SAN SIDONIO APOLINAR
489 d.C.
21 de agosto
Cayo Solio
Apolinar nació en Lyon, en el seno de una familia de la
aristocracia galo-romana. Se dice que en su juventud, un día
descubrió a unos individuos excavando cerca de la tumba de su
abuelo, Sidonio se lanzó contra ellos a caballo y los
golpeó como castigo por la profanación. Terminados sus
estudios en Lyon y se casó con su prima Pampiniela, la hija de
Avito, emperador de Occidente. Sirvió al Estado como jefe del
Senado y prefecto de Roma (468-469) y al terminar su mandato se
retiró a sus tierras de la Galia, en Lyon y recibió el
título de conde. En este retiro se dedicó al estudio y
compuso la mayor parte de los “Carmina”.
Aunque era laico, fue elegido obispo de Arvernum (hoy
Clermont-Ferrand) hacia el 472; se separó de su esposa,
renunció a sus cargos civiles, se bautizó y
comenzó una nueva vida; se distinguió por su caridad;
como tal salvó al pueblo de la furia de los invasores godos
mandados por Alarico. Fue hecho prisionero en el castillo de Livia, de
donde fue liberado gracias a la intervención de uno de sus
amigos, el poeta y retórico León. A este fin, no
sólo usó de una fina diplomacia, sino que introdujo en su
diócesis, reorganizándola, los días de
pública oración llamados "Días de Ruego".
Entregó a los pobres su gran fortuna y fundó
varios monasterios. También fue un hombre de letras:
escribió versos latinos con gran habilidad. Tuvo que sufrir la
hostilidad de algunos miembros del clero y los avatares de su hijo
Apolinar que se había aliado con los godos. Sidonio se vio
arrastrado por los acontecimientos y exiliado a Milán, donde
huyó para regresar a Galia. Se le considera el último
representante de la auténtica cultura clásica, el
último de los grandes galo-romanos, antes que las invasiones
bárbaras alterasen el clima intelectual de Occidente.
Dejó en todos lo que le trataron la sensación de haber
procurado, en la medida de lo posible, el bien de cada uno o, al menos,
el menor de los males. En esto, dice G. Cremascoli: “habrá de
buscarse, si no nos engañamos, la señal de su santidad,
que va unida a una hora difícil y trágica en la
evolución de la civilización occidental”.