SANTA JULIANA
FALCONIERI
19 de junio
1341 d.C.
Nació en Florencia en el seno de la prócer familia
Falconieri de Florencia (era sobrina de san Alejo Falconieri, uno de
los fundadores de los Servitas). Su familia construyó la iglesia
de la Anunciación de Nuestra Señora en Florencia.
Cuando contaba sólo catorce años, en 1284,
renunciando al ventajoso matrimonio que se le ofrecía y ansiando
consagrar a Dios su virginidad, recibió de san Felipe Benizzi el
hábito de terciaria de las religiosas servitas por él
fundadas, y hasta la muerte de su madre vivió en su propia casa
conforme a las normas recibidas del santo. Su ejemplo fue imitado por
algunas damas de la buena sociedad florentina, y aun su propia madre se
puso bajo su dirección en la vida de piedad. Un año
más tarde recibía san Felipe Benizzi su profesión
religiosa, y al morir poco después confió a Juliana la
Orden por él fundada y la alentó de un modo especial en
la
Congregación de terciarias servitas iniciada por ella, que bien
pronto, a causa de la mantilla que todas ellas llevaban, fueron
vulgarmente designadas con el epíteto de Mantellate.
Después de la muerte de su madre su vida de
consagración a Dios fue tomando una forma más rigurosa y
definitiva. Se impuso ayuno riguroso los miércoles y viernes, no
tomando en estos días más que un poco de pan y agua. El
sábado lo empleaba entregándose por completo a la
contemplación de los dolores de la Virgen, y el viernes lo
dedicaba por entero a la meditación de la Pasión, en cuyo
obsequio tomaba una sangrienta disciplina. De este modo fue creciendo
rápidamente la fama de sus virtudes y de la vida sublime que
llevaba, por lo cual fue aumentando el número de las mujeres que
se le iban juntando. Todas ellas llevaban, como ella, en sus propias
casas una vida de piedad y de la más absoluta
consagración a Dios, sobre todo por medio de su virginidad.
Entre las que ya entonces se le juntaron en este genero de vida merecen
especial mención una de sus primas, llamada Juana, que se
distinguió por su eximia virtud, y una hermana del mismo san
Felipe Benizzi.
Sin embargo, todo este significaba únicamente una
vida de consagración al Señor puramente individual o
privada. Ella y sus compañeras deseaban algo más, es
decir, convertirse en Congregación religiosa
canónicamente reconocida por la Iglesia. Así, pues,
cuando ya estaban todas ellas, habituadas a aquella vida de
consagración y penitencia, el año 1306 se establecieron
en vida común en una casa preparada para ello en Florencia. Por
esto se considera esta fecha como la de la fundación de la
Congregación. Ya los papas Honorio IV (1285-1287),
Nicolás IV (1288-1292), Bonifacio VIII (1294-1303) y Benedicto
XI (1303-1304) habían aprobado su primer género de vida;
pero la aprobación definitiva de la Congregación
propiamente tal de las servitas terciarias de Santa Juliana de
Falconieri se la concedió el papa Martín V (1417-1431)
por medio de la bula «Sedis Apostolicae providentia».
Una vez, pues, organizada y canónicamente
establecida la Congregación, Juliana se vio forzada, bien contra
su inclinación natural, a admitir el cargo de superiora general,
que mantuvo durante treinta y cinco años, hasta su muerte. Bien
persuadida de que, precisamente por ser la organizadora y por estar al
frente de la Congregación, tenía más
obligación que nadie de observar sus constituciones,
procuró desde el principio ser modelo de observancia aun de las
más mínimas prescripciones de la regla, pues, como para
las demás, también para ella constituía la
voluntad de Dios. Por otra parte, sintiendo en su interior un ansia,
cada día más intensa, de corresponder a las gracias que
había recibido del cielo, se entregaba de lleno a la
oración y a la práctica de las mayores austeridades. De
un modo muy especial se pondera el empeño con que procuró
ejercitar la humildad y caridad con los demás, buscando siempre
los empleos más humildes y siendo la esclava de todas sus
hermanas.
En medio de una vida tan austera, entregada por entero a
la contemplación y a la penitencia, es admirable lo que se
refiere sobre el influjo que llegó a tener sobre el mundo que la
rodeaba. La fama y el aroma de su santidad había trascendido de
tal manera fuera de la casa donde habitaba, que producía
más provecho espiritual que muchas predicaciones. Así
consta que en varias ocasiones obtuvo la conversión de grandes
pecadores, y, sobre todo, que logró poner término a
enconadas enemistadas, discordias y odios individuales y aun
públicos. Entregó su vida al servicio de los apestados.
Venció las más variadas dificultades y tentaciones, con
la mirada en María y sus dolores.
Vivió tan ascéticamente, e hizo tantas
penitencias que cayó enferma. A partir de 1340, se agravó
su dolencia de estómago, que le impidió comer cualquier
cosa y cayó en la cuenta de la inoportunidad de sus
ascésis. Y pronto al sentir que llegaba su última hora,
suplicó que, ya que no se le permitía comulgar por su
enfermedad, extendiesen los corporales sobre su pecho con el cuerpo
consagrado de Cristo y milagrosamente una de las formas consagradas
penetró en su cuerpo, según cuentan sus biógrafos.
Precisamente como recuerdo de esta tradición, sus religiosas,
las Mantellate, llevan sobre el lado izquierdo de su escapulario la
imagen de una hostia. Fue canonizada el 16 de junio de 1737 por SS
Clemente XII.