TEXTOS DE SAN AMBROSIO
El Cuerpo de Cristo
Os aproximáis al altar. Nada más comenzar a
venir, los ángeles os han mirado. Han visto que os
acercáis al altar, y vuestra condición humana, que antes
estaba manchada por la oscura fealdad de los pecados, la han visto
súbitamente brillar. Y así se han preguntado:
¿quién es ésta que sube del desierto llena de
blancura? (Cant 8, 5). Los ángeles se admiran; ¿quieres
saber cuál es la causa de su admiración? Escucha al
Apóstol Pedro decir que se nos ha dado aquello que los mismos
ángeles desean contemplar (cfr. 1 Re 1, 12). Escucha de nuevo:
lo que ojo no vio—dice—, ni oído oyó, eso es lo que Dios
ha preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9).
Considera atentamente lo que has recibido. El santo
profeta David vio esta gracia en figura, y la deseó.
¿Quieres saber cómo la ha deseado? Óyele decir de
nuevo: aspérgeme con hisopo y quedaré limpio,
lávame y seré más blanco que la nieve (Sal 50, 9).
¿Por qué? Porque la nieve, aunque sea blanca, muy a
menudo está manchada por algún tipo de suciedad, y se
afea; pero la gracia que tú has recibido, mientras la conserves
tiene una duración sin fin.
Te acercabas, pues, lleno de deseos por haber visto tal
gracia; venías al altar, lleno de deseos, para recibir el
sacramento. Tu alma dice: me acercaré al altar de mi Dios, al
Dios que llena de alegría mi juventud (Sal 42, 4). Te has
despojado de la vejez de los pecados y te has revestido de la juventud
de la gracia. Esto te lo otorgaron los celestes sacramentos. Escucha
otra vez a David, que dice: se renovará tu juventud como la del
águila (Sal 102, 5). Te has convertido en un águila
ágil que se lanza hacia el cielo despreciando lo que es de la
tierra. Las buenas águilas rodean el altar: porque allí
donde está el cuerpo, allí se congregan las
águilas (Mt 24, 28). El altar representa el cuerpo, y el cuerpo
de Cristo está sobre el altar. Vosotros sois águilas
rejuvenecidas por la limpieza de las faltas.
Te has aproximado al altar, has fijado tu mirada sobre los
sacramentos colocados encima del altar, y te has sorprendido al ver que
es cosa creada, y además, cosa creada común y familiar.
Quizá diga alguno: Dios hizo una gran merced a los
judíos, dándoles el maná llovido del cielo;
¿qué ha dado de más a sus fieles?
¿Qué ha dado de más a quienes tantas cosas
había prometido?
(...) Quizá dices: este pan que me da a mí
es un pan ordinario. Y no. Este pan es pan antes de las palabras
sacramentales; mas una vez que recibe la consagración, de pan se
cambia en la carne de Cristo. Vamos a probarlo. ¿Cómo
puede el que es pan ser cuerpo de Cristo? Y la consagración,
¿con qué palabras se realiza y quién las dijo? Con
las palabras que dijo el Señor Jesús. En efecto, todo lo
que se dice antes son palabras del sacerdote: alabanzas a Dios,
oraciones en las que se pide por el pueblo, por los reyes, por los
demás hombres; pero en cuanto llega el momento de confeccionar
el sacramento venerable, ya el sacerdote no habla con sus palabras sino
que emplea las de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que realiza
este sacramento.
(...) ¿Quieres saber con qué celestiales
palabras se consagra? Atiende cuáles son. Dice el sacerdote:
concédenos que esta oblación sea aprobada espiritual,
agradable, porque es figura del cuerpo y de la sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, El cual, la víspera de su
Pasión, tomó el pan en sus santas manos, elevó sus
ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, dando
gracias, lo bendijo, lo partió, y una vez partido, lo dio a sus
apóstoles y discípulos diciendo: «tomad y comed
todos de él porque esto es mi cuerpo, que será
quebrantado en favor de muchos».
Presta atención. De igual manera, tomó
también el cáliz después de cenar, la
víspera de su Pasión, levantó los ojos al cielo,
hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, lo bendijo dando
gracias y lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo:
«tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi
sangre». Observa que todas estas palabras son del Evangelista
hasta el tomad, ya el cuerpo, ya la sangre; mas a partir de ahí,
las palabras son de Cristo: tomad y bebed todos de él, porque
ésta es mi sangre.
