquel arte por el cual son creadas todas las
cosas. Y como el alma de Cristo comprende todas las cosas creadas
perfectísimamente en ese arte, por eso se dice que tiene
comprensión perfecta en él y por él.
5. A la objeción: El alma de Cristo está unida al Verbo
de la manera más perfecta, hay que decir que es verdad, pero sin
dejar de tener en cuenta la limitación de la naturaleza creada,
que el alma de Cristo no pierde, porque no deja de ser criatura; y como
comprender infinitas cosas repugna a la limitación de la
criatura, de ahí resulta que de esa unión, por perfecta
que se la entienda, no se puede inferir que comprenda infinitas cosas.
6. A la objeción: El alma de Cristo conoce a la vez muchas
cosas, porque las conoce en un solo principio, y por la misma
razón debería conocer infinitas cosas, hay que decir que
no hay semejanza, porque la multitud junta con la simultaneidad no
está reñida con la limitación de la criatura. En
cambio, la infinitud junta con la actualidad y simultaneidad
está totalmente reñida con dicha limitación. Por
lo cual el argumento no está fundado en la semejanza, sino en
una gran desemejanza.
7. A la objeción: El Verbo eterno lo representa todo de manera
igual, se puede decir que es falsa, porque representar quiere decir un
acto con relación a otro sujeto; mas Dios, aunque en si es
uniforme, sin embargo ilumina y manifiesta de muchas maneras. Y aunque
conoce infinitas cosas, de ellas aprueba unas y reprueba otras, decide
crear unas y otras no, unas las revela voluntariamente, otras
ocultamente.
Además, aun concediendo que en lo que está de su parte
conozca todas las cosas uniformemente, todavía el argumento no
es concluyente, porque "todo lo que se recibe está en el
recipiente a la manera del recipiente y no a la manera de lo recibido".
Por eso, siendo limitada la potencia receptora [del alma de Cristo], es
imposible que, aunque se le ofrezca espontáneamente todo entero,
lo capte y lo comprenda todo entero, sino según le corresponde,
como aparece en este ejemplo: Aunque el Sena entero se ofrece al que
lleva un cántaro, sin embargo no lo coge todo entero, sino
cuanto puede y como puede la capacidad del cántaro.
8. A la objeción: El alma de Cristo es más poderosa para
conocer por medio del Verbo unido a ella que cualquier otra alma [para
conocer] por medio de un hábito dado a ella, hay que decir que
es verdad. Pero de esto no se sigue que, si el alma comprende todas las
cosas a las que se extiende su hábito, por eso el alma de Cristo
conozca todas las cosas que conoce por el mismo Verbo. Porque el alma
comprende el mismo hábito como proporcional a ella y que no
sobrepasa en nada su capacidad, pero el alma de Cristo no comprende
así al Verbo unido a ella, puesto que el Verbo sobrepasa
infinitamente la capacidad del alma.
A la objeción: El alma de Cristo conoce al Verbo todo entero,
luego [comprende] toda su potencia, hay que decir que ese razonamiento
no vale. Porque todo entero dicho del Verbo significa ausencia de
partes, o sea, perfección absoluta; mas dicho de la potencia
significa distribución con relación a todos los posibles,
porque potencia significa referencia a los posibles. Y así su
significado es distinto, y por eso no procede ese razonamiento.
10. A la objeción: El alma de Cristo está más
cercana a las cosas como están en el Verbo que como están
en su género propio, hay que decir que, aunque esté
más cercana, sin embargo no está más proporcionada
6O. y la comprensión en alguna manera lleva consigo razón
de proporción, y que el objeto conocido es limitado para el
sujeto que lo conoce. Y porque las cosas en su género propio son
limitadas y proporcionales al alma de Cristo, por eso le son
comprensibles, pero no como están en la inmensidad del arte
divino, a no ser que se entienda como están en él en el
sentido de ejemplar creador. Y de esta manera se puede conceder que las
cosas sean comprendidas por el alma de Cristo; de otra manera, no, por
la inmensidad y desproporción.
11. A la objeción: La misma imposibilidad tiene saber con
certeza las cosas contingentes que comprender infinitas cosas, hay que
decir que no es verdad. Porque, aunque es imposible conocer con certeza
las cosas contingentes para el conocimiento natural, sin embargo se
hace posible por la iluminación sobrenatural, que eleva al alma
para que conozca las cosas en el arte eterno, en el cual están
inmutablemente tanto las cosas contingentes como las necesarias. En
cambio comprender en acto infinitas cosas no sólo es imposible
con el conocimiento natural, sino también con el conocimiento de
la gracia, porque los dos son creados y limitados, y por eso no se
extienden a cosas infinitas en acto.
12. A la objeción que compara las cosas secretas con las
infinitas hay que decir que no hay paridad, como queda patente de lo
dicho; porque percibir un secreto, por oculto que esté, no dice
nada incompatible con la naturaleza del entendimiento creado. Pero no
es lo mismo si se trata de la comprensión del ser infinito, la
cual implica infinitud en acto, y por ello en sustancia y en poder; lo
cual no lo admite de ningún modo criatura alguna, ni por gracia
ni por gloria.
13 A la objeción: Todo lo comprendido es comprensible por una
criatura, hay que decir que, aunque se pueda admitir de cada cosa en
particular que es comprensible por una criatura, ya que cada una es
finita, sin embargo todas juntas son infinitas, y por ello
incomprensibles. Y por ello ese razonamiento no es correcto, ya que
procede de partes tomadas por separado a las mismas partes reunidas en
una unidad. De aquí que lo mismo que no vale este argumento: En
esta casa cabe cualquier hombre, luego caben todos los hombres,
así tampoco vale aquel otro.
14. A la objeción: El alma de Cristo comprende todas las
diferencias del ser, y la potencia de cualquier especie se extiende a
infinitos individuos, hay que decir que la potencia a infinitas cosas
se puede entender de dos maneras, a saber, potencia activa y potencia
pasiva. La potencia activa a infinitas cosas no existe más que
en la esencia creadora, que es infinita en acto. Mas si admitimos en la
criatura la potencia a infinitas cosas, es solamente la potencia
pasiva, que tiene sus raíces en una realidad finita, aunque
mantiene relación con el principio infinito activo, como se dice
en el Libro de las Causas: "Todas las potencias infinitas subordinadas
existen en un principio infinito único, que es la potencia de
las potencias". Según esto la potencia infinita en la criatura
puede entenderse, conocerse o comprenderse de dos maneras: o con
relación a aquello sobre lo cual tiene sus raíces en la
criatura, y como eso es finito en acto, es comprensible; o con
relación al principio activo exterior, que es infinito en acto.
En el primer sentido el alma de Cristo comprende todas las diferencias
del ser, tanto en los géneros con relación a las
especies, como en las especies respecto a los individuos. En el segundo
sentido, el que se refiere a la potencia activa infinita, conoce
ciertamente infinitas cosas, pero no con conocimiento comprensivo sino
con conocimiento excesivo, como se ha demostrado antes. Y por eso queda
clara la respuesta.
15.16. A la objeción basada en el punto y en lo que puede ser
amado y conocido, hay que decir que es verdad que el alma de Cristo
comprende todo objeto que debe ser amado y conocido según el ser
que éstos tienen en su propia naturaleza. Pero según el
ser que tales objetos tienen en la causa primera infinita, solamente
pueden ser conocidos y comprendidos por la potencia infinita. Porque,
aunque según el modo parecen designar algo creado, sin embargo
en la realidad no designan sino la potencia de la causa eficiente, que
por ser infinita no puede ser comprendida por ningún ser finito.
17. A la objeción: El alma de Cristo es absolutamente perfecta y
en ella nada hubo en potencia que no fuera convertido en acto, hay que
decir que es verdad si hablamos de la potencia que se puede convertir
totalmente en acto. Mas la potencia a infinitas cosas nunca se puede
convertir en acto totalmente, sino parcialmente. Por lo cual es
imposible que Dios haga que lo continuo quede dividido en todas las
partes en que puede ser dividido, pues esto es contrario a la
perfección de la potencia del Creador y a la realización
de la criatura, que por naturaleza está destinada a ser en la
finitud y tal es la potencia del entendimiento posible.
18. A la objeción: Si el entendimiento agente estuviera en acto
respecto a todas las cosas para las que tiene capacidad en potencia,
entonces el alma entendería infinitas cosas, etc., hay que decir
que no hay paridad. Porque, si el entendimiento agente estuviera en
acto con relación a infinitas cosas en cuanto es una potencia
del alma, entonces el alma por su propia virtud se extendería a
infinitas cosas. Pero no es así en el alma unida a la
Sabiduría eterna; porque esa Sabiduría, aunque se
extiende a infinitas cosas, no es algo de la propia alma, sino por
encima del alma. Y por eso no se sigue necesariamente que sea propio de
la misma alma saber infinitas cosas. Además, el entendimiento
posible es proporcional al agente; en cambio la Sabiduría
increada no lo es a la propia alma inteligente.
19.20.21. A las objeciones de si el alma de Cristo puede aprender algo,
y si conoce alguna de las cosas que Dios no va a hacer y puede hacer, y
si conoce solamente un número limitado de cosas o las conoce en
número infinito, queda patente la respuesta por medio de la
distinción que hemos hecho más arriba. Porque, como el
alma de Cristo tiene conocimiento comprensivo de todas las cosas que
suceden en el universo, y conocimiento excesivo de todas las cosas que
están en el arte divino, y ese exceso está en la
totalidad de su potencia cognoscitiva y en la suma familiaridad con el
espejo [Verbo] que las representa, es necesario que el alma de Cristo,
aunque no comprenda todas las cosas que comprende la Sabiduría
divina, a pesar de ello su apetito quede enteramente saciado, porque se
eleva en su [conocimiento] excesivo a todas esas cosas; de forma que,
lo mismo que no puede añadirse nada a su gracia, tampoco puede
añadirse nada a su sabiduría, porque se le ha dado todo
lo que puede concederse a una criatura.
Epílogo
Consiguientemente, de lo que queda dicho y establecido anteriormente
acerca de la sabiduría de Cristo tanto en lo que se refiere a su
naturaleza divina como en lo que se refiere a su naturaleza humana,
puede verse claro el modo de conocer tanto en el conocimiento del
Creador como en el conocimiento de la criatura, no sólo en el
estado de la patria celestial sino también en el estado de
viador.
En efecto, para decirlo en una palabra, hay que confesar que Dios sabe
infinitas cosas, que las sabe, digo, por sí mismo, no por
semejanza, y no por semejanza recibida del exterior, sino por la misma
verdad que expresa y es ejemplar de todas las cosas, con
relación a las cuales se dicen muchas semejanzas y expresiones,
no por multitud y distinción en sí, sino por nuestra
manera de entender. Mas estas semejanzas o razones son eternas y de
ellas mana toda la certeza del conocimiento creado, tanto en el alma de
Cristo como en los otros espíritus creados. Y no son ellas solas
las razones de conocer, sino que con ellas tenemos también las
razones recibidas de fuera. En el estado de viador y en el estado de la
patria celestial se requiere no sólo la presencia de la luz
eterna, sino también la influencia de la luz eterna, no
sólo el Verbo increado, sino también el verbo concebido
interiormente. Y como este verbo es finito, ni el alma de Cristo ni
ninguna otra alma puede comprender el Verbo eterno ni las infinitas
cosas conocibles, aunque pueda ser llevada a ellas por medio del
[conocimiento] excesivo; el cual [conocimiento] excesivo es el
último modo de conocer y el más noble, y Dionisio lo
alaba en todos sus libros y sobre todo en el La teología
mística. De esto trata también místicamente casi
toda la divina Escritura, y el Apocalipsis 2 [17] dice: Le daré
una piedrecita, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo que nadie
sabe sino el que lo recibe. Porque este modo de conocer, con dificultad
o nunca lo entiende sino el que lo ha experimentado, y nadie lo ha
experimentado, sino el que está enraizado y cimentado en la
caridad, para que pueda comprender con todos los santos cuál es
la largura y la anchara, etc. [Ef 3,17] 73. En él también
consiste la sabiduría experimental y verdadera, que comienza en
esta vida y se consuma en la patria celestial. Y para darlo a conocer
hay que hacerlo por rodeos y son más adecuadas las negaciones
que las afirmaciones, y las expresiones superlativas más que las
positivas. Y para experimentarlo vale más el silencio interior
que la palabra exterior. Por eso debemos poner aquí fin a
nuestras palabras y pedir al Señor que nos conceda experimentar
lo que decimos.
LEYENDA MENOR
1. Conversión de francisco
1.1 Ha aparecido la gracia de Dios, Salvador nuestro, en estos
últimos tiempos en su siervo Francisco, a quien el Padre de las
misericordias y de las luces previno con tan copiosas bendiciones de
dulzura, que - según se desprende claramente de todo el decurso
de su vida - no sólo le sacó de las tinieblas del mundo a
la luz, sino que lo hizo insigne por la prerrogativa y méritos
de sus excelsas virtudes y lo esclareció de forma extraordinaria
mediante los preclaros misterios de la cruz manifestados en torno a su
persona.
1.1 Oriundo de la ciudad de Asís - región del valle de
Espoleto - , fue llamado primeramente Juan por su madre, luego
Francisco por su padre; y, aunque conservó el nombre impuesto
por el padre, no abandonó el significado que contenía el
nombre, señalado por su madre. Y si bien en su juventud se
crió en un ambiente de mundanidad entre los vanos hijos de los
hombres y se dedicó - después de adquirir un cierto
conocimiento de las letras a los negocios lucrativos del comercio, con
todo, asistido por el auxilio de lo alto, no se dejó arrastrar
por la lujuria de la carne en medio de jóvenes lascivos, ni en
el trato con avaros mercaderes puso su confianza en el dinero y en los
tesoros.
1.2 Había Dios infundido en lo íntimo del joven Francisco
una cierta generosa compasión hacia los pobres, unida a una
suave mansedumbre, la cual, creciendo con él desde la infancia,
llenó su corazón de tanta benignidad, que - convertido ya
en un oyente no sordo del Evangelio - se propuso dar limosna a todo el
que se la pidiere, máxime si alegaba el motivo del amor de Dios.
En la misma flor de su juventud se obligó con firme promesa ante
el Señor a no negar nunca jamás - en cuanto le fuera
posible - la limosna a los que se la pidieran por amor de Dios.
1.2 No dejó de cumplir hasta su muerte tan noble promesa, y con
ello llegó a conseguir un aumento copioso de gracia y amor de
Dios. Aunque continuamente ardía en su corazón la llama
del amor divino, con todo, en su adolescencia - implicado como estaba
en las preocupaciones terrenas - ignoraba todavía los secretos
arcanos del lenguaje celestial, hasta que, haciéndose sentir
sobre él la mano del Señor, fue afligido exteriormente
con las molestias de una larga enfermedad, al tiempo que en el interior
de su alma fue iluminado con la unción del Espíritu Santo.
1.3 Después que hubo recuperado un tanto las fuerzas corporales
y cambiada a mejor su disposición interior, inesperadamente le
salió al encuentro en su camino un caballero, noble por su
linaje, pero pobre de bienes materiales. Recordando entonces al Rey
generoso y al Cristo pobre, se sintió tan movido a
compasión de aquel hombre, que - despojándose de los
vestidos elegantes con que de nuevo se había engalanado -
cubrió al punto con ellos al caballero necesitado.
1.3 A la noche siguiente, cuando estaba sumido en profundo
sueño, Aquel por cuyo amor había socorrido al pobre
caballero se dignó mostrarle en revelación un precioso y
grande palacio lleno de armas militares, marcadas con la enseña
de la cruz. Además se le prometió y se le aseguró
con toda certeza que todo cuanto había contemplado en aquella
visión sería suyo y de sus caballeros si es que
enarbolaba con firme decisión el estandarte de la cruz. A partir
de este momento, retrayéndose de la vida agitada del comercio,
buscaba la soledad, amiga de corazones adoloridos. Allí se
dedicaba, incesantemente y con gemidos inefables, a pedir al
Señor que le mostrara el camino de la perfección, y, tras
largas y reiteradas plegarias, mereció ser escuchado en sus
deseos.
1.4 Un día en que oraba así, retirado en la soledad, se
le apareció Cristo Jesús en la figura de crucificado,
penetrándole tan eficazmente aquellas palabras del Evangelio: El
que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su
cruz y me siga, que su alma se sintió abrasada en un incendio de
amor, al mismo tiempo que fue colmada del ajenjo de la
compasión. En efecto, ante tal visión quedó su
alma derretida, y tan entrañablemente se le grabó en la
médula de su corazón la memoria de la pasión de
Cristo, que casi de continuo veía con los ojos del alma las
llagas del Señor crucificado y apenas podía contener
externamente las lágrimas y los gemidos.
1.4 Una vez que por amor de Cristo Jesús había
despreciado la hacienda toda de su casa, reputándola por nada,
creía haber encontrado el tesoro escondido y el brillo de la
perla preciosa; y, atraído por su deseo, se disponía a
desprenderse de todos los bienes y a permutar - al modo divino de
comerciar - el negocio mundano por el evangélico.
1.5 Salió un día al campo a meditar -, y, paseando junto
a la iglesia de San Damián - que por su excesiva antigüedad
amenazaba ruina -, movido por el Espíritu, entró en ella
a orar. Postrado ante una imagen del Crucificado, se sintió
inundado durante la oración de una gran dulcedumbre y
consolación. Fijó sus ojos, arrasados de lágrimas,
en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus
oídos corporales una voz salida de modo maravilloso desde la
misma cruz, que por tres veces le dijo: "Francisco, vete, repara mi
casa, que - como ves - está a punto de derrumbarse Francisco,
vete, repara mi casa, que - como ves - está a punto de
derrumbarse toda ella!"
1.5 Ante la admirable advertencia de voz tan singular, el varón
de Dios se sintió al principio estremecido de terror, luego se
llenó de gozo y asombro, y se levantó en seguida, todo
dispuesto a dar cumplimiento al mandato de reparar la fábrica
material de la iglesia, aunque aquellas palabras se referían
principalmente a la Iglesia, que Cristo había adquirido con el
precioso intercambio de su sangre, según el Espíritu
Santo se lo dio a entender y él mismo lo reveló
más tarde a sus compañeros más íntimos.
1.6 Poco después, desprendiéndose - como pudo -, por amor
a Cristo, de todas las cosas, ofreció dinero al pobrecillo
sacerdote de dicha iglesia, encargándole lo invirtiera en su
reparación y en la ayuda de los pobres. Al mismo tiempo le
pidió humildemente que le permitiera convivir con él
durante algún tiempo. El sacerdote accedió a esto
último, pero rehusó el dinero por temor a los padres.
Entonces aquel verdadero despreciador ya de las riquezas arrojó
el peso del metal a una ventana, estimándolo cual si fuera vil
lodo.
1.6 Pensando, empero, que con esto se habría granjeado contra
sí el furor de su padre, para dar tiempo a que se calmara su
ira, se escondió en lo oculto de una cueva, entregándose
al ayuno, a la oración y a las lágrimas. Por fin,
inundado de una inefable alegría espiritual y revestido de una
fuerza de lo alto, salió confiadamente afuera y entró con
decisión en la ciudad. Al verle los jóvenes con el rostro
escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había
perdido el juicio, y - como a loco - le arrojaban el lodo de las calles
y lo insultaban con voces desaforadas. Mas el siervo de Dios, sin
descorazonarse ni inmutarse en absoluto por ninguna injuria, lo
soportaba todo, haciéndose el sordo.
1.7 Pero el más furioso y frenético de todos se mostraba
su propio padre, el cual - como si hubiera olvidado la compasión
natural - arrastró a su hijo a casa y comenzó a
atormentarlo con azotes y cadenas, a fin de que, agobiando el cuerpo
con molestias, moviera su ánimo a anhelar las delicias del mundo.
1.7 Pero, convencido del todo por experiencia de que el siervo de Dios
estaba muy dispuesto a sufrir por Cristo cualquier clase de vejaciones,
y viendo además claramente que era imposible apartarlo de su
propósito, se puso a insistirle vivamente a que fuera consigo al
obispo de la ciudad para hacer en sus manos renuncia al derecho de la
herencia paterna. El siervo de Dios aceptó sin resistencia
alguna esta propuesta; y tan pronto como llegó ante la presencia
del prelado, sin ninguna tardanza ni vacilación, sin pedir
explicaciones ni proferir palabra alguna, se despojó hasta tal
punto de todos sus vestidos, que incluso se desprendió de los
calzones, y - como ebrio de espíritu - no sintió horror a
quedar ante todos completamente desnudo por amor de Aquel que por
nosotros colgó desnudo de la cruz.
1.8 Desembarazado ya el despreciador del mundo de la atracción
de los deseos terrenos, abandona la ciudad, y mientras seguro y libre
cantaba en lengua francesa, a través de los bosques, las
alabanzas del Señor, saliéronle al encuentro unos
ladrones; pero el pregonero del gran Rey no se atemorizó ni
dejó de cantar, puesto que era un caminante semidesnudo,
desprovisto de todo, y además porque, a imitación de los
apóstoles, se alegraba en la tribulación.
1.8 De allí, el amante de toda humildad se dirigió a
prestar Sus servicios a los leprosos. Pretendía con ello
someterse al yugo de la servidumbre en favor de las personas miserables
y despreciadas y aprender el perfecto desprecio de sí mismo y
del mundo antes que enseñarlo. Al principio, los leprosos le
producía mucha repugnancia superior a la que pudiera causarle
cualquier otra clase de gente; pero, infundiéndole el
Señor una gracia muy copiosa, se entregó a su servicio
con un corazón tan humilde, que les lavaba los pies, les vendaba
las heridas, les extraía la podre y les limpiaba las llagas
purulentas. Embriagado por un inaudito y extremado fervor, se lanzaba a
besar las llagas ulcerosas, poniendo su boca en el polvo, para que,
saturado de oprobios, pudiera someter la arrogancia de la carne a la
ley del espíritu y, abatido el enemigo doméstico,
conseguir pacíficamente el domino de sí mismo.
1.9 Consolidado ya en la humildad de Cristo y hecho rico en la pobreza,
aunque nada tenía en absoluto, comenzó, - siguiendo la
orden que se le había dado desde la cruz - a reparar la Iglesia
con tal solicitud, que sometía al peso de las piedras su cuerpo
extenuado por los ayunos y no sentía vergüenza de pedir
ayuda y limosna incluso a aquellos entre quienes había vivido en
abundancia. Asistido por la devoción de los fieles, que ya
empezaban a reconocer la singular virtud del varón de Dios,
reparó no sólo la iglesia de San Damián, sino
también las iglesias ruinosas y abandonadas del príncipe
de los apóstoles y de la Virgen gloriosa, quedando así
significado misteriosamente, mediante obras materiales y externas, lo
que Dios se disponía a realizar más tarde espiritualmente
por medio de su siervo.
1.9 Pues al modo de las tres iglesias restauradas bajo la guía
del santo varón, así sería renovada de triple
manera la Iglesia según la forma, regla y doctrina de Cristo
dada por el mismo Francisco. Del mismo modo, la voz que se le
dirigió desde la cruz instándole por tres veces el
mandato de reparar la casa de Dios, era ya un signo y preludio de lo
que hoy vemos realizado en las tres Ordenes por él fundadas.
2. Fundación de la religión y eficacia de la
predicación
2.1 Concluida ya la obra de restauración de las tres iglesias y
morando de continuo en la que estaba dedicada a la Virgen, por los
méritos e intercesión de aquella que nos entregó
al que es el precio de nuestra salvación, logró encontrar
el camino de la perfección mediante el espíritu de la
verdad evangélica que le había infundido el mismo Dios.
2.1 En efecto, cuando un día, dentro de la celebración de
la misa, se leía aquel texto del evangelio en que se prescribe a
los discípulos enviados a predicar la forma evangélica de
vida, esto es, que no posean oro ni plata, ni tengan dinero en sus
fajas; que no lleven alforja para el camino, ni usen dos
túnicas, ni calzado, ni se provean tampoco de bastón,
nada más oír estas palabras, el Espíritu de Cristo
lo ungió y lo revistió de tal fuerza, que lo
transformó en copia viva de la predicha forma de vida, no
sólo por el conocimiento y afecto, sino hasta en su conducta y
en el modo de vestir. Pues al momento se quitó el calzado,
arrojó el bastón, abandonó la alforja y el dinero
y, contento con una sola túnica, se despojó de la correa,
y en lugar del cinto tomó una cuerda, poniendo toda su solicitud
en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse
completamente a la forma de vida apostólica.
2.2 Así, pues, todo abrasado por la ardiente fuerza del
Espíritu de Cristo, comenzó, cual otro Elías, a
ser celoso pregonero de la verdad, comenzó a animar a algunos a
la práctica de la justicia perfecta y a invitar a todos a la
penitencia. Sus palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino
llenas de fuerza del Espíritu Santo, que penetraban hasta la
médula del corazón en tal grado, que los oyentes se
sentían altamente impresionados, y con su poderosa eficacia
quedaban ablandadas las mentes obstinadas. Habiendo llegado a
conocimiento de muchos los sublimes y santos ideales de Francisco tanto
por la verdad de su sencilla doctrina como de su vida, a la luz de su
ejemplo comenzaron algunos a animarse a hacer penitencia y a
unírsele a él, adoptando su género de vida y su
vestido, habiendo dejado antes todas las cosas.
2.2 El humilde varón decidió dar a éstos el nombre
de hermanos menores. Completado ya el número seis con los
hermanos que respondieron a la llamada de Dios, su piadoso padre y
pastor se estableció en un lugar solitario, donde con gran
amargura de corazón deploraba la vida de su adolescencia,
transcurrida no sin culpa, y pedía perdón y gracia para
sí y para la prole que había engendrado en Cristo. De
pronto le sobrevino un extraordinario gozo y fue cerciorado de haber
sido perdonados plenamente - hasta el último cuadrante - todos
sus pecados. Arrebatado luego fuera de sí, todo envuelto en una
luz vivificante, vio con claridad lo que había de suceder en el
futuro respecto a su persona y a sus hermanos. El mismo, hablando
familiarmente, manifestó dicha visión para confortar a su
pequeña grey, anunciando el desarrollo y la dilatación de
la Orden, que, por la clemencia de Dios, iba a producirse muy
próximamente.
2.2 No pasaron muchos días y ya se les agregaron algunos otros
hermanos, hasta completar el número doce. Entonces
decidió el siervo del Señor presentarse con aquel grupo
de hombres sencillos ante la Sede Apostólica para pedir humilde
e insistentemente a la misma autoridad de la Santa Sede que otorgara la
plena confirmación de la norma de vida que el Señor le
había mostrado y que él mismo había compuesto en
pocas palabras.
2.4 Apresurándose, pues - conforme a la decisión tomada
-, a comparecer, junto con sus compañeros, ante el sumo
pontífice el señor Inocencio III, Cristo, fuerza y
sabiduría de Dios, se dignó en su clemencia prevenirle a
su vicario, advirtiéndole mediante una visión que
prestase favorable audiencia y benigno asentimiento a las
súplicas del Pobrecillo. En efecto, vio en sueños el
romano pontífice cómo estaba a punto de derrumbarse la
basílica lateranense y que un hombre pobrecito, de
pequeña estatura y aspecto despreciable, la sostenía,
arrimando sus hombros a fin de que no viniese a tierra. Al observar el
sabio prelado la pureza y sencillez de alma del siervo de Dios, su
desprecio del mundo, amor a la pobreza, la firmeza en su
propósito de perfección, celo por las almas y el
encendido fervor de Su santa voluntad, exclamó:
2.4 Este es, en verdad, el que con sus obras y su doctrina
sostendrá la Iglesia de Cristo! Por eso se sintió desde
entonces atraído hacia él por una especial
devoción, y, accediendo en todo a sus peticiones, aprobó
la Regla, le dio la encomienda de predicar la penitencia, le
otorgó todo lo que se le había pedido y le
prometió que más tarde le concedería generosamente
otros muchos beneficios.
2.5 Apoyado entonces Francisco en la gracia celestial y en la autoridad
del sumo pontífice, emprendió con gran confianza el
camino de retorno al valle de Espoleto, dispuesto ya a poner e
práctica y predicar con la palabra la verdad de la
perfección evangélica que había concebido en su
mente y prometido en su profesión .
2.5 Suscitóse entre Francisco y sus compañeros la
cuestión de si debían vivir en medio de la gente o mas
bien retirarse a lugares solitarios. Habiendo indagado con insistentes
plegarias el beneplácito del Señor sobre el particular,
iluminado por el oráculo de la divina revelación,
llegó a comprender que había sido enviado por Dios a fin
de ganar para Cristo las almas que el demonio trataba de arrebatarle.
2.5 Discerniendo de allí que debía preferir vivir para
bien de los demás antes que para sí solo, se
recogió en un tugurio abandonado, que estaba cerca de
Asís, con objeto de vivir allí con sus hermanos
según la forma de la santa pobreza en el estricto rigor de su
Religión y salir a predicar la palabra de Dios a los pueblos
conforme a las exigencias de lugares y tiempos. Convertido, pues, en
pregonero de Cristo, recorría las ciudades y aldeas anunciando
el reino de Dios no con palabras doctas de humana sabiduría,
sino con la fuerza del Espíritu. El Señor con previas
revelaciones dirigía a su heraldo y confirmaba la palabra con
las señales que la acompañaban.
2.6 Una vez en que, alejado corporalmente de sus hermanos, vigilaba,
como de costumbre, en oración, a eso de media noche, cuando
algunos de los hermanos estaban entregados al sueño y otros a la
oración, penetró por la portezuela de la
habitación de los mismos hermanos un carro de fuego de admirable
resplandor, sobre el que se alzaba un globo luminoso como el sol, el
cual dio tres vueltas a lo largo de la estancia. Ante tal prodigiosa y
refulgente visión, quedaron estupefactos los que estaban en
vela, se despertaron llenos de terror los dormidos, y todos ellos
percibieron la claridad que alumbraba no sólo el cuerpo, sino
también el alma, pues a través de aquella luz a cada cual
se le hacía transparente la conciencia de los otros.
Coincidieron todos - al leerse mutuamente los corazones - en que
había sido el mismo santo padre Francisco el que, transfigurado
en aquella forma, les había mostrado el Señor, como que,
viniendo en espíritu y poder de Elías y convertido en
caudillo de la milicia espiritual, había sido constituido como
carro de Israel y su auriga.
2.6 Vuelto el Santo a los hermanos, comenzó a confortarlos,
hablándoles de la visión celestial que se les
había mostrado; comenzó también a
escudriñar los secretos de sus conciencias y a anunciarles cosas
futuras; y de tal suerte comenzó a brillar por los milagros, que
se hacía patente comprobar que sobre él descansaba el
doble espíritu de Elías con tanta plenitud, que
podían sentirse muy seguros quienes marchaban tras su doctrina y
ejemplos de vida.
2.7 En aquel tiempo yacía enfermo en un hospital próximo
a Asís un religioso de la Orden de los crucíferos llamado
Morico, el cual sufría una enfermedad tan grave y prolongada,
que se le creía ya próximo a la muerte. En tal
situación acudió suplicante al Santo por medio de un
enviado, rogándole insistentemente se dignara interceder por
él ante el Señor. Accediendo benignamente a sus
súplicas el varón piadoso, después de haberse
recogido en oración, tomó unas migas de pan, las
mezcló con aceite recogido de la lámpara que ardía
junto al altar de la Virgen y, haciendo con ello una especie de
electuario, lo envió al enfermo por medio de los hermanos,
diciéndoles:
2.7 Llevad a nuestro hermano Morico esta medicina, por cuya fuerza de
Cristo no solo le devolverá por completo la salud, sino, que,
convirtiéndolo en robusto guerrero, le hará incorporarse
para siempre en las filas de nuestra milicia. Tan pronto como
gustó el enfermo aquel antídoto confeccionado por
inspiración del Espíritu Santo se levantó del todo
sano, y obtuvo tal vigor de alma y cuerpo, que, ingresando poco
después en la Religión del Santo, llevó durante
largo tiempo un cilicio sobre la carne, y, contentándose
exclusivamente con viandas crudas, no tomó vino ni probó
nada cocido.
2.8 Por aquel mismo tiempo, un sacerdote de la ciudad de Asís
llamado Silvestre, varón de vida honesta y simplicidad
colombina, vio en sueños cómo toda aquella región
estaba cercada por un inmenso dragón, ante cuya espantosa y
horrenda figura se vislumbraba inminente un total exterminio para
algunas partes del mundo. A continuación vio salir de la boca de
Francisco Una refulgente cruz de oro: su extremidad tocaba los cielos,
y sus brazos, extendidos a los lados, parecían llegar hasta los
confines del orbe; a la vista de esta cruz luminosa, se daba totalmente
a la fuga aquel horroroso y terrible dragón.
2.8 Al mostrársele por tres veces dicha visión,
comprendió el piadoso y devoto Varón que Francisco
había sido destinado por el Señor para que - enarbolado
el estandarte de la gloriosa cruz - destruyera el poder del
dragón maligno y para iluminar las mentes de los fieles con los
claros fulgores de la verdad tanto de su doctrina como de su vida. Todo
esto se lo contó detallada y ordenadamente al varón de
Dios y a los hermanos. Poco después abandonó el mundo, y
tal fue su perseverancia en seguir de cerca - a ejemplo del
bienaventurado Padre - las huellas de Cristo, que su vida en la Orden
demostró ser auténtica la visión que había
tenido en el siglo.
2.9 Un hermano llamado Pacífico, cuando aun vivía de
seglar, encontró al siervo de Dios al tiempo en que predicaba en
un monasterio sito junto al castro de San Severino. Allí se hizo
sentir sobre él la mano del Señor. En efecto, vio a
Francisco marcado, a modo de cruz, por dos espadas transversales muy
resplandecientes, una de las cuales se extendía desde la cabeza
hasta los pies, y la otra se alargaba desde una mano a otra,
atravesando el pecho. No conocía personalmente al Santo; pero,
cuando se le mostró de aquel modo maravilloso, lo
reconoció al instante. Ante su vista, quedó estupefacto,
y, compungido y atemorizado por el poder de sus palabras - como si
hubiera sido atravesado por la espada del espíritu que
procedía de su boca -, despreciando todas las pompas del siglo,
se unió al santo Padre, profesando en su Orden.
2.9 Avanzando después en la Religión en toda santidad, y
antes de ser nombrado ministro en Francia - él fue el primero
que ejerció allí este cargo -, mereció ver de
nuevo en la frente de Francisco una gran tau que, adornada con variedad
de colores, embellecía su rostro con admirable encanto. Dicho
signo lo veneraba con gran afecto el varón de Dios, lo encomiaba
frecuentemente en sus palabras, lo trazaba al principio de sus acciones
y lo marcaba con su propia mano al pie de las breves cartas que
escribía por caridad, como si todo su cuidado se cifrara en
grabar el signo tau—según el dicho profético—sobre las
frentes de los hombres que gimen y se duelen, convertidos de verdad a
Cristo Jesús.
3. Prerrogativa de sus virtudes
3.1 El insigne seguidor de Jesús crucificado y varón de
Dios Francisco, desde los comienzos de su conversión crucificaba
la carne con los vicios mediante una disciplina tan rígida y
frenaba los movimientos sensuales con unas normas tan estrictas de
moderación, que apenas tomaba lo necesario para el sustento de
la naturaleza. De ahí que, cuando estaba bien de salud, rara vez
comía alimentos cocidos, y, si los admitía, los
hacía amargos mezclándolos con ceniza, o los
convertía en insípidos como sucedía frecuentemente
- derramando agua sobre ellos.
3.1 Cuán austera parquedad observara en la bebida privando a su
carne del vino para elevar el espíritu a la luz de la
sabiduría, podemos deducirlo claramente del hecho de que apenas
se atrevía a tomar agua fresca en suficiente cantidad cuando le
abrasaba el ardor de la sed. La desnuda tierra servía, las
más de las veces, de lecho para su fatigado cuerpo, su almohada
era una piedra o un madero, y sus cobertores, ropas sencillas, burdas y
ásperas, pues había aprendido por experiencia que los
enemigos malignos se ahuyentan con prendas incómodas y toscas, y
que, por el contrario, se animan a tentar con más ímpetu
a los que usan vestidos delicados y muelles.
3.2 Rígido en la disciplina, prestaba gran atención a la
vigilancia sobre sí mismo, teniendo especial cuidado de la
guarda del inapreciable tesoro que llevamos en vasijas de barro, es
decir, la castidad, que procuraba poseer en sumo honor por una pureza
integérrima de alma y cuerpo. Por eso, al principio de su
conversión, en días de frío invernal se
sumergía muchas veces en una fosa llena de hielo o de nieve para
someter a su perfecto dominio al enemigo doméstico y preservar
incólume del incendio de la voluptuosidad la cándida
vestidura de la pureza. Mediante estos ejercicios comenzó a
resplandecer en sus sentidos con tal brillo el pudor, que, habiendo
conseguido un pleno dominio sobre la carne, parecía haber hecho
un pacto con sus ojos no sólo de evitar toda mirada carnal, sino
también de no fijar la vista en todo aquello que fuera curioso o
vano.
3.3 Mas, aunque con la consecución de la pureza de alma y cuerpo
se acercaba, en cierto sentido, a la cima de la santidad, sin embargo,
no cesaba de purificar continuamente los ojos del alma con torrentes de
lágrimas, ansiando las limpias claridades del cielo y dando poca
importancia al detrimento que pudiera sufrir en sus ojos corporales. Y
como por el continuo llanto hubiese contraído una
gravísima enfermedad de la vista, el médico le
advirtió que se abstuviera de llorar, si quería evitar la
ceguera de su vista corporal.
3.3 El Santo, empero, no se avino en modo alguno a los consejos del
médico, asegurando que prefería perder la luz de sus ojos
corporales antes que reprimir la devoción del espíritu y
dejar de derramar lágrimas, con las que se limpia el ojo
interior para poder ver más claramente a Dios. En medio del
celeste riego de lágrimas, el varón devoto de Dios se
mostraba jocundo y sereno tanto en su interior como en su semblante,
como que por el brillo de una conciencia santa estaba impregnado de la
unción de una alegría tan intensa, que con su mente se
elevaba sin cesar a Dios y exultaba de continuo en la
contemplación de todas las obras de sus manos.
3.4 La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, de tal modo se
había posesionado del varón de Dios, que - si bien
brillaba en él la prerrogativa de múltiples virtudes -
parecía que ésta había adquirido un dominio
especial sobre Francisco, el mínimo entre los menores. En su
opinión, se reputaba como el mayor de los pecadores, se
consideraba como un vaso frágil y sórdido cuando en
realidad era un vaso elegido de santidad, resplandeciente por el
multiforme adorno de virtud y de gracia; un vaso consagrado por la
santidad de su vida.
3.4 Ponía sumo empeño en aparecer despreciable ante sus
propios ojos y a la vista de los demás, descubriendo en
pública confesión sus defectos ocultos y escondiendo en
lo más recóndito de su pecho los dones recibidos del
Dador para no exponerlos a una gloria que pudiera serle ocasión
de ruina.
3.4 Ciertamente, para cumplir toda justicia en el ejercicio de la
perfecta humildad, se esforzó hasta tal punto en someterse no
sólo a los superiores, sino también a los inferiores, que
solía prometer obediencia al compañero de viaje, por
más sencillo que fuera, para no mandar como prelado investido de
autoridad, sino - como ministro y siervo - obedecer por humildad aun a
los súbditos.
3.5 El perfecto seguidor de Cristo de tal modo procuró
desposarse con amor eterno con la excelsa pobreza, compañera de
la santa humildad, que por ella no sólo abandonó al padre
y a la madre, sino que también se desprendió de todo lo
que pudo poseer. Nadie hubo tan codicioso del oro como él de la
pobreza, nadie que tan solícito en guardar un tesoro como
él en guardar esta margarita evangélica. Desde la
fundación de su Religión - considerándose rico con
la túnica, la cuerda y los calzones - sólo parecía
gloriarse en la penuria y alegrarse en la escasez.
3.5 Si alguna vez veía a alguno más pobre que él
en el porte exterior, se reprochaba inmediatamente a sí mismo y
se animaba a igualarlo, como si al luchar con una rival pobreza,
temiese, por cierta nobleza de espíritu, ser vencido en el
combate. En efecto, habiendo preferido la pobreza - como arras de la
herencia eterna - a todas las cosas caducas, reputaba en nada las
falaces riquezas - un feudo concedido para una hora -; amaba la pobreza
sobre todos los tesoros, y quería sobrepujar a todos en su
práctica el que por ella había aprendido a ser inferior a
los demás.
3.6 Creció el varón de Dios - mediante su amor a la
altísima pobreza - en las espléndidas riquezas de la
santa simplicidad, de modo que, no teniendo absolutamente nada propio
en la tierra, parecía poseer todos los bienes en el mismo Autor
de este mundo. En efecto, como quiera que con ojos de paloma, esto es,
con sencilla intención de la mente y con pura mirada de la
especulación, lo refería todo al supremo artífice
y en todas las criaturas reconocía, amaba y alababa al mismo
Hacedor, por una concesión de la divina clemencia llegaba a
poseer todas las cosas en Dios, y a Dios en todas las cosas.
3.6 En consideración al primer origen de todos los seres,
llamaba a las criaturas todas - por más pequeñas que
fueran - con el nombre de hermano o hermana, como procedentes, al igual
que él, de un idéntico principio, si bien profesaba un
afecto más dulce y entrañable a aquellas criaturas que
reflejan, por semejanza natural, la compasiva mansedumbre de Cristo y
aparecen en las Escrituras con esa significación. Por lo cual
resultaba, en virtud de un influjo sobrenatural, que la naturaleza de
los brutos sintiera, en cierto sentido, afición por él y
que hasta los seres inanimados obedecieran a sus deseos, cual si el
mismo santo varón - como simple y recto - hubiese sido ya
reintegrado al estado de inocencia.
3.7 De la fuente de la misericordia se había derramado sobre el
siervo de Dios la dulzura de la piedad en tan desbordante plenitud, que
parecía llevar entrañas de madre para aliviar las
miserias de las personas afligidas por alguna desgracia. Poseía
una clemencia congénita, que se duplicaba mediante la piedad
infundida por el mismo Cristo. Se derretía su corazón a
la vista de los enfermos y de los pobres, y a quienes no podía
echarles una mano, les ofrecía su cordial afecto; y es que
cualquier necesidad o deficiencia que viera en alguna persona, llevado
de la dulzura de su piadoso corazón, la refería al mismo
Cristo.
3.7 Como en todos los pobres veía la efigie de Cristo, al
encontrarse con ellos, no sólo les daba liberalmente aun
aquellas cosas necesarias para la vida que a él le habían
proporcionado, sino hasta juzgaba debían serles restituidas como
si fueran propiedad suya. Por eso no perdonaba nada, ni manteles, ni
túnicas, ni libros, ni ornamentos de altar sin entregar todas
estas cosas - en cuanto podía - a los pobres deseando cumplir el
deber de la perfecta piedad hasta desgastarse a sí mismo.
3.8 El celo por la salvación de los hermanos, que procede del
horno de la caridad, de tal modo penetró como espada aguda y
llameante el corazón de Francisco, que este varón celoso
parecía estar todo él inflamado en el ardor y deseo de
ganar almas, así como también llagado por el dolor de
compasión. En efecto, cuando veía las almas redimidas por
la preciosa sangre de Cristo manchadas con alguna inmundicia de pecado,
traspasado de un indecible y agudo dolor, lo deploraba con tan tierna
conmiseración, que bien podía decirse que, como una
madre, las engendraba diariamente en Cristo.
3.8 De ahí su esfuerzo en la oración, de ahí sus
correrías apostólicas en la predicación, de
ahí también su extremado empeño en dar buen
ejemplo, pues no se consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar
a las almas que por El han sido redimidas. Por eso también,
aunque su inocente carne, sometida ya espontáneamente al
espíritu, no necesitaba del flagelo para expiar los propios
pecados; no obstante - para dar ejemplo -, le imponía nuevas
cargas y castigos, recorriendo por otros los duros caminos, con el
objeto de seguir perfectamente las huellas de Aquel que por la
salvación de los demás entregó a su alma a la
muerte.
3.9 Puede uno darse cuenta del fervor de perfecta caridad con que era
arrastrado hacia Dios este amigo del Esposo si considera, sobre todo,
el siguiente hecho: su ardentísimo deseo de ofrecerse a Dios
como hostia viva mediante el fuego del martirio. Por esta causa, tres
veces emprendió viaje a tierra de infieles, pero dos veces por
disposición divina encontró obstáculos para
realizar su objetivo, hasta que la tercera vez - tras haber sufrido
muchos oprobios, cadenas, azotes e innumerables trabajos - fue
conducido, con la ayuda de Dios, hasta la presencia del sultán
de Babilonia. Allí anunció el Evangelio de Jesús
con tal eficaz demostración de la fuerza del Espíritu,
que el mismo sultán quedó admirado, y, amansado por
intervención divina, escuchó benignamente al siervo de
Dios.
3.9 Y, viendo el fervor de espíritu de Francisco, su profunda
convicción, su desprecio de la vida presente y la eficacia de la
palabra divina, sintió tan gran devoción hacia él,
que lo juzgó digno de un singular honor, le ofreció
valiosos regalos y le invitó con insistencia a morar en su
compañía. Pero el verdadero despreciador del mundo y de
sí mismo rehusó todos los ofrecimientos como si fueran
lodo; y al ver que no podía lograr la realización de su
objetivo - después que sinceramente había hecho lo que
pudo -, advertido por una revelación, retornó a tierra de
cristianos.
3.9 Y así resultó que el amigo de Cristo buscara con
todas sus fuerzas morir por El y no lo consiguiera, para de este modo
lograr, por una parte, el mérito del deseado martirio, y, por
otra, quedar reservado para un privilegio singular con el que
sería distinguido más adelante.
4. Vida de oración y espíritu de profecía
4.1 Como quiera que el siervo de Cristo se sentía en su cuerpo
como un peregrino alejado del Señor, si bien por la caridad de
Cristo se había ya totalmente. insensibilizado a los deseos
terrenales, para no verse privado de la consolación del Amado,
se esforzaba - orando sin intermisión - por mantener siempre
unido su espíritu a Dios. Pues ora caminase o estuviese sentado,
lo mismo en casa que afuera, ya trabajase o descansase, de tal modo
estaba entregado a la oración, que parecía consagrar a la
misma no solo su corazón y su cuerpo, sino hasta toda su
actividad y todo su tiempo. Sumergíase muchas veces en el
éxtasis de la contemplación, de tal modo, que, arrebatado
fuera de sí y percibiendo algo más allá de los
sentidos humanos, no se daba cuenta en absoluto de lo que
acontecía al exterior en torno suyo.
4.2 Para recibir con mayor sosiego los raudales de las consolaciones
espirituales, de noche se dirigía a la soledad y a las iglesias
abandonadas; aunque allí sostenía horribles luchas contra
los demonios, que, combatiendo con él como mano a mano, se
esforzaban por perturbar]o en el ejercicio de la oración. Mas,
ahuyentados éstos con la virtud de sus incesantes y fervorosas
plegarias y quedando solo y apaciguado el varón de Dios, llenaba
de gemidos los bosques, bañaba la tierra de lágrimas, se
golpeaba con la mano el pecho, y como si hubiera hallado un santuario
íntimo, ora respondía al Juez, ora suplicaba al Padre, ya
se recreaba con el Esposo, ya hablaba al Amigo. Allí lo vieron
orar de noche con las manos y los brazos extendidos en forma de cruz,
mientras todo su cuerpo se elevaba sobre la tierra y quedaba envuelto
en una nubecilla luminosa, como si la maravillosa luz y
elevación del cuerpo fueran una prueba de su admirable
iluminación interior y de la elevación de su
espíritu.
4.3 Por la virtud sobrenatural de estas sobreelevaciones, según
está comprobado por indicios ciertos, se le descubrían
ocultos misterios de la divina sabiduría; aunque no los
hacía públicos sino en cuanto se lo urgía el celo
por la salvación de los hermanos o se lo dictaba la
inspiración de la suprema revelación. El incansable
ejercicio de la oración, unido a la continua práctica de
la virtud, había conducido al varón de Dios a tal
limpidez y serenidad de mente que, a pesar de no haber adquirido por el
estudio y adoctrinamiento humano el conocimiento de las sagradas
letras, iluminado por los fulgores de la luz eterna, llegaba a sondear
con clara agudeza de entendimiento las profundidades de las Escrituras.
4.3 Reposó también sobre él el múltiple
espíritu de los profetas en tan pluriforme plenitud de gracia,
que con su maravilloso poder el varón de Dios se hacía
presente a los ausentes, tenía conocimiento cierto de los que
estaban lejos, descubría los secretos de los corazones y
anunciaba acontecimientos futuros, cosa que comprueban con evidencia
muchos ejemplos, algunos de los cuales consignamos a
continuación.
4.4 En cierta ocasión, el santo varón Antonio - entonces
egregio predicador, hoy ya preclaro confesor de Cristo - disertaba a
los hermanos reunidos en el capítulo provincial de Arlés
sobre el título de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los
judíos. Mientras de su boca fluían melifluas palabras, el
santo varón de Dios Francisco, que entonces se hallaba lejos del
lugar, apareció de pronto a la puerta de la sala capitular
elevado en el aire, bendiciendo Con las manos extendidas en forma de
cruz a los hermanos, y colmándolos de tan copiosa
consolación espiritual, que por iluminación del
Espíritu Santo tuvieron en su interior certeza de que en aquella
admirable aparición estaba actuando el poder divino.
Además - como esto no se le quedó oculto al
bienaventurado Padre -, se deduce claramente de allí cuan
presente y abierto estaba su espíritu a la luz de la
Sabiduría eterna que es más móvil que cualquier
movimiento, y, virtud de su fuerza, lo atraviesa y lo penetra todo; y
entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo
amigos de Dios y profetas.
4.5 Una vez en que - según costumbre - se hallaban reunidos los
hermanos en capítulo en Santa María de la
Porciúncula, uno de ellos, aduciendo especiosas razones en
propia defensa, se negaba a someterse a la disciplina. Viéndolo
en espíritu el santo varón, que estaba recogido en
oración en la celda haciendo de intercesor y medianero entre sus
hermanos y Dios, mandó llamar a uno de éstos y le dijo:
He visto al diablo sobre la espalda de ese hermano desobediente,
teniéndole por el cuello.
4.5 Dicho hermano, sometido a las órdenes del jinete, se deja
guiar por las bridas de sus sugestiones, una vez que ha despreciado el
freno de la obediencia. Anda, pues, y dile al hermano que sin
dilación someta su cerviz a la santa obediencia, que esto es lo
que le sugiere hacer aquel por cuyas insistentes oraciones ha marchado
confuso el diablo. Advertido el hermano mediante este enviado, se
sintió compungido en su espíritu, y, percibiendo la luz
de la verdad, se arrojó a los pies del vicario del Santo, se
reconoció culpable, pidió perdón, aceptó y
cumplió la penitencia y en adelante obedeció humildemente
en todo.
4.6 Cuando estaba morando en el monte Alverna retirado en la celda, uno
de sus compañeros sintió vivos deseos de tener
algún escrito del Santo con palabras del Señor y breves
anotaciones de su propia mano. Creía que de este modo se
vería libre de una grave tentación - no de la carne, sino
del espíritu - que lo atormentaba, o que al menos le
sería más fácil superarla. Ardiendo en tales
deseos, vivía interiormente angustiado, porque como era humilde,
pudoroso y sencillo, vencido por la vergüenza, no se
atrevía a manifestar su problema al venerable Padre.
4.6 Pero lo que el hombre no le descubrió, se lo reveló
el Espíritu. Mandó a dicho hermano le trajera tinta y
papel, y, conforme a su deseo, escribió de su propia mano las
alabanzas del Señor, añadiendo al fin su
bendición. Le ofreció generosamente lo que había
escrito, y desapareció por completo aquella tentación.
Esta pequeña carta, conservada para la posteridad,
concedió a muchos el remedio y la salud, de suerte que se hace
patente a todos el gran mérito que tendrá ante Dios su
redactor, el cual dejó tan poderosa eficacia en el billete que
escribió.
4.7 En otro tiempo, una noble y piadosa mujer acudió confiada al
Santo, pidiéndole insistentemente que se dignara interceder ante
el Señor en favor de su marido, para que, con una abundante
efusión de gracia, Dios le ablandara su duro corazón. En
efecto, se mostraba muy cruel con ella, contrariándola y
poniéndole obstáculos en el servicio de Cristo.
Habiéndola escuchado el varón santo y compasivo, la
confirmó en el bien con palabras sagradas y le aseguró
que pronto conseguiría el consuelo apetecido, y al fin le
mandó que anunciase a su marido, de parte de Dios y de la suya,
que ahora es el tiempo de la clemencia y que luego será el de la
justicia.
4.7 Dio fe la mujer a las palabras del siervo de Dios, y, recibida la
bendición, volvió con presteza a su casa, encontró
a su marido y le comunicó el mensaje recibido, confiando
plenamente que se cumpliría la deseada promesa del Santo. Tan
pronto como sus palabras llegaron a oídos de su marido,
descendió sobre él el espíritu de gracia,
ablandando de tal manera su corazón, que desde entonces
permitió a su devota cónyuge servir libremente a Dios, y,
junto con ella, se ofreció también él al servicio
del Señor. Por insinuación de la santa mujer vivieron
durante muchos años en perfecta continencia y finalmente ambos
emigraron el mismo día al Señor; la mujer a la
mañana y el hombre a la tarde; ella como sacrificio matutino,
él como ofrenda de la tarde.
4.8 Cuando el siervo de Dios yacía enfermo en Rieti, le
presentaron en una camilla - víctima de grave enfermedad - a un
prebendado de nombre Gedeón, hombre lascivo y mundano. Con
lágrimas en los ojos le rogaba, junto con los presentes, que
trazase sobre él la señal de la cruz. Le repuso el Santo:
Has vivido en el pasado según tus antojos de la carne, sin temer
los juicios de Dios. Mira: no por tus súplicas, sino por las
devotas plegarias de los que interceden en favor tuyo, haré
sobre ti la señal de la cruz; mas te aseguro desde ahora que, si
vuelves otra vez al vómito del pecado, sufrirás mayores
males.
4.8 Hecha la señal de la cruz sobre el enfermo desde la cabeza
hasta los pies, crujieron los huesos de su cintura - ruido que oyeron
todos - con un chasquido semejante al que se produce cuando con la mano
se rompe leña seca. Al instante, el que había estado
postrado con los miembros agarrotados, se levantó sano y salvo,
prorrumpiendo en alabanzas a Dios, y exclamó: "¡Ya estoy
curado!"
4.8 Mas poco después, olvidándose de Dios, volvió
a entregarse a la vida de impureza. Y he aquí que cierta tarde
en que había cenado en casa de un canónigo y se
había quedado aquella noche a dormir allí, de pronto se
derrumbó sobre todos ellos la techumbre del edificio. Todos
escaparon a la muerte, excepto aquel miserable, que pereció.
Así se puso de manifiesto al mismo tiempo con este singular
acontecimiento Cuan severo es el celo de la justicia de Dios par a con
los ingratos y cuan veraz y cierto en las dudas fue el espíritu
de profecía de que estaba lleno Francisco.
4.9 En aquel mismo tiempo, después de haber regresado de su
viaje a ultramar, llegó a Celano a predicar; y allí, un
caballero, movido por la devoción, le invitó
insistentemente a quedarse a comer con él, y casi le
forzó al que se resistía. Pero antes de ponerse a comer,
al dirigir el devoto varón - según su costumbre - preces
y alabanzas a Dios, vio en espíritu que a aquel hombre se le
aproximaban la muerte y el consiguiente juicio, y con la mente fija en
Dios tenía los ojos vueltos al cielo. concluida por fin la
oración, llamó a solas al bondadoso huésped y le
predijo la cercanía de su muerte, le exhortó a que se
confesara y le animé - cuanto pudo - a hacer el bien.
Accedió en seguida el hombre a las palabras del Santo y
descubrió en confesión todos sus pecados al
compañero de éste. Puso en orden su casa, se
encomendó a la divina misericordia y se preparó, en
cuanto pudo, a recibir la muerte.
4.9 Mientras los demás tomaban la refección corporal,
aquel caballero que parecía tan sano y robusto,
súbitamente exhaló su espíritu - según se
lo había anunciado el varón de Dios -, siendo arrebatado
por una muerte repentina. Con todo, gracias al espíritu
profético del Santo, fue confortado de antemano con las armas de
la penitencia, para evitar así la condenación eterna y
poder entrar conforme a la promesa evangélica en las moradas
eternas.
5. Obediencia de las criaturas y condescendencia divina
5.1 En verdad, asistía al siervo de Dios el Espíritu del
Señor, que lo había ungido, y el mismo Cristo, fuerza y
sabiduría de Dios, por cuyo poder y gracia no sólo le
eran descubiertos los arcanos misterios, sino que también le
obedecían los elementos de este mundo.
5.1 En una ocasión en que le aconsejaban los médicos y le
persuadían los hermanos con insistentes súplicas a que se
sometiera a la operación del cauterio para curar la enfermedad
de los ojos, el varón de Dios se avino humildemente a ello,
considerando que sería no sólo remedio para la dolencia
corporal, sino también materia para ejercitarse en la virtud.
Estremecida su carne con un sentimiento natural de horror a la vista
del instrumento de hierro ya incandescente, comenzó a hablar al
fuego como a Un hermano suyo, mandándole en nombre y poder del
Creador, que atemperase su ardor, para que, quemando suavemente, fuera
capaz de soportarlo. Penetró crujiente el hierro en aquella
carne delicada, extendiéndose el cauterio desde el oído
hasta las cejas. Al término de la operación, el
varón lleno de Dios, exultando en su espíritu dijo a sus
hermanos: Alabad al Altísimo, pues - a decir verdad - ni el
ardor del fuego me ha producido molestia alguna ni me ha afectado en lo
más mínimo el dolor de la carne.
5.2 Encontrándose el siervo de Dios bajo el peso de una
gravísima dolencia en el eremitorio de San Urbano, y al sentir
el desvanecimiento de la naturaleza, pidió un vaso de vino. Al
responderle que era imposible acceder a su deseo, puesto que no
había allí ni una gota de vino, ordenó que se le
trajera agua. Una vez presentada, la bendijo, haciendo sobre ella la
señal de la cruz. De pronto lo que había sido pura agua,
se convirtió en óptimo vino, y lo que no pudo ofrecer la
pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo la pureza del Santo.
Apenas gustó el vino, se recuperó de su enfermedad con
tan gran presteza, que se puso claramente evidencia que aquella deseada
bebida le fue concedida por el generoso Dador no tanto para satisfacer
el sentido de su gusto como para ofrecerle una eficaz medicina para su
salud.
5.3 En otro tiempo, quiso el varón de Dios trasladarse a un
eremitorio para dedicarse allí más libremente a la
contemplación, y, como estaba débil, se hizo llevar en el
asnillo de un pobre campesino. Era un día caluroso de verano. El
hombre seguía al siervo de Dios en la ascensión de la
montaña, iba cansado por la áspera y larga caminata y se
sentía desfallecer por una sed abrasadora. Sin poder resistir,
comenzó a gritar reiteradamente, diciendo que, si no
bebía algo, exhalaría pronto su espíritu. Sin
tardanza, se apeó del jumentillo el varón de Dios, e,
hincadas las rodillas en el suelo y alzadas las manos al cielo, no
cesó de orar hasta que comprendió haber sido escuchado.
Terminada la oración, dijo al hombre sediento: Corre a aquella
roca. Corrió el hombre al lugar señalado, y bebió
del agua brotada de la roca en virtud de la oración del Santo y
extrajo el líquido que Dios le proporcionara de una peña
durísima.
5.4 En cierta ocasión en que el siervo del Señor
predicaba en Gaeta, a orillas del mar, queriendo esquivar los aplausos
de la turba, que, llevada de la devoción, se precipitaba sobre
él, corrió a refugiarse él solo en una barca que
estaba junto a la orilla. Y he aquí que la barca - como si fuera
movida por un motor interior dotado de razón -, sin remero
alguno, se apartó de la tierra mar adentro ante la mirada y
asombro de todos. Alejada a cierta distancia en medio del mar,
permaneció inmóvil entre las olas todo el tiempo en que
el varón de Dios quiso predicar a la muchedumbre que le miraba
desde la orilla. Cuando la gente que había escuchado el
sermón y contemplado el prodigio, se retiró de
allí, a ruegos del Santo, después de haber recibido Su
bendición, arribó a la orilla la barca, impulsada no por
otras órdenes que las del cielo, como si la criatura que sirve a
su Hacedor se sometiese sin rebeldía a este perfecto adorador
del Creador y le obedeciese sin tardanza.
5.5 Mientras estaba morando una temporada en el eremitorio de Greccio,
los habitantes de aquel lugar se veían atormentados por muchos
males. Por una parte, las tempestades de granizo desvastaban anualmente
los campos y viñedos; por otra, manadas de lobos rapaces
hacían grandes estragos no sólo entre los animales, sino
hasta en los mismos hombres. Compadecido en su bondad el siervo del
Señor omnipotente de aquellas gentes tan gravemente afligidas,
en una predicación les prometió públicamente - y
salió fiador de ello - que desaparecerían todas aquellas
calamidades si, confesados sus pecados, estaban dispuestos a hacer
dinos frutos de penitencia.
5.5 Siguiendo las amonestaciones del Santo, hicieron penitencia y desde
aquel día cesaron las plagas, desaparecieron los peligros, y ni
los lobos ni el granizo volvieron a causarles daño alguno. Es
más, si alguna vez el granizo llegaba a desvastar los campos
vecinos, al acercarse a los términos de Greccio, se disipaba
allí mismo la tempestad o tomaba otra dirección.
5.6 En otra ocasión, cuando el varón de Dios
recorría predicando el valle de Espoleto, al acercarse a Bevagna
llegó a un punto donde se había reunido una gran bandada
de aves de toda especie. Se detuvo a mirarlas con ojos piadosos, e,
invadido por el Espíritu del Señor, se dirigió
velozmente hacia ellas y, saludándolas alegremente, les impuso
silencio y les mandó que oyeran con atención la palabra
de Dios. Después de haberles hablado largamente de los
beneficios que el Señor prodiga a las criaturas y de las
alabanzas que éstas deben rendirle, las avecillas, gesticulando
de modo admirable, comenzaron a alargar sus cuellecitos, a extender las
alas, abrir los picos y a mirarle fijamente, como si se esforzaran en
sentir el poder maravilloso de sus palabras.
5.6 Y era justo, en verdad, que el varón lleno de Dios, que
sentía una inclinación piadosa y humana hacia las
criaturas carentes de razón, fuera, a su vez, correspondido por
éstas, aficionándosele de modo tan admirable, que le
escuchaban cuando las instruía, le obedecían cuando les
daba órdenes, se posaban con confianza en sus manos y
permanecían sin dificultad con quien las retenía.
5.7 En aquel tiempo en que, por conseguir la palma del martirio,
intentara pasar a tierras de ultramar - proyecto que no pudo llevar a
feliz término impedido por las tempestades marinas -, de tal
modo le asistió la amorosa providencia de Aquel que lo dirige
todo, que le libró de los peligros de muerte juntamente con
otros muchos y realizó, en atención a él, obras
maravillosas en medio del mar. Efectivamente, al proponerse volver de
Eslavonia a Italia, embarcó en una nave sin avituallamiento
alguno. Ahora bien, nada más subir a bordo, se presentó
un desconocido enviado por Dios en favor del pobrecillo de Cristo, que
traía consigo los alimentos necesarios para la travesía,
y, llamando aparte a un marinero temeroso de Dios, se los
entregó para que en tiempo oportuno los distribuyera entre
aquellos pobrecillos que nada tenían.
5.7 Y sucedió que a causa del fuerte temporal no pudieron
arribar los tripulantes a ningún puerto. Entre tanto se
consumieron todos los víveres quedando tan sólo la
pequeña porción de limosna prodigiosamente otorgada para
el dichoso varón. Por las plegarias y méritos de
Francisco, hizo el poder divino que se multiplicara tan
considerablemente esa insignificante cantidad, que, a pesar de tener
que estar muchos días en el mar debido al continuo temporal, fue
suficiente para llenar cumplidamente las necesidades de todos hasta que
llegaron al ansiado puerto de Ancona.
5.8 Aconteció también otra vez que, viajando el
varón de Dios con un compañero suyo, por motivo de
predicación, entre Lombardía y la Marca Trevisana, junto
al río Po, les sorprendió la espesa oscuridad de la
noche. El camino que debían recorrer era sumamente peligroso a
causa de las tinieblas, el río y los pantanos. Viéndose
en tan apretada coyuntura, el compañero le rogó al Santo
que implorase el auxilio divino. Respondióle el varón de
Dios lleno de una gran confianza: Poderoso es Dios - si place a su
bondad - para disipar las sombrías tinieblas y concedernos el
beneficio de su luz ¡Cosa admirable! Apenas había
terminado de hablar, cuando de pronto - por intervención del
cielo - comenzó a brillar en torno suyo una luz tan esplendente,
que, siendo oscura la noche en otras partes, al resplandor de aquella
claridad ellos distinguían no sólo el camino, sino
también muchas cosas que se presentaban en torno suyo al otro
lado del río.
