Toribio Alfonso nació en
Mayorga de Campos (León), en el seno de una familia de hidalgos.
Estudió Artes y Derecho en Valladolid, de ahí a
Salamanca. En 1568, se fue a vivir a Coimbra con un tío
canónigo, y después regresó a Salamanca.
Peregrinó a pie a Santiago de Compostela. Consiguió una
beca de colegial en San Salvador de Oviedo y allí estuvo, simple
tonsurado. En 1574, a sus 36 años, el rey le nombró
Inquisidor mayor de Granada, donde fue tenido como un padre y
consejero, durante cinco años. No le importó que los
rigoristas le llamasen encubridor. En 1577, le nombraron presidente del
Santo Oficio.
Pizarro hacía
poco que había conquistado el Perú, y Felipe II
decidió nombrar un obispo para aquella tierras y pensó en
Toribio, pues su prestigio llegó a tanto que, todavía
seglar, fue considerado como la persona más apta para ser
arzobispo de Lima. Durante un trimestre, vencidas las dudas,
aceptó el sacerdocio como una misión (1578). Fue
recibiendo, una a una, las ordenes menores y el subdiaconado. En 1579,
le llegó el nombramiento consistorial. Fue ordenado
diácono y sacerdote. Visitó su pueblo natal. En 1580, fue
consagrado obispo en Sevilla; y marchó a Perú. Lima
tenía jurisdicción en los países que se
extendían entre Panamá y Río de la Plata. Su
diócesis ocupaba 520 kms. en la costa del Pacífico. A su
gobierno fue asociada una provincia eclesiástica que, desde
Nicaragua, llegaba hasta Paraguay.
Desde 1581,
será, como arzobispo de Lima, el organizador de la Iglesia en
América, y fiel ejecutor de las decisiones del concilio de
Trento. Recorrió 40.000 kms. a pie o en cabalgadura;
administraba por su propia mano miles de bautismos y confirmaciones,
aprendió varias lenguas indígenas. Celebró 10
concilios diocesanos y tres provinciales; con una legislación
adaptada que unida a la de Méjico, creó la base
disciplinar eclesiástica de América hispana en el III
Concilio provincial de Lima en el que se instaba a los párrocos
a “ser pastores y no matarifes” y cuidaran de forma especial, amorosa y
cristiana a los indios. Apoyó a sus misioneros,
promocionó a sus diocesanos, sin discriminación alguna y
los forma solidamente en espíritu y ciencia. Publicó un
catecismo en castellano, quechua y aimará, y en dos niveles
(mayor y menor). Serviría durante siglos para la catequesis
parroquial.
Fundó numerosas
iglesias, hospitales, seminarios, pero nunca consintió que su
propio nombre fuera recordado en ninguna de sus fundaciones.
Realizó tres visitas apostólicas a su diócesis, la
primera duró 7 años, en la segunda, empleó cuatro
y en la tercera fue más corta. Aprendió varios idiomas
nativos con tal de hablarles a los indios en su lengua respectiva.
Durante el IV concilio provincial (1591-1593) fundó el seminario
diocesano, que fue el primero de toda América. Había
dicho: “El tiempo no es nuestro. Tendremos que dar cuenta de
él”. Murió en pleno trabajo en la comunidad
indígena de Santiago de Miraflores, en el valle de Pascamayo,
cerca del río Saña, cuando realizaba su tercera visita
diocesana, a pesar de las denuncias que recibió por no estar
mucho tiempo en su sede.
Apóstol del Perú. Fue beatificado en 1679 por Inocencio
XI y canonizado en 1726 por Benedicto XIII. En 1983 Juan Pablo II lo
proclamó Patrono del Episcopado latinoamericano. Patrón
de Perú y de Lima.