SANTUARIO DEL MONTE
GARGANO
A mediados del
siglo VIII, vivía en la ciudad de Siponto (Italia) un hombre
rico de nombre Gárgano, propietario de gran número de
ovejas y ganado. Un día, mientras los animales pastaban en las
laderas del monte, un toro se alejó de la manada y no
retornó en la tarde con los demás. Gárgano
juntó a varios empleados y fueron todos en su busca. Lo
encontraron sobre la cima del monte, inmóvil, frente a la
abertura de una
gruta. Lleno de ira, al ver al toro que se había escapado,
tomó el arco y le lanzó una flecha envenenada. Pero la
flecha, invirtiendo su dirección como rechazada por el viento,
se volvió hacia atrás y se le clavó en el pie. Los
habitantes del lugar quedaron turbados por aquel hecho tan
insólito y acudieron al obispo a ver qué podían
hacer. El obispo mandó tres días de ayuno para pedir
discernimiento divino. A los tres días, se le apareció el
arcángel san Miguel y le dijo: Has de saber que el hecho de que
la flecha golpeara al mismo que la lanzó, ha sido realizado por
mi voluntad. Yo soy el arcángel san Miguel, que estoy siempre en
la presencia del Señor. Y he decidido guardar este lugar y a sus
habitantes, de los cuales soy patrono y guardián. A partir de
esta visión, los habitantes fueron al monte a orar a Dios y al
santo arcángel.
Otra segunda aparición ocurrió durante la
guerra de los napolitanos contra los habitantes de Benevento y Siponto
(donde está el monte Gárgano). Estos últimos
pidieron una tregua de tres días para orar, ayunar y pedir la
ayuda de san Miguel. La noche anterior a la batalla, san Miguel se
apareció al obispo y le dijo que las oraciones habían
sido escuchadas y que los ayudaría en la pelea. Así fue,
ganaron la batalla y, después, fueron a la capilla de san Miguel
en agradecimiento. Allí encontraron huellas de hombre impresas
fuertemente en la piedra junto a una pequeña puerta. Así
comprendieron que san Miguel había querido dejar una
señal de su presencia.
El tercer episodio sucedió cuando los sipontinos
quisieron consagrar la iglesita del monte Gárgano. Hicieron tres
días de ayuno y oración. La última noche se
apareció san Miguel al obispo de Siponto y le dijo: No
corresponde a vosotros consagrar esta iglesia que yo he edificado y
consagrado. Vosotros debéis entrar y frecuentar este lugar para
orar. Mañana, durante la celebración de la misa, el
pueblo comulgará como de costumbre y yo mismo mostraré
cómo he consagrado este lugar. Al día siguiente, vieron
en la iglesia construida en una gruta natural, una gran abertura con
una larga galería que llevaba hasta la puerta septentrional,
donde estaban las huellas humanas grabadas en piedra. Y, entonces,
apareció una iglesia más grande. Para entrar a ella
había que subir unas graditas, pero en su interior cabían
unas 500 personas. Esta iglesia era irregular, las paredes eran
desiguales, y la altura también. Había un altar y de una
roca caía en el templo agua, gota a gota, dulce y cristalina,
que actualmente se recoge con un vaso de cristal y sirve para curar
enfermedades. Muchos enfermos se han curado con esta agua milagrosa,
sobre todo, el día de la fiesta de san Miguel, en que viene
mucha gente de
regiones vecinas.
La tradición coloca estas tres apariciones en los
años 490, 492 y 493. Algunos autores las colocan distantes en el
tiempo una de otra. La primera hacia el 490, la segunda alrededor del
570 y la tercera, cuando ya el santuario era un centro reconocido de
peregrinación, varios años más tarde.
Y hay una cuarta aparición en el año 1656,
cuando en la zona dominaban los españoles y había una
terrible epidemia de peste. El obispo de Manfredonia, la antigua
Siponto, ordenó tres días de ayuno e invitó a
todos a rezar a san Miguel. El 22 de septiembre de ese año, san
Miguel se apareció al obispo y le dijo que donde hubiera alguna
piedra del santuario con una cruz y el nombre de san Miguel, se
librarían de la
peste. El obispo comenzó a distribuir piedras benditas y todos
los que las recibieron quedaron libres del contagio. Actualmente, en la
plaza de la Città di Monte Sant´Angelo hay una estatua con
la inscripción latina: Al príncipe de los ángeles,
vencedor de la peste.
Es digno de mención que, en el año 1022, el
emperador alemán Enrique II que, después de su muerte fue
proclamado santo, se pasó toda una noche en la capilla de san
Miguel del Gárgano en oración y tuvo la visión de
muchísimos ángeles que acompañaban a san Miguel a
celebrar el oficio divino. San Miguel les dio a todos a besar el libro
del santo Evangelio. Por eso, hay una tradición que dice que la
capilla de san Miguel es durante el día para los hombres y en la
noche para los ángeles. En el santuario hay una gran imagen de
mármol de san Miguel, del año 1507, obra del artista
Andrea Cantucci. Este santuario del Gárgano es el más
famoso de todos los dedicados a san Miguel.
En tiempos de las Cruzadas, antes de partir a Tierra Santa,
muchos soldados y autoridades iban a pedir la protección de san
Miguel. Muchos reyes, Papas y santos, también visitaron esta
basílica llamada celeste por haber sido consagrada por el mismo
San Miguel y, porque en las noches los ángeles celebraban
allí su culto de adoración a Dios. Entre los reyes
figuraban: Enrique II, Otón I y Otón II de Alemania;
Federico de Suecia y Carlos d´Anjou; Alfonso de Aragón y
Fernando el Católico de España; Segismundo de Polonia;
Fernando I, Fernando II, Victor Manuel III, Humberto de Saboya y otros
jefes de gobierno y ministros de Estado de Italia.
Entre los Papas, encontramos a Gelasio I, León IX,
Urbano II, Celestino V, Alejandro III, Gregorio X, Juan XXIII, cuando
era cardenal, y Juan Pablo II. Entre los santos, están san
Anselmo, san Bernardo de Claraval, santa Matilde, santa Brígida,
san Francisco de Asís, san Alfonso María de Ligorio y el
santo padre Pío de Pietrelcina. Y, por supuesto, miles y miles
de peregrinos que todos los años visitan la basílica
celeste. La actual basílica gótica se comenzó a
construir el año 1274.