5.9 Ciertamente. en medio de las densas tinieblas de la noche hiciera
patente que no pueden ser envueltos en la oscuridad de la muerte
quienes por senda recta siguen la luz de la vida. Así
sucedió que, dirigidos corporalmente y reconfortados en el
espíritu con el maravilloso resplandor de aquella luz,
recorrieron gran parte de la ruta cantando himnos y alabanzas hasta que
llegaron al lugar del hospedaje.
5.9 ¡Oh varón preclaro y admirable!, a quien el fuego le
atempera su ardor, el agua le cambia de gusto, la roca le brinda bebida
abundante, le sirven los seres inanimados, se le amansan las bestias
feroces y le atienden con interés las criaturas irracionales; el
mismo Señor del universo se pliega benignamente a sus deseos
cuando con liberalidad le prepara el alimento, le guía por el
camino con la claridad de su luz, de suerte que - como a varón
de eximia santidad - toda criatura se pone a su servicio y hasta el
mismo Creador de cielo y tierra condesciende a sus deseos.
6. Las sagradas llagas
6.1 Francisco, fiel .siervo y ministro de Cristo, dos años antes
de entregar su espíritu a Dios, habiendo iniciado en un lugar
elevado y solitario, llamado monte Alverna, la cuaresma de ayuno en
honor del arcángel San Miguel - inundado más
abundantemente que de ordinario por la dulzura de la suprema
contemplación y basado en una llama más ardiente de
deseos celestiales -, comenzó a experimentar un mayor
cúmulo de dones y gracias divinas.
6.1 Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor
seráfico de sus deseos y transformado por el afecto de su tierna
compasión, en Aquel que, en aras de su extremada caridad,
aceptó ser crucificado, una mañana próxima a la
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno
de los flancos del monte, vio bajar de lo más alto del cielo
así como la figura de un serafín, que tenía seis
alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo
rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se hallaba el
varón de Dios, deteniéndose en el aire. Y apareció
no solo alado, sino también crucificado: tenía las manos
y los pies extendidos y clavados a la cruz, y las alas dispuestas, de
una parte a otra en forma tan maravillosa, que dos de ellas se alzaban
sobre su cabeza; las otras dos estaban extendidas para volar, y las dos
restantes rodeaban y cubrían todo el cuerpo.
6.2 Ante tal visión quedó lleno de estupor y
experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. En
efecto, el aspecto gracioso de Cristo, que se le presentaba de forma
tan misteriosa como familiar, le producía una intensa
alegría, al par que la contemplación de la terrible
crucifixión atravesaba su alma con la espada de un dolor
compasivo.
6.2 Comprendió entonces - instruido interiormente por aquel que
se le aparecía al exterior - que, si bien la debilidad de la
pasión en modo alguno se avenía con la inmortalidad del
espíritu de un serafín, se le había presentado a
sus ojos aquella visión para que el amigo de Cristo supiese de
antemano que debía ser del todo transformado en una clara imagen
de Cristo Jesús crucificado no por el martirio de la carne, sino
mediante el incendio de Su espíritu. Y así
sucedió, porque, al desaparecer la visión después
de un arcano y familiar coloquio, quedó su alma interiormente
inflamada en ardores seráficos y exteriormente sellada en su
carne la efigie conforme al Crucificado, como si la previa virtud
licuefactiva del fuego le hubiera seguido una cierta grabación
configurativa.
6.3 Al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las
señales de los clavos, viéndose las cabezas de los mismos
en la parte interior de las manos y en la superior de los pies,
mientras que sus puntas se hallaban al lado contrario. Las cabezas de
los clavos eran redondas y negras en las manos y en los pies; las
puntas aparecían alargadas, retorcidas y remachadas, y,
sobresaliendo de la misma carne, rebasaban el resto de ella. Y, en
verdad, las puntas de los clavos remachadas debajo de los pies, eran
tan destacadas y prominentes hacia el exterior, que no solo no le
permitían fijar libremente las plantas en el suelo, sino que -
según me informaron los que lo vieron con sus propios ojos - se
podían introducir fácilmente un dedo a través de
la curva que formaban las dichas puntas.
6.3 Asimismo, el costado derecho - como si hubiera sido traspasado por
una lanza - llevaba una roja cicatriz, que, derramando con frecuencia
sangre sagrada, empapaba tan copiosamente la túnica y los
calzones, que, al lavarlos luego a su tiempo los compañeros del
Santo, advertían sin duda que así como en las manos u en
los pies, también en el costado tenía el siervo del
Señor impresa la semejanza con el Crucificado.
6.4 Viendo el varón lleno de Dios que no podían
permanecer ocultas a sus compañeros más íntimos
aquellas llagas tan claramente impresas en su carne y temeroso, por
otra parte, de publicar el secreto del Señor, se vio envuelto en
una angustiosa incertidumbre, sin saber a qué atenerse: si
manifestar o más bien callar la visión tenida. Por fin,
estimulado por el aguijón de la conciencia, refirió
detalladamente - no sin mucho temor - la dicha visión a algunos
de sus compañeros más íntimos; y
añadió que Aquel que se le había aparecido le
reveló algunas cosas que jamás, mientras él
viviera, descubriría a hombre alguno.
6.4 Después que el verdadero amor de Cristo había
transformado en su propia imagen a este amante suyo, terminado el plazo
de cuarenta días que se había propuesto pasar en aquella
soledad de Alvernia y próxima ya la solemnidad del
arcángel Miguel, descendió del monte el angélico
varón Francisco, llevando consigo la efigie del Crucificado, no
esculpida por mano de algún artífice en tabla de piedra o
de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su
carne.
6.5 Como quiera que el varón santo y humilde se esforzaba por
encubrir con toda diligencia aquellas sagradas señales, plugo al
Señor realizar para su gloria, mediante las mismas, algunos
patentes prodigios, para que, poniendo en evidencia por estos claros
signos el poder oculto de dichas llagas, resplandeciese como astro
brillantísimo en medio de las densas oscuridades de este siglo
tenebroso. Sirva como prueba de ello el siguiente hecho.
6.5 Antes de la permanencia del Santo en el mencionado monte Alvernia,
se solía formar en el mismo monte una oscura nube, que
desencadenaba en las cercanías una violenta tempestad,
devastando periódicamente los frutos de la tierra. Pero a partir
de aquella dichosa aparición cesó el acostumbrado
granizo, no sin admiración y gozo de los habitantes del lugar,
de modo que el mismo aspecto del cielo, serenado fuera de costumbre,
ponía de manifiesto la excelencia de aquella visión
celeste y el poder de las llagas que allí fueron impresas.
6.6 En aquel mismo tiempo se había propagado en la provincia de
Rieti una grave peste, que en tal grado comenzó a infestar todo
ganado lanar y vacuno, que casi todo él parecía estar
atacado de una enfermedad sin remedio. Pero un hombre temeroso de Dios
que advertido en una visión nocturna que se acercara
apresuradamente al eremitorio de los hermanos donde a la sazón
moraba el bienaventurado Padre y que, consiguiendo de sus
compañeros el agua en que el Santo se había lavado las
manos y los pies, rociara con ella los animales enfermos; de este modo
desaparecería toda aquella peste. Habiendo cumplido
diligentemente dicho encargo aquel hombre, Dios infundió tal
poder al agua que había tocado las sagradas llagas, que por poco
que alcanzase su aspersión a los animales enfermos, se alejaba
al punto la plaga pestilencial y, recuperando los animales su primitivo
vigor, salían corriendo a pastar, como si antes no hubieran
padecido mal alguno.
6.7 Aquellas manos consiguieron desde entonces un poder tan
maravilloso, que a su contacto salutífero devolvían a los
enfermos una sólida fortaleza, y a los paralíticos la
recuperación del sentido y movimiento en sus miembros ya
áridos, y lo que es mucho más prodigioso que todo esto:
otorgaban a los mortalmente heridos la reintegración a una vida
totalmente sana. De entre sus muchos prodigios voy a adelantar dos en
forma resumida.
6.7 En Lérida, un hombre llamado Juan, devoto del bienaventurado
Francisco, una tarde fue tan atrozmente cosido de heridas, que se
creía difícil pudiera sobrevivir hasta el día
siguiente. Entonces se le apareció de modo admirable el
santísimo Padre, y, tocándole en las heridas con sus
sagradas manos, en el mismo momento recuperó tan por completo su
salud, que toda aquella región proclamaba al prodigioso
portaestandarte de la cruz como dignísimo de toda
veneración. Pues ¿quién podría contemplar
sin admiración a un hombre no desconocido que unos segundos
antes se encontraba desgarrado por heridas gravísimas y que
ahora aparecía gozando de perfecta salud? ¿Quién
no recordarlo sin acción de gracias? En fin, ¿qué
alma fiel puede ponderar sin devoción un milagro tan lleno de
piedad, tan poderoso y preclaro?
6.8 En Potenza, ciudad de la Pulla, un clérigo llamado Rogerio,
mientras pensaba con ligereza acerca de los sagrados estigmas del
bienaventurado Padre, de improviso fue herido en su mano izquierda
debajo del guante que llevaba puesto, como si le hubiera alcanzado una
saeta despedida por una ballesta; el guante, empero, permaneció
intacto. Atormentado durante tres días por agudísimos
dolores y sinceramente arrepentido ya de su comportamiento,
invocó al bienaventurado Francisco y le conjuró por sus
gloriosas llagas que viniera en su auxilio; y obtuvo una
curación tan cabal, que desapareció todo dolor y no le
quedó la más leve huella de la lesión. De lo cual
se deduce claramente que aquellas sagradas señales fueron
grabadas con el poder y dotadas de la virtud de Aquel de quien es
propio infringir heridas y proporcionar su curación, vulnerar a
los obstinados y sanar a los contritos de corazón.
6.9 Era justo que este afortunado varón apareciera distinguido
con tan singular privilegio, ya que todo su empeño - lo mismo en
público que en privado - se cifró en la cruz del
Señor. En efecto, tanto su admirable suavidad y mansedumbre como
su austeridad de vida, su profunda humildad, su pronta obediencia, su
eximia pobreza y su castidad incontaminada; su amarga
compunción, el torrente de sus lágrimas y su piedad
entrañable; el ardor de su celo, su anhelo de martirio, el
exceso de su caridad, y, en fin, la múltiple prerrogativa de sus
virtudes cristiformes, ¿qué otra cosa pretenden ser en
él sino un asimilar a Cristo y como una especie de
preparación para recibir sus sagradas llagas?
6.9 Por eso, desde su conversión y en el decurso de su vida toda
fue adornado con los gloriosos misterios de la cruz de Cristo, y, por
último, a la vista del sublime Serafín y del humilde
Crucificado, fue todo él transformado - mediante una fuerza
deiforme e ígnea - en la efigie que se le había
aparecido, según han testimoniado quienes vieron, tocaron y
besaron las sagradas llagas; y, jurando - con las manos puestas sobre
los libros sagrados - que así sucedió y que ellos
contemplaron dichos estigmas, confirmaron el hecho con una mayor
garantía de certeza
7. El tránsito
7.1 Clavado ya a la cruz, juntamente con Cristo, tanto en su carne como
en su espíritu, el varón de Dios no sólo se
elevaba a Dios por el incendio del amor seráfico, sino que,
atravesado su corazón por un ferviente celo de las almas, a una
con el Señor crucificado anhelaba la salvación de todos
los que han de salvarse. Y, no pudiendo caminar a causa de los clavos
que sobresalían en la planta de sus pies, se hacía llevar
su cuerpo medio muerto a través de las ciudades y aldeas para
que - como aquel otro ángel que subía del oriente -
encendiera en la llama del fuego divino los corazones de los siervos de
Dios, para dirigir sus pasos por el camino de la paz y marcar sus
frentes con el sello de Dios vivo. Se abrasaba también en el
ardiente deseo de volver a la humildad de los primeros tiempos,
dispuesto a servir - como al principio - a los leprosos y a someter a
la servidumbre de antes su cuerpo, desgastado ya por el trabajo y
sufrimiento.
7.2 Se proponía - teniendo a Cristo de guía - realizar
cosas grandes, y, aunque sumamente débil en su cuerpo, pero
vigoroso y férvido en e1 espíritu, soñaba con
nuevas batallas y nuevos triunfos sobre el enemigo. Y, en verdad, para
que en el pequeñuelo de Cristo se acrecentase el cúmulo
de méritos que tienen su real consumación en la perfecta
paciencia, comenzó a sufrir tantos y tan graves enfermedades,
que se extendieron las dolorosas molestias a cada uno de los miembros
de su cuerpo, y, consumidas ya sus carnes, parecía como si solo
le quedara la piel adherida los huesos.
7.2 Y, a pesar de verse atormentado con tan acerbos dolores,
decía que aquellas sensibles angustias no eran penas, sino
hermanas suyas, y, sobrellevándolas alegremente, dirigía
tan ardientes alabanzas y acciones de gracias a Dios, que a los
hermanos que le asistían les parecía ver a otro Pablo, en
su gozoso y humilde gloriarse ante 1a debilidad, o a un nuevo Job, en
el imperturbable vigor de su ánimo.
7.3 El Santo tuvo, con mucha antelación, conocimiento de la hora
de su muerte, y, estando cercano el día de su tránsito,
comunicó a sus hermanos que pronto iba a abandonar la tienda de
su cuerpo, según se lo había manifestado el mismo Cristo.
Así, pues, dos años después de la impresión
de las sagradas llagas, es decir, al vigésimo año de su
conversión, pidió ser trasladado a Santa María de
la Porciúncula, para que allí donde por mediación
de la Virgen madre de Dios había concebido el espíritu de
perfección y de gracia, en el mismo lugar - rindiendo tributo a
la muerte - llegase al premio de la eterna retribución.
7.3 Conducido, pues, a dicho lugar y para demostrar con un ejemplo de
verdad que nada tenía él de común con el mundo, en
medio de aquella enfermedad tan grave que dio término a todas
sus dolencias, se postró totalmente desnudo sobre la desnuda
tierra, dispuesto en este trance supremo - en que el enemigo
podía aún desfogar sus iras - a luchar desnudo con el
desnudo. Tendido así en tierra y desnudado como atleta en la
arena, cubrió con la mano izquierda la herida del costado
derecho para que no fuera vista, elevó en la forma acostumbrada
su sereno rostro al cielo y, fijando toda su atención en la
gloria, comenzó a bendecir al Altísimo, porque,
desembarazado de todas las cosas, podía ya libremente sumergirse
en El.
7.4 Acercándose ya, por fin, el momento de su tránsito,
hizo llamar a su presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar
y, tratando de suavizar con palabras de consuelo el dolor que
sentían ante su muerte, los exhortó con paterno afecto a
amar a Dios. Además les dejó, como legado y herencia, la
posesión de la pobreza y de la paz, les recomendó
encarecidamente que aspiraran a los bienes eternos precaviéndose
de los peligros de este mundo, y con toda la fuerza persuasiva de que
fue capaz, los indujo a seguir perfectamente las hullas de Jesús
crucificado.
7.4 Sentados los hijos en torno al patriarca de los pobres, cuya vista
se había ya debilitado no por la vejez, sino por las
lágrimas, el santo varón - medio ciego y próximo
ya a la muerte - extendió las manos sobre ellos, teniendo los
brazos en forma de cruz por el amor que siempre había profesado
a esta señal, y bendijo, en virtud y en el nombre del
crucificado, a todos los hermanos, tanto presentes como ausentes.
7.5 A continuación pidió que se le leyera el pasaje del
evangelio según San Juan que comienza así: Antes de la
fiesta de pascua, para escuchar en esa palabra la voz de su amado que
lo llamaba, de quien tan sólo le separaba la débil pared
de la carne. Por fin, cumplidos en él todos los misterios,
orando y cantando salmos, se durmió en el Señor este
afortunado varón, y su alma santísima - liberada ya de
las ataduras de la carne - se sumergió en el abismo de la
claridad eterna.
7.5 En aquel mismo momento, un hermano y discípulo suyo,
varón insigne por su santidad, vio subir derecha al cielo
aquella dichosa alma bajo la forma de una estrella fulgentísima,
transportada hacia arriba por una blanca nubecilla sobre un mar de
agua. Efectivamente, aquella alma - brillante por el candor de su
conciencia y la prerrogativa de sus virtudes - se remontaba a lo alto
con tal empuje por la afluencia de gracias y de virtudes conformantes
con Dios, que no se le podía retardar ni siquiera un momento la
visión de la luz y de la gloria celestes.
7.6 Asimismo, el ministro a la sazón de los hermanos en la
Tierra de Labor, de nombre Agustín, varón amado de Dios,
que se encontraba a las puertas de la muerte y que tiempo atrás
había perdido el habla, de pronto exclamó de forma que le
oyeran que estaban presentes: Espérame, Padre que ya voy
contigo. Al preguntarle admirados los hermanos a quién hablaba
así, aseguró que veía ir al cielo al
bienaventurado Francisco y nada más decir estas palabras,
él mismo también descansó felizmente en paz.
7.6 En aquel mismo tiempo, el obispo de Asís había ido en
peregrinación al santuario de San Miguel, sito en el monte
Gargano. Estando allí, se le apareció, lleno de
júbilo, el bienaventurado Francisco a la hora misma de su
tránsito, y le dijo que dejaba, mundo y que se iba muy contento
al cielo. Al levantarse a la mañana siguiente, el obispo
refirió a los compañeros la visión que
había tenido, y, vuelto a Asís, comprobó con toda
certeza - tras una cuidadosa investigación - que a la misma hora
en que se le presentó dicha visión había emigrado
de este mundo el bienaventurado Padre.
7.7 Cuán eximia fuera la santidad de este preclaro varón
de Dios - en su inmensa bondad - se dignó darlo a conocer
mediante muchos y estupendos milagros realizados también
después de su tránsito. En efecto, a su invocación
y por sus méritos la fuerza todopoderosa de Dios, otorgó
vista a los ciegos, oído a los sordos, la palabra a los mudos,
el andar a los cojos, el sentido y movimiento a los paralíticos;
restituyó una completa salud a lo miembros áridos,
contraídos y rotos, libertó a los encarcelados condujo a
puerto de salvación a los náufragos, facilitó el
alumbramiento a las que peligraban en el momento del parto, ahuyento
los demonios de los cuerpos posesos; finalmente, concedió
limpieza y sanidad a los que padecían flujo de sangre y a los
leprosos, hizo recobrar el perfecto estado de salud a los mortalmente
heridos y, lo que todavía es mucho más prodigioso que
todo eso, devolvió la vida a muertos.
7.8 Innumerables son también los beneficios de Dios que por su
intercesión no cesan de derramarse a raudales en diversas partes
del mundo; yo mismo, que he descrito todo lo anterior, lo he comprobado
por propia experiencia en mi persona. Pues, estando muy gravemente
enfermo cuando aún era niño pequeño, mi madre hizo
una promesa en favor mío al bienaventurado padre Francisco, y me
libré de las fauces de la muerte, quedando completamente
restablecido. Y, conservando un vivo recuerdo de ello, ahora lo
confieso sincera y abiertamente, no sea que, silenciando tamaño
beneficio, se me tache de crimen de ingratitud.
7.8 Recibe, pues, Padre bienaventurado - aunque pobres y por mucho
inferiores a tus méritos y beneficios -, nuestras acciones de
gracias, y, cuando acojas nuestros votos, excusa nuestras culpas y
ruega para que tus fieles devotos se vean libres de los males presentes
y lleguen a los bienes eternos.
7.9 Para concluir el tema con un epílogo que sea como una
recapitulación de todo lo anteriormente escrito: quienquiera
haya leído estas reflexiones, considere finalmente que la
conversión del bienaventurado Francisco, acaecida de modo
maravilloso; su eficacia en la predicación de la palabra divina,
la prerrogativa de sus excelsas virtudes, su espíritu de
profecía, unido a la inteligencia de las Escrituras; la
obediencia de las criaturas irracionales, la impresión de las
sagradas llagas y su glorioso tránsito de este mundo al cielo
son como siete testimonios que muestran y confirman claramente ante el
mundo entero que Francisco - como preclaro heraldo de Cristo, que lleva
en sí mismo el sello de Dios vivo - es digno de
veneración por su ministerio, auténtico en doctrina y
admirable por su santidad.
7-9 Que le sigan, pues, seguros quienes salen de Egipto, porque,
dividido el mar con el báculo de la cruz de Cristo,
atravesarán el desierto, pasando el Jordán de la
mortalidad, para entrar - gracias al prodigioso poder de la misma cruz
- en la tierra prometida de los vivientes, donde se digne
introducirnos, por los sufragios del bienaventurado Padre, el
ínclito salvador y guía Jesús, a quien con el
Padre y el Espíritu Santo en trinidad perfecta sea dada toda
alabanza, honor y gloria por los siglos de los siglos Amén.
LEYENDA MAYOR
PARTE PRIMERA
PRÓLOGO
01. Ha aparecido la gracia de Dios, salvador nuestro, en estos
últimos tiempos, en su siervo Francisco, y a través de
él se ha manifestado a todos los hombres verdaderamente humildes
y amigos de la santa pobreza, los cuales, al venerar en su persona la
sobreabundante misericordia de Dios, son amaestrados con su ejemplo a
renunciar por completo a la impiedad y a los deseos mundanos, a llevar
una vida en todo conforme a la de Cristo y a anhelar con sed insaciable
la gran dicha que se espera . El Altísimo, en efecto,
fijó su mirada en Francisco como en el verdadero pobrecillo y
abatido con tal efusión de benignidad y condescendencia, que no
sólo lo levantó, como al desvalido, del polvo de la vida
contaminada del mundo, sino que, convirtiéndole en seguidor,
adalid y heraldo de la perfección evangélica, lo puso
como luz de los creyentes, a fin de que, dando testimonio de la luz,
preparase al Señor un camino de luz y de paz en los corazones de
los fieles.
01. En verdad, Francisco, cual lucero del alba en medio de la niebla
matinal, irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida
y doctrina, orientó hacia la luz a los que estaban sentados en
tinieblas y en sombras de muerte; y como arco iris que reluce entre
nubes de gloria, mostrando en sí la señal de la alianza
del Señor, anunció a los hombres la buena noticia de la
paz y de la salvación, siendo él mismo ángel de
verdadera paz, destinado por Dios - a imitación y semejanza del
Precursor - a predicar la penitencia con el ejemplo y la palabra,
preparando en el desierto el camino de la altísima pobreza.
01. Francisco - según aparece claramente en el decurso de toda
su vida - fue prevenido desde el principio con los dones de la gracia
divina, enriquecido después con los méritos de una virtud
nunca desmentida, colmado también del espíritu de
profecía y destinado además a una misión
angélica, todo él abrasado en ardores seráficos y
elevado a lo alto en carroza de fuego como un hombre jerárquico.
Por todo lo cual, bien puede concluirse que estuvo investido con el
espíritu y poder de Elías. Asimismo, se puede creer con
fundamento que Francisco fue prefigurado en aquel ángel que
subía del oriente llevando impreso el sello de Dios vivo,
según se describe en la verídica profecía del otro
amigo del Esposo: Juan, apóstol y evangelista. En efecto, al
abrirse el sexto sello - dice Juan en el Apocalipsis - , vi otro
ángel que sabía del oriente llevando el sello de Dios
vivo.
02. Que este embajador de Dios tan amable a Cristo, tan digno de
imitación para nosotros y digno objeto de admiración para
el mundo entero fuese el mismo Francisco, lo deducimos con fe segura si
observamos el alto grado de su eximia santidad, pues, viviendo entre
los hombres, fue un trasunto de la pureza angélica y ha llegado
a ser propuesto como dechado de los perfectos seguidores de Cristo.
02. A interpretarlo así fiel y piadosamente nos induce no
sólo la misión que tuvo de llamar a los hombres al llanto
y luto, a raparse y ceñirse de saco y a grabar en la frente de
los que gimen y se duelen el signo tau, como expresión de la
cruz de la penitencia y del hábito conformado a la misma cruz,
sino que aún más lo confirma como testimonio verdadero e
irrefragable el sello de su semejanza con el Dios viviente, esto es,
con Cristo crucificado, sello que fue impreso en su cuerpo no por
fuerza de la naturaleza ni por artificio del humano ingenio, sino por
el admirable poder del Espíritu de Dios vivo.
O3. Mas, sintiéndome indigno e incapaz de escribir la vida de
este hombre tan venerable, dignísima, por otra parte, de ser
imitada por todos, confieso sinceramente que de ningún modo
hubiera emprendido tamaña empresa si no me hubiese impulsado el
ardiente afecto de mis hermanos, el apremiante y unánime ruego
del capítulo general y la especial devoción que estoy
obligado a profesar al santo Padre. En efecto, gracias a su
invocación y sus méritos, siendo yo niño - lo
recuerdo perfectamente - fui librado de las fauces de la muerte; por
tanto, si yo me resistiera a publicar sus glorias, temo ser acusado de
crimen de ingratitud. Este ha sido, pues, el motivo principal que me ha
inducido a asumir el presente trabajo: el reconocimiento de que Dios me
ha conservado la salud del cuerpo y del alma por intercesión de
Francisco, cuyo poder he llegado a experimentar en mi propia persona.
03. Por todo lo cual me he afanado en recoger por doquiera - no
plenamente, que es imposible, sino como en fragmentos - los datos
referentes a las virtudes, hechos y dichos de su vida que se
habían olvidado o se hallaban diseminados por diversos lugares,
con objeto de que no se perdieran para siempre una vez desaparecidos de
este mundo los que habían convivido con el siervo de Dios.
04. Para adquirir un conocimiento más claro y seguro de la
verdad acerca de su vida y poder transmitirlo a la posteridad, he
acudido a los lugares donde nació, vivió y murió
el Santo; y he tratado de informarme diligentemente sobre el particular
conversando con sus compañeros que aún sobreviven,
especialmente con aquellos que fueron testigos cualificados de su
santidad y sus seguidores más fieles, a quienes debe darse pleno
crédito, no sólo por haber conocido ellos de cerca la
verdad de los hechos, sino también por tratarse de personas de
virtud bien probada.
04. En la descripción de todo aquello que el Señor se
dignó realizar mediante su siervo, he optado por prescindir de
las formas galanas de un estilo florido, ya que un lenguaje sencillo
ayuda más a la devoción del lector que el ataviado con
muchos adornos. Además, al narrar la historia, con el fin de
evitar confusiones, no he seguido siempre un orden estrictamente
cronológico, sino que he procurado guardar un orden que mejor se
adaptara a relacionar unos hechos con otros, en cuanto que sucesos
acaecidos en un mismo tiempo parecía más conveniente
insertarlos en materias distintas, al par que acontecimientos sucedidos
en diversos tiempos correspondía mejor agruparlos en una misma
materia.
05. El principio, desarrollo y término de la vida de Francisco
están descritos en los quince distintos capítulos que se
señalan a continuación: Capítulo 1. Vida de
Francisco en el siglo. Capítulo 2. Perfecta conversión a
Dios y restauración de tres iglesias . Capítulo 3.
Fundación de la Religión y aprobación de la Regla.
Capítulo 4. Progreso de la Orden durante el gobierno dei Santo y
confirmación de la Regla ya aprobada. Capítulo 5.
Austeridad de vida y consuelo que le daban las criaturas.
Capítulo 6. Humildad y obediencia del Santo y condescendencia
divina a sus deseos. Capítulo 7. Amor a la pobreza y admirable
solución en casos de penuria. Capítulo 8. Sentimiento de
piedad del Santo y afición que sentían hacia él
los seres irracionales. Capítulo 9. Fervor de su caridad y
ansias de martirio. Capítulo 10. Vida de oración y poder
de sus plegarias. Capítulo 1 1. Inteligencia de las Escrituras y
espíritu de profecía. Capítulo 12. Eficacia de su
predicación y don de curaciones. Capítulo 13. Las
sagradas llagas. Capítulo 14. Paciencia del Santo y su muerte.
Capítulo 15. Canonización. Traslado de su cuerpo 21. Por
último, se insertan algunos milagros realizados después
de su dichosa muerte.
Capítulo I.
Vida de Francisco en el siglo
01.1 Hubo en la ciudad de Asís un hombre llamado Francisco, cuya
memoria es bendita, pues, habiéndose Dios complacido en
prevenirlo con bendiciones de dulzura, no sólo le libró,
en su misericordia, de los peligros de la vida presente, sino que le
colmó de copiosos dones de gracia celestial. En efecto, aunque
en su juventud se crió en un ambiente de mundanidad entre los
vanos hijos de los hombres y se dedicó - después de
adquirir un cierto conocimiento de las letras a los negocios lucrativos
del comercio, con todo, asistido por el auxilio de lo alto, no se
dejó arrastrar por la lujuria de la carne en medio dio
jóvenes lascivos, si bien era él aficionado a las
fiestas; ni por más que se dedicara al lucro conviviendo entre
avaros mercaderes, jamás puso su confianza en el dinero y en los
tesoros.
O1.1 Había Dios infundido en lo más íntimo del
joven Francisco una cierta compasión generosa hacia los pobres,
la cual, creciendo con él desde la infancia, llenó su
corazón de tanta benignidad, que convertido ya en un oyente no
sordo del Evangelio, se propuso dar limosna a todo el que se la
pidiere, máxime si alegaba para ello el motivo del amor de Dios.
01.1 Mas sucedió un día que, absorbido por el barullo del
comercio, despachó con las manos vacías, contra lo que
era su costumbre, a un pobre que se había acercado a pedirle una
limosna por amor de Dios. Pero, vuelto en sí al instante,
corrió tras el pobre y, dándole con clemencia la limosna,
prometió al Señor Dios que, a partir de entonces, nunca
jamás negaría el socorro - mientras le fuera posible - a
cuantos se lo pidieran por amor suyo. Dicha promesa la guardó
con incansable piedad hasta su muerte, mereciendo con ello un aumento
copioso de gracia y amor de Dios. Solía decir, cuando ya se
había revestido perfectamente de Cristo, que, aun cuando estaba
en el siglo, apenas podía oír la expresión "amor
de Dios" sin sentir un profundo estremecimiento."
01.1 Además, la suavidad de su mansedumbre, unida a la elegancia
de sus modales; su paciencia y afabilidad, fuera de serie; la largueza
de su munificencia, superior a sus haberes - virtudes estas que
mostraban claramente la buena índole de que estaba adornado el
adolescente - , parecían ser como un preludio de bendiciones
divinas que más adelante sobre él se derramarían
raudales. De hecho, un hombre muy simple de Asís, inspirado, al
parecer, por el mismo Dios, si alguna vez se encontraba con Francisco
por la ciudad, se quitaba la capa y la extendía a sus pies,
asegurando que éste era digno de toda reverencia, por cuanto en
un futuro próximo realizaría grandes proezas y
llegaría a ser honrado gloriosamente por todos los fieles.
01.2 Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios sobre su
persona, ya que, volcada su atención - por mandato del padre - a
las cosas exteriores y arrastrado además por el peso de la
naturaleza caída hacia los goces de aquí abajo, no
había aprendido aún a contemplar las realidades del cielo
ni se había acostumbrado a gustar las cosas divinas. Y como
quiera que el azote de la tribulación abre el entendimiento al
oído espiritual, de pronto se hizo sentir sobre él la
mano del Señor y la diestra del Altísimo operó en
su espíritu un profundo cambio, afligiendo su cuerpo con
prolijas enfermedades para disponer así su alma a la
unción del Espíritu Santo.
01.2 Una vez recobradas las fuerzas corporales y cuando - según
su costumbre - iba adornado con preciosos vestidos, le salió al
encuentro un caballero noble, pero pobre y mal vestido. A la vista de
aquella pobreza, se sintió conmovido su compasivo
corazón, y, despojándose inmediatamente de sus
atavíos, vistió con ellos al pobre, cumpliendo
así, a la vez, una doble obra de misericordia: cubrir la
vergüenza de un noble caballero y remediar la necesidad de un
pobre.
01.3 A la noche siguiente, cuando estaba sumergido en profundo
sueño, la demencia divina le mostró un precioso y grande
palacio, en que se podían apreciar toda clase de armas
militares, marcadas con la señal de la cruz de Cristo,
dándosele a entender con ello que la misericordia ejercitada,
por amor al gran Rey, con aquel pobre caballero sería
galardonada con una recompensa incomparable. Y como Francisco
preguntara para quién sería el palacio con aquellas
armas, una voz de lo alto le aseguró que estaba reservado para
él y sus caballeros.
01.3 Al despertar por la mañana - como todavía no estaba
familiarizado su espíritu en descubrir el secreto de los
misterios divinos e ignoraba el modo de remontarse de las apariencias
visibles a la contemplación de las realidades invisibles -
pensó que aquella insólita visión sería
pronóstico de gran prosperidad en su vida. Animado con ello y
desconociendo aún los designios divinos, se propuso dirigirse a
la Pulla con intención de ponerse al servicio de un noble conde,
y conseguir así la gloria militar que le presagiaba la
visión contemplada. Emprendió poco después el
viaje, dirigiéndose a la próxima ciudad, y he aquí
que de noche oyó al Señor que le hablaba familiarmente:
Francisco, "¿quién piensas podrá beneficiarte
más: el señor o el siervo, el rico o el pobre?" A lo que
contestó Francisco que, sin duda, el señor y el rico.
Prosiguió la voz del Señor: «Por qué
entonces abandonas al Señor por el siervo y por un pobre hombre
dejas a un Dios rico?» Contestó Francisco:
«Qué quieres, Señor, que haga?» Y el
Señor le dijo: "Vuélvete a tu tierra, porque la
visión que has tenido es figura de una realidad espiritual que
se ha de cumplir en ti no por humana, sino por divina
disposición".
01.4 Desentendiéndose desde entonces de la vida agitada del
comercio, suplicaba devotamente a la divina demencia se dignara
manifestarle lo que debía hacer. Y, en tanto que crecía
en él muy viva la llama de los deseos celestiales por el
frecuente ejercicio de la oración y reputaba por nada - llevado
de su amor a la patria del cielo las cosas todas de la tierra?
creía haber encontrado el tesoro escondido, y, cual prudente
mercader, se decidía a vender todas las cosas para hacerse con
la preciosa margarita. Pero todavía ignoraba cómo
hacerlo; lo único que vislumbraba su espíritu era que el
negocio espiritual exige desde el principio el desprecio del mundo y
que la milicia de Cristo debe iniciarse por la victoria de sí
mismo.
01.5 Cierto día, mientras cabalgaba por la llanura que se
extiende junto a la ciudad de Asís, inopinadamente se
encontró con un leproso, cuya vista le provocó un intenso
estremecimiento de horror. Pero, trayendo a la memoria el
propósito de perfección que había hecho y
recordando que para ser caballero de Cristo debía, ante todo,
vencerse a sí mismo, se apeó del caballo y corrió
a besar al leproso. Extendió éste la mano como quien
espera recibir algo, y recibió de Francisco no sólo una
limosna de dinero, sino también un beso. Montó de nuevo,
y, dirigiendo en seguida su mirada por la planicie? amplia y despejada
por todas partes, no vio más al leproso. Lleno de
admiración y gozo, se puso a cantar devotamente las alabanzas
del Señor, proponiéndose ya escalar siempre cumbres
más altas de santidad.
01.5 Desde entonces buscaba la soledad, amiga de las lágrimas;
allí, dedicado por completo a la oración
acompañada de gemidos inefables y tras prolongadas e insistentes
súplicas, mereció ser escuchado por el Señor.
Sucedió, pues, un día en que oraba de este modo, retirado
en la soledad, todo absorto en el Señor por su ardiente fervor,
que se le apareció Cristo Jesús en la figura de
crucificado. A su vista quedó su alma como derretida; y de tal
modo se le grabó en lo más íntimo de su
corazón la memoria de la pasión de Cristo, que desde
aquella hora - siempre que le venía a la mente el recuerdo de
Cristo crucificado - a duras penas podía contener exteriormente
las lágrimas y los gemidos, según él mismo lo
declaró en confianza poco antes de morir. Comprendió con
esto el varón de Dios que se le dirigían a él
particularmente aquellas palabras del Evangelio: Si quieres venir en
pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y
sígueme.
01.5 Al despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo,
vuelve apresuradamente a Asís, y, convertido ya en modelo de
obediencia, espera que el Señor le descubra su voluntad.
Revistióse, a partir de este momento, del espíritu de
pobreza, del sentimiento de la humildad y del afecto de una tierna
compasión. Si antes, no ya el trato de los leprosos, sino el
sólo mirarlos, aunque fuera de lejos, le estremecía de
horror, ahora, por amor a Cristo crucificado, que, según la
expresión del profeta, apareció despreciable como un
leproso, con el fin de despreciarse completamente a sí mismo,
les prestaba con benéfica piedad a los leprosos sus humildes y
humanitarios servicios. Visitaba frecuentemente sus casas, les
proporcionaba generosas limosnas y con gran afecto y compasión
les besaba la mano y hasta la misma boca.
01.6 En cuanto se refiere a los pobres mendigos, no sólo deseaba
entregarles sus bienes, sino incluso su propia persona, llegando, a
veces, a despojarse de sus vestidos, y otras, a descoserlos o rasgarlos
cuando no tenía otra cosa a mano. A los sacerdotes pobres los
socorría con reverencia y piedad, sobre todo
proveyéndoles de ornamentos de altar, para participar así
de alguna manera en el culto divino ~ remediar la pobreza de los
ministros del culto.
01.6 Por este tiempo visitó con religiosa devoción el
sepulcro del apóstol Pedro, y, viendo a la puerta de la iglesia
una multitud de pobres, movido por una afectuosa compasión hacia
ellos y atraído por su amor a la pobreza, entregó sus
propios vestidos a uno que parecía ser más necesitado, y,
cubierto con sus harapos, pasó todo aquel día en medio de
los pobres con extraordinario gozo de espíritu. Buscaba con ello
despreciar la gloria mundana y ascender gradualmente a la
perfección evangélica. Ponía gran cuidado en
mortificar la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa
dentro de su corazón rodease también el exterior todo su
cuerpo. Todo esto lo practicaba ya el varón de Dios Francisco
cuando todavía no se había apartado del mundo ni en su
vestido ni en su modo de vivir.
Capítulo II.
Perfecta conversión a Dios y restauración de tres iglesias
02.1. Como quiera que el siervo del Altísimo no tenía en
su vida más maestro que Cristo, plugo a la divina demencia
colmarlo de nuevos favores visitándole con la dulzura de Su
gracia. Prueba de ello es el siguiente hecho. Salió un
día Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia
de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba ruina,
entró en ella - movido por el Espíritu - a hacer
oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del
Crucificado, de pronto se sintió inundado de una gran
consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en
lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que
oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la
misma cruz que le dijo tres veces: "Francisco, vete y repara mi casa,
que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!"
02.1 Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la
iglesia, al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su
corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en
éxtasis. Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra
todo su esfuerzo en su decisión de reparar materialmente la
iglesia, aunque la voz divina se refería principalmente a la
reparación de la iglesia que Cristo adquirió con su
sangre, según el Espíritu Santo se lo dio a entender y el
mismo Francisco lo reveló más tarde a sus hermanos.
02.1 Así, pues, se levantó signándose con la
señal de la cruz, tomó consigo diversos paños
dispuestos para la venta y se dirigió apresuradamente a la
ciudad de Foligno, y allí lo vendió todo, incluso el
caballo que montaba. Tomando su precio, vuelve el afortunado mercader a
la ciudad de Asís y se dirige a la iglesia, cuya
reparación se le había ordenado. Entró devotamente
en su recinto, y, encontrando a un pobrecillo sacerdote, tras rendirle
cortés reverencia, le ofreció el dinero obtenido a fin de
que lo destinara para la reparación de la iglesia y el alivio de
los pobres. Luego le pidió humildemente que le permitiera
convivir por algún tiempo en su compañía.
Accedió el sacerdote al deseo de Francisco de morar en su casa,
pero rechazó el dinero por temor a los padres. Entonces, el
verdadero despreciador de las riquezas, sin dar más valor al
dinero que al vil polvo, lo arrojó a una ventana.
02.2 Moraba el siervo de Dios en casa de dicho sacerdote, y,
habiéndose informado de ello su padre, corrió, todo
enfurecido, al lugar. Francisco, empero, todavía novel atleta de
Cristo, al oír los gritos y amenazas de los perseguidores y
presentir su llegada, con intención de dar tiempo para que se
calmara su ira, se escondió en una oculta cueva. Refugiado
allí unos cuantos días, pedía incesantemente al
Señor con los ojos bañados en lágrimas que librase
su vida de las manos de sus perseguidores y se dignase benignamente
llevar a feliz término los piadosos deseos que le había
inspirado. Como fruto de esta oración se apoderó de todo
su ser una extraordinaria alegría y comenzó a reprenderse
a sí mismo por su cobarde pusilanimidad. En consecuencia,
abandonó la cueva, y, desechando de sí todo temor,
dirigió sus pasos hacia la ciudad de Asís. Al verle sus
conciudadanos en aquel extraño talante: con el rostro
escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había
perdido el juicio, arremetían contra él,
arrojándole piedras y lodo de la calle, y, como a loco y
demente, le insultaban con gritos desaforados. Mas el siervo de Dios,
sin descorazonarse ni inmutarse por ninguna injuria, lo soportaba todo
haciéndose el sordo.
02.2 Tan pronto oyó su padre este clamoreo, acudió
presuroso; pero no para librarlo, sino, más bien, para perderlo.
Sin conmiseración alguna lo arrastró a su casa,
atormentándolo primero con palabras, y luego con azotes y
cadenas. Francisco, empero, se sentía desde ahora más
dispuesto y valiente para llevar a cabo lo que había emprendido,
recordando aquellas palabras del Evangelio: Dichosos los que padecen
persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
02.3 No mucho después se vio precisado el padre a ausentarse de
Asís, y la madre, que no aprobaba la conducta del marido y
veía imposible doblegar la constancia inflexible del hijo, lo
libró de la prisión, dejándole partir. Y
Francisco, dando gracias al Señor todopoderoso, retornó
al lugar en que había morado antes.
02.3 Pero volvió el padre, y, al no encontrar en casa a su hijo,
después de desatarse en insultos y denuestos contra su esposa,
corrió bramando al lugar indicado para conseguir, si no
podía apartarlo de su propósito, al menos alejarlo de la
provincia. Pero Francisco, confortado por Dios, salió
espontáneamente al encuentro de su enfurecido padre, clamando
con toda libertad que nada le importaban sus cadenas y azotes y que
estaba además dispuesto a sufrir con alegría cualquier
mal por el nombre de Cristo. Viendo, pues, el padre que le era del todo
imposible cambiarle de su intento, dirigió sus esfuerzos a
recuperar el dinero. Y, habiéndolo encontrado, por fin, en el
nicho de una pequeña ventana, se apaciguó un tanto su
furor. Dicho hallazgo fue como un trago que en cierto sentido
atemperó su sed de avaricia.
02.4 Intentaba después el padre según la carne llevar al
hijo de la gracia - desposeído ya del dinero - ante la presencia
del obispo de la ciudad, para que en sus manos renunciara a los
derechos de la herencia paterna y le devolviera todo lo que
tenía. Se manifestó muy dispuesto a ello el verdadero
enamorado de la pobreza, y, llegando a la presencia del obispo, no se
detiene ni vacila por nada, no espera órdenes ni profiere
palabra alguna, sino que inmediatamente se despoja de todos sus
vestidos y se los devuelve al padre. Se descubrió entonces
cómo el varón de Dios, debajo de los delicados vestidos,
llevaba un cilicio ceñido a la carne. Además, ebrio de un
maravilloso fervor de espíritu, se quita hasta los calzones y se
presenta ante todos totalmente desnudo, diciendo al mismo tiempo a su
padre: Hasta el presente te he llamado padre en la tierra, pero de
aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: "Padre
nuestro, que estás en los cielos 5, en quien he depositado todo
mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza".
02.4 Al contemplar esta escena el obispo, admirado del extraordinario
fervor del siervo de Dios, se levantó al instante y - piadoso y
bueno como era - llorando lo acogió entre sus brazos y lo
cubrió con el manto que él mismo vestía.
Ordenó luego a los suyos que le proporcionaran alguna ropa para
cubrir los miembros de aquel cuerpo. En seguida le presentaron un manto
corto, pobre y vil, perteneciente a un labriego que estaba al servicio
del obispo. Francisco lo aceptó muy agradecido, y con una tiza
que encontró allí lo marcó con su propia mano en
forma de cruz, haciendo del mismo el abrigo de un hombre crucificado y
de un pobre semidesnudo. Así, quedó desnudo el siervo del
Rey altísimo para poder seguir al Señor desnudo en la
cruz, a quien tanto amaba. Del mismo modo se armó con la cruz,
para confiar su alma al leño de la salvación y lograr
salvarse del naufragio del mundo.
02.5 Desembarazado ya el despreciador del siglo de la atracción
de los deseos mundanos, deja la ciudad y - libre y seguro - se retira a
lo escondido de la soledad para escuchar solo y en silencio la voz
misteriosa del cielo. Y mientras el varón de Dios Francisco
atraviesa el bosque oscuro bendiciendo al Señor en
francés con cánticos de júbilo, unos ladrones
irrumpieron desde la espesura, arrojándose sobre él.
Preguntáronle con ánimo feroz quién era, y
Francisco, lleno de confianza, les respondió con palabras
proféticas: "Yo soy el pregonero del gran Rey" Pero ellos,
golpeándole, lo arrojaron a una fosa llena de nieve mientras le
decían: "Quédate allí, rústico pregonero de
Dios!" Al desaparecer los ladrones, salió de la hoya, y, lleno
de un intenso gozo, se puso a cantar con voz más vibrante
todavía, a través del bosque, las alabanzas al Creador de
todos los seres.
02.6 Llegó después a un monasterio próximo, y
pidió allí limosna como un mendigo, y fue recibido como
un desconocido y despreciado. De aquí marchó a Gubbio,
donde un antiguo amigo suyo le reconoció y recibió en su
casa, y además le cubrió, como a pobrecillo de Cristo,
con una corta y pobre túnica.
02.6 El amante de toda humildad se trasladó de Gubbio a los
leprosos, y convivió con ellos, prestándoles con suma
diligencia sus servicios por Dios. Les lavaba los pies, vendaba sus
heridas, extraía el pus de las úlceras y limpiaba la
materia hedionda, y hasta besaba con admirable devoción las
llagas ulcerosas el que había de ser después el
médico evangélico. Por lo cual consiguió del
Señor el extraordinario poder de curar prodigiosamente las
enfermedades espirituales y corporales.
02.6 Referiré tan sólo uno de los muchos hechos
prodigiosos acaecidos cuando la fama del Santo se había ya
divulgado. Una horrible enfermedad iba de tal modo devorando y
corroyendo la boca y la mejilla de un hombre del condado de Espoleto,
que no había medicina alguna para curarla. Ante esta
situación apurada, se fue a visitar el sepulcro de los santos
apóstoles para impetrar por sus méritos la gracia de la
curación; y cuando regresaba de su peregrinación, he
aquí que se encuentra con el siervo de Dios. El enfermo, movido
por su devoción, quiso besarle los pies, pero el humilde
varón no se lo consintió; más aún,
él mismo le dio un ósculo en la boca al que quería
besar las plantas de sus pies. Y al tiempo que Francisco, el siervo de
los leprosos, en un rasgo maravilloso de piedad, tocaba con sus labios
aquella horrible llaga, desapareció al punto la enfermedad y
aquel hombre recobró la salud deseada. No sé qué
se ha de admirar más en esto: si la profunda humildad en un beso
tan cariñoso o la portentosa virtud en milagro tan estupendo.
02.7 Asentado ya Francisco en la humildad de Cristo, trae a la memoria
la orden que se le dio desde la cruz de reparar la iglesia de San
Damián; y, como verdadero obediente, vuelve a Asís,
dispuesto a someterse a la voz divina, al menos mendigando lo necesario
para dicha restauración. Así, depuesta toda
vergüenza por amor al pobre crucificado, pedía limosna a
aquellos entre los que antes vivía en la abundancia y arrimaba
al peso de las piedras los hombros de su débil cuerpo, extenuado
por los ayunos.
02.7 Una vez restaurada esta iglesia con la ayuda de Dios y la piadosa
colaboración de los ciudadanos, con objeto de que no se
entorpeciera el cuerpo por la pereza después de aquel trabajo,
comenzó a reparar otra iglesia, dedicada a San Pedro, que se
hallaba algo distante de la ciudad. La devoción especial que con
fe pura y sincera profesaba al príncipe de los apóstoles
le movió a emprender dicha obra.
02.8 Cuando hubo concluido esta reconstrucción, llegó a
un lugar llamado Porciúncula, donde había una antigua
iglesia construida en honor de la beatísima Virgen María,
que entonces se hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo de
la misma. Al verla el varón de Dios en semejante
situación, movido por la ferviente devoción que
sentía hacia la Señora del mundo, comenzó a morar
de continuo en aquel lugar con intención de emprender su
reparación. Al darse cuenta de que precisamente, de acuerdo con
el nombre de la iglesia, que se llamaba Santa María de los
Ángeles, eran frecuentes allí las visitas
angélicas, fijó su morada en este lugar tanto por su
devoción a los ángeles como, sobre todo, por su especial
amor a la madre de Cristo. Amó el varón santo dicho lugar
con preferencia a todos los demás del mundo, pues aquí
comenzó humildemente, aquí progresó en la virtud,
aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin, este
lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la hora de
su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen.
02.8 A propósito de lo dicho es digna de notarse una
visión que tuvo un devoto hermano antes de su conversión.
Veía una ingente multitud de hombres heridos por la ceguera que,
con el rostro vuelto al cielo y las rodillas hincadas en el suelo, se
hallaban en torno a esta iglesia. Todos ellos, con las manos en alto,
clamaban entre lágrimas a Dios pidiendo misericordia y luz. De
pronto descendió del cielo un extraordinario resplandor, que,
envolviendo a todos en su claridad, otorgó a cada uno la vista y
la salud deseada.
02.8 Este es el lugar en que San Francisco - siguiendo la
inspiración divina - dio comienzo a la Orden de Hermanos
Menores. Por designio de la divina Providencia, que guiaba en todo al
siervo de Cristo antes de fundar la Orden y entregarse a la
predicación del Evangelio, reconstruyó materialmente tres
iglesias, procediendo de este modo no sólo para ascender, en
orden progresivo, de las cosas sensibles a las inteligibles, y de las
menores a las mayores, sino también para manifestar
misteriosamente al exterior, mediante obras perceptibles, lo que
había de realizar en el futuro. Pues al modo de las tres
iglesias restauradas bajo la guía del santo varón,
así sería renovada la Iglesia de triple manera,
según la forma, regla y doctrina de Cristo dadas por el mismo
Santo, y triunfarían las tres milicias de los llamados a la
salvación tal como hoy día vemos que se ha cumplido.
Capítulo III.
Fundación de la Religión y aprobación de la Regla
03. 1 Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios, su
siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella
que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se
dignara ser su abogada, al fin logró - por los méritos de
la madre de misericordia - concebir y dar a luz el espíritu de
la verdad evangélica.
03.1 En efecto, cuando en cierta ocasión asistía
devotamente a una misa que se celebraba en memoria de los
apóstoles, se leyó aquel evangelio en que Cristo, al
enviar a sus discípulos a predicar, les traza la forma
evangélica de vida que habían de observar, esto es, que
no posean oro o plata, ni tengan dinero en los cintos, que no lleven
alforja para el camino, ni usen dos túnica, ni calzado, ni se
provean tampoco de bastón.
03.1 Tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su
alcance, el enamorado de la pobreza evangélica se esforzó
por grabarlas en su memoria, y lleno de indecible alegría
exclamó: "Esto es lo que quiero, esto lo que de todo
corazón ansío" Y al momento se quita el calzado de sus
pies, arroja el bastón, detesta la alforja y el dinero y,
contento con una sola y corta túnica, se desprende la correa, y
en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo toda su solicitud
en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse
completamente a la forma de vida apostólica.
03.2 Desde entonces, el varón de Dios, fiel a la
inspiración divina, comenzó a plasmar en sí la
perfección evangélica y a invitar a los demás a
penitencia. Sus palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino
llenas de la fuerza del Espíritu Santo, calaban muy hondo en el
corazón, de modo que los oyentes se sentían profundamente
impresionados.
03.2 Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo,
anunciándole la paz con estas palabras: «El Señor
os dé la paz!». Tal saludo lo aprendió por
revelación divina, como él mismo lo confesó
más tarde. De ahí que, según la palabra
profética y movido en su persona del el espíritu de los
profetas, anunciaba la paz, predicaba la salvación y con
saludables exhortaciones reconciliaba en una paz verdadera a quienes,
siendo contrarios a Cristo, habían vivido antes lejos de la
salvación.
03.3 Así, pues, tan pronto como llegó a oídos de
muchos la noticia de la verdad, tanto de la sencilla doctrina como de
la vida del varón de Dios, algunos hombres, impresionados con su
ejemplo, comenzaron a animarse a hacer penitencia, y, abandonadas todas
las cosas, se unieron a él, acomodándose a su vestido y
vida
03.3 El primero de entre ellos fue el venerable Bernardo, quien, hecho
partícipe de la vocación divina, mereció ser el
primogénito del santo Padre tanto por la prioridad del tiempo
como por la prerrogativa de su santidad. En efecto, habiendo
descubierto Bernardo la santidad del siervo de Dios, decidió, a
la luz de su ejemplo, renunciar por completo al mundo, y acudió
a consultar al Santo la manera de llevar a la práctica su
intención. Al oírlo, el siervo de Dios se llenó de
una gran consolación del Espíritu Santo por el
alumbramiento de su primer vástago, y le dijo: "Es a Dios a
quien en esto debemos pedir consejo".
03.3 Así que, una vez amanecido, se dirigieron juntos a la
iglesia de San Nicolás, donde, tras una ferviente
oración, Francisco, que rendía un culto especial a la
Santa Trinidad, abrió por tres veces el libro de los Evangelios,
pidiendo a Dios que, mediante un triple testimonio, confirmase el santo
propósito de Bernardo.
03.3 En la primera apertura del libro apareció aquel texto: Si
quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los
pobres. En la segunda: No toméis nada para el camino.
Finalmente, en la tercera se les presentaron estas palabras: El que
quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga. Tal es - dijo
el Santo - nuestra vida y regla, y la de todos aquellos que quieran
unirse a nuestra compañía. Por tanto, si quieres ser
perfecto, vete y cumple lo que has oído
03.4 No mucho después, se sintieron llamados por el mismo
Espíritu otros cinco hombres, con los que llegó a seis el
número de los hijos de Francisco; entre éstos
ocupó el tercer lugar el santo padre Gil, varón lleno de
Dios y digno de gloriosa memoria. De hecho destacó en el
ejercicio de sublimes virtudes, tal como había predicho de
él el siervo del Señor, y, aunque sencillo y sin letras,
fue elevado a la cumbre de una alta contemplación. Entregado por
largos y continuados espacios de tiempo a la sobreelevación, de
tal modo era arrebatado hasta Dios con frecuentes éxtasis como
yo mismo lo presencié y puedo dar fe de ello, que su vida entre
los hombres parecía más angélica que humana.
03.5 Por este mismo tiempo, el Señor le mostró a un
sacerdote de Asís llamado Silvestre, hombre de vida honesta, una
visión que no debe silenciarse. Dicho sacerdote - llevado de
criterios meramente humanos - sentía aversión por la
forma de vida de Francisco y de sus hermanos, y para que no se dejara
arrastrar por la temeridad en sus juicios fue benignamente visitado por
la gracia de lo alto. Veía, en efecto, en sueños
cómo rondaba por toda la ciudad un dragón descomunal,
ante cuya extraordinaria magnitud parecía estar abocada al
exterminio toda aquella región. A continuación vio salir
de la boca de Francisco una cruz de oro: su extremidad tocaba los
cielos, y sus brazos, extendidos a los lados, parecían llegar
hasta los confines del mundo. A vista de esta cruz resplandeciente
huía velozmente aquel espantoso y terrible dragón. Al
mostrársele por tres veces esta visión, pensó que
se trataba de un oráculo divino, y por ello lo refirió
detalladamente al varón de Dios y a sus hermanos. Poco
después abandonó el mundo, y tal fue su constancia en
seguir de cerca las huellas de Cristo, que su vida en la Orden
demostró ser auténtica la visión que había
tenido en el siglo.
03.6 No se dejó llevar de vanagloria el varón de Dios al
oír el relato de dicha visión, antes por el contrario,
reconociendo la bondad de Dios en sus beneficios, se sintió
más animado a rechazar la astucia del antiguo enemigo y a
predicar la gloria de la cruz de Cristo.
03.6 Cierto día en que reflexionaba en un lugar solitario sobre
los años de su vida pasada, deplorándolos con amargura,
de pronto se sintió lleno de gozo del Espíritu Santo, y
fue cerciorado entonces de que se le habían perdonado
completamente todos sus pecados. Luego fue arrebatado en
éxtasis, todo sumergido en una luz maravillosa, y, dilatada la
pupila de su mente, vio con claridad el porvenir suyo y el de sus
hijos. Vuelto seguidamente a sus hermanos, les dijo: Confortáos,
carísimos, y alegraos en el Señor, no estéis
tristes porque sois pocos, ni os amedrente mi simplicidad ni la
vuestra, ya que - según me ha sido mostrado realmente por el
Señor - El nos hará crecer en una gran muchedumbre y con
la gracia de su bendición nos expandirá de mil formas por
el mundo entero".
03.7 En aquellos mismos días, con la entrada en la
Religión de otro buen hombre, ascendió a siete miembros
la bendita familia del varón de Dios. Entonces llamó
junto a sí el piadoso Padre a todos sus hijos y, después
de hablarles largo y tendido acerca del reino de Dios, del desprecio
del mundo, de la abnegación de la propia voluntad y de la
mortificación del cuerpo, les manifestó su proyecto de
enviarlos a las cuatro partes del mundo. Ya la estéril y
pobrecita simplicidad del santo Padre había engendrado siete
hijos, y ansiaba dar a luz para Cristo el Señor al conjunto de
todos los fieles, llamándolos a los gemidos de la penitencia. Id
- les dijo el dulce Padre a sus hijos - , anunciad la paz a los hombres
y predicadles la penitencia para la remisión de los pecados. Sed
sufridos en la tribulación, vigilantes en la oración,
fuertes en los trabajos, modestos en las palabras, graves n vuestro
comportamiento y agradecidos en los beneficios; y sabed que por todo
esto os está reservado el reino eterno».
03.7 Ellos entonces, humildemente postrados en tierra ante el siervo de
Dios, recibieron, con gozo del espíritu, el mandato de la santa
obediencia. Entre tanto decía a cada uno en particular: Descarga
en el Señor todos tus afanes, que El te sustentará.
Francisco solía repetir estas palabras siempre que
sometía a algún hermano a la obediencia. Pero, consciente
de que había sido puesto para ejemplo de los demás, de
suerte que enseñara antes con las obras que con las palabras, se
encaminó con uno de sus compañeros hacia una parte del
mundo, asignando en forma de cruces otras tres partes a los seis
restantes hermanos.
03.7 En aquellos días se les agregaron otros cuatro hombres
virtuosos, con los que se completó el número de doce.
Bien pronto sintió el bondadoso Padre deseos vehementes de
encontrarse con su querida prole, y, al no poder reunirla por sí
mismo, pedía le concediera esta gracia Aquel que congrega a los
dispersos de Israel. Y así sucedió al poco tiempo que -
sin haber mediado ningún llamado humano - , inesperadamente y
con gran sorpresa se encontraran todos juntos, conforme al deseo de
Francisco, haciéndose patente en ello la intervención de
la divina demencia.
03.8 Viendo el siervo de Cristo que poco a poco iba creciendo el numero
de los hermanos, escribió con palabras sencillas, para sí
y para todos los suyos, una pequeña forma de vida, en la que
puso como fundamento inquebrantable la observancia del santo Evangelio,
e insertó otras pocas cosas que parecían necesarias para
un modo uniforme de vida. Deseando, empero, que su escrito obtuviera la
aprobación del sumo pontífice, decidió presentarse
con aquel grupo de hombres sencillos ante la Sede Apostólica,
confiando únicamente en la protección divina. Y el
Señor, que miraba desde lo alto el deseo de Francisco,
confortó los ánimos de sus compañeros,
atemorizados a vista de su simplicidad, mostrando al varón de
Dios la siguiente visión.
03.8 Parecíale que andaba por cierto camino a cuya vera se
erguía un árbol gigantesco y que se acercaba a él;
estaba cobijado bajo el mismo árbol, admirando sus dimensiones,
cuando de repente se sintió elevado por divina virtud a tanta
altura, que tocaba la cima del árbol y muy fácilmente
lograba doblegar su punta hasta el suelo. Al comprender el varón
lleno de Dios que el presagio de aquella visión se
refería a la condescendencia de la dignidad apostólica,
quedó inundado de alegría espiritual, y, confortando en
el Señor a sus hermanos, emprendió con ellos el viaje.
03.9 Una vez que hubo llegado a la curia romana y fue introducido a la
presencia del sumo pontífice, le expuso su objetivo,
pidiéndole humilde y encarecidamente le aprobara la sobredicha
forma de vida. Al observar el vicario de Cristo, el señor
Inocencio III - hombre distinguido por su sabiduría - , la
admirable pureza y simplicidad de alma del varón de Dios, el
decidido propósito y encendido fervor de su santa voluntad, se
sintió inclinado a acceder piadosamente a las súplicas de
Francisco. Con todo, difirió dar cumplimiento a la
petición del pobrecillo de Cristo, dado que a algunos de los
cardenales les parecía una cosa nueva y tan ardua, que
sobrepujaba las fuerzas humanas.
03.9 Pero había entre los cardenales un hombre venerable, el
señor Juan de San Pablo, obispo de Sabina, amante de toda
santidad y protector de los pobres de Cristo, el cual - inflamado en el
fuego del Espíritu divino - dijo al sumo pontífice y a
sus hermanos Si rechazamos la demanda de este pobre como cosa del todo
nueva y en extremo ardua, siendo así que no pide sino la
confirmación de la forma de vida evangélica,
guardémonos de inferir con ello una injuria al mismo Evangelio
de Cristo. Pues si alguno llegare a afirmar que dentro de la
observancia de la perfección evangélica o en el deseo de
la misma se contiene algo nuevo, irracional o imposible de cumplir,
sería convicto de blasfemo contra Cristo, autor del Evangelio".
03.9 Al oír tales consideraciones, volvióse al pobre de
Cristo el sucesor del apóstol Pedro y le dijo: "Ruega, hijo, a
Cristo que por tu medio nos manifieste su voluntad, a fin de que,
conocida más claramente, podamos acceder con mayor seguridad a
tus piadosos deseos". Entregóse de lleno a la oración el
siervo de Dios omnipotente, y con sus devotas plegarias obtuvo para
sí el conocimiento de las palabras que debía proferir, y
para el papa, los sentimientos que debía abrigar en su interior.
03.9 En efecto, le narró - tal como se lo había inspirado
el Señor - la parábola de un rey rico que se
complació en casarse con una mujer hermosa pero pobre, y de los
hijos tenidos, que se parecían al rey su padre, y a quienes, por
tanto, debía alimentarles de su propia mesa. Interpretando esta
parábola, añadió: "No hay por qué temer que
perezcan de hambre los hijos y herederos del Rey eterno, los cuales -
nacidos, por virtud del Espíritu Santo, de una madre pobre, a
imagen de Cristo Rey - han de ser engendrados en una religión
pobrecilla por el espíritu de la pobreza. Pues si el Rey de los
cielos promete a sus seguidores el reino eterno, ¿con
cuánta más razón les suministrará todo
aquello que comúnmente concede a buenos y malos?"
03.9 Escuchó con gran atención el Vicario de Cristo esta
parábola y su interpretación, quedando profundamente
admirado; y reconoció que, sin duda alguna, Cristo había
hablado por boca de aquel hombre. Además les manifestó
una visión celestial que había tenido esos mismos
días, asegurando - iluminado por el Espíritu Santo -
habría de cumplirse en Francisco. En efecto, refirió
haber visto en sueños cómo estaba a punto de derrumbarse
la basílica lateranense y que un hombre pobrecito, de
pequeña estatura y de aspecto despreciable, la sostenía
arrimando sus hombros a fin de que no viniese a tierra. Y
exclamó: "Este es, en verdad, el hombre que con sus obras y su
doctrina sostendrá a la Iglesia de Cristo.