Observa cada detalle. Se dice: la víspera de su
Pasión, tomó el pan en sus santas manos. Antes de la
consagración es pan; mas apenas se añaden las palabras de
Cristo, es el cuerpo de Cristo. Por último, escucha lo que dice:
tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo. Y antes de
las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de vino y
agua; pero en cuanto las palabras de Cristo han obrado, se hace
allí presente la sangre de Cristo, que redimió al pueblo.
Ved, pues, de cuántas maneras la palabra de Cristo es capaz de
transformarlo todo. Pues si el Señor Jesús, en persona,
nos da testimonio de que recibimos su cuerpo y su sangre, ¿acaso
debemos dudar de la autoridad de su testimonio?
Vuelve ya conmigo al tema que tratábamos. Cosa
grande es, ciertamente, y digna de veneración, que sobre los
judíos lloviese maná del cielo Pero reflexiona:
¿qué es más grande, el maná del cielo o el
cuerpo de Cristo? Sin lugar a dudas, el cuerpo de Cristo, que es el
Autor del cielo. Además, el que comió el maná
murió; pero el que comiere este cuerpo recibirá el
perdón de sus pecados y no morirá eternamente.
Luego no sin razón dices: amén, confesando
ya en espíritu que recibes el cuerpo de Cristo. Cuando te
presentas a comulgar, el sacerdote te dice: el cuerpo de Cristo. Y
tú respondes: amén, es decir: así es en verdad. Lo
que la lengua confiesa, la convicción lo guarde.
El martirio-interior (Exposición sobre el Salmo 118, XX 45-48,
51)
Muchos me persiguen y me afligen: pero no me he apartado de tus
mandamientos (/Sal/118/119/157).
CR/MARTIR: Los peores perseguidores no son los que se
manifiestan como tales, sino aquellos que no se ven. ¡Y de
éstos hay muchos! Pues del mismo modo que un rey perseguidor
ordenaba muchos mandatos de acosamiento y los hostigadores se
desparramaban por todas las provincias y ciudades, el diablo lanza a
muchos de sus ministros, para que persigan a todas las almas, no
sólo por fuera sino también por dentro.
De estas persecuciones se dijo: todos los que quieren
vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución (2 Tim
3, 12). El Apóstol escribió todos; no exceptuó
ninguno. Pues, ¿quién puede ser exceptuado cuando el
mismo Señor toleró las tentativas de persecución?
Persigue la avaricia; persigue la ambición; persigue la lujuria;
persigue la soberbia y persiguen los placeres de la carne. No olvides
que el Apóstol dijo: huid de la fornicación (1 Cor 6,
18). ¿Y de qué huyes, sino de aquello que te persigue?:
el mal espíritu de la lujuria, el mal espíritu de la
avaricia, el mal espíritu de la soberbia.
Los perseguidores temibles son aquellos que, sin el terror
de la espada, destruyen con frecuencia el espíritu del hombre;
aquellos que, más con halagos que con espanto, someten las almas
de los fieles. Éstos son los enemigos de los que te debes
guardar, éstos son los tiranos más peligrosos, por los
que Adán fue vencido. Muchos, coronados en públicas
persecuciones, cayeron en estas persecuciones ocultas. Por fuera, dijo
el Apóstol, luchas; por dentro, temores (2 Cor 7, 5).
Adviertes qué duro es el combate que hay en el
interior del hombre, para que se bata consigo mismo y luche contra sus
pasiones. El mismo Apóstol vacila, duda, es atenazado y
manifiesta que está sujeto a la ley del pecado y reducido por su
cuerpo de muerte, y no podría evadirse, si no fuera liberado por
la gracia de Cristo Jesús (cfr. Rm 7, 23-25)
Y del mismo modo que hay muchas persecuciones, así
también hay muchos martirios. Todos los días eres testigo
de Cristo. Eres mártir de Cristo si sufriste la tentación
del espíritu de lujuria, pero, temeroso del futuro juicio de
Cristo, no pensaste en profanar la pureza del alma y del cuerpo.
