SANTA MARÍA
MAGDALENA DE PAZZI
25 de mayo
1607 d.C.
Se
llamaba Caterina, pero en su casa la llamaban Lucrecia (como su abuela
paterna) y había nacido en Florencia dentro de la
señorial familia de los Pazzi. Su vida de desarrolló en
un tiempo en el que Italia atravesaba una profunda crisis religiosa por
la difusión de la cultura neopagana del renacimiento y por la
influencia de la reforma luterana. La lucha entre las familias nobles y
poderosas habían implicado también a la familia de los
Pazzi. En 1574, entró primero como educanda en el monasterio de
San Giovannino de los Caballeros de la Orden de Malta, y fue confiada
al cuidado de su tía materna, sor Alejandra Buondelmonti. En el
monasterio encontró dificultades entre las religiosas porque no
querían que una niña seglar, les enseñase la
obediencia a la observancia que ella practicaba, la llamaron "Jesuita y
Teatina", más como insulto que como halago.
Después
de su primera comunión a una edad prematura para aquellos
tiempos (10 años) y del voto de virginidad a la misma edad;
contra el parecer de sus padres, ingresó, a los 16 años
(1582), en el monasterio de Santa María de los Ángeles de
Florencia, regido por la regla carmelitana, pero excepcionalmente
autónomo y jamás reformado a causa de su estricta
observancia (existía la insólita costumbre de comulgar
diariamente), y donde el jesuita Lainez había introducido la
oración mental y el exámen de conciencia. Con el nombre
religioso de María Magdalena hizo profesión religiosa a
los 18 años (1584), a causa de una terrible enfermedad que hizo
que se adelantara su profesión. Fue curada por
intercesión de la beata María Bartolomea Bagnesi, ya
muerta pero muy venerada en el monasterio.
Para
reparar las culpas de los pecadores, unió a su oración
durísimas penitencias. "Padecer pero no morir" será su
lema, unido a "Dios es amor". Por eso su más absorbente
preocupación fue la de "hacer amar al Amor". No morir para
seguir más tiempo a Cristo Redentor en el calvario. Tuvo grandes
visiones místicas desde el mismo instante que entró en el
convento, fue examinada y encontrada ortodoxa con una gran pureza
doctrinal. Sus éxtasis fueron continuados, sufrió los
estigmas de forma interna, el intercambio de corazones con Cristo y
otra serie de fenómenos místicos, que fueron debidamente
corroborados y que gozaron de testigos. Después de estas
visiones, le siguieron cinco años de terrible aridez espiritual.
Tentada en la fe, abandonada de la esperanza, apagada en la caridad,
ella sufrió las pruebas más duras, el maligno le
sugería blasfemias y le insinuaba pensamientos impuros. Pero
ella se mantuvo firme y el Espíritu Santo la colmó de su
gracia, en 1590, con nuevos éxtasis. Durante sus éxtasis
decía cosas maravillosas y profundos conceptos teológicos
(hay que tener en cuenta que jamás ella había estudiado).
La priora encargó a seis monjas que escribieran cuanto ella
decía en éxtasis. Estos escritos llenan siete
volúmenes de vida mística: "Los cuarenta días";
"Los Coloquios, Las
Revelaciones e Inteligencias"; "La Prueba"; "La
Renovación de la Iglesia"; "Avisos"; "Sentencias" y "Cartas".
En
1586, escribió cartas con advertencias a los cardenales, a los
obispos y al mismo Papa para recordarles las graves ofensas inferidas a
Dios y la reforma de costumbres. Tales demandas encontraron
misteriosamente respuesta en las radicales reformas de Sixto V, en el
colegio cardenalicio, el estatuto eclesiástico y la
inspección de comunidades monásticas, si bien, por la
oposición de sus superiores, estos escritos no recibieron nunca
respuesta o tal vez no llegaran nunca a su destino. Fue nombrada
maestra de novicias (1604), las educó en la perfecta obediencia,
porque en la obediencia y en la humildad era posible resistir a las
tentaciones y superar las pruebas. También fue sacristana y
subpriora. De nuevo el cielo se cerró para ella: le
parecía que sus oraciones no llegaban unido a una
dolorosísima enfermedad, pero no perdió su fortaleza y
siguió recomendando en el lecho de su muerte la pobreza y la
humildad como virtudes que hacen invencibles a las almas. Solía
decir: "Si el Señor no me hubiera traído al convento,
habría terminado en un presidio". Murió en Florencia de
una tos hemorrágica. Su cuerpo se conserva incorrupto. Fue canonizada por el Papa Clemente IX el
28 de abril de 1669.