03.9 Por eso, lleno de singular devoción, accedió en todo
a la petición del siervo de Cristo, y desde entonces le
profesó siempre un afecto especial. De modo que le otorgó
todo lo que le había pedido y le prometió que le
concedería todavía mucho más. Aprobó la
Regla, concedió al siervo de Dios y a todos los hermanos laicos
que le acompañaban la facultad de predicar la penitencia y
ordenó que se les hiciera tonsura para que libremente pudieran
predicar la palabra de Dios.
Capítulo IV.
Progreso de la Orden durante el gobierno del Santo y
confirmación de la Regla ya aprobada
04.1 Así, pues, apoyado Francisco en la gracia divina y en la
autoridad pontificia, emprendió con gran confianza el viaje de
retorno hacia el valle de Espoleto, dispuesto ya a practicar y
enseñar el Evangelio de Cristo. Durante el camino iba
conversando con sus compañeros sobre el modo de observar
fielmente la Regla recibida, sobre la manera de proceder ante Dios en
toda santidad y justicia y cómo podrían ser de provecho
para sí mismos y servir de ejemplo a los demás. Y,
habiéndose prolongado mucho en estos coloquios, se les hizo una
hora tardía. Fatigados y hambrientos después de la larga
caminata, se detuvieron en un lugar solitario. No había
allí modo de proveerse del alimento necesario.
04.1 Pero bien pronto vino en su socorro la divina Providencia, pues de
improviso apareció un hombre con un pan en la mano y se lo
entregó a los pobrecillos de Cristo, desapareciendo
súbitamente sin que se supiera de dónde había
venido ni a dónde se dirigía. Comprendieron con esto los
pobres hermanos que se les hacía presente la ayuda del cielo en
la compañía del varón de Dios, y se sintieron mas
reconfortados con el don de la liberalidad divina que con los manjares
que se habían servido. Además, repletos de
consolación divina, decidieron firmemente - confirmando su
determinación con un propósito irrevocable - no apartarse
nunca, por más que les apremiara la escasez o la
tribulación, de la santa pobreza que habían prometido.
04.2 Deseosos de cumplir tan santo propósito, volvieron de
allí al valle de Espoleto, donde se pusieron a deliberar sobre
la cuestión de si debían vivir en medio de la gente o
más bien retirarse a lugares solitarios. Mas el siervo de Cristo
Francisco, que no se fiaba de su propio criterio ni del de sus
hermanos, acudió a la oración, pidiendo insistentemente
al Señor se dignara manifestarle su beneplácito sobre el
particular. Iluminado por el oráculo de la divina
revelación, llegó a comprender que él había
sido enviado por el Señor a fin de que ganase para Cristo las
almas que el diablo se esforzaba en arrebatarle. Por eso
prefirió vivir para bien de todos los demás antes que
para sí solo, estimulado por el ejemplo de Aquel que se
dignó morir él solo por todos.
04.3 En consecuencia, se recogió el varón de Dios con
otros compañeros suyos en un tugurio abandonado cerca de la
ciudad de Asís, donde, con harta fatiga y escasez, se
mantenían al dictado de la santa pobreza, procurando alimentarse
más con el pan de las lágrimas que con el de las delicias.
04.3 Se entregaban allí de continuo a las preces divinas, siendo
su oración devota más bien mental que vocal, debido a que
todavía no tenían libros litúrgicos para poder
cantar las horas canónicas. Pero en su lugar repasaban
día y noche con mirada continua el libro de la cruz de Cristo,
instruidos con el ejemplo y la palabra de su Padre, que sin cesar les
hablaba de la cruz de Cristo.
04.3 Suplicáronle los hermanos les enseñase a orar, y
él les dijo: Cuando oréis decid. Padre nuestro; y
también: "Te adoramos, Cristo, en todas las iglesias que hay en
el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al
mundo".
04.3 Les enseñaba, además, a alabar a Dios en y por todas
las criaturas, a honrar con especial reverencia a los sacerdotes, a
creer firmemente y confesar con sencillez las verdades de la fe tal y
como sostiene y enseña la santa Iglesia romana. Ellos guardaban
en todo las instrucciones del santo Padre, y así, se postraban
humildemente ante todas las iglesias y cruces que podían divisar
de lejos, orando según la forma que se les había indicado.
04.4 Mientras moraban los hermanos en el referido lugar, un día
de sábado se fue el santo varón a Asís para
predicar - según su costumbre - el domingo por la mañana
en la iglesia catedral. Pernoctaba, como otras veces - entregado a la
oración - , en un tugurio sito en el huerto de los
canónigos. De pronto, a eso de media noche sucedió que,
estando corporalmente ausente de sus hijos - algunos de los cuales
descansaban y otros perseveraban en oración - , penetró
por la puerta de la casa un carro de fuego de admirable resplandor que
dio tres vueltas a lo largo de la estancia; sobre el mismo carro se
alzaba un globo luminoso, que, ostentando el aspecto del sol, iluminaba
la oscuridad de la noche.
04.4 Quedaron atónitos los que estaban en vela, se despertaron
llenos de terror los dormidos; y todos ellos percibieron la claridad,
que no sólo alumbraba el cuerpo, sino también el
corazón, pues, en virtud de aquella luz maravillosa, a cada cual
se le hacía transparente la conciencia de los demás.
Comprendieron todos a una - leyéndose mutuamente los corazones -
que había sido el mismo santo Padre - ausente en el cuerpo, pero
presente en el espíritu y transfigurado en aquella imagen - el
que les había sido mostrado por el Señor en el luminoso
carro de fuego, irradiando fulgores celestiales e inflamado por virtud
divina en un fuego ardiente, para que, como verdaderos israelitas,
caminasen tras las huellas de aquel que, cual otro Elías,
había sido constituido por Dios en carro y auriga de varones
espirituales.
04.4 Se puede creer que el Señor, por las plegarias de
Francisco, abrió los ojos de estos hombres sencillos para que
pudieran contemplar las maravillas de Dios, del mismo modo que en otro
tiempo abrió los ojos del criado de Eliseo para que viese el
monte lleno de caballos y carros de fuego que estaban alrededor del
profeta.
04.4 Vuelto el santo varón a sus hermanos, comenzó a
escudriñar los secretos de sus conciencias, procuró
confortarlos con aquella visión maravillosa y les anunció
muchas cosas sobre el porvenir y progresos de la Orden. Y al
descubrirles estos secretos que transcendían todo humano
conocimiento, reconocieron los hermanos que realmente descansaba el
Espíritu del Señor en su siervo Francisco con tal
plenitud, que podían sentirse del todo seguros siguiendo su
doctrina y ejemplos de vida.
04.5 Después de esto, Francisco, pastor de la pequeña
grey, condujo - movido por la gracia divina - a sus doce hermanos a
Santa María de la Porciúncula, con el fin de que
allí donde, por los méritos de la madre de Dios,
había tenido su origen la Orden de los Menores, recibiera
también con su auxilio un renovado incremento.
04.5 Convertido en este lugar en pregonero evangélico,
recorría las ciudades y las aldeas anunciando el reino de Dios,
no con palabras doctas de humana sabiduría, sino con la fuerza
del Espíritu. A los que lo contemplaban, les parecía ver
en él a un hombre de otro mundo, ya que - con la mente y el
rostro siempre vueltos al cielo - se esforzaba por elevarlos a todos
hacia arriba. Así, la viña de Cristo comenzó a
germinar brotes de fragancia divina y a dar frutos ubérrimos
tras haber producido flores de suavidad, de honor y de vida honesta.
04.6 En efecto, numerosas personas, inflamadas por el fuego de su
predicación, se comprometían a las nuevas normas de
penitencia, según la forma recibida del varón de Dios.
Dicho modo de vida determinó el siervo de Cristo se llamara
Orden de Hermanos de Penitencia. Pues así como consta que para
los que tienden al cielo no hay otro camino ordinario que el de la
penitencia, se comprende cuán meritorio sea ante Dios este
estado que admite en su seno a clérigos y seglares, a
vírgenes y casados de ambos sexos, como claramente puede
deducirse de los muchos milagros obrados por algunos de sus miembros.
04.6 Convertíanse también doncellas a perpetuo celibato,
entre las cuales destaca la virgen muy amada de Dios, Clara, la primera
plantita de éstas, que - cual flor blanca y primavera
exhaló singular fragancia, y, como rutilante estrella,
irradió claros fulgores. Clara, glorificada ya en los cielos, es
dignamente venerada en la tierra por la Iglesia. Ella que fue hija en
Cristo del pobrecillo padre San Francisco, es, a su vez, madre de las
Señoras pobres.
04.7 Asimismo, otras muchas personas, no sólo compungidas por
devoción, sino también inflamadas en el deseo de avanzar
en la perfección de Cristo, renunciaban a todas las vanidades
del mundo y se alistaban para seguir las huellas de Francisco; y en tal
grado iban aumentando los hermanos con los nuevos candidatos que
diariamente se presentaban, que bien pronto llegaron hasta los confines
del orbe.
04.7 En efecto, la santa pobreza, que llevaban como su única
provisión, los convertía en hombres dispuestos a toda
obediencia, fuerte para el trabajo y expeditos para los viajes. Y como
nada poseían sobre la tierra, nada amaban y nada temían
perder en el mundo, se sentían seguros en todas partes, sin que
les agobiase ninguna inquietud ni les distrajese preocupación
alguna. Vivían como quienes no sufren en su espíritu
turbación de ningún género, miraban sin angustias
el día de mañana y esperaban tranquilos el albergue de la
noche.
04.7 Es cierto que en diversas partes del mundo se les inferían
atroces afrentas como a personas despreciables y desconocidas; pero el
amor que profesaban al Evangelio de Cristo los hacía tan
sufridos, que buscaban preferentemente los lugares donde pudiesen
padecer persecución en su cuerpo más que aquellos otros
donde - reconocida su santidad - recibieran gloria y honor de parte del
mundo. Su misma extremada penuria de las cosas les parecía
sobrada abundancia, pues - según el consejo del sabio - en lo
poco se conformaban de igual modo que en lo mucho.
04.7 Como prueba de ello sirva el siguiente hecho. Habiendo llegado
algunos hermanos a tierra de infieles, sucedió que un sarraceno
- movido a compasión - les ofreció dinero para que
pudieran proveerse del alimento necesario. Pero al ver que se negaban a
recibirlo pese a su gran pobreza—quedó altamente admirado.
Averiguando después que se habían hecho pobres
voluntarios por amor a Cristo y que no querían poseer dinero,
sintió por ellos un afecto tan entrañable, que se
ofreció a suministrarles - en la medida de sus posibilidades -
todo lo que les fuera necesario.
04.7 ¡Oh inestimable preciosidad de la pobreza, por cuya
maravillosa virtud la bárbara fiereza de un alma sarracena se
convirtió en tamaña dulzura de conmiseración!
Sería, por tanto, un horrendo y detestable crimen que un
cristiano llegase a pisotear esta noble margarita, cuando hasta un
sarraceno la exaltó con tan gran veneración.
04.8 En aquel tiempo se hallaba en un hospital próximo a
Asís cierto religioso de la Orden de los crucíferos
llamado Morico. Sufría una enfermedad tan grave y prolija, que
los médicos pronosticaban muy inminente su desenlace final. Ante
esta situación apurada, el enfermo acudió suplicante al
varón de Dios: envió un emisario a Francisco para que le
suplicara encarecidamente se dignase interceder por él ante el
Señor. Accedió benignamente el santo Padre a tal
petición y, después de haberse recogido en
oración, tomó unas migas de pan, las mezcló con
aceite extraído de la lámpara que ardía junto al
altar de la Virgen y envió este mejunje al enfermo en propias
manos de los hermanos, diciéndoles: Llevad a nuestro hermano
Morico esta medicina, por cuyo medio la fuerza de Cristo no sólo
le devolverá por completo la salud, sino que,
convirtiéndolo en robusto guerrero, le hará incorporarse
para siempre en las filas de nuestra milicia.
04.8 Tan pronto como el enfermo gustó aquel antídoto,
confeccionado por inspiración del Espíritu Santo, se
levantó del todo sano y con tal vigor de alma y cuerpo, que,
ingresando poco después en la Religión del santo
varón, tuvo fuerzas para llevar en ella una vida muy austera. En
efecto, cubría su cuerpo con una sola y corta túnica,
debajo de la cual llevó por largo tiempo un cilicio adosado a la
carne; en la comida se contentaba exclusivamente con alimentos crudos,
es decir, con hierbas, legumbres y frutas; no probó durante
muchos lustros ni pan ni vino; y, no obstante, se conservó
siempre sano y robusto.
04.9 Crecían también en méritos de una vida santa
los pequeñuelos de Cristo, y el olor de su buena fama -
difundida por el mundo entero - atraía a multitud de personas
que venían de diversas partes con ilusión de ver
personalmente al santo Padre.
04.9 Entre éstos cabe destacar a un célebre compositor de
canciones profanas que en atención a sus méritos
había sido coronado por el emperador, y era llamado desde
entonces "el rey de los versos". Se decidió, pues, a presentarse
al siervo de Dios, al despreciador de los devaneos mundanales; y lo
encontró mientras se hallaba predicando en un monasterio situado
junto al castro de San Severino. De pronto se hizo sentir sobre
él la mano de Dios. En efecto, vio a Francisco predicador de la
cruz de Cristo, marcado, a modo de cruz, por dos espadas transversales
muy resplandecientes; una de ellas se extendía desde la cabeza
hasta los pies, la otra se alargaba desde una mano a otra, atravesando
el pecho. No conocía personalmente al siervo de Cristo, pero,
cuando se le mostró de aquel modo maravilloso, lo
reconoció al instante.
04-9 Estupefacto ante tal visión, se propuso emprender una vida
mejor. Finalmente, compungido por la fuerza de la palabra de Francisco
- como si le hubiera atravesado la espada del espíritu que
procedía de su boca - , renunció por completo a las
pompas del siglo y se unió al bienaventurado Padre, profesando
en su Orden. Y viéndolo el Santo perfectamente convertido de la
vida agitada del mundo a la paz de Cristo, lo llamó hermano
Pacífico. Avanzando después en toda santidad y antes de
ser nombrado ministro en Francia - él fue el primero que
ejerció allí este cargo - , mereció ver de nuevo
en la frente de Francisco una gran tau, que, adornada con variedad de
colores, embellecía su rostro con admirable encanto.
04.9 Se ha de notar que el Santo veneraba con gran afecto dicho signo:
lo encomiaba frecuentemente en sus palabras y lo trazaba con su propia
mano al pie de las breves cartas que escribía, como si todo su
cuidado se cifrara en grabar el signo tau según el dicho
profético - sobre las frentes de los hombres que gimen y se
duelen, convertidos de veras a Cristo Jesús.
04.10 Con el correr del tiempo fue aumentando el número de los
hermanos, y el solícito pastor comenzó a convocarlos a
capítulo general en Santa María de los Ángeles con
el fin de asignar a cada uno - según la medida de la
distribución divina - la porción que la obediencia le
señalara en el campo de la pobreza. Y si bien había
allí escasez de todo lo necesario y a pesar de que alguna vez se
juntaron más de cinco mil hermanos, con el auxilio de la divina
gracia no les faltó el suficiente alimento, les
acompañó la salud corporal y rebosaban de alegría
espiritual.
04.10 En lo que se refiere a los capítulos provinciales, como
quiera que Francisco no podía asistir personalmente a ellos,
procuraba estar presente en espíritu mediante el solícito
cuidado y atención que prestaba al régimen de la Orden,
con la insistencia de sus oraciones y la eficacia de su
bendición, aunque alguna vez - por maravillosa
intervención del poder de Dios - apareció en forma
visible.
04.10 Así sucedió, en efecto, cuando en cierta
ocasión el insigne predicador y hoy preclaro confesor de Cristo
Antonio predicaba a los hermanos en el capítulo de Arlés
acerca del título de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los
Judíos: un hermano de probada virtud llamado Monaldo miró
- por inspiración divina - hacia la puerta de la sala del
capítulo, y vio con sus ojos corporales al bienaventurado
Francisco, que, elevado en el aire y con las manos extendidas en forma
de cruz, bendecía a sus hermanos. Al mismo tiempo se sintieron
todos inundados de un consuelo espiritual tan intenso e
insólito, que por iluminación del Espíritu Santo
tuvieron en su interior la certeza de que se trataba de una verdadera
presencia del santo Padre. Más tarde se comprobó la
verdad del hecho no sólo por los signos evidentes, sino
también por el testimonio explícito del mismo Santo.
04.10 Se puede creer, sin duda, que la omnipotencia divina que
concedió en otro tiempo al santo obispo Ambrosio la gracia de
asistir al entierro del glorioso Martín para que con su piadoso
servicio venerase al santo pontífice concediera también a
su siervo Francisco poder estar presente a la predicación de su
veraz pregonero Antonio para aprobar la verdad de sus palabras, sobre
todo en lo referente a la cruz de Cristo, cuyo portavoz y servidor era.
04.11 Estando ya muy extendida la orden, quiso Francisco que el papa
Honorio le confirmara para siempre la forma de vida que había
sido ya aprobada por su antecesor el señor Inocencio. Se
animó a llevar adelante dicho proyecto, gracias a la siguiente
inspiración que recibiera del Señor.
04.11 Parecíale que recogía del suelo unas
finísimas migajas de pan que debía repartir entre una
multitud de hermanos suyos famélicos que le rodeaban. Temeroso
de que al distribuir tan tenues migajas se le deslizaran por las manos,
oyó una voz del cielo que le dijo: "Francisco, con todas las
migajas haz una hostia y dad de comer a los que quieran". Hízolo
así, y sucedió que cuantos no recibían devotamente
aquel don o que lo menospreciaban después de haberlo tomado,
aparecían todos al instante visiblemente cubiertos de lepra.
04.11 A la mañana siguiente, el Santo dio cuenta de todo ello a
sus compañeros, doliéndose de no poder comprender el
misterio encerrado en aquella visión. Pero, perseverando en
vigilante y devota oración, sintió al otro día
esta voz venida del cielo: "Francisco, las migajas de la pasada noche
son las palabras del Evangelio; la hostia representa a la Regla; la
lepra, a la iniquidad".
04.11 Ahora bien, queriendo Francisco - según se le había
mostrado en la visión - redactar la Regla que iba a someter a la
aprobación definitiva en forma más compendiosa que la
vigente, que era bastante profusa a causa de numerosas citas del
Evangelio, subió - guiado por el Espíritu Santo - a un
monte con dos de sus compañeros - y allí, entregado al
ayuno, contentándose tan sólo :con pan y agua, hizo
escribir la Regla tal como el Espíritu divino se lo
sugería en la oración.
04.11 Cuando bajó del monte, entregó dicha Regla a su
vicario para que la guardase; y al decirle éste, después
de pocos días, que se había perdido por descuido la
Regla, el Santo volvió nuevamente al mencionado lugar solitario
y la recompuso en seguida de forma tan idéntica a la primera
como si el Señor le hubiera ido sugiriendo cada una de sus
palabras. Después - de acuerdo con sus deseos - obtuvo que la
confirmara el susodicho señor papa Honorio en el octavo
año de su pontificado.
04.11 Cuando exhortaba fervorosamente a sus hermanos a la fiel
observancia de la Regla, les decía que en su contenido nada
había puesto de su propia cosecha, antes, por el contrario, la
había hecho escribir toda ella según se lo había
revelado el mismo Señor. Y para que quedara una constancia
más patente de ello con el mismo testimonio divino, he
aquí que, pasados unos pocos días, le fueron impresas,
por el dedo de Dios vivo, las llagas del Señor Jesús,
como si fueran una bula del sumo pontífice Cristo para plena
confirmación de la Regla y recomendación de su autor,
según se dirá en su debido lugar después de narrar
las virtudes del Santo.
Capítulo V.
Austeridad de vida y consuelo que le daban las criaturas
05.1 Viendo el varón de Dios Francisco que eran muchos los que,
a la luz de su ejemplo, se animaban a llevar con ardiente entusiasmo la
cruz de Cristo, enardecíase también él mismo -
como buen caudillo del ejército de Cristo - por alcanzar la
palma de la victoria mediante el ejercicio de las más excelsas y
heroicas virtudes.
05.1 Por eso tenía ante sus ojos las palabras del
Apóstol: Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus
vicios y concupiscencias. y con objeto de llevar en su cuerpo la
armadura de la cruz, era tan rigurosa la disciplina con que
reprimía los apetitos sensuales, que apenas tomaba lo
estrictamente necesario para el sustento de la naturaleza, pues
decía que es difícil satisfacer las necesidades
corporales sin condescender con las inclinaciones de los sentidos. De
ahí que, cuando estaba bien de salud, rara vez tomaba alimentos
cocidos, y, Si los admitía, los mezclaba con ceniza o - como
sucedía muchas veces - los hacía insípidos
añadiéndoles agua.
05.1 Y ¿qué decir del uso del vino, si apenas
bebía agua en suficiente cantidad cuando estaba abrasado de sed?
Inventaba nuevos modos de abstinencia más rigurosa y cada
día adelantaba en su ejercicio. Y, aunque hubiese alcanzado ya
el ápice de la perfección, descubría siempre -
como un perpetuo principiante - nuevas formas para castigar y
mortificar la liviandad de la carne.
05.1 Mas cuando salía afuera, por conformarse a la palabra del
Evangelio, se acomodaba en la calidad de los manjares a la gente que le
hospedaba; pero tan pronto como volvía a su retiro, reanudaba
estrictamente su sobria abstinencia. De este modo, siendo austero
consigo mismo, humano para con los demás y fiel en todo al
Evangelio de Cristo, no sólo con la abstinencia, sino
también con el comer, daba a todos ejemplos de
edificación.
05.1 La desnuda tierra servía ordinariamente de lecho a su
cuerpecillo fatigado; la mayoría de las veces dormía
sentado, apoyando la cabeza en un madero o en una piedra, cubierto con
una corta y pobre túnica; y así servía al
Señor en desnudez y en frío.
05.2 Preguntáronle en cierta ocasión cómo
podía defenderse con vestido tan ligero de la aspereza del
frío invernal, y respondió lleno de fervor de
espíritu: "Nos sería fácil soportar exteriormente
este frío si en el interior estuviéramos inflamados por
el deseo de la patria celestial".
05.2 Aborrecía la molicie en el vestido, amaba su aspereza,
asegurando que precisamente por esto fue alabado Juan Bautista de
labios del mismo Señor. Si alguna vez notaba cierta suavidad en
la túnica que se le había dado, le cosía por
dentro pequeñas cuerdas, pues decía que - según la
palabra del que es la verdad - no se ha de buscar la suavidad de los
vestidos en las chozas de los pobres, sino en los palacios de los
príncipes. Ciertamente, había aprendido por experiencia
que los demonios sienten terror a la aspereza, y qué, en cambio,
se animan a tentar con mayor ímpetu cuantos viven en la molicie
y entre delicias.
05.2 Así sucedió, en efecto, cierta noche en que, a causa
de un fuerte dolor de cabeza y de ojos, le pusieron de cabecera - fuera
de costumbre - una almohada de plumas. De pronto se introdujo en ella
el demonio, quien de mil maneras le inquietó hasta el amanecer,
estorbándole en el ejercicio de la santa oración, hasta
que, llamando a su compañero, mandó que se llevara muy
lejos de la celda aquella almohada. Juntamente con el demonio. Pero, al
salir de la celda el hermano con dicha almohada, perdió las
fuerzas y se vio privado del movimiento de todos sus miembros, hasta
tanto que a la voz del santo Padre, que conoció en
espíritu cuanto le sucedía, recobró por completo
el primitivo vigor de alma y cuerpo.
05.3 Riguroso en la disciplina, estaba en continua vigilancia sobre
sí mismo, prestando gran atención a conservar
incólume la pureza del hombre interior y exterior. De ahí
que en los comienzos de su conversión se sumergía con
frecuencia durante el tiempo de invierno en una fosa llena de hielo,
con el fin de someter perfectamente a su imperio al enemigo que llevaba
dentro y preservar intacta del incendio de la voluptuosidad la
cándida vestidura de la pureza. Aseguraba que al hombre
espiritual debe hacérsele incomparablemente más llevadero
sufrir un intenso frío en el cuerpo que sentir en el alma el
más leve ardor de la sensualidad de la carne.
05.4 Cuando una noche estaba entregado el Santo a la oración en
una celdita del eremitorio de Sarteano, le llamó su antiguo
enemigo por tres veces, diciendo: "¡Francisco, Francisco,
Francisco!" Preguntóle el Santo qué quería, y
prosiguió el demonio muy astutamente: No hay pecador en el mundo
que, si se arrepiente, no reciba de Dios el perdón. Pero todo el
que se mata a sí mismo con una cruel penitencia, jamás
hallará misericordia.
05.4 Al punto, el varón de Dios, iluminado de lo alto,
conoció el engaño del demonio, que pretendía
sumirle en la flojedad y tibieza. Así lo puso de manifiesto el
siguiente suceso. En efecto, poco después de esto, por
instigación de aquel cuyo aliento hace arder a los carbones, fue
acometido por una violenta tentación carnal. Pero apenas
sintió sus primeros atisbos este amante de la castidad, se
despojó del hábito y comenzó a flagelarse muy
fuertemente con la cuerda, diciendo: "¡Ea, hermano asno,
así te conviene permanecer, así debes aguantar los
azotes! El hábito está destinado al servicio de la
Religión y es divisa de la santidad. No le es lícito a un
hombre lujurioso apropiarse de él. Pues, si quieres ir por otro
camino, ¡vete!»
05.4 Además, movido por un admirable fervor de espíritu,
abrió la puerta de la celda, salió afuera al huerto y,
desnudo como estaba, se sumergió en un montón de nieve.
Comenzó después a formar con sus manos llenas siete bolas
o figuras de nieve. Y, presentándoselas a sí mismo,
hablaba de este modo a sus sentimientos naturales: "Mira, esta figura
mayor es tu mujer; estas otras cuatro son tus dos hijos y tus dos
hijas; las dos restantes, el criado y la criada que conviene tengas
para tu servicio. Ahora, pues, date prisa en vestirlos, que se
están muriendo de frío. Pero, si te resulta gravosa la
múltiple preocupación por los mismos, entrégate
con toda solicitud a servir sólo a Dios". Al instante
desapareció vencido el tentador y el santo varón
regresó victorioso a la celda; pues si externamente
padeció un frío tan atroz, en su interior se apagó
de tal suerte el ardor libidinoso, que en adelante no llegó a
sentir nada semejante.
05.4 Un hermano, que entonces estaba haciendo oración, fue
testigo ocular de todo lo sucedido gracias al resplandor de la luna, en
fase creciente. Enterado de ello el varón de Dios, le
reveló todo el proceso de la tentación,
ordenándole al mismo tiempo que mientras él viviera no
revelase a nadie lo que había visto aquella noche.
05.5 Enseñaba que no sólo se deben mortificar los vicios
de la carne y frenar sus incentivos, sino que también deben
guardarse con suma vigilancia los sentidos exteriores, por los que
entra la muerte en el alma. Recomendaba evitar con gran cautela las
familiaridades, conversaciones y miradas de las mujeres, que para
muchos son ocasión de ruina, asegurando que a consecuencia de
ello suelen claudicar los espíritus débiles y quedan con
frecuencia debilitados los fuertes. Y añadía que el que
trata con ellas - a excepción de algún hombre de muy
probada virtud - , difícilmente evitara su seducción,
pues - según la Escritura - es como caminar sobre brasas y no
quemarse la planta de los pies.
05.5 Por eso, él mismo de tal suerte apartaba sus ojos para no
ver la vanidad, que manifestó en cierta ocasión a un
compañero suyo que no reconocería casi a ninguna mujer
por las facciones de su rostro. Creía, en efecto, peligroso
grabar en la mente la imagen de sus formas, que fácilmente
pueden reavivar la llama libidinosa de la carne ya domada o
también mancillar el brillo de un corazón puro.
05.5 Afirmaba, de igual modo, .ser una frivolidad conversar con las
mujeres, excepto el caso de la confesión o de una
brevísima instrucción referente a la salvación y a
una vida honesta. "¿Qué asuntos - decía -
tendrá que tratar un religioso con una mujer, si no es el caso
de que ésta le pida la santa penitencia o un consejo de vida
más perfecta? A causa de una excesiva confianza, uno se precave
menos del enemigo; y, si éste consigue apoderarse de un solo
cabello del hombre, pronto lo convierte en una viga".
05.6 Enseñaba, asimismo, la necesidad de evitar a toda costa la
ociosidad, sentina de todos los malos pensamientos; y demostraba con su
ejemplo cómo debe domarse la carne rebelde y perezosa mediante
una continua disciplina y una actividad provechosa. De ahí que
llamaba a su cuerpo con el nombre de hermano asno, al que es preciso
someterle a cargas pesadas, castigarlo con frecuentes azotes y
alimentarlo con vil pienso.
05.6 Si veía a alguno entregado a la ociosidad y vagabundeo,
pretendiendo comer a costa del trabajo de los demás, pensaba que
se le debía llamar hermano mosca, pues ese tal, que no hace nada
bueno y estropea las obras buenas de los demás, se convierte
para todos en una persona vil y detestable. Por eso dijo en alguna
ocasión: Quiero que mis hermanos trabajen y se ejerciten en
alguna ocupación, no sea que, entregados a la ociosidad, sean
arrastrados a deseos o conversaciones malas.
05.6 Quería que sus hermanos observaran el silencio
evangélico, es decir, que se abstuvieran siempre
solícitamente de toda palabra ociosa, teniendo conciencia de que
de ello se ha de rendir cuenta en el día del juicio. Y si
encontraba a algún hermano habituado a palabras inútiles,
lo reprendía con acritud. Afirmaba que la modesta taciturnidad
guarda puro el corazón y es una virtud de no pequeña
valía, puesto que - como está escrito - la vida y la
muerte están en poder de la lengua, no tanto por razón
del gusto como por ser el órgano de la palabra.
05.7 Y aunque el Santo animaba con todo su empeño a los hermanos
a llevar una vida austera, sin embargo, no era partidario de una
severidad intransigente, que no se reviste de entrañas de
misericordia ni está sazonada con la sal de la
discreción. Prueba de ello es el siguiente hecho:
05.7 Cierta noche, un hermano - entregado en demasía al ayuno -
se sintió atormentado con un hambre tan terrible, que no
podía hallar reposo alguno. Dándose cuenta el piadoso
pastor del peligro que acechaba a su ovejuela, llamó al hermano,
le puso delante unos manjares y - para evitarle toda posible
vergüenza - comenzó él mismo a comer primero,
invitándole dulcemente a hacer otro tanto. Depuso el hermano la
vergüenza y tomó el alimento necesario, sintiéndose
muy confortado, porque, gracias a la circunspecta condescendencia del
pastor, había no sólo superado el desvanecimiento
corporal, sino también recibido no pequeño ejemplo de
edificación.
05.7 A la mañana siguiente, el varón de Dios
convocó a sus hermanos y les refirió lo sucedido a la
noche, añadiéndoles esta prudente amonestación:
"Hermanos, que os sirva de ejemplo en este caso no tanto el alimento
como la caridad". Les enseñó además a guardar la
discreción, como reguladora que es de las virtudes; pero no la
discreción que sugiere la carne, sino la que
enseñó Cristo, cuya vida sacratísima consta que es
un preclaro ejemplo de perfección.
05.8 Pero como quiera que al hombre, rodeado de la debilidad de la
carne, no le es posible seguir perfectamente al Cordero sin mancilla
muerto en la cruz sin que al mismo tiempo contraiga alguna mancha,
aseguraba como verdad indiscutible que cuantos se afanan por la vida de
perfección deben todos los días purificarse en el
baño de las lágrimas. El mismo Francisco - aunque
había ya conseguido una admirable pureza de alma y cuerpo - ,
con todo, no cesaba de lavar constantemente con copiosas
lágrimas los ojos interiores, no importándole mucho el
menoscabo que a consecuencia de ello pudieran sufrir sus ojos
corporales.
05.8 Y como hubiese contraído, por el continuo llanto, una
gravísima enfermedad de la vista, le advirtió el
médico que se abstuviera de llorar, si no quería quedar
completamente ciego; mas el Santo le replicó: "Hermano
médico, por mucho que amemos la vista, que nos es común
con las moscas, no se ha de desechar en lo más mínimo la
visita de la luz eterna, porque el espíritu no ha recibido el
beneficio de la luz por razón de la carne, sino la carne por
causa del espíritu". Prefería, en efecto, perder la luz
de la vista corporal antes que reprimir la devoción del
espíritu y dejar de derramar lágrimas, con las que se
limpia el ojo interior para poder ver a Dios.
05.9 Ante el consejo de los médicos y las reiteradas instancias
de los hermanos, que le persuadían a someterse al cauterio, se
doblegó humildemente el varón de Dios, porque pensaba que
dicha operación no sólo sería saludable para el
cuerpo, sino desagradable para la naturaleza.
05.9 Así, pues, llamaron al cirujano, el cual, tan pronto como
vino, puso al fuego el instrumento de hierro para realizar el cauterio.
Mas el siervo de Cristo, tratando de confortar su cuerpo, estremecido
de horror, comenzó a hablar así con el fuego, como si
fuera un amigo suyo: "Mi querido hermano fuego, el Altísimo te
ha creado poderoso, bello y útil, comunicándote una
deslumbrante presencia que querrían para sí todas las
otras criaturas. ¡Muéstrate propicio y cortés
conmigo en esta hora! Pido al gran Señor que te creó
tempere en mí tu calor, para que, quemándome suavemente,
te pueda soportar".
05.9 Terminada esta oración, hizo la señal de la cruz
sobre el instrumento de hierro incandescente, y desde entonces se
mantuvo valiente. Penetró a todo crujir el hierro en aquella
carne delicada, extendiéndose el cauterio desde el oído
hasta las cejas. El mismo Santo expresó del siguiente modo el
dolor que le había producido el fuego: Alabad al Altísimo
- dijo a sus hermanos - , pues, a decir verdad, no he sentido el ardor
del fuego ni he sufrido dolor alguno en el cuerpo. Y
dirigiéndose al médico añadió: "Si no
está bien quemada la carne, repite de nuevo la
operación". Al observar el médico la presencia, en aquel
cuerpo endeble, de una fuerza tan poderosa del espíritu,
quedó profundamente maravillado, y no pudo menos de manifestar
que se trataba de un verdadero milagro de Dios, diciendo: Os aseguro,
hermanos, que hoy he visto maravillas.
05.9 Y como había llegado a tan alto grado de pureza que, en
admirable armonía, la carne se rendía al espíritu,
y éste, a su vez, a Dios, sucedió por designio divino que
la criatura que sirve a su Hacedor se sometiera de modo tan maravilloso
a la voluntad e imperio del Santo.
05.10 En otra ocasión, el siervo de Dios se hallaba muy grave
mente enfermo en el eremitorio de San Urbano, y, sintiendo el
desfallecimiento de la naturaleza, pidió un vaso de vino. Al
responderle que les era imposible acceder a su deseo, puesto que no
había allí ni una gota de vino, ordenó que se le
trajera agua. Una vez presentada, la bendijo haciendo sobre ella la
señal de la cruz. De pronto, lo que había sido pura agua,
se convirtió en óptimo vino, y lo que no pudo ofrecer la
pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo la pureza del santo
varón. Apenas gustó el vino, se recuperó con tan
gran presteza, que la novedad del sabor y la salud restablecida - fruto
de una acción renovadora sobrenatural en el agua y en el que la
gustó - confirmaron con doble testimonio cuán
perfectamente estaba el Santo despojado del hombre viejo y revestido
del nuevo.
05.11 Pero no sólo se sometían las criaturas a la
voluntad del siervo de Dios, sino que la misma providencia del Creador
condescendía con sus deseos doquiera que se encontrara.
05.11 Cierta vez, por ejemplo, en que estaba abrumado su cuerpo por la
presencia de tantas enfermedades, sintió vivos deseos de
oír los acordes de algún instrumento músico para
alegrar su espíritu; y, pensando que no sería correcto ni
conveniente interviniera en ello alguna persona humana, he aquí
que acudieron los ángeles a brindarle este obsequio y satisfacer
su ilusión. En efecto, mientras estaba velando cierta noche,
puesto el pensamiento en el Señor, de repente oyó el
sonido de una cítara de admirable armonía y
melodía suavísima. No se veía a nadie, pero las
variadas tonalidades que percibía su oído insinuaban la
presencia de un citarista que iba y venía de un lado a otro.
Fijo su espíritu en Dios, fue tan grande la suavidad que
sintió a través de aquella dulce y armoniosa
melodía, que se imaginó haber sido transportado al otro
mundo.
05.11 No permaneció esto oculto a los más íntimos
de sus compañeros, quienes frecuentemente observaban, mediante
indicios ciertos, que Francisco era visitado por Dios con
extraordinarias y frecuentes consolaciones en tal grado, que no las
podía ocultar del todo.
05.12 Sucedió también en otra ocasión que,
viajando el varón de Dios con un compañero suyo, con
motivo de predicación, entre Lombardía y la Marca
Trevisana, junto al río Po, les sorprendió la espesa
oscuridad de la noche. El camino que debían recorrer era
sumamente peligroso a causa de las tinieblas, el río y los
pantanos. Viéndose en tal situación apurada, dijo el
compañero al Santo: Haz oración, Padre, para que nos
libremos de los peligros que nos acechan. Respondióle el
varón de Dios lleno de una gran confianza: Poderoso es Dios, si
place a su bondad, para disipar las sombrías tinieblas y
derramar sobre nosotros el don de la luz.
05.12 Apenas había terminado de decir estas palabras, cuando de
pronto - por intervención divina - comenzó a brillar en
torno suyo una luz tan esplendente, que, siendo oscura la misma noche
en otras partes, al resplandor de aquella claridad distinguían
no sólo el camino sino también otras muchas cosas que
estaban a su alrededor. Guiados materialmente y reconfortados en el
espíritu por esta luz, después de haber recorrido gran
trecho del camino entre cantos y alabanzas divinas, llegaron por fin
sanos y salvos al lugar de su hospedaje.
05.12 Pondera, pues, qué niveles tan maravillosos de pureza y de
virtud alcanzó este hombre, a cuyo imperio modera su ardor el
fuego, el agua cambia de sabor, las melodías angélicas le
proporcionan consuelo y la luz divina le sirve de guía en el
camino. Todo ello parece indicar que la máquina entera del mundo
estaba puesta al servicio de los sentidos santificados de este
varón santo.
Capítulo VI.
Humildad y obediencia del Santo y condescendencia de Dios a sus deseos
06.1 La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, llenó
copiosamente el alma del varón de Dios. En su opinión, se
reputaba un pecador, cuando en realidad era espejo y preclaro ejemplo
de toda santidad. Sobre esta base trató de levantar el edificio
de su propia perfección, poniendo - cual sabio arquitecto - el
mismo fundamento que había aprendido de Cristo. Solía
decir que el hecho de descender el Hijo de Dios desde la altura del
seno del Padre hasta la bajeza de la condición humana
tenía la finalidad de enseñarnos como Señor y
Maestro, mediante su ejemplo y doctrina la virtud de la humildad.
06.1 Por eso, como fiel discípulo de Cristo, procuraba
envilecerse ante sus ojos y en presencia de los demás,
recordando el dicho del soberano Maestro: Lo que los hombres tienen por
sublime, es abominación ante Dios. Solía decir
también estas palabras: Lo que es el hombre delante de Dios, eso
es, y no más .De ahí que juzgara ser una necedad
envanecerse con la aprobación del mundo, y, en consecuencia, se
alegraba en los oprobios y se entristecía en las alabanzas.
Prefería oír de sí más bien vituperios que
elogios, consciente de que aquéllos le impulsaban a enmendarse,
mientras que éstos podían serle causa de ruina.
06.1 Y así, muchas veces, cuando la gente enaltecía los
méritos de su santidad, ordenaba a algún hermano que
repitiese insistentemente a sus oídos palabras de vilipendio en
contra de las voces de alabanza. Y cuando el hermano - si bien muy a
pesar suyo - le llamaba rústico, mercenario, inculto e
inútil, lleno de íntima alegría, que se reflejaba
en su rostro, le respondía: "Que el Señor te bendiga,
hijo carísimo, porque lo que dices es la pura verdad, y tales
son las palabras que debe oír el hijo de Pedro Bernardone".
06.2 Y, con objeto de hacerse despreciable a los ojos de los
demás, no se avergonzaba de manifestar ante todo el pueblo sus
propios defectos en la predicación.
06.2 Sucedió una vez que, abrumado por la enfermedad, tuvo que
mitigar algo el rigor de la abstinencia con el fin de recobrar la
salud. Mas, apenas recobró un tanto las fuerzas corporales, el
verdadero despreciador de sí mismo, llevado por el deseo de
humillar su persona, se dijo: "No está bien que el pueblo me
tenga por penitente, cuando yo me refocilo ocultamente a base de
carne". Levantóse, pues, al instante, inflamado en el
espíritu de la santa humildad, y convocado el pueblo en la plaza
de la ciudad en la iglesia catedral acompañado de muchos
hermanos que había llevado consigo. Iba con una soga atada al
cuello y sin más vestido que los calzones. En esa forma se hizo
conducir, a la vista de todos, a la piedra donde se solía
colocar a los malhechores para ser castigados. Subido a ella, no
obstante ser víctima de fiebres cuartanas y de una gran
debilidad corporal y bajo la acción de un frío intenso,
predicó con gran vigor de animo, diciendo a los oyentes que no
debían venerarle como a un hombre espiritual, antes, por el
contrario, todos deberían despreciarlo como a carnal y
glotón.
06.2 Ante semejante espectáculo quedaron atónitos los
congregados en la iglesia, y como tenían bien comprobada la
austeridad de su vida, devotos y compungidos, proclamaban que tal
humildad era digna, más bien, de ser admirada que imitada. Y
aunque este hecho, más que ejemplo, parece un portento parecido
al que narra el vaticinio profético, queda ahí como
verdadero documento de perfecta humildad, por el que todo seguidor de
Cristo es instruido en la forma de despreciar los honores y alabanzas
efímeras, a reprimir la altanería y jactancia, a desechar
la mentira de una falsa hipocresía.
06.3 Solía realizar otras muchas acciones parecidas a
ésta con objeto de aparecer al exterior como un vaso de
perdición; si bien en su interior poseía el
espíritu de una alta santidad. Procuraba esconder en lo
más recóndito de su pecho los bienes recibidos del
Señor, no queriendo exponerlos a una gloria que pudiera serle
ocasión de ruina. De hecho, cuando con frecuencia era ensalzado
por muchos como santo, solía expresarse así: No me
alabéis como si estuviera ya seguro, que todavía puedo
tener hijos e hijas. Nadie debe ser alabado mientras es incierto su
desenlace final.
06.3 De este modo respondía a los que lo elogiaban; hablando,
empero, consigo mismo, se decía: Francisco, si el
Altísimo le hubiera concedido al ladrón más
perdido los beneficios que te ha hecho a ti, sin duda que sería
mucho más agradecido que tú. Repetía
frecuentemente a sus hermanos la siguiente consideración: Nadie
debe complacerse con los falsos aplausos que le tributan por cosas que
puede realizar también un pecador. Este - decía - puede
ayunar, hacer oración, llorar sus pecados y macerar la propia
carne. Una sola cosa está fuera de su alcance: permanecer fiel a
su Señor. Por tanto, hemos de cifrar nuestra gloria en devolver
al Señor su honor y en atribuirle a El - sirviéndole con
fidelidad - los dones que nos regala".
06.4 Con el fin de aprovechar de mil variadas formas y hacer meritorios
todos los momentos de la vida presente, este mercader evangélico
prefirió ser súbdito que presidir, obedecer antes que
mandar. Por eso, al renunciar al oficio de ministro general,
pidió se le concediera Un guardián, a cuya voluntad
estuviera sujeto en todo. Aseguraba ser tan copiosos los frutos de la
santa obediencia, que cuantos someten el cuello a su yugo están
en continuo aprovechamiento. De ahí que acostumbraba prometer
siempre obediencia al hermano que solía acompañarle y la
observaba fielmente.
06.4 A este respecto dijo en cierta ocasión a sus
compañeros: Entre las gracias que el bondadoso Señor se
ha dignado concederme, una es la de estar dispuesto a obedecer con la
misma diligencia al novicio de una hora - si me fuere dado como
guardián - que al hermano más antiguo y discreto. El
súbdito - añadía - no debe mirar en su prelado
tanto al hombre como a Aquel por cuyo amor se ha entregado a la
obediencia. Cuanto más despreciable es la persona que preside,
tanto más agradable a Dios es la humildad del que obedece.
06.4 Preguntáronle en cierta ocasión quién
debía ser tenido, a su juicio, por verdadero obediente, y
él por toda respuesta les propuso como ejemplo la imagen del
cadáver: "Tomad - les dijo - un cadáver y colocadlo donde
os plazca. Veréis que no se opone si se le mueve, ni murmura por
el sitio que se le asigna, ni reclama si es que se le retira. Si lo
colocáis sobre una cátedra, no mirará arriba, sino
abajo; si lo vestís de púrpura, doblemente se
acentuará su palidez. Así es - añadió - el
verdadero obediente: no juzga por qué le trasladan de una parte
a otra; no se preocupa del lugar donde vaya a ser colocado ni insiste
en que se le cambie de sitio; si es promovido a un alto cargo, mantiene
su habitual humildad; cuanto más honrado se ve, tanto más
indigno se siente".
06.5 Dijo una vez a su compañero: No me consideraría
verdadero hermano menor si no me encontrare en el estado de
ánimo que te voy a describir. Figúrate que, siendo yo
prelado, voy a capítulo y en él predico y amonesto a mis
hermanos, y al fin de mis palabras éstos dicen contra mí:
"No conviene que tú seas nuestro prelado, pues eres un hombre
sin letras, que no sabe hablar, idiota y simple". Y, por último,
me desechan ignominiosamente, vilipendiado de todos. Te digo que, si no
oyere estas injurias con idéntica serenidad de rostro, con igual
alegría de ánimo y con el mismo deseo de santidad que si
se tratara de elogios dirigidos a mi persona, no sería en modo
alguno hermano menor". Y añadía: En la prelacía
acecha la ruina; en la alabanza, el precipicio; pero en la humildad del
súbdito es segura la ganancia del alma. ¿Por qué,
pues, nos dejamos arrastrar más por los peligros que por las
ganancias, siendo así que se nos ha dado este tiempo para
merecer?"
06.5 De ahí que Francisco, ejemplo de humildad, quiso que sus
hermanos se llamaran menores, y los prelados de su Orden ministros,
para usar la misma nomenclatura del Evangelio, cuya observancia
había prometido, y a fin de que con tal hombre se percataran sus
discípulos de que habían venido a la escuela de Cristo
humilde para aprender la humildad. En efecto, el maestro de la
humildad, Cristo Jesús, para formar a sus discípulos en
la perfecta humildad, dijo: El que quiera ser entre vosotros el mayor,
sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero,
sea vuestro esclavo.
06.5 Un día, el señor Ostiense, protector y promotor
principal de la Orden de los Hermanos Menores, que más tarde,
según le había predicho el Santo, fue elevado a la
categoría de sumo pontífice bajo el nombre de Gregorio
IX, preguntó a Francisco si le agradaba que fueran promovidos
sus hermanos a las dignidades eclesiásticas. Este le
respondió: Señor, mis hermanos se llaman menores
precisamente para que no presuman hacerse mayores. Si queréis
que den fruto en la Iglesia de Dios, mantenedlos en el estado de su
vocación y no permitáis en modo alguno que sean
ascendidos a las prelacías eclesiásticas.
06.6 Y como quiera que, tanto en sí como en todos sus
súbditos, prefería Francisco la humildad a los honores,
Dios - que ama a los humildes - lo juzgaba digno de los puestos
más encumbrados, según le fue revelado en una
visión celestial a un hermano, varón de notable virtud y
devoción. Iba dicho hermano acompañando al Santo, y, al
orar con él muy fervorosamente en una iglesia abandonada, fue
arrebatado en éxtasis, y vio en el cielo muchos tronos, y entre
ellos uno más relevante, adornado con piedras preciosas y todo
resplandeciente de gloria. Admirado de tal esplendor, comenzó a
averiguar con ansiosa curiosidad a quién correspondería
ocupar dicho trono. En esto oyó una voz que le decía:
Este trono perteneció a uno de los ángeles caídos,
y ahora estoy reservado para el humilde Francisco.
06.6 Vuelto en sí de aquel éxtasis, siguió
acompañando - como de costumbre - al Santo, que había
salido ya afuera. Prosiguieron el camino, hablando entre sí de
cosas de Dios; y aquel hermano, que no estaba olvidado de la
visión tenida, preguntó disimuladamente al Santo
qué es lo que pensaba de sí mismo. El humilde siervo de
Cristo le hizo esta manifestación: "Me considero como el mayor
de los pecadores". Y como el hermano le replicase que en buena
conciencia no podía decir ni sentir tal cosa,
añadió el Santo: "Si Cristo hubiera usado con el criminal
más desalmado la misericordia que ha tenido conmigo, estoy
seguro que éste le sería mucho más agradecido que
yo".
06.6 Al escuchar una respuesta de tan admirable humildad, aquel hermano
se confirmó en la verdad de la visión que se le
había mostrado y comprendió lo que dice el santo
Evangelio: que el verdadero humilde será enaltecido a una gloria
sublime, de la que es arrojado el soberbio.
06.7 En otra ocasión en que Francisco oraba en una iglesia
desierta de Monte Casale, en la provincia de Massa, conoció por
inspiración divina que había allí depositadas unas
sagradas reliquias. Al advertir - no sin dolor - que dichas reliquias
habían permanecido por mucho tiempo privadas de la debida
veneración, mandó a sus hermanos que las trasladasen
reverentemente a su propio lugar. Pero, habiéndose ausentado de
sus hijos por una causa apremiante, éstos olvidaron el mandato
del Padre, descuidando el mérito de la obediencia.
06.7 Mas un día en que quisieron celebrar los sagrados
misterios, al remover el mantel superior del altar, encontraron, con
gran admiración, unos huesos muy hermosos que exhalaban una
fragancia suavísima, y contemplaron aquellas reliquias, que
habían sido llevadas allí no por mano humana, sino por
una poderosa intervención divina. Vuelto poco después el
devoto varón de Dios, comenzó a indagar diligente mente
si se habían cumplido sus disposiciones respecto a las
reliquias. Confesaron humildemente los hermanos su culpa de haber
descuidado el cumplimiento de dicha obediencia, por lo cual obtuvieron
el perdón, juntamente con una penitencia. Y dijo el Santo:
Bendito el Señor Dios mío, que se dignó hacer por
sí mismo lo que vosotros debíais haber hecho.
06.7 Considera atentamente el solícito cuidado que tiene la
divina Providencia respecto al polvo de nuestro cuerpo y reconoce, por
otra parte, la excelencia de la virtud del humilde Francisco ante los
ojos de Dios, pues el Señor condescendió con los deseos
del Santo, a cuyos mandatos no se había sometido el hombre.
06.8 Llegado un día a Imola, se presentó ante el obispo
de la ciudad y humildemente le suplicó le diera su
beneplácito para convocar al pueblo y predicarle la palabra de
Dios. El obispo le respondió con aspereza: Me basto yo, hermano,
para predicar a mi pueblo. Inclinó la cabeza el verdadero
humilde y salió afuera; mas al poco tiempo volvió a
entrar. Al verlo de nuevo en su presencia, el obispo le
preguntó, algo turbado, qué es lo que quería; a lo
que respondió Francisco con un corazón y un tono de voz
que rezumaban humildad: Señor, si un padre despide por una
puerta a su hijo, éste debe volver a entrar por otra.
06.8 Vencido por semejante humildad, el obispo, con una gran
alegría que se reflejaba en su rostro, le dio un abrazo,
diciéndole: Tú y todos tus hermanos tenéis en
adelante licencia general para predicar en mi diócesis, pues
bien se merece esta concesión tu santa humildad.
06.9 Sucedió también que en cierta ocasión
llegó Francisco a Arezzo cuando toda la ciudad se hallaba
agitada por unas luchas internas tan espantosas, que amenazaban
hundirla en una próxima ruina. Alojado en el suburbio, vio sobre
la ciudad unos demonios que daban brincos de alegría y azuzaban
los ánimos perturbados de los ciudadanos para lanzarse a matar
unos a otros. Con el fin de ahuyentar aquellas insidiosas potestades
aéreas, envió delante de sí - como mensajero - al
hermano Silvestre, varón de colombina simplicidad,
diciéndole: Marcha a las puertas de la ciudad y, de parte de
Dios omnipotente, manda a los demonios, por santa obediencia, que
salgan inmediatamente de allí.
06.9 Apresúrase el verdadero obediente a cumplir las
órdenes del Padre, y, prorrumpiendo en alabanzas ante la
presencia del Señor, llegó a la puerta de la ciudad y se
puso a gritar con voz potente: "¡De parte de Dios omnipotente y
por mandato de su siervo Francisco, marchaos lejos de aquí,
demonios todos!" Al punto quedó apaciguada la ciudad, y sus
habitantes, en medio de una gran serenidad, volvieron a respetarse
mutuamente en sus derechos cívicos. Expulsada, pues, la furiosa
soberbia de los demonios - que tenían como asediada la ciudad -
por intervención de la sabiduría de un pobre, es decir,
de la humildad de Francisco, tornó la paz y se salvó la
ciudad. En efecto, por los méritos de sus heroicas virtudes de
humildad y obediencia había conseguido Francisco un dominio tan
grande sobre aquellos espíritus rebeldes y protervos, que le fue
dado reprimir su feroz arrogancia y desbaratar sus importunos y
violentos asaltos.
06.10 Es cierto que los soberbios demonios huyen de las excelsas
virtudes de los humildes, fuera de aquellos casos en que la divina
demencia permite que éstos sean abofeteados para guarda de su
humildad, como de sí mismo escribe el apóstol Pablo, y
Francisco llegó a probarlo por propia experiencia. Así
sucedió, en efecto, cuando fue invitado por el señor
León, cardenal de la Santa Cruz, a permanecer por algún
tiempo consigo en Roma. El Santo condescendió humildemente con
sus deseos movido por la reverencia y amor que le profesaba. Mas he
aquí que la primera noche, cuando después de la
oración quiso entregarse al descanso, se presentaron los
demonios en plan de atacar ferozmente al caballero de Cristo, al que le
azotaron tan duramente y por tan largo espacio de tiempo, que le
dejaron medio muerto.
06.10 Apenas huyeron los demonios, el Santo llamó a su
compañero, a quien refirió todo lo sucedido, y
añadió después. Pienso, hermano, que el hecho de
haberme atacado tan cruelmente en esta ocasión los demonios -
que nada pueden hacer fuera de lo que la divina Providencia les permite
- es una prueba de que no causa buena impresión mi estancia en
la curia de los grandes. Mis hermanos, que moran en lugares
pobrecillos, al enterarse de que estoy viviendo con los cardenales,
quizás vayan a sospechar que me ocupo de asuntos mundanos, que
me dejo llevar de los honores y que lo estoy pasando muy bien. Por lo
cual, juzgo ser mejor que el que está puesto para ejemplo de los
demás huya de las curias y viva humildemente entre los humildes
en lugares humildes, para fortalecer el ánimo de los que sufren
penuria, compartiéndola también él mismo".
Así que, a la mañana siguiente, el Santo presenta
humildemente sus excusas y se despide del cardenal juntamente con su
compañero.
06.11 Si grande era, en verdad, el aborrecimiento que el Santo
tenía a la soberbia, origen de todos los males, y a su
pésima prole, la desobediencia, no era menor el aprecio que
sentía por la humildad y penitencia.
06.11 Sucedió una vez que le presentaron un hermano que
había cometido alguna falta contra la obediencia, a fin de que
se le aplicara un justo castigo. Mas, viendo el varón de Dios
que aquel hermano daba señales evidentes de un sincero
arrepentimiento, en atención a su humildad, se sintió
movido a perdonarle la desobediencia. Con todo, para que la facilidad
del perdón no se convirtiera para otros en incentivo de
transgresión, mandó que le quitasen al hermano la capucha
y la arrojasen al fuego, dando con ello a entender cuán grave
castigo merece toda falta de obediencia. Después que la capucha
estuvo un tiempo en medio de las llamas, ordenó que la sacaran
del fuego y se la restituyesen al hermano humildemente arrepentido. Y
¡oh prodigio! Sacaron la capucha de en medio de las llamas, sin
que se hallara en ella el menor rastro de quemadura. Con tan singular
milagro aprobaba el Señor la virtud y la humildad de la
penitencia del santo varón.
06.11 Es, pues, digna de ser imitada la humildad de Francisco, que ya
en la tierra consiguió la maravillosa prerrogativa de rendir al
mismo Dios a sus deseos, de cambiar la disposición afectiva de
un hombre, de avasallar con su mandato la protervia de los demonios y
refrenar con un simple gesto de su voluntad la voracidad de las llamas.
Ciertamente, ésta es la virtud que exalta a los que la poseen,
y, al par que muestra a todos la reverencia debida, se hace digna de
que todos la honren.
Capítulo VII.
Amor a la pobreza y admirable solución en casos de penuria
07.1 Entre los diversos dones y carismas que obtuvo Francisco del
generoso Dador de todo bien, destaca, como una prerrogativa especial,
el haber merecido crecer en las riquezas de la simplicidad mediante su
amor a la altísima pobreza.
07.1 Considerando el Santo que esta virtud había sido muy
familiar al Hijo de Dios y al verla ahora rechazada casi en todo el
mundo, de tal modo se determinó a desposarse I con ella mediante
los lazos de un amor eterno, que por su causa no sólo
abandonó al padre y a la madre, sino que también se
desprendió de todos los bienes que pudiera poseer. No hubo nadie
tan ávido de oro como él de la pobreza, ni nadie fue
jamás tan solícito en guardar un tesoro como él en
conservar esta margarita evangélica 3. Nada había que le
alterase tanto como el ver en sus hermanos algo que no estuviera del
todo conforme con la pobreza. De hecho, respecto a su persona, se
consideró rico con una túnica, la cuerda y los calzones
desde el principio de la fundación de la Religión hasta
su muerte y vivió contento con eso sólo.
07.1 Frecuentemente evocaba - no sin lágrimas - la pobreza de
Cristo Jesús y de su madre; y como fruto de sus reflexiones
afirmaba ser la pobreza la reina de las virtudes, pues con tal
prestancia había resplandecido en el Rey de los reyes y en la
Reina, su madre. Por eso, al preguntarle los hermanos en una
reunión cuál fuera la virtud con la que mejor se granjea
la amistad de Cristo, respondió como quien descubre un secreto
de su corazón: "Sabed, hermanos, que la pobreza es el camino
especial de salvación, como que fomenta la humildad y es
raíz de la perfección, y sus frutos - aunque ocultos -
son múltiples y variados. Esta virtud es el tesoro escondido del
campo evangélico; por cuya adquisición merece la pena
vender todas las cosas, y las que no pueden venderse han de estimarse
por nada en comparación con tal tesoro".
07.2 Decía también: "El que quiera llegar a la cumbre de
esta virtud debe renunciar no sólo a la prudencia del mundo,
sino también en cierto sentido a la pericia de las letras, a fin
de que, expropiado de tal posesión, pueda adentrarse en las
obras del poder del Señor y entregarse desnudo en los brazos del
Crucificado, pues nadie abandona perfectamente el siglo mientras en el
fondo de su corazón se reserva para sí la bolsa de los
propios afectos".
07.2 Cuando hablaba con sus hermanos acerca de la pobreza, que lo
hacía a menudo, les inculcaba aquellas palabras del Evangelio:
La zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Por esta razón
enseñaba a sus hermanos que las casas que edificasen fueran
humildes, al estilo de los pobres; que no las habitasen como
propietarios, sino como inquilinos, considerándose peregrinos y
advenedizos, pues constituye norma en los peregrinos - decía -
ser alojados en casa ajena, anhelar ardientemente la patria y pasar en
paz de un lugar a otro.
07.2 A veces ordenaba derribar las casas edificadas o mandaba que las
abandonaran sus hermanos si en ellas observaba algo que - por
razón de la apropiación o de la suntuosidad - era
contrario a la pobreza evangélica. Decía que esta virtud
es el fundamento de la Orden, sobre el cual se apoya primordialmente
toda la estructura de la Religión; pero, si se resquebrajara la
base de la pobreza, sería totalmente destruido el edificio de la
Orden.
07.3 Por tanto, enseñaba - ilustrado por revelación que
el ingreso en la santa Religión debía comenzar dando
cumplimiento a aquellas palabras del Evangelio: Si quieres ser
perfecto, anda, vende cuánto tienes y dalo a los pobres 13. De
ahí que no admitía en la Orden sino a los que se
habían expropiado de todo y nada retenían para sí,
ya para observar la palabra del Evangelio, ya también para
evitar que los bienes reservados les sirvieran de piedra de
escándalo.
07.3 Así procedió el verdadero patriarca de los pobres
con uno que en la Marca de Ancona le pidió ser recibido en la
Orden. Si quieres unirte a los pobres de Cristo - le dijo - ,
distribuye tus bienes entre los pobres del mundo. Al oír esto,
se fue el hombre, y, movido del amor carnal, repartió entre sus
parientes todos sus bienes, pero no dio nada a los pobres. Vuelto al
santo varón, le refirió lo que había hecho con sus
bienes. En oyéndolo Francisco, le increpó con
áspera dureza, diciendo: Sigue tu camino, hermano mosca, porque
todavía no has salido de tu casa y de tu parentela. Repartiste
tus bienes entre tus consanguíneos, y has defraudado a los
pobres; no eres digno de convivir con los santos pobres. Has comenzado
por la carne, y, por tanto, has puesto un fundamento ruinoso al
edificio espiritual".
07.3 Este hombre, que actuaba guiado por criterios naturales,
volvió a los suyos y recuperó sus bienes, que
había rehusado dar a los pobres; y bien pronto abandonó
sus ideales de virtud.
07.4 En otra ocasión, en Santa María de la
Porciúncula había tanta escasez, que no se podía
atender convenientemente - según lo exigía la necesidad -
a los hermanos huéspedes que llegaban. Acudió entonces el
vicario al Santo, y, alegándole la penuria de los hermanos, le
pidió que permitiese reservar algo de los bienes de los novicios
que ingresaban para poder recurrir a dicho fondo en caso de necesidad.
07.4 El Santo, que no ignoraba los designios divinos, le
contestó: "Lejos de nosotros, hermano carísimo, proceder
infielmente contra la Regla por condescender a cualquier hombre.
Prefiero que despojes el altar de la gloriosa Virgen, cuando lo
requiera la necesidad, antes que faltar en lo más mínimo
contra el voto de pobreza y la observancia del Evangelio. Más le
agradará a la bienaventurada Virgen que, por observar
perfectamente el consejo del santo Evangelio, sea despojado su altar,
que, conservándolo bien adornado, seamos infieles al consejo de
su Hijo, que hemos prometido guardar".
07.5 Pasaba una vez el varón de Dios con su compañero por
la Pulla, cerca de Bari, y encontraron en el camino una gran bolsa -
llamada vulgarmente funda - , bien hinchada, por lo que parecía
estar repleta de dinero. El compañero dio cuenta de ello al
pobrecillo de Cristo y le insistió en que se recogiera del suelo
la bolsa para entregar el dinero a los pobres. Rehusó el hombre
de Dios acceder a tales deseos, receloso de que en aquella bolsa
pudiera esconderse algún ardid diabólico y pensando que
lo que le sugería el hermano no era cosa meritoria, sino
pecaminosa, porque era apoderarse de lo ajeno para dárselo a los
pobres. Se apartan del lugar, apresurándose a continuar el
camino emprendido.
07.5 Mas no quedó tranquilo el hermano, engañado por una
falsa piedad; incluso echaba en cara al siervo de Dios su proceder,
como que se despreocupaba de socorrer la penuria de los pobres.
07.5 Consintió, al fin, el manso varón de Dios en volver
al lugar, no ciertamente para hacer la voluntad del hermano, sino para
ponerle de manifiesto el engaño diabólico. Vuelto, pues,
al lugar donde estaba la bolsa con su compañero y un joven que
encontraron en el camino, vio primero y después mandó al
compañero que levantara la bolsa. Se llenó de temor y
temblor el hermano, como si ya presintiese al monstruo infernal. Con
todo, impulsado por el mandato de la santa obediencia, desechó
toda duda y extendió la mano para recoger la bolsa. De pronto
salió de la bolsa un culebrón, que desapareció
súbitamente junto con la misma bolsa. De este modo le hizo ver
al hermano el engaño diabólico que estaba allí
encerrado. Desenmascarada, pues, la falacia del astuto enemigo, dijo el
Santo a su compañero: "Hermano, para los siervos de Dios el
dinero no es sino un demonio y una culebra venenosa".
