SAN SIVIARDO
1 de marzo
687 d.C.
Benedictino en la abadía de Saint-Calais cerca de de Cenomanum
(hoy Le Mans), en Neustria, entonces conocida como abadía de
Anille; sucedió a su padre como abad. A él le debemos una
interesante biografía de san Carileffo, fundador de la
abadía.
Según aparece
en “El Testigo Fiel” escrito por Abel Della Costa “San Siviardo
nació en el territorio de Le Mans, de padres nobles. Estos datos
los conocemos por una breve «Vita» escrita por un
monje contemporáneo de su mismo monasterio, que nos cuenta de
Siviardo con estas palabras: «egregio sacerdote, de vida
admirable y santa conversación» (en latín
"conversatio" es el trato en general, nosotros diríamos "la vida
social"). El autor conoció al santo desde joven, y afirma que ya
en su adolescencia se mostraba santo y honestísimo:
pequeño de edad, pero adulto en sus piadosas costumbres.
A diferencia de lo que
es frecuente en los jóvenes -nos dice el autor- que es huir de
la laboriosidad del estudio, Siviardo se aplicaba a ello con gran
diligencia, y estaba siempre hambriento de sabiduría divina. No
contento con el estudio, interrogaba con frecuencia a los sabios y
doctos, por lo que, comportándose como verdadero servidor,
llegó a ser después un gran maestro, que pudo aconsejar y
guiar a muchos, aun más con el propio ejemplo que con la palabra.
Pero tras el estudio
deseó la vida monástica, e ingresó al monasterio
de Anille (Anisola), en el mismo Le Mans, que había sido fundado
el siglo anterior por san Carileffo. Allí mismo fue
ordenado sacerdote y llegó a ser abad. Enseñaba a los
jóvenes los a utilizar los rigores de la disciplina, pero con
moderación y templanza. En todo sentido llegó a ser
ejemplo para quienes lo observaban.
Al final de su vida, en el lecho de muerte, mientras era llorado por
quienes lo acompañaban, tuvo una visión, en la que
contempló una luz de enorme claridad aproximarse hacia
él; dio sus últimas instrucciones a los hermanos,
encomendándoles especialmente que buscaran la santidad, que
cuidaran de su hermana carnal (germana) y de las hermanas de ella
(sorores) de lo que deducimos que también ella estaba consagrada
al Señor, posiblemente en un monasterio femenino cercano, lo que
era frecuente. Y dirigió a los que lo rodeaban estas palabras:
"Doy gracias a Cristo, que se digna llevarme a su descanso. Me acerco a
Dios con mis presentes" [es decir, las buenas obras realizadas en la
vida, que no son méritos, porque sólo uno merece: Cristo,
pero sí presentes que ofrecemos a Dios y él libremente
acepta]. Continuó hasta el último momento consolando a
los hermanos, y exhortándolos a perseverar en el estado de
perfección y de permanente alabanza a Dios. Era el 1 de marzo
del año octavo del rey Teodorico, esto es: el año 687”.