SEXTO MANDAMIENTO: NO FORNICARAS
NOVENO MANDADIENTO: NO DESEARAS LA MUJER DE TU PROJIMO
EL PLAN DE DIOS
Para el cristianismo, la diferencia de sexos está
incluida en el plan de Dios desde el momento mismo de la
creación del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen
suya,... y los creó varón y hembra” (Gen. 1, 26-28).
Ya desde ese momento inicial dio Dios a nuestros primeros
padres el precepto de poblar la tierra: sed fecundos y multiplicaos, y
henchid la tierra (Id.).
Entre los dos sexos hay, pues, mutua correlación,
el sentido de una tarea y una responsabilidad para la
transmisión de la vida en el pleno cumplimiento del amor.
El fin de la sexualidad, por expreso querer divino, se ve
como la superación de la simple esfera individual, pues tiende
a la propagación de la especie, a comunicar el gran don de la
vida. De aquí que el sentido cristiano de la sexualidad se
entienda como una donación -al otro cónyuge y a la nueva
vida-, que trasciende los órdenes biológico y
psicológico, afectando al
núcleo íntimo de la persona humana (cfr. Exh. Ap.
Familiaris
Consortio, n. 11).
Para facilitar el cumplimiento de esta obligación,
Dios asoció un placer al acto generativo. De otra suerte
podría haber peligrado la propagación de la especie
humana sobre la tierra.
El pecado original, con las heridas que produjo en la
naturaleza humana, altera el orden natural: ese apetito o placer se
desordena, y
la razón no domina del todo la rectitud de las pasiones.
La vida cristiana es una lucha: porque nuestras facultades
inferiores se inclinan con fuerza hacia el placer, mientras que las
superiores tienden hacia el bien honesto. Pero entre ambos suele haber
conflicto: lo que nos agrada, lo que es o nos parece ser útil,
no es siempre bueno moralmente. Ser necesario que la razón, para
imponer el orden, reprima las tendencias contrarias y las venza:
ésta es la lucha del espíritu contra la carne, de la
voluntad contra la pasión.
Dios ha puesto dos mandamientos para ayudarnos a orientar
el instinto sexual: el sexto -`no cometerás actos impuros", -que
engloba todos los pecados externos en esta materia, y el noveno `no
consentirás pensamientos ni deseos impuros"-, que abarca todo
pecado interno de impureza.
En virtud del precepto divino, y por razón del fin
propio de las cosas, el uso natural de la sexualidad est reservado
exclusivamente al matrimonio: “¿no habéis leído
que al principio
el Creador los hizo varón y hembra?, y dijo: por esto dejar el
hombre al padre y a la madre y se unir a su mujer, y serán los
dos una
sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt. 19,
4-6). Por lo tanto: el hacer uso de ese poder generativo fuera de los
cauces
por El marcados el matrimonio es un pecado contra alguno de estos
mandamientos.
LA VIRTUD DE LA SANTA PUREZA
Dios dio a nuestros primeros padres, y en ellos a los
demás hombres, el precepto de multiplicarse y poblar la tierra.
Como hemos dicho, para facilitar el cumplimiento de esta
obligación, asoció un placer al acto generativo.
Por lo anterior, buscar el placer por sí mismo,
olvidando el papel providencial que Dios confía al hombre, o
buscarlo fuera de las condiciones establecidas por El, es ir contra el
plan divino, es ofender a Dios, es un pecado grave: El placer sexual es
moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado
de las finalidades de procreación y de unión (Catecismo,
n. 2351).
La pureza es, precisamente, la virtud que nos hace
respetar el orden establecido por Dios en el uso del placer que
acompaña
a la propagación de la vida. O bien, si se quiere una
definición formal, es la virtud moral que regula rectamente toda
voluntaria expresión de placer sexual dentro del matrimonio, y
la excluye totalmente fuera
del estado matrimonial.
Conviene detenerse a pensar en esta última
definición: con la recta comprensión de los conceptos que
encierra se solucionan y explican todos los cuestionamientos sobre el
tema.
RAZONES PARA VIVIR LA PUREZA
Son muchas las razones que pueden darse por las que todo
hombre ha de vivir la castidad:
A. Razones naturales
El placer venéreo es sólo estímulo
y aliciente para el acto de la generación, dada su necesidad
imprescindible para la propagación del género humano; de
otra suerte, sería difícil la conservación de la
especie.
Es por tanto un placer cuya única y exclusiva
razón de ser es el bien de la especie, no del individuo, y
utilizarlo en provecho propio es subvertir el orden natural de las
cosas.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica que la
virtud de la pureza o castidad significa la integración de la
sexualidad en la persona, invitando así a evitar una
visión mutilada de la persona humana a su sola sexualidad.
La sexualidad rectamente entendida no pertenece
sólo al mundo corporal y biológico, sino que es
inseparable de la persona toda. Otra forma de actuar
manifestaría un reduccionismo de la
persona, considerándola como “objeto de uso”. Cuando no se
entiende
a la persona como un todo en sí misma, sino que se le reduce a
alguno
de sus aspectos (en este caso su cuerpo, en el sentido del posible
placer
sexual que reporte), se produce una visión utilitarista de la
persona,
incompatible con su dignidad.
B. Razones de la revelación
Esa ley natural ha sido incontables veces positivamente
prescrita por Dios: Ex. 20, 14; Prov. 6, 32; Mt. 5, 28; 19,10ss.; Col.