07.6 Después de esto, al trasladarse el Santo requerido por un
asunto a la ciudad de Siena, le sucedió un caso admirable. En
una gran planicie que se extiende entre Campillo y San Quirico le
salieron al encuentro tres pobrecillas mujeres del todo semejantes en
la estatura, edad y facciones del rostro, las cuales le brindaron un
saludo muy original, diciéndole: "Bienvenida sea dama Pobreza!"
07.6 Al oír tales palabras, llenóse de un gozo inefable
el verdadero enamorado de la pobreza, pues pensaba que no podía
haber otra forma más halagüeña de saludarse entre
sí los hombres que la empleada por aquellas mujeres. Al
desaparecer rápidamente éstas, y considerando los
compañeros de Francisco la extraña novedad que en ellas
se apreciaba por su semejanza, su forma de saludar, su encuentro y
desaparición, concluyeron - no sin razón - que todo
aquello encerraba algún misterio relacionado con el santo
varón.
07.6 En efecto, aquellas tres pobrecillas mujeres de idéntico
aspecto, con su forma tan insólita de saludar y su
desaparición tan repentina, parecían indicar bien a las
claras que en el varón de Dios resplandecía perfectamente
y de igual modo la hermosura de la perfección evangélica
en lo que se refiere a la castidad, obediencia y pobreza, aunque
prefería gloriarse en el privilegio de la pobreza, a la que
solía llamar con el nombre unas veces de madre; otras, de
esposa, así como, de señora.
07.6 En esta virtud deseaba sobrepujar a todos el que por ella
había aprendido a considerarse inferior a los demás. Por
esto, si alguna vez le sucedía encontrarse con una persona
más pobre que él en su porte exterior, al instante se
reprochaba a sí mismo, animándose a igualarla, como si al
luchar en esta emulación temiera ser vencido en el combate. Le
sucedió efectivamente encontrarse en el camino con un pobre, y,
al ver su desnudez, se sintió compungido en el corazón, y
con acento lastimoso dijo a su compañero: Gran vergüenza
debe causarnos la indigencia de este pobre. Nosotros hemos escogido la
pobreza como nuestra más preciada riqueza, y he aquí que
en éste resplandece más que en nosotros.
07.7 Por amor a la santa pobreza, el siervo de Dios omnipotente tomaba
más a gusto las limosnas mendigadas de puerta en puerta que las
ofrecidas espontáneamente. Por eso si, invitado alguna vez por
grandes personajes, iba a ser obsequiado con una mesa rica y abundante,
primero mendigaba por las casas vecinas algunos mendrugos de pan, y,
enriquecido así con tal indigencia, se sentaba a la mesa.
07.7 Habiendo procedido de esta manera en una ocasión en que fue
convidado por el señor Ostiense, que distinguía al pobre
de Cristo con un afecto especial, quejósele el obispo por la
injuria hecha a su honor, pues, siendo huésped suyo,
había ido a pedir limosna. Pero el siervo de Dios le repuso:
Gran honor os he tributado, señor mío, al honrar a otro
Señor más excelso. En efecto, el Señor se complace
en la pobreza; máxime en aquella que, por amor a Cristo, se
manifiesta en la voluntaria mendicidad. No quiero cambiar por la
posesión de las falsas riquezas, que os han sido concedidas para
poco tiempo, aquella dignidad real que asumió el Señor
Jesús, haciéndose pobre por nosotros a fin de
enriquecernos con su pobreza y constituir a los verdaderos pobres de
espíritu en reyes y herederos del reino de los cielos".
07.8 Cuando a veces exhortaba a sus hermanos a pedir limosna, les
hablaba así: Id, porque en estos últimos tiempos los
hermanos menores han sido dados al mundo para que los elegidos cumplan
con ellos las obras por las que serán elogiados por el Juez,
escuchando estas dulcísimas palabras: Cuanto hicisteis a uno de
estos hermanos míos más pequeños, a mí me
lo hicisteis". Por eso afirmaba que debía ser muy gozoso
mendigar con el título de hermanos menores, ya que el maestro de
la verdad evangélica expresó tan claramente dicho
título al hablar de la retribución de los justos.
07.8 Aun en las fiestas importantes, si es que se le presentaba la
oportunidad, solía salir a mendigar, pues aseguraba que entonces
se cumplía en los santos pobres aquel dicho profético: El
hombre comió pan de ángeles. De hecho, afirmaba ser
verdadero pan angélico aquel que, pedido por amor de Dios y
donado por su amor mediante la inspiración de los
bienaventurados ángeles, recoge de puerta en puerta la santa
pobreza.
07.9 Hallábase una vez en la solemnidad de Pascua en un
eremitorio tan separado de todo consorcio humano, que
difícilmente podía ir a mendigar, y, recordando a Aquel
que ese mismo día se apareció en traje de peregrino a los
discípulos que iban de camino a Emaús, también
él como peregrino y pobre comenzó a pedir limosna a sus
hermanos. Y, habiéndola recibido humildemente, los
instruyó en las Sagradas Escrituras, animándoles a pasar
como peregrinos y advenedizos por el desierto de este mundo y a
celebrar continuamente en pobreza de espíritu, como verdaderos
hebreos, la Pascua del Señor, esto es, el paso de este mundo al
Padre, y como a pedir limosna no le movía la ambición del
lucro, sino la libertad de espíritu, por eso, Dios, Padre de los
pobres, parecía tener de él un cuidado especial.
07.10 Habiéndose enfermado gravemente el siervo del Señor
en Nocera, fue trasladado a Asís por ilustres embajadores,
enviados expresamente por la devoción del pueblo asisiense. De
camino a Asís, llegaron a un pueblo pobrecito llamado Satriano,
donde, apremiados por el hambre y por ser ya hora de comer, fueron a
comprar alimentos; pero, no habiendo nadie que los vendiese, regresaron
de vacío.
07.10 Entonces les dijo el Santo: "No habéis encontrado nada
porque confiáis más en vuestras moscas que en Dios. -
Llamaba moscas a los dineros - . Pero volved - añadió -
por las casas que habéis recorrido, y, ofreciéndoles por
precio el amor de Dios, pedid humildemente limosna. Y no
juzguéis, llevados de una falsa apreciación, que esto sea
algo vil o vergonzoso, porque, después del pecado, el gran
Limosnero, con generosa misericordia, reparte todos los bienes como
limosna tanto a dignos como a indignos. Deponen la vergüenza
aquellos caballeros y piden espontánea mente limosna,
consiguiendo, por amor de Dios, mucho más de lo que hubieran
podido comprar con dineros. Efectivamente, los pobres habitantes de
aquel poblado, tocados en su corazón por moción divina,
no sólo les ofrecieron sus cosas, sino que se pusieron
generosamente a disposición de ellos. Y así
resultó que la necesidad que no pudo ser remediada por el
dinero, la solucionara la opulenta pobreza de Francisco.
07.11 Durante un tiempo en que yacía enfermo en un eremitorio
cercano a Rieti, le visitaba frecuentemente un médico que le
prestaba sus servicios. No pudiendo el pobre de Cristo pagarle sus
trabajos con una condigna recompensa, Dios - liberalísimo - en
lugar del pobrecillo vino a compensar esos piadosos servicios - para
que no quedaran sin una presente remuneración - con el siguiente
singular beneficio.
07.11 Acababa de construir el médico una casa de nueva planta,
gastando en ello todos sus ahorros, y he aquí que aparecieron en
sus paredes unas profundas grietas que se extendían de arriba
abajo" amenazando una ruina tan inminente, que no se veía
ningún medio humano que pudiera evitar su caída. Pero,
confiando plenamente en los méritos del Santo, pidió a
sus compañeros, con gran fe y devoción, el favor de darle
algo que hubiese tocado con sus manos el varón de Dios. Tras
reiteradas instancias, pudo obtener un poco del cabello de Francisco,
que él mismo colocó al atardecer en una de las grietas de
la pared. Al levantarse a la mañana siguiente, comprobó
que se había cerrado tan estrecha y fuertemente la grieta, que
no pudo extraer las reliquias que había depositado ni encontrar
rastro alguno de la anterior hendidura. Y sucedió esto
así para que quien había cuidado tan diligentemente del
ruinoso cuerpecillo del siervo de Dios se librara del peligro de ruina
que amenazaba su propia casa.
07.12 Quiso en otra ocasión el varón de Dios trasladarse
a un eremitorio para dedicarse allí más libremente a la
contemplación; pero, como estaba muy débil, se hizo
llevar en el asnillo de un pobre campesino. Era un día caluroso
de verano. El hombre subía a la montaña siguiendo al
siervo de Cristo, y, cansado por la áspera y larga caminata, se
sintió desfallecer por una sed abrazadora. En esto
comenzó a gritar insistentemente detrás del Santo:
07.12 "Eh, que me muero de sed, me muero si inmediatamente no tomo para
refrigerio algo de beber!" Sin tardanza, se apeó del jumentillo
el hombre de Dios, e, hincadas las rodillas en tierra y alzadas las
manos al cielo, no cesó de orar hasta que comprendió
haber sido escuchado. Acabada la oración, dijo al hombre: "Corre
a aquella roca y encontrarás allí agua viva, que Cristo
en este momento ha sacado misericordiosamente de la piedra para que
bebas".
07.12 ¡Estupenda dignación de Dios, que condesciende tan
fácilmente con los deseos de sus siervos! Bebió el hombre
sediento del agua brotada de la piedra en virtud de la oración
del Santo y extrajo el líquido de una roca durísima. No
hubo allí antes ninguna corriente de agua; ni, por mas
diligencias que se han hecho, se ha podido encontrar posteriormente.
07.13 Como más adelante, en su debido lugar 33, se hará
mención de cómo Cristo, en atención a los
méritos de su pobrecillo, multiplicó los alimentos
durante una travesía por el mar, bástenos ahora recordar
tan sólo que, gracias a una pequeña limosna que le
habían entregado, pudo librar por espacio de muchos días
a los que navegaban con él del peligro del hambre y de la
muerte. Bien puede deducirse de estos hechos que, así como el
siervo de Dios todopoderoso fue semejante a Moisés en sacar agua
de la piedra, así se pareció también a Eliseo en
la multiplicación de los alimentos.
07.13 Que desechen, pues, los pobres de Cristo toda suerte de
desconfianza. Porque si la pobreza de Francisco fue de una suficiencia
tan copiosa que su admirable virtud vino a socorrer las necesidades que
se presentaban, de modo que no faltó ni comida, ni bebida, ni
casa cuando fallaron los poderes del dinero, de la inteligencia y de la
naturaleza, ¿con cuánta más razón
obtendrá todo aquello que comúnmente se concede en el
orden habitual de la divina Providencia? Pues si una árida roca
- repito - , a la voz del pobrecillo, proporcionó agua abundante
a aquel campesino sediento, ninguna criatura negará ya su
obsequio a los que han dejado todo por el Autor de todas las cosas.
PARTE SEGUNDA
Capítulo VIII.
Sentimiento de piedad del Santo y devoción que sentían
hacia él los seres irracionales
08.1 La verdadera piedad, que, según el Apóstol, es
útil para todo de tal modo había llenado el
corazón y penetrado las entrañas de Francisco, que
parecía haber reducido enteramente a su dominio al varón
de Dios. Esta piedad es la que por la devoción le remontaba
hasta Dios; por la compasión, le transformaba en Cristo; por la
condescendencia, lo inclinaba hacia el prójimo, y por la
reconciliación universal con cada una de las criaturas, lo
retornaba al estado de inocencia.
08.1 Sin duda, la piedad lo inclinaba afectuosamente hacia todas las
criaturas, pero de un modo especial hacia las almas, redimidas con la
sangre preciosa de Cristo Jesús. En efecto, cuando las
veía sumergidas en alguna mancha de pecado, lo deploraba con tan
tierna conmiseración, que bien podía decirse que, como
una madre, las engendraba diariamente en Cristo.
08.1 Esta era la causa principal de su veneración por los
ministros de la palabra de Dios, porque ellos - mediante la
conversión de los pecadores - suscitan con piadosa solicitud la
descendencia a su hermano difunto, es decir, a Cristo, crucificado por
los mismos pecadores, y con solícita piedad gobiernan dicha
descendencia. Afirmaba que este oficio de misericordia es más
acepto al Padre de las misericordias que cualquier otro sacrificio,
sobre todo si se cumple con espíritu de perfecta caridad, de
suerte que este trabajo se realice más con el ejemplo que con la
palabra, más con plegarias bañadas de lágrimas que
con largos discursos.
08.2 Por eso decía que es lamentable, como falto de verdadera
piedad, el predicador que en su oficio no busca la salvación de
las almas, sino su propia alabanza, o que con su vida depravada
destruye lo que edifica con la verdad de su doctrina. Y
añadía que a tal predicador se debe preferir el hermano
sencillo y sin elocuencia, que con su buen ejemplo arrastra a los
demás a la práctica del bien. Aducía para ello las
palabras de la Escritura: La estéril dio a luz muchos hijos, y
las explicaba así: La estéril es el hermano pobrecillo
que en la Iglesia no tiene cargo de engendrar hijos; pero dará a
luz numerosos hijos en el día del juicio, pues los que ahora
convierte para Cristo con sus oraciones privadas, se los
imputará entonces el Juez para su gloria. En cambio, la que
tiene muchos hijos quedará baldía, es decir el predicador
vano y locuaz, que ahora se goza como de haber engendrado él
mismo muchos hijos, conocerá entonces que no tuvo arte ni parte
en su alumbramiento.
08.3 Como quiera que deseaba con entrañable piedad la
salvación de las almas y sentía por ellas un ardiente
celo, decía que se , llenaba de suavísima fragancia cual
si se le ungiera con un precioso ungüento cuando oía que
muchos se convertían al camino de la verdad gracias a la
odorífera fama de los santos hermanos diseminados por el mundo.
Al oír tales noticias, se embriagaba de alegría su
espíritu y colmaba de bendiciones dignísimas de toda
estimación a aquellos hermanos que con su palabra o ejemplo
inducían a los pecadores a amar a Cristo.
08.3 Por el contrario, todos aquellos que con sus malas obras
mancillaban la sagrada Religión, incurrían en la
gravísima sentencia de su maldición: De ti,
santísimo Señor - decía - , y de toda la corte
celestial, y de mí, pobrecillo, sean malditos los que con su mal
ejemplo confunden y destruyen lo que por los santos hermanos de esta
Orden edificaste y no cesas de edificar.
08.3 Tan grande era la tristeza que con frecuencia sentía al
comprobar el escándalo de la gente sencilla, que se creía
morir, de no ser confortado por la consolación de la divina
demencia. En cierta ocasión en que, turbado por los malos
ejemplos, rogaba con angustia al Padre misericordioso en favor de sus
hijos, recibió esta contestación del Señor: "Por
qué te turbas, pobre hombrecillo? ¿Por ventura te he
constituido pastor sobre mi Religión de modo que ignores que soy
yo su principal protector? Te he escogido a ti, hombre simple, para
esta obra, a fin de que todo lo que hiciere en ti, no se atribuya a
humana industria, sino a la gracia divina. Yo te llamé, te
guardaré y te alimentaré; y si algunos hermanos
apostataren, los sustituiré por otros, de suerte que, si no
hubiesen nacido todavía, los haré nacer; y por más
recios e fueran los ataques con que sea sacudida esta pobrecilla
Religión, permanecerá siempre en pie gracias a mi
protección".
08.4 Aborrecía - cual .si fuera mordedura de serpiente venenosa
- el vicio de la detracción, enemigo de la fuente de piedad y de
gracia, y afirmaba ser una peste atrocísima y abominable a Dios,
sumamente piadoso, por razón de que el detractor se alimenta con
la sangre de las almas, a las que mata con la espada de la lengua.
08.4 Al oír en cierta ocasión a un hermano que denigraba
la fama de otro, volviéndose a su vicario, le dijo:
"Levántate con toda presteza e investiga diligentemente el
asunto, y, si descubres que es inocente el hermano acusado, corrige
severamente al acusador y ponlo al descubierto delante de todos!" E
incluso pensaba a veces que quien privaba a su hermano del honor de la
fama, merecía ser despojado del hábito, y que no era
digno de elevar los ojos a Dios si antes no hacía lo posible
para devolver lo robado. "Tanto mayor es - decía - la impiedad
de los detractores que la de los ladrones, en cuanto que la ley de
Cristo, que se cumple con las obras de piedad, nos obliga a desear
más la salud de las almas que la de los cuerpos.
08.5 Admirable era la ternura de compasión con que
socorría a los que estaban afligidos de cualquier dolencia
corporal; y si en alguno veía una carencia o necesidad, llevado
de la dulzura de su piadoso corazón, lo refería a Cristo
mismo. Y en verdad poseía una natural demencia, que se duplicaba
con la piedad de Cristo, que se le había copiosamente infundido.
De ahí que su alma se derretía de compasión a
vista de los pobres y enfermos, y a quienes no podía echarles
una mano, les ofrecía su cordial afecto.
08.5 Sucedió una vez que uno de los hermanos respondió
con cierta dureza a un pobre que importunamente pedía limosna.
Al enterarse de ello el piadoso amigo de los pobres, mandó al
hermano que, despojado de su hábito, se postrara a los pies de
aquel pobre, confesase su culpa y le pidiese el perdón y el
sufragio de sus oraciones. Habiendo cumplido humildemente el hermano
dicha orden, añadió con dulzura el Padre: "Cuando veas a
un pobre, querido hermano, piensa que en él se te propone, como
en un espejo, la persona del Señor y de su Madre, pobre. Del
mismo modo, al ver a los enfermos, considera las dolencias que
él cargó sobre Si".
08.5 Y como este pobre muy cristiano veía en cada menesteroso la
imagen misma de Cristo, resultaba que, si alguna vez le daban cosas
necesarias para la vida, no sólo las entregaba generosamente a
los pobres que le salían al paso, sino que incluso juzgaba que
debían serles devueltas, como si fueran de su propiedad. Al
volver en cierta ocasión de la ciudad de Siena, llevando por
razón de enfermedad vestido sobre el hábito un corto
manto, se encontró con un pordiosero. Viendo con ojos compasivos
su miseria, dijo al compañero: "Es menester que le devolvamos a
este pobrecillo el manto, porque es suyo, pues lo hemos recibido
prestado hasta tanto no encontráramos otra persona más
pobre".
08.5 Pero el compañero, viendo la necesidad en que se encontraba
el piadoso Padre, se oponía tenazmente a que socorriera al
pobre, descuidándose de sí mismo. El Santo, empero, le
contestó: Creo que el gran Limosnero me imputaría como
verdadero robo si no entregara el manto que llevo a una persona
más necesitada que yo. Por esta causa, cuando le daban algo para
alivio de las necesidades de su cuerpo, solía pedir licencia a
los donantes para poder distribuirlo lícitamente, si es que se
le presentaba otro más necesitado que él. Y cuando se
trataba de hacer una obra de misericordia, no perdonaba nada: ni
mantos, ni túnicas, ni libros, ni siquiera ornamentos del altar,
hasta llegar a entregar todas estas cosas, en la medida de sus
posibilidades, a los pobres.
08.5 Muchas veces, al encontrarse en el camino con pobres abrumados con
pesadas cargas, arrimaba sus débiles hombros para aligerarles el
peso.
08.6 La piedad del Santo se llenaba de una mayor terneza cuando
consideraba el primer y común origen de todos los seres, y
llamaba a las criaturas todas - por más pequeñas que
fueran - con los nombres de hermano o hermana, pues sabía que
todas ellas tenían con el un mismo principio. Pero profesaba un
afecto más dulce y entrañable a aquellas criaturas que
por su semejanza natural reflejan la mansedumbre de Cristo y queda
constancia de ello en la Escritura. Muchas veces rescató
corderos que eran llevados al matadero, recordando al mansísimo
Cordero, que quiso ser conducido a la muerte para redimir a los
pecadores.
08.6 Hospedándose en cierta ocasión el siervo de Dios en
el monasterio de San Verecundo, del obispado de Gubbio, sucedió
que aquella misma noche una ovejita parió un corderillo.
Había allí una cerda ferocísima que, sin ninguna
compasión de la vida del inocente animalito, lo mató de
una salvaje dentellada. Enterado de ello el piadoso Padre, se
sintió estremecido por una extraordinaria conmiseración,
y, recordando al Cordero sin mancha, se lamentaba delante de todos por
la muerte del corderillo, exclamando: "¡Ay de mí, hermano
corderillo, animal inocente, que representas a Cristo entre los
hombres; maldita sea la impía que te mató; que
ningún hombre ni bestia se aproveche de su carne!" ¡Cosa
admirable! Al instante comenzó a enfermar la cerda
maléfica, y, después de haber pagado su acción con
penosos sufrimientos durante tres días, terminó por
sucumbir al filo de la muerte vengadora. Arrojada en la fosa del
monasterio, permaneció allí largo tiempo, sin que a
ningún hambriento sirviera de comida.
08.6 Considere, pues, la impiedad humana de qué forma
será al fin castigada, cuando con una muerte tan horrenda fue
sancionada la ferocidad de una bestia; reflexionen también los
fieles devotos con qué admirable virtud y copiosa dulzura estuvo
adornada la piedad del siervo de Dios, que mereció incluso que
los animales la reconocieran a su modo.
08.7 Mientras iba de camino, junto a la ciudad de Siena,
encontró pastando un gran rebaño de ovejas. Las
saludó afectuosamente como de costumbre, y todas, dejando el
pasto, corrieron hacia Francisco, y alzando sus cabezas, quedaron con
los ojos fijos en él. Lo rodearon con tal ruidoso agasajo, que
estaban admirados tanto los pastores como los hermanos al ver brincando
de regocijo en torno al Santo no sólo los corderillos, sino
hasta los mismos carneros.
08.7 En otra ocasión, en Santa María de la
Porciúncula ofrecieron al varón de Dios una oveja, que
aceptó muy complacido por su amor a la inocencia y sencillez,
que naturalmente representa la oveja. Exhortaba el piadoso varón
a la ovejita a que atendiera a alabanzas divinas y se abstuviera de
ocasionar la menor molestia a los hermanos. Y la oveja, como si se
diese cuenta de la piedad del varón de Dios, guardaba
puntualmente sus advertencias. Pues, cuando oía cantar a los
hermanos en el coro, también ella entraba en la iglesia y, sin
que nadie la hubiese amaestrado, doblaba sus rodillas y emitía
un suave balido ante el altar de la Virgen, Madre del Cordero, como si
tratara de saludarla. Más aún, cuando dentro de la misa
llegaba el momento de la elevación del sacratísimo cuerpo
de Cristo, se encorvaba doblando las rodillas, como si el reverente
animal reprendiese la irreverencia de los indevotos e invitase a los
devotos de Cristo a venerar el sacramento del altar.
08.7 Durante un tiempo, llevado de la devoción que sentía
por el mansísimo Cordero, tuvo consigo en Roma un corderillo,
que entregó, para que lo cuidara en su apartamento, a una noble
matrona: a la señora Jacoba de Settesoli. El cordero, como si
estuviera aleccionado por el Santo en las cosas espirituales, no se
apartaba de la compañía de la señora lo mismo
cuando iba a la iglesia que cuando permanecía en ella o
volvía a casa. Si sucedía que a la mañana tardaba
la señora en levantarse, incorporándose junto al lecho,
la empujaba con sus cuernecillos y la despertaba con sus balidos,
exhortándola con sus gestos y movimientos a darse prisa para ir
a la iglesia. Por lo cual, el cordero - discípulo de Francisco y
convertido ya en maestro de vida devota - era guardado por la dama con
admiración y afecto.
08.8 En otra ocasión le ofrecieron en Greccio un lebratillo
vivo, el cual, dejado en el suelo con posibilidad de ir a donde
quisiera, nada más sentir la llamada del piadoso Padre, dio un
brinco y corrió a refugiarse en su regazo. Y
acariciándolo tiernamente, se parecía a una madre
compasiva y amorosa. Le advirtió con dulces palabras que en lo
sucesivo no se dejara cazar y lo soltó para que se marchara
libremente. Pero, aunque repetidas veces fue puesto en tierra para que
escapara, siempre retornaba al regazo del Padre, como si por un secreto
instinto percibiera el amor bondadoso de su corazón. Al fin, por
orden del Padre, lo llevaron los hermanos a un lugar más seguro
y solitario.
08.8 De modo parecido, en la isla del lago de Perusa le ofrecieron al
varón de Dios un conejo que había sido cazado, el cual, a
pesar de que huía de todos, se refugió confiadamente en
las manos y en el regazo de Francisco. En otra ocasión en que se
dirigía presuroso por el lago de Rieti hacia el eremitorio de
Greccio, un pescador - llevado de su veneración al Santo - le
ofreció un ave acuática. La recibió con agrado, y,
abriendo las manos, la invitó a que se fuera. Pero, al no querer
marcharse la avecilla, el Santo permaneció largo rato en
oración con los ojos fijos en el cielo, y cuando volvió
en sí, como quien retorna de la lejanía después de
mucho tiempo, mandó dulce y repetidamente a la avecilla que se
alejase y continuase alabando al Señor. Recibió la
bendición y licencia del Santo, y, dando muestras de
alegría con los movimientos de su cuerpo, remontó el
vuelo.
08.8 En el mismo lago le ofrecieron, igualmente, un gran pez vivo, al
que, después de haberle llamado - como de costumbre - con el
nombre de hermano, puso en el agua junto a la barca. El pez jugueteaba
en el agua delante del varón de Dios; diríase que se
sentía atraído por su amor; no se apartaba un punto de la
barca, hasta tanto que con su bendición le dio licencia para
marcharse.
08.9 Viajaba otro día con un hermano por las lagunas de Venecia,
cuando se encontró con una gran bandada de aves que, subidas a
las enramadas, entonaban animados gorjeos. Al verlas dijo a su
compañero: Las hermanas aves alaban a su Creador.
Pongámonos en medio de ellas y cantemos también nosotros
al Señor, recitando sus alabanzas y las horas canónicas.
08.9 Y, adentrándose entre las avecillas, éstas no se
movieron de su sitio. Pero como, a causa de la algarabía que
armaban, no podían oírse uno a otro en la
recitación de las horas, el Santo varón se volvió
a ellas para decirles: Hermanas avecillas, cesad en vuestros cantos
mientras tributamos al Señor las debidas alabanzas.
Inmediatamente callaron las aves, permaneciendo en silencio hasta tanto
que, recitadas sosegadamente las horas y concluidas las alabanzas,
recibieron del santo de Dios licencia para cantar. Y así
reanudaron al instante sus acostumbrados trinos y gorjeos.
08.9 En Santa María de la Porciúncula se había
instalado una cigarra sobre una higuera cercana a la celda del
varón de Dios, y desde allí daba sus conciertos. El
siervo de Dios, que había aprendido a admirar, aun en las cosas
pequeñas, la magnificencia del Creador, se sentía movido
con aquel canto a alabar más frecuentemente al Señor. Un
día llamó Francisco a la cigarra, y ésta, como
amaestrada por el cielo, voló a sus manos. Al decirle: !Canta,
mi hermana cigarra, y alaba jubilosamente al Señor!, ella -
obediente - comenzó en seguida a cantar, y no cesó de
hacerlo hasta que, por mandato del Padre, remontó el vuelo hacia
su lugar propio. Permaneció allí durante ocho
días, cumpliendo diariamente la orden de venir a sus manos, de
cantar y volver a la higuera. Por fin, el varón de Dios dijo a
sus compañeros: Demos ya licencia a nuestra hermana cigarra para
que pueda alejarse. Bastante nos ha alegrado con su canto, y realmente
nos ha animado a alabar al Señor durante estos ocho días.
Y, puesta en libertad, se retiró al momento de allí y no
volvió a aparecer, como si temiera quebrantar en algo el mandato
del siervo de Dios.
08.10 Cuando el siervo de Dios se hallaba enfermo en Siena, un noble
señor le regaló un faisán vivo recientemente
capturado. Nada más oír y ver al Santo sintió por
él tan gran afición, que de ningún modo acertaba a
separarse de su compañía, pues repetidas veces lo
colocaron en una viña fuera de la pequeña morada de los
hermanos para que pudiera escapar si quería, pero siempre
volvía en rápido vuelo al lado del Padre, como si por
él hubiera sido domesticado durante toda su vida. Entregado
más tarde a un hombre que solía visitar al siervo de Dios
por la devoción que le profesaba, dicho faisán
rehusó tomar alimento alguno, como si le resultara molesto
hallarse alejado de la presencia del bondadoso Padre. Por fin tuvieron
que devolverlo al siervo de Dios, a quien tan pronto como le vio, entre
grandes muestras de alegría, comenzó a comer con toda
voracidad.
08.10 Cuando llegó al retiro del Alverna para celebrar la
cuaresma en honor del arcángel San Miguel, aves de diversa
especie aparecieron revoloteando en torno a su celdita, y con sus
armoniosos conciertos y gestos de regocijo, como quienes festejaban su
llegada, parecía que invitaban encarecidamente al piadoso Padre
a establecer allí su morada. Al ver esto, dijo a su
compañero: Creo, hermano, ser voluntad de Dios que permanezcamos
aquí por algún tiempo, pues parece que las hermanas
avecillas reciben un gran consuelo con nuestra presencia. Fijando,
pues, allí su morada, un halcón que habitaba en aquel
mismo lugar se le asoció con un extraordinario pacto de amistad.
En efecto, todas las noches, a la hora en que el Santo acostumbraba
levantarse para los divinos oficios, el halcón le despertaba con
sus cantos y sonidos.
08.10 Este gesto agradaba sumamente al siervo de Dios, ya que semejante
solicitud ejercida con él le hacía sacudir toda pereza y
desidia. Mas, cuando el siervo de Cristo se sentía más
enfermo de lo acostumbrado, el halcón se mostraba comprensivo, y
no le marcaba una hora tan temprana para levantarse, sino que al
amanecer - como si estuviera instruido por Dios - pulsaba suavemente la
campana de su voz. Ciertamente, parece que tanto la alegría
exultante de la variada multitud de aves como el canto del
halcón fueron un presagio divino de cómo el cantor y
adorador de Dios - elevado sobre las alas de la contemplación -
había de ser exaltado en aquel mismo monte mediante la
aparición de un serafín.
08.11 Mientras estaba morando una temporada en el eremitorio de
Greccio, los habitantes de aquel lugar se veían atormentados por
muchos males. Por una parte, manadas de lobos rapaces hacían
grandes estragos no sólo entre los animales, sino en los mismos
hombres; por otra, anualmente, las tempestades de granizo devastaban
los campos y viñedos.
08.11 Estando, pues, tan afligidos, el pregonero del santo Evangelio
les predicó en los siguientes términos: "Para honor y
alabanza de Dios omnipotente, os aseguro que desaparecerán todas
estas calamidades y que el Señor, vuelto a vosotros, os
multiplicará los bienes temporales si, dando crédito a
mis palabras, reconocéis vuestra lamentable situación y -
previa una sincera confesión de vuestros pecados - hacéis
dignos frutos de penitencia. Pero además os anuncio que si,
mostrándoos ingratos a los beneficios recibidos, volvéis
al vómito de vuestros pecados, se renovarán las pestes,
se duplicará el castigo y se descargará sobre vosotros
una ira mayor".
08.11 Siguiendo las amonestaciones del Santo, los moradores de Greccio
hicieron penitencia de sus pecados, y desde aquel día cesaron
las plagas, desaparecieron los peligros y ni los lobos ni el granizo
volvieron a causarles daño alguno. Es más, si alguna vez
el granizo llegaba a devastar los campos vecinos, al acercarse a los
términos de Greccio, se disipaba allí mismo la tempestad
o tomaba otra dirección. El granizo y los lobos guardaron el
pacto del siervo de Dios, y nunca intentaron contravenir las leyes de
la piedad ensañándose con los hombres, convertidos
también a la piedad, mientras éstos no violaron el
acuerdo actuando impíamente contra las piadosísimas leyes
de Dios.
08.11 Así, pues, debe ser objeto de piadosa admiración la
piedad de este bienaventurado varón, que estuvo revestida de tan
admirable dulzura y poder, que amansó a las bestias feroces,
domesticó a los animales salvajes, amaestró a los mansos
y sometió a su obediencia la naturaleza de los brutos, rebeldes
al hombre después de su caída en el pecado. Realmente, la
piedad - reconciliando entre sí a todas las criaturas - es
útil para todo, pues tiene una promesa para esta vida y para la
futura.
Capítulo IX.
Fervor de su caridad y ansias de martirio
09.1 ¿Quién será capaz de describir la ardiente
caridad en que se abrasaba Francisco, el amigo del Esposo? Todo
él parecía impregnado - como un carbón encendido -
de la llama del amor divino. Con sólo oír la
expresión "amor de Dios", al momento se sentía
estremecido, excitado, inflamado, cual si con el plectro del sonido
exterior hubiera sido pulsada la cuerda interior de su corazón.
Afirmaba ser una noble prodigalidad ofrecer tal censo de amor a cambio
de las limosnas y que son muy necios cuantos lo cotizan menos que el
dinero, puesto que el imponderable precio del amor de Dios basta para
adquirir el reino de los cielos y porque mucho ha de ser amado el amor
de Aquel que tanto nos amó.
09.1 Mas para que todas las criaturas le impulsaran al amor divino,
exultaba de gozo en cada una de las obras de las manos del Señor
y por el alegre espectáculo de la creación se elevaba
hasta la razón y causa vivificante de todos los seres. En las
cosas bellas contemplaba al que es sumamente hermoso y mediante las
huellas impresas en las criaturas buscaba por doquier a su Amado,
sirviéndose de todos los seres como de una escala para subir
hasta Aquel que es todo deseable. Impulsado por el afecto de su
extraordinaria devoción, degustaba la bondad originaria de Dios
en cada una de las criaturas, como en otros tantos arroyos derivados de
la misma bondad; y, como si percibiera un concierto celestial en la
armonía de las facultades y movimientos que Dios les ha
otorgado, las invitaba dulcemente - cual otro profeta David - a cantar
las alabanzas divinas.
09.2 Cristo Jesús crucificado moraba de continuo, como hacecillo
de mirra, en la mente y corazón de Francisco, y en El deseaba
transformarse totalmente por el incendio de su excesivo amor. Impulsado
por su singular devoción a Cristo, desde la fiesta de la
Epifanía se apartaba a lugares solitarios durante cuarenta
días continuos, en recuerdo del tiempo que Cristo estuvo
retirado en el desierto, y, encerrado en una celda, observaba la mayor
estrechez que le permitían sus fuerzas en el comer y beber,
entregándose sin interrupción al ayuno, a la
oración y a las alabanzas divinas.
09.2 Era tan ardiente el afecto que le arrebataba hacia Cristo y, por
otra parte, tan cariñoso el amor con que le correspondía
el Amado, que daba la impresión de que el siervo de Dios
sentía continuamente ante sus ojos la presencia del Salvador,
según lo reveló alguna vez en confianza a sus
compañeros más íntimos.
09.2 Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que
abrasaba todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al
contemplar tal condescendencia amorosa y un amor tan condescendiente.
Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que contagiaba su
fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero
inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu, arrebatado
en éxtasis.
09.3 Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor
Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al
Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia
mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en
la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de
todos sus hermanos, y ayunaba en su honor con suma devoción
desde la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta
de la Asunción.
09.3 Con vínculos de amor indisoluble se sentía unido a
los espíritus angélicos, que arden en un fuego
mirífico, con el que se elevan hasta Dios e inflaman las almas
de los elegidos. Por devoción a ellos ayunaba durante cuarenta
días a partir de la Asunción de la gloriosa Virgen,
entregándose a una ininterrumpida oración. Pero profesaba
un especial amor y devoción al bienaventurado Miguel
Arcángel, por ser el encargado de presentar las almas a Dios.
Impulsábale a ello el ferviente celo que sentía por la
salvación de cuantos han de salvarse.
09.3 Al recuerdo de todos los santos, como piedras de fuego, se
recalentaba en su corazón un incendio divino. Cultivaba una gran
devoción a todos los apóstoles, especialmente a Pedro y
Pablo, por la ardiente caridad con que amaron a Cristo; y en reverencia
y amor hacia los mismos dedicaba al Señor el ayuno de una
cuaresma especial.
09.3 El Pobrecillo no tenía para ofrecer con liberal generosidad
más que dos moneditas: su cuerpo y su alma. Y ambas las
tenía ofrecidas tan de continuo a Cristo, que se diría
que en todo momento inmolaba su cuerpo con el rigor del ayuno, y su
espíritu con ardorosos deseos, sacrificando en el atrio exterior
el holocausto y quemando en el interior de su templo el timiama.
09.4 Si, por una parte, su intensa devoción y ferviente caridad
lo elevaban hacia las realidades divinas, por otra, su afectuosa bondad
lo lanzaba a estrechar en dulce abrazo a todos los seres, hermanos
suyos por naturaleza y gracia. Pues si la ternura de su corazón
lo había hecho sentirse hermano de todas las criaturas, no es
nada extraño que la caridad de Cristo lo hermanase más
aún con aquellos que están marcados con la imagen del
Creador y redimidos con la sangre del Hacedor .
09.4 No se consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar a las
almas que por El han sido redimidas. Y afirmaba que nada debe
preferirse a la salvación de las almas, aduciendo como prueba
suprema el hecho de que el Unigénito de Dios se dignó
morir por ellas colgado en el leño de la cruz. De ahí su
esfuerzo en la oración, de ahí sus correrías
apostólicas y su celo por dar buen ejemplo. Por eso, cuando se
le reprendía por la demasiada austeridad que usaba consigo
mismo, respondía que había sido puesto como ejemplo para
los demás.
09.4 Y aunque su inocente carne, sometida ya espontáneamente al
espíritu, no necesitaba del flagelo de la penitencia para expiar
sus propios pecados, no obstante - para dar buen ejemplo - ,
volvía a imponerle cargas y castigos, recorriendo, por el bien
de los demás, los duros caminos de la mortificación. Pues
solía decir: Aunque hablara las lenguas de los ángeles y
de los hombres, si no tengo en mí caridad y no doy ejemplo de
virtud a mis prójimos, muy poco será lo que aproveche a
los otros, nada a mí mismo.
09.5 Enfervorizado en el incendio de la caridad, se esforzaba por
emular el glorioso triunfo de los santos mártires, en quienes
nadie ni nada pudo extinguir la llama del amor ni debilitar su
fortaleza en el sufrir. Inflamado, pues, en esa caridad perfecta que
arroja de sí todo temor, deseaba ofrecerse él mismo en
persona - mediante el fuego del martirio - como hostia viva al
Señor, para corresponder de este modo al amor de Cristo, muerto
por nosotros en la cruz, y para incitar a los demás al amor
divino. En efecto, ardiendo en deseos de martirio, al sexto año
de su conversión resolvió embarcarse a Siria a fin de
predicar la fe cristiana y la penitencia a los sarracenos y otros
infieles.
09.5 Así, pues, embarcó en una nave que se dirigía
a aquellas tierras; pero, a causa de los fuertes vientos contrarios, se
vio obligado a desembarcar en las costas de Eslavonia.
Permaneció allí algún tiempo, y, al no poder
encontrar una embarcación que se hiciera entonces a la mar, se
sintió defraudado en sus deseos y rogó a unos navegantes
que salían para Ancona que por amor de Dios lo llevasen a bordo.
Mas ellos se negaron rotundamente a su petición, alegando el
motivo de la escasez de víveres. Con todo, el varón de
Dios, confiando plenamente en la bondad divina, se metió a
ocultas con su compañero en el barco. En esto se presentó
un individuo, enviado por Dios - según se cree - en ayuda del
Pobrecillo, el cual llevaba consigo el necesario avituallamiento y,
llamando aparte a uno de los marineros, temeroso de Dios, le dijo:
"Guarda fielmente estos víveres para los pobres hermanos que
están escondidos en la nave y suminístraselos
amigablemente en tiempo de necesidad".
09.5 Y así sucedió que, a causa del fuerte temporal, no
pudieron durante muchos días los tripulantes arribar a
ningún puerto; y entre tanto se agotaron todos los alimentos,
quedando sólo la limosna concedida milagrosamente al pobre
Francisco, la cual, no obstante ser insignificante, por virtud divina
aumentó tan considerablemente, que, teniendo que permanecer
muchos días en el mar debido al continuo temporal, antes de
llegar al puerto de Ancona, bastó para proveer plenamente a las
necesidades de todos. Al ver entonces los tripulantes que por el siervo
de Dios se habían librado de tantos peligros de muerte, como que
habían sufrido los horribles riesgos del mar y visto las
maravillosas obras del Señor en medio del piélago, dieron
gracias a Dios omnipotente, que siempre se manifiesta admirable y digno
de amor en sus amigos y siervos.
09.6 Tan pronto como dejó el mar y puso pie en tierra,
comenzó a sembrar la semilla de la palabra de salvación,
recogiendo apretado manojo de frutos espirituales. Mas como le
atraía tanto la idea de la consecución del martirio, que
prefería una preciosa muerte por Cristo a todos los
méritos de las virtudes, emprendió viaje hacia Marruecos
con objeto de predicar el Evangelio de Cristo al Miramamolín y
su gente, y poder conseguir de algún modo la deseada palma del
martirio. Y era tan ardiente este deseo, que, a pesar de su debilidad
corporal, se adelantaba a su compañero de peregrinación,
y, como ebrio de espíritu, volaba presuroso a la
realización de su proyecto.
09.6 Pero cuando llegó a España, por designio de Dios,
que le reservaba para otras muy importantes empresas, le sobrevino una
gravísima enfermedad que le impidió llevar a cabo su
anhelo. Comprendiendo, pues, el hombre de Dios que su vida mortal era
aún necesaria para la prole que había engendrado, aunque
para sí reputaba la muerte como una ganancia, tornó de su
camino para ir a apacentar las ovejas encomendadas a su solicitud.
09.7 Pero como el ardor de su caridad lo apremiaba insistentemente a la
búsqueda del martirio, intentó aún por tercera vez
marchar a tierra de infieles para propagar, con la efusión de su
sangre, la fe en la Trinidad. Así es que el año
decimotercero de su conversión partió a Siria,
exponiéndose a muchos y continuos peligros en su intento de
llegar hasta la presencia del sultán de Babilonia.
09.7 Se entablaba entonces entre cristianos y sarracenos una guerra tan
implacable, que estando enfrentados ambos ejércitos en campos
contrarios no se podía pasar de una parte a otra sin exponerse a
peligro de muerte, pues el sultán había hecho promulgar
un severo edicto, en cuya virtud se recompensaba con un besante de oro
al que le presentara la cabeza de un cristiano.
09.7 Pero el intrépido caballero de Cristo Francisco, con la
esperanza de ver cumplido muy pronto su proyecto de martirio, se
decidió a emprender la marcha sin atemorizarse por la idea de la
muerte, antes bien estimulado por su deseo. Y así,
después de haber hecho oración y confortado por el
Señor, cantaba confiadamente con el profeta: Aunque camine en
medio de las sombras de la muerte, no temeré mal alguno, porque
tú estás conmigo.
09.8 Acompañado, pues, de un hermano llamado Iluminado - hombre
realmente iluminado y virtuoso - , se puso en camino, y de pronto le
salieron al encuentro dos ovejitas, a cuya vista, muy alborozado, dijo
el Santo al compañero: Confía, hermano, en el
Señor, porque se cumple en nosotros el dicho evangélico:
He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. y,
avanzando un poco más, se encontraron con los guardias
sarracenos, que se precipitaron sobre ellos como lobos sobre ovejas y
trataron con crueldad y desprecio a los siervos de Dios salvajemente
capturados, prefiriendo injurias contra ellos, afligiéndoles con
azotes y atándolos con cadenas. Finalmente, después de
haber sido maltratados y atormentados de mil formas,
disponiéndolo así la divina Providencia, los llevaron a
la presencia del sultán, según lo deseaba el varón
de Dios.
09.8 Entonces el jefe les preguntó quién los había
enviado, cuál era su objetivo, con qué credenciales
venían y cómo habían podido llegar hasta
allí; y el siervo de Cristo Francisco le respondió con
intrepidez que había sido enviado no por hombre alguno, sino por
el mismo Dios altísimo, para mostrar a él y a su pueblo
el camino de la salvación y anunciarles el Evangelio de la
verdad. Y predicó ante dicho sultán sobre Dios trino y
uno y sobre Jesucristo salvador de todos los hombres con tan gran
convicción, con tanta fortaleza de ánimo y con tal fervor
de espíritu, que claramente se veía cumplirse en
él aquello del Evangelio: Yo os daré palabras y
sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni contradecir
ningún adversario vuestro
09.8 De hecho, observando el sultán el admirable fervor y virtud
del hombre de Dios, lo escuchó con gusto y le invitó
insistentemente a permanecer consigo. Pero el siervo de Cristo,
inspirado de lo alto, le respondió: "Si os resolvéis a
convertiros a Cristo tú y tu pueblo, muy gustoso
permaneceré por su amor en vuestra compañía. Mas,
si dudas en abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe de Cristo,
manda encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con
tus sacerdotes, para que así conozcas cuál de las dos
creencias ha de ser tenida, sin duda, como más segura y santa".
09.8 Respondió el sultán: "No creo que entre mis
sacerdotes haya alguno que por defender su fe quiera exponerse a la
prueba del fuego, ni que esté dispuesto a sufrir cualquier otro
tormento". Había observado, en efecto, que uno de sus
sacerdotes, hombre íntegro y avanzado en edad, tan pronto como
oyó hablar del asunto, desapareció de su presencia.
Entonces, el Santo le hizo esta proposición: "Si en tu nombre y
en el de tu pueblo me quieres prometer que os convertiréis al
culto de Cristo si salgo ileso del fuego, entraré yo solo a la
hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis pecados; pero,
si me protege el poder divino, reconoceréis a Cristo, fuerza y
sabiduría de Dios, verdadero Dios y Señor, salvador de
todos los hombres".
09.8 El sultán respondió que no se atrevía a
aceptar dicha opción, porque temía una sublevación
del pueblo. Con todo, le ofreció muchos y valiosos regalos, que
el varón de Dios - ávido no de los tesoros terrenos, sino
de la salvación de las almas - rechazó cual si fueran
lodo. Viendo el sultán en este santo varón un
despreciador tan perfecto de los bienes de la tierra, se admiró
mucho de ello y se sintió atraído hacia él con
mayor devoción y afecto. Y, aunque no quiso, o quizás no
se atrevió a convertirse a la fe cristiana, sin embargo,
rogó devotamente al siervo de Cristo que se dignara aceptar
aquellos presentes y distribuirlos - por su salvación - entre
cristianos pobres o iglesias. Pero Francisco, que rehuía todo
peso de dinero y percatándose, por otra parte, que el
sultán no se fundaba en una verdadera piedad, rehusó en
absoluto condescender con su deseo.
09.9 Al ver que nada progresaba en la conversión de aquella
gente y sintiéndose defraudado en la realización de su
objetivo del martirio, avisado por inspiración de lo alto,
retornó a los países cristianos. Y resultó, de un
modo misericordioso y admirable a la vez - por disposición de la
demencia divina y mediante los méritos de las virtudes del Santo
- , que este amigo de Cristo buscara con todas sus fuerzas morir por El
y no lo consiguiera, para así lograr, por una parte, el
mérito del deseado martirio, y, por otra, quedar reservado para
un privilegio singular con el que sería distinguido más
adelante. De ahí que aquel fuego divino llameó con
más intensidad en su corazón para que después se
manifestase con mayor evidencia en su carne.
09.9 iOh dichoso varón, cuya carne no fue herida por el hierro
del tirano y, sin embargo, no quedó privada de la semejanza con
el Cordero degollado! ¡Oh varón - repetiré -
verdadera y perfectamente feliz, cuya alma, si bien no fue arrancada
por la espada del perseguidor, no perdió la palma del martirio!
Capítulo X.
Vida de oración y poder de sus plegarias
10.1 Como quiera que el siervo de Cristo Francisco se sentía en
su cuerpo como un peregrino alejado del Señor - si bien, por la
caridad de Cristo, se había ya totalmente insensibilizado a los
deseos terrenos - , para no verse privado de la consolación del
Amado, se esforzaba, orando sin intermisión, por mantener
siempre su e Espíritu unido a Dios.
10.1 Ciertamente, la oración era para este hombre contemplativo
un verdadero solaz, mientras, convertido ya en conciudadano de los
ángeles dentro de las mansiones celestiales, buscaba con
ardiente anhelo a su Amado, de quien solamente le separaba el muro de
la carne. Era también la oración para este hombre
dinámico un refugio, pues, desconfiando de sí mismo y
fiado de la bondad divina, en medio de toda su actividad descargaba en
el Señor - por el ejercicio continuo de la oración -
todos sus afanes.
10.1 Afirmaba rotundamente que el religioso debe desear, por encima de
todas las cosas, la gracia de la oración; y, convencido de que
sin la oración nadie puede progresar en el servicio divino,
exhortaba a los hermanos, con todos los medios posibles, a que se
dedicaran a su ejercicio. Y en cuanto a él se refiere, cabe
decir que ora caminase o estuviese sentado, lo mismo en casa que
afuera, ya trabajase o descansase, de tal modo estaba entregado a la
oración, que parecía consagrar a la misma no sólo
su corazón y su cuerpo, sino hasta toda su actividad y todo su
tiempo.
10.2 No dejaba pasar por alto - llevado de la negligencia - ninguna
visita del Espíritu. En efecto, cuando recibía una tal
visita, prestábale gran atención, y en tanto que el
Señor se la concedía, saboreaba la dulcedumbre ofrecida.
Por eso, cuando, estando en camino, sentía algún soplo
del Espíritu divino, se detenía al punto dejando pasar
adelante a sus compañeros, y así se reconcentraba para
convertir en fruición la nueva inspiración; en verdad, no
recibía en vano la gracia de Dios. Sumergíase muchas
veces en el éxtasis de la contemplación de tal modo, que,
arrebatado fuera de sí y percibiendo algo más allá
de los sentidos humanos, no se daba cuenta de lo que acontecía
al exterior en torno suyo. Así sucedió una vez en Borgo
San Sepolcro, un castro muy poblado. Al atraversarlo sentado en un
jumentillo, a causa de la debilidad del cuerpo, se encontró con
una muchedumbre, que, llevada de la devoción, se abalanzó
sobre él.
10.2 Detenido por la turba, que le empujaba y asediaba de mil maneras,
parecía insensible a todo, y como si su cuerpo estuviera muerto
a todo lo que sucedía a su lado, no se dio cuenta absolutamente
de nada. Por eso, después de haber dejado muy atrás el
poblado y la gente, al llegar a una casa de leprosos, el contemplativo
de las cosas celestiales - como volviendo de otro mundo -
preguntó con interés cuánto faltaba para llegar a
Borgo. Y es que su espíritu, anclado en los esplendores del
cielo, no había reparado en la variedad de lugares y tiempos, ni
en las personas que habían salido a su encuentro. Y que esto le
sucedió con alguna frecuencia, lo sabemos por varios testimonios
de sus compañeros.
10.3 Y como había aprendido en la oración que el
Espíritu Santo hace sentir tanto más íntimamente
su dulce presencia a los que oran cuanto más alejados los ve del
mundanal ruido, por eso buscaba lugares apartados y se dirigía a
la soledad o a las iglesias abandonadas para dedicarse de noche a la
oración. Allí sostenía frecuentes y horribles
luchas con los demonios, que, atacándole sensiblemente, se
esforzaban por perturbarlo en el ejercicio de la oración. El
empero, defendido con las armas del cielo, cuanto más duramente
le asaltaban los enemigos, tanto más fuerte se hacía en
la virtud y más fervoroso en la oración diciendo
confiadamente a Cristo: A la sombra de tus alas escóndeme de los
malvados que me asaltan.
10.3 Después se dirigía a los demonios y les
decía: "Espíritus malignos y falsos, haced en mí
todo lo que podáis! Bien sé que no podéis hacer
más de lo que os permita la mano del Señor. Por mi parte,
estoy dispuesto a sufrir con sumo gusto todo lo que El os asigne
infligirme". No pudiendo soportar los arrogantes demonios tal
constancia de ánimo, se retiraban llenos de confusión.
10.4 Y, cuando el varón de Dios quedaba solo y sosegado, llenaba
de gemidos los bosques, bañaba la tierra de lágrimas, se
golpeaba con la mano el pecho, y, como quien ha encontrado un santuario
íntimo, conversaba con su Señor. Allí
respondía al Juez, allí suplicaba al Padre, allí
hablaba con el Amigo, allí también fue oído
algunas veces por sus hermanos que con piadosa curiosidad lo observaban
interpelar con grandes gemidos a la divina demencia en favor de los
pecadores, y llorar en alta voz la pasión del Señor como
si la estuviera presenciando con sus propios ojos.
10.4 Allí lo vieron orar de noche, con los brazos extendidos en
forma de cruz, mientras todo su cuerpo se elevaba sobre la tierra y
quedaba envuelto en una nubecilla luminosa, como si el admirable
resplandor que rodeaba su cuerpo fuera una prueba de la maravillosa luz
de que estaba iluminada su alma. Allí también -
según está comprobado por indicios ciertos - se le
descubrían misteriosos secretos de la divina sabiduría,
que no los hacía públicos sino en el grado que le
urgía la caridad de Cristo o se lo exigía el bien del
prójimo. Solía decir a este propósito: Sucede que
por una ligera satisfacción llega a perderse un don inapreciable
y se provoca a Aquel que lo dio a no concederlo en adelante con tanta
facilidad.
10.4 Cuando volvía de su oración privada - en la que
venía a quedar como transformado en otro hombre - , tenía
sumo cuidado en adaptarse a los demás, no fuese que las
exteriorizaciones le granjeasen el aplauso humano, y quedara por ello
desprovisto del premio en su interior. Si en público le
sorprendía de improviso la visita del Señor, siempre
encontraba algún medio para evadir la atención de los
presentes de forma que no apareciesen al exterior sus familiares
encuentros con el Esposo. Cuando oraba en compañía de sus
hermanos, trataba de evitar por completo los ruidos de toses’, los
gemidos, los fuertes suspiros y otros gestos exteriores; y esto lo
hacía tanto por su amor al secreto como porque, adentrado
profundamente en su interior, estaba todo él transportado en
Dios.
10.4 Muchas veces dijo a sus compañeros más
íntimos: Cuando el siervo de Dios recibe durante la
oración una visita de lo alto, debe decir: "Señor,
pecador e indigno como soy, me has enviado del cielo este consuelo; yo
lo encomiendo a tu custodia, porque me reconozco ladrón de tu
tesoro". Y cuando vuelve de la oración debe mostrarse de tal
modo pobrecillo y pecador cual si no hubiera conseguido ninguna nueva
gracia".
10.5 Sucedió una vez que, mientras oraba el varón de Dios
en la Porciúncula, vino a visitarle - como de costumbre - el
obispo de Asís. Apenas entró en el lugar, se
acercó con más confianza que la debida a la celda en que
oraba el siervo de Cristo; llamó a la puerta y fue a pasar
adelante. Nada más introducir la cabeza y ver al Santo en
oración, de repente quedó sobrecogido de espanto, se le
paralizaron los miembros y hasta perdió el habla; y
súbitamente, por designio divino, fue expulsado con violencia
hacia afuera, viéndose obligado a retroceder y alejarse de
allí. Estupefacto el obispo, se apresuró, tan pronto como
pudo, a presentarse a los hermanos; y, al devolverle Dios el habla, sus
primeras palabras fueron para confesar la culpa.
10.5 Sucedió en cierta ocasión que el abad del monasterio
de San Justino, del obispado de Perusa, se encontró con el
siervo de Cristo. Apenas lo vio, el devoto abad se apeó
rápidamente del caballo para rendir reverencia al varón
de Dios y conversar con él de cosas referentes a la
salvación de su alma. Al término del dulce coloquio, a la
hora de despedirse, el abad le pidió humildemente que rogara por
él. El hombre amado de Dios le respondió: Lo haré
de buen grado.
10.5 Cuando se hubo alejado un poco el abad, el fiel Francisco dijo a
su compañero: Aguarda un momento, hermano, que quiero cumplir lo
prometido. Y, mientras oraba el Santo, súbitamente sintió
el abad en su espíritu un calor tan inusitado y una tal dulzura
no experimentada hasta entonces, que, arrebatado en éxtasis,
quedó totalmente absorto en Dios. Permaneció, así
un breve espacio de tiempo, y - vuelto en sí - reconoció
la eficacia de la oración de San Francisco. Por eso en adelante
profesó una simpatía mayor a la Orden y contó a
muchos este hecho que consideraba milagroso.
10.6 Solía el Santo rendir a Dios el tributo de las horas
canónicas con no menor reverencia que devoción. Pues,
aunque estaba enfermo de los ojos, del estómago, del bazo y del
hígado, con todo, no quería - mientras salmodiaba -
apoyarse en el muro o en la pared, sino que recitaba siempre las horas
de pie y sin cubrir la cabeza con la capucha, con la mirada recogida y
sin ninguna interrupción.
10.6 Si alguna vez iba de camino, se detenía a la hora de rezar
el oficio, y no omitía esta respetuosa y santa costumbre ni
siquiera cuando le alcanzaba una lluvia torrencial. Solía decir
en efecto: Si el cuerpo toma tranquilamente su alimento, con el que se
ha de convertir algún día en pasto de gusanos,
¿con cuánta mayor paz y sosiego debe recibir el alma su
alimento de vida?
10.6 Creía faltar gravemente si, entregado a la oración,
se dejaba distraer interiormente por vanas imaginaciones. Cuando algo
de esto le sucedía, no quedaba tranquilo hasta confesar su culpa
y expiarla con una adecuada penitencia. Y de tal modo llevó a la
práctica esta costumbre, que rarísimamente fue molestado
por tales moscas de vanas imaginaciones.
10.6 Durante una cuaresma, en su afán de aprovechar hasta los
últimos segundos de tiempo, hizo un pequeño vaso. Y
sucedió que al rezo de tercia le vino a la cabeza su recuerdo,
distrayéndolo un poco. Movido por el fervor del espíritu,
arrojó al fuego dicho vaso, diciendo: Lo sacrificaré al
Señor, puesto que ha sido un obstáculo para rendirle el
debido sacrificio. Recitaba los salmos con tal atención de mente
y de espíritu cual si tuviese a Dios presente ante sus ojos; y
cuando en ellos venía el nombre del Señor, parecía
relamerse los labios por la suave dulzura que experimentaba.
10.6 Queriendo, asimismo, honrar con singular reverencia el nombre del
Señor, no sólo cuando era recordado en la mente, sino
también cuando era pronunciado o aparecía escrito,
recomendó alguna vez a sus hermanos recoger, doquiera
encontraren, todo papel escrito y colocarlo en lugar decente, no se
diera el caso de conculcarse el sagrado nombre de Dios que tal vez
estuviera allí escrito. Cuando pronunciaba u oía
pronunciar el nombre de Jesús, se llenaba en su interior de un
gozo inefable, y en su exterior aparecía todo conmocionado, cual
si su paladar saborease manjares exquisitos o su oído percibiera
sonidos armoniosos.
10.7 Tres años antes de su muerte se dispuso a celebrar en el
castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del
nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la
devoción de los fieles. Mas para que dicha celebración no
pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes
licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo
preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al
lugar un buey y un asno.
10.7 Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de
voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces
y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en
esplendorosa y solemne. El varón de Dios estaba lleno de piedad
ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el
corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la
misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo
evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre
el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo - transido de
ternura y amor - , lo llama Niño de Bethleem.
10.7 Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la
verdad: el Señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo
había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón
de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero
haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente
hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre
Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.
10.7 Dicha visión del devoto caballero es digna de
crédito no solo por la santidad del testigo, sino también
porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros
que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las
gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en
la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se
convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en
revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el
Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y
admirables prodigios, demostraba la eficacia de su santa oración.
Capítulo XI.
Inteligencia de las Escrituras y espíritu de profecía
11.1 Incesante ejercicio de la oración, unido a la continua
práctica de la virtud, había conducido al varón de
Dios a tal limpidez y serenidad de mente, que a pesar de no haber
adquirido, por adoctrinamiento humano, conocimiento de las sagradas
letras, iluminado con los resplandores de la luz eterna, llegaba a
sondear, con admirable agudeza de entendimiento, las profundidades de
las Escrituras. Efectivamente, su ingenio, limpio de toda mancha,
penetraba los más ocultos misterios, y allí donde no
alcanza la ciencia de los maestros, se adentraba el afecto del amante.
11.1 Leía algunas veces los libros sagrados, y lo que una vez se
había depositado en su alma, se grababa tenazmente en su
memoria; no en vano percibía con atento oído de su mente
lo que después rumiaba sin cesar con devoción y afecto.
Preguntáronle en cierta ocasión los hermanos si
sería de su agrado que los letrados admitidos ya en la Orden se
aplicasen al estudio de la Sagrada Escritura, y Francisco
respondió: "Sí, me place, pero a condición de que,
a ejemplo de Cristo, de quien se dice que se dedicó más a
la oración que a la lectura, no descuiden el ejercicio de la
oración, ni se entreguen al estudio sólo para saber
cómo han de hablar, sino, más bien, para practicar lo que
han escuchado, y, practicándolo, lo propongan a los demás
para que lo pongan por obra. Quiero - añadió - que mis
hermanos sean discípulos evangélicos y de tal modo
progresen en el conocimiento de la verdad, que crezcan en pura
simplicidad, sin separar la sencillez colombina de la prudencia de la
serpiente, virtudes que el soberano Maestro conjuntó en la
enseñanza de sus benditos labios".
11.2 Preguntado en la ciudad de Siena por un religioso, doctor en
sagrada teología, acerca de algunas cuestiones muy
difíciles de entender, le puso al descubierto con tanta claridad
los misterios de la divina sabiduría, que se llenó de
asombro aquel hombre sabio. Por eso exclamó todo admirado: En
verdad, la teología de este santo Padre, elevada a lo alto, como
sobre alas, por su pureza y contemplación, se parece a un
águila que se remonta a los cielos, mientras nuestra ciencia se
arrastra por el suelo. Aunque no era un experto en hablar, sin embargo,
dotado del don de la ciencia, resolvía cuestiones dudosas y
hacía luz en los puntos oscuros. Nada extraño que el
Santo recibiera de Dios la inteligencia de las Escrituras, ya que por
la perfecta imitación de Cristo llevaba impresa en sus obras la
verdad de las mismas, y por la plenitud de la unción del
Espíritu Santo poseía dentro de su corazón al
Maestro de las sagradas letras.
11.3 Brilló también en Francisco el espíritu de
profecía en tal grado, que preveía las cosas futuras y
descubría los secretos de los corazones; veía, asimismo,
las cosas ausentes como si estuvieran presentes y se aparecía
maravillosamente a los que estaban lejos. En ocasión en que el
ejército cristiano sitiaba la ciudad de Damieta, se encontraba
allí el varón de Dios, protegido no con el poder de las
armas, sino con la coraza de la fe. Al escuchar el día mismo de
la batalla que los cristianos se preparaban a la lucha, el siervo de
Cristo se afligió muy profundamente y dijo a su
compañero: "El Señor me ha revelado que, si se enfrentan
los dos ejércitos, el resultado será desfavorable para
los cristianos; pero, si les digo esto, me tomarán por
mentecato, y, si me callo, no podré evitar los remordimientos de
conciencia. ¿Qué opinas tú sobre el particular?"
11.3 Le respondió su compañero: Hermano, no te importe ni
mucho ni poco el juicio de los hombres, pues no es ahora cuando
comienzas a ser considerado como loco. Descarga tu conciencia y teme
más a Dios que a los hombres. Al oír tal
contestación, se marcha en seguida el heraldo del Evangelio,
exhorta con saludables consejos a los cristianos, les disuade a
presentar batalla y les predice la derrota. Mas los soldados tomaron la
verdad como si fuera un cuento, endurecieron su corazón y no
quisieron retroceder de sus planes.
11.3 Avanzan, chocan las armas, se entabla la batalla, y todo el
ejército cristiano se bate en retirada, obteniendo como
resultado no el triunfo, sino una vergonzosa derrota. Con este
lamentable desastre quedó diezmado el ejército cristiano,
de modo que el número de muertos y cautivos ascendió a
cerca de seis mil. Así se puso de manifiesto que no debía
haberse despreciado la sabiduría del pobre, porque el alma del
justo anuncia, a veces, la verdad mejor que siete vigías puestos
en atalaya para vigilar.
11.4 En otra ocasión, después de haber regresado de su
viaje a ultramar, llegó a Celano a predicar; y allí un
devoto caballero le invitó insistentemente a quedarse a comer
con él. Vino, pues, a su casa, y toda la familia se llenó
de gozo a la llegada de los pobres huéspedes. Pero, antes de
ponerse a comer, el devoto varón - siguiendo su costumbre - se
detuvo un poco con los ojos elevados al cielo, dirigiendo a Dios
súplicas y alabanzas. Al concluir la oración llamó
aparte en confianza al bondadoso señor que lo había
hospedado y le habló así: "Mira, hermano huésped;
vencido por tus súplicas, he entrado en tu casa para comer.
