SANTOS LUIS MARTÌN Y CELIA GUERIN
Siglo XIX d.C.
12 de julio
Luis Martin (1823-1894) y Celia Guérin (1831-1877)
Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823. Era el segundo
de los cinco hijos del matrimonio Pierre-François Martin, capitán
del ejército francés, y Marie Anne Fanny Boureau, cristianos
de fe viva. La primera formación de Luis estuvo vinculada a la vida
militar y se benefició de las facilidades que tenían los hijos
de los militares.
Al jubilarse su padre, la familia se trasladó a Alençon (1831)
y Luis estudió con los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la ciudad.
Tanto en la familia como en el colegio recibió una sólida formación
religiosa.
Terminados los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino
que quiso aprender el oficio de relojero, primero en Bretaña, luego
en Rennes, Estrasburgo, en el Gran San Bernardo (Alpes suizos) y por último
en París.
A los veintidós años sintió el deseo de consagrarse
a Dios en la vida religiosa. Para ello, se dirigió al monasterio del
Gran San Bernardo, con intención de ingresar en esta Orden, pero no
fue admitido porque no sabía latín. Con gran valor se dedicó
a estudiarlo durante más de un año, con clases particulares;
pero, finalmente, renunció a ese proyecto. No se sabe mucho de este
período: sólo que su madre en una carta le exhortaba a "ser
siempre humilde", y que mostró su valentía y sangre fría
salvando de morir ahogado al hijo del amigo de su padre, con el que residía.
En Alençon puso una relojería. Sus padres, tras la muerte de
los otros hijos, vivieron siempre con él, incluso después de
su matrimonio con Celia Guérin.
Hábil en su oficio, tenía amigos y conocidos con los que le
gustaba pescar y jugar al billar, y era apreciado por sus cualidades poco
comunes y por su distinción natural, que explica por qué le
presentaron un proyecto de matrimonio con una joven de la alta sociedad,
al que se negó.
En 1871 vendió el edificio a un sobrino. El amor al silencio y al
retiro lo llevó a comprar una pequeña propiedad con una torre
y un jardín. Allí instaló una estatua de la Virgen,
que le había regalado la señora Beaudouin; trasladada más
tarde a Buissonnets, esta imagen fue conocida en todo el mundo como la Virgen
de la Sonrisa.
Celia Guérin nació en Gandelain, departamento de Orne (Normandía),
el 23 de diciembre de 1831. Era hija de Isidoro Guérin, un militar
que a los 39 años decidió casarse con Louise-Jeanne Macè,
dieciséis años más joven que él. De esta unión
nacieron también Marie Louise, la primogénita (fue monja visitandina),
e Isidore, el más pequeño. Para los padres de Celia la vida
había sido dura, lo que repercutía en su manera de ser: eran
rudos, autoritarios y exigentes, si bien tenían una fe firme. Celia,
inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en una de sus cartas que
su infancia y juventud fueron tristes "como un sudario". A pesar de ello,
cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el deseo de ir a habitar
con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió
en 1868. Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma
gemela y una segunda madre.
Cuando se jubiló su padre, la familia se estableció en Alençon
en 1844. La señora Guérin abrió un café y una
sala de billar, pero su carácter intransigente no favoreció
el desarrollo del negocio. La familia salía adelante con dificultad,
gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre.
En pocos años, la situación financiera se hizo muy precaria
y no mejoró hasta que las hijas contribuyeron con su trabajo a cuadrar
el balance familiar. Esta situación económica influyó
en los estudios de las hijas: Celia entró en el internado de las religiosas
de la Adoración perpetua; aprendió los primeros rudimentos
del punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época;
luego, para perfeccionarse, se inscribió en la "Ecole dentellière".
Mientras tanto, la hermana mayor se dedicó al bordado, con su madre.
No tenemos documentación de este período, pero Celia conservaba
un excelente recuerdo de este tiempo.
