SANTA REBECA DE
HIMALAYA AR-RAYYÉS
23 de marzo
1914 d.C.
Nació en Himlaya (Líbano) y recibió en el bautismo
el nombre de Boutroussyeh (Petra). Muy pronto perdió a su madre
y su padre se quedó en la pobreza, por ello la envió en
1843 a Damasco, al servicio de la casa de Asaad al-Badawi, que era de
origen libanés, donde permaneció 4 años. En 1847
regresó a casa de su padre, y se encontró que éste
se había casado de nuevo. Como tenía 15 años y era
guapa y tenía una gran voz, dos parientes suyas se pelearon para
casarla con sus respectivos hijos. Esto dolió mucho a Petra que
decidió hacerse religiosa, y le pidió a Dios ayuda
conseguir su deseo.
Un día con dos
amigas, se fueron al convento de Nuestra Señora de la
Liberación en Bikfaya, en el momento de entrar en la iglesia
sintió una voz interior que le dijo: “Tu serás
religiosa”. La superiora la aceptó a ella sin ninguna pregunta
al uso y desechó a sus dos compañeras. Petra no
volvió a su casa, aunque su padre fue a buscarla y convencerla
de que dejase el convento, pero fue inútil.
En 1858, fue enviada
al seminario de Ghazir, dirigido por los jesuitas, con el fin de dar a
las jóvenes que deseaban entrar en la Congregacián de
Mariamât (Hijas de María), una educación adecuada.
Rafqa fue enviada al servicio de la cocina, y al mismo tiempo
aprendió el árabe, ortografía y aritmética.
Sus superiores la enviaron como enseñante a numerosas escuelas
de los montes del Líbano y otros lugares del país. Fue
testigo de la guerra civil y fue testigo del martirio de muchas
personas. Tuvo el coraje de salvar a un niño de la muerte.
Después de pasar por varias escuelas en 1864 fue trasladada a
Jbeil en Maad, aquí tuvo la revelación de que
sería monja, a raíz de la crisis que atraversó la
Congregación de las Mariamât hacia 1871.
Tuvo la revelación de entrar en la Orden de las Monjas Libanesas
Maronitas, donde ingresó en 1871 en el monasterio de San
Simón al-Qarn en Aïtou, al hacer la profesión
cambió su nombre por el de Rafqa (Rebeca), en recuerdo de su
madre que así se llamaba. Pasará 26 años en este
monasterio, siendo un ejemplo viviente, para sus hermanas, en la
obediencia, oración, la ascesis, la abnegación y el
trabajo realizado en silencio. Un día del 1885 le pidió a
Cristo participar en su pasión redentora. Su oración fue
escuchada, y le comenzaron unos fuertes dolores de cabeza que la
dejaron ciega por errores médicos, y sufrió fuertes
dolores durante 12 años. Fue trasladada al nuevo monasterio de
San José al-Daher en Jrabta, donde su calvario físico
continuó porque se quedó paralítica en todos los
miembros de su cuerpo y dio gracias al Señor por haberla elegido
para ser partícipe de su pasión redentora. Murió
llena de serenida y permaneció completamente dedicada a la
oración. Fue canonizada por San Juan Pablo II el 10 de
junio de 2001.