Ahora, pues, escucha y sigue con presteza mis consejos, porque no es
aquí, sino en otro lugar, donde vas a comer hoy. Confiesa en
seguida tus pecados con espíritu de sincero arrepentimiento y
que en tu conciencia no quede nada que haya de manifestarse en una
buena confesión. Hoy mismo te recompensará el
Señor la obra de haber acogido con tanta devoción a sus
pobres".
11.4 Aquel señor puso inmediatamente en práctica los
consejos del Santo: hizo con el compañero de éste una
sincera confesión de todos sus pecados, puso en orden todas sus
cosas y se preparó - como mejor pudo - a recibir la muerte.
Finalmente, se sentaron todos a la mesa. Apenas habían comenzado
los otros a comer, cuando el dueño de la casa, con una muerte
repentina, exhaló su espíritu, según le
había anunciado el varón de Dios.
11.4 Así, la misericordiosa hospitalidad obtuvo su premio
merecido, verificándose la palabra de la Verdad: Quien recibe a
un profeta tendrá paga de profeta. En efecto, merced al anuncio
profético del Santo, aquel piadoso caballero se previno contra
una muerte imprevista, y, defendido con las armas de la penitencia,
pudo evitar la condenación eterna y entrar en las eternas
moradas.
11.5 Cuando el siervo de Dios yacía enfermo en Rieti, le
llevaron en una camilla - víctima de grave enfermedad - a un
prebendado de nombre Gedeón, hombre lascivo y mundano. Con
lágrimas en los ojos rogaba a Francisco, a una con los
presentes, que trazase sobre él la señal de la cruz. Le
repuso el Santo: "Cómo quieres que te bendiga con la
señal de la cruz después que has vivido en el pasado
según los antojos de tu carne, sin temer los juicios de Dios? No
obstante, en atención a las devotas súplicas de los
presentes, haré sobre ti la señal de la cruz en nombre
del Señor. Mas tenlo presente: si una vez curado vuelves de
nuevo al vómito del pecado, sufrirás desgracias mayores,
pues por el pecado de la ingratitud se infligen siempre castigos
más grave que los precedentes".
11.5 Hecha, pues, la señal de la cruz sobre el enfermo,
éste, que había estado postrado con los miembros
agarrotados, se levantó al instante del todo sano, y,
prorrumpiendo en alabanzas a Dios, exclamó: "Ya estoy libre de
mi enfermedad!" Crujieron entonces los huesos de la cintura - ruido que
oyeron todos - con un chasquido semejante al que se produce cuando con
la mano se parte leña seca.
11.5 Mas poco tiempo después, olvidándose de Dios,
volvió a entregarse a la vida licenciosa. Y he aquí que
cierta tarde en que había cenado en casa de un canónigo y
quedado aquella noche allí a dormir, de pronto se
derrumbó la techumbre del edificio sobre los que estaban en la
misma casa. Pero mientras los demás se escaparon de la muerte,
sólo el miserable murió sepultado entre las ruinas. Por
justo juicio de Dios, el final de aquel hombre vino a ser peor que el
principio a causa del vicio de la ingratitud y del desprecio de Dios.
Porque es necesario ser agradecido por el perdón recibido y
doblemente se desagrada a Dios con el pecado reiterado.
11.6 En otra ocasión, una noble y piadosa señora se
llegó al Santo para exponerle el dolor que la afligía y
pedirle remedio. Su marido era un hombre de extremada crueldad, que le
ponía obstáculos en el servicio de Cristo. Por eso
pedía dicha mujer al Santo que hiciera oración por
él, a fin de que el Señor, en su demencia, se dignase
ablandar su corazón. Después que la escuchó, le
respondió el Santo: "Vete en paz, que, sin duda alguna,
recibirás muy pronto un gran consuelo de tu marido". Y
añadió: "Dile de parte de Dios y de parte mía que
ahora es tiempo de misericordia y que luego será el de la
justicia".
11.6 Recibida la bendición, la mujer vuelve a su casa, encuentra
a su marido y le comunica las palabras del Santo. De pronto
descendió sobre aquel hombre el Espíritu Santo, y,
convertido de su condición antigua en un hombre nuevo, el mismo
Espíritu le mueve a contestar así con toda dulzura a su
mujer: "Señora, sirvamos a Dios y salvemos nuestras almas". En
efecto, por insinuación de la santa mujer, vivieron durante
muchos años en perfecta continencia y al fin ambos entregaron en
el mismo día sus almas al Señor.
11.6 Maravilloso, en verdad, el poder del espíritu
profético de este varón de Dios, que restituía el
vigor a los miembros a punto de secarse e imprimía sentimientos
de ternura en los corazones endurecidos. Pero no fue menos estupenda la
clarividencia de su espíritu, en cuya virtud no sólo
conocía de antemano acontecimientos futuros, sino que
también escrutaba los secretos de las conciencias, como si, a
imitación de Eliseo, hubiera heredado las dos partes del
espíritu del profeta Elías.
11.7 Hallándose Francisco en Siena, predijo a un señor,
amigo suyo, algunas cosas que habían de sucederle al fin de su
vida. Y habiéndose enterado de ello aquel hombre docto, - de
quien antes hemos hecho mención diciendo que alguna vez
conversó con el santo Padre sobre cuestiones de la Sagrada
Escritura - , preguntó al Santo, para salir de dudas, si
realmente él había anunciado aquellas cosas que
conocía por referencias de dicho hombre. Y Francisco no
sólo le confirmó la verdad de lo que había
escuchado, sino que además al curioso investigador de hechos
ajenos le predijo el día de su propia muerte. Y para cerciorarle
mejor de lo que le anunciaba, le reveló un secreto
escrúpulo de conciencia que aquel doctor no había
manifestado a ningún viviente; le resolvió
maravillosamente sus dudas, dejándole del todo tranquilo con sus
saludables consejos. En confirmación de lo dicho, aquel
religioso acabó sus días tal como se lo había
profetizado el siervo de Cristo.
11.8 En aquel mismo tiempo en que Francisco volvía de ultramar
acompañado por el hermano Leonardo de Asís,
sucedió que - por estar fatigado y rendido de cansancio - hubo
de montar durante un breve espacio de tiempo sobre un asnillo. Le
seguía su compañero, muy cansado también, que,
sintiendo el peso de la humana flaqueza, comenzó a decir entre
sí: "No eran de la misma condición social los padres de
éste y los míos; y he aquí que él va
montado, mientras yo camino a pie guiando su asno".
11.8 Iba rumiando tales pensamientos, cuando de pronto se apeó
el Santo y le dijo: "No es justo, hermano, que yo cabalgue y que tu
vayas a pie, porque en el siglo fuiste mucho más noble y
poderoso que yo. Lleno de estupor y vergüenza al verse descubierto
en su conciencia, el hermano se arrojó al instante a los pies
del Santo y, todo bañado en lágrimas, le manifestó
sinceramente sus pensamientos y le pidió perdón.
11.9 Había un hermano, devoto de Dios y del siervo de Cristo,
que frecuentemente daba vueltas a este pensamiento: que podría
considerarse digno de la gracia divina todo aquel a quien el Santo le
distinguiese con una especial amistad, y que, por el como excluido por
Dios del número de los elegidos aquel a quien el Santo mirase
como a un extraño. Atormentado muchas veces con tales
pensamientos, ardía en deseos de gozar de la familiaridad del
varón de Dios. A nadie había revelado su secreto; pero un
día el bondadoso Padre, llamándolo dulcemente junto a
sí, le habló de esta manera: Hijo mío, no te dejes
turbar por ningún pensamiento; te aseguro que eres uno de entre
mis predilectos y que muy gustoso te brindo el favor de mi intimidad y
afecto.
11.9 Maravillado el hermano por esta revelación, se hizo
todavía más devoto del Santo, y no sólo
creció en el afecto de éste, sino que, por una gracia
singular del Espíritu Santo, fue también enriquecido con
mayores dones. En otra ocasión en que Francisco moraba en el
monte Alverna recluido en su celda, uno de sus compañeros
sintió deseos de poseer algún escrito del Santo con
palabras del Señor y breves anotaciones de su propia mano.
11.9 Creía que de este modo se vería libre de una grave
tentación - no de la carne, sino del espíritu - que lo
atormentaba, o que al menos le sería más fácil
superarla Ardiendo en tales deseos, vivía interiormente
angustiado, por que, vencido por la vergüenza, no se
atrevía a manifestar su problema al venerable Padre. Pero lo que
el hombre no le descubrió, se lo reveló el
Espíritu. Mandó a dicho hermano le trajera tinta y papel
y - conforme a su deseo- escribió de su propia mano las
alabanzas del Señor, añadiendo al fin su
bendición, y le dijo: "Toma para ti este escrito y
guárdalo con cuidado hasta el día de tu muerte".
11.9 Se hizo el hermano con aquel don tan deseado, y al punto
desapareció por completo su tentación. Todavía se
conserva este escrito, y, a causa de los estupendos prodigios que
posteriormente realizó, permanece como testimonio de las
virtudes de Francisco.
11.10 Había un hermano que, según las apariencias
externas, era de una santidad relevante y de intachable conducta, pero
muy dado a singularidades. Entregado continuamente a la oración,
observaba tal estricto silencio, que incluso acostumbraba confesarse no
de palabra, sino con señas.
11.10 Acertó a pasar por aquel lugar el santo Padre. Vio a este
hermano y habló sobre él a la fraternidad. Todos
ponderaban con grandes elogios la virtud de dicho hermano, mas el
hombre de Dios les dijo: "Dejad, hermanos, de alabarme lo que en este
hermano no es más que una ficción diabólica. Pues
sabed que todo es tentación diabólica y fraude
engañoso". Muy dura les pareció a los hermanos esta
apreciación, creyendo imposible que en tantos indicios de
perfección se escondiera el menor atisbo de hipocresía.
Pero, al cabo de no muchos días, dicho hermano salió de
la Religión, y así se puso de manifiesto con
cuánta penetración interior descubrió el
varón de Dios los secretos de su corazón.
11.10 Del mismo modo, anunciando de antemano con toda certeza la ruina
de muchos que al parecer estaban firmes en la virtud, así como
la conversión a Cristo de numerosos pecadores, parecía
que contemplaba de cerca el espejo de la luz eterna, con cuyo
resplandor admirable su mirada interna veía las cosas
corporalmente ausentes como si le estuviesen presentes.
11.11 En cierta ocasión, su vicario celebraba capítulo,
mientras él permanecía en oración retirado en la
celda, haciendo de intermediario entre los hermanos y Dios.
Resultó que uno de éstos - aduciendo especiosas razones
en propia defensa - se negaba a someterse a la disciplina. Viendo en
espíritu el Santo esta actitud, llamó a uno de sus
hermanos y le dijo: "He visto al diablo sobre la espalda de ese hermano
desobediente, teniéndole apretado por el cuello. Dicho hermano,
sometido a las órdenes de tal jinete, se deja guiar por las
bridas de sus sugestiones, una vez que ha despreciado el freno de la
obediencia. He rogado a Dios por él, y el diablo ha huido en
seguida totalmente confuso. Anda, pues, y dile al hermano que sin
dilación someta su cerviz al yugo de la santa obediencia".
11.11 Tan pronto como el hermano recibió por intermediario esta
amonestación de Francisco, convirtiéndose inmediatamente
a Dios, se arrojó con humildad a los pies del vicario.
11.12 Sucedió también en otra ocasión que dos
hermanos llegaron de lejanas tierras al eremitorio de Greccio con el
fin de ver al varón de Dios y recibir su bendición, tan
deseada desde hacía tiempo. Al llegar no encontraron al Santo,
porque se había ya retirado del público a la celda, por
lo que marchaban desconsolados. Mas he aquí que al irse, sin que
el Santo pudiera tener por medio humano conocimiento de su llegada ni
de su partida, salió - contra su costumbre - de la celda, los
llamó y, tal como lo deseaban, los bendijo en el nombre de
Cristo, haciendo sobre ellos la señal de la cruz.
11.13 Una vez vinieron dos hermanos de la Tierra de Labor. El
más antiguo de ellos había dado durante el viaje algunos
escándalos al más joven. Al presentarse al Padre,
éste le preguntó al más joven cómo se
había comportado con él su compañero a lo largo
del camino. Respondió el hermano: "¡Muy bien por cierto!"
A lo que el Santo le contestó: "¡Cuida, hermano, de no
mentir so capa de humildad! Sí, lo sé todo. Espera un
poco y lo verás».
11.13 Quedó muy sorprendido el hermano al comprobar cómo
el Santo conocía en espíritu hechos tan distantes. Pocos
días después, el hermano causante de los
escándalos, despreciando la Religión, se salía de
ella, sin pedir perdón al Padre ni aceptar la debida
corrección y penitencia. Dos cosas se hicieron patentes a un
mismo tiempo en la ruina de este hermano: la equidad de la justicia
divina y la perspicacia del espíritu de profecía del
Santo.
11.14 Que Francisco - por intervención del poder de Dios - se
hizo presente a los ausentes, queda fuera de duda por lo que más
arriba se ha dicho. Basta para ello recordar cómo, estando
ausente, se apareció transfigurado a sus hermanos en un carro de
fuego y de qué modo se presentó en el capítulo de
Arlés con los brazos en forma de cruz.
11.4 Se ha de creer que todo esto sucedió por disposición
divina para que, mediante las maravillosas apariciones de presencia
corporal, se viera con claridad meridiana cuán presente y
abierto estaba su espíritu a la luz de la sabiduría
eterna, que es más móvil que cualquier movimiento y, en
virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; y, entrando en las
almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y
profetas. El soberano Maestro, en efecto, suele descubrir sus misterios
a los sencillos y pequeñuelos, como primeramente se vio en
David, eximio entre los profetas; después, en Pedro, el
príncipe de los apóstoles, y, finalmente, en Francisco,
el pobrecillo de Cristo. Todos ellos eran sencillos e iletrados, pero
llegaron a ser ilustres con una erudición infundida por el
Espíritu Santo: el primero, como pastor, para apacentar el
rebaño de la sinagoga sacada de Egipto; el segundo, como
pescador, para llenar la red de la Iglesia con multiforme variedad de
creyentes, y el tercero, como negociante, para comprar la margarita de
la vida evangélica, vendiendo y distribuyendo todas las cosas
por Cristo.
Capítulo XII.
Eficacia de su predicación y don de curaciones
12.1 Francisco, fiel siervo y ministro de Cristo, en su anhelo de
hacerlo todo con fidelidad y perfección, se esforzaba en
ejercitarse muy especialmente en aquellas virtudes que, al dictado del
Espíritu Santo, conocía ser más del agrado de su
Dios. Por esto sucedió que le asaltara una angustiosa duda que
le atormentaba en gran manera, y muchos días, al salir de la
oración, se la proponía a sus compañeros
más íntimos con objeto de encontrar una solución a
su problema. Hermanos - les decía - , ¿qué me
aconsejáis? ¿Qué os parece más laudable:
que me entregue del todo al ejercicio de la oración o que vaya a
predicar por el mundo?
12.1 Ciertamente, yo, pequeñuelo, simple e inexperto en el
hablar, he recibido una mayor gracia para la oración que para la
palabra. Me parece también que en la oración hay
más ganancia y aumento de gracias; en la predicación, en
cambio, más bien se distribuyen los dones recibidos del cielo.
En la oración, además, se purifican los afectos
interiores y se une el alma con el único, verdadero y sumo Bien,
fortaleciéndose en la virtud; mas en la predicación se
empolvan los pies del espíritu, se distrae la atención en
muchas cosas y se rebaja la disciplina. Finalmente, en la
oración hablamos con Dios y lo escuchamos, y, llevando una vida
cuasi angélica, vivimos entre los ángeles; en la
predicación, empero, nos vemos obligados a usar de gran
condescendencia con los hombres, y - teniendo que convivir con ellos -
se hace forzoso pensar, ver, hablar y oír muchas cosas humanas.
12.1 "Pero hay algo que contrasta con lo dicho y parece que ante Dios
prevalece sobre todas estas cosas, y es que el Hijo unigénito de
Dios, Sabiduría eterna, descendió del seno del Padre por
la salvación de las almas: para amaestrar al mundo con su
ejemplo y predicar el mensaje de salvación a los hombres, a
quienes había de redimir con el precio de su sangre divina,
purificarlos con el baño del agua y sustentarlos con su cuerpo y
sangre, sin reservarse para sí mismo cosa alguna que no hubiese
entregado generosamente por nuestra salvación. Y como nosotros
debemos obrar en todo conforme al ejemplo de lo que vemos en El, como
modelo mostrado en lo alto del monte, parece ser más del agrado
de Dios que, interrumpiendo el sosiego de la oración, salga
afuera a trabajar".
12.1 Y, por más que durante muchos días anduvo dando
vueltas al asunto con sus hermanos, Francisco no acertaba a ver con
toda claridad cuál de las dos alternativas debería elegir
como más acepta a Cristo. El, que en virtud del espíritu
de profecía llegaba a conocer cosas maravillosas, no era capaz
en absoluto de resolver por sí mismo esta cuestión. Lo
dispuso así la divina Providencia para que se pusiera de
manifiesto, por un oráculo divino, la excelencia de la
predicación y al mismo tiempo quedara a salvo la humildad del
siervo de Cristo.
12.2 Francisco, que había aprendido lecciones sublimes del
soberano Maestro, no se avergonzaba, como verdadero menor, de consultar
sobre cosas menudas a los más pequeños. En efecto, su
mayor preocupación consistía en averiguar el camino y el
modo de servir más perfectamente a Dios conforme a su
beneplácito. Esta fue su suprema filosofía, éste
su más vivo deseo mientras vivió: preguntar a sabios y
sencillos, a perfectos e imperfectos, a pequeños y grandes,
cómo podría llegar más eficazmente a la cumbre de
la perfección.
12.2 Así, pues, llamó a dos de sus compañeros y
los envió al hermano Silvestre, aquel que había visto un
día salir de la boca de Francisco una cruz, y que a la
sazón se encontraba en un monte cercano a la ciudad de
Asís consagrado de continuo a la oración. Dichos hermanos
le llevaban el encargo de que consultase con el Señor
cuál era su voluntad sobre la duda expuesta y comunicase
después la respuesta dada de lo alto.
12.2 déntico encargo confió a la santa virgen Clara,
encareciéndole que averiguase la voluntad del Señor sobre
el particular, ya por medio de alguna de las más puras y
sencillas vírgenes que vivían bajo su obediencia, ya
también uniendo su oración a la de las otras hermanas.
Tanto el venerable sacerdote como la virgen consagrada a Dios -
inspirados por el Espíritu Santo - coincidieron de modo
admirable en lo mismo, a saber, que era voluntad divina que el heraldo
de Cristo saliese afuera a predicar.
12.2 Tan pronto como volvieron los hermanos y le comunicaron a
Francisco la voluntad del Señor tal como se les había
indicado, se levantó en seguida el Santo, se ciñó
y sin ninguna demora emprendió la marcha. Caminaba con tal
fervor a cumplir el mandato divino y corría tan apresuradamente
cual si - actuando sobre él la mano del Señor - hubiera
sido revestido de una nueva fuerza celestial.
12.3 Acercándose a Bevagna, llegó a un lugar donde se
había reunido una gran multitud de aves de toda especie. Al
verlas el santo de Dios, corrió presuroso a aquel sitio y
saludó a las aves como si estuvieran dotadas de razón.
Todas se le quedaron en actitud expectante, con los ojos fijos en
él, de modo que las que se habían posado sobre los
árboles, inclinando sus cabecitas, lo miraban de un modo
insólito al verlo aproximarse hacia ellas. Y,
dirigiéndose a las aves, las exhortó encarecidamente a
escuchar la palabra de Dios, y les dijo: "Mis hermanas avecillas, mucho
debéis alabar a vuestro Creador, que os ha revestido de plumas y
os ha dado alas para volar, os ha otorgado el aire puro y os sustenta y
gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte".
12.3 Mientras les decía estas cosas y otras parecidas, las
avecillas - gesticulando de modo admirable - comenzaron a alargar sus
cuellecitos, a extender las alas, a abrir los picos y mirarle
fijamente. Entre tanto, el varón de Dios, paseándose en
medio de ellas con admirable fervor de espíritu, las tocaba
suavemente con la fimbria de su túnica, sin que por ello ninguna
se moviera de su lugar, hasta que, hecha la señal de la Cruz y
concedida su licencia y bendición, remontaron todas a un mismo
tiempo el vuelo. Todo esto lo contemplaron los compañeros que
estaban esperando en el camino. Vuelto a ellos el varón simple y
puro, comenzó a inculparse de negligencia por no haber predicado
hasta entonces a las aves.
12.4 Mientras recorría después los lugares vecinos
predicando en ellos, llegó a un punto llamado Alviano, donde
reunió al pueblo e impuso silencio; pero apenas se le
podía oír, a causa de las golondrinas que tenían
allí sus nidos, y armaban gran estrépito con sus
penetrantes chirridos.
12.4 El varón de Dios se dirigió a las golondrinas - de
modo que le oyeran también todos los presentes - y les dijo:
"Mis hermanas golondrinas, ahora me toca a mí hablar; vosotras
habéis hablado ya bastante. Escuchad la palabra de Dios,
guardando silencio hasta que termine la predicación". Al punto,
las golondrinas, como si tuvieran entendimiento, enmudecieron y no se
movieron de sus puestos todo el tiempo que duró el
sermón. Cuantos presenciaron este hecho, llenos de estupor,
glorificaban a Dios. La fama de tal milagro, difundida por todas
partes, encendió en muchos la reverencia y una confiada
devoción al Santo.
12.5 Sucedió otro caso parecido al anterior en la ciudad de
Parma. Un estudiante, cuando se dedicaba con diligente
aplicación al estudio juntamente con otros compañeros,
era molestado por los importunos chirridos de una golondrina; por lo
que, vuelto a los compañeros, comenzó a decirles: "Esta
golondrina debe de ser alguna de aquellas que molestaban al
varón de Dios Francisco mientras predicaba, hasta que les impuso
silencio". Y, dirigiéndose a la golondrina, le dijo lleno de
confianza: En nombre del siervo de Dios Francisco, te mando que te
calles al momento y que vengas a donde mí. La golondrina, nada
más oír el nombre de Francisco - como si estuviera
adoctrinada con las enseñanzas del varón de Dios - ,
calló al punto y se posó, como en seguro refugio, en las
manos del estudiante, el cual, todo estupefacto, la dejó
inmediatamente en libertad, sin que volviera a ser molestado con sus
garlidos.
12.6 En otra ocasión, cuando predicaba el siervo de Dios en
Gaeta, a orillas del mar, una gran muchedumbre, llevada de la
devoción, se precipitó sobre él para tocarle.
Sintiendo horror el siervo de Cristo a tan extraordinarias muestras de
veneración de las gentes, corrió a refugiarse él
solo en una barca que estaba junto a la orilla. Y he aquí que la
barca, como si fuera movida por un motor interior dotado de
razón, sin remero alguno, se apartó de la tierra mar
adentro ante la mirada y asombro de todos. Alejada a cierta distancia
en medio del mar, permaneció inmóvil entre las olas el
tiempo en que el Santo estuvo predicando a la muchedumbre que le
esperaba en la orilla. Una vez que la muchedumbre escuchó el
sermón, presenció el milagro y, recibida la
bendición, se retiró para no molestar más al
Santo, entonces la barca por sí sola retornó a tierra.
12.6 ¿Quién sería, pues, tan obstinado e
impío que despreciase la predicación de Francisco, cuyo
maravilloso poder hacía que no sólo los seres
irracionales se sometieran a su obediencia, sino también que los
mismos cuerpos inanimados se pusieran al servicio del predicador, como
si estuvieran dotados de vida?
12.7 En verdad, asistían al siervo Francisco - adondequiera que
se dirigiese - el Espíritu del Señor, que le había
ungido y enviado, y el mismo Cristo, fuerza y sabiduría de Dios
para que abundase en palabras de sana doctrina y resplandeciera con
milagros de gran poder. Su palabra era como fuego ardiente que
penetraba hasta lo más íntimo del ser y llenaba a todos
de admiración, por cuanto no hacía alarde de ornatos de
ingenio humano, sino que emitía el soplo de la
inspiración divina.
12.7 Así sucedió una vez que debía predicar en
presencia del papa y de los cardenales por indicación del obispo
ostiense. Francisco aprendió de memoria un discurso
cuidadosamente compuesto. Pero, cuando se puso en medio de ellos para
dirigirles unas palabras de edificación, de tal modo se
olvidó de cuanto llevaba aprendido, que no acertaba a decir
palabra alguna. Confesó el Santo con verdadera humildad lo que
le había sucedido, y, recogiéndose en su interior,
invocó la gracia del Espíritu Santo. De pronto
comenzó a hablar con afluencia de palabras tan eficaces y a
mover a compunción con fuerza tan poderosa las almas de aquellos
ilustres personajes, que se hizo patente que no era él el que
hablaba, sino el Espíritu del Señor.
12.8 Y como primero se convencía a sí mismo con las obras
de lo que quería persuadir a los demás de palabra, sin
que temiera reproche alguno, predicaba la verdad con plena seguridad.
No sabía halagar los pecados de nadie, sino que los fustigaba;
ni adular la vida de los pecadores, sino que la atacaba con
ásperas reprensiones. Hablaba con la misma convicción a
grandes que a pequeños y predicaba con idéntica
alegría de espíritu a muchos que a pocos.
12.8 Hombres y mujeres de toda edad corrían a ver y oír a
este hombre nuevo, enviado al mundo por el cielo. El, recorriendo
diversas regiones, anunciaba con ardor el Evangelio, y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que la
acompañaban. Pues, en virtud del nombre del Señor,
Francisco - pregonero de la verdad - lanzaba los demonios, sanaba a los
enfermos y, lo que es más, con la eficacia de su palabra
ablandaba los corazones obstinados, moviéndolos a penitencia, y
devolvía, al mismo tiempo, la salud del cuerpo y del alma, como
lo comprueban algunos hechos que, como muestra, vamos a referir a
continuación.
12.9 En la ciudad de Toscanela fue hospedado devotamente por un
caballero cuyo hijo único estaba contrahecho desde su
nacimiento. A las reiteradas instancias del padre, el Santo, levantando
con la mano al niño, lo curó al instante: se le
consolidaron, a la vista de los presentes, todos los miembros del
cuerpo, y el niño - sano y robusto - se incorporó en
seguida y echó a andar, dando brincos y alabando a Dios.
12.9 En Narni, a instancias del obispo, trazó la señal de
la cruz, desde la cabeza hasta los pies, sobre un paralítico
privado del ejercicio de todos los miembros, y el enfermo quedó
completamente sano. En la diócesis de Rieti, una madre le
presentó entre sollozos a su niño, que desde hacía
cuatro años padecía una hinchazón tan grande, que
ni siquiera podía ver sus propias rodillas. Nada más
tocarle el Santo con sus benditas manos, se curó el niño.
Había en Orte un niño tan contrahecho, que llevaba la
cabeza pegada a los pies, y además tenía algunos huesos
rotos. Movido el Santo por los ruegos y lágrimas de sus padres,
hizo sobre él la señal de la cruz, y al punto se
enderezó y se vio libre del mal.
12.10 Una mujer de Gubbio tenía ambas manos tan contrahechas y
secas, que no podía realizar con ellas trabajo alguno. Apenas
Francisco hizo sobre ella, en el nombre del Señor, la
señal de la cruz, recobró tan perfectamente la salud,
que, vuelta en seguida a casa, preparó con sus propias manos -
cual otra suegra de Simón - la comida para el Santo y los pobres.
12.10 A una niña del pueblo de Bevagna que estaba completamente
ciega, le ungió tres veces con su propia saliva los ojos en
nombre de la Trinidad, y le restituyó la deseada vista.
Había en Narni una mujer privada de la luz de los ojos. Apenas
recibió la señal de la cruz trazada por el Santo,
recuperó la ansiada vista.
12.10 Un niño de la ciudad de Bolonia tenía uno de sus
ojos de tal modo cubierto por una mancha, que no podía ver con
él absolutamente nada, ni se vislumbraba remedio alguno para su
curación. El Santo trazó una señal de la cruz a lo
largo de todo su cuerpo, y recuperó el enfermo una visión
tan clara, que, ingresando después en la Orden de los hermanos
menores, afirmaba que veía mucho mejor del ojo antes enfermo que
del que siempre había tenido sano.
12.10 En el castro de San Gemini se hospedó el siervo de Dios en
casa de un hombre devoto, cuya mujer era atormentada por el demonio.
Francisco - después de haber orado - mandó al diablo, por
santa obediencia, que saliera de aquella mujer. Y así, con el
poder divino, lo ahuyentó tan rápidamente, que se hizo
patente con claridad meridiana que la contumacia diabólica no es
capaz de resistir al poder de la santa obediencia.
12.10 En Citta di Castello, un furioso y maligno espíritu se
había posesionado de una mujer. Intimó el Santo al
demonio con el mandato de la obediencia, y éste marchó
indignado, dejando libre en el espíritu y en el cuerpo a la
mujer que había tenido posesa.
12.11 Un hermano era víctima de una enfermedad tan horrible,
que, a juicio de muchos, se trataba, más que de una enfermedad
natural, de una actuación maléfica del demonio. En
efecto, con frecuencia caía al suelo y se revolcaba echando
espumarajos, quedando los miembros de su cuerpo ya contraídos,
ya extendidos; ahora plegados, luego torcidos, y tan pronto
rígidos como duros. Estando así algunas veces su cuerpo
todo erguido y rígido, de repente se alzaba en alto, juntando
los pies con la cabeza, para volver a caer de nuevo en tierra de una
forma horrible. El siervo de Cristo, lleno de misericordia, se
compadeció de este enfermo, atormentado por una dolencia tan
lastimosa e irremediable, y le alargó un pedazo de pan, del
mismo que él estaba comiendo. Apenas gustó el pan,
sintió en sí el enfermo tal fuerza, que de allí en
adelante no sufrió más las dolencias de aquella
enfermedad.
12.11 En el condado de Arezzo, una mujer se debatía por largos
días en medio de los dolores de parto, y estaba ya a las puertas
de la muerte, .sin que para ella hubiese ninguna esperanza ni remedio
humano, sino el de Dios. Acertó a pasar por aquella
región el siervo de Cristo, montado a caballo a causa de su
enfermedad corporal, y sucedió que el animal retornó por
la casa donde se encontraba la enferma. Viendo los hombres de aquel
lugar el caballo que había montado el Santo, le quitaron el
freno para aplicárselo a la mujer. A su contacto
desapareció prodigiosamente todo peligro, y la señora al
punto dio a luz, quedando sana y salva.
12.11 Un hombre de Castello della Pieve muy religioso y temeroso de
Dios conservaba consigo el cordón que había ceñido
el Padre santo. Como muchos hombres y mujeres de aquella región
eran atacados por diversas enfermedades, este buen hombre
recorría las casas de los enfermos y, mojando el cordón
en agua, daba de beber a los pacientes, y de este modo muchos quedaban
curados. Asimismo, enfermos que gustaban el pan tocado por las manos
del varón de Dios, por virtud divina conseguían al punto
el remedio y la salud.
12.12 Al ir acompañada la predicación del pregonero de
Cristo con el fulgor de estos y otros muchos estupendos milagros, la
gente escuchaba sus palabras como si las hablara un ángel del
Señor. En efecto, la excelente prerrogativa de sus virtudes, el
espíritu de profecía, el don de hacer milagros, el
oráculo recibido del cielo en orden a la predicación, la
obediencia de las criaturas irracionales, el profundo cambio de los
corazones al escuchar su palabra, la ciencia infundida por el
Espíritu Santo fuera de todo humano adoctrinamiento, la facultad
de predicar concedida, no sin divina revelación, por el sumo
pontífice, y además la Regla, confirmada por el mismo
vicario de Cristo, en la que se expresa la forma de predicar, y,
finalmente, las señales del Rey soberano, impresas a modo de
sello en su cuerpo, son como diez testimonios que proclaman de manera
inequívoca al mundo entero que Francisco, pregonero de Cristo,
fue digno de veneración por su oficio, auténtico en su
doctrina y admirable por su santidad; y que por esto predicó el
Evangelio de Cristo como verdadero enviado de Dios.
Capítulo XIII.
Las sagradas llagas
13.1 Era costumbre en el angélico varón Francisco no
cesar nunca en la práctica del bien, antes, por el contrario, a
semejanza de los espíritus celestiales en la escala de Jacob, o
subía hacia Dios o descendía hasta el prójimo. En
efecto, había aprendido a distribuir tan prudentemente el tiempo
puesto a su disposición para merecer, que parte de él lo
empleaba en trabajosas ganancias en favor del prójimo y la otra
parte la dedicaba a las tranquilas elevaciones de la
contemplación. Por eso, después de haberse
empeñado en procura la salvación de los demás
según lo exigían las circunstancias de lugares y tiempos,
abandonando el bullicio de las turbas, se dirigía a lo mas
recóndito de la soledad, a un sitio apacible, donde, entregado
mas libremente al Señor pudiera sacudir el polvo que tal vez se
le hubiera pegado en el trato con los hombres.
13.1 Así, dos años antes de entregar su espíritu a
Dios y tras haber sobrellevado tantos trabajos y fatigas, fue
conducido, bajo la guía de la divina Providencia, a un monte
elevado y solitario llamado Alverna. Allí dio comienzo a la
cuaresma de ayuno que solía practicar en honor del
arcángel San Miguel, y de pronto se sintió rodeado
más abundantemente que de ordinario con la dulzura de la divina
contemplación; e, inflamado en deseos más ardientes del
cielo, comenzó a experimentar en sí un mayor
cúmulo de dones y gracias divinas. Se elevaba a lo alto no como
curioso escudriñador de la majestad divina, para ser oprimido
por su gloria, sino como siervo fiel y prudente, que investiga el
beneplácito divino, al que deseaba vivamente conformarse en todo.
13.2 Conoció por divina inspiración que, abriendo el
libro de los santos evangelios, le manifestaría Cristo lo que
fuera más acepto a Dios en su persona y en todas sus cosas.
Después de una prolongada y fervorosa oración, hizo que
su compañero, varón devoto y santo, tomara del altar el
libro sagrado de los evangelios y lo abriera tres veces en nombre de la
santa Trinidad. Y como en la triple apertura apareciera siempre la
pasión del Señor, comprendió el varón lleno
de Dios que como había imitado a Cristo en las acciones de su
vida, así también debía configurarse con El en las
aflicciones y dolores de la pasión antes de pasar de este mundo.
13.2 Y aunque, por las muchas austeridades de su vida anterior y por
haber llevado continuamente la cruz del Señor, estaba ya muy
debilitado en su cuerpo, no se intimidó en absoluto, sino que se
sintió aún más fuertemente animado para sufrir el
martirio. En efecto, en tal grado había prendido en él el
incendio incontenible de amor hacia el buen Jesús hasta
convertirse en una gran llamarada de fuego, que las aguas torrenciales
no serían capaces de extinguir su caridad tan apasionada.
13.3 Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor
seráfico de sus deseos y transformado por su tierna
compasión en Aquel que a causa de su extremada caridad, quiso
ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a
la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en
uno de los flancos del monte, vio bajar de lo mas alto del cielo a un
serafín que tenía seis alas tan ígneas como
resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el
lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose
en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un
hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de
cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se
extendían para volar y las otras dos restantes cubrían
todo su cuerpo.
13.3 Ante tal aparición quedó lleno de estupor el Santo y
experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se
alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía
contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al
mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor
compasivo que atravesaba su alma.
13.3 Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa,
sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo
podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín. Por
fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le
había sido presentada así por la divina Providencia para
que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser
transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el
martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.
Así sucedió, porque al desaparecer la visión
dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos
maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su
carne.
13.3 Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y
pies las señales de los clavos, tal como lo había visto
poco antes en la imagen del varón crucificado. Se veían
las manos y los pies atravesados en la mitad por los clavos, de tal
modo que las cabezas de los clavos estaban en la parte inferior de las
manos y en la superior de los pies, mientras que las puntas de los
mismos se hallaban al lado contrario. Las cabezas de los clavos eran
redondas y negras en las manos y en los pies; las puntas
aparecían alargadas, retorcidas y como remachadas, y,
sobresaliendo de la misma carne, rebasaban el resto de ella.
Así, también el costado derecho - como si hubiera sido
traspasado por una lanza - escondía una roja cicatriz, de la
cual manaba frecuentemente sangre sagrada, empapando la túnica y
los calzones.
13.4 Viendo el siervo de Cristo que no podían permanecer ocultas
a sus compañeros más íntimos aquellas llagas tan
claramente impresas en su carne y temeroso, por otra parte, de publicar
el secreto del Señor, se vio envuelto en una angustiosa
incertidumbre, sin saber a qué atenerse: si manifestar o
más bien callar la visión tenida. Por eso llamó a
algunos de sus hermanos, y, hablándoles en términos
generales, les propuso la duda y les pidió consejo. Entonces,
uno de los hermanos, Iluminado por gracia y de nombre, comprendiendo
que algo muy maravilloso debía de haber visto el Santo, puesto
que parecía como fuera de sí por el asombro, le
habló de esta manera: "Has de saber, hermano, que los secretos
divinos te son manifestados algunas veces no solo para ti, sino
también para provecho de los demás. Por tanto, parece que
debes de temer con razón que, si ocultas el don recibido para
bien de muchos, seas juzgado digno de reprensión por haber
ocultado el talento a ti confiado".
13.4 Animado el Santo con estas palabras, aunque en otras ocasiones
solía decir: Mi secreto para mí, esta vez relató
detalladamente - no sin mucho temor - la predicha visión; y
añadió que Aquel que se le había aparecido le dijo
algunas cosas que jamás mientras viviera revelaría a
hombre alguno. Se ha de creer, sin duda, que las palabras de aquel
serafín celestial aparecido admirablemente en forma de cruz eran
tan misteriosas, que tal vez no era lícito comunicarlas a los
hombres.
13.5 Después que el verdadero amor de Cristo había
transformado en su propia imagen a este amante suyo, terminado el plazo
de cuarenta días que se había propuesto pasar en soledad
y próxima ya la solemnidad del arcángel Miguel,
bajó del monte el angélico varón Francisco
llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano de
algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino
impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne. Y como es
bueno ocultar el secreto del rey, consciente el Santo de ser
depositario de un secreto real, trataba de esconder con toda diligencia
aquellas sagradas señales. Pero como también es propio de
Dios revelar para su gloria las grandes maravillas que realiza, el
mismo Señor que había impreso secretamente aquellas
señales, mostró abiertamente por ellas algunos milagros,
para que con la evidencia de los signos se hiciera patente la fuerza
oculta y maravillosa de aquellas llagas.
13.6 En la provincia de Rieti se había propagado una peste tan
devastadora, que arrasaba despiadadamente todo ganado lanar y vacuno,
hasta el punto de no poder encontrarse remedio alguno. Pero un hombre
temeroso de Dios fue advertido por medio de una visión nocturna
que se llegase apresuradamente al eremitorio de los hermanos, donde a
la sazón moraba Francisco, y que, tomando el agua en que se
había lavado las manos y los pies el siervo de Dios, rociase con
ella todos los animales.
13.6 Levantándose muy de mañana, se fue a dicho lugar, y,
obtenida ocultamente el agua mediante los compañeros del Santo,
roció con ella las ovejas y bueyes enfermos. Y ¡oh
maravilla! tan pronto como el agua, aun en pequeña cantidad,
llegaba a tocar a los animales enfermos y postrados en tierra, se
levantaban al punto, recobrando el vigor de antes, y, como si no
hubieren sufrido mal alguno, corrían a pastar en los campos.
Así, resultó que, por el admirable poder de aquella agua
que había tocado las sagradas llagas, cesara del todo la plaga y
huyera de los rebaños la mortífera peste.
13.7 Antes de la permanencia del Santo en el monte Alverna solía
suceder que una nube formada cerca del mismo monte desencadenaba en las
cercanías tan violenta tempestad de granizo, que devastaba
periódicamente los frutos de la tierra. Pero después de
aquella feliz aparición cesó el granizo, no sin
admiración de los habitantes del lugar, de modo que el mismo
cielo, serenando su rostro contra costumbre, ponía de manifiesto
la excelencia de aquella celeste visión y el poder de las llagas
que allí fueron impresas.
13.7 Sucedió también que, caminando el Santo durante el
invierno montado en el jumentillo de un hombre pobre a causa de la
debilidad del cuerpo y de la aspereza de los sendero, hubo de pernoctar
al cobijo de la prominencia de una roca para evitar de algún
modo las incomodidades de la nieve y de la noche, que se le echaban
encima y le impedían llegar al lugar del albergue. Notando el
santo varón que el hombre que le acompañaba se
revolvía de una parte a otra murmurando quedamente con
quejumbrosos gemidos, como quien mal abrigado no podía estar
quieto a causa de la atrocidad del frío, encendido en el fervor
del amor divino, extendió su mano y le tocó con ella.
13.7 ¡Cosa admirable! De repente, al contacto de aquella mano
sagrada, que portaba en sí el fuego recibido de la brasa del
serafín, huyó todo frío y se vio envuelto en tanto
calor, dentro y fuera, como si lo hubiese invadido una bocanada salida
del respiradero de un horno. Porque, confortado al instante en el alma
y en el cuerpo, durmió hasta el amanecer tan suavemente entre
piedras y nieve como jamás había descansado en su propio
lecho, según el mismo declaraba más tarde.
13.7 Consta, pues, con pruebas ciertas que las sagradas llagas fueron
impresas por el poder de Aquel que, mediante el amor seráfico,
limpia, ilumina e inflama, puesto que dichas llagas con admirable
eficacia contribuyeron a dar salud a los animales, limpiándolos
de la peste; devolvieron la serenidad del cielo, ahuyentando la
tormenta, y prestaron calor a los cuerpos, ateridos por el frío.
Todo esto se puso de manifiesto con más evidentes prodigios
después de la muerte del Santo, como se anotara más tarde
en su debido lugar.
13.8 Por más diligencia que ponía el Santo en tener
oculto el tesoro encontrado en el campo, no pudo evitar que algunos
llegaran a ver las llagas de sus manos y pies, no obstante llevar casi
siempre cubiertas las manos y andar desde entonces con los pies
calzados. Muchos hermanos vieron las llagas durante la vida del Santo;
y aunque por su santidad relevante eran dignos de todo crédito,
sin embargo, para eliminar toda posible duda, afirmaron bajo juramento,
con las manos puestas sobre los evangelios, ser verdad que las
habían visto.
13.8 Las vieron también algunos cardenales que gozaban de
especial intimidad con el Santo, los cuales, consignando con toda
veracidad el hecho, enaltecieron dichas sagradas llagas en prosa, en
himnos y antífonas que compusieron en honor del siervo de Dios,
y tanto de palabra como por escrito dieron testimonio de la verdad.
Asimismo, el sumo pontífice señor Alejandro, una vez que
predicaba al pueblo en presencia de muchos hermanos - entre ellos me
encontraba yo - , afirmó haber visto con sus propios ojos las
sagradas llagas mientras vivía aún el Santo.
13.8 Las vieron, con ocasión de su muerte, más de
cincuenta hermanos, y la virgen devotísima de Dios Clara, junto
con sus hermanas de comunidad y un grupo incontable de seglares, muchos
de los cuales - como se dirá en su lugar - , movidos por la
devoción y el afecto, negaron a besar y tocar con sus propias
manos las llagas para confirmación testimonial.
13.8 En cuanto a la llaga del costado, la ocultó tan
sigilosamente el Santo, que nadie pudo verla mientras él
vivió, si no era de manera furtiva. Así sucedió
cuando un hermano que solía atenderle con gran solicitud le
indujo con piadosa cautela a quitarse la túnica para sacudirla;
entonces miró atentamente y le vio la llaga, incluso
llegó a tocarla aplicando rápidamente tres dedos. De este
modo pudo percibir no sólo con el tacto, sino también con
la vista, la magnitud de la herida.
13.8 Valiéndose de parecida estratagema, la vio también
aquel hermano que a la sazón era su vicario. En otra
ocasión, uno de los compañeros del Santo, hombre de
extraordinaria simplicidad, al frotarle, por causa de la enfermedad, la
espalda dolorida, extendió la mano por debajo de la capucha, y
casualmente la deslizó hasta la sagrada llaga,
produciéndole un intenso dolor. A raíz de esto
llevó unos calzones que le llegaban hasta el arranque de los
brazos, para cubrir así la llaga del costado.
13.8 Asimismo, los hermanos que lavaban la ropa del Santo o
sacudían a su tiempo la túnica porque las encontraban con
algunas manchas de sangre, llegaron a conocer palpablemente por estos
signos evidentes la existencia de la sagrada llaga, que después,
al ser amortajado el cadáver del Santo, contemplaron y veneraron.
13.9 ¡Ea, pues, valerosísimo caballero de Cristo,
empuña las armas del muy invicto capitán! Defendido con
ellas de modo tan insigne, vencerás a todos los adversarios.
¡Enarbola el estandarte del Rey altísimo, a cuya vista
cobren valor los combatientes todos del ejército divino!
¡Ostenta el sello del sumo pontífice Cristo, con el que
todos reconozcan como irreprensibles y auténticas tus palabras y
tus hechos! Por las marcas del Señor Jesús que llevas en
tu cuerpo, nadie debe serte molesto, antes bien todo siervo de Cristo
está obligado a profesarte singular afecto y devoción.
Estas señales evidentísimas, que han sido comprobadas no
justamente por dos o tres testigos, sino superabundantemente por
muchísimos, hacen que las manifestaciones de Dios en ti y por ti
sean tan dignas de crédito, que quitan a los incrédulos
la más Ieve excusa, mientras los creyentes se afianzan en la fe,
se elevan con una fundada esperanza y se inflaman en el fuego de la
caridad.
13.10 Ya se ha cumplido verdaderamente aquella primera visión en
que contemplaste cómo llegarías a ser caudillo en la
milicia de Cristo y se te aseguró que serías decorado con
armas celestes selladas con la insignia de la cruz. Ya puede tenerse
por verdadera, sin ningún género de duda, aquella
visión del Crucificado que tuviste al principio de tu
conversión, y que traspasó tu alma con la espada de una
dolorosa compasión, así como también aquella voz
que escuchaste, procedente de la cruz como del trono sublime de Cristo
y de su secreto propiciatorio, según tú mismo lo
afirmaste con tus sagradas palabras.
13.10 Ya también se puede creer y asegurar con certeza que no
fueron puras visiones imaginarias, sino verdaderas revelaciones del
cielo, aquellos hechos acaecidos durante el desarrollo de tu
conversión: la cruz que el hermano Silvestre vio salir
prodigiosamente de tu boca; las espadas en forma de cruz que vio
atravesar tu cuerpo el santo hermano Pacífico, y tu misma
aparición en figura de cruz elevada en el aire cuando San
Antonio predicaba acerca del título de la cruz, conforme a la
visión tenida por el angélico varón Monaldo.
13.10 Ya por fin, hacia los últimos días de tu vida, el
habérsete mostrado en una misma visión la sublime imagen
del Serafín y la humilde efigie del Crucificado, que te
abrasó en el interior y te signó al exterior como a otro
ángel que sube del oriente para que lleves en ti el sello de
Dios vivo: todo ello corrobora más y más la fe en las
cosas antes referidas y, a su vez, recibe de éstas un testimonio
de su veracidad.
13.10 He aquí las siete maravillosas apariciones de la cruz de
Cristo verificadas en ti y en torno a tu persona y mostradas
según el orden cronológico. A través de las seis
primeras, como por otras tantas gradas, llegaste a la séptima,
donde hallarías finalmente reposo. En efecto, la cruz de Cristo,
que en los inicios de tu conversión te fue propuesta y que
tú asumiste; esa cruz que después a lo largo de tu
existencia llevaste continuamente en ti con una vida santísima y
la mostraste para ejemplo de los demás, deja entrever con tal
claridad y certeza el hecho de haber tú alcanzado finalmente el
ápice de la perfección evangélica, que ninguna
persona verdaderamente devota puede rechazar esta demostración
de la sabiduría cristiana esculpida en el polvo de tu carne,
ningún verdadero fiel la puede impugnar, ni despreciarla ninguno
que sea verdaderamente humilde, porque se trata de una
demostración expresada por el mismo Dios, y digna, por tanto, de
ser plenamente aceptada.
Capítulo XIV.
Paciencia del Santo y su muerte
14.1 Clavado ya en cuerpo y alma a la cruz juntamente con Cristo,
Francisco no sólo ardía en amor seráfico a Dios,
sino que también, a una con Cristo crucificado, estaba devorado
por la sed de acrecentar el número de los que han de salvarse.
No pudiendo caminar a pie a causa de los clavos que sobresalían
en la planta de sus pies, se hacía llevar su cuerpo medio muerto
a través de las ciudades y aldeas para animar a todos a llevar
la cruz de Cristo.
14.1 Y, dirigiéndose a sus hermanos, les decía:
Comencemos, hermanos, a servir al Señor nuestro Dios, porque
bien poco es lo que hasta ahora hemos progresado. Se abrasaba
también en el ardiente deseo de volver a la humildad de los
primeros tiempos, para servir, como al principio, a~ los leprosos y
reducir a la antigua servidumbre su cuerpo, desgastado ya por el
trabajo y sufrimiento.
14.1 Proponíase, bajo la guía de Cristo, llevar a cabo
cosas grandes, y, aunque sumamente débil en su cuerpo, pero
vigoroso y férvido en el espíritu, soñaba con
nuevas batallas y nuevos triunfos sobre el enemigo, pues no hay lugar
para la flojedad y la pereza allí donde el estimulo del amor
apremia siempre a empresas mayores. Era tal la armonía que
reinaba entre su carne y su espíritu, tal la prontitud de mutua
obediencia, que, cuando el espíritu se esforzaba por tender a la
cima más alta de la santidad, la carne no sólo no le
ponía el menor obstáculo, sino que procuraba adelantarse
a sus deseos.
14.2 Y. A fin de que el varón de Dios fuera creciendo en el
cúmulo de méritos que hallan su verdadera
consumación en la paciencia, comenzó a padecer tantas y
tan graves enfermedades, que apenas quedaba en su cuerpo miembro alguno
sin gran dolor y sufrimiento. Al fin fue reducido a tal estado por
estas variadas, prolongadas y continuas dolencias, que, consumidas ya
sus carnes, sólo parecía quedársele la piel
adherida a los huesos. Y, a pesar de sufrir en su cuerpo tan acerbos
dolores, pensaba que a sus angustias no se les debía llamar
penas, sino hermanas.
14.2 Cierto día en que se veía más fuertemente
afligido que de ordinario por las punzadas del dolor, le dijo un
hermano de gran simplicidad: Hermano, ruega al Señor que te
trate con mayor suavidad, pues parece que hace sentir sobre ti
más de lo debido el peso de su mano. Al oír estas
palabras, exclamó el Santo con un gran gemido: "Si no conociera
tu cándida simplicidad, desde ahora detestaría tu
compañía, porque te has atrevido a juzgar reprensibles
los juicios de Dios respecto de mi persona". Y, aunque estaba su cuerpo
triturado por las prolijas y graves dolencias, se arrojó al
suelo, recibiendo sus débiles huesos en la caída un duro
golpe. Y, besando la tierra, dijo: Gracias te doy, Señor Dios
mío, por todos estos dolores, y te ruego, Señor
mío, que los centupliques, si así te place; porque me
será muy grato que no me perdones afligiéndome con el
dolor, siendo así que mi supremo consuelo se cifra en cumplir tu
santa voluntad».
14.2 Por ello les parecía a sus hermanos ver en él a un
nuevo Job, en quien, a medida que crecía la debilidad de la
carne, se intensificaba el vigor del espíritu. El Santo tuvo con
mucha antelación conocimiento de la hora de su muerte, y,
estando cercano el día de su tránsito, comunicó a
sus hermanos que muy pronto iba a abandonar la tienda de su cuerpo,
según se lo había revelado el mismo Cristo.
14.3 Probado, pues, con múltiples y dolorosas enfermedades
durante los dos años que siguieron a la impresión de las
sagradas llagas y trabajado a base de tantos golpes, como piedra
destinada a colocarse en el edificio de la Jerusalén celeste y
como material dúctil fabricado hasta la perfección con el
martillo de numerosas tribulaciones, el vigésimo año de
su conversión Francisco pidió ser trasladado a Santa
María de la Porciúncula para exhalar el último
aliento de su vida allí donde había recibido el
espíritu de gracia. Habiendo llegado a este lugar, con el fin de
mostrar con un ejemplo de verdad que nada tenía él de
común con el mudo en medio de aquella enfermedad tan grave que
dio término a todas sus dolencias, llevado del fervor de su
espíritu, se postró totalmente desnudo sobre la desnuda
tierra, dispuesto en aquel trance supremo - en que el enemigo
podía aún desfogar sus iras - a luchar desnudo con el
desnudo.
14.3 Postrado así en tierra y despojado de su vestido de saco,
elevó, en la forma acostumbrada, su rostro al cielo, y, fijando
toda su atención en aquella gloria, cubrió con la mano
izquierda la herida del costado derecho a fin de que no fuera vista. Y,
vuelto a sus hermanos, les dijo: Por mi parte he cumplido lo que me
incumbía; que Cristo os enseñe a vosotros lo que
debéis hacer.
14.4 Lloraban los compañeros del Santo, con el corazón
traspasado por el dardo de una extraordinaria compasión, y uno
de ellos, a quien Francisco llamaba su guardián, conociendo por
divina inspiración los deseos del enfermo, corrió
presuroso en busca de la túnica, la cuerda y los calzones, y,
ofreciendo estas prendas al pobrecillo de Cristo, le dijo: "Te las
presto como a pobre que eres y te mando por santa obediencia que las
recibas".
14.4 Se alegra de ello el santo varón y su corazón salta
de júbilo al comprobar que hasta el fin ha guardado fidelidad a
dama Pobreza y, elevando las manos al cielo, glorifica a su Cristo,
porque, despojado de todo, se dirige libremente a su encuentro. Todo
esto lo hizo llevado de su ardiente amor a la pobreza, de modo que no
quiso tener ni siquiera el hábito sino prestado.
14.4 Ciertamente, quiso conformarse en todo con Cristo crucificado, que
estuvo colgado en la cruz: pobre, doliente y desnudo. Por esto, al
principio de su conversación permaneció desnudo ante el
obispo, y, asimismo, al término de su vida quiso salir desnudo
de este mundo. Y a los hermanos que le asistían les mandó
por obediencia de caridad que, cuando le viesen ya muerto, le dejasen
yacer desnudo sobre la tierra tanto espacio de tiempo cuanto necesita
una persona para recorrer pausadamente una milla de camino.
14.4 ¡Oh varón cristianísimo, que en su vida
trató de configurarse en todo con Cristo viviente, que en su
muerte quiso asemejarse a Cristo moribundo y que después de su
muerte se pareció a Cristo muerto! ¡Bien mereció
ser honrado con una tal explícita semejanza!
14.5 Acercándose, por fin, el momento de su tránsito,
hizo llamar a su presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar
y, tratando de suavizar con palabras de consuelo el dolor que pudieran
sentir ante su muerte, los exhortó con paterno afecto al amor de
Dios. Después se prolongó, hablándoles acerca de
la guarda de la paciencia, de la pobreza y de la fidelidad a la santa
Iglesia romana, insistiéndoles en anteponer la observancia del
Santo Evangelio a todas las otras normas.
14.5 Sentados a su alrededor todos los hermanos, extendió sobre
ellos las manos, poniendo los brazos en forma de cruz por el amor que
siempre profesó a esta señal, y, en virtud y en nombre
del Crucificado, bendijo a todos los hermanos tanto presentes como
ausentes. Añadió después: "Estad firmes, hijos
todos, en el temor de Dios y permaneced siempre en él. Y como ha
de sobrevenir la prueba y se acerca ya la tribulación, felices
aquellos que perseveraren en la obra comenzada. En cuanto a mí,
yo me voy a mi Dios, a cuya gracia os dejo encomendados a todos".
14.5 Concluida esta suave exhortación, mandó el
varón muy querido de Dios se le trajera el libro de los
evangelios y suplicó le fuera leído aquel pasaje del
evangelio de San Juan que comienza así: Antes de la fiesta de
Pascua. Después de esto entonó él, como pudo, este
salmo: A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al
Señor, y lo recitó hasta el fin, diciendo: Los justos me
están aguardando hasta que me des la recompensa.
14.6 Cumplidos, por fin, en Francisco todos los misterios, liberada su
alma santísima de las ataduras de la carne y sumergida en el
abismo de la divina claridad, se durmió en el Señor este
varón bienaventurado. Uno de sus hermanos y discípulos
cómo aquella dichosa alma subía derecha al cielo en forma
de una estrella muy refulgente, transportada por una blanca nubecilla
sobre muchas aguas. Brillaba extraordinariamente, con la blancura de
una sublime santidad, y aparecía colmada a raudales de
sabiduría y gracia celestiales, por las que mereció el
santo varón penetrar en la región de la luz y de la paz,
donde descansa eternamente con Cristo.
14.6 Asimismo, el hermano Agustín, ministro a la sazón de
los hermanos en la Tierra de Labor, varón santo y justo - que se
encontraba a punto de morir y hacía ya tiempo que había
perdido el llabla - , de pronto exclamó ante los hermanos que le
oían: "Espérame, Padre, espérame, que ya voy
contigo!" Pasmados los hermanos, le preguntaron con quién
hablaba de forma tan animada; y él contestó: Pero
¿no veis a nuestro padre Francisco que se dirige al cielo? Y al
momento aquella santa alma, saliendo de la carne, siguió al
Padre santísimo.
14.6 El obispo de Asís había ido por aquel tiempo en
peregrinación al santuario de San Miguel, situado en el monte
Gargano. Estando allí, se le apareció el bienaventurado
Francisco la noche misma de su tránsito y le dijo: "Mira, dejo
el mundo y me voy al cielo". Al levantarse a la mañana
siguiente, el obispo refirió a los compañeros la
visión que había tenido de noche, y vuelto a Asís
comprobó con toda certeza, tras una cuidadosa
investigación, que a la misma hora en que se le presentó
la visión había volado de este mundo el bienaventurado
Padre.
14.6 Las alondras, amantes de la luz y enemigas de las tinieblas
crepusculares, a la hora misma del tránsito del santo
varón, cuando al crepúsculo iba a seguirle ya la noche,
llegaron en una gran bandada por encima del techo de la casa y,
revoloteando largo rato con insólita manifestación de
alegría, rendían un testimonio tan jubiloso como evidente
de la gloria del Santo, que tantas veces las había solido
invitar al canto de las alabanzas divinas.
Capítulo XV.
Canonización. Traslado de su cuerpo
15.1 Francisco, siervo y amigo del Altísimo, fundador y
guía de la Orden de los hermanos menores, seguidor de la
pobreza, modelo de penitencia, pregonero de la verdad, espejo de
santidad y ejemplar de toda perfección evangélica,
prevenido por la gracia divina, ascendió, en forma progresiva y
ordenada, de los grados más ínfimos a las cimas
más altas.
E15.1 El Señor, que esclareció portentosamente en su vida
a este hombre admirable, por cuanto lo hizo muy rico en la pobreza,
sublime en la humildad, vigoroso en la mortificación, prudente
en la simplicidad e insigne por la integridad y pureza de costumbres,
en su muerte lo hizo aún incomparablemente más glorioso
15.1 Pues, al emigrar de este mundo el bienaventurado varón y
penetrar su bendita alma en la morada de la eternidad para gustar
plenamente de la fuente de vida transformado en un ser glorioso,
dejó impresas en su cuerpo unas señales de su futura
gloria, de modo que aquella carne santísima que, crucificada con
los vicios, se había convertido en una nueva criatura, no
sólo llevase grabada, por singular privilegio, la efigie de la
pasión de Cristo, sino que también anunciase, por la
novedad del milagro, una cierta especie de resurrección.
15.2 Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su
misma carne, fabricados maravillosamente por el poder divino y tan
connaturales a ella, que, si se les presionaba por una parte, al
momento sobresalían por la otra, como si fueran nervios duros y
de una sola pieza. Apareció también muy visible en su
cuerpo la llaga del costado - no infligida ni producida por mano humana
- , semejante a la del costado herido del Salvador, que hizo patente en
el mismo Redentor nuestro el sacramento de la redención y
regeneración de los hombres.
15.2 El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; mas la
herida del costado era rojiza y formaba, por la contracción de
la carne, una especie de círculo, presentándose a la
vista como una rosa bellísima. El resto de su cuerpo - antes,
tanto por la enfermedad como por su modo natural de ser, era de color
moreno - brillaba ahora con una blancura extraordinaria, como dando a
entender la hermosura de su vestido de gloria.
15.3 Los miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blandos y
flexibles, que parecían haber vuelto a ser tiernos como los de
la infancia y se presentaban adornados con algunas señales
evidentes de inocencia. En su carne blanquísima contrastaba la
negrura de los clavos, mientras la herida del costado aparecía
rubicunda como una rosa de primavera. No es extraño que tan
bella y prodigiosa variedad suscitara en cuantos la contemplaban
sentimientos de gozo y admiración .
15.3 Lloraban los hijos por la pérdida de tan amable Padre, pero
al mismo tiempo experimentaban no pequeña alegría al
besar en aquel cuerpo las señales del Rey soberano. La novedad
del milagro convertía el llanto en júbilo, y el
entendimiento se llenaba de estupor al indagar el hecho. Era, en
efecto, un espectáculo tan insólito y sorprendente, que
para cuantos lo contemplaban constituía un afianzamiento en la
fe y un incentivo de amor; y para quienes solamente oían hablar
de él, se convertía en objeto de admiración, que
despertaba un vivo deseo de verlo.
15.4 Tan pronto como se tuvo noticia del tránsito del
bienaventurado Padre y se divulgó la fama del milagro de la
estigmatización, el pueblo en masa acudió en seguida al
lugar para ver con sus propios ojos aquel portento, que disipara toda
duda de sus mentes y colmara de gozo sus corazones afectados por el
dolor. Muchos ciudadanos de Asís fueron admitidos para
contemplar y besar las sagradas llagas.
15.4 Uno de ellos llamado Jerónimo, caballero culto y prudente
además de famoso y célebre, como dudase de estas sagradas
llagas, siendo incrédulo como Tomás, movió con
mucho fervor y audacia los clavos y con sus propias manos tocó
las manos, los pies y el costado del Santo en presencia de los hermanos
y de otros ciudadanos; y resultó que, a medida que iba palpando
aquellas señales auténticas de las llagas de Cristo,
amputaba de su corazón y del corazón de todos la
más leve herida de duda. Por lo cual desde entonces se
convirtió, entre otros, en Un testigo cualificado de esta verdad
conocida con tanta certeza, y la confirmó bajo juramento
poniendo las manos sobre los libros sagrados.
15.5 Los hermanos e hijos, que fueron convocados para asistir al
tránsito del Padre a una con la gran masa de gente que
acudió, consagraron aquella noche en que falleció el
santo confesor de Cristo a la recitación de las alabanzas
divinas, de tal suerte que aquello, más que exequias de
difuntos, parecía una vigilia de ángeles. Una vez que
amaneció, la muchedumbre que había concurrido tomó
ramos de árboles y gran profusión de velas encendidas y
trasladó el sagrado cadáver a la ciudad de Asís
entre himnos y cánticos.
15.5 Al pasar por la iglesia de San Damián, donde moraba
enclaustrada, junto con otras vírgenes, aquella noble virgen
Clara, ahora gloriosa en el cielo, se detuvieron allí un poco de
tiempo y les presentaron a aquellas vírgenes consagradas el
sagrado cuerpo, adornado con perlas celestiales, para que lo vieran y
lo besaran. Llegados por fin, radiantes de júbilo, a la ciudad,
depositaron con toda reverencia el precioso tesoro que llevaban en la
iglesia de San Jorge 3. Este era precisamente el lugar en que siendo
niño aprendió las primeras letras y donde más
tarde comenzó su predicación; aquí mismo,
finalmente, encontró su primer lugar de descanso.
15.6 El venerable Padre pasó del naufragio de este mundo el
día 3 de octubre del año 1226 de la encarnación
del Señor al atardecer del sábado, y fue sepultado al
día siguiente, domingo. Muy pronto el bienaventurado
varón - como si irradiara desde lo alto el resplandor de su
visión de la faz divina - comenzó a brillar con grandes y
numerosos milagros. Así, aquella sublime santidad de Francisco,
que mientras vivió en carne mortal se había hecho patente
al mundo con ejemplos de una perfecta justicia, convirtiéndolo
en guía de virtud, ahora que reinaba con Cristo venía
corroborada por el cielo mediante los milagros que realizaba la
omnipotencia divina para una absoluta confirmación de la fe.