3, 5; Gal. 5, 19; I Tes. 4, 3-4; Ef. 5, 5; I Cor. 6, 9-10; Heb. 13, 4;
etc.
C. Razones sobrenaturales
Al haber sido elevado a la dignidad de hijo de Dios, el
hombre participa -en su cuerpo y en su alma- de los bienes divinos.
Gracias al bautismo, nuestro cuerpo es “templo del
Espíritu Santo, que está en nosotros y hemos recibido de
Dios” (I Cor. 6, 19). Como templo de Dios, debe servir para darle culto
a El y no a la carne. Ha sido injertado en el Cuerpo Místico de
Cristo y destinado a resucitar con El. Por eso, los pecados contra la
castidad no son sólo pecados contra el propio cuerpo, sino
también contra “los miembros de Cristo”, y tienen el
carácter de una horrible profanación. “¿No
sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy
a tomar yo los miembros de Cristo, para hacerlos miembros de una
meretriz? ¨O no sabéis que vuestro cuerpo es el templo del
Espíritu Santo?”(I Cor. 6, 15-20).
VIRTUD POSITIVA
Es importante considerar que la pureza es eminentemente
positiva: no supone un cúmulo de negaciones (“no veas”, “no
pienses”,
“no hagas”), sino una verdadera afirmación del amor, que es
explicable
desde dos órdenes:
a) en el plano natural, la castidad consiste en realzar el valor de la
persona frente a los valores del sexo. Por ello, no es una virtud
negativa (una serie de “no”), sino al contrario: un rotundo “sí”
( -“yo te veo a ti como persona, como ser espiritual”- ) al que,
inseparablemente, vienen unidos los “no” (“no quiero verte como cosa,
como objeto para obtener placer”). El desarrollo insuficiente de la
castidad se manifiesta en una tardanza en afirmar el valor de la
persona, dejando la supremacía a los valores del sexo que, al
apoderarse de la voluntad, deforman la actitud respecto a la persona
del sexo opuesto.
Ello exige un esfuerzo interior y espiritual considerable
porque la afirmación del valor de la persona no puede ser
más que fruto del espíritu. Lejos de ser negativo y
destructor, este esfuerzo es positivo y creador: no se trata de
destruir los valores del
cuerpo y del sexo, sino de realizar una integración duradera y
permanente; los valores del cuerpo y del sexo como inseparables del
valor de la persona.
Por eso, la castidad verdadera no conduce al menosprecio
del cuerpo ni a la minusvaloración del matrimonio y de la vida
sexual. Considerarla como una virtud negativa es el resultado de una
falsa concepción originada, precisamente, de la impureza. Pues
la falta de dominio de la concupiscencia -el lujurioso que todo lo
sacrifica a su pasión- no puede ya sino verla como algo que la
coarta y limita su irrefrenable deseo de placer;
b) en el plano sobrenatural, es la afirmación del hombre que se
sabe llamado a participar del mismo amor de Dios, y que su
corazón no se sacia sino con la posesión de ese bien
infinito. Si en ese esfuerzo pone sus mejores energías, la
pureza le resultar fácilmente asequible; de otro modo, al
permitir que el amor propio y las satisfacciones egoístas
invadan ámbitos de su corazón, hallar que éste no
se satisface, despertándose en él un deseo cada vez mayor
de los bienes finitos, dentro de los cuales con particular fuerza se
presentar n los relativos al placer sexual.
Por ello, el mandamiento de amar a Dios sobre todas las
cosas supone el primero y más fundamental apoyo en la
práctica
de esta virtud.
UNIVERSALIDAD Y EXCELENCIA DE LA VIRTUD
Todos estamos llamados a vivir la castidad o pureza:
“Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta
según su estado de vida particular. En el momento de su
Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la
castidad” (Catecismo, n. 2348).
Ahora bien, “las personas casadas son llamadas a vivir la
castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia”
(Id., 2349).
Por ello, todo aquel que no est‚ unido en legítimo
matrimonio, debe vivir estos mandamientos con la abstención de
todo placer sexual. Esto vale también para los novios: “los
novios
están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta
prueba
han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la
fidelidad
y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios.
Reservarán
para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a
crecer en la castidad”
(Id., 2350).
Nuestro Señor Jesucristo confirma y perfecciona la
obligación de la castidad externa e interna en el Sermón
de la Montaña (Mt. 5, 31ss.), y señala la virginidad como
superior al estado matrimonial (Mt. 19, 10-12).
La Iglesia definió como verdad de fe que la
virginidad es superior al matrimonio (Concilio de Trento; cfr. Dz.
980). Permaneciendo en el celibato, el hombre puede donar a Dios un
corazón indiviso, según el modelo de su Hijo, Jesucristo,
que le dio a su Padre el
amor exclusivo y total de su corazón. Es entonces cuando el
hombre
conquista la cumbre suprema, el vértice del testimonio
cristiano:
“Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre... la
virginidad
testimonia que el reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que
se debe preferir a cualquier otro valor” (Juan Pablo II, Enc.
Familiaris
consortio, n. 16).
MEDIOS PARA CONSERVARLA
Para conseguir ese dominio que Dios nos pide sobre las
tendencias desordenadas, hay necesidad de poner los medios: unos, los
más
importantes, sobrenaturales, y otros naturales.
A. Los medios sobrenaturales
a) Confesión y comunión frecuentes: purifican el alma y
la fortalecen contra las tentaciones al infundir o aumentar la gracia
santificante, y la castidad es “un don de Dios, una gracia” (Catecismo,
n. 2345).
