Natural de Eukaita.
Perteneciente a la milicia del Imperio Romano, era capitán de
los soldados cuando gobernaba el emperador Licinio. Durante toda la
vida estuvo entregado a multitud de combates y batallas, pero su
disponibilidad y consagración total fue para el Señor. No
en vano, libró mayor número de batallas contra el
dragón maligno, para poner de manifiesto su fidelidad a Cristo y
al Reino de los Cielos. También visitó a todos los
soldados perseguidos por su Fe para animarles en el combate y
estimularles en la tarea de servicio que desempeñaban en bien de
Roma.
La ocasión
de descubrirle como cristiano se presentó el día en que
el soldado pidió al Emperador que le dejase llevarse las
estatuas de los dioses a su casa. Como excusa alegó que
quería limpiarlas y perfumarlas para que el suave aroma
impulsase a los que se acercasen, a ofrecerles sacrificios y ofrendas.
Pero tan pronto como estuvo a solas en su casa con aquellas falsas
divinidades, las destruyó todas. Al enterarse Licinio, supo que
Teodoro pertenecía a los cristianos, grupo considerado como
enemigo de los intereses imperiales. Por eso, le hizo detener y
encarcelar. Murió decapitado en Heraclea.