15.6 Los gloriosos milagros que se realizaron en diversas partes del
mundo y los abundantes beneficios obtenidos por intercesión de
Francisco, encendían a muchos en el amor a Cristo y los
movían a venerar al Santo, a quien aclamaban no sólo con
el lenguaje de las palabras, sino también con el de las obras.
De este modo, las maravillas que Dios realizaba mediante su siervo
Francisco llegaron a oídos del mismo sumo pontífice
señor Gregorio lX.
15.7 En verdad, el pastor de la Iglesia conocía con plena fe y
certeza la admirable santidad de Francisco, no solo por los milagros de
que había oído hablar después de su muerte, sino
también por todas aquellas pruebas que en vida del Santo
había visto con sus propios ojos y palpado con sus manos. Por
esto, no abrigaba la menor duda de que hubiera sido ya glorificado por
el Señor en el cielo. Así, pues, para proceder
conformidad, con Cristo, cuyo vicario era, y guiado por su piadoso
afecto a Francisco, se propuso hacerlo célebre en la tierra,
como dignísimo que era de toda veneración.
15.7 Mas para ofrecer al orbe entero la indubitable certeza de la
glorificación de este varón santísimo,
ordenó que los milagros ya conocidos, documentados por escrito y
certificados por testigos fidedignos, los examinaran aquellos
cardenales que parecían ser menos favorables a la causa.
Discutidos diligentemente dichos milagros y aprobados por todos,
teniendo a su favor el unánime consejo y asentimiento de sus
hermanos y de todos los prelados que entonces se hallaban en la curia,
el papa decretó la canonización. Para ello se
trasladó personalmente a la ciudad de Asís, y el domingo
día 16 de julio del año 1228 de la encarnación del
Señor, en medio de unos solemnísimos actos que
sería prolijo narrar, inscribió al bienaventurado Padre
en el catálogo de los santos.
15.8 El día 25 de mayo del año del Señor de 1230,
con la asistencia de los hermanos que se habían reunido en
capítulo general celebrado en Asís, fue trasladado aquel
cuerpo, que vivió consagrado al Señor, a la
basílica construida en su honor. Y mientras llevaban el sagrado
tesoro sellado con la bula del Rey altísimo, aquel cuya efigie
ostentaba se dignó obrar numerosos milagros, a fin de que, al
olor salvífico que despedía, se sintieran atraídos
los fieles a correr en pos de Cristo. Y en verdad, si Dios hizo que
Francisco durante su vida le agradara tanto y lo convirtió en
tan amado suyo que, como a Enoc, lo transportó al paraíso
por el don de la contemplación, y como a Elías lo
arrebató al cielo en una carroza de fuego por el celo de la
caridad, justo era que los dichosos huesos de quien verdeaba ya entre
las flores celestiales del vergel eterno exhalaran desde el sepulcro su
aroma en florecimiento maravilloso.
15.9 Por último, de la misma manera que este bienaventurado
varón resplandeció en vida por sus admirables ejemplos de
virtud, así desde su muerte hasta el día de hoy brilla en
diversas partes del mundo por sus estupendos milagros y prodigios,
recibiendo con ello gloria el divino poder. En efecto, gracias a sus
méritos encuentran remedio los ciegos y los sordos, los mudos y
los cojos, los hidrópicos y los paralíticos, los
endemoniados y los leprosos, los náufragos y los cautivos, y se
presta socorro a todas las enfermedades, necesidades y peligros; y los
muchos muertos prodigiosamente resucitados por su mediación
patentizan a los fieles la magnificencia y el poder el Altísimo,
que glorifica a su Santo. A El honor y gloria por infinitos siglos de
los siglos. Amén.
PARTE TERCERA
RELACIÓN DE ALGUNOS MILAGROS DE SAN FRANCISCO
DESPUÉS DE SU MUERTE
1. MILAGROS DE LAS SAGRADAS LLAGAS
01.1 Al disponerme a narrar, para honor de Dios omnipotente y gloria
del bienaventurado padre Francisco después de su
glorificación en los cielos, algunos de los milagros aprobados,
he pensado que es obligado dar comienzo por aquel en que de modo
particular se pone de relieve el poder de la Cruz de Jesús y se
renueva .su gloria.
01.1 Porque este hombre nuevo Francisco resplandeció con un
nuevo y estupendo milagro, apareció distinguido con un
privilegio singular no concedido en tiempos pasados, es decir, fue
condecorado con las sagradas llagas y su cuerpo - cuerpo de muerte -
fue configurado al cuerpo del Crucificado. Todo lo que sobre esto se
diga quedará siempre por bajo de la alabanza que se merece.
01.1 Ciertamente, todo el interés del varón de Dios, lo
mismo pública que privadamente, se centró en la cruz del
Señor. Y para que el cuerpo quedara marcado exteriormente con el
signo de la cruz, impreso ya en su corazón desde el principio de
su conversión, envolviéndose en la misma cruz,
adoptó un hábito de penitencia con forma de cruz, y
así quiso que, como su alma se había revestido
interiormente de Cristo crucificado, su Señor, del mismo modo su
cuerpo quedara revestido la armadura de la Cruz, y que al igual que
Dios había abatido a los poderes infernales con este signo, con
el militara su ejército para el Señor.
01.1 Desde los primeros tiempos en que comenzó a militar en
servicio del Crucificado resplandecieron en torno a su persona diversos
misterios de la cruz, como más claramente se pone de manifiesto
al que considera el desarrollo de su vida, como, en efecto, a
través de siete manifestaciones de la cruz del Señor, fue
totalmente transformado, mediante la virtud de su amor extático,
tanto en sus pensamientos como en sus afectos y acciones, en la efigie
del Crucificado.
01.1 Justamente, pues, la clemencia del sumo Rey, condescendiendo
generosamente en favor de sus amantes en medida que supera todo lo que
el hombre puede pensar, imprimiéndola en su cuerpo, lo hizo
portador de la insignia de la cruz, para que aquel que había
sido previamente distinguido con un prodigioso amor a la cruz, fuera
también glorificado con el prodigioso honor de la misma.
01.2 A corroborar la firmeza indestructible de este estupendo milagro
de las llagas y alejar de la mente toda sombra de duda, no sólo
contribuyen los testimonios, dignos de toda fe, de aquellos que las
vieron y palparon, sino también las maravillosas apariciones y
milagros que resplandecieron después de su muerte.
01.2 El señor papa Gregorio IX, de feliz memoria, a quien el
varón santo había anunciado proféticamente que
sería sublimado a la dignidad apostólica, antes de
inscribir al portaestandarte de la cruz en el catálogo de los
santos llevaba en su corazón alguna duda respecto de la llaga
del costado.
01.2 Pero una noche, según lo refería con lágrimas
en los ojos el mismo feliz pontífice, se le apareció en
sueños el bienaventurado Francisco con una cierta severidad en
el rostro, y, reprendiéndole por las perplejidades de su
corazón, levantó el brazo derecho, le descubrió la
llaga del costado y le pidió una copa para recoger en ella la
sangre que abundante manaba de su costado. Ofrecióle el sumo
pontífice en sueños la copa que le pedía, y
parecía llenarse hasta el borde de la sangre que brotaba del
costado.
01.2 Desde entonces sintióse atraído por este sagrado
milagro con tanta devoción y con un celo tan ardiente, que no
podía tolerar que nadie con altiva presunción tratase de
impugnar y oscurecer la espléndida verdad de aquellas
señales sin que fuese objeto de su severa corrección.
01.3 Había un hermano, menor por su orden, predicador de oficio,
distinguido por su virtud y fama, firmemente persuadido de las llagas
del Santo. Como quisiera penetrar humanamente las razones de este
milagro, comenzó a ser probado por las molestias de una cierta
duda. Durante largos días sufrió él la lucha
interior, a la par que la curiosidad natural iba tomando cuerpo; cierta
noche mientras dormía se le apareció Francisco con los
pies enlodados; presentaba un rostro humildemente severo y
pacientemente airado; y le dijo: "Qué clase de dudas y
conflictos y qué sabias perplejidades traes dentro de ti? Mira
mis manos y mis pies". Observa el hermano las manos traspasadas, pero
no ve las llagas en los pies enlodados. "Aparta - le dijo el Santo - el
lodo de mis pies y reconoce el lugar de los clavos".
01.3 Habiendo tomado devotamente los pies entre sus manos, le
parecía que limpiaba el lodo en que estaban envueltos y que con
sus manos tocaba el lugar de los clavos. Al despertar se deshace en
lágrimas, y con un copioso llanto y una confesión
pública limpia aquellos sentimientos anteriores, en cierto modo
manchados con el lodo de las dudas.
01.4 Había en la ciudad de Roma una matrona, noble por la
nobleza de sus costumbres y por el glorioso linaje de sus padres, que
había escogido a San Francisco por abogado suyo. En la alcoba en
que en lo escondido oraba al Padre, tenía ella una imagen
pintada del Santo.
01.4 Un día, mientras estaba entregada a la oración, se
dio cuenta de que en la imagen faltaban las sagradas señales de
las llagas, y comenzó a afligirse no poco y a admirarse. Pero
nada extraño que en la pintura no hubiera lo que el pintor
había omitido. Durante muchos días estuvo dando vueltas
en su cabeza al asunto y preguntándose cuál podía
ser la causa de aquella falta en la imagen; y, de repente, un
día aparecieron en la pintura las maravillosas señales,
tal como suelen estar representadas en otras pinturas del mismo Santo.
01.4 Estremecida por la novedad, llamó inmediatamente a una hija
suya, también ella consagrada a Dios, y le preguntó si la
imagen había estado hasta entonces sin las llagas. La hija
afirma y jura que la imagen no tenía antes las llagas y que
ahora ciertamente las lleva. Pero como frecuentemente la mente humana
va por sí misma al precipicio y pone en duda la verdad, penetra
de nuevo en el corazón de aquella matrona la duda perniciosa de
si la imagen no habría estado desde el principio en la forma en
que ahora aparecía.
01.4 Entonces, el poder de Dios añade al primero un segundo
milagro: al punto se borraron las señales de las llagas y la
imagen quedó despojada del privilegio de las mismas para que por
este segundo prodigio quedara confirmado el primero.
01.5 En la ciudad de Lérida, en Cataluña, tuvo lugar
también el siguiente hecho. Un hombre llamado Juan, devoto de
San Francisco atravesaba de noche un camino donde acechaban para dar
muerte a un hombre que ciertamente no era él, que no
tenía enemigos. Pero el hombre a quien querían matar le
era muy parecido y en aquella sazón formaba parte de su
acompañamiento.
01.5 Saliendo un hombre de la emboscada preparada y pensando que el
dicho Juan era su enemigo, le hirió tan de muerte con repetidos
golpes de espada, que no había esperanza alguna de que recobrase
la salud. En el primer golpe le cercenó casi por completo el
hombro con el brazo; en un segundo golpe le hizo debajo de la tetilla
una herida tan profunda y grande, que el aire que de ella salía
podría ser bastante para apagar unas seis velas que ardieran
juntas. A juicio de los médicos, la curación era
imposible porque, habiéndose gangrenado las heridas,
despedían un hedor tan intolerable, que hasta a su propia mujer
le repugnaba fuertemente; en lo humano no les quedaba remedio alguno.
01.5 En este trance se volvió con toda la devoción que
pudo al bienaventurado padre Francisco para impetrar su patrocinio; ya
antes, en el momento de ser golpeado, le había invocado con
inmensa confianza, como había invocado también a la
Santísima Virgen.
01.5 Y he aquí que, mientras aquel desgraciado estaba postrado
en el lecho solitario de la calamidad y, velando y gimiendo, invocaba
frecuentemente el nombre de Francisco, de pronto se le hace presente
uno, vestido con el hábito de hermano menor, que, al parecer,
había entrado por la ventana. Llamándole éste por
su nombre, le dijo: Mira, Dios te librará, porque has tenido
confianza en mí". Preguntóle el enfermo quién era,
y el visitante le contestó que él era Francisco. Al punto
se le acercó, le quitó las vendas de las heridas y,
según parecía, ungió con un ungüento todas
las llagas.
01.5 Tan pronto como sintió el suave contacto de aquellas manos
sagradas, que en virtud de las llagas del Salvador tenían poder
pala sanar, desaparecida la gangrena, restablecida la carne y
cicatrizadas las heridas, recobró íntegramente su
primitiva salud. Tras esto desapareció el bienaventurado Padre.
01.5 Sintiéndose sano y prorrumpiendo alegremente en alabanzas
de Dios y de San Francisco, llamó a su mujer. Ella acude
velozmente a la llamada, y al ver de pie a quien creía iba a ser
sepultado al día siguiente, impresionada enormemente por el
estupor, llena de clamores todo el vecindario. Presentándose los
suyos, se esforzaban en encamarlo como si se tratase de un
frenético. Pero, él, resistiéndose, aseguraba que
estaba curado, y así se mostraba.
01.5 El estupor los dejó tan atónitos, que, como si
hubieran sido privados de la mente, creían que lo que estaban
viendo era algo fantástico. Porque aquel a quien poco antes
habían visto desgarrado por atrocísimas heridas y ya todo
putrefacto, lo veían alegre y totalmente incólume.
Dirigiéndose a ellos el que había recuperado la salud,
les dijo: No temáis y no creáis que es falso lo que veis,
porque San Francisco acaba de salir de este lugar y con el contacto de
sus sagradas manos me ha curado totalmente de mis heridas.
01.5 A medida que crece la fama del milagro, va acudiendo presuroso el
pueblo entero que, comprobando en un prodigio tan evidente el poder de
las llagas de San Francisco, se llena de admiración y gozo a un
tiempo y glorifica con grandes alabanzas al portador de las
señales de Cristo.
01.5 Justo era, en verdad, que el bienaventurado Padre, muerto ya a la
carne y viviendo con Cristo, diera la salud a aquel hombre mortalmente
herido con la admirable manifestación de su presencia y con el
suave contacto de sus manos sagradas, ya que llevaba en su cuerpo las
llagas de Aquel que, muriendo por misericordia y resucitando
maravillosamente, sanó, por el poder de sus llagas, al
género humano, que estaba herido y medio muerto yacía
abandonado.
01.6 En Potenza, ciudad de la Pulla, vivía un clérigo,
Rogero de nombre, varón honorable y canónigo de la
iglesia mayor. Atormentado por la enfermedad, entró para orar en
una iglesia; había en ella un cuadro de San Francisco,
representado con las llagas gloriosas. Al verlas comenzó a dudar
de aquel sublime milagro, como cosa del todo insólita e
imposible.
01.6 De repente, mientras su mente, herida por la duda, divagaba en
pensamientos insensatos, se sintió fuertemente golpeado en la
palma de la mano izquierda, cubierta con un guante, al tiempo que
oyó el silbido como de flecha que es despedida por una ballesta.
Al punto, lacerado por la herida y estupefacto por el sonido, se quita
el guante de la mano para ver con sus propios ojos lo que había
percibido por el tacto y el oído. Sin que antes hubiera en la
palma lesión alguna, observó que en medio de la mano
tenía una herida que parecía producida por una flecha; de
ella salía un ardor tan violento, que creía desfallecer.
01.6 ¡Cosa maravillosa! En el guante no había ninguna
señal, para que se viera que el castigo de la herida infligida
misteriosamente correspondía a la herida oculta del
corazón. Estimulado por agudísimo dolor, clama y ruge
durante dos días y descubre a todos el velo de su
incrédulo corazón. Confiesa y jura creer que ciertamente
en el Santo existieron las sagradas llagas y asegura que en su mente
han desaparecido todas las sombras de dudas. Suplicante, se dirige al
santo de Dios para rogarle que le ayude por sus sagradas llagas,
bañando las insistentes plegarias del corazón con un
río de lágrimas en los ojos.
01.6 ¡Prodigioso! Desechada la incredulidad, a la salud del alma
sigue la del cuerpo. Se calma del todo el dolor, se apaga el ardor, no
queda vestigio alguno de lesión. La divina Providencia quiso en
su misericordia curar la oculta enfermedad del espíritu por
medio del cauterio exterior de la carne. Curada el alma, quedó
también sanada la carne.
01.6 El hombre aprende a ser humilde, se convierte en devoto de Dios y
queda vinculado al Santo y a la Orden de los hermanos por una perpetua
familiaridad. Este ruidoso milagro fue confirmado con juramento y
ratificado con documento sellado por el obispo, y así ha llegado
su noticia hasta nosotros.
01.6 A nadie, pues, le sea dado dudar de la autenticidad de las
sagradas llagas. Nadie, porque Dios es bueno, mire este hecho con ojos
maliciosos, como si la dádiva de este don cuadrara mal con la
sempiterna bondad de Dios. Porque, si fueron muchos los miembros que
con el mismo amor seráfico se unieron a Cristo cabeza para que
fuesen hallados di nos de ser revestidos en la batalla con una armadura
semejante y digno de ser elevados en el reino a una gloria semejante,
nadie de sano juicio deja ría de afirmar que esto pertenece a la
gloria de Cristo.
2. MUERTOS RESUCITADOS
02.1.En la población de Monte Marano, cerca de Benevento,
murió una mujer particularmente devota de San Francisco. Durante
la noche, reunido el clero para celebrar las exequias y hacer vela
cantando salmos, de repente, a la vista de todos, se levantó del
túmulo la mujer y llamó a un sacerdote de los presentes,
padrino suyo, y le dijo: Quiero confesarme, padre; oye mi pecado. Ya
muerta, iba a ser encerrada en una cárcel tenebrosa, porque no
me había confesado todavía de un pecado que te voy a
descubrir.
02.1 Pero rogó por mí San Francisco, a quien serví
con devoción durante mi vida, y se le ha concedido volver ahora
al cuerpo, para que, revelando aquél pecado, merezca la vida
eterna. Y una vez que confiese mi pecado, en presencia de todos
vosotros marcharé al descanso prometido". Habiéndose
confesado, estremecida, al sacerdote, igualmente estremecido, y,
recibida la absolución, tranquilamente se tumbó en el
lecho y se durmió felizmente en el Señor.
02.2 En Pomarico, Castro situado en las montañas de la Pulla,
vivía con sus padres una hija única de corta edad,
querida tiernísimamente por ellos. Muerta a consecuencia de
grave enfermedad, sus padres, que no tenían ya esperanza de
sucesión, se consideraban como muertos con ella. Reunidos los
parientes y amigos para asistir a aquel tristísimo funereal,
yacía la desgraciada madre oprimida por indecible dolor y
sumergida en suprema tristeza, sin darse cuenta en absoluto de lo que
sucedía a su alrededor.
02.2 En esto, San Francisco, acompañado de un solo
compañero, se dignó aparecer y visitar a la desconsolada
mujer, a la que reconocía como devota suya. Dirigiéndose
a ella, le dijo estas consoladoras palabras: "No llores, porque la luz
de tu antorcha que crees se ha apagado, te será devuelta por mi
intercesión". Se levantó al instante la mujer, y,
manifestando a todos lo que el Santo le había dicho, no
permitió que se llevaran el cuerpo muerto de su hija, sino que,
invocando con gran fe a San Francisco, tomó a su hija muerta y,
viéndolo todos y admirándolo, la levantó viva y
completamente sana.
02.3 Los hermanos de Nocera necesitaban por algún tiempo un
carro, y se lo pidieron a un hombre llamado Pedro. En vez de acceder a
la petición, neciamente se desató en palabras ofensivas,
y, en lugar de prestar lo que en honor de San Francisco de él se
solicitaba, hasta vomitó una blasfemia contra el nombre del
Santo. En seguida le pesó su necedad y le dominó un
terror divino, temiendo que se descargara sobre su persona la ira de
Dios, como efectivamente bien presto sucedió: enfermó
súbitamente su hijo primogénito y después de breve
tiempo falleció.
02.3 El desgraciado padre se revolvía por tierra, e, invocando
sin cesar al santo de Dios Francisco, exclamaba entre lágrimas:
Yo soy el que he pecado, yo el que he hablado inicuamente; debiste
haber cargado sobre mi persona tus azotes. Devuelve, ¡oh santo!
al arrepentido lo que arrebataste al blasfemo impío. Yo me
consagro a ti, me pongo para siempre a tu servicio; en tu honor
ofreceré de continuo a Cristo un devoto sacrificio de alabanza".
¡Maravilloso! a estas palabras resucitó el niño, y,
pidiendo que dejaran de llorar, aseguró que al morir,
después de salido del cuerpo, fue acogido por el bienaventurado
Francisco y que por él mismo había sido devuelto a la
vida.
02.4 Un niño de apenas siete años, hijo de un notario de
la ciudad de Roma, quería - cosa muy propia de niños -
seguir a su madre, que iba a la iglesia de San Marcos; al obligarlo
ella a quedar en casa, se arrojó por una ventana del palacio, y
con el último golpe quedó muerto instantáneamente.
La madre, que todavía no se había alejado mucho, al
oír el ruido del golpe, sospechando que su hijo se había
caído, volvió apresuradamente, y, comprobando que le
había sido arrebatado su hijo con tan lamentable accidente, al
punto se lo recriminó a sí misma, y con gritos dolorosos
sobresaltó a toda la vecindad, moviéndola al lamento
02.4 Un hermano de la Orden de los Menores llamado Raho, que iba a
predicar y en aquel momento pasaba por allí, se acercó al
niño y lleno de fe dijo al padre: "Crees que el santo de Dios
Francisco, por el amor que siempre tuvo a Cristo, muerto en la cruz
para devolver la vida a los hombres, puede resucitar a tu hijo?",
Respondióle que lo creía firmemente y lo confesaba con fe
y que se pondría para siempre al servicio del Santo si por los
méritos del mismo lograba obtener de Dios una gracia tan grande.
Postróse aquel hermano con su compañero en actitud de
oración, exhortando a todos los presentes a que se asociaran a
ella. Terminada la oración, el niño comenzó a
bostezar levemente, luego abrió los ojos y levantó los
brazos; en seguida se puso de pie por sí mismo y se paseó
ante todos totalmente restablecido, devuelto a la vida y a la salud por
el poder maravilloso del Santo.
02.5 Ocurrió en la ciudad de Capua que, jugando un niño
con otros muchos a la orilla del río Volturno, por imprudencia
cayó a lo profundo de las aguas, y, siendo devorado
rápidamente por la corriente impetuosa, quedó muerto y
enterrado en el fango. A los gritos de los otros niños que con
él jugaban a la orilla del río, se agolpó
allí una gran multitud de gente. Se pusieron todos a invocar
humilde y devotamente al bienaventurado Francisco, y pedían que,
mirando la fe de sus devotos padres, librase al niño del peligro
de muerte; un nadador que estaba algo alejado oyó los gritos de
la gente y se acercó al lugar. Después de una pesquisa,
invocó la ayuda del bienaventurado Francisco, y dio con el lugar
donde el fango, a modo de sepulcro, había cubierto el
cadáver del niño.
02.5 Al desenterrarlo y sacarlo fuera, miró con dolor al
difunto. Aunque el pueblo que estaba presente veía muerto al
pequeño, sin embargo, entre sollozos y gemidos, continuaba
clamando: "San Francisco, devuelve el niño a su padre!". Y hasta
los judíos que se habían acercado, conmovidos por natural
piedad, decían: "¡San Francisco, devuelve el niño a
su padre!" Súbitamente, el niño, con alegría y
admiración de todos, se levantó enteramente sano y
pidió le llevasen a la iglesia de San Francisco para dar gracias
devotamente al Santo, por cuya virtud reconocía haber sido
resucitado milagrosamente.
02.6 En la ciudad de Sessa, en una aldea denominada Alle Colonne, al
desplomarse repentinamente una casa, engulló bajo sus escombros
a un joven y lo dejó muerto en el acto. Alertados por el
estruendo del derrumbe, acudieron de todas partes hombres y mujeres,
que, removiendo maderos y piedras, hallaron el cadáver del joven
y se lo entregaron a su desgraciada madre. Sumergida en
amarguísimos sollozos, exclamaba como podía con voces
lastimeras: "¡San Francisco, San Francisco, devuélveme a
mi hijo!" Pero no sólo ella, sino todos los circunstantes
imploraban con ardor el valimiento del bienaventurado Padre. Como no se
notaba ningún movimiento ni voz en el cadáver, lo
depositaron en el lecho en espera de enterrarlo al día siguiente.
02.6 Pero la madre, que tenía confianza en el Señor por
los méritos de San Francisco, hizo voto de cubrir el altar de
San Francisco con un mantel nuevo si le devolvía la vida a su
hijo. He aquí que hacia la media noche comenzó el joven a
bostezar y, entrando en calor sus miembros, se levantó vivo y
sano, y prorrumpió en palabras de alabanza. Y movió
también al pueblo, que se había reunido a alabar y a dar
gracias con alegría interior a Dios y a San Francisco.
02.7 Un joven llamado Gerlandillo, oriundo de Ragusa, se fue a las
viñas en tiempo de vendimia. Cuando se colocaba en el
depósito de vino debajo de la prensa para llenar odres, de
improviso, a causa del movimiento de unos maderos, se desprendieron
unas enormes piedras, que cayeron sobre su cabeza y se la golpearon
mortalmente.
02.7 Acudió en seguida el padre en su ayuda; pero, desesperado
al verlo sepultado, lo dejó como estaba. Oyendo las voces y el
lúgubre clamor del padre, se presentaron rápidamente los
vendimiadores, que, identificados con su gran dolor, extrajeron el
cadáver del joven de entre las piedras. El padre, postrado a los
pies de Jesús, humildemente pedía que por los
méritos de San Francisco, cuya fiesta se avecinaba, se dignase
devolverle su único hijo. Redoblaba las súplicas,
prometía obras de piedad e incluso visitar el sepulcro del Santo
con su hijo, si lo resucitaba de entre los muertos. ¡Prodigioso
en verdad! En seguida, el joven, cuyo cuerpo había sido del todo
aplastado, fue devuelto a la vida y a una salud perfecta. Gozoso, se
levantó a la vista de todos. Reprendió a los que lloraban
y les aseguró que había devuelto a la vida por
intercesión de San Francisco.
02.8 En Alemania resucitó el Santo a otro muerto. Fue un hecho
que el papa Gregorio IX certificó para alegría de todos
al tiempo de la traslación del cuerpo de San Francisco, mediante
letras apostólicas que dirigió a todos los hermanos que
se habían reunido en Asís pala asistir al capítulo
y a la traslación. No he narrado este milagro en sus detalles,
porque los desconozco, pensando que el testimonio papal sobrepuja en
validez a toda otra afirmación.
3. SALVADOS DEL PELIGROS DE MUERTE
03.1 En los alrededores de la ciudad de Roma, cierto varón
noble, por nombre Rodolfo, a una con su devota mujer hospedó en
su casa a unos hermanos menores tanto por espíritu de
hospitalidad como por reverencia y amor a San Francisco. En aquella
noche, estando dormido el centinela del castro en lo alto de la torre,
tumbado sobre un armazón de maderos en el mismo estribo del
muro, suelta la trabazón de los mismos, se precipitó
sobre la techumbre del palacio, y de allí al pavimento.
03.1 Toda la familia se despertó al estruendo de la
caída, y, enterados de la desgracia del centinela, acudieron a
auxiliarle el señor del castillo, su señora y los
hermanos. Pero el centinela, que había caído de lo alto,
estaba sumergido en un sopor tan profundo, que no se despertó ni
a los golpes de la caída ni al estrépito de la familia
que acudía gritando.
03.1 Despertado por fin a fuerza de agitarlo, se puso a quejarse de que
le hubiesen privado de un dulce descanso, asegurando que se hallaba
plácidamente dormido entre los brazos de San Francisco. Siendo
informado de la propia caída por los demás y
viéndose en tierra cuando se sabía acostado en lo alto,
estupefacto de lo sucedido sin haberse dado cuenta, prometió
delante de todos que haría penitencia por reverencia de Dios y
del bienaventurado Francisco.
03.2 En el castro de Pofi, en la Campania, un sacerdote llamado
Tomás fue a reparar un molino que era propiedad de la iglesia.
Caminando sin precaución por el borde del canal, por el que
corrían aguas profundas y abundantes, de improviso vino a caer y
ser atrapado de forma extraña en el rodezno que movía el
molino. Prendido por el rodezno, quedó allí boca arriba,
recibiendo el impetuoso torrente de las aguas. Ya que no podía
con la lengua, interiormente invocaba gimiendo la ayuda de San
Francisco. Mucho tiempo permaneció en aquella situación,
que sus compañeros consideraban ya completamente desesperada. En
un extremo intento de salvación, movieron con violencia la muela
en sentido contrario, logrando que dicho sacerdote fuera despedido a
las aguas, donde se revolvía agitado en la corriente.
03.2 Fue entonces cuando un hermano menor, vestido de túnica
blanca y ceñido con un cordón, tomándole por el
brazo con mucha suavidad, lo sacó del río, diciendo: "Yo
soy Francisco, a quien tú invocaste". Liberado de esta forma y
fuera de sí por el estupor, quería besar las huellas de
sus pies; ansioso, discurría de una a otra parte, preguntando a
los compañeros: "¿Dónde está?
¿Adónde fue el Santo? ¿Por qué camino
desapareció?" Y aquellos hombres, asustados, se postraron en
tierra, glorificando las grandezas del Dios excelso y los
méritos y virtudes de su humilde siervo.
03.3 Unos jóvenes de Celano salieron a cortar hierba en unos
campos. Había allí un viejo pozo oculto, cubierto en su
boca con hierbas verdes. Tenía este pozo cerca de cuatro pasos
en profundidad. Estando os jóvenes trabajando separadamente por
el campo, uno de ellos cayó de improviso en el pozo; mientras
las profundidades del pozo engullían el cuerpo, su alma se
elevaba buscando la ayuda de San Francisco y exclamando fiel y
devotamente durante la misma caída: "San Francisco,
ayúdame!" Los compañeros van de aquí para
allá, y, comprobando que el otro joven no comparece, lloran y lo
buscan llamándolo a gritos y recorriendo el campo de un extremo
a otro. Descubrieron al fin que había caído al pozo;
apresuradamente se dirigieron al pueblo, comunicaron lo acontecido y
pidieron auxilio. De retorno al pozo en unión de muchos hombres,
uno de ellos, atado a una cuerda, fue bajado pozo adentro, y vio al
joven sentado en la superficie de las aguas y sin que hubiera sufrido
lesión alguna.
03.3 Extraído del pozo, dijo el joven a todos los presentes:
"Cuando súbitamente caí, invoqué la ayuda de San
Francisco; mientras me iba sumergiendo, se me hizo él presente,
me alargó la mano, me sujetó suavemente y no me
abandonó en ningún momento hasta que, juntamente con
vosotros, me sacó del pozo."
03.4 Mientras el señor obispo de Ostia, luego sumo
pontífice con el nombre de Alejandro, predicaba en la iglesia de
San Francisco de Asís en presencia de la curia romana, una
grande y pesada piedra dejada descuidadamente en el púlpito, que
era alto y de piedra, vino a caer, a consecuencia de un fuerte
empujón, sobre la cabeza de una mujer.
03.4 Creyendo los circunstantes que había quedado muerta y con
la cabeza del todo aplastada, la cubrieron con el manto que ella misma
llevaba puesto, para sacar el cadáver de la iglesia una vez
terminado el sermón. Mas ella se encomendó fielmente a
San Francisco, ante cuyo altar se encontraba. Y he aquí que,
acabada la predicación, la mujer se levantó ante todos
totalmente sana, hasta el punto de que no se veía en ella el
más leve vestigio de lesión. Pero hay todavía algo
que es más admirable. Durante largo tiempo había sufrido
ella dolores casi continuos de cabeza, y - según
confesión propia posterior - , a partir de aquel momento, se vio
libre de toda molestia de enfermedad.
03.5 En Corneto, habiéndose reunido varios hombres devotos en el
lugar de los hermanos para fundir una campana, un muchacho de ocho
años llamado Bartolomé llevó a los hermanos
algunos alimentos para los trabajadores. De pronto, un viento
impetuoso, que estremeció la casa, echó sobre el muchacho
una de las puertas grande y pesada; todos creían que, aplastado
por tan enorme peso, había perecido. De tal modo lo
cubría la ingente carga, que nada de él se veía.
03.5 Concurrieron todos los presentes e invocaban la diestra poderosa
del bienaventurado Francisco. El mismo padre del muchacho, que
paralizados los miembros por el dolor, no se podía mover,
ofrecía con el corazón y de palabra su hijo a San
Francisco. Fue por fin levantada la funesta carga de encima del
muchacho, y aquel a quien creían muerto apareció lleno de
alegría, Como quien se despierta del sueño, no mostrando
en su cuerpo lesión alguna. Más tarde, a la edad de
catorce anos, este muchacho se hizo hermano menor y llegó a ser
letrado y famoso predicador.
03.6 Unos hombres de Lentilli cortaron una enorme piedra del monte para
ser colocada en el altar de una iglesia de San Francisco, que muy
pronto iba a ser consagrada. Unos cuarenta hombres trataban de colocar
la ingente mole sobre un vehículo; en uno de los esfuerzos,
cayó la piedra sobre uno de los hombres, cubriéndolo como
losa de muerte. Desconcertados, no sabían qué hacer. La
mayor parte de los hombres se alejaron desesperados. Pero diez hombres
que quedaron invocaban con voz lastimosa a San Francisco,
pidiéndole no permitiera que un hombre entregado a su servicio
muriese de modo tan horrible. Recobraron el ánimo y movieron la
piedra con tanta facilidad, que nadie duda que allí estuvo
presente el poder de San Francisco.
03.6 Se levantó el hombre incólume en todos sus miembros;
e incluso obtuvo el beneficio de recuperar la vista, que la
tenía un tanto perdida. De esta forma se daba a entender a todos
cuán eficaz es, aún en casos desesperados, el poder de
los méritos del bienaventurado Francisco.
03.7 Un caso semejante sucedió en San Severino, en la Marca de
Ancona. Una piedra gigantesca, traída desde Constantinopla, era
transportada, con el esfuerzo de muchos hombres, a la basílica
de San Francisco. En un momento, deslizándose
rápidamente, se precipitó sobre uno de los hombres que la
traían. Cuando todos pensaban que estaba no sólo muerto,
sino desmenuzado, le asistió el bienaventurado Francisco, que
levantó la piedra. Quitándose de encima el peso de la
piedra, saltó sano e incólume, sin lesión alguna.
03.8 Un ciudadano de Gaeta llamado Bartolomé trabajaba con todo
afán en la construcción de una iglesia de San Francisco.
Se desprendió de pronto una viga mal colocada, que, oprimiendo
la cabeza, se la golpeó gravemente. Como hombre fiel y piadoso
que era, viendo inminente la muerte, pidió el viático a
un hermano que allí estaba.
03.8 Creyendo el hermano que iba a morir inmediatamente y que no le
daba tiempo para traerle el viático antes de que expirase, le
recordó aquellas palabras de San Agustín,
diciéndole: "Cree, y ya lo recibiste en alimento". La
próxima noche se le apareció San Francisco con otros once
hermanos y, llevando un corderito en sus brazos y se acercó al
lecho y, llamándolo por su nombre le dijo: "Bartolomé, no
tengas miedo, porque no ha prevalecido contra ti el enemigo, que
pretendía impedir que trabajaras en mi servicio. Este es el
cordero que pedías te fuese dado, y que recibiste por el buen
deseo; por su poder recibirás también la doble salud del
alma y del cuerpo; le pasó luego la mano por las heridas y le
mandó volviera al trabajo que había comenzado.
03.8 Levantóse muy de mañana, y, presentándose
alegre e incólume ante aquellos que le habían dejado
medio muerto, los llenó de admiración y de estupor,
excitándolos, tanto por su ejemplo como por el milagro, a la
reverencia y al amor del bienaventurado Padre.
03.9 Cierto día, un hombre de Cepraro llamado Nicolás
cayó en manos de crueles enemigos. Con salvaje ferocidad lo
cosieron a puñaladas, y hasta tal punto se encarnizaron con
él, que lo dejaron por muerto o próximo a morir. El dicho
Nicolás, al recibir los primeros golpes, había exclamado
en alta voz: "¡Salve Francisco, socórreme! ¡San
Francisco, ayúdame!" Muchos oyeron desde lejos estas palabras,
pero no podían ellos auxiliarle.
03.9 Llevado a su casa, todo cubierto en su propia sangre, afirmaba
confiadamente que no vería la muerte por aquellas heridas y que
desde aquel momento no sentía dolores, porque San Francisco le
había socorrido y le había conseguido de Dios el poder
hacer penitencia. Los hechos confirmaron su aserto, porque, apenas se
le limpió la sangre, contra toda esperanza humana, quedó
en seguida libre de todo mal.
03.10 El hijo de un noble del castro de San Geminiano era
víctima de una grave enfermedad, y, desesperado de toda posible
curación, había llegado al extremo de su vida. De sus
ojos brotaba un chorro de sangre como cuando se abre una vena en el
brazo; viéndosele en el resto de su cuerpo todos los
demás signos de una muerte próxima, se le juzgaba como
muerto. Además, privado del uso de los sentidos y del movimiento
por la debilidad del espíritu y de sus fuerzas, parecía
difunto del todo.
03.10 Reunidos, como de costumbre, los parientes y amigos para celebrar
el duelo, y hablando de la sepultura, su padre, que tenía
confianza en el Señor, corrió con paso ligero a la
iglesia de San Francisco que había en aquel lugar y, colgada una
cuerda al cuello, con toda humildad se postró en tierra. De esta
forma, haciendo votos e intensificando sus rezos con suspiros y gemidos
mereció tener a San Francisco como abogado ante Cristo.
Volvió el padre al lado de su hijo, y, encontrándolo
totalmente curado, el luto se convirtió en alegría.
03.11 Un prodigio semejante realizó el Señor por los
méritos del Santo en Cataluña en favor de una niña
de la villa de Tamarit y de otra de cerca de Ancona; estando ellas en
el último trance a causa de la enfermedad, sus padres invocaron
con fe a San Francisco, quien al momento las restituyó a una
perfecta salud.
03.12 Cierto clérigo de Vicalvi llamado Mateo ingirió un
día un veneno mortífero; de tal manera se agravó,
que, no siéndole ya posible hablar, le quedaba sólo
exhalar el último suspiro. Un sacerdote le aconsejó que
se confesara, pero no pudo conseguir de él palabra alguna. El
sacerdote pedía en su corazón humildemente a Cristo que
se dignase librarle de las fauces de la muerte por los méritos
de San Francisco Al momento, como confortado por el Señor,
pronunció con fe y devoción el nombre de San Francisco
ante los circunstantes, vomitó el veneno y dio gracias a su
libertador.
4. NÁUFRAGOS SALVADOS
04.1 Unos navegantes se encontraban en gran peligro de naufragio
distantes diez millas del puerto de Barletta. Arreciando la tempestad y
dudando ya de poder salvarse, echaron anclas. Pero, agitándose
furiosamente el mar por la fuerza del huracán, rotas las amarras
y perdidas las anclas, eran juguete de las olas, navegando sin rumbo
fijo por las aguas.
04.1 Por fin, amainada la tempestad por designio divino, se dispusieron
con todo esfuerzo a recobrar las anclas, cuyos cabos flotaban en la
superficie de las aguas. No logrando su intento con sus propias
fuerzas, acudieron a la ayuda de muchos santos; pero, agotados por el
sudor, no consiguieron durante todo el día recuperar siquiera
una sola de las anclas. Había un marinero, Perfecto de nombre e
imperfecto en las costumbres; con aire de burla dijo a sus
compañeros: "Mirad, habéis invocado el auxilio de todos
los santos y, lo estáis viendo, no hay ninguno que nos socorra.
Invoquemos a ese Francisco, santo nuevo. Veamos si se sumerge en el mar
y nos recupera las anclas perdidas."
04.1 Accedieron los otros marineros, no en plan de bulla, sino de
verdad a la sugerencia de Perfecto, y, reprendiéndole por sus
palabras burlonas, concertaron espontáneamente un voto con el
Santo. Al momento, sin otra ayuda, nadaron las anclas sobre las aguas,
como si la naturaleza del hierro hubiera adquirido la ligereza de la
madera.
04.2 A bordo de una nave venía de ultramar un peregrino, del
todo extenuado por el agotamiento de su cuerpo a causa de unas
altísimas fiebres que había padecido. Se sentía
atraído al bienaventurado Francisco por un gran afecto de
devoción y le había elegido por abogado suyo delante del
Rey del cielo. Todavía no estaba repuesto perfectamente de la
enfermedad; angustiado por los ardores de la sed y faltando ya el agua,
comenzó a gritar a grandes voces:. "Id con confianza; dadme de
beber, que San Francisco ha llenado de agua mi vaso". ¡Qué
sorpresa cuando encontraron lleno de agua el recipiente que antes
había quedado vacío!
04.2 Otro día se desencadenó una tempestad, y la nave era
cubierta por las aguas y hasta tal punto era azotada por olas
gigantescas, que temieron ya el naufragio. Entonces aquel enfermo
comenzó a gritar por la nave: Levantaos todos y salid al
encuentro de San Francisco que viene a nosotros. Está
aquí presente para salvarnos". Y, postrándose en tierra
entre grandes voces y lágrimas, le rindió culto. Al
instante, con la visión del Santo, recobró del todo la
salud y se hizo la tranquilidad en el mar.
04.3 El hermano Jacobo de Rieti, atravesando en una pequeña
barca un río juntamente con otros hermanos, desembarcaron
primero éstos en la orilla y, por último, se dispuso a
hacerlo él. Pero infortunadamente, dio vuelta el pequeño
bote, y nadando el que lo dirigía, el hermano Jacobo se
hundió en lo profundo de las aguas. Invocaban los hermanos que
se hallaban en la orilla al bienaventurado Francisco con
súplicas nacidas del corazón y pedían con gemidos
y lágrimas que socorriese a aquel hijo suyo.
04.3 También el hermano sumergido en aquellas aguas profundas
imploraba como le era posible con el corazón, ya que no
podía hacerlo con la boca, el auxilio del piadoso Padre. De
pronto, San Francisco se le hizo presente, y con su ayuda caminaba por
las profundidades de las aguas como por tierra seca; y, tomando la
barca hundida, llegó con ella sano y salvo a la orilla.
¡Oh extraña maravilla! Sus vestidos no estaban mojados y
ni siquiera una gota de agua se posó en su túnica.
04.4 Un hermano llamado Buenaventura navegaba con dos hombres por un
lago; rompióse en parte la barca a causa del ímpetu de
las aguas, y se hundió él en lo profundo con la barca y
los compañeros. Del fondo de aquel lago de miseria invocaron con
grande confianza al misericordioso padre Francisco, y
súbitamente flotó la barca llena de agua, y, conducida
por el Santo, llegó con los náufragos a bordo al puerto.
Del mismo modo, Un hermano de Áscoli, sumergido en un
río, fue salvado por los méritos de San Francisco.
También ocurrió en el lago de Rieti que,
encontrándose unos hombres y mujeres en un aprieto semejante,
invocaron el nombre de San Francisco, y salieron ilesos del peligro de
naufragio en aguas profundas.
04.5 Unos navegantes de Ancona, combatidos por una peligrosa tempestad,
se veían ya en riesgo de sufrir un naufragio. Cuando, sin
esperanzas de vida, invocaron suplicantes a San Francisco,
apareció en la nave una gran luz, y, como si el santo
varón por su milagrosa influencia tuviese poder para imperar a
los vientos y al mar, sobrevino con aquella luz de cielo la
tranquilidad en las aguas.
04.5 Creo que no es posible relatar uno por uno todos los casos en que
con milagros prodigiosos ha brillado y sigue brillando el poder divino
de este santo Padre en los azares del mar y cuántas veces ha
ofrecido su ayuda a los que se encontraban en situación
desesperada. En verdad, no debe sorprendernos el poder concedido por
Dios sobre las aguas a quien reina ya en el cielo, si consideramos que,
mientras vivía en carne mortal, le servían
maravillosamente todas las criaturas corporales vueltas a su estado
original.
5. PRESOS Y ENCARCELADOS PUESTOS EN LIBERTAD
05.1 Sucedió en Romania que un griego que servía a un
señor fue falsamente acusado de hurto. El dueño de la
tierra mandó que fuera encerrado en una estrecha cárcel y
cargado de cadenas. Mas la señora de la casa, compadecida del
siervo, a quien consideraba inocente del delito que se le imputaba,
insistía ante el señor con ardientes súplicas para
que fuera liberado. Obstinado en su dureza, el marido no accedió
a los ruegos. Entonces, la señora recurrió humildemente a
San Francisco, y, haciendo un voto, encomendó a su piedad al
inocente. Pronto acudió el abogado de los desgraciados y
visitó en la cárcel misericordiosamente al siervo
castigado. Rompió las cadenas, abrió la cárcel y,
tomando de la mano al inocente, lo sacó fuera y le dijo: Yo soy
aquel a quien tu señora te ha encomendado devotamente.
Sobrecogido por un gran temor el siervo y teniendo que bajar de una
altísima roca bordeando la sima, en un momento, por el poder de
su libertador, se encontró en el llano. Volvió a su
señora, y, contándole por su orden el suceso milagroso,
encendió con renovado fervor en la devota señora el amor
a Cristo y la veneración a su siervo Francisco.
05.2 En Massa de San Pedro, un pobrecillo debía una cantidad de
dinero a un caballero. No pudiendo pagarle de momento por su gran
pobreza, apresado por el caballero, le rogaba suplicante que tuviese
misericordia y que por amor a San Francisco le diese un plazo de
espera. El soberbio caballero desechó las súplicas del
pobre y desconsideradamente despreció lo del amor del Santo como
algo inútil y vano. Altivamente le contestó: Te
encerraré en tal lugar y te recluiré en tal cárcel
que ni San Francisco ni ningún otro te podrán ayudar".
Procuró cumplir lo que dijo. Encontró una cárcel
oscura, donde encadenado encerró al pobre.
05.2 Poco después se presentó San Francisco y, abriendo
la cárcel y rompiendo los grillos de los pies, lo
devolvió, sin ningún daño a su casa. Así,
el poder de Francisco conquistó al soberbio caballero,
libertó de su desgracia al cautivo que se había confiado
a su valimiento, y, mediante un admirable milagro, convirtió la
protervia del caballero en mansedumbre.
05.3 Alberto de Arezzo, puesto en durísima prisión a
causa de deudas que injustamente le reclamaban, humildemente
encomendó su inocencia a San Francisco. Amaba de modo
extraordinario a la Orden de los hermanos menores, y entre los santos
veneraba con especial afecto a San Francisco.
05.3 Su acreedor, con palabras blasfemas, afirmó que ni San
Francisco ni Dios le podrían librar de sus manos. Sucedió
que el encarcelado no probó bocado la vigilia de San Francisco y
por su amor dio el alimento a un indigente; anocheciendo ya y estando
en vela, se le apareció San Francisco; a su entrada en la
cárcel se desprendieron los cepos de sus pies y cayeron las
cadenas de sus manos, se abrieron por sí las puertas, saltaron
las tablas del techo, y, libre ya el preso, volvió a su casa.
Cumplió desde entonces el voto de ayunar la vigilia de San
Francisco, y en testimonio de su creciente devoción al Santo fue
añadiendo cada año una onza al cirio que solía
ofrecer anualmente.
05.4 Ocupando el solio pontificio el papa Gregorio IX, un hombre
llamado Pedro, de la ciudad de Alife, fue acusado de hereje y apresado
en Roma, y, por orden del mismo pontífice, entregado al obispo
de Tívoli para su custodia. El obispo, que debía
guardarlo so pena de perder su sede, para que no pudiera escapar lo
hizo encerrar, cargado de cadenas, en una oscura cárcel,
dándole el pan estrictamente pesado, y el agua rigurosamente
tasada.
05.4 Habiendo oído que se aproximaba la vigilia de la solemnidad
de San Francisco, aquel hombre se puso a invocarle con muchas
súplicas y lágrimas y a pedirle que se apiadara de
él. Y por cuanto por la pureza de la fe había renunciado
a todo error de herética parvedad y con perfecta devoción
del corazón se había adherido al fidelísimo siervo
de Cristo Francisco, por la intercesión del Santo y por sus
méritos mereció ser oído por Dios.
Echándose ya la noche de su fiesta, San Francisco, compadecido,
descendió hacia el crepúsculo a la cárcel y,
llamándole por su nombre, le mandó que se levantase
rápidamente. Temblando de temor, preguntóle quién
era, y escuchó una voz que le decía que era Francisco.
Vio que a la presencia del santo varón se desprendían
rotas las cadenas de sus pies y que, saltando los clavos, se
abrían las puertas de la cárcel, ofreciéndosele
franco el camino de la libertad. Pero, libre ya y estupefacto, no
acertaba a huir, y gritaba a la puerta, infundiendo el pavor entre
todos los custodios.
05.4 Estos anunciaron al obispo que el preso se hallaba libre de las
cadenas; y, después de cerciorarse del asunto, acudió
devotamente a la cárcel y reconoció abiertamente el poder
de Dios, y allí adoró al Señor. Fueron llevadas
las cadenas ante el papa y los cardenales, quienes, viendo lo que
había sucedido, admirados extraordinariamente, bendijeron a Dios.
05.5 Guidoloto de San Geminiano fue acusado falsamente de haber dado
muerte a un hombre envenenándolo, y que pensaba dar muerte
también al hijo del mismo y a toda su familia con el mismo
procedimiento. Apresado por el podestá y cargado de cadenas, fue
encerrado en una torre. Pero, seguro de su inocencia, confiando en el
Señor, encomendó su causa de su defensa al patrocinio de
San Francisco. El podestá pensaba en los tormentos que iba a
aplicarle para conseguir la confesión del crimen que se le
imputaba y en los castigos con que haría morir al confeso. Pero
la noche aquella que precedía a la mañana en que
había de ser llevado al suplicio, fue visitado por San
Francisco, y, rodeado por un inmenso y radiante fulgor hasta la
mañana, lleno de alegría y confianza, obtuvo la seguridad
de ser liberado.
05.5 Llegaron de mañana los verdugos, y, sacándolo de la
cárcel, lo suspendieron en el potro, cargando sobre él
muchas pesas de hierro. Muchas veces fue levantado y bajado de nuevo
para provocar más acerbos dolores, y así obligarle a
confesar su delito, pero su rostro reflejaba la alegría de la
inocencia, no mostrando ninguna tristeza en medio de las torturas.
Luego, suspendido cabeza abajo, encendieron debajo de él una
fogata, y ni siquiera se chamuscó uno de sus cabellos. Al fin le
rociaron con aceite hirviendo, y, por el poder del abogado a quien
había confiado su defensa, superó todas las pruebas, y,
dejado en libertad, marchó salvo.
6. MUJERES SALVADAS EN SU ALUMBRAMIENTO
06.1 Había en Eslavonia una condesa que, tan ilustre por su
nobleza como eminente por su virtud, se distinguía por su
férvida devoción a San Francisco y por su piadosa
solicitud por los hermanos. Presa de acerbos dolores en la hora de su
alumbramiento, hasta tal punto estaba agobiada por la angustia, que el
inminente nacimiento de la prole hacía temer la muerte de la
madre. No parecía que pudiera alumbrar la prole a la vida sin
perder ella misma la suya. El esfuerzo del alumbramiento parecía
conducirla a morir.
06.1 Recordó entonces la fama, el poder y la gloria de San
Francisco y con ello se excitó su fe y se encendió su
devoción. Se volvió al que es auxilio eficaz, amigo fiel,
consuelo de sus devotos, refugio de los afligidos, y dijo: San
Francisco, todos mis huesos imploran tu misericordia y prometo en el
corazón lo que no puedo explicar. ¡Admirable presteza de
la misericordia! El fin de la plegaria fue el fin de los dolores, el
término de la gestación y el principio del alumbramiento.
Al punto, cesando toda angustia, dio a luz felizmente. No se
olvidó de su voto ni soslayó el cumplimiento de su
compromiso. Hizo construir una preciosa iglesia, y, una vez construida,
la encomendó a los hermanos para honor del Santo.
06.2 Había en las cercanías de Roma, una mujer llamada
Beatriz que, próxima al alumbramiento y llevando en su seno el
feto muerto hacía cuatro días, era atormentada por
terribles angustias y dolores mortales. El feto muerto arrastraba a la
muerte la madre, y antes de que saliera a la luz originaba un peligro
evidente a la que le había engendrado. Probaba la ayuda de los
médicos, pero los esfuerzos humanos resultaban inútiles.
Así, la primera maldición recaía sobre la pobre
con mayor dureza, porque convertida en sepulcro del fruto de sus
entrañas, ella misma pronto, sin remedio, sería devorada
por el sepulcro.
06.2 Por último, confiándose, mediante intermediarios,
con profunda devoción a los hermanos menores, humildemente y
llena de fe pidió una reliquia de San Francisco. Sucedió
que por voluntad divina se halló un pedacito de cuerda con la
que el Santo alguna vez se había ceñido. Apenas fue
puesta la cuerda sobre la doliente, con sorprendente facilidad
desapareció el dolor, y, expulsado el feto muerto, causa de
muerte, quedó perfectamente restablecida en su salud.
06.3 La mujer de un noble varón de Calvi, llamada Juliana,
durante años tenía el alma sumida en lúgubre
tristeza a causa de la muerte de sus hijos, y continuamente estaba
lamentando estos desventurados hechos; todos los hijos que sufridamente
había llevado en sus entrañas, al poco tiempo, con dolor
más agudo, los había tenido que entregar a la sepultura.
Como llegase ahora en el seno un nuevo fruto de cuatro meses y viviese
más preocupada de la muerte de la nueva prole que de su
nacimiento a causa del historial pasado, confiadamente rogaba al padre
San Francisco por la vida del nuevo fruto de sus entrañas que no
había nacido todavía.
06.3 Y he aquí que una noche se le apareció en
sueños una mujer que llevaba en sus brazos un hermoso
niño y se lo ofreció con extrema alegría.
Recusando ella recibirlo, porque temía que pronto lo
había de perder, aquella mujer le dijo: Recíbelo sin
temor; el santo Francisco, compadecido de tu tristeza, te envía
este niño, que vivirá y gozará de excelente salud.
06.3 Despertando al punto la mujer, comprendió por la
visión celestial contemplada que le asistía el apoyo dei
bienaventurado Francisco. Desde aquel momento, llena de más
intensa alegría, multiplicó sus plegarias y promesas para
recibir la prole prometida. Por fin llegó el tiempo de dar a
luz, y alumbró un niño varón, que, al crecer lleno
de vigor juvenil, como si por méritos de San Francisco estuviera
recibiendo el aliento de la vida, resultaba para sus padres
estímulo para una devoción más viva a Cristo y al
Santo. Algo semejante realizó el bienaventurado Padre en la
ciudad de Tívoli. Una mujer que había tenido numerosas
hijas ardía en deseos de un niño varón.
Acudió a San Francisco, redoblando sus plegarias y promesas. Por
los méritos del Santo concibió la mujer y dio a luz no ya
el niño varón que había pedido, sino dos
niños gemelos.
06.4 Había en Viterbo una mujer que, próxima a dar a luz,
parecía estar más próxima a la muerte. Estaba
torturada por los dolores que sufría en sus entrañas y
toda atormentada por las calamidades inherentes a la condición
femenina. Agotadas las fuerzas de la naturaleza y comprobada la
inutilidad de la pericia médica, invocó el nombre de San
Francisco, y en un momento, liberada de sus angustias, llevó a
feliz término su alumbramiento.
06.4 Pero después de conseguir lo que deseaba, se olvidó
del beneficio que había recibido, y, no rindiendo al Santo el
debido honor, se dedicó a trabajos serviles el día de su
fiesta. De pronto, al extender para el trabajo su brazo derecho,
quedó éste seco y sin movimiento. Al intentar atraerlo
hacia sí con el izquierdo, también éste, con igual
castigo, quedó paralizado. Sobrecogida la mujer por el temor
divino, renovó la promesa que había hecho, y por los
méritos del misericordioso y humilde santo, a quien se
ofreció de nuevo en devoto servicio, mereció recuperar el
uso de los miembros que por su ingratitud y desprecio había
perdido.
06.5 Una mujer de la región de Arezo se debatía durante
siete días en los peligrosos dolores del parto. Ya su cuerpo
había tomado un color oscuro y su situación
parecía desesperada para todos. En esta situación hizo un
voto al Santo, y, en trance de muerte, se puso a invocar su auxilio.
Emitido el voto, se durmió en seguida, y vio en sueños
que San Francisco le hablaba dulcemente y le preguntaba si
reconocía su rostro y si sabía recitar aquella
antífona: Salve, reina de misericordia, en honor de la Virgen
gloriosa. Al contestar ella que reconocía el rostro y se
sabía la antífona, le dijo el Santo: Comienza a recitar
la sagrada antífona, y antes de acabarla darás felizmente
a luz.
06.5 A estas palabras despertó la mujer, y con temor
comenzó a decir: Salve, reina de misericordia. Cuando
llegó a la invocación de aquellos tus ojos
misericordiosos, y recordó el fruto del seno virginal, al
instante fue liberada de sus angustias y dio a luz un precioso
niño, dando gracias a la Reina de la misericordia, que por los
méritos del bienaventurado Francisco se había dignado
compadecerse de ella.
7. CIEGOS QUE RECUPERAN LA VISTA
07.1 En el convento de hermanos menores de Nápoles vivió
ciego durante muchos años un hermano llamado Roberto. Se
extendió sobre sus ojos una excrecencia carnosa que le
impedía el movimiento y el uso de los párpados.
Habiéndose reunido en aquel convento muchos hermanos forasteros
que se dirigían a diversas partes del mundo, el bienaventurado
padre Francisco, espejo de santa obediencia, para animarlos al viaje
con la novedad de un milagro, ante la presencia de todos curó a
dicho hermano del modo siguiente.
07.1 Una noche en que el mencionado hermano estaba postrado en el lecho
enfermo y en trance de muerte, hasta el punto de habérsele hecho
la recomendación del alma, de pronto se le presentó el
bienaventurado Padre junto con otros tres hermanos, perfectos en toda
santidad, a saber, San Antonio, el hermano Agustín y el hermano
Jacobo de Asís, que así como le habían seguido
perfectamente mientras vivieron en la tierra así también
le seguían fielmente después de la muerte.
07.1 Tomando San Francisco un cuchillo, cortó la excrecencia
carnosa, le devolvió la visión primitiva y le
arrancó de las fauces de la muerte, diciéndole: Hijo
mío Roberto, esta gracia que te he dispensado es para los
hermanos que parten a lejanos países señal de que yo
iré delante de ellos y guiaré sus pasos. Vayan, pues,
contentos y cumplan con ánimo gozoso la obediencia que se les ha
impuesto".
07.2 Había una mujer ciega en Tebas, en Romania, que, habiendo
ayunado a pan y agua en la vigilia de la fiesta de San Francisco, en la
mañana de la fiesta fue conducida por su marido a la iglesia de
los hermanos menores. Al tiempo que se celebraba la misa, en el momento
de la elevación del cuerpo de Cristo, abrió los ojos, vio
claramente y adoró devotísimamente. En este momento de la
adoración exclamó en alta voz y dijo: Gracias a Dios y a
su santo, porque veo el cuerpo de Cristo". Y todos prorrumpieron en
aclamaciones de alegría. Concluida la sagrada función,
volvió la mujer a su casa embargada espiritualmente por el gozo
y con la luz en los ojos. Gozábase aquella mujer no sólo
por haber recobrado la vista material, sino también por que,
antes de nada, por los méritos de San Francisco y en virtud de
la fe, había merecido contemplar aquel admirable sacramento que
es la luz viva y verdadera de las almas.
07.3 Un muchacho de catorce anos de Polí, en la Campania,
atacado súbitamente por una angustiosa dolencia, perdió
del todo el ojo izquierdo. Por la violencia del dolor salió el
ojo de su lugar; y debido a la relajación del nervio, el ojo
estuvo durante ocho días colgado sobre las mejillas con la
largura de un dedo y quedó casi seco. Como sólo restaba
la amputación y para los médicos resultaba un caso
desesperado, el padre del joven se dirigió con toda el alma al
bienaventurado Francisco para implorar su auxilio. El incansable
abogado de los desgraciados no defraudó las plegarias del
suplicante. Porque con maravilloso poder colocó de nuevo el ojo
seco en su lugar, le devolvió el primitivo vigor y lo
iluminó con los rayos de la apetecida luz.
07.4 En la población de Castro, en la misma provincia, se
desprendió de lo alto una viga de gran peso, y, golpeando muy
gravemente la cabeza de un sacerdote, éste quedó ciego
del ojo izquierdo. Derribado en tierra, el sacerdote comenzó a
llamar angustiosamente a grandes voces a San Francisco, diciendo:
Socórreme, Padre santísimo para que pueda ir a tu fiesta,
como lo prometí a tus hermanos. Era la vigilia de la festividad
del Santo. A continuación de sus palabras se levantó
rápidamente, totalmente restablecido, prorrumpiendo en voces de
alabanza y de gozo. Todos los circunstantes, que se condolían de
su desgracia, fueron embargados por el estupor y el júbilo.
Acudió a la fiesta contando a todos la demencia y el poder del
Santo, que había experimentado en sí mismo.
07.5 Estando un nombre del monte Gargano trabajando en su viña,
al cortar con el hacha un madero, golpeó con tan mala fortuna su
propio ojo, que lo partió por medio, como una mitad del mismo
pendía al exterior. Perdiendo la esperanza de que en tan
extremado peligro pudiese encontrar remedio humano, prometió a
San Francisco que, si le socorría, ayunaría en su fiesta.
Al momento, el santo de Dios devolvió el ojo a su debido lugar,
y, partido como estaba, de tal manera lo rejuntó de nuevo, que
el hombre recuperó la visión perdida y no le quedó
la más leve huella de la lesión.
07.6 El hijo de un noble varón, ciego de nacimiento,
recibió, por los méritos de San Francisco, la luz
deseada. A partir de este suceso, y en memoria del mismo, se le
conoció con el nombre de Iluminado. Más tarde, al
alcanzar la edad conveniente, agradecido del beneficio recibido,
ingresó en la Orden del bienaventurado Francisco.
Progresó tanto en la luz de la gracia y de la virtud, que
parecía un hijo de la luz verdadera. Por último, por los
méritos del bienaventurado Padre, coronó los santos
principios con un fin más santo todavía.
07.7 En Bancato, que es una población que está junto a
Anagni, un caballero llamado Gerardo había perdido totalmente la
luz de los ojos. Sucedió que, viniendo de lejanas tierras dos
hermanos menores, llegaron a su casa buscando hospedaje. Recibidos
devotamente por toda la familia por reverencia a San Francisco y
tratados con todo cariño, dando gracias a Dios y al señor
que les había acogido, se encaminaron al próximo lugar
conocido.
07.7 Una noche se apareció el bienaventurado Francisco en
sueños a uno de ellos, diciéndole: "Levántate,
date prisa y vete con tu compañero a la casa del señor
que os hospedó, puesto que recibió en su casa a Cristo y
a mi en vosotros; quiero recompensarle su gesto de caridad.
Quedó ciego e ciertamente porque lo mereció por sus
culpas, que no procuró expiar con la confesión y la
penitencia.
07.7 Al desaparecer el padre, se levantó rápidamente el
hermano para cumplir con su compañero a toda prisa el mandato.
Una vez en la casa del bienhechor, le contaron detalladamente lo que
uno de ellos había visto en sueños. Estupefacto al
confirmar ser verdad lo que escuchaba, movido a compunción, se
sometió con lágrimas y voluntariamente a una
confesión de sus pecados. Por último, prometiendo la
enmienda y renovado interiormente en otro hombre, también
exteriormente fue renovado, pues recuperó la perfecta
visión de los ojos. La fama de este milagro, difundido por todas
partes, incitó a muchos no sólo a la reverencia del
Santo, sino también a la confesión humilde de los pecados
y a valorar la gracia de la hospitalidad.
8. ENFERMOS CURADOS DE VARIAS ENFERMEDADES
08.1 En Citta della Pieve vivía un joven mendigo sordo y mudo de
nacimiento que tenía la lengua tan corta y delgada, que a muchos
que la habían examinado muchas veces les parecía que
estaba completamente cortada. Un hombre llamado Marcos lo acogió
en su casa por amor de Dios. El joven, notando que aquel hombre le
favorecía, comenzó a vivir con él de un modo
permanente. Cenando una tarde dicho señor con su mujer en
presencia del joven, dijo el marido a ésta: Consideraría
como el mayor milagro si el bienaventurado Francisco consiguiera para
este joven el habla y el oído". Y
añadió:«Hago voto a Dios que, si San Francisco se
digna realizar esto, por amor suyo daré a este joven todo lo que
necesite mientras viva". ¡Ciertamente maravilloso! Inmediatamente
creció la lengua del joven y éste habló diciendo:
Gracias a Dios y a San Francisco, que me ha proporcionado el habla y el
oído.
