SAN RAFAEL GUIZAR Y
VALENCIA
6 de junio
1938 d.C.
Nació en Cotija, Michoacán, diócesis de Zamora,
México, en el seno de una rica familia de hacendados. El
año de 1890, inició Rafael sus estudios en el colegio de
San Estanislao, dirigido por los padres jesuitas. Tenía
facilidad para la música y aprendió a tocar piano,
acordeón, guitarra, mandolina y violín.
Rafael inició sus estudios eclesiásticos en el Seminario
Auxiliar de Cotija, en 1891; los interrumpió un año para
dedicarse a las labores del campo y los continuó con más
decisión, en el Seminario Mayor de Zamora, en el año de
1896. Poco después falleció su padre.
Recibió la ordenación sacerdotal en la iglesia de San
Francisco, en Zamora, en 1901, cuando contaba con 23 años de
edad. Apenas ordenado sacerdote, comenzó a acompañar en
las Visitas Pastorales al Excmo. Sr. Obispo de Zamora don José
Mª Cázares.
Tuvo la encomienda de ser el Director espiritual del Seminario de
Zamora donde impartió la cátedra de Teología
Dogmática. También fue nombrado Canónigo de la
Catedral. Con estos cargos, pudo desarrollar una amplia actividad
misionera, en la que involucraba a los alumnos del Seminario y les
enseñaba a la vez "el arte del apostolado".
Pronto fue nombrado misionero apostólico por su Santidad
León XIII. El amor a Dios y la presencia de Nuestro Señor
Jesucristo en la Eucaristía así como la devoción a
María, eran las notas distintivas de sus misiones. A todos los
pueblos que llegaba, siempre predicaba la Doctrina Cristiana, inspirado
en un sencillo "Catecismo" que él mismo compuso y
escribió, adaptado sobre todo para los sencillos de
corazón. Se le llamaba “el padrecito que mueve corazones”.
Fundó la Congregación de Nuestra Señora de la
Esperanza. Pero además, durante los conflictos bélicos,
existentes en México por la revolución de 1910, el Padre
Guízar pudo prodigar la caridad y derramar la Gracia de Dios en
los enfermos y moribundos por el movimiento armado. En 1913, lo
encontramos misionando entre los soldados, en México, D. F.,
Puebla y Morelos. Auxilió a los heridos del ejército de
Carranza e incluso logró filtrarse como capellán en el
ejército de Zapata.
Disfrazado de vendedor de baratijas, en medio de la lluvia de balas, se
acercaba a los que agonizaban y les ofrecía la
reconciliación con Dios, les impartía la
Absolución Sacramental y muchas veces, les daba también
el Viático, que llevaba consigo de manera oculta para que no lo
descubrieran como sacerdote.
Pronto
se inició la persecución contra el clero católico.
Fue apresado, y para no ser fusilado, fue obligado a abandonar el
país. Primero estuvo en Guatemala y después en Cuba y
Colombia, y estando aquí, fue nombrado en 1919 obispo de
Veracruz. El día 1º de Enero de 1920, partió rumbo a
Veracruz en el navío llamado "La Esperanza". A su arribo al
Puerto, Monseñor Guízar fue notificado del desastre
ocurrido: "El día 3 de enero, como a las 9:30 de la noche, un
terremoto había sacudido gran parte de la Diócesis de
Veracruz. La misma Sede de su Obispado, la ciudad de Xalapa,
había sufrido derrumbes y había víctimas".
El nuevo prelado empezó a recaudar fondos,
personalmente, entre la gente del Puerto. Salió en tren rumbo a
Xalapa, donde el cabildo catedralicio lo esperaba. El Señor
Obispo Guízar y Valencia pidió que el dinero reservado
para su recibimiento se destinara a los damnificados, y abrió
una cuenta bancaria para recibir los donativos. Después, se dio
la incansable tarea de ayudar a quienes lo necesitaban y a visitar
personalmente las regiones más afectadas, llevando la Palabra
del Señor y víveres para asistir a todos los
dañados por el seísmo.
Reconstruyó el Seminario Diocesano,
estableciéndolo en Xalapa, para trasladarlo después a
México, D. F., cuando las tropas sectarias se apoderaban de los
inmuebles de la Iglesia. Al estallar nuevamente la persecución
religiosa, bajo el gobierno del Presidente Plutarco Elías
Calles, tuvo que viajar a la Ciudad de México con muchos de sus
seminaristas, sin embargo pidió a los sacerdotes de Veracruz
continuar con sus servicios desde el anonimato.
Monseñor Guízar Valencia logró
mantener activo el Seminario; las autoridades lo buscaron y para salvar
la vida abandonó nuevamente el país; pasó de los
Estados Unidos a Cuba, Guatemala y Colombia.
En 1929, el Presidente Portes Gil declaró su buena voluntad de
diálogo con los Obispos. Al oír esta noticia,
Monseñor Guízar Valencia decide regresar a su
Patria, a su Diócesis y a su Seminario.
Al iniciar su visita pastoral a la Diócesis, tan
duramente probada, el Gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda, con su
intransigencia y su espíritu jacobino, pretendió, de
hecho, convertir toda la Diócesis en un departamento religioso
de su gobierno. El 18 de junio de 1931 promulgó la Ley
número 197 en la que se limitaba el número de sacerdotes
a uno por cada cien mil habitantes, eso significaba trece sacerdotes
para todo el Estado de Veracruz.
Monseñor Guízar Valencia no podía transigir
con aquellas injerencias del poder civil; pero su apelación no
tuvo resultado. Se desató entonces una nueva ola de violencia
por toda la Diócesis de Veracruz, por lo que los cultos se
volvieron a suspender; su Pastor volvió a salir desterrado por
tercera vez, para dirigirla, en medio de mil penalidades, desde las
ciudades de Puebla y México.
Había una orden de arresto en su contra y una sentencia firmada:
La muerte.
Durante seis años, el anciano pastor sufrió
calladamente la repulsa de propios y extraños por defender, ante
los hombres y ante la Iglesia, la dignidad humana pisoteada, y los
derechos de las conciencias vilmente escarnecidos por los poderes
civiles. Siempre veló por esas conciencias y, de su Seminario,
salieron los hombres que atendieron las urgentes necesidades de la
Diócesis.
En 1931 tuvo que abandonar de nuevo el país, y a su
regreso, ya enfermo en 1937 le sirvió para morir dentro de su
país, pero no en su diócesis. Monseñor
Guízar Valencia padeció los últimos meses de su
vida flebitis crónica, sus fuerzas de habían agotado y
tuvo momentos de extrema gravedad. Cada vez se debilitaba más a
causa de la arritmia cardiaca, sufría espasmos que le
hacían perder el conocimiento durante unos segundos, aunque
luego se recuperaba. La diabetes le había deformado los pies. La
flebitis no le dejaba caminar. Pero ante todos estos malestares,
él repetía una y otra vez: "Bendito sea Dios".
Murió en la ciudad de Méjico.
Todos admiraron sus virtudes de humildad, paciencia y entrega a los
demás, sobre todo a los más desfavorecidos. Fue
canonizado por SS Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006. Es el
primer obispo canonizado de toda Hispanoamérica.