Nació
Bérgamo de Lombardía, en el seno de los condes de
Pedroça-Grumelli y se llamaba Teresa Eustoquio. Intentó
tres veces hacerse religiosa benedictina, pero el canónigo de la
catedral de Bérgamo, José Bengalio, la hizo salir tres
veces del convento, cosa que le supuso a Teresa no pocas
críticas y burlas, pero ella lo soportó por
obediencia.
Después
de haber salido por tercera vez del convento, Teresa se consagró
enteramente a la instrucción religiosa de las niñas en
una pequeña casa llamada Gromo, que pronto se convirtió
en la semilla de la nueva congregación religiosa que
había de fundar. Antonia, su hermana y otras dos jóvenes,
se le unieron al poco tiempo. Las cuatro hicieron la profesión
de votos simples ante el canónigo Benaglio, quien las
destinó a la enseñanza de la juventud. La vida de la
nueva comunidad era muy austera, con largos períodos de silencio
y ayuno. Teresa tuvo que hacer frente a muchas dificultades
espirituales, dudas y tentaciones. La Congregación empezó
pronto a crecer, pues ingresaron en ella numerosas jóvenes de
buena familia, entre las que se contaban tres hermanas de Teresa,
además de su propia madre que había quedado viuda. El
canónigo Benaglio se encargaba de la dirección espiritual
de la comunidad y ayudó a redactar las reglas y constituciones
que comprendían diferentes obras de caridad: escuelas para los
niños pobres, visitas a las mujeres enfermas, centros religiosos
y de recreación para las jóvenes que se hallaban en
peligro y sobre todo, retiros para mujeres, según el
espíritu de San Ignacio de Loyola.
El obispo de
Bérgamo, Mons. Carlos Gritti-Morlacchi, favoreció al
principio a la nueva congregación, pero después se
dedicó a obstaculizar su crecimiento. Mayor prueba fue para
Teresa su propia indecisión y humildad. ¿La llamaba Dios
realmente a fundar una nueva congregación, dado que ya
existían otros institutos similares, como el del Sagrado
Corazón, fundado por santa Magdalena Sofía Barat. Teresa
fue a Turín, donde la madre Barat había empezado a
organizar, desde 1832, los retiros para mujeres y se sintió muy
inclinada a unir su Congregación con la de la santa. Pero pronto
comprendió que la voluntad de Dios era diferente, pues
había campo más que suficiente para las dos
congregaciones, por similares que fuesen. Así pues, la beata
tuvo que superar ésta y otras dificultades y soportar con
paciencia numerosas desilusiones, antes de conseguir que se
estableciera sólidamente su Instituto. Finalmente, en 1841,
Teresa y sus compañeras pudieron hacer la profesión
solemne en manos del mismo prefecto de la Congregación de
obispos y religiosos, el cardenal Constantino Patrizi. Unos cuantos
días más tarde, fue publicado el decreto aprobatorio de
la Santa Sede y la Congregación fue definitivamente confirmada
en 1847. Con esta ocasión, se autorizó a la fundadora a
abrir una casa en Roma.
Entre los que
ayudaron a Teresa Verzeri en las dificultades, se contaba el beato Luis
Pavoni, de Brescia, quien se encargó de imprimir las Constituciones de la nueva
Congregación, en un momento en que esto significaba exponerse a
muchas molestias; pero el beato hizo caso omiso de las murmuraciones y
hablillas. Además, intercedió ante Mons. Speranza para
que apoyase en Roma la causa de las Hijas del Sagrado Corazón.
Cuando Teresa compró un antiguo monasterio en Brescia, el Beato
Luis proyectó los cambios que era necesario hacer al edificio y
se encargó de vigilar personalmente la obra. Para ayudar a
Teresa, hizo varios viajes a Bérgamo y a Trento, y se
comprometió a asegurar la misa diaria en la casa madre. Nada era
demasiado difícil para el Beato Luis, cuando se trataba de
ayudar a las religiosas. La gran estima mutua que se profesaban el
Beato Luis y la Beata Teresa ha continuado entre sus Congregaciones
respectivas, en el siglo que ha transcurrido desde su muerte.
La Beata
vivió todavía cuatro años después de la
fundación de la casa de Roma. Durante ellos creció en
gracia y santidad y su Congregación con ella. El cólera
que azotó el norte de Italia, arrebató a la beata el 3 de
marzo de 1852. La multitud que asistió a sus funerales fue el
mejor testimonio de la reputación de santidad de que gozaba y
que no ha hecho sino aumentar con el tiempo. Fue
beatificada en 1946 por Pío XII y canonizada el 11 de junio de
2001 por San Juan Pablo II.