Eres mártir de Cristo si fuiste tentado por el
espíritu de la avaricia para apoderarte de los bienes de los
inferiores o no respetar los derechos de las viudas indefensas, pero
juzgaste que era mejor alcanzar la riqueza por la contemplación
de los preceptos divinos, que cometer la injusticia. Cristo quiere
estar cerca de tales testigos, según está escrito:
aprended a obrar el bien, buscad lo justo, respetad al agraviado, haced
justicia al huérfano, y amparad a la viuda: venid y
entendámonos (Is 1, 17-18)
Eres mártir de Cristo si fuiste tentado por el
espíritu de soberbIa, pero viendo al débil y desvalido,
te compadeciste con piadoso espíritu, y amaste la humildad
más que la arrogancia. Y aún más si diste
testimonio no sólo de palabra, sino también con obras.
Pues ¿quién es testigo más fiel, que aquél
que confiesa que el Señor Jesús se ha encarnado, al
tiempo que guarda los preceptos del Evangelio? Porque quien escucha y
no pone por obra, niega a Cristo. Aunque lo confiese de palabra, lo
niega por las obras. Pues a muchos que dicen: Señor,
Señor, ¿acaso en tu nombre no hemos profetizado, arrojado
demonIos y obrado muchas virtudes? (Mt 7, 22), les dirá en aquel
día: apartaos de mi todos los que hayáis obrado la
iniquidad (Ibid., 23). Porque es testigo aquél que,
haciéndose fiador con sus hechos, confiesa a Cristo Jesús.
¡Cuántos, todos los días, son
mártires de Cristo en oculto, y confiesan al Señor
Jesús con sus obras! El Apóstol conocía este
martirio y testimonio fiel de Cristo, cuando afirmaba: ésta es
nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia (2 Cor 1, 12) (...).
Muchos me persiguen, y me afligen. Quizá Cristo
dice esto, y lo dice con la voz de cada uno de nosotros: el adversario
lo persigue dentro de nosotros. Si pretendes que nadie te persiga,
apartas a Cristo, que sufrió tentación para vencerla.
Donde el diablo lo ve, allí prepara insidias, allí
maquina los ardides de la tentación, allí urde sus
engaños, para rechazarlo si pudiera. Pero donde el diablo
combate, allí está presente Cristo; donde el diablo
asedia, allí Cristo está encerrado y defiende los muros
de la fortaleza espiritual. Así pues, el que retrocede ante la
llegada del perseguidor, expulsa también al defensor. Por tanto,
cuando oigas: muchos me persiguen y me afligen, no temas, que
también puedes decir: si Dios está con nosotros
¿quién contra nosotros? (Rm 8, 31). Esto afirma con
verdad aquél que, por los testimonios del Señor, se
aparta sin rodeos de la senda de los vicios.
La misericordia divina
(Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, VIl, 207-212) /Lc/15/01-32
¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien
ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en
la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta
encontrarla? (Lc 15, 4). Un poco más arriba has aprendido
cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar la
arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no
entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los bienes
caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana
no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan
corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios,
aun contra el error, y ese juez misericordioso te ha ofrecido la
esperanza del perdón. Y así, no sin razón, San
Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja
perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado
y fue encontrada, y la del hijo que había muerto y volvió
a la vida; y todo esto para que, aleccionados con este triple remedio,
podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no es
fácil de romper (Qoh 4, 12).
¿Quién es este padre, ese pastor y esa
mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la
Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te
recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra,
como Madre, sin cesar te busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte.
El primero, por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote;
y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos
le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a
salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino
está presente la misma misericordia, aunque la gracia
varía según nuestros méritos. El pastor llama a la
oveja cansada, se encuentra la dracma que se había perdido, y el
hijo, por sus propios pasos, vuelve al padre y lo hace plenamente
arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con toda
justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los
hombres y a los animales (Sal 35, 7). ¿Y quiénes son
estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una
simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr.
Jer 31, 27). Por eso Israel es salvada como un hombre y Judá
recogida como una oveja. Por lo que a mí se refiere, prefiero
ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es
solícitamente buscada por el pastor, el hijo recibe el homenaje
de su padre.
Regocijémonos, pues, ya que aquella oveja que
había perecido en Adán fue salvada por Cristo. Los
hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité
mis pecados, y sobre la nobleza de este patíbulo he descansado.
Esta oveja es una en cuanto al género, pero no en cuanto a la
especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1 Cor 10, 17),
aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros
sois el Cuerpo de Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor 12, 27).
