SAN SIMÓN DE
ROJAS
1624 d.C.
28 de septiembre
San Simón
de Rojas, trinitario, nació en Valladolid (España), el 28
de octubre de 1552. A los doce años, ingresó en el
convento trinitario de su ciudad natal, en el que hizo la
profesión religiosa el 28 de octubre de 1572. Cursó los
estudios en la universidad de Salamanca entre 1573 y 1579.
Enseñó filosofía y teología en Toledo desde
el año 1581 hasta el 1587. A partir de 1588, hasta su muerte,
ejerció con grande prudencia el oficio de superior en varios
conventos. En el mismo periodo, fue enviado como Visitador
Apostólico a su Provincia de Castilla, en dos ocasiones, y a la
de Andalucía, en una. El 14 de abril de 1612 fundó la
Congregación de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de
María. En 1619 fue nombrado Preceptor de los Infantes de
España. El 12 de mayo de 1621 fue elegido como confesor de la
Reina Isabel de Borbón. Murió el 29 de septiembre de 1624.
Su canonización dentro de las celebraciones de este
Año Mariano, recompensa dignamente a quien, por su tierna
devoción a María, Lope de Vega llegó a equiparar
con San Bernardo de Claraval y con San Ildefonso de Toledo. Fue su
madre, la virtuosa Constanza, quien imprimió e hizo germinar en
el alma de Simón el amor a María. El culto que Constanza,
junto con su marido, Gregorio, tributaba constantemente a la
Santísima Virgen, explica el porqué Simón, cuando
pronunció sus primeras palabras, a los 14 meses de edad, siendo
de pequeño algo retardado y balbuciente, dijese: "Ave,
María". No hacía otra cosa que repetir la plegaria tan
frecuentemente recitada por sus padres.
Su mayor gozo era el visitar los santuarios marianos, orar
a María, imitar sus virtudes, cantar sus alabanzas, resaltar la
importancia de la Santísima Virgen en el misterio de Dios y de
la Iglesia. A través de profundos estudios teológicos,
comprendió cada vez mejor la misión de María en la
salvación del género humano y la santificación de
la Iglesia. Vivió sus votos religiosos con el estilo de
María. Pensaba que para ser todo de Dios, como Ella, era
necesario hacerse esclavos suyos, o mejor, esclavos de Dios en
María. Fue por ello por lo que fundó la
Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre de
María, para la mayor gloria de la Trinidad y la alabanza de la
Virgen, al servicio de los pobres. Para él, ser esclavo de
María quería decir pertenencia total a Ella: Totus tuus,
para unirse más íntimamente a Cristo y en él, por
el Espíritu, al Padre.
La Congregación por él fundada era de
carácter laical. A ella podían adherirse personas de todo
rango social. Los inscritos, entre los que figuraban el rey y sus
hijos, se obligaban a honrar a María, asistiendo maternalmente a
sus hijos predilectos: los pobres. Esta obra subsiste todavía
hoy en España. Simón de Rojas, que era considerado uno de
los más grandes contemplativos de su tiempo, y que en la obra La
oración y sus grandezas demuestra ser un gran formador de almas
de oración, quería que a la dimensión
contemplativa se uniese la activa, las obras de misericordia. Fiel al
carisma trinitario, promovió redenciones de esclavos,
remedió numerosísimas necesidades de los pobres,
consoló enfermos, desheredados y marginados de todo tipo. Cuando
recibió encargos en la Corte, puso como condición para
aceptarlos el poder seguir ocupándose de sus pobres, a los que
ayudaba de muchas maneras, siempre con alegría a cualquier hora
del día o de la noche.
Son numerosísimas las expresiones de su amor a
María. Los pintores que han inmortalizado su figura, ponen
siempre en sus labios el saludo "Ave, María", por él
pronunciado con tanta frecuencia que familiarmente era llamado "el
Padre Ave María". Hizo imprimir millares de estampas de la
Virgen Santísima con la inscripción "Ave, María",
estampas que enviaba también al extranjero. Hizo confeccionar
rosarios con 72 cuentas azules sobre cordón blanco,
símbolo de la Asunción y de la Inmaculada, como recuerdo
de los 72 años que, según la creencia de la época,
había vivido la Virgen, y los difundió por doquier.
Valiéndose de su influencia en la Corte, hizo que se esculpiese
con letras de oro sobre la fachada del Palacio Real de Madrid el saludo
angélico que él tanto amaba: "Ave, María". El 5 de
junio de 1622, pidió a la Santa Sede la aprobación de un
texto litúrgico por él compuesto en honor del
Dulcísimo Nombre de María, texto que más tarde el
Papa Inocencio XI extendió a toda la Iglesia.
Las honras fúnebres que se le tributaron a su
muerte, acaecida el 29 de septiembre de 1624, asumieron el aspecto de
una canonización anticipada. Durante 12 días, los
más famosos oradores de Madrid exaltaron sus virtudes y
santidad. Impresionado por la veneración unánime que se
le rendía, el Nuncio del Papa, algunos días
después de su muerte, el 8 de octubre siguiente, ordenó
que se iniciasen los procesos, en vista a su glorificación por
parte de la Iglesia.
Reconocida la heroicidad de sus virtudes por Clemente XII,
el 25 de marzo de 1735, fue beatificado por Clemente XIII, el 19 de
mayo de 1766. Y hoy, 3 de julio de 1988, el Papa Juan Pablo II inscribe
en el Catálogo de los Santos a este gran siervo de María
y padre de los pobres.