SANTA CATALINA DE RICCI
2 de febrero
1590 d.C.
Se
llamaba Alessandrina Lucrecia Romola de Ricci. Hija de unos patricios
florentinos. Poco después de nacer Alejandra, murió su
madre y su padre se casó de nuevo. Fue educada, con todo
cuidado, por su madrastra y su padre. Ya desde niña aparecieron
en ella virtudes que después darían un gran fruto.
Ingresó a los
diez años (1534) en el monasterio dominico de San Vicente in
Prato, (Toscana), (fundado por nueve damas admiradoras de Savonarola),
de donde su tío Timoteo Ricci, era capellán, y al
año siguiente emitió los votos religiosos. Allí
estaba su tía Luisa Ricci. Muy pronto quedaron profundamente
admiradas las religiosas al descubrir las muchas y profundas virtudes
que tenía. La expiaban para ver si su virtud, sobre todo la que
manifestaba cuando se encontraba en oración, si era natural o
pasajero.
Una de las notas
características de su vida espiritual fue la meditación
en la Pasión de Cristo, a la que dedicaba muchas horas de
oración. A los 13 años volvió a la casa paterna
donde continuó su vida conventual. Desde el tiempo del noviciado
Catalina manifestó dificultades de adaptación a la regla,
lentitud para aprender y trastornos físicos crecientes, que
culminaron en 1538 en una grave enfermedad, que luego se
achacaría a sus primeras manifestaciones místicas.
Allí vivió una vida llena de virtud y criterio, de otro
modo no se le hubiera confiado la dirección espiritual de las
novicias, ni se la hubiera elegido priora para toda la vida. La
reputación de su santidad atrajo a muchas visitas de numerosos
obispos y cardenales, entre ellos: Cervini, futuro Marcelo II;
Alejandro de Medicis, futuro Clemente VIII y Aldobrandini, futuro
León XI. No aceptó nunca que se la alabara por su
santidad o por los fenómenos místicos que recibía.
Pero no fue una monja
como las demás, desde 1542, todas las semanas, los jueves y los
viernes, sor Catalina tuvo éxtasis en los que revivía la
Pasión de Cristo: azotes, la corona de espinas, las magulladuras
de la cruz, las heridas de los clavos, todo el deja huellas sensibles
en su cuerpo; de este misticismo también se producen los
desposorios místicos con Cristo; pero nunca perdió la
alegría y la sencillez. Ella rezó día y noche para
que no se repitiesen estos fenómenos, que duraron 12
años. Por lo demás fue una mujer inteligente, equilibrada
y de una audacia muy suya, siempre dentro de la más estricta
ortodoxia. Era tal su misticismo que algunos pensaron que era locura y
poco faltó para que fuera expulsada.
Gran admiradora de Savonarola (después de que fuera curada
milagrosamente en el día de su ejecución de la enfermedad
que sufría), hizo pintar su imagen con la palma del martirio en
su mano. Tal vez en la Orden se vio con recelo su veneración a
la memoria de Savonarola, pero su correspondencia con san Felipe Neri,
san Carlos Borromeo, a quien le predijo un atentado, y después
del intento frutado de asesinato, san Carlos tuvo siempre en su celda
el retrato de Catalina; y san Pío V, la mostró muy
lúcida. Fue gran amiga de santa María Magdalena de Pazzi,
que la introdujo en el conocimiento de Jesús resucitado y en el
misterio del amor y que tuvo la visión de verla subir al cielo,
el día de su muerte. Fue canonizada en 1747 por Benedicto
XIV.