Pues el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido (Lc
19, 10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en Adán
todos murieron, asÍ en Cristo todos serán vivificados (I
Cor 15, 22).
Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios
nosotros no formamos más que una centésima parte.
Él tiene innumerables rebaños de ángeles,
arcángeles, dominaciones, potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y
otros más a los que ha dejado en el monte, quienes—por ser
racionales—no sin motivo se alegran de la redención de los
hombres. Además, el que cada uno considere que su
conversión proporcionará una gran alegría a los
coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer
su patrocinio y otras el de apartar del pecado, es ciertamente de gran
provecho para adelantar en el bien. Esfuérzate, pues, en ser una
alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por
medio de tu conversión.
No sin razón se alegra también aquella mujer
que encontró la dracma (cfr. Lc 15, 8-10). Y esta dracma, que
lleva impresa la figura del príncipe, no es algo que tenga poco
valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer la
imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se
digne colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho
que somos ovejas: pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos,
corramos hacia el Padre.
No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la
dignidad espiritual en placeres terrenales (cfr. Lc 15, 11-32). El
Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro
de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el
que no perdió lo que había recibido, lo tiene todo. Y no
temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la
perdición de los vivos (Sab 1, 13). En verdad, saldrá
corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello—pues el
Señor es quien levanta los corazones (Sal 145, 8)—, te
dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y
mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias.
Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero
El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo,
y Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el
reproche, pero Él te agasaja con un banquete.
Sobre la amistad
Sólo es digna de alabanza la amistad que favorece
las buenas costumbres. La amistad debe preferirse a las riquezas, a los
honores, al poder, pero no a la virtud; más bien, debe ella
regirse según las reglas de la rectitud moral. Así fue la
amistad de Jonatán con David: por el cariño que le
tenía, no hizo caso ni de la ira de su padre ni del peligro a
que exponía su propia vida (cfr. 1 Sam 20, 29 ss). Así
fue la de Abimelech: por cumplir los deberes de la hospitalidad,
prefirió afrontar la muerte antes que traicionar al amigo que
huía (cfr. 1 Sam 21, 6).
También la Escritura, tratando de la amistad,
afirma que la virtud no debe ofenderse nunca por amor del amigo: nada
se ha de anteponer a la virtud (...). Si descubres algún defecto
en el amigo, corrígele en secreto; si no te escucha,
repréndele abiertamente. Las correcciones, en efecto, hacen bien
y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se
siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque
el sabor amargo de la corrección le disguste. Está
escrito en el libro de los Proverbios: las heridas de un amigo son
más tolerables que los besos de los aduladores (Prv 27, 6).
Corrige, pues, al amigo que yerra, pero no abandones al amigo inocente.
La amistad ha de ser constante y perseverante en sus afectos: no
cambiemos de amigos como hacen los niños, que se dejan llevar
por la ola fácil de los sentimientos.
Abre tu corazón al amigo para que te sea fiel y te
comunique la alegría de la vida. Un amigo fiel, en efecto, es
medicina de vida y de inmortalidad (Sir 6, 16). Respétale como a
otro yo, y no tengas miedo de ganártelo con tus favores, porque
la amistad no admite la soberbia. Por esto dice el Sabio: no te
avergüences de defender al amigo (Sir 22, 31). No le abandones en
el momento de la necesidad, no le olvides, no le niegues tu afecto,
porque la amistad es el soporte de la vida. Llevemos los unos las
cargas de los otros, como enseñó el Apóstol a
aquellos que están unidos formando un solo cuerpo por la caridad
(cfr. Gal 6, 2). Si la prosperidad de uno aprovecha a todos sus amigos,
¿por qué en la adversidad no va a encontrar la ayuda de
todos sus amigos? Ayudémosle con nuestros consejos, unamos
nuestros esfuerzos a los suyos, participemos de sus aflicciones.
Cuando sea necesario, soportemos incluso grandes
sacrificios por lealtad hacia el amigo. Quizá haya que afrontar
enemistades para defender la causa del amigo inocente, y muy a menudo
recibirás insultos cuando trates de responder y rebatir a
aquellos que le atacan y le acusan. No te preocupes por eso, que la voz
del justo dice: aunque vengan sobre mi males a causa del amigo, los
soportaré (Sir 22, 31). En la adversidad se prueban los amigos
verdaderos, pues en la prosperidad todos parecen fieles. Y así
como en las desventuras es necesaria la paciencia y la compasión
con el amigo, en su triunfo conviene ser exigente, reprimir y corregir
la arrogancia del que quizá se llena de soberbia.
