SANTA MÓNICA
387 d.C.
27 de agosto
Nació en Tagaste (Cartago) en el seno de una piadosa familia
cristiana, noble, pero de modesta fortuna. Se recuerda que una criada,
acusándola de bebedora, mientras se dirigía de
adolescente, a buscar vino a la cantina, la salvó -son palabras
suyas- del vicio de la bebida.
Casada con un pagano de difícil carácter,
llamado Patricio, del que tuvo tres hijos (san Agustín, Navigio
y una hija, Perpetua, muerta cuando era superiora del monasterio de
Hipona en el 424). Las relaciones con su marido fueron difíciles
y supo refrenarle en sus momentos de cólera; de tal manera
soportó sus infidelidades conyugales que jamás tuvo el
menor altercado: "porque esperaba, Señor, que vuestra
misericordia viniese sobre él, para que, creyendo en Vos, se
hiciese casto". El esposo, legionario romano pagano, se
convirtió como catecúmeno el año 371 y
murió al año siguiente, después de haber sido
bautizado en el lecho de la muerte. Mónica tuvo que hacer frente
a su suegra y a los chismes de sus amigas, a las que nunca
permitió la crítica delante de ella, también tuvo
que enfrentarse a la conducta desordenada de su hijo Agustín,
que ya a los 16 años (simple catecúmeno) se había
abandonado a sus pasiones (de los espectáculos trágicos y
de sus amores) y a las ideas de los maniqueos. Un obispo desconocido le
dijo para consolarla: "No puede perderse el hijo de tantas
lágrimas".
La madre siguió a su hijo desde Madaura a Cartago,
y en su sueño (que impresionó a san Agustín )
comprendió que debía vivir con aquel hijo extraviado, en
vez de alejarse de él a causa de sus errores. Fue
engañada amargamente por Agustín al partir para Italia:
"aquella noche yo me partí a escondidas; y ella se quedó
orando y llorando". Mónica sólo pudo seguirlo más
tarde, cuando el hijo fue conquistado por las predicaciones de san
Ambrosio de Milán, donde había conseguido ya una
cátedra de Retórica.
Tuvo la dicha de asistir al bautismo de su hijo, en la
Pascua del 387. Pero antes del fin de ese mismo año,
después de haber vivido algún tiempo en Casiaciaco (con
Agustín y los amigos de éste), murió en Ostia sin
poderse embarcar para África a causa de unas fiebres.
Agustín nos narra el hecho: "solos ella y yo, frente a una
ventana que daba al jardín de la casa donde vivíamos" y
el diálogo continúa "hablamos con infinita dulzura,
olvidando las cosas pasadas y proyectándonos hacia las futuras,
y buscábamos juntos, en presencia de la verdad, cuál
sería la eterna vida de los santos, vida que ni ojo ve ni
oído oye, y que nunca penetró en el corazón
humano"; al final del diálogo Mónica le dijo a su hijo:
"hijo mío, por lo que a mi respecta, ya no hay nada que me
atraiga de esta vida. No sé siquiera qué hago aquí
abajo, y por qué estoy todavía. Una sola cosa me
hacía desear vivir todavía un poco: verte cristiano
católico antes de morir. Dios me lo ha concedido y aún
más al verte despreciar los goces terrenos y servirle a
Él sólo". Está enterrada en la iglesia de San
Agustín en Roma. Es patrona de las mujeres casadas y modelo de
las madres cristianas.