SANTA MATILDE DE
KACKEBORN
19 de noviembre
1299 d.C.
Nació en el seno de la noble familia de Hackeborn de Turingia.
Emparentada con el emperador Federico II. Entró a los siete
años en el monasterio benedictino de Santa María de
Helfta (donde era abadesa su hermana Gertrudis), para ser educada, y
allí se despertó su vocación. En el monasterio fue
maestra de canto en el coro y de novicias (entre ella se encontraba
santa Gertrudis la Grande, a la que dirigió espiritualmente).
Años más tarde fue elegida abadesa. Como santa Gertrudis,
tuvo una gran devoción al Sagrado Corazón de
Jesús. Allí tuvo como compañeras a su hermana la
abadesa Gertrudis de Hackendorn, como Gertrudis la Grande, la beata
Matilde de Magdeburgo y de la que más tarde sería abadesa
a Sofía de Querfurt. Fue además sacristana,
bibliotecaria, a ella le fueron confiados los valiosos escritos, copias
y pinturas de libros.
Tenía 50
años y estaba enferma, cuando murió su hermana,
reveló las gracias que la Providencia le había concedido.
Dos monjas recogieron sus experiencias (se piensa que una de ellas fue
Gertrudis la Grande), en el “Libro de la gracia especial”. "Un
día -se lee- mientras se cantaba, el Divino Corazón se
abrió. El Señor llamó a Matilde, y
rápidamente la raptó hacia sí diciendo: en la
parte alta encontrarás la suavidad del Espíritu Santo que
siempre hará brillar en el alma una riada... en la parte
inferior, el tesoro de todos tus bienes, cuantos quieras desear... en
la parte oriental, la luz de la verdadera ciencia, para conocer toda mi
voluntad y cumplirla perfectamente... En la parte occidental el
paraíso de mis delicias".
Su principal obra se
llama “Libro de la corriente de alabanza”, en el cual Matilde de
Hackeborn escribe: "Yo soy más fácil de alcanzar que
cualquier otra cosa ni un hilo ni una astilla, nada es tan
pequeño y tan inferior que uno pudiera atraerlo a sí con
un simple acto de la voluntad. A Mí en cambio, puede el ser
humano llevarme a sí con su simple voluntad".
“Cuando rogaba a la
Virgen que no le faltara su asistencia en el momento de la muerte, Ella
le pidió que rezase diariamente tres avemarías
«conmemorando, en la primera, el poder recibido del Padre Eterno;
en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo; y,
en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu
Santo». María le condujo a meditar en los misterios de la
vida de Cristo: «Si deseas la verdadera santidad, está
cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas
las cosas». Durante la última y difícil etapa de su
vida, ocho años cuajados de sufrimientos, mostró la
hondura de su unión con Cristo, a cuya Pasión redentora
unía sus padecimientos con humildad y paciencia por la
conversión de los pecadores. La Eucaristía, el Evangelio,
la oración…, habían forjado su espíritu
disponiéndola al encuentro con Dios” (cf. Isabel Orellana
Vilches). Murió en el monasterio de Helfta. Aunque no ha sido
nunca canonizada, Matilde es venerada como santa en varios monasterios
benedictinos. El papa Benedicto XVI le dedicó una catequesis en
mayo de 2010.