SAN SILVESTRE I
314-335 d.C.



   El César cristiano era una ventaja y un peligro para la Iglesia, ya que el emperador podía intervenir en los asuntos de la nueva religión, como había intervenido en los de la antigua. El conflicto entre el poder espiritual y temporal, que iba a dominar toda la historia de la Edad Media, tiene sus orígenes en la intervención del emperador de Roma en los asuntos eclesiásticos, intervención inaugurada por el mismo Constantino. Un historiador de la Iglesia definió de la siguiente manera la nueva fase en la que entraba la Iglesia: "Apenas liberada de la opresión y de las persecuciones, la Iglesia iba a someterse a una prueba más temible aún que la hospitalidad: la de la protección tan fácilmente onerosa del Estado" (Jacques Zeiller).

   Después de la caída de Licinio, Constantino se proclama emperador de Occidente y Oriente. En 321 proclama el domingo como fiesta oficial. En 324 hace construir las iglesias de Letrán y del Vaticano, donde coloca los restos de San Pedro. En 325 inaugura el primer concilio ecuménico, en Nicea. En contra de las afirmaciones de Arrio, cuya nueva herejía, el arrianismo, conquistaba ya muchos adeptos en Oriente, el concilio proclamó la consustancialidad del Padre y del Hijo, El texto redactado en Nicea es todavía el fundamento de nuestra fe y de nuestra Iglesia. Conocido bajo el nombre de Símbolo de Nicea o Credo, el texto sagrado reproduce, con pocas modificaciones, el pensamiento de los 250 delegados que asistieron al Concilio.

   El 11 de mayo de 330, Constantino inaugura la nueva capital de Oriente, Constantinopla, la antigua Bizancio, que llevará su nombre, origen de otras futuras divisiones. Sesis años de trabajos, en los que tomaron parte mil prisioneros godos, transformaron la antigua ciudad griega en una espléndida capital. Los viejos templos fueron despojados de sus columnas y de sus tesoros, y con ellos fue construida Constantinopla, la ciudad de Constantino. Derrocháronse montones de oro. Surgieron palacios e iglesias con verdadera profusión. Todo el lujo oriental encontró allí su cultivo más exquisito. Finalmente, el año 330 celebró el mismo Constantino su inauguración. Desde entonces fijó allí su residencia imperial, y dividió el Imperio en cuatro prefecturas: Oriente, Iliria, Italia y Galia, con 14 diócesis y 116 provincias. Estas diócesis y provincias fueron luego la base de las divisiones de las provincias y diócesis eclesiásticas. El paganismo cedía ante el cristianismo, sin dejar de transmitirle algunos de sus tesoros. La transmisión se operó en Bizancio con más facilidad que en otro sitio. Grecia estaba viva en las almas con su filosofía, su arte y su religión.

   El emperador como protector de la Iglesia, la condenación de Arrio, la rápida difusión de su herejía y la fundación de Constantinopla, fueron los hechos que coincidieron con el pontificado de San Silvestre y que plantearon a la Iglesia problemas difíciles, que habían de tener gravísimas consecuencias.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)