La confesión frecuente es una ocasión para
vencer la soberbia, además de que otorga las gracias
sacramentales que nos ayudan en la lucha.
El contacto de nuestro cuerpo con el Santísimo
Cuerpo de Nuestro Señor, es una magnífica ayuda para
aplacar la
concupiscencia.
b) Oración frecuente: sin el auxilio divino el hombre no puede
con sus propias fuerzas resistir a los embates del demonio; “desde que
comprendí -decía el sabio Salomón- que no
podría
ser casto si Dios no me lo otorgaba, acudí a El y se lo
supliqué,
y pedí desde el fondo de mi corazón” (Sab. 8, 21).
Cristo Nuestro Señor hablando de la impureza dice:
esta casta de demonios no se lanza sino mediante la oración y el
ayuno (Mt. 17, 21); y en otro pasaje del Evangelio leemos: “velad y
orad para que no caigáis en la tentación” (Mt. 26, 41).
Lo recuerda también aquel punto de Camino: La santa
pureza la da Dios cuando se pide con humildad (n. 118); o aquel otro:
“`Domine" ¡Señor!-, `si vis, potes me mundare" -si
quieres, puedes curarme-. ¡Qué hermosa oración
para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te
acontezca lo que Dios y
tú y yo sabemos!- No tardarás en sentir la respuesta del
Maestro: `volo, mundare!" -quiero, ¡sé limpio!” (Camino,
n.
142).
c) Devoción a la Santísima Virgen, que es Madre nuestra y
modelo inmaculado de esta virtud; a Ella, Mater pulchrae
dilectiónis -la Madre del amor hermoso- hemos de acudir llenos
de confianza.
“Ama a la Señora. Y ella te obtendrá gracia
abundante para vencer en esta lucha cotidiana. -Y no servirán de
nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo
dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los
grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu
corazón.- `Serviam"!” (Camino, n. 493).
d) Mortificación, con la que procuramos avalar las peticiones
que le hacemos a Dios.
Mortificación corporal y de los sentidos. “Di a
tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo” (ibid., n. 214).
B. Los medios naturales ayudan a vivir la pureza, pues ésta
“implica un aprendizaje del dominio de sí... la
alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la
paz, o se deja dominar por ellas y se hace un desgraciado” (Catecismo,
n. 2339).
Esos medios son:
a) guarda de la vista, pues los pensamientos se nutren de lo que se ha
visto; los ojos son las ventanas del alma. Por tanto, hacia todo
aquello que es directamente excitativo del placer carnal escenas
pornográficas, desnudos eróticos, etc., existe la
obligación de retirar la vista por la ocasión
próxima voluntaria de pecado mortal.
Aquel a quien una imagen no directamente obscena por
ejemplo, contemplar una joven que va por la calle, le produce
excitación, tiene también el deber de guardar la vista,
pues en ese caso es
igualmente ocasión de pecado;
b) sobriedad en la comida y en la bebida: “La gula es la vanguardia de
la impureza” (Camino, n. 126);
c) cuidado del pudor, que puede definirse diciendo que es la
aplicación de la virtud de la prudencia a las cosas que se
refieren a la intimidad o, en otras palabras, la prudencia de la
castidad. Es el hábito que “advierte el peligro inminente,
impide exponerse a él e impone la fuga en determinadas
ocasiones. El pudor no gusta de palabras torpes y
vulgares, y detesta toda conducta inmodesta, aun la más leve;
evita
con todo cuidado la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo,
porque llena plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo
que
es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo” (PIO XII, Enc.
Sacra
Virginitas, n. 28);
d) evitar la ociosidad, llamada con justa razón la madre de
todos los vicios; siempre ha de haber algo en qué ocupar el
espíritu o ejercitar el cuerpo;
e) huir de las ocasiones: “No tengas la cobardía de ser
`valiente": ¡huye!” (Camino, n. 132);
f) dirección espiritual llena de sinceridad; siempre es
necesaria la ayuda de un prudente director de conciencia, pero m s
aún en las épocas de especial dificultad;
g) deporte, que forma virtudes especialmente aptas para resistir al
capricho;
h) modestia en el vestir, en el aseo diario, etc.
LA LUCHA CONTRA LA TENTACION
Los pensamientos involuntarios contra la pureza no son
pecado de suyo, sino tentaciones o incentivos del pecado. Proceden de
nuestras malas inclinaciones, de la sugestión del demonio, que
intenta a
toda costa alejarnos de Dios, o del ambiente que nos rodea, que
frecuentemente es un incentivo de la concupiscencia.
Enseña Santo Tomás (S. Th., I, q. 114, a. 3)
que no todas las tentaciones que vienen sobre nosotros son obra del
demonio: basta con nuestra concupiscencia, excitada por hábitos
pasados y
por imprudencias presentes, para dar razón de muchas de ellas.
Así pues, no debe sorprendernos que vengan tentaciones, pero hay
que ser fuertes para rechazarlas prontamente. Si resistimos a la
tentación, crecemos en amor a Dios y en la virtud de la
fortaleza. Si no luchamos por rechazar esos pensamientos -acudiendo a
Dios, pensando en otras cosas, etc.- sino
que nos entretenemos con ellos, son pecado mortal.
Además sabemos que la fuerza para vencerlas nos
viene de Dios, que siempre nos da su gracia.
