SANTA RAFAELA
MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN PORRAS AYLLÓN
6 de enero
1925 d.C.
Se
llamaba Rafaela Porras Ayllón y nació en Pedro Abad
(Córdoba), en el seno de una familia de agricultores acomodados.
Eran 13 hermanos, su padre murió cuando ella tenía cuatro
años. Y apenas cumplió los diecinueve, perdió a su
madre. Esta muerte le afectó mucho. "Prometí al
Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna". A los
quince años hizo voto de celibato.
Junto con su hermana
Dolores, pasaron, en 1874, un tiempo de reflexión en las
clarisas del convento de Santa Cruz de Córdoba. Un sacerdote,
don José Antonio Ortiz Urruela, las orientó. Entraron en
contacto con la sociedad de María Reparadora en 1875. Cuando la
sociedad se trasladó a Sevilla por problemas con el obispo fray
Ceferino González, ellas se quedaron en Córdoba con un
pequeño grupo de novicias. Por incomprensiones del obispo se
trasladaron a Andujar y de allí pasaron a Madrid. Les
acompañaron 16 religiosas. Murió su protector, don
Antonio, y le sustituyó el padre José Joaquín
Cotanilla, jesuita. En 1857, con la ayuda del arzobispo de Toledo,
fundaron el Instituto de Adoradores del Santísimo Sacramento e
Hijas de María Inmaculada. Rafaela cambió su nombre por
el de María del Sagrado Corazón.
Fueron años de
extremado sufrimiento, la fundadora, Madre Rafaela, lo aceptó
todo, y esperó la aprobación. El Papa León XIII
les concedió la aprobación de sus Constituciones (inspiradas en la regla de
san Ignacio) con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de
Jesús. Pronto empezaron a multiplicarse las nuevas casas. Toda
la vida de las nuevas religiosas fue por dos caminos: profunda
oración, amor a la Eucaristía y mucho trabajo
apostólico.
Una vez logrados sus
primeras aspiraciones, surgieron las desconfianzas, las
incomprensiones, el arrinconamiento, el largo y absoluto olvido. Graves
dificultades que surgieron en el gobierno, (sus cuatro colaboradoras la
acusaron de irregularidades administrativas) la movieron a renunciar al
generalato a favor de su hermana Dolores, que a su vez también
sería relegada a la oscuridad, por una religiosa poco
edificante.
Aunque era fundadora de la nueva Institución, fue relegada de
todo cargo, a pesar de encontrarse en su plenitud, con 43 años,
fue enviada a Roma; así vivió 30 años seguidos en
completa humillación. La hicieron pasar por un autentico
vía crucis: aislamiento, duros trabajos y humillaciones. Y para
explicar esta situación, se divulgó que había
perdido la razón. Rafaela se abrazó a esta
situación. Se pasaba horas orando de rodillas delante del
Santísimo y serena recorrió el camino que se le
presentaba. Ni su director podía comprenderla y consolarla, pues
ignoraba que ella fuera la Fundadora. Ella callaba y murió en
Roma, olvidada, en 1925, hasta que en el 1952 fue recordada con motivo
de su beatificación por Pío XII. Fue canonizada por
el Beato Pablo VI en 1977.