SANTOS FRUCTUOSO,
AUGURIO Y EULOGIO
20 de enero
259 d.C.
Fructuoso era natural de Tarragona, y durante una peste se
dedicó a ayudar a los enfermos, tanto celo puso que lo eligieron
obispo de Tarragona, y los otros dos sus diáconos.
Mártires en Tarragona, bajo Galieno y Valeriano, la orden la
impartió el prefecto Emiliano. El
Martiriologio dice: “…que después de una admirable
confesión de fe ante el procurador Emiliano, fueron conducidos a
la cárcel y después al anfiteatro, donde el obispo, con
voz clara ante los fieles le acompañaban oró por la
Iglesia católica extendida pacíficamente de Oriente a
Occidente”.
En 257 aparecía
un edicto por el cual los jefes de las iglesias se veían
obligados a ofrecer sacrificios a las divinidades del Imperio. En los
primeros días del año siguiente, la policía
imperial arrestaba a Fructuoso en Tarragona y le encerraba en la
cárcel con dos de sus diáconos, Eulogio y Augurio. Toda
la "fraternidad" de los cristianos pasó por la prisión,
presentándole sus donativos y rogándole que les tuviese
presentes en su confesión. El obispo seguía predicando y
catequizando, y, aunque encadenado, tuvo la alegría de bautizar
a algunos catecúmenos, entre ellos a Rogaciano. Siete
días más tarde, los tres detenidos comparecían
ante el tribunal.
San Fructuoso, obispo
-Introducid al obispo Fructuoso y a sus diáconos- ordenó
el gobernador Emiliano. -Aquí están- respondieron los
oficiales. Y comenzó el interrogatorio. -¿Conoces las
órdenes del emperador?- preguntó Emiliano. -No las
conozco, pero soy cristiano- respondió el obispo. -Pues exigen
que adores a los dioses. Yo adoro a un solo Dios, que ha hecho el
cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos. -¿No sabes que
hay dioses? -No sé nada de eso. -Pues lo aprenderás.
Fructuoso levantó los ojos al cielo y rezó
silenciosamente. -¿Quién -repuso el gobernador-
podrá ser obedecido, temido, honrado, si se rehúsa el
culto a los dioses y la adoración a los emperadores?.
Después,
dirigiéndose hacia el diácono Augurio,
añadió: No escuches lo que Fructuoso te dice.
-También yo -replicó el diácono- adoró al
Dios omnipotente. -Y a Fructuoso, ¿le adoráis, acaso?-
preguntó Emiliano a Eulogio. -Yo no adoro a Fructuoso, sino al
Dios que Fructuoso adora.
Entonces el
gobernador, volviéndose de nuevo hacia el prelado, le
preguntó: -¿Eres obispo? -Lo soy. -Lo fuiste -dijo
Emiliano, levantándose y ordenando que los tres fuesen quemados
vivos.
Los esbirros se apoderaron de ellos y los llevaron al anfiteatro, que
era el lugar designado para el suplicio. El pueblo caminaba junto a
ellos llorando. En el trayecto hubo un momento emocionante y de un
sabor arcaico. Varios "hermanos" se acercaron a los reos ofreciendo una
copa de vino. Fructuoso la rehusó diciendo: "Aún no es
hora de romper el ayuno." Efectivamente, era miércoles,
día de ayuno para los primeros cristianos, ayuno que duraba
hasta las tres de la tarde. Pero, en realidad, con esta excusa iba
unida la más noble modestia. El brebaje ofrecido por la "caridad
fraterna" no era un vino puro, sino una bebida en que se mezclaban
infusiones de plantas aromáticas, que daban al cuerpo un vigor
momentáneo y le hacían menos sensible a los dolores.
Tertuliano se reía de los mártires a quienes había
que sostener con semejantes artificios. La altivez ibérica de
Fructuoso no se avenía tampoco con esas cobardes mitigaciones.
Tenía un sentido demasiado alto del honor cristiano, para
permitir que le confundiesen con aquellos "mártires ambiguos" de
que hablaba el vehemente africano. Imitando al Salvador, apartó
los labios de la copa que debía adormecer su agonía, y
prefirió beber hasta las heces el cáliz del martirio.
Habían llegado
al anfiteatro; la hoguera ardía, y Fructuoso iba a subir a ella,
cuando un lector, llamado Augustalis, se acercó para desatarle
las sandalias. También ahora rehusó el mártir,
prefiriendo descalzarse él mismo. Iba a consumar el sacrificio
de su vida; estaba, como Moisés, junto a las llamas, y
sólo descalzo podía subir a aquel altar. Ya avanza,
cuando un cristiano llamado Félix se le acerca, le coge de la
mano y le ruega que se acuerde de él. Entonces Fructuoso,
extendiendo a lo lejos la mirada, dijo con voz poderosa: "Es preciso
que tenga en mi pensamiento a la Iglesia Católica, derramada de
Oriente hasta Occidente." Estas fueron sus últimas palabras.
Inmediatamente, sin la menor señal de turbación,
penetró en la hoguera. Sus diáconos le siguieron.
Fueron condenados a la
hoguera, los testigos lo describen: "Ya en la hoguera, al quemarse las
cuerdas con que tenían atadas las manos, gozosos, conforme a la
costumbre, se ponen de rodillas con los brazos en cruz; y seguros de la
resurrección, representando así el triunfo del
Señor, entregan su vida en medio de la oración". "Dos de
nuestros hermanos, pertenecientes a la casa del prefecto -dicen las Actas-, vieron a los
tres elegidos subir al cielo", y la hija del gobernador fue
también testigo de la maravilla. Los fieles, cuando el fuego
consumió los cuerpos, se precipitaron en el anfiteatro, rociaron
los huesos con vino, en recuerdo de las libaciones que hacían
los antiguos en la ceremonia de la cremación, y, habiendo cogido
cada cual lo que pudo de las reliquias, se las llevaron a sus casas.
Pero, comprendiendo luego que aquello era un celo mal entendido,
encerraron las cenizas en un mismo sarcófago, "para que
recibiesen juntos la corona los que juntos habían alcanzado la
victoria".
Sus Actas son auténticas. El
poeta de Calahorra, Prudencio, escribió su vida. Patrón
de la diócesis de Tarragona. El Martirologio Romano en su edición de
2007, sitúa su Memoria el día 20 de enero, pero la
festividad se celebra en Tarragona y el resto de Cataluña el 21
de enero.