Cuando tengamos duda de si una cosa es pecado de impureza
o no es, hay que preguntar a las personas competentes.
LAS OFENSAS A LA CASTIDAD
DEFINICIONES Y VALORACIONES MORALES
Empleando como referencia los números 2351 a 2356
del Catecismo de la Iglesia Católica, definimos a
continuación lo que se entiende por lujuria,
masturbación, fornicación, pornografía,
prostitución y violación, señalando el
porqué de su ilicitud moral.
La lujuria es un deseo o goce desordenado del placer
venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es
buscado por sí mismo, separado de las finalidades de
procreación y de unión (n. 2351).
Por masturbación se ha de entender la
excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de
obtener un placer
venéreo. Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una
tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han
afirmado
sin ninguna duda que la masturbación es un acto
intrínseca
y gravemente desordenado (n. 2352).
Una práctica deliberada de la masturbación
es indicio de falta de dominio de sí, básicamente en la
educación del amor: una vida centrada en el egoísmo no
raramente desemboca en este hábito desordenado. El remedio se
encuentra al margen de los casos patológicos en la causa que lo
origina: al ser la masturbación el replegarse sobre sí
mismo, su solución ha de buscarse en la apertura a los otros; a
Dios, al mundo y a los propios deberes.
“La fornicación es la unión carnal entre un
hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la
dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente
ordenada
al bien de los esposos, así como a la generación y
educación de los hijos.
Además, es un escándalo grave cuando hay de
por medio corrupción de menores (n. 2353).
La pornografía consiste en dar a conocer actos
sexuales reales o simulados, puesto que quedan fuera de la intimidad de
los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de
manera deliberada.
Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del
acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a
ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser
para otro objeto de placer rudimentario y de una ganancia
ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un
mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben
impedir la producción y la distribución de material
pornográfico” (n. 2354).
“La prostitución atenta contra la dignidad de la
persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer
venéreo
que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí
mismo:
quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y
mancha
su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cfr. I Cor. 6, 15 a 20).
Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la
prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión
social pueden atenuar la imputabilidad de la falta (n. 2355).
“La violación es forzar o agredir con violencia la
intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad.
La violación lesiona profundamente el derecho de
cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física o
moral.
Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para
toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo” (n. 2356).
GRAVEDAD DE LOS PECADOS CONTRA LA CASTIDAD
El principio fundamental es que el placer sexual
directamente buscado fuera del legítimo matrimonio, es siempre
pecado mortal
y no admite parvedad de materia.
No admite parvedad de materia (incluso la lujuria no
consumada interna, como p. ej., un mal pensamiento: cfr. Mt. 5, 28)
quiere decir
que, por insignificante que sea el acto desordenado, es siempre materia
grave. Sólo puede darse el pecado venial por falta de suficiente
advertencia o de pleno consentimiento.
Los textos de la Sagrada Escritura que así lo
muestran son muy numerosos:
Ex. 20, 14: “No adulterarás”;
Mt. 5, 8: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos
verán a Dios”;
I Cor. 6, 9-10: “No os engañéis: ni los fornicarios, ni
los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas...
poseerán el reino de Dios”;
Mt. 5, 28: “Todo aquel que mira a una mujer deseándola, ya
adulteró con ella en su corazón”.
Otros textos: I Tes. 4, 3; Rom. 12, 1-2; I Cor. 5, 1; 6,
20; Apoc. 21, 8.
Es muy clara la razón por la cual no existe materia
leve en las faltas de impureza: el poder de procrear es el más
sagrado de los dones físicos dados al hombre, aquel más
directamente ligado con Dios. Este carácter sagrado hace que su
transgresión tenga mayor malicia: Dios se empeña en que
su plan para la creación de nuevas vidas humanas no se degrade a
instrumento de placer y excitación perversos. La única
ocasión en la que un pecado contra la castidad puede ser pecado
venial es cuando falta plena deliberación o pleno consentimiento.
La materia nunca es necesario analizarla, porque ya hemos
dicho que es siempre grave; en cambio, lo que sí puede
cambiar son la advertencia y el consentimiento. Si se comete un acto
impuro mientras se duerme, o en un estado de semiconciencia, no puede
haber pecado mortal, porque falta la plena advertencia. Si nos asalta
un pensamiento impuro, en contra de nuestros deseos, -y por tanto
luchamos por rechazarlo- no
puede haber pecado mortal, porque falta el perfecto consentimiento. Por
el contrario, un simple pensamiento que, luego de advertido, se
mantiene
voluntariamente, es pecado mortal.
Por tanto, cada vez que se incurra en un acto o venga un
pensamiento impuro, tenemos sólo que preguntarnos: ¿lo
hice con plena advertencia? Sí o no. ¿Hubo perfecto
consentimiento? Sí o no. Si resulta afirmativo en ambos casos,
hay pecado mortal; si
se luchó eficazmente por evitar la tentación, no hay
falta grave.
SUS CAUSAS
Las causas del pecado pueden ser interiores y exteriores.
Entre las causas interiores están:
1) la falta de moderación en el comer y en el beber, y en
general toda falta de mortificación; el aburguesamiento, que
debilita la voluntad;
2) la ociosidad, que es fuente y origen de muchos vicios;
3) el orgullo, que lleva a buscar egoístamente las propias
satisfacciones;
4) la falta de oración y de trato con Dios.
