SANTA HILDEGARDA DE
BINGEN
(Doctora de la Iglesia)
1179 d.C.
17 de septiembre
Nació en Böckelheim, Hesse, Renania, en el seno de una
familia rica y acaudalada, su padre era “ministerial” del obispo de
Spira. Uno de sus hermanos llamado Drutwin fue muy famoso. Hildegarda
fue una niña débil y enfermiza, y en consecuencia no
recibió más que una poca educación en su hogar. A
la edad de ocho años fue puesta bajo el cuidado de la beata
Jutta, hermana del Conde Meginhard, que vivía como monja en el
Disenberg (o Disibodenberg, la Montaña de San Disibod) en la
Diócesis de Speyer. Tampoco aquí le fue dada a Hildegarda
más que una mínima instrucción dado que era muy
afligida por la enfermedad, estando con frecuencia escasamente capaz de
caminar y a menudo privada incluso del uso de sus ojos. Se le
enseño a leer y a cantar los salmos en Latín, lo
suficiente para el canto del Oficio Divino, pero nunca aprendió
a escribir. Más adelante fue investida con el hábito de
San Benito e hizo su profesión religiosa. La beata Jutta
murió en el año 1136, e Hildegarda fue designada
superiora.
Fundó con un pequeño grupo el convento de
Rupertsberg, cerca de Bingen y fue abadesa, a pesar de las dificultades
que pusieron los monjes de Disibodenberg a esta fundación;
cercana a este convento fundó otro filial el de Eibingen, en
Rüdesheim (una característica de este monasterio es que
tenía ¡agua corriente!). Se hizo famosa por sus
profecías y visiones por lo que se la conoce como "La sibila del
Rhin".
Es conocida su profecía sobre el futuro de la
Iglesia: “Sucederá un cisma dividirá a todo el clero y
toda la Iglesia. Y del mismo modo que la fe católica fue
extendiéndose poco a poco, ascendiendo gradualmente hasta la
verdad y la justicia, en esa época de afeminada frivolidad
irá apartándose asimismo gradualmente de la ley, el orden
y del reglamento. En este tiempo se irán hudiendo también
los emperadores romanos. Su dominio va declinando paulatinamente porque
ellos mismos se vuelven sucios e indolentes, serviles e impuros en las
costumbres. Del pueblo exigirán todavía respeto y
veneración, pero ellos no buscarán la dicha del pueblo, y
por tanto éste tampoco podrá sostenerlos. Por eso muchos
reyes y príncipes abandonaran en detrimento suyo el imperio
romano. Cada región y cada tribu escogerá su propio rey.
Y cuando de esta suerte se haya partido el cetro imperial, así
también la Iglesia será rasgada. Pues como en ella no se
encontrará ya religión alguna, tanto los príncipes
como el resto de las personas despreciarán su autoridad. Se
pondrán bajo la potestad de otros maestros o arzobispos, de
manera que el Papa apenas mantendrá Roma y poco más de
sus alrededores. Mucha gente se volverá hacia los usos y
costumbres anteriores; pero no estará lejos el día en el
que aquel hijo de la perdición y la infamia (el Anticristo) se
pondrá de manifiesto, y se rebelará contra todo aquello
que se denomina Dios, hasta que Éste por fin, con el aliento de
su boca, lo extermine”.
Sus visiones fueron llevadas también a conocimiento
de Eugenio II (1145-53) quién estaba en Trier (Tréveris)
en el 1147. Albero de Cluny, Obispo de Verdun, fue comisionado para
investigar e hizo un informe favorable. Hildegarda continuó sus
escritos (las visiones las escribía un monje o una monja,
según ella las relataba). Muchedumbres de personas se
congregaron en torno a ella, provenientes de los alrededores y de todas
partes de Alemania y la Galia, para escuchar palabras de
sabiduría de sus labios, y para recibir consejo y ayuda en las
dolencias corporales y espirituales.
Hildegarda fue la primera de las grandes místicas
alemanas, poetisa, profetisa y médico buscó la forma de
moralizar la política corrigiendo a papas y príncipes,
obispos y laicos con total coraje e infalible justicia, y para estos
menesteres tuvo que abandonar la clausura tres veces. Mantuvo
correspondencia con san Bernardo de Claraval, papas, los emperadores
Conrado III y Federico I. Viajó mucho por Alemania. Su obra
principal es “Scivias Domini” o “Liber Scivias”, relato de sus
visiones; también escribió “Liber Divinorum Operum”.
También escribió numeras obras de medicina, música
e historia. Se la considera la primera mujer que ejerció la
medicina en Occidente. Calumniada por sus numerosos enemigos, fue
defendida por san Bernardo y del papa el beato Eugenio III.
En el último año de su vida Hildegarda tuvo
que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su
convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo
excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz
(Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se
consideró obligada a obedecer dado que el joven había
recibido los santos oleos y se supone que estaba por consiguiente
reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta
sobre su convento por el capítulo de (Mainz) Maguncia, la
sentencia fue confirmada por el obispo Christian (V) Buch que en ese
momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y
correspondencia logro que el entredicho fuera levantado. Murió
de santa muerte y fue enterrada en la iglesia de Rupertsberg. Sus
reliquias se conservan en el monasterio de Eibingen.
En diciembre de 2011, el Papa Benedicto XVI anunció
su decisión de otorgar a Santa Hildegarda el título de
"Doctora de la Iglesia". El 10 de mayo de 2012 procedió a
inscribirla en el catálogo de los santos y extender su culto
litúrgico a la Iglesia universal, en una "canonización
equivalente". Fue proclamada como Doctora de la Iglesia el 7 de octubre
de 2012 por el Papa Benedicto XVI.