¡Qué bien se expresó en sus allicciones el santo
Job! Dijo: tened piedad de mí, amigos míos, tened piedad
de mí (Job 19, 21). No se trataba de una simple súplica,
sino de una reprensión. Mientras los amigos argumentaban
injustamente contra él, Job clama: tened piedad de mí,
amigos. Como si dijese: ésta es la hora de usar misericordia y,
en cambio, afligís y contradecís a un hombre de quien
deberíais compadeceros.
Hijos míos, sed fieles a la amistad verdadera con
vuestros hermanos, porque nada hay más hermoso en las relaciones
humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien
abrir el corazón, desvelar los propios secretos y manifestar las
penas del alma; alivia mucho poseer un hombre fiel que se alegre
contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te
sostenga en los momentos difíciles. ¡Qué hermosa es
la amistad de los tres muchachos hebreos! Ni siquiera la llama del
horno fue capaz de separar sus corazones. Bien a propósito
escribió el santo David: Saúl y Jonatán, hermosos
y queridfsimos, inseparables durante la vida, tampoco se separaron en
la muerte (2 Sam 1, 23).
Este es un fruto de la amistad: que por cariño al
amigo no se destruye la fe. En efecto, no puede ser amigo del hombre
quien es infiel a Dios. La amistad es guardiana de la piedad y maestra
de igualdad; hace al superior igual al inferior, y coloca a éste
al mismo nivel del otro. No puede haber verdadera amistad entre dos
personas que tienen diferentes costumbres; por eso, el amor mutuo las
debe identificar. No falte al inferior la autoridad para corregir, ni
al superior la humildad para aceptar la corrección. Que el uno
escuche al otro como a su igual; que el otro reproche y amoneste como
un amigo, no con soberbia, sino con afecto sincero.
La advertencia no ha de ser áspera, ni la
corrección ofensiva. Si es cierto que la amistad huye de la
adulación, también es verdad que no tiene nada que ver
con la insolencia. ¿Qué es el amigo sino un amable
compañero con quien te unes íntimamente hasta fundir tu
alma con la suya y constituir un solo corazón? En él te
abandonas confiadamente como a otro yo, de él nada temes, y nada
inconveniente le pides para ti mismo. Y es que la amistad no es
mercenaria, sino que resplandece de dignidad y de belleza. Es una
virtud, no una compra, porque no proviene del dinero sino del amor. No
es ofrecida en subasta al mejor postor, sino que surge del
desafío de la mutua benevolencia. Por eso suelen ser mejores las
amistades entre los pobres que entre los ricos; y así, mientras
que los hombres con recursos frecuentemente se encuentran sin
verdaderos amigos, los pobres los tienen en abundancia. No hay
verdadera amistad donde existen falsos halagos. Sucede a menudo que se
es complaciente con los ricos por adulación, mientras que nadie
simula cuando trata con un menesteroso. Así, la amistad que se
ofrece al pobre es más sincera, por ser más desinteresada.
¿Qué hay de más precio que la
amistad, que es común a los ángeles y a los hombres? Por
esto el Señor Jesús ordena: granjeaos amigos con las
riquezas inicuas, afin de que os reciban en las moradas eternas (Lc 16,
9). Él mismo nos ha cambiado de siervos en amigos, como
claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que
os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo que debemos imitar.
Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo, revelarle
confidencialmente lo que tenemos en el corazón y no ignorar nada
de cuanto él lleva en el suyo. Abrámosle nuestra alma, y
él nos abrirá la suya. En efecto, el Señor
declara: os he llamado amigos porque os he comunicado todo lo que he
oÍdo a mi Padre (Jn 15, 14). El verdadero amigo, pues, no oculta
nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así como
Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los
misterios del Padre. _________________________________________________
1. AYUNO/LIMOSNA Se conservan de San Ambrosio diecisiete sermones
de Cuaresma en los que repetidamente trata el santo Doctor del tema del
ayuno y de las tentaciones de Cristo. Con el tema del ayuno se enlaza
el de la limosna, como puede verse especialmente en el sermón 25
(De sancta Quadragesima IX: PL 17, 676-678). Escogemos los más
importantes pensamientos sobre el tema aludido.