Entre las causas exteriores pueden enumerarse las
siguientes: asistencia a espectáculos cine, TV, teatro obscenos
o que despiertan la concupiscencia, malas compañías,
bailes impropios, asistencia a ciertas playas o piscinas, modas,
familiaridades indebidas con personas del otro sexo, etc.
Estas causas exteriores se llaman también ocasiones
de pecado, y si habitualmente conducen a la comisión de una
falta grave, por sí mismas constituyen pecado grave. Es
obligación, como ya se ha dicho (cfr. 5.8), tener la
valentía de huir de dichas ocasiones.
Hay pues obligación grave de evitar todo aquello
que en sí mismo o por debilidad nuestra resulta directa y
gravemente provocativo: ciertos programas de TV, películas con
escenas eróticas, etc. Es necesario percatarse que los
productores de esas imágenes buscan precisamente excitar con
ellas el placer del público, como medio añadido para
aumentar sus ingresos.
Transcribimos a continuación algunos
párrafos de un moralista contem-poráneo, que pueden ser
orientativos, en
lo relativo a este precepto en relación con el noviazgo. Se
trata
del tema de los besos y abrazos:
“a) Constituyen pecado mortal cuando se intenta con ellos excitar
directamente el deleite venéreo...;
b) Pueden ser pecados mortales, con mucha facilidad, los besos
pasionales entre novios -aunque no se intente el placer deshonesto-,
sobre todo si son en la boca y se prolongan por algún tiempo;
pues es casi imposible que no representen un peligro próximo y
notable de movimientos carnales en sí mismo o en la otra
persona. Cuando menos, constituyen una
falta grandísima de caridad para con la otra persona, por el
gran
peligro de pecar a que se le expone. Es increíble que estas
cosas
puedan hacerse en nombre del amor. Hasta tal punto les ciega la
pasión, que no les deja ver que ese acto de pasión
sensual, lejos de constituir un acto verdadero y auténtico amor
-que consiste en desear o hacer el bien a quienes se quiere-,
constituye en realidad un acto de egoísmo grandísimo,
puesto que no vacila en satisfacer la propia sensualidad aun a costa de
causarle un gran daño moral al otro.
Dígase de igual manera lo mismo de los tocamientos,
miradas, etc.
c) Un beso rápido, suave y cariñoso dado a otra persona
en testimonio de afecto, con buena intención, sin
escándalo para nadie, sin peligro o muy remoto de excitar la
propia o ajena sensualidad, no puede prohibirse en nombre de la moral
cristiana.
d) Lo que acabamos de decir puede aplicarse, en la debida
proporción, a los abrazos y otras manifestaciones de afecto (A.
Royo Marín, Teología Moral para Seglares, p. 458). V‚ase
lo que añade el P. Prümmer al respecto: Oscula vero
indecentia, que scil. fiunt in partes minus honestas aut inhonestas,
aut cum insertione linguae in os
alterius (osculum columbinum), sunt ordinarie graviter illicita propter
periculum illicitae delectationes venereae (Manual Theologiae Moralis,
II,
p. 535).
SUS CONSECUENCIAS
Las consecuencias que se derivan de no vivir la virtud de
la pureza son muchas: nosotros, siguiendo a Santo Tomás (S. Th.,
II-II, q. 153, a. 5), enumeraremos algunas:
1) Enemistad con Dios y, consecuentemente, peligro serio para la
salvación del alma. Por eso señala San Alfonso
María de Ligorio que “la impureza es la puerta más ancha
del infierno. De cien condenados adultos, noventa y nueve caen en
él por este vicio, o al menos con él”.
Bien manifiestas son las obras de la carne, las cuales son
fornicación, impureza, lascivia..., de las cuales os prevengo,
como ya os tengo dicho, que los que tales cosas hacen no conseguir n el
reino de Dios (Gal. 5, 19ss.).
2) Ciega y entorpece el entendimiento para lo espiritual porque, como
señala San Pablo, el hombre animal no puede percibir las cosas
que son del Espíritu de Dios (I Cor. 2, 14).
“La lujuria -enseña santo Tomás de Aquino-
nos impide pensar en lo eterno; torna pesada la piedad y la lleva al
hastío de Dios: quien no reprime los placeres carnales no se
preocupa por adquirir los espirituales, sino que siente fastidio por
ellos” (S. Th., II-II,
q. 153, a. 5, c.).
3) Produce un tedio profundo por la vida, al ver que los deleites
en los que se cifró la felicidad acaban por defraudar y torturan.
4) Arrastra a toda clase de pecados y desgracias, ya que el lujurioso
todo lo sacrifica a la pasión, incluso al grado de arruinar la
familia y poner en peligro la estabilidad de los hijos.
5) Ocasiona desgaste mental y físico, pudiendo acarrear graves y
vergonzosas enfermedades.
6) Produce una falta de carácter y personalidad, intranquilidad
y falta de alegría.
“...precisamente entre los castos se cuentan los hombres m
s íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos
dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que
son características de poca virilidad” (Camino, n. 124).
Por el contrario, la pureza nos lleva a un amor de Dios
cada vez más profundo, humanamente templa el carácter, y
hace crecer la reciedumbre, la paz interior y la alegría
sobrenatural.
ALGO MAS SOBRE EL NOVENO MANDAMIENTO
El noveno mandamiento ordena vivir la pureza en el
interior del corazón, y prohíbe todo pecado interno
contra esta virtud: pensamientos y deseos impuros. El enunciado del
Decálogo (cfr.