Se dedicó a la confección de dicho encaje. Deseó formar
parte de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la
admitieron. Pidió luz al Señor para conocer su voluntad y el
8 de diciembre de 1851, después de una novena a la Inmaculada Concepción,
escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de Alençon".
Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de 1853
era conocida como fabricante del punto de Alençon. En 1858 la casa
para la que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación
de este encaje y Celia una mención de alabanza. Poco después,
su hermana entró en el monasterio de la Visitación y tomó
el nombre de María Dositea.
Un día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, semblante
reservado y dignos modales, se sintió fuertemente impresionada y oyó
interiormente que ese era el hombre elegido para ella. En poco tiempo los
dos jóvenes llegaron a apreciarse y amarse, y el entendimiento fue
tan rápido que contrajeron matrimonio el 13 de julio de 1858, tres
meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida matrimonial
ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión
frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión
nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre
las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las
misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres:
educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. A
los 45 años, Celia recibió la noticia de que tenía un
tumor en el pecho y pidió a su cuñada que, cuando ella muriera,
ayudara a su marido en la educación de los más pequeños:
vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte,
en agosto de 1877.
Luis se encontró solo para sacar adelante a su familia: La hija mayor
tenía 17 años y la más pequeña, Teresa, cuatro
y medio. Se trasladó a Lisieux, donde residía el hermano de
Celia; de este modo la tía Celina pudo cuidar de las hijas. Entre
1882 y 1887 Luis acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El
sacrificio mayor fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo
a los 15 años. Luis tenía una enfermedad que lo fue invalidando
hasta llegar a la pérdida de sus facultades mentales. Fue internado
en el sanatorio de Caen, y murió en julio de 1894.
No estamos habituados a pensar en la santidad de un matrimonio, porque nuestra
experiencia nos lleva a unir la santidad a un individuo. Juan Pablo II se
atrevió a ir más allá de los esquemas, beatificando
a Luis y María Beltrame Quattrocchi. Ahora, el Papa Benedicto XVI
ha decidido añadir a ellos a los cónyuges Martin, a fin de
mostrar a los padres y madres de familia de todo el mundo la grandeza de
la vocación a la vida conyugal. Así se concreta la invitación
de Juan Pablo II: "Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción
este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad
eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección" (Novo
millennio ineunte, 31) y del concilio Vaticano II: "Todos los fieles, de
cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud
de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen gentium,
40).
¿Qué es lo que fascina de los esposos Martin? ¿Qué
mensaje deja esta familia a la Iglesia y a la sociedad? Sin duda fascina
la valentía de esta familia que, después de diecinueve años
de matrimonio, ante la crisis económica que afligía a Francia,
queriendo garantizar bienestar y futuro a sus hijos, halló la fuerza
de dejar Alençon y trasladarse a Lisieux, como tantos hombres y mujeres
de nuestro tiempo, "emigrantes" en busca de lo que pudiera hacer más
bella la vida y concreta la esperanza. Hay una belleza que emana de su trabajo
artesanal emprendedor: Luis Martín, como relojero y joyero; y Celia
Guérin, como pequeña empresaria de una taller de bordado. Junto
con sus cinco hijas, emplearon tiempo y dinero en ayudar a quienes tenían
necesidad. Su casa no fue una isla feliz en medio de la miseria, sino un
espacio de acogida, comenzando por sus obreros. El matrimonio Martin nos
recuerda que existe una ética que debe imbuir la vida de los empresarios,
poniendo en el centro el valor de la persona humana (cf. Populorum progressio,
42-44). Anima su testimonio cristiano de laicos, vivido dentro y fuera de
las paredes del hogar, a través de la belleza de su vida, la fascinación
de los sentimientos, la transparencia del amor, sabiendo dedicarse tiempo,
porque "el amor no es un trabajo para hacer de prisa" (M. Noëlle). El
compromiso eclesial de los esposos Martin recuerda que "la futura evangelización
depende, en gran parte, de la iglesia doméstica" (Familiaris consortio,
52), y tiene el sabor de la ternura.