SANTA MARÍA
ROSA MOLAS VALLVÉ
11 de junio
1876 d.C.
Nació en Reus (Tarragona), en el seno de una familia de
artesanos acomodados que habían huido de Barcelona, en 1808, a
causa de la invasión napoleónica. Aunque fue educada en
un hogar cristiano, su padre se opuso rotundamente a su vocación
religiosa, y durante diez años se entregó a su casa, los
pobres y a Dios, guiada por el franciscano fray Salvador. En 1841,
abandonó su casa, e ingresó en las Hijas de la Caridad,
en el hospital de Reus donde trabajó ocho años,
compartiendo fatigas, y sin descanso, siendo siempre un "ángel
de paz, de alegría"; "ofrece su existencia a Dios por los
pobres". Tuvieron que sufrir el alzamiento de Prim contra Espartero, y
por consiguiente el asedio de la ciudad, con sus compañeros le
pidió al general sitiador Zurbano, que levantara el sitio y
así lo hizo gracias a su intercesión.
En 1849, fue enviada como superiora a la Casa de la
Misericordia de Jesús de Tortosa, allí puso en orden toda
la fundación y el inmueble, y por resolución del
ayuntamiento de Tortosa, se dedicó también a la
educación de la infancia y de la juventud; un año
después le pidieron que se encargase del hospital de la Santa
Cruz. En esta época sacó el título de maestra en
la escuela de magisterio de Tarragona. Su única
preocupación era: "complacer a Dios en todo y hacer bien a sus
prójimos, aunque para conseguirlo sea preciso sacrificar su
propia vida".
No pensó nunca en ser fundadora, pero la falta de
una superiora reconocida por la Iglesia en la Corporación de la
Caridad, que se había separado de las Hijas de la Caridad de san
Vicente de Paúl, le animaron a fundar las Hermanas de Nuestra
Señora de la Consolación, pero la comunidad de Reus, no
quiso aceptarla, y con todo el dolor de su corazón, las
comunidades tuvieron que separarse. Nació así una nueva
familia religiosa. Obtuvo la protección del obispo de Tortosa en
1857, y trabajó incansablemente; las Hermanas de la
Consolación crecieron y se extendieron por todo el bajo Ebro y
Castellón. Ni la revolución, ni la república, nada
pudo con ellas. Cuando la epidemia de fiebre amarilla de 1870, las
hermanas estaban allí cuidando a los enfermos, e incluso dando
su propia vida. María Rosa ofreció a sus hijas un
espectáculo de madurez espiritual. Les dijo que el amor a los
necesitados "les indemniza" por los sufrimientos. Compartió el
dolor con los pobres. Para los enfermos todas las delicadezas le
parecían pocas. Murió llena de virtudes en
Tortosa. Fue canonizada por SS Juan Pablo II el 11 de diciembre de
1988.