Ex. 20, 17) lo prescribe diciendo: “no desearás la mujer de tu
prójimo”.
La pureza interior que se nos manda con este precepto va
más allá de lo puramente sexual, ya que prescribe
también el orden en los afectos del corazón, y puede
faltarse a este mandamiento si no se tiene el cuidado de evitar
apegamientos a cosas o personas enamoramientos que no resultan
conformes a la recta razón.
Es importante considerar que el amor verdadero viene con
el sacrificio y la entrega, después de mucho tiempo de haberse
probado, y es el que busca el bien de la persona amada.
El amor repentino -los enamoramientos juveniles- no son
de ordinario sino amores egoístas: se quiere a una persona, es
verdad, pero sólo por los beneficios -reales o imaginativos- que
se piensa se recibirán de ella: presencia agradable,
comprensión, sentirse amado, compañía y consuelo,
etc.
Se precisa, por tanto, una educación de la
afectividad, que lleve a una verdadera madurez en los afectos, y que se
base en:
1) poner sobre todo el amor en Dios y en las cosas que a El se refieren,
2) ejercitarnos en la humildad, buscando no lo que halaga a la vanidad
sino lo que resulta provechoso en servicio de los demás,
empezando por la propia familia,
3) buscar la ayuda de la dirección espiritual, siendo muy
sinceros al manifestar la presencia de afectos desordenados.
Citamos a continuación las ideas que un moralista
contemporáneo expresa sobre la forma en que se concreta el
noveno mandamiento:
“No te enamorarás de quien no debes”.
“No te enamorarás de tal modo y con tal falta de control, que
ese amor te lleve a ofender a Dios, porque te obceque y te impida
reaccionar como cristiano (como cristiana)”.
“No te enamorarás de ningún hombre (de ninguna mujer) si
el Señor te ha pedido el corazón entero”.
“No te enamorarás de quien todavía es joven o tiene
más belleza, cuando quien Dios ha puesto a tu lado en el
matrimonio
ha dejado atrás la lozanía de la mocedad o se ha
marchitado”.
“No te enamorarás sólo de la apariencia, porque el hombre
(o la mujer) no son sólo cuerpo”.
“No te enamorarás de los frutos de tu fantasía”.
“No te enamorarás del protagonista de la última
película que has visto, de la última novela que has
leído, del último serial radiofónico que has
escuchado”.
“No te enamorarás de la primera persona que te trate con
educación, comprensión y delicadeza”.
“No coquetearás con los maridos de tus amigas (no serás
un dechado de galantería con las amigas de tu mujer, y un erizo
con ella)”.
“Probarás la calidad de tu amor con la piedra de toque del
sacrificio; no olvidar s que el amor está en dar y no en
recibir”.
“Por último, tendrás siempre presente que el
cariño bueno ensancha el corazón, acerca a Dios, se
extiende a todos; si algún cariño no hace eso, es malo”
(Soria, J.L, El noveno mandamiento, MiNos, Máxico).
ALGUNAS CUESTIONES CONCRETAS
Entre los documentos recientes del Magisterio de la
Iglesia sobre la persona humana y la sexualidad, destaca la
Declaración
de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre
algunos
aspectos de Etica Sexual (llamada también Declaración
Persona
Humana), del 29 de diciembre de 1975. En ella no se pretende tratar de
forma integral el extenso tema de la ética sexual, aunque
sí
recuerda sus principios fundamentales y habla de algunas cuestiones
más
controvertidas hoy en día. A continuación trataremos
algunas
de ellas.
RELACIONES PREMATRIMONIALES
Un principio base de la ética es que el uso de la
función sexual logra su verdadero sentido y su rectitud moral
sólo en el matrimonio legítimo. Esto basta para dejar
clara la inmoralidad de las relaciones sexuales fuera del matrimonio,
es decir, son siempre grave pecado mortal, inexcusable bajo ninguna
circunstancia.
Sin embargo, no faltan hoy en día quienes
consideran que es distinto el caso de las relaciones sexuales entre
quienes piensan seriamente unirse luego para toda la vida en matrimonio.
Las razones que se dan para justificar ese comportamiento
pueden ser diversas: obstáculos insuperables para el matrimonio
a largo o corto plazo, necesidad de conservar el amor, deseo de
conocerse
mejor, también en el aspecto físico, etc.
La Iglesia nos hace ver que esa opinión se opone
a la doctrina cristiana que mantiene en el cuadro del matrimonio todo
acto genital humano.
“La unión carnal no puede ser legítima sino
cuando se ha establecido una definitiva comunidad de vida entre un
hombre y una mujer... Las relaciones sexuales prematrimoniales excluyen
las más de las veces la prole, y lo que se presenta como un amor
conyugal no podrá desplegarse, como debería
indefectiblemente, en un amor maternal y paternal o, si eventualmente
se despliega, lo hará con detrimento de los hijos, que se
verán privados de la convivencia estable en la que puedan
desarrollarse como conviene y encontrar el camino y los medios
necesarios para integrarse en la sociedad” (cfr. n. 7 de la citada
Declaración de la Santa Sede).
Además, son múltiples y de sentido
común las razones humanas que desaconsejan este modo de actuar.
Piénsese, por ejemplo, en el alto porcentaje de madres solteras
en los países subdesarrollados, en los abortos provocados que se
siguen de este tipo
de relaciones, en la dificultad de la mujer para lograr un buen
matrimonio luego de perdida la integridad, etc.