08.2 Siendo niño y viviendo todavía en su casa el hermano
Jacobo de Iseo, se le produjo una hernia muy grave. Movido por el
Espíritu Santo, aunque joven y enfermo, ingresó con
ánimo devoto en la Orden de San Francisco, sin descubrir a nadie
la enfermedad que le aquejaba. Sucedió que al tiempo de la
traslación del cuerpo de San Francisco al lugar en que ahora
está depositado el precioso tesoro de sus huesos sagrados,
tomó parte también dicho hermano en las alegres funciones
de la traslación para rendir el debido honor al santísimo
cuerpo del Padre glorificado.
08.2 Acercándose al sagrado túmulo en que fueron
colocados los santos restos, se abrazó al mismo movido por la
devoción del espíritu, y de repente, de modo maravilloso,
se sintió curado. Tornó a su lugar la víscera
dislocada y desapareció toda lesión. Se desprendió
del cinto con que se protegía, y desde entonces se vio libre de
todos los dolores pasados. Por la misericordia de Dios y los
méritos de San Francisco, se vieron libres milagrosamente de un
mal semejante el hermano Bartolo de Gubbio, el hermano Ángel de
Toddi, Nicolás, sacerdote de Ceccallo; Juan de Sora, un
habitante de Pisa y otro del castro de Cisterna, lo mismo que Pedro de
Sicilia y un hombre de Spello, junto a Asís, y muchísimos
más.
08.3 Una mujer de Maremma sufrió durante cinco años de
enajenación mental. A esto se añadió la
pérdida de la vista y del oído. Arrebatada por la locura,
se rasgaba los vestidos con los dientes, y no tenía el peligro
del fuego y del agua, y era víctima de extremados y horribles
ataques de epilepsia .
08.3 Pero una noche, disponiendo la divina misericordia compadecerse de
ella, iluminada por intervención celestial con los rayos de una
luz salvadora, vio que San Francisco se sentaba en un trono sublime, y
que ella, postrada ante él, le pedía humildemente la
salud. Como el Santo no atendiera todavía a su demanda, la mujer
prometió con voto que no negaría limosna a los que se la
pidiesen por amor de Dios y del Santo, siempre que tuviera algo que
darles. Entonces, el Santo reconoció en esta promesa aquella que
él mismo había formulado de modo semejante en otro
tiempo, y, haciendo sobre ella la señal de la cruz, le
devolvió íntegramente la salud. Consta también por
testimonios dignos de crédito que San Francisco curó
misericordiosamente de una dolencia semejante a una niña de
Nursia, y al niño de un noble señor y a otro más.
08.4 En cierta ocasión, Pedro de Foligno se dirigía a
visitar en peregrinación el santuario de San Miguel. No
habiéndose comportado en ella con el debido respeto, al gustar
agua de una fuente fue poseído de los demonios. A partir de
entonces quedó poseso durante tres años; se desgarraba el
cuerpo, hablaba cosas nefandas y realizaba acciones horrendas.
Tenía a veces momentos de lucidez; en uno de ellos acudió
humildemente al poder del Santo, de cuya eficacia para ahuyentar
demonios había oído hablar, y fue a visitar el sepulcro
del misericordioso Padre. Tan pronto como tocó el sepulcro con
su mano, prodigiosamente quedó libre de los demonios que tan
cruelmente le atormentaban.
08.4 De igual modo, la misericordia de San Francisco vino en ayuda de
una mujer de Narni que estaba endemoniada, y de otros muchos. Pero
sería largo de contar en sus circunstancias y detalles los
tormentos y las vejaciones de que fueron objeto y los modos de
curación.
08.5 Un tal Buonomo, de la ciudad de Fano, paralítico y leproso,
llevado por sus padres a la iglesia de San Francisco, consiguió
una perfecta salud de las dos enfermedades. También otro joven
llamado Atto, de San Severino, todo cubierto de lepra: hizo un voto,
fue llevado al sepulcro del Santo, y por los méritos de
éste fue limpiado de la enfermedad. En verdad tuvo el Santo un
extraordinario poder para curar este mal, por cuanto en su vida, por
amor a la humildad y a la piedad, se había entregado a sí
mismo al servicio de los leprosos.
08.6 En la diócesis de Sora, una mujer llamada Rogata hubo de
sufrir de un flujo de sangre durante veintitrés años.
Había tenido que soportar muchísimos sufrimientos en el
tratamiento a que había sido sometida por muchos médicos.
Muchas veces parecía llegar a morirse por la gravedad del mal.
Y, si alguna vez se detenía el flujo, se hinchaba todo su cuerpo.
08.6 Oyendo a un niño que en lengua romana cantaba los milagros
que Dios había realizado por medio del bienaventurado Francisco,
estremecida por agudísimo dolor, se desató en
lágrimas y con encendida fe interiormente comenzó a
decir: "Oh bienaventurado padre Francisco, que brillas con tantos
milagros! Si te dignas librarme de esta dolencia, se
acrecentaría en gran manera tu gloria, puesto que hasta ahora no
has realizado un milagro semejante" Dichas estas palabras, se
sintió curada por los méritos de San Francisco.
08.6 También un hijo de esta mujer, llamado Mario, que
tenía un brazo contracto fue curado por el Santo después
de haberle hecho un voto. Asimismo, una mujer de Sicilia que durante
siete años había padecido flujo de sangre, fue curada por
el feliz heraldo de Cristo.
08.7 Había en la ciudad de Roma una mujer de nombre
Práxedes. Célebre por sus religiosidad, ya desde
niña se había encerrado en una estrecha cárcel; en
ella vivió durante casi cuarenta años. Dicha
Práxedes obtuvo una gracia singular de parte del bienaventurado
Francisco. Como un día hubiese subido en busca de algunas cosas
necesarias a la terraza de su celdita, sufriendo un desvanecimiento,
cayó al suelo con tan mala fortuna, que fracturó el pie
con la rótula y se dislocó además el
húmero. En este trance se le apareció el
benignísimo Padre, vestido con las blancas vestiduras de la
gloria, y con dulces palabras comenzó a hablarle así:
Levántate, hija bendita; levántate y no temas". La
tomó de la mano, y, levantándola, desapareció
.Pero ella, volviéndose de una a otra parte en su celdita,
pensaba ver una visión. Cuando, a sus voces, aportaron los suyos
una luz, viéndose perfectamente curada por el siervo de Dios
Francisco, contó por su orden todo lo sucedido.
9. PROFANADORES DE LA FIESTA DEL SANTO Y ENEMIGOS DE SU GLORIA
09.1 En la villa de Le Simón, en la región de Poitiers,
un sacerdote llamado Reginaldo, devoto del bienaventurado Francisco,
había ordenado a sus parroquianos que la fiesta de San Francisco
debía ser celebrada con toda solemnidad. Pero uno de los
feligreses, que no conocía el poder del Santo,
menospreció el mandato de su párroco. Salió, pues,
fuera al campo a cortar leña; y, cuando se preparaba ya para el
trabajo, oyó por tres veces una voz que decía: Hoy es
fiesta; no es lícito trabajar.
09.1 Como la terca temeridad de aquel hombre no se dejase frenar ni por
el mandato del sacerdote ni por la voz del cielo, para gloria de
Francisco se manifestó sin tardanza el poder divino mediante un
milagro y el azote de un castigo. Porque, apenas había tomado
con una mano la horca y había elevado la otra con el instrumento
de hierro para iniciar el trabajo, de tal modo quedaron adheridos los
dedos a ambos instrumentos, que no le era posible soltarlos de los
mismos.
09.1 Lleno de estupor por ello y no sabiendo qué hacer, se
dirigió corriendo a la iglesia, reuniéndose muchos de
todas partes para ver el prodigio. El hombre, profundamente arrepentido
en su corazón, por consejo de uno de los sacerdotes allí
presentes - eran muchos los que invitados habían acudido a la
fiesta - , puesto ante el altar, se consagró humildemente al
bienaventurado Francisco, y así como por tres veces había
oído la voz del cielo, se comprometió con tres votos, que
fueron: primero, celebrar siempre su fiesta; segundo venir el
día de su fiesta a la iglesia en que se hallaba en aquel
momento; tercero, visitar personalmente el sepulcro del Santo.
09.1 ¡Prodigio maravilloso! En presencia del gran gentío
reunido, que imploraba devotísimamente la demencia del Santo,
cuando el hombre hizo el primer voto quedó libre uno de los
dedos; al emitir el segundo voto, se soltó otro, y, pronunciar
el tercer voto, se libertó el tercero, y en seguida
también una de las manos, y, por último, la otra. Libre
ya del todo, por sí mismo pudo desprenderse de los instrumentos,
mientras todos alababan a Dios y el poder prodigioso del Santo, que tan
admirablemente podía castigar y sanar. En recuerdo del hecho,
los instrumentos del trabajo están todavía hoy pendientes
del altar levantado allí en honor del bienaventurado Francisco.
Muchos milagros realizados allí y en los lugares vecinos
muestran que el Santo es glorioso en el cielo y que en la tierra ha de
celebrarse su fiesta con veneración.
09.2 En la ciudad de Le Mans, una mujer se disponía a trabajar
en la festividad de San Francisco; extendió sus manos en la
rueca y cogió con sus dedos el huso. En el mismo momento, sus
manos quedaron yertas y un intenso ardor comenzó a atormentarle
en los dedos. Amaestrada con el castigo, reconociendo el poder del
Santo arrepentida de corazón, se fue corriendo a los hermanos.
Implorando los devotos hijos la demencia del Padre en favor de la salud
de la mujer, se vio al instante curada, sin que quedase en ella
más que la huella de una quemadura en memoria del hecho
09.2 Cosa semejante sucedió con una mujer de Campania Mayor, y
con otra de Valladolid, y con una tercera de Piglio; negándose
ellas, por menosprecio a celebrar la fiesta del Santo, primero fueron
castigadas de un modo sorprendente por su desacato, y luego,
arrepentidas, fueron, de un modo más admirable todavía,
liberadas de sus males por los méritos de San Francisco.
09.3 Un caballero de Burgo, en la provincia de Massa, denigraba con
descarada impudencia las obras y milagros del bienaventurado Francisco.
Se desataba en insultos contra los peregrinos que venían a
celebrar la memoria del Santo y propalaba cosas absurdas contra los
hermanos. Combatiendo una vez la gloria del Santo, acumuló sobre
sus pecados esta detestable blasfemia: Si es verdad que este Francisco
es un santo, que muera hoy atravesado por una espada. Pero, si no es
santo, que permanezca sin ningún daño.
09.3 No tardó la ira de Dios en darle su merecido castigo al
convertirse su oración en pecado; Al poco, este blasfemo
injurió a un sobrino suyo, y éste tomó una espada
y con ella atravesó las entrañas de su tío. Aquel
mismo día murió el malvado, esclavo del infierno e hijo
de las tinieblas. Provechosa enseñanza para que todos
aprendieran no a blasfemar las obras maravillosas del Santo, sino a
honrarlas con devotas alabanzas .
09.4 Mientras un juez llamado Alejandro, con lengua envenenada apartaba
a todos los que podía de la devoción de San Francisco,
por designio divino fue privado del uso de la lengua, y quedó
mudo durante seis años Este hombre que se veía
atormentado en aquello mismo con lo que había pecado, convertido
a una seria penitencia, se dolía de haber hablado contra los
milagros del Santo. Por eso cesó la indignación del Santo
misericordioso, y, recibiendo en su gracia al hombre arrepentido que le
invocaba humildemente, le devolvió el uso de la lengua. Habiendo
recibido, por medio del castigo, la devoción y una buena
enseñanza, dedicó desde entonces su lengua blasfema a las
alabanzas de Francisco.
10. OTROS MILAGROS DE DIVERSA ÍNDOLE
10.1 En el castro de Gagliano, de la diócesis de Vara,
había una mujer llamada María, dedicada al devoto
servicio de Cristo Jesús y de San Francisco. Un día de
verano salió a ganarse el alimento necesario con sus propias
manos. Con el exagerado calor que hacía comenzó a
desfallecer por los ardores de la sed. Sola en un árido monte y
privada del alivio de toda bebida, casi exánime, caída en
tierra, invocaba con encendido afecto del corazón a su abogado
San Francisco. Mientras la mujer permanecía en humilde y
ardiente súplica, extenuada por el trabajo, la sed y el calor,
se durmió un poco. He aquí que, viniendo San Francisco a
ella y llamándola por su nombre, le dijo: " Levántate y
bebe el agua que por regalo de Dios se te brinda a ti y a otros muchos".
10.1 Al oír aquella voz despertó la mujer del
sueño muy confortada; y, tirando de un helecho que había
junto a ella, lo arrancó de raíz. Cavando luego alrededor
con un palito, encontró agua pura, que al principio
parecía sólo destilar como un hilo cristalino, y
súbitamente se convirtió, por el poder de Dios, en una
fuente. Bebió, pues, la mujer hasta saciarse y lavó los
ojos, que tenía antes oscurecidos por el largo penar, y que
desde aquel momento sintió inundados de luz.. Con paso ligero se
dirigió la mujer a su casa, comunicando a todos, para gloria de
San Francisco, tan estupendo milagro.
10.1 Concurrieron muchos al lugar atraídos por la fama del
prodigio, y comprobaron por la experiencia el admirable poder de
aquella agua; muchísimos, previa la confesión de sus
pecados, al contacto de la misma, han quedado libres de las
consecuencias desastrosas de varias enfermedades Persiste
todavía visible aquella fuente, y junto a ella ha sido
construida una pequeña ermita en honor a San Francisco.
10.2 En Sahagún, villa de España, el Santo hizo
reverdecer milagrosa mente, contra toda esperanza, un cerezo que,
estando completamente seco, se cubrió de hojas, flores y frutos.
También a los habitantes de Villasilos, de modo milagroso, los
liberó de una peste de gusanos que corroían los
viñedos de sus confines. Junto a Palencia, atendiendo a las
confiadas súplicas de un sacerdote, limpió completamente
un hórreo, que le pertenecía, de los gusanos del grano
que todos los años lo infestaban.
10.2 En las tierras de cierto señor de Petramala, en la Pulla,
confiadas humildemente al cuidado del Santo, hizo éste
desaparecer completamente la peste de la langosta; con la
particularidad de que todas las otras tierras colindantes fueron
devoradas por dicha plaga.
10.3 Un hombre llamado Martín había llevado sus bueyes a
pastar lejos del castro. Uno de los bueyes se accidentó con tan
mala fortuna, que se rompió una pata. Como no había
ninguna esperanza de remedio para el caso, resolvió desollarlo.
Al no tener a mano instrumento adecuado para hacerlo, retornó a
su casa, dejando el buey al cuidado del bienaventurado Francisco. Se lo
encomendó a su fiel custodia para que no fuese devorado por los
lobos antes de su regreso.
10.3 A la mañana siguiente, muy temprano, volvió con el
desollador al lugar donde dejó al buey, y lo encontró
paciendo tan por completo curado que no se distinguía en
él ninguna diferencia entre una y otra pata. Dio el hombre
gracias al buen pastor San Francisco, que tan diligente cuidado tuvo de
su buey proveyéndole de medicina. El humilde Santo sabe socorrer
a todos los que le invocan y no se desdeña en atender las mas
pequeñas necesidades de los hombres.
10.3 Así, a un hombre de Amiterno le devolvió un asno que
le habían robado. A una mujer de Antrodoco le reintegró,
perfectamente compuesto, un plato nuevo que se había
caído y se había hecho añicos. A otro nombre de
Montolmo, en la comarca de Ancona, le reparó un arado que
quedaba inservible por habérsele roto.
10.4 En la diócesis de Sabina vivía una viejecita
octogenaria, cuya hija dejó al morir un niño de pecho. La
pobrecita anciana, sin recursos económicos y falta de leche, no
podía encontrar mujer alguna que diese de mamar al sediento
pequeñito tal como lo exigía la necesidad. La anciana no
sabía a dónde dirigirse en aquel trance. Debilitado el
nietecito, una noche en que se hallaba desprovista de todo posible
recurso humano, bañada en lágrimas, se dirigió con
todo su corazón al bienaventurado Francisco para implorar
auxilio. En seguida acudió el amante de los inocentes y le dijo:
Mujer, yo soy Francisco, a quien con tantas lágrimas invocaste.
Pon tu pecho a la boca del niño, porque el Señor te
dará leche en abundancia. Cumplió la abuelita el mandato
del Santo, y al momento los pechos de la octogenaria dieron leche
abundante. Se hizo manifiesto a todos el don admirable del Santo, y
muchos hombres y mujeres se dieron prisa para verlo. Y como lo que
veían los ojos no podía negarlo la lengua, todos se
movían a alabar a Dios por el poder prodigioso y por la dulce
misericordia del Santo.
10.5 Había en Scoppito un matrimonio que, no teniendo sino un
solo hijo, todos los días lo deploraba como oprobio de la
familia. Tenía el pequeño los brazos como encadenados al
cuerpo; las rodillas, pegadas al pecho, y los pies, a las nalgas.
Más que una persona humana, parecía un monstruo. La
mujer, a quien afectaba más profundamente esta desgracia,
clamaba con continuos gemidos a Cristo, invocando el auxilio de San
Francisco y pidiéndole se dignase socorrerla en aquella
desgracia y librarla de aquel oprobio.
10.5 Una noche en que por esta desgracia estaba sumida en tristeza, se
abandonó a un triste sueño. Se le apareció San
Francisco, y, hablándole con dulces palabras, la
persuadió a que nevase el niño a un lugar próximo
consagrado a su nombre. Le anunció que el niño
recibiría una completa curación si era rociado en nombre
de Dios con el agua del pozo que había en aquel lugar.
10.5 Ante la negligencia de la madre en cumplir lo prescrito por el
Santo, volvió éste a renovar su mandato. Por tercera vez
se le apareció el Santo, y, haciendo él mismo de
guía, condujo a la madre con el niño hasta la puerta del
dicho lugar. Negaron a él, movidas por la devoción,
algunas nobles matronas, a quienes la mujer expuso diligentemente la
visión que había tenido. Estas, a una con la madre,
presentaron al niño a los hermanos. Sacaron agua del pozo, y la
más noble entre las matronas lavó con sus propias manos
al niño. Al punto, éste recuperó la
posición natural de todos sus miembros y apareció
totalmente curado. Todos quedaron impresionados de admiración
por la grandeza de este milagro.
10.6 En el castro de Cera, diócesis de Ostia, había un
hombre con la piel en tal estado, que no podía ni caminar ni
moverse. Perdida toda esperanza en los remedios humanos y abrumado por
la angustia, una noche, tal como si viese presente al bienaventurado
Francisco, comenzó a querellarse con estas palabras:
Ayúdame, santo mío Francisco; recuerda mis servicios y la
devoción que te he tenido. Te llevé en mi jumento y
besé tus pies y tus santas manos, siempre fui devoto tuyo y
siempre te quise; mira que me muero con el atrocísimo tormento
de este dolor.
10.6 Movido por estas quejas el Santo, que recuerda los beneficios y se
complace en la devoción de sus fieles, acompañado de
otro, se apareció a aquel hombre, todavía en vela. Le
dijo que había venido a su llamamiento y a traerle el remedio de
la salud. Le tocó en el lugar del dolor con un pequeño
bastoncito en forma de tau, y, reventando al punto la apostema, le dio
una perfecta salud. Y lo que es más admirable: para recuerdo del
milagro dejó impreso el signo tau sobre el lugar de la
úlcera curada. Con este Signo firmaba San Francisco sus cartas
siempre que por motivo de caridad enviaba algún escrito.
10.7 Pero advierte que, mientras la mente, distraída por la
variedad de lo que se narra, va discurriendo por los diversos milagros
del glorioso padre Francisco, por mérito del portador del signo
de la cruz se encuentra, guiada por Dios, con el emblema de la
salvación, la tau. Esto sucede para que caigamos en la cuenta de
que como la cruz fue, para quien militó tras de Cristo, el
más alto mérito para la salvación, de la misma
manera es, para quien triunfa con Cristo, el más firme
testimonio de su honor.
10.8 Ciertamente, este grande y admirable misterio de la cruz, en que
los carismas de las gracias y los méritos de las virtudes y los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia se esconden tan
profundamente, que quedan ocultos a los sabios y prudentes de este
mundo, le fue revelado plenamente a este pobrecito de Cristo: toda su
vida se cifra el seguir las huellas de la cruz, en gustar la dulzura de
la cruz y en predicar la gloria de la cruz. Por eso pudo en verdad
decir, en el principio de su conversión, con el Apóstol:
Lejos de mí el gloriarme si no es en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo. Con no menos verdad pudo también
añadir durante su vida: Paz y misericordia sobre aquellos que
siguieron esta regla. Y con plenísima verdad pudo afirmar al fin
de su vida: Llevo en mi cuerpo las llagas del Señor Jesús.
10.8 Por lo que a nosotros se refiere, deseamos oír de él
todos los días aquellas palabras: Hermanos, la gracia de nuestro
Señor Jesucristo con vuestro espíritu Amén.
10.9 Gloríate, ya seguro, en la gloria de la cruz tú que
fuiste glorioso portador de los signos de Cristo; diste comienzo a tu
vida en la Cruz, caminaste según la regla de la cruz y en la
cruz diste cima a tu carrera, manifestando a todos los fieles, por el
testimonio de la cruz, la gloria de que disfrutas en el cielo.
10.9 Sígante confiadamente los que salen de Egipto, porque,
dividido el mar por el báculo de la cruz de Cristo,
atravesarán el desierto, y, pasado el Jordán de esta
mortalidad, ingresarán, por el admirable poder de la cruz, en la
prometida tierra de los vivientes.
10.9 Que el verdadero guía y Salvador del pueblo, Cristo
Jesús crucificado, por los méritos de su siervo
Francisco, se digne introducirnos en la tierra de los vivientes para
alabanza y gloria de Dios uno y trino, que vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.
ITINERARIO DE LA MENTE A DIOS
PRÓLOGO DEL ITINERARIO DEL ALMA A DIOS
1. En el principio invoco al primer Principio, de quien descienden
todas las iluminaciones como del Padre de las luces, de quien viene
toda dádiva preciosa y todo don perfecto, es decir, al Padre
eterno por su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a fin de que con
la intercesión de la Santísima Virgen María, madre
del mismo Dios y Señor nuestro, Jesucristo, y con la del
bienaventurado Francisco, nuestro guía y padre, tenga a bien
iluminar los ojos de nuestra mente para dirigir nuestros pasos por el
camino de aquella paz que sobrepuja a todo entendimiento. Paz que
evangelizó y dio Nuestro Señor Jesucristo, de cuya
predicación fue repetidor nuestro padre Francisco, quien en
todos sus discursos, tanto al principio como al fin, anunciaba la paz
en todos sus saludos deseaba la paz, y en todas sus contemplaciones
suspiraba por la paz extática, como ciudadano de aquella
Jerusalén, de la que dice el varón aquel de la paz, que
era pacífico con los que aborrecían la paz: Pedid los
bienes de la paz para Jerusalén. Porque sabía que e trono
de Salomón está asentado en la paz, según
está escrito: Fijó su habitación en la paz y su
morada en Sión.
2. En vista de esto, buscando, con vehementes deseos esta paz, a
imitación del bienaventurado padre Francisco yo pecador que,
aunque indigno, soy, sin embargo, su séptimo sucesor en el
gobierno de los frailes, aconteció que a los treinta y tres
años después de la muerte del glorioso Patriarca, me
retiré, por divino impulso, al monte Alverna como a lugar de
quietud, con ansias de buscar la paz del alma. Y estando allí, a
tiempo que disponía en mi interior ciertas elevaciones
espirituales a Dios, vínome a la memoria, entre otras cosas,
aquella maravilla que en dicho lugar sucedió al mismo
bienaventurado Francisco, a saber: la visión que tuvo del alado
Serafín, en figura del Crucificado. Consideración en la
que me pareció al instante que tal visión manifestaba
tanto la suspensión del mismo Padre, mientras contemplaba, como
el camino por donde se llega a ella.
3. Porque por las seis alas bien pueden entenderse seis iluminaciones
suspensivas, las cuales, a modo de ciertos grados o jornadas, disponen
el alma para pasar a la paz, por los extáticos excesos de la
sabiduría cristiana. Y el camino no es otro que el
ardentísimo amor al Crucificado, el cual de tal manera
transformó en Cristo a San Pablo, arrebató hasta el
tercer cielo, que vino a decir: Clavado estoy en la cruz junto con
Cristo: yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que
Cristo vive en mí; amor que así absorbió
también el alma de Francisco, que la puso manifiesta en la
carne, mientras, por un bienio antes de la muerte, llevó en su
cuerpo las sacratísimas llagas de la Pasión. Así
que la figura de las seis alas seráficas da a conocer las seis
iluminaciones escalonadas que empiezan en las criaturas y llevan hasta
Dios, en quien nadie entra rectamente sino por el Crucificado Y en
verdad, que no entra por la puerta, sino que sube por otra parte, el
tal es ladrón y salteador. Mas quien por esta puerta entrare,
entrará y saldrá y hallará pastos. Por lo cual
dice San Juan en el Apocalipsis: Bienaventurados los que lavan sus
vestiduras en la sangre del Cordero para tener derecho al árbol
de la vida y a entrar por las puertas de la ciudad Como si dijera: No
puede penetrar uno por la contemplación en la Jerusalén
celestial, si no es entrando por la sangre del Cordero como por la
puerta. Nadie, en efecto, está dispuesto en manera alguna para
las contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no
es, con Daniel, varón de deseos. Y los deseos se inflaman en
nosotros de dos modos: por el clamor de la oración, que exhala
en alaridos los gemidos del corazón, y por el resplandor de la
especulación, por la que el alma directísima e
intensísimamente se convierte a los rayos de la luz.
4 Por eso primeramente invito al lector al gemido de la oración
por medio de Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de
los pecados, no sea que piense que le basta la lección sin la
unción, la especulación sin la devoción, la
investigación sin la admiración, la circunspección
sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la
caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el
espejo sin la sabiduría divinamente inspirada.
Propongo, pues, las siguientes especulaciones a los prevenidos de la
divina gracia, a los humildes y piadosos; los compungidos y devotos, a
los ungidos con el óleo de la alegría y amadores de la
divina sabiduría e inflamados en su deseo; a cuantos quisieren,
en fin, ocuparse libremente en ensalzar, admirar y aún gustar a
Dios, dándoles a entender que poco o nada sirve el espejo puesto
delante al exterior; el espejo de nuestra alma no se hallare terso y
pulido. Ejercítate, pues, hombre de Dios en el aguijón
remordedor de la conciencia, antes de elevar los ojos a los rayos de la
sabiduría que relucen en sus espejos, no suceda que de la misma
especulación de los rayos vengas a caer en una fase más
profunda de tinieblas.
5. Y plúgome dividir el tratado en siete capítulos,
anteponiendo los títulos para la mejor inteligencia de lo que se
irá diciendo. Ruego, pues, que se pondere más la
intención del que escribe que la obra, más el sentido de
las palabras que lo desaliñado del estilo, más la verdad
que la graciosidad, más el ejercicio del afecto que la
instrucción del intelecto.
A fin de que así suceda, la progresión de estas
especulaciones no se ha de transcurrir superficialmente, sino que se ha
de rumiar morosamente.
ESPECULACIÓN DEL POBRE EN EL DESIERTO
CAPÍTULO PRIMERO.
GRADOS DE LA SUBIDA A DIOS Y ESPECULACIÓN DE DIOS POR SUS
VESTIGIOS EN EL UNIVERSO
1. Feliz el hombre que en ti tiene su amparo; y que dispuso en su
corazón, en este valle de lágrimas, los grados para subir
hasta el lugar que dispuso el Señor. No siendo la felicidad otra
cosa que la fruición del sumo bien y estando el sumo bien sobre
nosotros, nadie puede ser feliz si no sube sobre sí mismo, no
con subida corporal, sino cordial. Pero levantarnos sobre nosotros no
lo podemos sino por una fuerza superior que nos eleve. Porque por mucho
que se dispongan los grados interiores, nada se hace si no
acompaña el auxilio divino. Y en verdad, el auxilio divino
acompaña a los que de corazón lo piden humilde y
devotamente; y esto es suspirar a él en este valle de
lágrimas, cosa que se consigue con la oración ferviente.
Luego la oración es la madre y origen de la
sobreelevación. Por eso Dionisio en el libro De mystica
theologia, queriendo instruirnos para los excesos mentales, pone ante
todo por delante la oración. Oremos, pues, y digamos a Dios
Nuestro: ¡Señor: Condúceme, Señor, por tus
sendas y yo entraré en tu verdad; alégrese mi
corazón de modo que respete tu nombre!.
2. Orando, según esta oración, somos iluminados para
conocer los grados de la divina subida. Porque, según el estado
de nuestra naturaleza, como todo el conjunto de las criaturas sea
escala para subir a Dios, y entre las criaturas unas sean vestigio,
otras imagen, unas corporales otras espirituales, unas temporales,
otras eviternas, y, por lo mismo, unas que están fuera de
nosotros y otras que se hallan dentro de nosotros, para llegar a
considerar el primer Principio, que es espiritualísimo y eterno
y superior a nosotros, es necesario pasar por el vestigio, que es
corporal y temporal y exterior a nosotros, - esto es ser conducido por
la senda de Dios - ; es necesario entrar en nuestra alma, que es imagen
eviterna de Dios, espiritual e interior a nosotros - y esto es entrar
en la verdad de Dios -; es necesario, por fin, trascender al eterno
espiritualísimo y superior a nosotros, mirando al primer
Principio, y esto es alegrarse en el conocimiento de Dios y en la
reverencia de la majestad.
3. Esta subida, en efecto, es la caminata de tres jornadas en la
soledad; ésta es la triple iluminación de un solo
día; y ciertamente, la primera es como la tarde; la segunda,
como la mañana, y la tercera, como el mediodía;
ésta dice respecto a la triple existencia de las cosas, esto es,
en la materia, en la inteligencia y en el arte eterna, según la
cual se dijo: Hágase, hizo y fue hecho; ésta dice
relación asimismo a las tres substancias que hay en Cristo,
escala nuestra, como son la corporal, la espiritual y la divina.
4. En conformidad con esta triple progresión, nuestra alma tiene
tres aspectos principales. Uno es hacia las cosas corporales
exteriores, razón por la que se llama animalidad o sensualidad;
otro hacia las cosas interiores y hacia sí misma, por lo que se
llama espíritu; y otro, en fin, hacia las cosas superiores a
sí misma, y de ahí que se le llame mente. Con estos
aspectos debemos disponernos para subir a Dios, a fin de amarle con
toda la mente, con todo el corazón y con toda el alma, en lo
cual consiste la perfecta observancia de la ley y, junto con esto, la
sabiduría cristiana.
5. Y porque cada uno de dichos modos se duplica, según se
considere a Dios como alfa y omega, o se vea a Dios en cada uno de
ellos como por espejo o como en espejo, o por prestarse cada una de
estas consideraciones tanto a unirse a otra conexa como a ser mirada en
su puridad, de aquí es que sea necesario elevar a número
de seis estos grados principales, a fin de que, así como Dios
completó en seis días el universo y en el séptimo
descansó, así también el mundo menor sea conducido
ordenadísimamente al descanso de la contemplación por
seis grados de iluminaciones sucesivas para significar lo cual, por
seis gradas se subía al trono de Salomón, seis alas
tenían los serafines que vio Isaías, después de
seis días llamó Dios a Moisés de medio de la nube
oscura, y Cristo, después de seis días, como dice en San
Mateo, llevó a los discípulos al monte y se
transfiguró ante ellos.
6. Así que, en correspondencia con los seis grados de la subida
a Dios, seis son los grados de las potencias del alma, por los cuales
subimos de lo ínfimo a lo sumo, de lo externo a lo
íntimo, de lo temporal a lo eterno, a saber: el sentido y la
imaginación, la razón y el entendimiento, la inteligencia
y el ápice de la mente o la centella de la sindéresis.
Estos grados en nosotros los tenemos plantados por la naturaleza,
deformados por la culpa, reformados por la gracia; y debemos
purificarlos por la justicia, ejercitarlos por la ciencia y
perfeccionarlos por la sabiduría.
7. Porque el hombre, según la primera institución de la
naturaleza, fue creado hábil para la quietud de la
contemplación; y por eso lo puso Dios en el paraíso de
las delicias. Pero, apartándose de la verdadera luz al bien
conmutable, encorvóse él mismo por la propia culpa, y
todo el género humano por el pecado original, pecado que
inficionó la humana naturaleza de dos modos, a saber:
inficionando la mente con la ignorancia y la carne con la
concupiscencia; de suerte que el hombre, cegado y encorvado yace en
tinieblas y no ve la luz del cielo si no le socorre la gracia con la
justicia contra la concupiscencia, y la ciencia con la sabiduría
contra la ignorancia. Todo lo cual se consigue por Jesucristo, quien ha
sido constituido por Dios para nosotros por sabiduría y justicia
y santificación y redención. Quien, siendo la virtud y
sabiduría de Dios, y siendo asimismo el Verbo encarnado, lleno
de gracia y de verdad, comunicó la gracia y la verdad:
infundió, en efecto la gracia de la caridad, la cual, por cuanto
es de corazón puro, de conciencia buena y de fe no fingida,
rectifica toda el alma, según sus tres aspectos sobredichos; y
enseñó la ciencia de la verdad conforme a los tres modos
de teología: "simbólica, propia y mística", para
que por la simbólico usemos bien de las cosas sensibles; por la
propia, de las cosas inteligibles, y por la mística seamos
arrebatados a los excesos supermentales.
8 Quien quisiere, pues, subir a Dios, es necesario que evitada la culpa
que deforma la naturaleza, ejercite las sobredichas potencias naturales
en la gracia que reforma, y esto por la oración; en la justicia
que purifica, y esto por la vida santa; en la ciencia que ilumina, y
esto por la meditación; en la sabiduría que perfecciona,
y esto por la contemplación. Porque así como nadie llega
a la sabiduría sino por la gracia, justicia y ciencia,
así tampoco se llega a la contemplación sino por la
meditación perspicaz, vida santa y oración devota. Y
así como la gracia es el fundamento de la rectitud de la
voluntad y de la perspicua ilustración de la razón,
así también primero debemos orar, luego subir santamente
y, por último, concentrar la atención en los
espectáculos de la verdad, y concentrándola en ellos
subir gradualmente hasta el excelso monte donde se ve al Dios de los
dioses en Sión.
9. Y porque en la escala de Jacob antes es subir que bajar, coloquemos
en lo más bajo el primer grado de la subida, poniendo todo este
mundo, sensible para nosotros, como un espejo, por el que pasemos a
Dios, artífice supremo, a fin de que seamos verdaderos hebreos
que pasan de Egipto a la tierra tantas veces prometida, verdaderos
cristianos que con Cristo pasan de este mundo al Padre y,
además, verdaderos amadores de la sabiduría, que llama y
dice: Pasaos a mí todos los que me deseáis y saciaos de
mis frutas. Porque de la grandeza y hermosura de las cosas creadas se
puede a las claras venir en conocimiento del Creador.
10. Y en verdad reluce en las cosas creadas la suma potencia, la suma
sabiduría y la suma benevolencia del Creador, conforme lo
anuncia el sentido de la carne al sentido interior por tres modos. El
sentido de la carne, en efecto, sirve al entendimiento que investiga
racionalmente, o al que cree firmemente, al que contempla
intelectualmente. El entendimiento que contempla considera la
existencia actual de las cosas; el que cree, el decurso habitual de las
cosas, y el que razona, el valor de la excelencia potencial de las
cosas.
11. En el primer modo, el aspecto del entendimiento que contempla,
considerando las cosas en sí mismas, ve en ellas el peso, el
número y la medida; el peso respecto al sitio a que se inclinan,
el número por el que se distinguen y la medida por la que se
limitan. Y así ve en ellas el modo la especie y el orden, y
además la substancia, la potencia y la operación. De lo
cual, como de un vestigio, puede el alma levantarse a entender la
potencia, la sabiduría y la bondad inmensa del Creador.
12 En el segundo modo, el aspecto del entendimiento que cree,
considerando este mundo, atiende al origen, al decurso y al
término. Pues por la fe creemos que la Palabra de Vida
formó los siglos; por la fe creemos que los tiempos de las tres
leyes, a saber: de la naturaleza, de la Escritura y de la gracia,
suceden unos a otros y transcurren ordenadísimamente; por la fe
creemos, por último, que el mundo ha de terminar por el juicio
final, echando de ver en lo primero la potencia del sumo Principio, en
lo segundo su providencia y en lo tercero su justicia.
13. En el tercer modo, el aspecto del entendimiento que investiga
racionalmente, ve que algunas cosas sólo existen; que otras
existen y viven; que otras existen, viven y disciernen; y que las
primeras son ciertamente inferiores, las segundas intermedias y las
terceras mejores. Ve, en segundo lugar, que unas cosas son corporales,
otras parte corporales y parte espirituales; de donde infiere que hay
otras meramente espirituales, mejores y más dignas que
entrambos. Ve además que algunas cosas son mudables y
corruptibles, como las terrestres; que otras son mudables e
incorruptibles, como las celestes; por donde colige que hay otras
inmutables e incorruptibles, como las sobrecelestes.
Luego de estas cosas visibles se levanta el alma a considerar la
potencia, la sabiduría y la bondad de Dios como existente,
viviente e inteligente, puramente espiritual, incorruptible e inmutable.
14. Y dilátase esta consideración conforme a siete
condiciones de las criaturas, que son siete testimonios de la potencia,
sabiduría y bondad divina, si se considera el origen, la
grandeza, la multitud, la hermosura, la plenitud, la operación y
el orden de todas las cosas. El origen de las cosas, en efecto, en
cuanto se refiere a la creación, distinción y ornato de
la obra de los seis días, predica la divina potencia que las
sacó de la nada, la divina sabiduría que las
distinguió claramente y la divina bondad que las adornó
largamente. Y la grandeza de las cosas, en su mole de longitud, latitud
y profundidad, en la excelencia de su virtud que a lo largo, a lo ancho
y a lo profundo se extiende como se ve en la difusión de la luz;
en la eficacia de la operación íntima, continua y
difusiva, cual se hace patente en la acción del fuego, indica de
manera manifiesta la inmensidad de la potencia, sabiduría y
bondad del Dios trino, quien existe incircunscrito en todas las cosas
por potencia, por presencia y por esencia. La multitud de las cosas, en
su diversidad de géneros, especies e individuos, en cuanto a la
substancia, a la forma o figura y a la eficacia superior a todo
cálculo o apreciación humana, insinúa y aun
muestra claramente la inmensidad de los tres mencionados atributos que
en Dios existen. Y la hermosura de las cosas, en la variedad de luces,
figuras y colores que se hallan, ora en los cuerpos simples, ora en los
mixtos, ora en los organizados, tales como los cuerpos celestes y
minerales, piedras y metales, plantas y animales, con evidencia
proclaman los tres predichos atributos. La plenitud de las cosas, por
cuanto la materia está llena de formas, según las razones
seminales, la forma llena de virtud según la potencia activa y
la virtud llena de efectos. según la eficiencia, declara lo
mismo de modo manifiesto. La operación múltiple,
según sea natural, artificial y moral con su variedad,
multiplicada en extremo, demuestra la inmensidad de aquella virtud,
arte y bondad, que es ciertamente para todos "la causa de existir, la
razón de conocer y el orden de vivir". En el libro de las
criaturas el orden considerado según la duración,
situación e influencia, es decir, por razón de lo
anterior y de lo posterior, de lo superior y de lo inferior, de lo
más noble y de lo más innoble, da a entender
manifiestamente la primacía, la sublimidad y la dignidad del
primer Principio en cuanto a la infinitud de su poder en el libro de la
Escritura da a entender el orden de las leyes, preceptos e inicios
divinos: la inmensidad de su sabiduría; y en el en el cuerpo de
la Iglesia, el orden de los sacramentos, beneficios y retribuciones, la
inmensidad de su bondad de suerte que el orden mismo nos lleva de la
mano con toda evidencia al que es primero y sumo, potentísimo,
sapientísimo y óptimo.
15. Luego, el que con tantos esplendores de las cosas creadas no se
ilustra, está ciego: el que con tantos clamores no se despierta,
está sordo; el que por todos estos efectos no alaba a Dios,
ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte el
primer Principio, ese tal es necio Abre, pues, los ojos, acerca los
oídos espirituales. despliega los labios y aplica tu
corazón para en todas las cosas ver, oír, alabar, amar y
reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no sea que todo el mundo se
levante contra ti. Pues a causa de esto todo el mundo peleará
contra los insensatos siendo, en cambio, motivo de gloria para los
sensatos, que pueden decir con el Profeta: Me has recreado, oh
Señor, con tu obras, y al contemplar las obras de tus manos
salto de alegría, oh Señor. Cuán grandes son tus
obras, Señor; todo los has hecho sabiamente; llena está
la tierra de riquezas.
CAPITULO II.
ESPECULACIÓN DE DIOS EN LOS VESTIGIOS QUE HAY DE ÉL EN
ESTE MUNDO SENSIBLE
1. Mas, como, en relación al espejo de las cosas sensibles, nos
sea dado contemplar a Dios no sólo por ellas como por vestigios,
sino también en ellas por cuanto en ellas esté por
esencia, potencia y presencia; y, además, como esta manera de
considerar sea más elevada que la precedente; de ah es que la
tal consideración ocupa el segundo lugar como segundo grado de
la contemplación, que nos ha de llevar de la mano a contemplar a
Dios en todas las criaturas, la, cuales entran en nuestra alma por los
sentidos corporales.
2. Se ha de observar, pues, que este mundo, que se dice macrocosmos,
entra en nuestra alma, que se dice mundo menor, por las puertas de los
cinco sentidos, a modo de aprehensión, delectación y
juicio de las cosas sensibles. La razón es manifiesta: hay,
efectivamente, en el mundo seres generadores, seres generados y seres
que gobiernan a entrambos. Generadores son los cuerpos simples, a
saber: los cuerpos celestes y los cuatro elementos. Porque, en virtud
de la luz que concilia la oposición de los elementos en los
mixtos, de los elementos tienen que ser engendrados y producidos
cuantos seres se engendran y producen por la operación de la
virtud natural. Generados son los cuerpos compuestos de elementos,
tales como los minerales, los vegetales, los animales y los cuerpos
humanos. Los seres que tanto a éstos como a aquellos gobiernan
son las substancias espirituales, ora las totalmente unidas a la
materia, como las almas de los brutos, ora las que están unidas
a ella, pero de modo separable, como los espíritus racionales,
ora las absolutamente separadas de ella, como son los espíritus
celestiales, a quienes los filósofos llamaron inteligencias y
nosotros llamamos ángeles. A ellos es a quienes compete,
según los filósofos, mover los cuerpos celestes y se les
atribuye, por lo mismo, la administración del universo, dado que
reciben de la primera causa, que es Dios, la virtud influyente que
transmiten en conformidad con la obra del gobierno que se relaciona con
la consistencia natural de las cosas. Mas a ellos se atribuye,
según los teólogos, el gobierno del universo, a las
órdenes del Dios sumo, en cuanta a las obras de la
reparación, por cuya razón se llaman espirituales,
enviados en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud.
3. Ahora bien, el hombre, que se dice mundo menor tiene cinco sentidos
como cinco puertas, por las cuales entra a nuestra alma el conocimiento
de todas las cosas que existen en el mundo sensible. En efecto, por la
vista entran los cuerpos sublimes, los luminosos y los demás
colorados, por el tacto, los cuerpos sólidos y terrestres; por
los sentidos intermedios, los cuerpos intermedios, como los acuosos por
el gusto, los aéreos por el oído, y por el olfato loa
evaporables que tienen algo de la naturaleza húmeda, algo de la
aérea y algo de la ígnea o caliente, como es de ver en el
humo que de los aromas se desprende.
Entran, digo, por estas puertas tanto los cuerpos simples como los
compuestos, que son los mixtos. Mas como por el sentido percibimos no
sólo lo sensible particular, como son la luz, el sonido, el
olor, el sabor y las cuatro cualidades primarias que aprehende el
tacto, sino también lo sensible común, como el
número, la grandeza, la figura, el reposo y el movimiento; y
como "todo lo que se mueve se mueve por otro", y seres hay que por
sí mismos se mueven y reposan, como son los animales: cuando por
estos cinco sentidos aprehendemos los movimientos de los cuerpos, somos
llevados, como de la mano al conocimiento de los motores espirituales,
como por el efecto al conocimiento de la causa.
4. Por la aprehensión, en efecto, entra en el alma todo el mundo
sensible en cuanto a los tres géneros de cosas. Y estas cosas
sensibles y exteriores son las que primero entran en el alma por las
puertas de los cinco sentidos; entran, digo, no por sus substancias,
sino por sus semejanzas, formadas primeramente en el medio, y del medio
en el órgano exterior, y del órgano exterior en el
órgano interior, y de éste en la potencia aprehensiva; y
de esta manera la formación de la especie en el medio y del
medio en el órgano y la conversión de la potencia
aprehensiva la especie hace aprehender todo cuanto el alma aprehende
exteriormente.
5. Y esta aprehensión, si lo es de alguna cosa conveniente,
sigue la delectación. Deléitase, en efecto, el sentido en
el objeto, percibido mediante su semejanza abstracta o por razón
de hermosura, como en la vista, o por razón de suavidad, como en
el olfato y oído, o por razón de salubridad, como en el
gusto y tacto - hablando apropiada mente -. Y aun si la
delectación existe, existe a causa de la proporción. Mas
porque la especie tiene razón de forma virtud y
operación, según haga referencia al principio de que
emana, al medio por que pasa y al término en que obra de
aquí es que la proporción o se considera en la semejanza,
en cuanto tiene razón de especie o forma, y así se dice
hermosura, no siendo la hermosura otra cosa que una igualdad armoniosa,
o también no siendo otra cosa que cierta disposición de
partes con suavidad de color; o se considere en cuanto tiene
razón de potencia o virtud, y así se dice suavidad, pues
entonces la potencia activa no excede improporcionalmente la potencia
receptiva, sufriendo el sentido en lo extremado y deleitándose
en lo moderado; o se considera, en cuanto tiene razón de
eficacia y de impresión, la cual entonces es proporcional cuando
el agente, al causar la impresión, colma la indigencia del
paciente, y esto es sanarlo y nutrirlo, como aparece principalmente en
el gusto y tacto. Y así por la delectación entran en el
alma los objetos exteriores que deleitan, mediante sus semejanzas,
según los tres modos de delectación.
6. Después de la aprehensión y de la delectación,
fórmase el juicio, por el que no sólo se juzga si esto es
blanco o negro - porque esto pertenece al sentido particular - o si es
saludable o nocivo lo cual pertenece al sentido interior -, sino
también se juzga y se da cuenta de por qué tal cosa
deleita, acto en que se inquiere la razón de la
delectación que del objeto se recibe en el sentido. Y esto
ocurre cuando se indaga la razón de lo hermoso, de lo suave y de
lo saludable, resultando no ser otra que una proporción de
igualdad. Pero esta razón de igualdad es la misma tanto en las
cosas grandes como en las pequeñas, no se extiende con las
dimensiones, ni pasa con las cosas transitorias, ni se altera con las
mudanzas; pues abstrae de lugar, de tiempo y de cambios y viene a ser
por lo mismo inmutable, incircunscriptible, interminable y enteramente
espiritual. De donde el juicio es una operación que, depurando y
abstrayendo la especie sensible, sensiblemente recibida por los
sentidos, la hace entrar en la potencia intelectiva. Y así todo
este mundo tiene entrada en el alma por las puertas de los sentidos,
conforme a las tres operaciones mencionadas.
7. Y todas estas cosas son vestigios donde podemos investigar a nuestro
Dios. Porque siendo la especie que se aprehende semejanza engendrada en
el medio e impresa después en el órgano, y
llevándonos, en virtud de la impresión, al principio de
donde nace, es decir, al conocimiento del objeto, nos da a entender de
modo manifiesto no sólo que aquella luz eterna engendra de
sí una semejanza o esplendor coigual, consubstancial y coeterno,
sino también que aquel que es imagen del invisible, esplendor de
su gloria y figura de su substancia, existente en todas partes por su
generación primera, el objeto engendra su semejanza en todo
medio, se une por la gracia de la unión - la especie se une al
órgano corporal - a un individuo de la naturaleza racional para
reducirnos mediante tal unión al Padre como a fontal principio y
objeto. Luego todas las cosas cognoscibles, teniendo como tienen la
virtud de engendrar la especie de sí mismas, proclaman con
claridad que en ellas, como en espejos, puede verse la
generación eterna del Verbo, Imagen e Hijo que del Dios Padre
emana eternalmente.
8. De igual modo, la especie que deleita como hermosa, suave y
saludable, da a conocer que existe la primera hermosura, suavidad y
salubridad en aquella primera especie, donde hay suma proporción
e igualdad respecto al engendrador, suma virtud que se intima no por
fantasmas sino por la verdad de la aprehensión, suma
impresión que sana satisface y expele toda indigencia en el
aprehensor. Por lo tanto, si la delectación "es la unión
de un conveniente con su conveniente", si la semejanza que se engendra
de sólo Dios tiene la razón de lo sumamente hermoso,
sumamente suave y sumamente saludable, y se une, según la
verdad, según la intimidad y según la plenitud que llena
toda capacidad, se ve claramente que en sólo Dios está la
delectación fontal y verdadera y que todas las delectaciones nos
llevan de la mano a buscar aquella.
9. Pero de un modo más excelente y más inmediato nos
lleva el juicio a especular con más certeza la eterna verdad.
Porque si el juicio ha de hacerse por razones que abstraen del lugar,
tiempo y mutabilidad y, por lo mismo de la dimensión,
sucesión y mudanza; si ha de hacerse por razones inmutables,
incircunscriptibles e interminables; si nada hay, en efecto, del todo
inmutable, ni incircunscriptible ni interminable, sino lo que es
eterno; si todo cuanto el eterno es Dios o está en Dios; si
cuantas cosas ciertamente juzgamos, vuelvo a decir, por esas razones
las juzgamos; cosa manifiesta es que Dios viene a resultar la
razón de todas las cosas y la regla infalible y la luz de la
verdad, luz donde todo lo creado reluce de modo infalible, indeleble,
indubitable, irrefragable, incoartable, inapelable, interminable,
indivisible e intelectual. Por tanto, aquellas leyes por las que
juzgamos con toda certeza de todas las cosas sensibles que a nuestra
consideración vienen, por lo mismo que son infalibles e
indubitables para el entendimiento del que las aprehende, indelebles de
la memoria del que las recuerda, irrefragables e inapelables para el
entendimiento del que las juzga, pues al decir de San Agustín,
"nadie juzga a ellas, sino por ellas", menester es que sean inmutables
e incorruptibles como necesarias, incoartables como incircunscritas,
interminables como eternas, y por eso indivisibles como intelectuales e
incorpóreas, no hechas, sino increadas, tales que existen
eternalmente en el arte eterna, por la cual, mediante la cual y
según la cual reciben la forma todas las cosas, plenamente
informadas; y por eso ni juzgarse pueden éstas con toda certeza,
sino por aquella arte eterna, la cual es la forma que no sólo
todo lo produce, sino que todo lo conserva y todo lo distingue como ser
que tiene la primacía de la forma entre todas las cosas y como
regla que todas las dirige y por la que nuestra alma juzga cuanto en
ella entra por los sentidos.
10. Dilátase esta especulación considerando siete
diferencias de números por los cuales, como por siete grados, se
sube a Dios, según lo demuestra San Agustín en el libro
De vera Religione y en el sexto De Musica, donde asigna las diferencias
de números que van subiendo gradualmente desde estas cosas
sensibles hasta el supremo artífice de todas, para que en todas
sea visto Dios.
Dice, pues, que hay números en los cuerpos, y, sobre todo, en
los sonidos y en las voces, y los llama sonantes que hay números
abstraídos de éstos y recibidos en los sentidos, y los
llama ocurrentes; que hay números que proceden del alma al
cuerpo, como se ve en las gesticulaciones y en las danzas, y los llama
progresivos; que hay números en la delectación de los
sentidos, por la conversión de la intención a la especie
sensible, y los llama sensuales que hay números retenidas en la
memoria, y los llama me memoriales; que, por último, hay
números por los que de todos estos números juzgamos, y
los llama judiciales. Los cuales, como queda dicho, por necesidad
están por encima del alma, siendo como son infalibles e
indiscutibles. Estos son los que imprimen en nuestra alma los
números artificiales, que, sin embargo, no los enumera San
Agustín en la clasificación mencionada por estar conexos
con los judiciales; de los judiciales es de donde emanan los
números progresivos, de los que se producen numerosas formas di
artefactos, a fin de que de los números supremos se descienda
ordenadamente, pasando por los medios, hasta los que son
ínfimos. Subimos también por grados a los números
supremos, empezando desde los sonantes, por medio de los ocurrentes,
sensuales y memoriales.
Como sean, pues, bellas todas las cosas y, en cierta manera
deleitables, y como no exista delectación ni hermosura sin la
proporción, que consiste primariamente en los números, es
necesario que todas las cosas sean numerosas y, por lo mismo, el
número es el ejemplar príncipe en la mente del Creador; y
en las cosas el principal vestigio que nos lleva a la Sabiduría.
Vestigio que, por ser evidentísimo para todos y
cercanísimo a Dios, a Dios nos conduce muy de cerca como por
siete diferencias o grados y, al aprehender las cosas numerosas,
deleitarnos en las proporciones numerosas y juzgar irrefragablemente
por las leyes de proporciones numerosas, hace que le conozcamos en los
seres corporales, sujetos a los sentidos.
11. De los dos grados primeros que nos han llevado de la mano a
especular a Dios en sus vestigios a modo de las dos alas que
descendían cubriendo los pies, bien podemos colegir que todas
las criaturas de este mundo sensible llevan al Dios Eterno el
espíritu del que contempla y degusta, por cuanto son sombras,
resonancias y pintura de aquel primer Principio, poderosísimo,
sapientísimo y óptimo, de aquel origen, luz y plenitud
eterna y de aquella arte eficiente, ejemplante y ordenante; son no
solamente vestigios, simulacros y espectáculos puestos ante
nosotros para cointuir a Dios, sino también signos que, de modo
divino, se nos han dado; son, en una palabra, ejemplares o, por mejor
decir, copias propuestas a las almas todavía rudas y materiales
para que de las cosas sensibles que ven se trasladen a las cosas
inteligibles como del signo a lo significado.
12. Porque, en verdad, las criaturas de este mundo sensible significan
las perfecciones invisibles de Dios; en parte, porque Dios es el
origen, el ejemplar y el fin de las cosas creadas y porque todo efecto
es signo de la causa, toda copia lo es del ejemplar, todo camino lo es
del fin al que conducen; en parte por representación propia, en
parte por la prefiguración profética, en parte por
operación angélica y en parte por institución
sobreañadida. Y es que toda criatura, por su naturaleza, es como
una efigie o similitud de la eterna Sabiduría; pero lo es
especialmente aquella que, en la Sagrada Escritura, se tomó, por
espíritu de profecía para prefigurar las cosas
espirituales; mas especialmente aquellas criaturas en cuya figura quiso
Dios aparecer por ministerio de los ángeles y,
especialísimamente, por fin, aquella que quiso fuese instituida
para significar, la cual no sólo tiene razón de signo
común, sino también de signo sacramental.
13. De todo esto se colige que las perfecciones invisibles de Dios,
desde la creación del mundo, se han hecho intelectualmente
visibles por las creaturas de este mundo; tanto, que son inexcusables
los que no quieren considerarlas, ni conocer, ni bendecir, ni amar a
Dios en todas ellas siendo así que no quieren trasladarse de las
tinieblas a la admirable luz divina. A Dios, pues, las gracias por
nuestro Señor Jesucristo, quien nos trasladó de las
tinieblas a su luz admirable, por cuanto estas luces que exteriormente
se nos han dado nos disponen para entrar de nuevo en el espejo de
nuestra alma, en el que relucen las perfecciones divinas.
CAPITULO III.
ESPECULACIÓN DE DIOS POR SU IMAGEN IMPRESA EN LAS POTENCIAS
NATURALES
1. Y porque los dos grados predichos, guiándonos a Dios por los
vestigios suyos, por los cuales reluce El en todas las criaturas, nos
llevaron de la mano hasta entrar de nuevo en nosotros, es decir, a
nuestra mente, donde reluce la divina imagen; de ahí es que,
llegados ya al tercer grado, entrando en nosotros mismos, como si
dejáramos el atrio del tabernáculo, en el santo, esto es,
en su parte interior es donde debemos procurar ver a Dios por espejo:
allí donde, a manera de candelabro, reluce la luz de la verdad
en la faz de nuestra mente, en la cual resplandece, por cierto, la
imagen de la beatísima Trinidad.
Entra, pues, en tí mismo y observa que tu alma se ama
ardentísimamente a sí misma; que no se amara, si no se
conociese; que no se conociera, si de sí misma no se recordase,
pues nada entendemos por la inteligencia que no esté presente en
nuestra memoria, y con esto adviertes ya, no con el ojo de la carne,
sino con el ojo de la razón, que tu alma tiene tres potencias.
Considera, pues, las operaciones y las habitudes de estas tres
potencias y podrás ver a Dios por ti, como por imagen, lo cual
es verlo como por un espejo y bajo imágenes oscuras.
2. Y en verdad, la operación de la memoria es retener y
representar no sólo las cosas presentes, corporales y
temporales, sino también las sucesivas, simples y sempiternas.
Pues retiene la memoria las cosas pasadas por la recordación,
las presentes por la suscepción, las futuras por la
previsión. Retiene también las cosas simples, cuales son
los principios de la cantidad, ya discreta, ya continua, como el punto,
el instante y la unidad, sin los cuales nada es posible recordar o
pensar cuanto de ellos tienen principio. Retiene asimismo, los
principios y los axiomas de las ciencias no sólo como eternos,
sino también de modo eterno, pues, como uno use de la
razón, nunca puede olvidarlos, de manera que en
oyéndolos, no les preste asentimiento; y esto no como si
empezara a comprenderlos entonces, sino reconociendo. los cual si le
fueran connaturales y familiares, cosa que se hace patente, proponiendo
a uno principios como éstos: "De cualquier ser o se afirma o se
niega"; o también: "El toda es mayor que su parte", u otro
axioma cualquiera al que no es posible contradecir por ser evidente en
si mismo. Por lo tanto, a causa de la primera retención actual
de las cosas temporales, a saber: de las pasadas, presentes y futuras,
la memoria es una imagen de la eternidad, cayo presente indivisible se
extiende a todos los tiempos. Por la segunda retención se ve que
la memoria está posibilitada para ser informada no sólo
del exterior por los fantasmas, sino también de arriba,
recibiendo las formas simples que no pueden entrar por las puertas de
los sentidos ni por las representaciones de objetos sensibles. Por la
tercera retención tenemos que posee ella presente a si misma una
luz inmutable, en la cual recuerda verdades invariables. Y así,
mediante las operaciones de la memoria, está claro que el alma
es imagen y semejanza divina, tan presente a sí misma como
presente a Dios, a quien conoce en acto, aunque sólo en potencia
sea capaz de poseerlo y de ser partícipe suyo.
3. La operación de la virtud intelectiva está en conocer
el sentido de los términos, proposiciones e ilaciones. Entonces,
en efecto, conoce el entendimiento los significados de los
términos cuando viene a comprender por definición a cada
uno de ellos. La definición, empero, ha de darse por
términos más generales, y éstos han de definirse
por otro, más generales todavía hasta llegar a los
supremos y generalísimos, ignorados los cuales, no pueden
entenderse los términos inferiores por vía de
definición. De manera que sin conocer el ser por sí, no
se puede conocer plenamente la definición de una substancia
particular cualquiera. Tampoco puede ser conocido el ser por sí
sin conocerlo con sus propiedades, que son: unidad, verdad y bondad. Y
como el ser pueda concebirse como ser diminuto y como ser completo,
como ser perfecto y como ser imperfecto. como ser en potencia y como
ser en acto, como ser "secundum quid" y como ser "simpliciter", como
ser parcial y como ser total, como ser transeúnte y como ser
permanente, como ser por otro y como ser por sí mismo, como ser
mezclado de no ser y como ser puro, como ser dependiente y como ser
absoluto, como ser anterior y como ser posterior, como ser mudable y
como ser no mudable, como ser simple y como ser compuesto; y como en
manera alguna puedan conocerse las negaciones y los defectos si no es
por las afirmaciones: cosa clara es que nuestra inteligencia no llega,
por análisis, al conocimiento plenario de alguno de los seres
creados, a no ser ayudada del conocimiento del ser purísimo,
completísimo y absoluto, el cual es el ser "simpliciter" y
eterno, ser en quien se hallan las razones de todas las cosas en su
puridad. Y, de otra suerte, ¿cómo pudiera conocer la
inteligencia que tal cosa es defectuosa e incompleta si ningún
conocimiento tuviese del ser exento de todo defecto? Y procédase
de esta manera en las demás condiciones ya tratadas.
Y entonces se dice, con toda verdad, que el entendimiento comprende el
sentido de las proposiciones cuando sabe con certeza que son
verdaderas, y saber esto es saber que no puede engañarse en tal
comprensión. Sabe, en efecto, que tal verdad no puede ser de
otra manera, sabiendo como sabe que esa verdad es inmutable. Pero, por
ser mudable nuestra mente, no puede ver la verdad reluciendo tan
inmutablemente si no es en virtud de otra luz que brilla de modo
inmutable del todo, la cual es imposible sea criatura sujeta a
mudanzas. Luego la conoce en aquella luz que alumbra a todo hombre que
viene a este mundo, la cual es la luz verdadera y el Verbo que en el
principio estaba en Dios.
Pero nuestro entendimiento entonces percibe, con toda verdad, el
sentido de una ilación cuando ve que la conclusión se
sigue necesariamente de las premisas, lo cual no sólo ve en los
términos necesarios, sino también en los cotingentes;
como, por ejemplo: si el hombre corre, el hombre se mueve. Y esta
relación necesaria la percibe no sólo en las cosas
existentes, sino también en las no existentes. Pues así
como, existiendo el hombre, se sigue la conclusión si el hombre
corre, el hombre se mueve, así también se sigue lo mismo,
aunque el hombre no exista. Pero la necesidad de semejante
ilación no viene de la existencia del ser en la materia, porque
tal existencia es contingente; ni de la existencia de las cosas en el
alma, ya que afirmarla en el alma, no existiendo realmente,
vendría a ser una ficción: luego viene de aquella
ejemplaridad del arte eternal, en la cual tienen las cosas aptitud y
relación mutua, conforme está representadas en el arte
eterna. Y es que, como dice San Agustín en el libro De vera
Religione, la luz del que verdaderamente razona se enciende por aquella
verdad y brega por llegar a ella. Por donde se ve a las claras
cuán unido está nuestro entendimiento a la verdad eterna,
pues nada verdadero puede conocer sino enseñado por ella. Con
que por ti mismo puedes ver la verdad que te enseña, como las
concupiscencias e imaginaciones no te lo impidan,
interponiéndose como niebla entre ti y el rayo de la verdad.
4. Y la operación de la virtud electiva se echa de ver en el
consejo, en el juicio y en el deseo. El consejo consiste en inquirir
cuál sea lo mejor, esto o aquello. Pero nada se dice lo mejor
sino por acceso a lo óptimo, y el acceso a lo óptimo
consiste en la mayor semejanza; luego nadie sabe si una cosa es mejor
que otra sin saber que se asemeja más a lo óptimo. Pero
nadie sabe que una cosa es más semejante a otra sin conocer
ésta, como que no sé si tal es semejante a Pedro sin
saber o conocer quién es Pedro; luego en todo el que inquiere
cuál sea lo mejor está impresa necesariamente la
noción del sumo Bien.
Y el juicio cierto de las cosas, sujetas al consejo, viene de una ley.
Nadie, en efecto, juzga con certeza en virtud de la ley si no
está cierto no sólo de que la ley es recta, sino
también de que no debe juzgarla; pero nuestra mente juzga de
sí misma, y como no pueda juzgar de la ley, por la cual
precisamente juzga, síguese que esa ley es superior a nuestra
mente y que ésta juzga por aquella, según la lleva
impresa en sí misma. Es así que nada hay superior a la
mente humana sino Aquel que la hizo: luego nuestra potencia
deliberativa, cuando juzga y resuelve hasta el último
análisis, viene a tocar en las leves divinas.
