SANTA ISABEL DE
HUNGRÍA
17 de nociembre
1231 d.C.
Nació en el
castillo de Saros Patak en Presburgo (Hungría). Era hija del rey
de Hungría, Andrés II y sobrina de santa Eduvigis de
Polonia. Fue prometida en matrimonio a los cuatro años, con el
landgrave de Turingia, el beato Luis IV (y fue criada con él en
el castillo de Wartburg), del cual, tras la celebración de las
nupcias a los 14 años (1221), tuvo tres hijos. Fue un matrimonio
por amor ("Si yo amo tanto a una criatura mortal, cuanto más
deberé amar al Señor, inmortal y patrón de
todos"). Y supo unir la austeridad con la distinción, la piedad
con el servicio. Y se alegró de imitar a Jesucristo en las
penalidades del invierno y del portal de Belén. Su sierva
Isentrudis dijo: "También cuando su marido vivía, ella
era como una religiosa; humilde y caritativa, toda dedicada a la
oración. Cumplía todas las obras de caridad hacia los
pobres con una gran alegría sin cambiar el aspecto de su
rostro". De sus hijas, Sofía será la esposa del duque de
Brabante, y Gertrudis, abadesa del monasterio de Aldemburgo,
será recordada como la beata Gertrudis de Turingia. En 1225, al
sufrir Alemania una severa escasez, gastó todo su patrimonio
para atender a los más necesitados.
Isabel tenía
apenas 20 años cuando se quedó viuda (1227);
perdió al marido durante la VI cruzada comandada Federico II, a
causa de una epidemia en Otranto. Dejando el castillo de la corte
ducal, se dedicó a una vida de extraordinaria caridad, fundando
un hospital en honor de san Francisco de Asís después de
haber rechazado las segundas nupcias, aconsejadas por su tío,
obispo de Bamberg. La leyenda dice que fue expoliada de todas sus
posesiones por el hermano de su marido. Lo cierto es que
renunció al derecho de sustento por temor a recibir su alimento
de la odiosa exacción de los pobres, tal como se practicaba en
la corte de los príncipes de su tiempo.
El Beato Conrado de
Magdeburgo fue su confesor, a quien modernamente se considera de "una
deplorable insensibilidad", ensombreció con métodos que
podríamos llamar brutales el crepúsculo de su vida, en el
que Isabel dio ejemplos de paciencia, ya que le hacía flagelarse
por cada pequeña enmienda. Así mismo, le aconsejó
por obediencia que vistiera el hábito gris de las Terciarias
franciscanas, y que no entrara en un monasterio (que era la
aspiración de nuestra santa). Aunque se dice que fue la primera
Terciara franciscana de Centroeuropa, y que el mismo santo de
Asís le regaló una capa de su uso particular, que la
reina guardó como una reliquia; pero no hay documentación
que diga que perteneciera a la tercera orden franciscana, aunque si
favoreció a los primeros franciscanos que llegaron a Turingia y
vivió sus ideales evangélicos.
En 1228, con la mano
sobre el altar de la capilla de la ciudad de Eisenach, en presencia de
algunos religiosos "renunció a sus parientes, a sus hijos, a su
propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a las cosas que el
señor aconsejaba abandonar". (El beato Conrado le impidió
renunciar a sus bienes, para pagar las deudas de su marido y para que
pudiera socorrer a los pobres). El agudo sentido que tenía de
los derechos del pueblo y de las injusticias señoriales, le
hacía observar ayunos hasta pasar hambre. En la carestía
de 1225, estuvo al lado de los pobres, distribuyendo incluso las
reservas de trigo de su ducado (en ausencia de su marido) y vendiendo
sus propios ornamentos principescos. La gente la llamaba
"mamaíta", entre otras cosas porque soportaba todos los
disgustos y tribulaciones con alegría. Una vez le preguntaron
cómo dar limosnas, si no tenía dinero, y contestó:
"Siempre tenemos dos ojos para ver a los pobres, dos oídos para
escucharlos, una lengua para consolarlos y pedir por ellos, dos manos
para ayudarlos y un corazón para amarlos".
Vivió los últimos cuatro años en el hospital
mantenido por ella, con los bienes que se le habían adjudicado
de nuevo, prestando su humilde servicio a los enfermos con el despego
más absoluto, después de haber confiado a Dios sus hijos,
porque no podía educarlos según el rango noble,
afrontando maledicencias y desprecios. Murió a los 24
años, y fue venerada inmediatamente por el pueblo.
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(Pbro. José
Manuel Silva Moreno)