El antiguo Martirologio nos decía que fue mártir
en Nicomedia de Bitinia, durante la persecución de Maximiniano Hercúleo.
Según cuenta la leyenda, nació en Nicomedia, donde estaba la
corte del emperador Diocleciano, y era hija de paganos distinguidos. En su
tierra conoció a los cristianos, y se hizo uno de ellos.
Sus padres quisieron casarla con el rico y poderoso Eulogio
o Evilasio o Elesio (según los hagíografos se cambia el nombre);
pero ella, para ganar tiempo, impuso la condición de que alcanzase
el cargo de prefecto. Cuando Eulogio fue prefecto le pidió que cumpliera
su promesa, pero Juliana, ya abiertamente, le confesó su fe cristiana
y le animó a que él también la abrazara; aquí
empezó su proceso martirial, ya que Eulogio no quiso convertirse y
su padre, encolerizado, hizo todo lo posible para que apostatase, y al no
conseguirlo la entregó a sus verdugos. Fue encerrada en la cárcel
y allí sufrió las tentaciones del demonio que vestido de ángel
la tentó para que apostatase, pero no lo consiguió porque ella
lo venció con la oración. Murió decapitada, y sus reliquias
dieron origen y nombre a la ciudad de Santillana de Mar.
Cuando llegó la paz de Constantino, la matrona Sofronia
tomó las reliquias del cuerpo de la mártir Juliana con la intención
de llevarlas consigo a Roma. Por una tempestad, tuvo que desembarcar en Puzzoli
donde le edificó un templo que luego destruyeron los lombardos. Las
reliquias se vieron peligrar y prudentemente se trasladaron a Nápoles
donde reposan y se veneran con gran devoción y se pensó que
era una mártir de la Campania, cuando en realidad es la misma Juliana
de Nicomedia, aunque el actual Martirologio sitúa su muerte en la
Campania italiana.