HOMOSEXUALIDAD
También este punto de la Declaración recoge
algunos de los argumentos más o menos difundidos que,
amparándose en observaciones psicológicas sobre todo,
intentan excusar las relaciones entre personas del mismo sexo.
Distingue el documento citado entre la homosexualidad que
proviene de una educación falsa, de la falta de una normal
evolución sexual, de un hábito contraído, de malos
ejemplos, etc.,
que es una homosexualidad transitoria y no incurable, y la
homosexualidad
que se tiene por una especie de instinto innato o constitución
patológica, que ordinariamente se tiene por incurable.
La Declaración se refiere casi exclusivamente a
estos casos de homosexualidad innata, generalmente muy raros; y al
negar su
justificación moral rechaza, con mayor razón, la
homosexualidad
adquirida.
“Indudablemente esas personas homosexuales deben ser
acogidas en la acción pastoral con comprensión, y deben
ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y
su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser
juzgada con prudencia.
Pero no se puede emplear ningún método pastoral que
reconozca
una justificación moral a estos actos, por considerarlos
conformes
a la condición de esas personas. Según el orden moral
objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla
esencial e indispensable” (n. 8).
Por lo anterior, estos tipos de relaciones son siempre
pecado grave.
No obstante la claridad de esta enseñanza, en los
últimos años se han acrecentado las tentativas de
justificación de la homosexualidad. Por esta razón, la
S.C. para la Doctrina de la Fe ha visto conveniente enviar a los
obispos con fecha 1-X-1986 una Carta sobre los cuidados pastorales de
las personas homosexuales, recordando la doctrina de la
Declaración de 1975.
Entre otros aspectos, se manifiesta en la carta la
preocupación por ayudar espiritualmente a esas personas, pero
recordando que quienes se comportan homosexualmente actúan
inmoralmente y, por tanto, nunca se pueden legitimar sus actos: su
esfuerzo, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, les permitir
evitar la actividad homosexual (...) Las personas homosexuales
están llamadas, como los otros cristianos, a vivir la castidad
(n. 11).
Por otra parte, la idea de la inevitabilidad de la
condición homosexual aparece hoy en día como carente de
fundamento. Al contrario, van surgiendo nuevas e interesantes
perspectivas sobre la posibilidad
de una completa curación. En el caso de los católicos,
además, el recurso a los sacramentos, especialmente la
Confesión, ofrece una ayuda especial (cfr. p. ej., el libro
publicado por Gerard J. M. van der Aardweg, uno de los más
calificados expertos de la materia a nivel científico: On the
origins and treatment of homosexuality: a
psichoanalytic reinterpretation, New York, 1986).
ANTICONCEPCION
Por ser un pecado que atenta tanto contra el 6o. como
contra el 5o. mandamientos -se opone al fin natural del matrimonio y es
atentatorio a la trasmisión de la vida- se incluyó en el
capítulo precedente: ver inciso 11.2.1.D.
LA EDUCACION SEXUAL
NECESIDAD DE IMPARTIR LA EDUCACION SEXUAL
El materialismo práctico de la sociedad moderna
defiende una especie de culto al sexo, que incita a los jóvenes
a `realizarse", dando rienda suelta al instinto sexual en
manifestaciones individuales
o con pareja, reduciendo la sexualidad -que es donación,
apertura
a la vida- a la esfera del placer egoísta.
Esta degradación radical de algo
sagrado -pues la sexualidad es participación del poder creador
de Dios- ha sido
tema constante en la enseñanza de S.S. Juan Pablo II, al indicar
que la cultura moderna banaliza en gran parte la sexualidad humana,
porque
la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida,
relacionándola
únicamente con el cuerpo y el placer egoísta (Exh. Ap.
Familiaris
consortio, n. 37).
Dicha forma de entender el sexo la difunden con frecuencia
medios de comunicación, profesores, intelectuales, etc., que
usan un lenguaje destinado única-mente a estimular el instinto,
innovando manifestaciones sexuales desconectadas con el sentimiento y
el espíritu, con el don de sí, con la apertura a los
otros, a la vida y a Dios.
Por eso es preciso oponer a esa acción
-verdaderamente deformadora y corruptora del hombre en su totalidad-
una verdadera educación centrada en el concepto cristiano de la
sexualidad.
DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Las ideas que vamos a exponer son las que repetidamente
ha puesto de manifiesto el Magisterio de la Iglesia, principalmente en
el Concilio Vaticano II (Declaración Gravissimum educationis y
la
Const. Ap. Gaudium et spes), la Declaración Persona Humana
(29-XII-1975), la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II
Familiaris consortio (22-XI-1981) y el reciente documento de la Sagrada
Congregación para la Educación Católica
Orientaciones educativas sobre el amor humano (1-XI-1983).
FORMA EN LA QUE SE HA DE IMPARTIR
Todo lo que sea necesario para que el niño o el
joven se den cuenta del valor y del objeto preciso de la sexualidad
humana,
desde el mismo inicio del uso de razón, ha de ser tema de
iniciación o revelación, pero con las siguientes
salvedades:
1) Ha de ser paulatina, de forma que, por una parte, d‚ elementos
suficientes para que el niño o el joven puedan precaverse contra
los asaltos de la sexualidad, en función de su edad y de las
circunstancias concretas que lo rodean y, por otra, no multiplique ni
agrave estos asaltos a consecuencia de un conocimiento prematuro que
lleve la natural curiosidad más allá de lo conveniente;
dice al respecto un autor espiritual que esa educación ha de
darse a los hijos “de un modo gradual, acomodándose a su
mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose
ligeramente a su natural curiosidad” (Conversaciones con Mons.