A) Ayuno y limosna "Ayunar es un remedio de males y una fuente de
premios, mas no ayunar en Cuaresma es un pecado. El que ayuna en otro
tiempo, recibirá indulgencia; pero el que no lo hace durante la
Cuaresma, será castigado". El que no pueda ayunar por
enfermedad, coma sencillamente y sin ostentación "Y ya que no
puede ayunar, debe ser más caritativo para con los pobres, a fin
de redimir con sus limosnas los pecados que no puede curar ayunando.
Hermanos, es muy bueno ayunar pero mejor aún dar limosna; mas si
se puede practicar lo uno y lo otro, son dos grandes bienes. El que
puede dar limosna y no ayunar, entienda que la limosna le basta sin el
ayuno. Mas no basta el ayuno sin la limosna El ayuno sin la limosna no
es obra buena, a no ser que el que ayuna sea tan pobre, que no tenga
nada que dar. Así, pues, en este caso, bástele la buena
voluntad". Mas ¿quién podrá excusarse de dar
limosna, cuando el Señor recompensa un vaso de agua fría?
"Además, el Señor, por medio del profeta Isaías,
de tal manera exhorta y aconseja la práctica de la limosna, que
ningún pobre que se considere, puede excusarse. Pues se expresa
de este modo: ¿Sabéis que ayuno quiero yo?... Partir su
pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo (Is.
58,ó-7)". Partir el pan, porque, "aun cuando tu pobreza sea tan
grande que no tengas más que uno solo sin embargo,
pártelo y da de él al pobre. También dice:
Introduce en tu casa a los pobres que no tengan alberque, lo cual
equivale a afirmar: Si hay alguno tan pobre que no tiene comida que dar
al hambriento, prepárele un lecho en uno de los rincones de su
casa. ¿Qué respuesta daremos, hermanos, qué excusa
alegaremos nosotros, que, poseyendo anchas y espaciosas mansiones,
apenas nos dignamos alguna vez recibir en ellas a un peregrino? Y eso
que no ignoramos, sino que continuamente estamos confesando que en los
peregrinos recibimos a Cristo, como El mismo dijo: Peregriné y
me acogisteis... Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis
hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt. 25,35.40). Nos
resulta enojoso recibir en nuestra casa a Cristo en la persona de los
pobres y yo me temo que él haga lo mismo con nosotros en el
cielo, y que no nos reciba en su gloria. Lo despreciamos en el mundo y
yo me temo que él a su vez nos desprecie en el cielo,
según aquella sentencia: Tuve hambre y no me disteis de comer...
(Mt. 25,42). Fijémonos, carísimos hermanos, en estas
palabras; no las oigamos de manera indiferente ni sólo con los
oídos del cuerpo, sino que escuchándolas con fidelidad,
hagamos de palabra y con el ejemplo que otros también las oigan
y las cumplan También nos dice el Señor por boca del
profeta Isaías que hemos de vestir al desnudo (ibid.). Precepto
riguroso y muy digno de temerse. Yo, sin embargo, no juzgo a nadie.
Acuda cada uno y pregunte a su conciencia .
B) La mano del pobre es el tesoro de Cristo "No obstante,
duéleme en el alma, y yo mismo me reprendo, porque quizá
haya acontecido alguna vez que, por negligencia mía, los
vestidos que debiera recibir un pobre se los haya comido la polilla, y
temo que estos mismos vestidos sean testimonio contra mí en el
día del juicio, según aquella terrible sentencia con que
conmina el apóstol Santiago, cuando dice Y vosotros, los ricos,
llorad a gritos sobre las miserias que os amenazan Vuestra riqueza
está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla;
vuestro oro y vuestra plata, comidos del orín, y el orínn
será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como
fuego. Habéis atesorado para los últimos días...