El deseo, por último, versa, ante todo, sobre aquello que
sumamente lo mueve. Sumamente mueve lo que suma. mente se ama; pero
ámase sumamente ser feliz, y ser feliz no se consigue sino
poseyendo lo óptimo y el fin último: luego nada apetece
el humano deseo sino el sumo bien o lo que dice orden al sumo bien, o
lo que tiene apariencia del sumo bien. Tanta es la eficacia del sumo
bien que, si no es por su deseo, nada puede amar la criatura, la cual
se engaña y cae en error precisamente cuando toma por realidad
no que no es sino efigie y simulacro del sumo bien.
Ve por aquí cuán próxima a Dios está el
alma y cómo la memoria nos lleva a la eternidad, la inteligencia
a la verdad y la potencia electiva a la suma bondad, según sus
respectivas operaciones.
5. Y si consideramos el orden, el origen y la virtud de estas
potencias, el alma nos lleva a la misma beatísima Trinidad.
Porque de la memoria nace la inteligencia como prole suya, pues
entonces entendemos cuando la similitud, presente en la memoria,
reverbera en el ápice del entendimiento, de donde resulta el
verbo mental; y de la memoria y de la inteligencia se exhala el amor
como nexo de entrambos Estas tres cosas - mente generadora, verbo y
amor - están en correspondencia con la memoria, inteligencia y
voluntad potencias que son consubstanciales, coiguales y
coetáneas compenetrándose en mutua inexistencia. Siendo,
pues, Dio, espíritu perfecto, tiene memoria, inteligencia y
voluntad tiene, asimismo, no sólo su Verbo engendrado, sino
también su Amor espirado, los cuales se distinguen
necesariamente por producirse el uno del otro, no por producción
esencial n por producción accidental, sino por producción
personal. Considerándose, pues, el alma a sí misma, de si
misma como por espejo se eleva a especular a la santa Trinidad del
Padre, del Verbo y del Amor, trinidad de personas tan coeternos, tan
coiguales y tan consubstanciales que cada una de ellas está en
cada una de las otras, no siendo, sin embargo, una persona la otra,
sino las tres un solo Dios.
6. A esta especulación que el alma tiene de su principio uno y
trino, mediante sus potencias, trinas en número, por las que es
imagen de Dios, la ayudan las luces de las ciencias, luces que la
perfeccionan e informan y representan la beatísima Trinidad de
tres maneras. Pues se ha de saber que toda la filosofía o es
natural, o racional, o moral. La primera trata de la causa del existir,
y por eso lleva a la potencia del Padre; la segunda, de la razón
del entender, y por eso lleva a la sabiduría del Verbo, y la
tercera, del orden del vivir, y por eso lleva a la bondad del
Espíritu Santo.
Además, la primera - la filosofía natural - se divide en
metafísica, matemática y física. De las cuales la
una versa sobre las esencias de las cosas, la otra sobre los
números y figuras, la tercera sobre las naturalezas, virtudes y
operaciones difusivas. Y así, la primera nos lleva al primer
Principio, que es el Padre; la segunda a su imagen, que es el Hijo: la
tercera al don, que es el Espíritu Santo.
La segunda - la filosofía racional - se divide en
gramática, que hace a los hombres capaces para expresarse; la
lógica, que los hace agudos para argüir, y en
retórica, que los hace valientes para mover o persuadir. Lo cual
insinúa también el misterio de la misma beatísima
Trinidad.
La tercera - la filosofía moral - se divide en monástica
doméstica y política. De ahí que la primera
insinúe la innascibilidad del primer Principio, la segunda la
familiaridad del Hijo y la tercera la liberalidad del Espíritu
Santo.
7. Todas estas ciencias tienen sus reglas ciertas e infalibles como
luces y rayos que descienden de la ley eterna a nuestra mente. Por eso
nuestra mente, irradiada y bañada en tantos esplendores, de no
estar ciega, puede ser conducida por la consideración de si
misma a la contemplación de aquella luz eterna. Y en verdad, la
irradiación y consideración de semejante luz suspende a
los sabios en admiración y, por el contrario, turba a los
necios, cumpliéndose así lo que dijo el Profeta:
Iluminando Tú maravillosamente desde los montes eternos,
quedaron perturbados los de corazón insensato.
CAPÍTULO IV.
ESPECULACIÓN DE DIOS EN SU IMAGEN REFORMADA POR LOS DONES
GRATUITOS
1. Mas porque acontece contemplar al primer Principio no sólo
pasando por nosotros, sino también quedando en nosotros, y esto
- lo segundo - es más excelente que lo primero, por eso esta
manera de considerar obtiene el cuarto grado de la
contemplación. Extraña cosa parece, por cierto, que,
habiendo demostrado cuán cerca está Dios de nuestras
almas, sea de tan pocos especular en sí mismos al primer
Principio. Pero la razón es obvia: distraída el alma con
los cuidados, no entra en sí misma por la memoria; anublada con
los fantasmas de la imaginación, no regresa a sí misma
por la inteligencia, y seducida por las concupiscencias, no vuelve a
sí misma por el deseo de la suavidad interior ni por el de la
alegría espiritual. Por eso, postrada enteramente en estas cosas
sensibles, no puede entrar de nuevo en sí misma como en imagen
de Dios.
2. Y porque, donde uno cae, allí debe necesariamente estar
tendido si no hay quien le dé la mano y le ayude a volver a
levantarse; no pudiera nuestra alma elevarse perfecta mente de las
cosas sensibles a la cointuición de sí propia y de la
eterna Verdad en sí misma si la Verdad, tomando la forma humana
en Cristo, no se hubiera constituido en escala, reparando la escala
primera que se quebrara en Adán.
De aquí es que, por muy iluminado que uno esté por la luz
de la razón natural y de la ciencia adquirida, no puede entrar
en sí para gozarse en el Señor si no es por medio de
Cristo, quien dice: Yo soy la puerta. El que por mi entrare se
salvará, y entrará, y saldrá, y hallará
pastos. Mas a esta puerta no nos acercamos sino creyéndole,
esperándole, amándole. Por lo tanto, si queremos entrar
de nuevo en la fruición de la Verdad, como en otro
paraíso, es necesario que ingresemos mediante la fe, esperanza y
caridad del mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
quien viene a ser el árbol de la vida plantado en medio del
paraíso.
3. De aquí es que la imagen de nuestra alma ha de re. vestirse
con las tres virtudes teologales que la pacifican, iluminan y
perfeccionan; y de esta manera, la imagen queda reformada y hecha
conforme a la Jerusalén de arriba y miembro de la Iglesia
militante, la cual es, según el Apóstol, hija de la
Jerusalén celestial. Porque dijo así: Aquella
Jerusalén que está arriba es libre, la cual es madre de
todos nosotros. El alma, pues, que cree, espera y ama a Jesucristo, que
es el Verbo encarnado, increado e inspirado, esto es, camino, verdad y
vida, al creer por la fe en Cristo, en cuanto es Verbo increado,
palabra y esplendor del Padre, recupera el oído y la vista
espiritual; el oído, para recibir las palabras de Cristo; la
vista, para mirar con atención los esplendores de su luz. Y al
suspirar por la esperanza para recibir al Verbo inspirado recupera,
mediante el deseo y el afecto, el olfato espiritual. Cuando por la
caridad abraza al Verbo encarnado, recibiendo de El delectación
y pasando a El por el amor extático, recupera el gusto y el
tacto. Recuperados los sentidos espirituales, mientras ve y oye, huele,
gusta y abraza a su esposo, puede ya cantar como la esposa en el Cantar
de los cantares, compuesto para el ejercicio de la contemplación
en este cuarto grado, que nadie la alcanza, sino la recibe, porque
más consiste en la experiencia afectiva que en la
consideración intelectiva. Y es que, en este grado, reparados ya
los sentidos interiores para ver al sumamente hermoso, oír al
sumamente armonioso, oler al sumamente odorífero, gustar al
sumamente suave y asir al sumamente deleitoso, queda el alma dispuesta
para los excesos mentales, y esto por la devoción, por la
admiración y por la exultación, las cuales corresponden a
las tres exclamaciones que se hacen en el Cantar de los cantares. La
primera de ellas nace de la abundancia de la devoción, la cual
hace al alma como una columnita de humo, formada de perfumes de mirra e
incienso; la segunda, de la excelencia de la admiración, que
hace el alma como la aurora, la luna y el y el sol, conforme a la
progresión de las iluminaciones que suspenden el alma, a causa
de la admiración, proveniente del contemplado Esposo; la
tercera, de la sobreabundancia de la exultación, la cual hace al
alma rebosar de las delicias de delectación suavísima,
apoyada del todo sobre su amado.
4. Alcanzado esto, nuestro espíritu se hace jerárquico
para subir arriba, hallándose como se halla conforme con la
Jerusalén celestial, donde nadie entra sin que ella misma
descienda primero al corazón por la gracia, como lo vio San Juan
en su Apocalipsis. Mas entonces desciende al corazón, cuando,
reformada el alma por las virtudes teologales, por las delectaciones de
los sentidos espirituales y por las suspensiones extáticas,
llega a ser jerárquica, esto es, purgada, iluminada y perfecta.
Y así nuestro espíritu queda también adornado con
los grados de los nueve órdenes, al disponerse ordenada e
interiormente con los actos de anunciar, dictar, conducir, ordenar,
corroborar, imperar, recibir, revelar y ungir; actos que gradualmente
corresponden a los nueve órdenes de ángeles;
relacionándose los tres primados de los mencionados actos del
alma humana con la naturaleza, los tres siguientes con la industria y
los tres últimos con la gracia. En posesión ya de estos
grados, el alma, entrando en sí misma, entra en la
Jerusalén de arriba donde, al considerar los órdenes de
ángeles, ve en ellos a Dios, que, habitando en ellos mismos,
obra todas sus operaciones. Por lo cual dice San Bernardo al Papa
Eugenio que "Dios, como caridad, ama en los serafines; como verdad
conoce en los querubines; como equidad, se sienta en los tronos;
señorea en las dominaciones como majestad, rige en los
principados como principio, defiende en las potestades como
salvación, en las virtudes obra como fortaleza en los
arcángeles revela como luz y en los ángeles asiste como
piedad". Órdenes de ángeles donde Dios es todo en todos
por la contemplación del mismo Dios en las almas en las que
habita mediante los dones de su afluentísima caridad.
5. Para este grado de especulación sirve especial y
preferentemente la consideración de la Sagrada Escritura,
divinamente inspirada, así como para el grado anterior sirve la
filosofía. Y es que la Sagrada Escritura versa principalmente
acerca de las obras de la reparación. De ahí es que
trata, ante todo, de la fe, de la esperanza y de la caridad, virtudes
que tienen que reformar al alma, y especialmente de la caridad. De ella
dice el Apóstol que es el fin de los preceptos, en cuanto viene
de corazón puro, conciencia recta y fe sincera. Ella es,
según el mismo Apóstol, la plenitud de la ley. Y nuestro
Salvador asegura que toda la ley y los profetas penden de dos preceptos
de la misma ley, esto es del amor de Dios y del amor del
prójimo, preceptos que si dejan ver en el mismo Esposo de la
Iglesia, Jesucristo, que es a un tiempo Dios y prójimo,
Señor y hermano, Rey y amigo, Verbo increado y encarnado,
nuestro formador y reformador, siendo como es el alfa y la omega; quien
es también el supremo jerarca que purifica, ilumina y
perfecciona a su esposa, que es toda la Iglesia y cada una de las almas
santas.
6. De suerte que de este jerarca y de esta eclesiástica
jerarquía trata toda la Sagrada Escritura, la cual nos
enseña a purificarnos, iluminarnos y perfeccionarnos, y esto
según las tres leyes que eh ellas se nos comunican, a saber: la
ley de la naturaleza, la de la escritura y la de la gracia o mejor,
según sus tres leyes principales, como son la le, mosaica, que
purifica; la revelación profética, que ilustra y la
doctrina evangélica, que perfecciona; o mucho mejor aún:
según sus sentidos espirituales, que son tres: el
tropológico, que purifica para vivir honestamente; el
alegórico, que ilumina para entender claramente, y el
anagógico que perfecciona mediante los excesos mentales y
percepciones suavísimas de la sabiduría, según las
tres virtudes teológicas mencionadas, y los sentidos
espirituales ya reformados, y los tres excesos predichos, y los actos
jerárquicos del alma, por los cuales regresa nuestra alma a su
interior para allí especular a Dios entre los esplendores de los
santos; y en ellos, como en lechos, dormir en paz y reposar, mientras
conjura el esposo no la despierten hasta que por su voluntad lo quiera.
7. Y de estos dos grados medios, por los cuales entramos a contemplar a
Dios dentro de nosotros, como en espejos de imágenes creadas - y
esto a modo de las alas extendidas para volar, las cuales ocupaban el
lugar medio - podemos entender que las potencias naturales del alma
racional, en cuanto a sus operaciones, habitudes y hábitos
científicos, nos llevan como de la mano a las perfecciones
divinas, como se ve en el tercer grado. Nos llevan también a
Dios las potencias de la misma alma reformadas por los hábitos
gratuitos, por los sentidos espirituales y por los excesos mentales,
cosa que está patente en el cuarto grado. Sobre todo, nos llevan
a Dios las operaciones jerárquicas del alma humana -
purificación, iluminación y perfección -, las
jerárquicas revelaciones de la Sagrada Escritura que se nos dio
por los ángeles según aquello del Apóstol: La ley
nos fue dada por los ángeles, interviniendo el Mediador. Y,
finalmente, las jerarquías y los órdenes
jerárquicas que han de disponerse en nuestra alma, en
conformidad con la Jerusalén de arriba, nos llevan de la mano a
Dios.
8. Repleta nuestra alma de todas estas luces intelectuales, es habitada
por la divina Sabiduría como casa de Dios, quedándose
constituida en hija, esposa y amiga de Dios; en miembro, hermana y
coheredera de Cristo, que es su cabeza; en templo, sobre todo, del
Espíritu Santo, el cual está fundado por la fe, levantado
por la esperanza y consagrado a Dios por la santidad del alma y del
cuerpo Todo lo cual lo realiza la sincerísima caridad de Cristo,
derramada en nuestro corazón por el Espíritu Santo que se
nos ha dado, Espíritu necesario para saber los secretos de Dios.
Porque, así como nadie sabe las cosas del hombre sino solamente
su espíritu, que está dentro de él, así
tampoco las cosas de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu
de Dios. Arraiguémonos, pues, y fundémonos en la caridad
para que podamos comprender con todos los santos cuál sea la
longitud de la eternidad, la latitud de la liberalidad, la altitud de
la majestad y la profundidad de la sabiduría, a la que pertenece
el juicio
CAPITULO V.
ESPECULACIÓN DE LA UNIDAD DE DIOS POR SU NOMBRE PRIMARIO QUE ES
EL SER
1. Y porque acontece contemplar a Dios no sólo fuera y dentro de
nosotros, sino también sobre nosotros -fuera por su vestigio,
dentro por su imagen y sobre por la luz impresa en nuestra mente, luz
que es la luz de la Verdad eterna, "pues nuestra mente de una manera
inmediata es informada por esa Verdad"-, los que se han ejercitado en
el primer modo han entrado en el atrio ante el tabernáculo los
que en el segundo, han entrado en el santo; los que en el tercero,
entran con el sumo sacerdote en el santo de los santos, donde sobre el
arca están los querubines de la gloria protegiendo el
propiciatorio, por los cuales entendemos dos modos o grados de
contemplar las perfecciones divinas invisibles y eternas: modos o
grados que versan sobre Dios, el uno sobre sus atributos esenciales y
el otro sobre las propiedades personales.
2. El primer modo, primera y principalmente, fija el aspecto del alma
en el ser, dando a conocer que el que es el primer nombre de Dios. El
segundo modo fija el aspecto del alma en el bien, dando a conocer que
el bien es el primer nombre de Dios. El primer nombre - el ser - se
refiere especialmente al Antiguo Testamento, que predica, ante todo, la
unidad de la divina esencia, por lo cual se dijo a Moisés: Yo
soy el que soy. El segundo nombre - el bien - hace referencia al Nuevo
Testamento, el cual determina la pluralidad de personas, bautizando en
el nombre del Padre y Hijo, y del Espíritu Santo. Por eso
nuestro Maestro Cristo, queriendo elevar a la perfección
evangélica al joven observador de la Ley, de modo principal y
preciso atribuye a Dios el nombre de bondad: Nadie es bueno, dijo, sino
sólo Dios. Razón por la que el Damasceno, siguiendo a
Moisés dice ser el que es el nombre primario de Dios, mientras
Dionisio, siguiendo a Cristo, asegura que el nombre divino primario es
el bien.
3. Y así, quien quisiere contemplar las perfecciones invisibles
que a la unidad de esencia se refieren, fije el aspecto del alma en el
ser y entienda que el ser es en sí tan certísimo que ni
pensar se puede que no existe; que el ser purísimo no se ofrece
al entendimiento sino ahuyentándose plenamente el no ser, como
tampoco se ofrece la nada al mismo entendimiento sino
ahuyentándose plenamente el ser. Porque, así como la nada
absolutamente nada tiene del ser ni de sus propiedades, así
tampoco el ser nada tiene del no ser, ni en acto ni en potencia, ni en
su verdad objetiva ni en la estimación nuestra. Y, en verdad,
como el no ser sea privación del ser, no se concibe por el
entendimiento, sino por medio del ser; pero el ser no se concibe por
otro ser, dado que todo cuanto entiende como no ser. O se entiende como
ser en potencia o se entiende como ser en acto. Ahora bien, si el no
ser no se entiende sino por el ser ni el ser en potencia, sino por el
ser en acto; y si el ser quiere decir el acto puro del ser; luego el
ser es lo primero que entiende el entendimiento, y ese ser es el acto
puro. Pero este ser no es el ser particular, que es limitado por venir
en mezcla con la potencia; ni el ser análogo, por no tener nada
de acto, no existiendo en modo alguno. Luego tenemos que ese ser es el
ser divino.
4. Es, pues, cosa extraña la ceguedad del entendimiento, que no
considera lo que ve primero ni aquello sin lo cual nada puede conocer.
Y es que así como el ojo, atento a las diferencias de varios
colores, no ve la luz en cuya virtud ve lo demás, y aun cuando
la vea, no la advierte; así el ojo de nuestra mente, aplicado a
los seres universales y particulares, no advierte tampoco el ser que
está sobre todo género, aunque sea éste lo primero
que a la mente se ofrece y las demás cosas no se presentan a
ella sino por ese mismo ser. Por donde aparece con toda verdad que "lo
que el ojo del murciélago es comparado a la luz, eso mismo es el
ojo de nuestra mente comparado a las cosas muy manifiestas de la
naturaleza", y la razón es porque, acostumbrado a las tinieblas
de los seres y a los fantasmas de lo sensible, le parece no ver nada
allí donde mira la luz del ser sumo, no entendiendo que esa
misma oscuridad es la iluminación suprema de nuestra mente, no
de otra suerte que al ojo que ve la luz pura parécele no ver
cosa alguna.
5. Mira, pues, con atención aquel purísimo ser, si
puedes, y se te ofrecerá que aquel ser no puede concebirse como
ser recibido de otro ser; y, por lo mismo, lo concebirá. como
omnímodamente primero, pues no es posible venga de la nada ni de
otro ser. Y ¿qué significa el ser de suyo, si el ser
purísimo no es de si y por si? El ser purísimo se te
ofrecerá careciendo en absoluto del no ser; y por lo mismo, tal
que nunca empieza ni nunca termina, por lo que debe decirse eterno. Se
te ofrecerá también como lo que en manera alguna tiene en
si, sino lo que es el mismo ser; y, por lo mismo, se te
ofrecerá, no como compuesto, sino como simplicísimo. Se
te ofrecerá también como excluyendo toda posibilidad -
todo lo que es posible tiene en cierto modo algo de no ser -; y, por lo
mismo, como actualísimo en sumo grado. Se te ofrecerá
como lo que nada tiene de defectible; y, por lo mismo, como
perfectísimo. Se te ofrecerá, por último,
excluyendo toda pluralización en muchos; y, por lo mismo, como
unidad.
Luego el ser que se dice ser puro, ser "simpliciter" y ser absoluto, es
también el ser primario, eterno, simplicísimo,
actualísimo, perfectísimo y unicísimo.
6. Y son estas perfecciones tan ciertas, que quien conoce al ser
purísimo, ni pensar puede cosa contraria a alguna de ellas,
llevando como lleva cada perfección implicadas las demás.
En efecto, porque es absolutamente ser, por eso es absolutamente
primero; por ser absolutamente primero, por eso no viene de otro ser ni
puede venir de sí mismo; luego es eterno. Item, por ser primero
y eterno, por eso mismo no está constituido de elementos
diversos; luego es simplicísimo. Idem, por ser primero, eterno y
simplicísimo, por eso mismo nada hay en él de posibilidad
en mezcla con el acto; luego es actualísimo. Idem, por ser
primero, eterno, simplicísimo y actualísimo, por lo mismo
es perfectísimo; nada le falta ni se le puede añadir cosa
alguna. Por ser primero, eterno, simplicísimo,
actualísimo y perfectísimo, por eso mismo es
unicísimo. Y dígase otro tanto, por razón de la
omnímoda sobreabundancia, respecto de todas las demás
perfecciones. Y en verdad, "lo que absolutamente por sobreabundancia se
predica, no es posible convenga más que a uno solo". Por tanto,
si Dios designa al ser primario, eterno, simplicísimo,
actualísimo y perfectísimo, imposible es no sólo
que se conciba como no existente, sino también que no sea uno
solo. Escucha, pues, oh Israel: tu Dios es el solo y único Dios.
Si estas cosas miras en la pura sencillez de la mente, te verás
algún tanto lleno de la ilustración de la luz eterna.
7. Pero tienes por donde levantarte a la admiración, pues el
mismo ser es juntamente primero y último, eterna y enteramente
presente, simplicísimo y máximo, actualísimo y de
todo en todo inmutable, perfectísimo e inmenso y, con ser
omnímodo, unicísimo. Si estas cosas con pura mente las
admiras, te llenarás de mayor luz, al entender además que
por eso es último, porque es primero. Y la razón es que
siendo primero, todo cuanto hace lo hace en atención a sí
mismo; y así el ser primero por necesidad es el fin
último, el principio y la consumación, el alfa y la
omega. Por eso es enteramente presente, porque es eterno. Y es que, por
lo mismo que es eterno, no viene de otro, ni deja de existir de suyo,
ni pasa tampoco de un estado a otro; luego no tiene ni pasado ni
futuro, sino sólo el presente. Por eso es máximo, porque
es simplicísimo. Y, en verdad, siendo como es
simplicísimo en la esencia, por lo mismo ha de ser máximo
en la virtud o potencia, que cuanto más unida esté la
virtud tanto más infinita es. Por eso es de todo en todo
inmutable, porque es actualísimo. Porque, si es
actualísimo, es acto puro; y el acto puro nada nuevo adquiere ni
nada de cuanto tiene lo pierde; y, por lo mismo, no admite mudanzas.
Por eso es inmenso, porque es perfectísimo. Ya que siendo
perfectísimo nada puede pensarse mejor, ni más noble, ni
más digno, ni, por consiguiente, mayor que él: tal ser es
inmenso. Por eso es omnímodo, porque es sumamente uno. Pues se
ha de saber que el ser unicísimo es el principio universal de
toda la multitud; y, por lo mismo, es la causa universal que todo lo
produce, que todo lo ejemplariza y todo lo termina, siendo como es "su
causa de existir, su razón de entender y su orden de vivir".
Luego es omnímodo, no como si fuera la esencia de todas las
cosas, sino en cuanto es, en grado supremo, la causa trascendente y
universal de todas las esencias, causa cuya virtud, por estar sumamente
unida en la esencia, es sumamente infinita y múltiple en la
eficacia.
8. Volviendo atrás, concluyamos: porque el ser purísimo y
absoluto -el ser "simpliciter"- es primario y último, por eso es
el origen de todas las cosas y el fin que todas las consuma. Porque es
eterno y enteramente presente, por eso contiene y penetra todas las
duraciones, cual si fuera su centro y circunferencia. Porque es
simplicísimo y máximo, por eso se halla todo dentro de
todas las cosas y todo fuera de todas ellas, "viniendo a resultar, por
lo mismo, la esfera inteligible, cuyo centro está en todas
partes y cuya circunferencia en ninguna". Porque es actualísimo
y enteramente inmutable, por eso, "permaneciendo estable, da movimiento
a todas las cosas". Porque es perfectísimo e inmenso, por eso
está dentro de todas las cosas, pero no incluido; fuera de todas
las cosas, pero no excluido; sobre todas las cosas pero no levantado;
debajo de todas las cosas, pero no postrado. Porque es unicísimo
y omnímodo, por eso es todo en todas las cosas, por más
que éstas sean muchas y El uno solo; y esto porque, a causa de
su unidad simplicísima, por su verdad purísima y su
bondad sincerísima, encierra en si toda virtuosidad, toda
ejemplaridad y toda comunicabilidad Y por eso todas las cosas son de
Él y son por El y existen en El, siendo como es omnipotente,
omnisciente y omnímodamente bueno, el que ve perfectamente ese
ser es feliz, conforme se dijo a Moisés: Yo te mostraré
todo bien.
CAPITULO VI.
ESPECULACIÓN DE LA BEATÍSIMA TRINIDAD EN SU NOMBRE QUE ES
EL BIEN
1. Considerados ya los atributos esenciales, debemos levantar el ojo de
la inteligencia a la cointuición de la beatísima
Trinidad, para ver de colocar a un querubín junto a otro
querubín. Y a decir verdad, así como para la
consideración de los atributos esenciales el ser es, no
sólo el principio radical, sino también el nombre que da
a conocer los demás nombres, así también para la
contemplación de las emanaciones personales el bien es el
principalísimo fundamento.
2. Entiende, pues, y considera que aquel bien se dice de todo en todo
óptimo, en cuya comparación nada mejor puede concebirse.
Y semejante bien es de manera que no puede concebirse, cual es debido,
como no existente, coma quiera que absolutamente mejor es el existir
que el no existir; y aun es tal, que no es posible concebirlo
rectamente, sino concibiéndolo como uno y trino. El bien, en
efecto es difusivo de suyo; luego el sumo bien es sumamente difusivo de
suyo. Pero la difusión no puede ser suma, no siendo a la vez
actual e intrínseca, substancial e hipostática natural y
voluntaria, liberal y necesaria, indeficiente y perfecta. Por lo tanto,
de no existir una producción actual y consubstancial, con
duración eterna, en el sumo bien, y además una persona
tan noble como la persona que la produce a modo de generación y
de espiración - modo que es del principio eterno que eternamente
está principiando sus término principiados, de suerte que
haya un amado y un coamado un engendrado y un espirado, a saber: el
Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo -, nunca existiera el sumo
bien, pues que entonces no se difundiría sumamente. Y es que, en
relación a lo inmenso de la bondad eterna, la difusión
temporal en las criaturas no es sino como centro o punto, razón
por la que es posible concebir aun otra difusión mayor, cual
sería aquella en que el bien difusivo comunicase a otro toda su
substancia y naturaleza. Luego el bien no seria sumo bien, si tanto en
si mismo como conceptualmente, careciera de la difusión suma.
Por tanto, si con el ojo de la mente puedes cointuir la pureza de
aquella bondad, que es el acto poro del principio que caritativamente
ama con amor gratuito, con amor debido y con amor compuesto de
entrambos; que es la difusión plenísima a modo de la
naturaleza y de la voluntad; que es la difusión a modo del
Verbo, en quien se dicen todas las cosas, y a modo del don, en quien
los demás dones se donan; entenderás que, por
razón de la suma comunicabilidad del bien, es necesario exista
la Trinidad del Padre, y de] Hijo, y del Espíritu Santo.
Personas que por ser sumamente buenas, por necesidad son sumamente
comunicables; por ser sumamente comunicables, sumamente
consubstanciales; por ser sumamente consubstanciales, sumamente
configurables semejantes; por ser comunicables, consubstanciales y
configurables en sumo grado, sumamente coiguales y, por lo mismo,
sumamente coeternas; propiedades de las que resulta la suma cointimidad
por la que, no sólo una persona está necesariamente en la
otra por razón de la circunincesión suma, sino
también la una obra con la otra por razón de la
omnímoda identidad de la substancia, virtud y operación
de la misma beatísima Trinidad.
3. Pero al contemplar estas cosas, cuídate de pensar que
comprendes al incomprensible. Porque en estas seis pro piedades tienes
que considerar todavía algo que te llevará al pasmo de la
admiración. Porque en ellas se concierta la suma comunicabilidad
con las propiedades de las personas la suma consubstancialidad con la
pluralidad de hipóstasis. La suma configurabilidad – semejanza -
con la personalidad distinta, la suma coigualdad con el orden, la suma
coeternidad con la emanación y la suma cointimidad con la
misión ¿Quién, a la vista de tantas maravillas, no
queda arrebatado en admiración ? Y, por cierto, con levantar los
ojos a la bondad sobre toda bondad, entendemos certísimamente
que toda, estas maravillas se hallan en la beatísima Trinidad.
Porque si suma es allí la comunicación y la
difusión verdadera, verdadero es allí el origen y la
distinción verdadera; y porque la comunicación es total y
no parcial, por eso el sumo bien comunica lo que tiene y todo cuanto
tiene. Luego, tanto el que emana como el que produce se distinguen por
sus propiedades y son una misma cosa esencialmente. Por distinguirse,
digo, por las propiedades, tienen propiedades personales, pluralidad de
hipóstasis; emanación, procedente del principio; orden,
no de posterioridad, sino de origen; misión, en fin, que no es
de cambio local, sino de inspiración gratuita por razón
de la autoridad de la persona producente, autoridad que compete al que
envía con respecto al enviado. Y por ser una misma cosa en la
substancia, por eso es de todo punto necesario que se identifiquen en
la esencia, en la forma en la dignidad, en la eternidad, en la
existencia y en el ser incircunscriptible. Y así, cuando estas
cosas, cada una de por si y separadamente, las consideras, tienes donde
contemplar la verdad, y al considerarlas, comparadas las unas con las
otras, donde quedarte suspenso en admiración
profundísima; y por eso, a fin de que tu alma suba, mediante la
admiración, a una contemplación admirable, has de
considerar todas ellas en su mutua relación.
4. Y en verdad, esto mismo vienen a significar los querubines, que el
uno al otro se miraban. Ni carece de misterio que ambos se miraran, y
se miraran, vueltos sus rostros al propiciatorio, para que así
se cumpla lo que dice e Señor por San Juan: En esto consiste la
vida eterna, en conocerte a ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien enviaste. Y es que debemos admirar las propiedades esenciales y
personales, no sólo en sí mismas, sino también
comparándolas con la soberanamente admirable unión de
Dios y del hombre en la persona divina de Cristo.
5. Si eres, pues, uno de los querubines, cuando contemplas los
atributos esenciales de Dios, si te admiras de que el ser divino sea
juntamente primero y último, eterno y enteramente presente,
simplicísimo y máximo o incircunscrito, todo en todas
partes, pero nunca comprendido, actualísimo, pero nunca movido,
perfectísimo sin superfluidades ni menguas, pero con todo eso,
inmenso e infinito sin límites, unicísimo, pero
omnímodo, por cuanto contiene en sí mismo todas las
cosas, esto es, toda virtud, toda verdad todo bien; pásmate de
que en él el primer Principio esté unido con el postrero,
Dios con el hombre formado el sexto día, el principio eterno con
el hombre temporal, nacido de la Virgen en la plenitud de los tiempos;
el principio simplicísimo con el que es enteramente compuesto,
el principio actualísimo con el que padeció
extremadamente y murió, e principio perfectísimo e
inmenso con el que es pequeño, e principio unicísimo y
omnímodo con una naturaleza individual, compuesta y distinta de
las demás, es decir, con la naturaleza humana de Jesucristo.
6. Y si eres el otro querubín, contemplando lo propio de las
personas, si te admiras viendo existir la comunicabilidad con la
propiedad, la consubstancialidad con la pluralidad la semejanza con la
personalidad, la coigualdad, con el orden la coeternidad, con la
producción y la cointimidad con las misiones, - pues que el Hijo
es enviado por el Padre y el Espíritu Santo, a su vez,
coexistiendo con el Padre y el Hijo, sin separarse de ellos
jamás, es enviado por entrambos -; mira al propiciatorio y
asómbrate de que en Cristo venga a componerse la unión
personal, tanto con la trinidad de substancias como con la dualidad de
naturalezas, la conformidad omnímoda con la pluralidad de
voluntades, la predicación mutua de lo divino a lo humano y de
lo humano a lo divino con la pluralidad de propiedades, la única
adoración con la pluralidad de excelencias, la única
exaltación sobre todas las cosas con la pluralidad de dignidades
y el dominio único con la pluralidad de potestades.
7. En esta consideración es donde nuestra alma, a la vista del
hombre formado a imagen de Dios, como si fuese el sexto día,
halla iluminación perfecta. Porque siendo la imagen una
semejanza expresiva, nuestra alma, al contemplar en Cristo, Hijo de
Dios e imagen de Dios invisible por naturaleza, nuestra humanidad, tan
admirablemente exaltada y tan inefablemente unida; al ver, digo, en
Cristo reducidos a unidad al primero y al último, al sumo y al
ínfimo, a la circunferencia y al centro, al alfa y a la omega,
al efecto y a la causa, al creador y a la criatura, al Verbo escrito
por dentro y por fuera, llegó ya a un objeto perfecto, para con
Dios lograr la perfección de sus iluminaciones en el sexto
grado, como en el sexto día, de suerte que nada le queda ya
más que el día de descanso, en el que, mediante el mental
exceso, descanse la perspicacia de la mente humana de todas las obras
que llevó a cabo.
CAPÍTULO VII.
EXCESO MENTAL Y MÍSTICO, EN EL QUE SE DA DESCANSO AL
ENTENDIMIENTO,
TRASPASÁNDOSE EL AFECTO TOTALMENTE A DIOS A CAUSA DEL EXCESO
1 Habiendo recorrido, pues, estas seis consideraciones que son como las
seis gradas del trono del verdadero Salomón, mediante las cuales
se arriba a la paz, donde el verdadero pacífico descansa en La
mente ya pacificada, como en una Jerusalén interior, o como las
seis alas del querubín que el alma del verdadero contemplativo,
llena de la ilustración de la celestial sabiduría, pueden
elevarla a lo alto o como los seis días primeros, en los que
debe el alma ejercitarse para por fin llegar al reposo del
sábado; habiendo nuestra alma, vuelvo a repetir,
cointuído a Dios fuera de s misma por los vestigios y en los
vestigios, dentro de sí misma por la imagen y en la imagen, y
sobre si misma, no sólo por la semejanza de la luz divina que
brilla sobre nuestra mente sino también en la misma luz,
según las posibilidades de estado vial y del ejercicio mental
después que ha llegado en el sexto grado, hasta especular en el
principio primero y sumo y mediador entre Dios y los hombres, a saber:
en Jesucristo, maravillas que no teniendo en manera alguna semejantes
en las cosas creadas, exceden toda perspicacia de: humano
entendimiento, esto es lo que le queda todavía: trascender y
traspasar, especulando tales cosas, no sólo este mundo sensible
sino también a sí misma, tránsito en el que Cristo
es el camino y la puerta, la escala y el vehículo como
propiciatorio colocado sobre el arca y sacramento escondido en Dios
desde tantos siglos.
2. Quien a este propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero
el rostro, y lo mira suspendido en la cruz con sentimientos de fe,
esperanza, caridad, devoción, admiración alegría,
honra, alabanza y júbilo, ése celebra con Él la
pascua, es decir, el tránsito, de suerte que, en virtud de la
vara de la cruz, pasa a través del mar Rojo, entrando de Egipto
en el desierto, donde le sea dado gustar el maná escondido y
reposar con Cristo en el túmulo cual si estuviera muerto al
exterior, pero experimentando, sin embargo, en cuanto es posible en el
estado de viador, lo que en la cruz se dijo a ladrón adherido a
Cristo: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
3. Y esto es lo que se dio a conocer al bienaventurado Francisco
cuando, durante el exceso de la contemplación en el alto monte -
donde traté interiormente estas cosas que se han escrito -, se
le apareció el serafín de seis alas, clavado en la cruz,
relación que yo mismo y otros varios oímos al
compañero, que a la sazón con él estaba;
allí donde pasó a Dios por contemplación excesiva
y quedó puesto como ejemplar de la contemplación
perfecta, como antes lo había sido de la acción, cual
otro Jacob e Israel, de manera que a todos los varones verdaderamente
espirituales Dios los invitase por él, más con el ejemplo
que con la palabra, a semejante tránsito y mental exceso.
4. Y en este tránsito, si es perfecto, es necesario que se dejen
todas las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto
se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. Y esta es
experiencia mística y serenísima, que nadie la conoce,
sino quien la recibe, ni nadie la recibe, sino quien la desea; ni nadie
la desea, sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo
inflama hasta la médula. Por eso dice el Apóstol que esta
mística sabiduría la reveló el Espíritu
Santo.
5 Y así, no pudiendo nada la naturaleza y poco la industria, ha
de darse poco a la inquisición y mucho a la unción; poco
a la lengua y muchísimo a la alegría interior; poco a la
palabra y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el
Espíritu Santo; poco o nada a la criatura, todo a la esencia
creadora, esto es, al Padre, y al Hijo, y a Espíritu Santo,
diciendo con Dionisio al Dios trino: "Oh Trinidad, esencia sobre toda
esencia y deidad sobre toda deidad, inspectora soberanamente
óptima de la divina sabiduría, dirígenos al
vértice trascendentalmente desconocido, resplandeciente y
sublime de las místicas enseñanzas, vértice donde
se esconden misterios nuevos, absolutos e inmutables de la
Teología en lo oscurísimo, que es evidente sobre toda
evidencia, en conformidad con las tinieblas y del silencio que
ocultamente enseñan, relucientes sobre toda luz,
resplandecientes sobre todo resplandor, tinieblas donde todo brilla y
los entendimientos invisibles quedan llenos sobre toda plenitud de
invisibles bienes, que son sobre todos los bienes". Digamos esto a
Dios. Y al amigo para quien estas cosas se escriben, digámosle
con el mismo Dionisio: "Y tú amigo, pues tratas de las
místicas visiones, deja con redoblados tus esfuerzos, los
sentidos y las operaciones intelectuales y todas las cosas sensibles e
invisibles, las que tienen el ser y las que no lo tienen; y como es
posible a la criatura racional, secreta o ignoradamente,
redúcete a la unión de aquel que es sobre toda substancia
y conocimiento. Porque saliendo por el exceso de la pura mente de ti y
de todas las cosas, dejando todas y libre de todas, serás
llevado altísimamente al rayo clarísimo de las divinas
tinieblas.
6. Y si tratas de averiguar como sean estas cosas, pregúntalo a
la gracia, pero no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento;
al gemido de la oración, pero no al estudio de la
lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla pero no a
la claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que
inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y
ardentísimos afectos. Fuego que ciertamente, es Dios, y fuego
cuyo horno está en Jerusalén, y que lo encendió
Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo
experimenta, en verdad, aquel que viene a decir Mi alma ha deseado el
suplicio y mis huesos la muerte. El que ama está muerto, puede
ver a Dios, porque, sin duda alguna, son verdaderas estas palabras: No
me verá hombre alguno sin morir.
Muramos, pues, y entremos en estas tinieblas, reduzca mas a silencio
los cuidados, las concupiscencias y los fantasmas de la
imaginación; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al
Padre, a fin de que, manifestándose en nosotros el Padre,
digamos con Felipe: Esto nos basta; oigamos con San Pablo:
Bástate mi gracia; y nos alegremos con David, diciendo: Mi carne
y mi corazón desfallecen, Dios de mi corazón y herencia
mía por toda la eternidad. Bendito sea el Señor
eternamente, y responderá el pueblo: Así sea. Así
sea Amén.
LAS CINCO FESTIVIDADES DEL NIÑO JESÚS
Prólogo
Dado que, según el parecer y la doctrina de aquellos hombres
venerables que la irradiación divina más ampliamente
ilustró en la Iglesia de Dios, y más abundantemente
encendió la devoción celeste, la meditación del
dulce Jesús y la devota contemplación del Verbo encarnado
deleita el alma devota con más suavidad que la miel y que la
fragancia de los más exquisitos perfumes, la embriaga más
dulcemente, y con mayor perfección la consuela y conforta; de
aquí que, habiéndome sustraído un poquito al
tumulto de molestos pensamientos, reflexioné en silencio, dentro
de mí mismo, qué pudiera yo meditar en este tiempo sobre
la Encarnación para recibir algún consuelo espiritual, en
el cual gustara por espejo la divina dulzura en este valle de
lágrimas, de manera que, una vez gustado en algo dicho consuelo,
me fastidiara toda consolación temporal y fantástica.
Y de lo secreto de la mente me saltó la idea de que el alma
devota podía renovar en sí el misterio de la
Encarnación, y por virtud del Altísimo, mediante la
gracia del Espíritu Santo, podía espiritualmente
concebir, dar a luz y poner nombre al Verbo bendito e Hijo
unigénito de Dios Padre; buscarlo y adorarlo con los santos
Magos y, finalmente, presentárselo a Dios Padre, conforme a la
ley de Moisés, felizmente en el templo. De esta forma el alma,
como verdadera discípula de la religión cristiana, viene
a celebrar en sí devotamente las cinco festividades que del
niño Jesús celebra la Iglesia. Y como humildemente lo
imaginé, así con humildes palabras lo compuse, omitidas
las autoridades por amor de la brevedad.
Si alguno, leyendo o meditando este trabajo breve y humilde, se mueve
un poco a devoción del dulcísimo Jesús, a
él solo, autor, fuente y principio de todos los bienes, alabe,
glorifique y bendiga. Mas si no concibiere ningún afecto, culpe
al escritor de insuficiente e indigno, si ya no es suya la culpa por
haber leído con poca devoción y humildad.
Festividad I.
Cómo Jesucristo, el Hijo de Dios, sea concebido espiritualmente
por el alma devota
1. En primer lugar, purificado el entendimiento con el agua de la
contrición, y encendido y elevado el afecto con la chispa del
amor, consideremos casta y devotamente la manera como este bendito Hijo
de Dios, Cristo Jesús, es concebido espiritualmente del alma
piadosa.
Cuando el alma devota, movida y estimulada o por la esperanza del
galardón del cielo, o por el temor del eterno suplicio, o por el
hastío de morar por más tiempo en este valle de
lágrimas, comienza a ser visitada con nuevas inspiraciones,
santos afectos la inflaman y altos pensamientos y consideraciones del
cielo la congojan, pero, rechazados y despreciados los antiguos
defectos y los deseos de antes, es espiritualmente fecundada con el
espíritu de la gracia por el Padre de las luces, de quien
proviene toda dádiva preciosa y todo don perfecto[1], con la
decisión de una nueva forma de vivir. ¿Y qué
significa esto, sino que descendiendo la virtud del Altísimo y
la sombra del celestial refrigerio, que mitiga las concupiscencias
carnales, conforta y ayuda a ver a los ojos del alma, el Padre vuelve
grávida y fecunda el alma con una suerte de semilla celeste?
Tras esta sacratísima concepción, el alma empalidece en
el rostro por la verdadera humildad en el comportamiento, experimenta
desgano por el alimento y la bebida, y desprecio y rechazo totales por
las cosas del mundo; cambian los deseos en los afectos a raíz
del propósito y la intención de bienes diferentes, y a
veces también comienza a debilitarse y enfermar en el reniego de
la propia voluntad. Ya anda triste y turbada por la perpetración
de los pasados delitos, por el tiempo perdido, por la
compañía y la conducta de los hombres que todavía
viven en el mundo según los criterios del mundo. Poco a poco, ya
comienza a resultarle pesado y tedioso todo lo que está y se ve
afuera, porque se da cuenta de que desagrada a Aquél que ella
percibe y siente presente en el corazón.
2. ¡Oh feliz concepción, de la cual se consigue semejante
desprecio del mundo y tan gran apetito por las operaciones del cielo y
las ocupaciones divinas! Ya, habiendo gustado el alma aunque más
no sea un poco de la suavidad del espíritu, pierde el sabor toda
carne con gemido, ya el alma comienza a subir a la montaña con
María, porque después de tal concepción molestan
las cosas terrenas y se desean las celestes y eternas. Ya comienza a
huir de la compañía de aquellos que sólo
encuentran sabor en lo terreno, y anhela la familiaridad de aquellos
que suspiran por lo celeste. Ya comienza a servir a Isabel, es decir, a
aquellos que ilumina la sabiduría divina y la divina gracia
más enciende por el amor. Y esto es muy importante, porque es la
exigencia de muchos que, cuanto más se apartan del mundo, tanto
más amigos y familiares se vuelven de los hombres buenos, de
manera que tanto más insípida se les vuelve la
compañía de los malos, cuanto más dulcemente los
aficiona y los enciende la vida honesta de los buenos y los
espirituales. Porque, según el bienaventurado GREGORIO, “cuando
alguien se une a un hombre santo, sucede que, de verlo con frecuencia,
de oír sus palabras y del ejemplo de su vida, se enciende en el
amor a la verdad, huye de las tinieblas de los pecados y se enardece en
el amor de la luz divina”[2]. De donde ISIDORO: “Procura la
compañía de los buenos. Sucederá, en efecto, que
si te haces compañero de su vida, serás también
compañero de sus virtudes”[3]. Considere aquí el alma
fiel, cuán castos, cuán santos y cuán devotos
fueron los diálogos de aquellos santos, cuán divinos y
cuán salutíferos sus consejos, cuán admirable la
santidad y cuán grande la obra de su mutua
compañía, cuando cada uno provocaba al otro, con el
ejemplo y la palabra, a cosas siempre mejores.
3. Eso mismo has de hacer tú, alma devota, si sientes haber
concebido del Espíritu nuevos deseos de vida celestial. Huye de
la compañía de los malos, asciende con María,
busca los consejos de hombres espirituales, trata de imitar las huellas
de los perfectos, contempla las palabras de los buenos, junto a sus
obras y a sus ejemplos. Huye de los venenosos consejos de los
perversos, que siempre buscan pervertir, desean impedir, no desisten de
lacerar los nuevos deseos del Santo Espíritu, y muchas veces,
bajo apariencia de piedad inoculan el virus de la impía tibieza,
diciendo: “lo que empiezas es demasiado grande, lo que te propones es
demasiado arduo, nadie puede resistir lo que haces; no te darán
las fuerzas, te faltan las virtudes naturales, perderás la
cabeza, se te destruirán los ojos, te prepararás mil
enfermedades distintas: tisis, parálisis, cálculos,
mareos de cabeza, cataratas en los ojos; perderás los sentidos,
se te obnubilará la razón, y te abandonarán todas
las fuerzas. Todo esto te sucederá si no desistes de lo
comenzado, si no atiendes más al bienestar de tu cuerpo. Estas
cosas no están bien para tu estado, te hacen perder honor e
imagen”. Ves cómo ya se hizo maestro de disciplina y
médico del cuerpo el que ni sabe componer las propias costumbres
ni es capaz de curar la enfermedad de su propia mente. Ay, ay…
¡Cuántos y cuántos cayeron por las zancadillas de
los malditos consejos de los mundanos, y mataron al Hijo de Dios que
había sido concebido en ellos por el Espíritu Santo! Esta
es la miserable poción y la mortífera persuasión
diabólica, que impide en muchos la concepción espiritual,
y en muchos más elimina y aborta lo que ya está concebido
y formado por el propósito, o lo que ya está hecho por el
deseo.
4. Pero también hay otros que parecen buenos y religiosos -y
quizá lo son-, mas, salvada su reverencia, son demasiado
miedosos, sin darse cuenta de que no se empequeñeció la
mano del Señor, de manera que ya no pueda salvar[4], ni fue
disminuida la piedad del Altísimo, que quiere y puede ayudar;
tienen celo de Dios, pero indiscreto[5], al alejar a los hombres de las
obras de perfección por compasión de la aflicción
corporal, o tal vez por temor del desfallecimiento natural, viendo
hacer a otros con resolución lo que ellos mismos ya
habían considerado bueno y santo, pero no se habían
atrevido a empezar. Disuaden de todo aquello que exceda la norma de la
vida común, destruyen los santos consejos de la divina
inspiración; y los consejos de estos tales, cuanto más
autorizados son en razón de su vida, tanto más peligrosos
resultan.
5. A veces dicen éstos, objetando astutamente con el arte del
antiguo enemigo: “Haciendo todo eso te considerarán santo, buen
religioso, devoto. Y como aún no se halla en ti aquello que
dicen los otros, a los ojos del supremo Juez, que conoce tus grandes,
graves y horrendos pecados, serás culpable y perderás los
méritos de tus obras, y serás juzgado como un simulador o
un hipócrita”. Ellos dicen que tales ejercicios son para
aquellos que nunca hicieron nada malo, aquellos que siempre llevaron
una vida santa e inocente, que dejaron todo por el Señor, y que
todo el tiempo de su vida vivieron perfectamente unidos a Dios.
6. Pero tú, oh alma devota amada por Dios, guárdate bien
de ellos; sube al monte con María. Pablo no había vivido
sin pecado, y todavía no había servido por mucho tiempo a
Dios cuando fue arrebatado al tercer cielo y vio a Dios cara a cara[6].
María Magdalena, toda soberbia, toda ambiciosa, toda vuelta a
las vanidades del mundo y toda volcada a los placeres de la carne, no
mucho después se sentó entre los apóstoles a los
pies de Jesús, y escuchó con devota intención la
doctrina de la perfección; mereció en poco tiempo ver a
Dios antes que todos los demás y anunció con constancia a
todos las palabras de la verdad. Dios, en efecto, no hace
acepción de personas[7], no se fija en la nobleza de linaje, ni
en la cantidad de tiempo, ni en la multitud de obras, sino en el fervor
más grande y en el mayor amor del alma devota. No se fija en
cómo fuiste alguna vez, sino en cómo empezaste a ser
ahora. Por eso los consejos de quienes te aconsejan de este modo
serían muy reprensibles si no los excusara la simplicidad; pero
no deben ser aprobados.
7. Si no puedes ser salvada por la inocencia, entonces, procura ser
salvada por la penitencia; si no puedes ser Catalina o Cecilia, no
desprecies el ser María Magdalena, o María la Egipcia.
Así pues, si tú sientes haber concebido con un santo
propósito al dulcísimo Hijo de Dios, huye de aquellos
mortíferos venenos y apresúrate, anhela y suspira, como
una mujer en su último mes, por llegar felizmente al parto.
Festividad II.
Cómo el Hijo de Dios nace espiritualmente en el alma devota
1. En segundo lugar, atiende y considera de qué manera el
bendito Hijo de Dios, ya espiritualmente concebido, nace
espiritualmente en el alma. Nace, en efecto, cuando después de
un sano consejo, después de un examen suficientemente maduro,
después de haber invocado la ayuda de Dios, el propósito
se pone en marcha; cuando el alma ya comienza a poner por obra aquello
que había analizado en su mente pero que siempre temía
empezar, por miedo de fracasar. En este felicísimo nacimiento
los ángeles se alegran, glorifican a Dios, anuncian la paz, ya
que, mientras se lleva a efecto lo que antes había sido
concebido en el alma, la paz vuelve a formarse en el hombre
interior[8]. En efecto, en el reino del alma no cunde la paz buenamente
cuando la carne lucha contra el espíritu y el espíritu
contra la carne[9]; cuando la soledad afecta al espíritu y la
muchedumbre a la carne; cuando Cristo deleita al espíritu y el
mundo a la carne; cuando el espíritu busca el descanso de la
contemplación con Dios, y la carne ansía el honor de los
puestos en el siglo. Por el contrario, cuando la carne se somete al
espíritu, una vez que se lleva a cabo la obra buena, que antes
impedía la carne, vuelve a formarse la paz y la
exultación interior. ¡Oh, qué feliz nacimiento el
que engendra un júbilo tan grande en los ángeles y en los
hombres! “¡Oh qué dulce y deleitable sería obrar
según la naturaleza si nuestra locura lo permitiese, sanada la
cual, la naturaleza sonreiría de inmediato a los
naturales!”[10]. Entonces, comprobaría la verdad de lo que dice
el Salvador: Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para
vuestras almas; porque mi yugo es suave, y mi carga ligera[11].
2. Mas aquí has de notar, oh alma devota, que si te deleita este
jubiloso nacimiento, primero debes ser María. “María”, en
efecto, significa mar amargo, iluminadora y señora[12].
Sé pues, un mar amargo por la contrición de las
lágrimas, doliéndote muy amargamente de los pecados
cometidos, gimiendo muy profundamente por los bienes omitidos, y
afligiéndote incesantemente por los días malgastados y
perdidos. Sé, en segundo lugar, iluminadora por la vida honesta,
por la acción virtuosa y por la diligente dedicación en
afianzar a los otros en el bien. Sé, por último,
señora de los sentidos, de los deseos de la carne, de todas tus
acciones, para que todas tus obras las hagas según el recto
juicio de la razón y en todas ellas anheles y procures tu propia
salvación, la edificación del prójimo y la
alabanza y la gloria de Dios.
Después de esta feliz navidad, conoce y gusta cuán suave
es el Señor Jesús[13]. Suave, en verdad, cuando es
nutrido con santas meditaciones, cuando es bañado en la fuente
de devotas y tiernas lágrimas, cuando es envuelto en los
pañales de los castos deseos y cuando es alzado en brazos del
santo amor, colmado de besos por los afectos de devoción y
abrigado dentro del seno del propio corazón. Así, pues,
nace el niño espiritualmente.
Festividad III.
Cómo el niño Jesús ha de ser nombrado
espiritualmente del alma devota
1. En tercer lugar debemos considerar de qué manera este tan
bendito bebé nacido espiritualmente, ha de ser nombrado. Y
pienso que no podría recibir un nombre más apto que
Jesús, pues está escrito: Será llamado
Jesús[14]. Este es el nombre más sagrado, profetizado por
los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los
apóstoles, deseado por todos los santos. ¡Oh nombre
virtuoso, gracioso, gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque vence
a los enemigos, repara las fuerzas, renueva las almas. Gracioso, porque
en él tenemos el fundamento de la fe, la firmeza de la
esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia.
Gozoso, porque es “júbilo en el corazón, melodía
en el oído, miel en la boca”, esplendor en el alma. Delicioso,
porque “rumiado nutre, pronunciado deleita, invocado unge”[15], escrito
recrea, leído instruye. Nombre en verdad glorioso, porque dio la
vista a los ciegos, el andar a los cojos, el oído a los sordos,
la palabra a los mudos, la vida a los muertos. ¡Oh nombre
bendito, que tan grandes efectos de virtud ostenta! ¡Oh alma, ya
escribas, ya leas, ya enseñes, ya hagas cualquier otra cosa,
nada te agrade, nada te deleite sino Jesús. Llama pues, a tu
bebito, engendrado espiritualmente en ti, Jesús, es decir,
salvador en el destierro y la miseria de esta vida; y que te salve de
la superficialidad del mundo que lucha contra ti; de la falsedad del
demonio que te corrompe; de la fragilidad de la carne que te atormenta.
2. Grita, alma devota, en medio de los tantos flagelos de esta vida:
¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, tú
que por tu cruz y tu sangre nos redimiste; ayúdanos,
Señor Dios nuestro!. Salva -diré-, dulcísimo
Jesús, confortando al débil, consolando al afligido,
ayudando al frágil, consolidando al que vacila.
3. ¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces
después de aquella bendita imposición del nombre la feliz
madre natural y verdadera madre espiritual, María virgen, cuando
percibió que en este nombre se expulsaban los demonios, se
acumulaban los milagros, se iluminaban los ciegos, se sanaban los
enfermos, se levantaban los muertos! Pues de la misma manera tú,
alma que eres espiritualmente madre, con razón debes gozar y
exultar cuando percibes en ti y en los otros que tu bendito Hijo
Jesús pone en fuga a los demonios en la remisión de los
pecados, ilumina a los ciegos en la infusión del verdadero
conocimiento, levanta a los muertos en la colación de la gracia,
cuida a los enfermos, sana a los cojos, endereza a los
paralíticos y contrahechos en el robustecimiento espiritual, de
manera que ya se vuelvan fuertes y viriles por la gracia los que antes
eran débiles y frágiles por la culpa. ¡Oh,
cuán feliz y bienaventurado el nombre que mereció tener
tan grande poder y eficacia!
Festividad IV.
Cómo el Hijo de Dios ha de ser buscado y adorado espiritualmente
por el alma devota con los Magos
1. Sigue la cuarta solemnidad, que consiste en la adoración de
los magos. Una vez que el alma concibió espiritualmente por la
gracia a este dulcísimo niño, lo dio a luz y le puso
nombre, los tres reyes, es decir las tres potencias del alma -con
razón llamadas reyes, porque ya se enseñorean de la
carne, dominan los sentidos, y se ocupan, como corresponde, solamente
en las cosas de Dios-, juzgan que el niño, que ya les fuera
revelado de múltiples maneras, debe ser buscado en la ciudad
real, esto es, en todo el mundo universo. Buscan en las meditaciones,
rebuscan con los afectos, preguntan con devotos pensamientos:
¿Dónde está el que ha nacido? Vimos su estrella en
oriente[16]; vimos su claridad refulgente en la mente devota, vimos su
esplendor radiante en lo secreto del alma, escuchamos su voz
dulcísima, gustamos su dulzura delicadísima, percibimos
su aroma suavísimo, experimentamos su deliciosísimo
abrazo. Respóndenos de una vez, Herodes, haznos ver al amado,
muéstranos al bebito deseado. Él es a quien deseamos y
buscamos.
2. Oh dulcísimo y amantísimo niño eterno,
recién nacido y antiguo ¿cuándo te veremos,
cuándo te hallaremos, cuando estaremos ante tu rostro? Fastidia
gozar sin ti, deleita gozar contigo y llorar contigo. Todo lo que para
ti es adverso para nosotros es molesto; y lo que te agrada es nuestro
deseo indefectible. ¡Oh, si tan dulce es llorar por ti,
cuánto más dulce ha de ser gozar por ti![17].
¿Dónde está, pues, el que buscamos?
¿Dónde está el que deseamos en todo y por sobre
todo? ¿Dónde está el que ha nacido rey de los
Judíos, ley de los devotos, luz de los ciegos, guía de
los miserables, vida de los que mueren, salud eterna de todos los que
eternamente viven?[18].
3. Sigue la respuesta justa: En Belén de Judá;
Belén significa casa del pan, Judá confesión[19].
Cristo es hallado allí donde, después de la
confesión de los crímenes, se escucha, se rumia y se
retiene en la mente devota el pan de vida celeste, es decir, la
doctrina del Evangelio, para realizarla en las obras y proponerla a los
otros para ser vivida. El niño Jesús es hallado con
María, la madre[20], allí donde, después de la
dolorosa contrición del llanto, después de la fructuosa
confesión, se disfruta la dulzura de la contemplación
celeste y del consuelo, a veces entre abundantísimas
lágrimas, cuando la oración que se comienza casi
desesperada, se deja llena de gozo y segura del perdón[21].
¡Oh feliz María, por quien es concebido Jesús, de
quien nace y con quien tan dulce y gozosamente es hallado Jesús!
4. Pero también vosotros, reyes, es decir potencias naturales
del alma devota, buscad con los reyes de la tierra para adorarle y
ofrecerle dones[22]. Adorad con reverencia, porque es el creador, el
redentor y el remunerador: creador en la formación de la vida
natural, redentor en la reformación de la vida espiritual,
remunerador en la entrega de la vida eterna. Oh, vosotros, reyes,
adorad con reverencia, ya que es rey poderosísimo; adorad con
decencia, ya que es maestro sapientísimo; adorad con
alegría, ya que es príncipe liberalísimo.
Y no os deis por satisfechos con la adoración, si no la sigue la
oblación. Ofreced -diré- el oro del amor más
ardiente, ofreced el incienso de la contemplación más
devota, la mirra de la contrición más amarga: el oro del
amor por los bienes otorgados, el incienso de la devoción por
los gozos preparados, la mirra de la contrición por los pecados
cometidos; ofreced oro a la Divinidad eterna, incienso a la santidad
del alma, mirra a la pasibilidad del cuerpo. Así, pues, buscad,
adorad y ofreced vosotras, almas.
Festividad V.
Cómo el Hijo de Dios es presentado espiritualmente por el alma
en el Templo
1. En quinto y último lugar, considere el alma devota y fiel de
qué manera el bebé recién nacido por la
consumación de las obras divinas y nombrado por la dulzura de la
degustación de las cosas celestes, y buscado y hallado, adorado
y honrado por la oblación de dones espirituales, ha de ser
presentado en el Templo, ofrecido al Señor, y esto por la
devota, humilde y debida acción de gracias.
Después de que la feliz María, madre espiritual de
Jesús, ha sido purificada por la penitencia en la
concepción de este bendito hijo, después de haber sido ya
confortada en algo por la gracia en el nacimiento, después de
haber sido íntimamente consolada por la imposición del
bendito nombre, y finalmente informada por Dios en la adoración
con los reyes, ¿qué otra cosa queda sino llevar a la
Jerusalén celeste, al templo de la Divinidad y presentar a Dios,
al Hijo de Dios y de la Virgen?
2. Sube, pues, María en el espíritu, no ya a la
montaña, sino a las moradas de la Jerusalén celeste, a
los palacios de la ciudad superna. Arrodíllate allí
humildemente ante el trono de la eterna Trinidad y de la indivisa
Unidad; allí presenta a Dios Padre a tu hijo, alabando,
glorificando y bendiciendo al Padre y al Hijo con el Espíritu
Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya
inspiración concebiste el buen propósito. Glorifica en la
alabanza a Dios Hijo, por cuya información llevaste a cabo el
bien que te habías propuesto. Bendice y santifica a Dios
Espíritu Santo, por cuya consolación perseveraste hasta
ahora en el buen ejercicio.
3. Oh alma, glorifica a Dios Padre en todos sus dones y en todos tus
bienes, porque él es quien te llamó del siglo por oculta
inspiración, diciéndote: Vuelve, vuelve, Sunamita,
palabras cuyo comentario busca aparte, en otro tratado, en la primera
meditación[23].
Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos. Él es, en efecto,
quien te liberó de la servidumbre del demonio por su secreta
información, diciéndote: Toma sobre ti mi yugo; rechaza
el yugo del demonio. El yugo del demonio es amarguísimo, mi yugo
es suavísimo; a su yugo seguirá suplicio eterno y
tormentos, a mi yugo seguirá fruto suavísimo y descanso
opulento. Si su yugo muestra a veces cierta dulzura, es falsa y
momentánea; cuando mi yugo procura alegría, es verdadera
y salvadora. Él a veces levanta un poco a sus servidores, mas
para confundirlos eternamente; el que me honra, por el contrario, si
por un momento es humillado, es para reinar y gloriarse eternamente.
Esta fue la enseñanza que te dio el Hijo de Dios, a veces por
sí mismo y a veces por sus doctores y amigos, y te liberó
de la falsa persuasión del demonio, y de la blanda
decepción de la carne y del mundo.
Bendice y santifica siempre a Dios Espíritu Santo, oh alma, que
te confirmó en el bien por su dulcísima
consolación, diciéndote: Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré[24].
¿Cómo, en efecto, oh alma delicada y frágil,
acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con las
alegrías de este siglo como los cerdos con el mosto del vino,
cómo habrías podido, entre tales y tantas redes del
antiguo enemigo, entre tantos falsos consejos, entre tan variados
obstáculos, entre tan innumerable multitud de amigos, parientes
y otros conocidos que te apartaban del camino del amor y entre las
flechas de los que te herían, perseverar en el bien, amarrada
con los lazos de tantos pecados, y cómo progresar en el bien, si
no hubieras sido ayudada misericordiosamente por la gracia del
Espíritu Santo y tantas veces dulcemente consolada y sostenida?
A él, pues, debes referir todas tus obras, sin retener nada para
ti.
4. Di con pura y devota intención de la mente: Todas mis obras
las realizas tú, Señor[25]; ante ti nada soy, nada puedo;
es don tuyo que subsista, sin ti no puedo hacer nada. A ti,
clementísimo Padre de las misericordias, te ofrezco lo que te
pertenece, a ti lo encomiendo, a ti lo confío, indigna e ingrata
de todos tus dones, que reconozco humildemente entregados a mí.
A ti la alabanza, a ti la gloria, a ti la acción de gracias, o
felicísimo Padre, majestad eterna, que por tu infinito poder me
creaste de la nada.
Te alabo, te glorifico, te doy gracias, oh felicísimo Hijo,
claridad del Padre, que me liberaste de la muerte por tu eterna
sabiduría.
Te bendigo, te santifico, te adoro, o felicísimo Espíritu
Santo, que por tu bendita piedad y clemencia me llamaste del pecado a
la gracia, del siglo a la vida religiosa, del exilio a la patria, del
trabajo al reposo, de la tristeza a la jocundísima y
deliciosísima dulzura de la bienaventurada fruición; la
cual nos conceda Jesucristo, Hijo de María Virgen, que vive y
reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.