SANTA CELIA
GUÉRIN
1877 d.C.
28 de agosto
Nació en Gandelain, departamento de Orne (Normandía), en
el seno de una familia de militares. Celia, inteligente y comunicativa
por naturaleza, dice en una de sus cartas que su infancia y juventud
fueron tristes "como un sudario".
Cuando se jubiló su padre, la familia se
estableció en Alençon en 1844. La señora
Guérin abrió un café y una sala de billar, pero su
carácter intransigente no favoreció el desarrollo del
negocio. La familia salía adelante con dificultad, gracias a la
pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En
pocos años, la situación financiera se hizo muy precaria
y no mejoró hasta que las hijas contribuyeron con su trabajo a
cuadrar el balance familiar. Esta situación económica
influyó en los estudios de las hijas.
Celia piensa en la vida religiosa, al igual que su hermana
mayor, que llegará a ser sor María Dositea en la
Visitación de Le Mans. Pero la superiora de las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paúl, a quien Celia solicita su
ingreso, le responde sin titubear que no es ésa la voluntad de
Dios. La joven se inclina ante tan categórica afirmación,
aunque no sin tristeza. Pero un hermoso optimismo sobrenatural la hace
exclamar: «Dios mío, accederé al estado de
matrimonio para cumplir con tu santa voluntad. Te ruego, pues, que me
concedas muchos hijos y que se consagren a ti». En 1851,
después de una novena a la Inmaculada Concepción,
escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de
Alençon". Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa
y ya a partir de 1853 era conocida como fabricante del punto de
Alençon. En 1858 la casa para la que trabajaba recibió
una medalla de plata por la fabricación de este encaje y Celia
una mención de alabanza.
Un día, al cruzarse con un joven de noble
fisonomía, de semblante reservado y de dignos modales, se siente
fuertemente impresionada, y una voz interior le dice: «Este es
quien he elegido para ti». Pronto se entera de su identidad; se
trata de Luis Martin. En poco tiempo los dos jóvenes llegan a
apreciarse y a amarse, y el entendimiento es tan rápido que
contraen matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después
de su primer encuentro. Luis y su esposa se proponen vivir como hermano
y hermana, siguiendo el ejemplo de San José y de la Virgen
María. Diez meses de vida en común en total continencia
hacen que sus almas se fundan en una intensa comunión
espiritual, pero una prudente intervención de su confesor y el
deseo de proporcionar hijos al Señor les mueven a interrumpir
aquella santa experiencia. Celia escribirá más tarde a su
hija Paulina: «Sentía el deseo de tener muchos hijos y
educarlos para el Cielo».
De su unión nacieron nueve hijos. Los esposos
Martin experimentan esa verdad al recibir a sus numerosos hijos:
«No vivíamos sino para nuestros hijos; eran toda nuestra
felicidad y solamente la encontrábamos en ellos»,
escribirá Celia. Sin embargo, su vida conyugal no está
carente de pruebas. Tres de sus hijos mueren prematuramente, dos de
ellos eran los varones; después fallece de repente María
Helena, de cinco años y medio. Plegarias y peregrinaciones se
suceden en medio de la angustia, en especial en 1873, durante la grave
enfermedad de Teresa y la fiebre tifoidea de María. En medio de
los mayores desasosiegos, la confianza de Celia se ve fortificada por
la demostración de fe de su esposo, en particular por su
estricta observancia del descanso dominical: Luis nunca abre la tienda
los domingos. Es el día del Señor, que se celebra en
familia; primero con los oficios de la parroquia y luego con largos
paseos; los niños disfrutan en las fiestas de Alençon,
jalonadas de cabalgatas y de fuegos artificiales.
Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura
santa patrona de las misiones, es una fuente preciosa para comprender
la santidad de sus padres: educaban a sus hijas para ser buenas
cristianas y ciudadanas honradas. Pero la intensa felicidad familiar de
los Martin no debía durar demasiado tiempo. A partir de 1865,
Celia se percata de la presencia de un tumor maligno en el pecho,
surgido después de una caída contra el borde de un
mueble. Tanto su hermano, que es farmacéutico, como su marido no
le conceden demasiada importancia; pero a finales de 1876 el mal se
manifiesta y el diagnóstico es concluyente: «tumor fibroso
no operable» a causa de su avanzado estado. Celia lo afronta
hasta el final con toda valentía; consciente del vacío
que supondrá su desaparición, le pide a su cuñada,
la señora Guérin, que, después de su muerte, ayude
a su marido en la educación de los más pequeños.
Su muerte acontece el 28 de agosto de 1877.
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz llegará a decir: «El Señor me concedió
un padre y una madre más dignos del Cielo que de la
tierra». Los esposos fueron beatificados por SS Benedicto XVI el
19 de octubre de 2008, en Lisieux (Francia).