SANTA LUCRECIA DE
MÉRIDA
23 de noviembre
306 d.C.
La
leyenda nos dice que era virgen y mártir, cayó en
Mérida en tiempos de la persecución de Diocleciano bajo
el prefecto Daciano. Lucrecia nació en Mérida (Badajoz)
y, según el “Santoral Español” de 1864,
“Dejóse ver en el mundo dotada de todas aquellas nobles
disposiciones de naturaleza y de gracia, que no solo allanan sino que
facilitan el camino de la virtud”.
Cuando ella era joven,
comenzó en el Imperio Romano la décima persecución
contra los cristianos, por los emperadores Diocleciano y Maximiano. Era
gobernador, como casi siempre en las actas de los mártires, el
“terrible” Daciano.
Llevada Lucrecia a su
presencia, este quedó admirado por “su rara hermosura y su
singular modestia”. Sabiendo que era cristiana de las más
firmes, a la par que de familia acomodada, quiso obligarla a sacrificar
a los dioses para, si se negaba, confiscar todos sus bienes para
sí mismo. Para ello recurrió a las amenazas, y la
cárcel, pensando doblegarla. Como no sucedió, la
llamó a juicio nuevamente y le recriminó seguir al que
había muerto de forma ignominiosa en una cruz. Lucrecia
respondió con una firme defensa de su fe.
Daciano, definitivamente le
ofreció sacrificar o someterse a los castigos por no hacerlo. Al
negarse a ello, fue abofeteada y enviada al potro, para que apostatase.
Lucrecia, asumió el martirio con entereza y dignamente, por lo
que Daciano la sentenció a ser degollada inmediatamente, como
así se hizo, llevándola fuera de la ciudad. Era el 23 de
noviembre, de un año incierto a inicios del siglo IV.
El cuerpo, allí abandonado, fue recogido por los cristianos y
sepultado en un sitio del que mantuvieron el recuerdo hasta que,
llegada la paz, pudieron sacar y construir una basílica, que fue
destruida por los musulmanes. Sin embargo, históricamente, solo
consta la existencia de dicha basílica, ya en el siglo VI. Y
sólo puede decirse que es Usuardo el primero en incluirla en un
martirologio, ya el 23 de noviembre. Llama la atención que solo
la pone como “virgen” y no mártir: “In civitate Emerita, S.
Lucretia Virginis”, y esto es porque la única referencia que
halló fue de la basílica y del culto, no de la vida. El
martirologio de Galesinio, sin más certezas que la de Usuardo,
ya la pone padeciendo bajo Maximiano, directamente por Daciano. Juan
Tamayo escribió las “Actas de la Santa”, y unos versos
latinos, ambos textos con más intención laudatoria que
histórica.