Nació en Viterbo,
Italia. En su
juventud quiso dedicarse a la vida religiosa, pero se enamoró de
un joven y sintió dudas de su vocación, hasta que el
joven murió, y entonces no tuvo dudas de su verdadera
vocación.
En 1673 ingresó en el monasterio
de dominicas de Santa Catalina de Viterbo, donde permaneció
sólo algunos meses, porque tuvo que atender a su madre viuda y
gravemente enferma. Por las tardes reunió en su casa a
señoras y jóvenes para rezar el rosario y enseñar
el catecismo. Había invitado a su casa a las jóvenes y a
las mujeres de su barrio para rezar juntas el rosario y se dio cuenta
que ninguna de ellas sabía rezar. Comenzó a hacer algunas
preguntas de catecismo y todas se quedaron mudas por la sorpresa. Rosa
comprendió que la mujer de su tiempo era esclava de la
ignorancia y de la pobreza, destinada a los trabajos más pesados
y que nadie se preocupaba por su bienestar. Entonces, rezó mucho
para comprender la voluntad de Dios y, con dos amigas, decidió
abrir una escuela para las niñas pobres. La primera de estas
escuelas se abrió en 1685, alentada por el padre jesuita Ignacio
Martinelli.
Cada día, por las callecitas de
Viterbo pasaba una niña tocando una campana y llamando a todas
las muchachas y niñas de la ciudad. Las lecciones comenzaban con
la oración, seguía la catequesis, los trabajos manuales
femeninos y aprender a leer y escribir bien. En poco tiempo la escuela
de Rosa cambió fisonomía y recibió peticiones para
fundar otras escuelas de parte de Obispos y Cardenales. Las Maestras no
eran religiosas pero vivían como tales y fueron llamadas
Maestras Pías, incluso en Roma las llamaron Maestras Santas.
En el año 1713 Rosa abrió
una escuela en Roma y el Papa Clemente XI le hizo el honor de una
visita. El Papa se quedó toda la mañana en la escuela,
junto con ocho cardenales, escuchó la lección de
catecismo e interrogó a las alumnas. Al final llamó a
Rosa y a sus compañeras, les agradeció por su precioso
trabajo, les dio una medalla de plata y les dijo: “Deseo que estas
escuelas se difundan en todas nuestras ciudades”. En poco tempo se
abrieron escuelas por todas partes.
El cardenal Marco Antonio Barbarico la
invitó a fundar algo similar en Montefiascone, que quedó
encomendada a santa Lucía Filippini y evolucionó de forma
autónoma con el nombre de Maestras Pías de Santa
Lucía Filippini. El papa Clemente XI, le prestó todo su
apoyo. Aunque su obra evolucionó en una Congregación
religiosa ella nunca emitió votos. Siempre llevó una vida
de intensa oración, y profunda confianza en la Providencia.
Murió en Roma. El 15 de
octubre de 2006 fue canonizada por el Papa Benedicto XVI.
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(Parroquia San Martín de Porres)