SANTA AUSTREBERTA DE
PAVILLY
10 de febrero
704 d.C.
Nació en Thérouanne (Artois); era hija de santa
Framehilda y del conde palatino Badefrido, uno de los principales
cortesanos del rey Dagoberto. Fue una niña seria y piadosa, con
la mente fija en iglesias y convenios. Un día, mientras
contemplaba su imagen reflejada en el agua, vio un velo sobre su
cabeza; aquella extraña experiencia le produjo una
impresión permanente. Al cumplir los doce años, su padre
le anunció que ya tenía proyectado su matrimonio y la
idea resultó tan desagradable para Austreberta, que huyó
de la casa, acompañada por su hermano menor. Se refugió
en un monasterio, donde el abad le dio asilo y le prometió
imponerle el velo. Sin embargo, al saber quién era ella y
pensando en lo preocupados que estarían sus padres por su
ausencia, la persuadió para que regresara con él a su
hogar.
El abad San Audomaro
explicó el asunto a sus padres, que terminaron por acceder a que
la joven entrara al convento, después de vivir con ellos
algún tiempo. Aquel fue un período de prueba para
Austreberta que se sentía atormentada por los escrúpulos
de no haber respondido a la llamada de Dios. Tanto importunó a
los suyos para que la dejasen partir, que por fin su padre la
llevó al monasterio de Port (después Abbeville), en el
Somme, donde tomó el hábito ella misma.
Muy pronto se
ganó lodos los corazones con su piedad y humildad. Ella misma
estaba feliz en aquella comunidad tan devota y observante. Se cuenta
que un día cuando Austreberta horneaba el pan para la casa,
ocurrió un suceso extraordinario. En el horno caliente ya se
habían extinguido las llamas. Los panes estaban listos y
sólo faltaba sacar las brasas. Austreberta metió la
escoba, que se incendió de pronto y llenó el horno con
fuego. Austreberta, temiendo que el pan se quemara, cerró
primero la puerta de la cocina y después, inclinándose
entre las llamas, que no le hicieron ningún daño,
limpió el interior del horno con sus manos y sacó el pan.
A la asombrada muchacha que había presenciado la escena le
encargó que no dijera nada a nadie y después
siguió con su larca tranquilamente, sin ninguna quemadura en sus
carnes ni en sus ropas. Sólo a su confesor reveló
Austreberta lo sucedido y, aunque éste quedó lleno de
admiración, le advirtió: "Hija, no vuelvas a ser tan
temeraria, no sea que la próxima vez tientes a Satanás y
recibas algún daño."
En aquel tiempo
vivía un hombre piadoso llamado San Audoeno que había
fundado en Pavilly el monasterio en el que profesó su hija
Áurea. Por consejo de San Filiberto, Audeno nombró
superiora de su convento a Austreberta, quien ya desde hacía
tiempo era abadesa de Port.
La Santa se resistió a separarse de sus amadas hijas para ir a
enfrentarse con muchas dificultades en otro monasterio, pero ante la
insistencia de san Filiberto acabó por aceptar. En su nueva casa
encontró una completa falta de disciplina y se impuso la tarea
de urgir a sus monjas el estrícto cumplimiento de las reglas;
pero las religiosas no se conformaron con aquella severidad y acudieron
a protestar ante Audeno, y acusaron a la santa de varias ofensas
graves. El fundador dio crédito a las calumnias y después
de injuriar a la superiora, llegó al grado de amenazarla con su
espada, pero Austreberta no se inmutó y ciñéndose
el velo alrededor del cuello, inclinó la cabeza esperando el
golpe mortal. Su valor hizo que Audeno recuperara la cordura y desde
entonces la dejó que gobernara a sus monjas del modo que creyera
conveniente. Es patrona de Barentin, cerca de Rouen, donde el arroyo
toma el nombre de Austreberte.