SAN TEODARDO DE NARBONA
1 de mayo
893 d.C.
Nació en Montauriol, (actual ciudad de Montauban en Francia).
Educado en la abadía benedictina de San Martín en
Montauriol diócesis de Montauban. Estudió Leyes en
Toulouse y las autoridades de esa ciudad emplearon al abogado Teodardo.
Se trataba de un curioso proceso que los judíos de Toulouse, en
Francia, hicieron a las autoridades eclesiásticas, no sin
razón, ya que en el transcurso de una procesión
religiosa, los cristianos habían abofeteado a un judío
frente a las puertas de la catedral. Dicha procesión se
celebraba tres veces al año: en Navidad, el Viernes Santo y el
día de la Asunción. El arzobispo Sigeboldo, que fue a
Toulouse a una de las audiencias del proceso, quedó tan bien
impresionado por el joven abogado, que le llevó consigo a
Narbona. El obispo Sigebodo le nombró arcediano de su iglesia y
a su muerte en el 885, fue elegido obispo de Narbona.
El breviario de Montauban dice de él que era
«la vista de los ciegos, las piernas de los cojos, el padre de
los pobres y el consuelo de los afligidos». Sigeboldo, al morir,
le nombró su sucesor; el pueblo, que le amaba tanto, se
apresuró a ratificar la elección. Los peligros que
representaban entonces los viajes, no impidieron al nuevo prelado ir a
Roma para recibir el palio.
Restauró la iglesia catedral de la diócesis
y sobresalió por su diligente magisterio. Trabajó
incansablemente por reparar los daños que habían hecho
los sarracenos y por reavivar la tibia fe del pueblo. En el año
886, restableció la diócesis de Ausona (actualmente Vich)
que, desde hacía largo tiempo, dependía de una
abadía. En tiempo de una grave carestía vendió sus
bienes y los tesoros de la iglesia para socorrer a los pobres y
rescatar a los cautivos de los sarracenos.
La vida de constante esfuerzo y ansiedad por su grey
acabó con su salud; no podía dormir un solo instante y
sufría de una fiebre continua. Con la esperanza de que los aires
natales le ayudarían a recobrar la salud, Teodardo
retornó a Montauriol. Los monjes de San Martín, que le
recibieron con inmenso gozo, comprendieron pronto que sólo
había vuelto para morir. En efecto, después de hacer una
confesión pública, en presencia de todos sus hermanos, el
santo expiró apaciblemente; más tarde la abadía
recibió su nombre Saint-Audard.