(Iac. 5,1-4). Aún es tiempo para para que, tanto yo como los
perezosos como yo, podamos con el auxilio de Dios enmendarnos, si
queremos; aun podemos dar con largueza por nuestros pecados pasados las
limosnas que hasta aquí o no hicimos o sólo dimos
mezquinamente; aún podemos impetrar la misericordia divina con
dolor y llanto con esperanza de reparación. El ayuno sin
limosnas es como una lámpara sin aceite. Pues así como la
lámpara que se enciende sin él humea y no puede alumbrar,
asi también el ayuno sin la limosna mortifica en verdad la
carne, pero no ilustra interiormente el alma con la luz de la caridad.
Por lo demás, en el ayuno se exige que demos a los pobres
nuestras comidas, y que lo que habíamos de comer no lo pongamos
en nuestras despensas, sino que lo distribuyamos entre los necesitados;
porque la mano del pobre es el tesoro de Cristo. Por lo tanto, socorre
al menesteroso para que lo que reciba de ti no se quede en la tierra,
sino que sea trasladado al cielo. Pues aunque se consuma la comida que
recibe el pobre, sin embargo, el premio de la buena obra se custodia en
el cielo... Sé que muchos de vosotros, con el auxilio de Dios
dais con frecuencia limosnas a los peregrinos y a los pobres; por lo
tanto, sirva lo que os indico para que intensifiquéis lo que ya
hacéis; y el que no lo haya hecho, se acostumbre a practicar
obra tan meritoria y agradable a Dios
C) Exhortación Inspirandomelo el mismo Dios, os he aconsejado
siempre que al llegar las fiestas... os acerquéis al altar del
Señor vestidos con la luz de la pureza, resplandecientes con las
limosnas, adornados con las oraciones, vigilias y ayunos, como con
valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no sólo con
vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una
palabra, que os lleguéis al altar con la conciencia libre y
tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no
para vuestro juicio, sino para vuestro remedio. Pero, cuando hablamos
de la limosna, no se conturben los necesitados, puesto que la pobreza
cumple con todos los preceptos, y la buena voluntad es juzgada y
premiada como las obras". El que socorre al necesitado del propio modo
que desearía le socorriesen a él si se encontrase en la
misma necesidad' "ha cumplido con los preceptos del Antiguo y del Nuevo
Testamento y ha observado aquel precepto del Evangelio: Cuanto
quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo
vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los profetas (Mt.
7,12). Guíenos a esta ley de caridad perfecta el piadoso
Señor que oye y reina con el Padre y el Espiritu Santo por los
siglos de los siglos".
Comentarios sobre los salmos
Medita y habla las palabras de Dios:
En todo momento tu corazón y tu boca deben meditar
la sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes
llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto te dice la
Escritura: Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino,
acostado y levantado. Hablemos, pues, del Señor Jesús,
porque él es la sabiduría, él es la palabra, y
Palabra de Dios.
Porque también está escrito: Abre tu boca a
la palabra de Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y
las medita en su interior. Hablemos siempre de él. Si hablamos
de sabiduría, él es la sabiduría; si de virtud,
él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de
paz, él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la
redención, él es todo esto.
Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios.
Tú ábrela, que él habla. En este sentido dijo el
salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el mismo Hijo
de Dios dice: Abre tu boca y yo la saciaré. Pero no todos pueden
percibir la sabiduría en toda su perfección, como
Salomón o Daniel; a todos sin embargo se les infunde,
según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con
tal de que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de
sabiduría.
Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios,
estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o,
también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro
interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el
pecado, no sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior
contigo mismo como quien juzga. Habla cuando vayas de camino, para que
nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas en Cristo,
porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti mismo,
habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero -dice-
que los hombres oren en todo lugar levantando al cielo las manos
purificadas, limpias de ira y de altercados. Habla, oh hombre, cuando
te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte.
Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré
sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que
encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de
Jacob. Cuando te levantes, habla también de él, y
cumplirás así lo que se te manda. Fíjate
cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que me
llama, y Cristo responde: Ábreme, amada mía. Ahora ve
cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice:
¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro a que no vayáis
a molestar, a que no despertéis al amor! El amor es Cristo.
