Se dice que Claudio, emperador de Roma, había conseguido
brillantes victorias contra sus enemigos. Su vuelta a Roma fue ruidosa
y triunfal, y quiso agradecer a los dioses las victorias obtenidas y,
para congraciarse con ellos y con la plebe, inició una
persecución cruel contra los cristianos, como enemigos de los
dioses y del Imperio. Muchos mártires derramaron su sangre en
Roma, después de padecer torturas sin cuento y terribles
tormentos, y fueron coronados con el paraíso. Entre ellos
está una doncella de 13 años, Prisca.
Había nacido en Roma, según cuenta la
leyenda, y era descendiente de una ilustre familia. El emperador
mandó apresarla y llevarla a su presencia. Al verla de tan
corta edad, pensó Claudio que fácilmente la haría
cambiar de opinión. La hizo llevar al templo de Apolo para que
ofreciese sacrificios. Prisca se negó y afirmó que
sólo Jesucristo merecía adoración. Claudio
mandó abofetearla sin compasión y luego encerrarla en la
cárcel, entre forajidos para que intentasen seducirla; pero todo
fue en vano. La llevaron al anfiteatro y soltaron un león para
que la devorase, pero también fue inútil, la fiera se
tumbó mansamente a sus pies. Todos quedaron confundidos, nuevas
torturas, pero todo resulta vano..., nuestra santa permaneció
incólume. Por fin todo terminó cuando la cortaron la
cabeza.
Otra leyenda la
identifica con santa Priscila, casada con Aquila, judío
establecido en Roma, que fabricaba lonas. Bautizada por san Pedro, fue
decapitada bajo Claudio. Sobre sus reliquias se levanta la
basílica romana que lleva su nombre y que fue lugar de culto y
veneración. Desde 1969 su culto se ha limitado a su
basílica de Roma.