Nacida
en
Pavía. Todavía era una niña cuando se quedó
huérfana de padre y madre, tuvo que ganarse la vida sirviendo
como criada. A los 12 años se quedó ciega, no tuvo a
nadie quién la cuidara, pero las terciarias dominicas de
Pavía la recogieron en su convento y ella misma fue terciaria
dominica.
En los primeros
años, oró a santo Domingo, para que le devolviera la
vista, hasta que entendió que la ceguera podría ser luz y
orientación para otros. Con lo cual se encerró en una
celda, con otra compañera, hasta que a los tres años
murió su compañera y vivió el resto de su vida
sola cerca de la iglesia de los dominicos de Pavía, donde
vivió desde los 15 años hasta los 80. Su
habitación tenía dos ventanas, una daba hacia el templo y
la otra a la calle; a través de la primera recibía la
Eucaristía, por la segunda brindaba sabios y prudentes consejos
a los numerosos fieles que acudían a ella y enseñaba
catecismo a los niños.
Las gentes
acudían a su celda solicitando sus consejos y milagros.
Cada día encontraba fuerzas para vivir santa y elegantemente
participando de la Eucaristía. Conocía bien a cualquiera
que hablaba con ella, le daba buenas orientaciones y consejos para
vivir bien la preciosa vida que Dios nos ha dado. Nada le
impedía hacer el bien. Era el lema de su vida. Poseía un
grado tal de amor y de caridad que nunca se agotaba. Cuando se le
presentaba alguna dificultad, acudía a sus fuentes interiores,
para desde ellas, sacar el agua necesaria que le quitase la sed o la
dificultad que podía atormentarla. El papa Pío IX
confirmó su culto el 17 de agosto de 1854.