Tratado sobre el evangelio de San Lucas
La anunciación y la respuesta de la Virgen:
Dijo María al ángel: ¿Cómo
será eso, pues no conozco varón? Parecería que
aquí María no ha tenido fe a no ser que lo consideres
atentamente; no es admisible que fuese escogida una incrédula
para engendrar al Hijo unigénito de Dios. ¿Y cómo
podría hacerse —aunque fuese salvada la prerrogativa de la
madre, a la cual se debía con razón mayor deferencia,
pero como prerrogativa mayor, mayor fe debía habérsele
reservado—, cómo podría hacerse que Zafarías, que
no había creído, fuese condenado al silencio, y
María, sin embargo, si no hubiera creído, fuese honrada
con la infusión del Espíritu Santo? Pero María no
debía rehusar creer ni precipitarse a la ligera: rehusar creer
al ángel, precipitarse sobre las cosas divinas. No era
fácil conocer el misterio encerrado desde los siglos en Dios,
que ni las mismas potestades superiores pudieron conocerlo. Y, sin
embargo, no rehusó su fe ni ha sustraído su misión
sino que ha ordenado su querer y ha prometido sus servicios. Pues
cuando dice: ¿ Cómo se hará esto? no pone en duda
su efecto, sino que pregunta cómo se hará este efecto.
¡Cuánta más mesura en esta respuesta
que en las palabras del sacerdote! Ésta ha dicho:
¿Cómo se hará esto? Aquél ha respondido:
¿Cómo conoceré esto? Ella trata ya de hacerlo,
aquél duda todavía del anuncio. Aquél declara no
creer al manifestar que no sabe, y parece que, para creer, busca
todavía otra garantía; ella se declara dispuesta a la
realización y no duda de que tendrá lugar, pues pregunta
cómo podrá realizarse; así está escrito:
¿Cómo se hará esto, pues no he conocido a
varón? La increíble e inaudita generación
debía ser antes escuchada para ser creída. Que una virgen
dé a luz es un signo de un misterio divino, no humano. Toma para
ti, dice, este signo: he aquí que una virgen concebirá y
dará a luz un hijo. María había leído esto
y, por lo mismo, creyó en su realización; mas cómo
se había de realizar, no lo había leído, pues esto
no había sido revelado ni siquiera a un profeta tan grande. El
anuncio de tal misterio debía de ser pronunciado no por los
labios de un hombre, sino por los de un ángel. Hoy se oye por
vez primera: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y es
oído y es creído.
He aquí, dice, la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra. Admira la humildad,
admira la entrega. Se llama a sí misma la esclava del
Señor, la que ha sido escogida para ser su Madre; no la
ensorbebece esta promesa inesperada. Más aún, al llamarse
esclava, no reivindicó para sí algún privilegio de
una gracia tan grande; realizaría lo que le fuese ordenado; pues
antes de dar a luz al Dulce y al Humilde convenía que ella diese
prueba de humildad. He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra. Observa su
obediencia, observa su deseo; he aquí la esclava del
Señor: es la disposición para servir; hágase en
mí según tu palabra: es el deseo concebido.
Sobre los misterios
Los recién bautizados y la Eucaristía:
Los recién bautizados, enriquecidos con tales
distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me
acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En
efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada
su juventud como un águila, se apresuran a participar del
convite celestial. Llegan, pues, y al ver preparado el sagrado altar,
exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas
palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en
verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu
vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente
de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Es ciertamente admirable el hecho de que Dios hiciera
llover el maná para los padres y los alimentase cada día
con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre
comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan
murieron todos en el desierto; en cambio, el alimento que tú
recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el
sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no
morirá para siempre, porque es el cuerpo de Cristo.
Considera, pues, ahora qué es más excelente,
si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo
de vida. Aquel maná caía del cielo, éste
está por encima del cielo: aquél era del cielo,
éste del Señor de los cielos; aquél se
corrompía si se guardaba para el día siguiente,
éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que
comunica la incorrupción a todos los que lo comen con
reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del
mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente,
a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los
judíos bebieron y volvieron a tener sed; pero tú, si
bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra,
esto la realidad.
Si te admira aquello que no era más que una sombra,
mucho más debe admirarte la realidad. Escucha cómo no era
más que una sombra lo que acontecía con los padres:
Bebían -dice el Apóstol- de la roca que los
seguía, y la roca era Cristo; pero Dios no se agradó de
la mayor parte de ellos, pues fueron postrados en el desierto. Todas
estas cosas acontecían en figura para nosotros. Los dones que
tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es
más que la sombra, la realidad más que la figura, el
cuerpo del Creador más que el maná del cielo.
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(Parroquia San Martín de Porres)