SANTOS DONACIANO Y
ROGACIANO
24 de mayo
304 d.C.
En el
reinado del emperador Maximiano vivía en Nantes, en la
región de Bretaña, un joven llamado Donaciano. Era un
fervoroso cristiano que pertenecía a una de las más
distinguidas familias galo-romanas. Cuando estalló la
persecución, el ejemplo de Donaciano arrastró a su
hermano Rogaciano a solicitar el bautismo; pero no pudo recibirlo
inmediatamente porque el obispo se hallaba escondido.
El emperador había publicado un decreto por el que
se condenaba a muerte a todos los que se negasen a ofrecer sacrificios
a Júpiter y Apolo. Cuando el prefecto romano llegó a
Nantes, Donaciano tuvo que comparecer ante él, acusado de
profesar abiertamente el cristianismo y de haber apartado a su hermano
y a otros paganos del culto a los dioses. Donaciano confesó
valerosamente la fe y fue encarcelado. Pronto se reunió con
él Rogaciano, quien había defendido ardientemente la fe
contra todas las amenazas y promesas.
La gran pena de Rogaciano era no haber recibido
todavía el bautismo; pero pidió fervorosamente a Dios que
el beso de paz que le había dado su hermano, le confiriese la
fuerza necesaria para la prueba. Ambos hermanos pasaron la noche en
oración y, al día siguiente, comparecieron de nuevo ante
el prefecto, a quien manifestaron que estaban dispuestos a soportar,
por la fe, todos los tormentos. Por orden del prefecto fueron
torturados en el potro, se les perforó la cabeza con una lanza y
finalmente fueron decapitados. En Nantes se venera mucho a estos
mártires, a quienes se conoce con el nombre de «les
enfants nantais» («los hijos de Nantes»). Una parte
de sus presuntas reliquias se conserva en la iglesia dedicada a su
nombre.