Escrivá de Balaguer, n. 100).
2) Ha de ser explicada de modo recto y sobrenatural, evitando rodear de
malicia esta materia, haciendo ver que forma parte del plan providente
de Dios y, por tanto, no sólo es en sí misma buena y
noble, sino que tiene una dignidad altísima pues hace a los
padres partícipes del poder creador de Dios.
3) Ha de ser explicada por los padres, adelantándose al posible
peligro que supone recibir deformados estos conceptos, a través
de personas perversas o corrompidas (cfr. S.C. para la Educ.
Católica: Orientaciones..., n. 107; Exh. Ap. Familiaris
consortio, n. 37).
S.S. el Papa Pío XII hace esta explícita
recomendación a los padres de familia:
“Las revelaciones sobre las misteriosas y admirables leyes de la vida,
recibidas oportunamente de vuestros labios de padres cristianos, con la
debida proporción y con todas las cautelas obligadas,
serán escuchadas con una reverencia mezclada de gratitud e
iluminarán sus almas con mucho menor peligro que si las
aprendiesen al azar, en turbias reuniones, en conversaciones
clandestinas, en la escuela de compañeros poco de fiar y ya
demasiado versados, o por medio de ocultas lecturas... Vuestras
palabras, si son ponderadas y discretas, podrán convertirse en
salvaguardia y aviso frente a las tentaciones...” (Discurso, 26-X-1941,
n. 10).
Son momentos oportunos para conversar sobre el tema y
educar gradual y personalmente a cada hijo, por ejemplo, el desarrollo
del niño en el seno de la madre, la llegada de un nuevo hijo, la
maduración del sexo en la pubertad, la atracción de los
adolescentes hacia
amigos y conocidos de distinto sexo, el noviazgo de algún
hermano,
la boda de amigos o familiares, etc.
Estas condiciones las recordó recientemente el
Episcopado Latinoamericano diciendo que “la educación sexual
debe ser oportuna”, de modo que lleve a “descubrir la belleza del amor
y el valor humano del sexo” (Documento de Puebla, n. 606).
4) Ha de dirigirse no sólo a educar la mente sino también
a educar la voluntad, de modo que el joven consiga la firmeza de
carácter y el dominio sobre las inclinaciones desordenadas de la
concupiscencia.
LA INFORMACION SEXUAL INDISCRIMINADA
Ciertas corrientes pedagógicas propugnadoras de una
irrestricta educación sexual, achacan a la Iglesia el supuesto
error de mantener a la niñez y a la juventud en una ignorancia
del problema sexual. La Iglesia no prohíbe la formación
-tomando las cautelas ya indicadas-, y señala la falsía
de la información sexual impartida indiscriminadamente, sin
consideraciones de edad.
“La Iglesia se opone firmemente a un sistema de
información sexual separado de los principios morales y tan
frecuentemente difundido, el cual no sería más que una
introducción a la experiencia del placer y un estímulo
que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los
años de la inocencia” (Juan Pablo II, Exh. Ap. Familiaris
consortio, n. 37).
Por lo anterior, al educador que vaya a actuar de acuerdo
con la familia en la educación sexual de los hijos se le debe
pedir, además de recto juicio, principios morales cristianos,
sentido de responsabilidad, competencia profesional y maduración
afectiva.
Se puede afirmar sin temor a equivocarnos, que las escuelas estatales y
no pocas privadas, son incapaces de dar una educación sexual que
tenga los requisitos indispensables para no perjudicar a los alumnos en
su desarrollo psico-físico. Los padres, por tanto,
deberán
actuar en consecuencia.
UN CASO ESPECIAL: LA TELEVISION
Una responsabilidad igual tienen los padres respecto al
contenido de los programas de televisión. Está demostrada
la gran influencia (“arrolladora” dice el Papa Juan Pablo II) y el
poder
de sugestión que la TV tiene sobre los telespectadores,
especialmente
si son menores. Poder que afecta a todos los campos pero especialmente
al afectivo, con la consiguiente deformación si el tema del amor
es tratado de manera simplemente materialista.
La experiencia de cada día puede aportar datos de
las muchas ocasiones que, actualmente, se dan en los programas de
televisión de tratar asuntos de sexualidad de forma soez e
inmoral.
Aunque no excluye en este campo la responsabilidad
pública y de los mismos profesionales que no respetan la
intimidad del hogar,
serán los padres quienes deberán defender la salud moral
(y mental) de sus hijos por todos los medios posibles.
Está en primer lugar la protesta ante quien
corresponda, por toda programación que se juzgue inadecuada. Hay
cauces establecidos para ello y podrían abrirse otros nuevos que
hicieran más eficaz el control sobre el contenido de lo que se
da por la pequeña pantalla, especialmente en horarios con mayor
audiencia juvenil e infantil.
También es preciso que los padres preparen a sus
hijos para saber usar moderadamente la televisión. Es
conveniente
que se acostumbren a dedicar su tiempo libre a otros entretenimientos
fuera
de la televisión que siempre resultan más formativos
(deportes, aficiones, lecturas, etc.).
Si en una familia se establece el hábito de ver
sólo aquellos espacios televisivos que se han previamente
seleccionado por
su calidad, resultar fácil que los hijos incorporen esa norma a
su futura conducta.