Nació
en Horsham Saint Faith's en Norfolk. Su madre era pariente de los
Shelley de Sussex, de suerte que un lejano parentesco unía a
Southwell con el gran poeta Shelley. Roberto estudió en Douai,
donde fue discípulo del famoso teólogo Leonardo Lessio, y
allí entró por primera vez en contacto con la
Compañía de Jesús. Prosiguió sus estudios
en París, bajo la dirección de Tomás Darbyshire,
quien había sido archidiácono de Essex en tiempos de
María Estuardo. Poco después de cumplir los dieciesiete
años, Roberto pidió ser admitido en la
Compañía de Jesús. La admisión le fue
negada a causa de su juventud; esta contrariedad le movió a
escribir el primero de sus poemas que ha llegado hasta nosotros. En el
otoño de 1578 fue finalmente admitido en el noviciado de Roma.
Más tarde, fue prefecto de estudios del Colegio Inglés y
recibió la ordenación sacerdotal en 1584. Dos años
después, partió a la misión de Inglaterra en
compañía del P. Enrique Garnet.
La carrera de
misionero activo del P. Southwell duró seis años. En 1587
era capellán de la condesa Ana de Arundel, en Londres, y esto le
permitió entrar en contacto con san Felipe Howard, esposo de la
condesa, que estaba prisionero en la Torre de Londres. A pesar de que
tomaba todas las precauciones posibles para no darse a conocer, su fama
se extendió pronto y su espíritu tranquilo y bondadoso
impulsó eficazmente su trabajo apostólico. El santo se
mantuvo alejado de todas las intrigas y controversias políticas
y eclesiásticas, entregándose por completo a sus deberes
sacerdotales. En 1592, denunciado por una joven de la casa en la que se
había refugiado, fue detenido por el infame Topcliffe y
encerrado en Uxenden Hall, la casa de su captor.
Con el fin de
arrancarle denuncias sobre otros católicos, los verdugos
sometieron al santo a terribles tormentos, por lo menos en nueve
ocasiones, en la misma casa de Topcliffe. Este había dicho a la
reina: «Southwell es el prisionero más útil que
hayamos capturado, con tal de que sepamos aprovecharle».
Después de casi tres años de prisión en Gatehouse
y en la Torre dé Londres, el santo apeló a Lord Cecil,
exigiéndole que se procediera al juicio o se le dejase en
libertad. La apelación surtió efecto, pues fue juzgado y
condenado a muerte por el delito de ser sacerdote. El 21 de febrero de
1595 fue colgado, arrastrado y descuartizado en Tyburn; la tortura fue
tan cruel, que los asistentes pidieron a gritos que el
descuartizamiento no se llevara al cabo, sino después de la
muerte. San Roberto no tenía más que treinta y tres
años.
Tiene un lugar en
la literatura inglesa como poeta religioso. Los poemas del santo
reflejan en forma muy vivida su valor y su sensibilidad; su fe en Dios
y en la belleza de la creación, aun en medio de las peores
brutalidades de la época. Roberto SouthweII fue un poeta
lírico. Su emoción, su energía y su pasión,
gobernadas por una severa disciplina impuesta a la vez por su
vocación y su voluntad, buscaban naturalmente una
expresión concisa en unas cuantas líneas
pletóricas de significado y sentimiento. La eterna paradoja
cristiana de «no tener nada y poseerlo todo».
«Vivo, pero
mi vida es muerte constante;
Muero,
pero mi
muerte es vida sin fin;
mi
muerte-vida es
una negación de mi vida-muerte
y
la Vida que me
espera coronará mi vida mortal.»
Su poesía es
generalmente corta, compacta y muy intensa; bien trabajada y
construida, pero no demasiado pulida ni exagerada; abundan las frases
felices que emergen del laberinto de las palabras y de las ideas. Sin
embargo, sus mejores poemas no son los más complicados; por
ejemplo, el famoso «Burning Babe» es de un
conceptualismo moderado que permite al lector seguir fácilmente
la idea.
Los poemas del
santo fueron muy populares, pues su forma si no su contenido, cuadraba
con el gusto de la época. Por otra parte, los católicos
encontraron en ellos una verdadera lectura espiritual, expresada en
términos a los que estaban más acostumbrados que
nosotros. «El amor no entiende las reglas de la razón,
sino las del amor. No ve lo que se puede ni lo que se debe hacer, sino
únicamente lo que desea hacer. Las dificultades no le amilanan y
la imposibilidad no le detiene». Estas palabras del santo en
«Mary Magdalen's Funeral Tears» expresan
perfectamente la actitud en que vivió y murió, así
como la actitud de su poesía, en la que la audacia de su fe y la
agudeza de su inteligencia evitan el escollo de convertir la belleza
lírica en fanatismo sin amor. Fue canonizado por Pablo VI
el 25 de octubre de 1970.