SAN PÍO Y SU
ÁNGEL CUSTODIO
Todos los santos han tenido
devoción a su ángel custodio y muchos de ellos lo
veían con sus propios ojos y nos cuentan sus experiencias
personales con este amigo inseparable, que Dios nos ha dado para
nuestra santificación. La Iglesia celebra la fiesta de los
ángeles custodios el dos de octubre de cada año. El texto
más interesante de la Biblia es el de Ex 23, 20-22: Yo
mandaré un ángel delante de ti para que te defienda en el
camino y te haga llegar al lugar que te ha dispuesto. Respétalo
y obedécele, no le resistas.
Otros textos interesantes: Para el hombre hay un
ángel, un protector entre mil que le hace ver su deber (Job
33,23). Mi ángel está con ustedes y les pedirá
cuentas (Baruc 6,6). El ángel del Señor está en
torno a los que le temen y los salva (Sal 33,8). Los ángeles de
los niños ven continuamente el rostro de mi Padre celestial (Mt
8,10)
La Iglesia en el Catecismo afirma: Cada fiel
tiene a su lado un ángel protector y pastor para
conducirlo a la vida (Cat 336). Entre los santos que han visto a su
ángel y han experimentado sensiblemente su ayuda está
santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), la beata Ana
Catalina Emmerick (1774-1824), santa Catalina Lobouré
(1806-1876), san Juan Bosco (1815-1888), santa Gema Galgani
(1878-1903), santa Faustina Kowalska (1905-1938), la sierva de Dios
Mónica de Jesús (1889-1964) y otros muchos.
La relación del padre Pío con su
ángel fue extremadamente estrecha y familiar y su
devoción se la inculcaba siempre a sus hijos espirituales. Lo
llamaba en sus cartas con diferentes nombres: angelito, buen angelito,
celeste personaje, inseparable compañero, mensajero celeste,
buen ángel custodio, buen secretario, pequeño
compañero de mi infancia. Veamos ahora algunas de las
experiencias del padre Pío con el ángel.
ÁNGEL TRADUCTOR
El ángel le traducía cartas o hacía
de intérprete cuando venían personas que no sabían
italiano. El padre Pío no había estudiado lenguas
extranjeras, pero las entendía. No había estudiado
francés, pero lo escribía. A la pregunta de su director,
el padre Agustín, sobre quién le había
enseñado francés, el padre respondió: Si la
misión del ángel custodio es grande, la del mío es
más grande aún, porque debe hacer de maestro
explicándome otras lenguas .
A principios de 1912 se le ocurrió al padre
Agustín valorar la santidad del padre Pío,
escribiéndole en lenguas que él no conocía. Y
entre ambos comenzó una correspondencia en francés y
griego. Padre Pío superó brillantemente la prueba, porque
hacía traducir las cartas a alguien. Sobre esto hay un
testimonio del cura párroco de Pietrelcina que, bajo juramento,
certificó que el padre Pío, estando en Pietrelcina,
recibió una carta del padre Agustín en griego. El
testimonio firmado dice así: “Pietrelcina, 25 de agosto de 1919.
Certifico, bajo juramento, yo, Salvatore Pannullo, párroco, que
el padre Pío, después de recibir la presente carta, me
explicó literalmente el contenido. Al preguntarle cómo
había podido leerla y explicarla, no conociendo el griego,
respondió: “Lo sabe usted. Mi ángel custodio me ha
explicado todo” .
El padre Agustín escribió en su Diario: El
padre Pío no sabía ni francés ni griego. Su
ángel custodio le explicaba todo y el padre respondía
bien. La ayuda de este singular maestro era tan eficaz que podía
escribir en lenguas extranjeras. Entre sus cartas escritas, hay algunas
que, al menos en parte, fueron escritas en francés .
Un día vino de Estados Unidos una familia, porque
la niña, de padres italianos, quería hacer su primera
comunión con el padre Pío. La señorita americana,
María Pyle, la preparó bien, pues la niña no
sabía ni palabra de italiano. La víspera de la
comunión, María Pyle la llevó al padre Pío
para que confesara a la niña, ofreciéndose a hacer de
traductora, pero el padre Pío no aceptó.
Después de la confesión, María Pyle le
preguntó a la niña si el padre Pío le había
entendido, y respondió que sí.
- Y tú ¿lo has entendido?
- Sí.
- Pero ¿te ha hablado en inglés?
- Sí.
El padre Ruggero afirma que un día se presentaron
cinco austríacos que querían confesarse con el padre
Pío a pesar de no saber ni palabra de italiano. Pensó que
el padre Pío los rechazaría por no entenderlos. Pero, al
salir el primero, salió riéndose, y los otros igualmente
salieron con mucha alegría. Yo le pregunté algunos
días después cómo había hecho para confesar
a los cinco austríacos, que no sabían italiano, y me
respondió: Cuando quiero, entiendo todo .
En 1940 vino un sacerdote suizo y habló en
latín con el padre Pío. Antes de irse, el sacerdote le
encomendó a una enferma. El padre Pío le respondió
en alemán: Ich werde Sie an die gottliche Barmherzigkeit
empfehlen (la encomendaré a la divina misericordia). El
sacerdote quedó admirado del hecho .
Refiere el padre Luigi Lo Viscovo que un día vino
un sacerdote francés, residente en Lourdes, que quería
confesarse con el padre Pío. Le dije que el padre no oía
confesiones en francés, porque no sabía esa lengua. Este
sacerdote respondió que debía ser como en Lourdes que hay
confesiones en distintas lenguas. Me acerqué al padre Pío
y le dije que ese sacerdote estaba hablando que él no
conocía el francés ni otras lenguas. El padre Pío
respondió: Dile que sé francés, inglés,
griego, latín, hebreo, arameo, alemán y otras lenguas,
pero no quiero confesarlo .
El padre Tarsicio Zullo declaró: Cuando llegaban a
san Giovanni Rotondo peregrinos de distintas lenguas, el padre
Pío los comprendía. Una vez le pregunté: “Padre,
¿cómo hace para entender tantas lenguas y dialectos?”. Y
respondió: “Mi ángel me ayuda y me traduce todo” .
ÁNGEL ENFERMERO
Cuando estaba enfermo y no había nadie que le
pudiera ayudar en un momento determinado, era su ángel quien le
hacía pequeños servicios. El padre Paolino cuenta al
respecto: Viviendo con el padre Pío, llegué a tenerle
cierta confianza. Cuando estaba enfermo, sudaba mucho y tenía
necesidad de ayuda para cambiarse. Muchas veces yo estaba tan cansado
que, apenas iba a la cama, me quedaba dormido. Un día le dije:
- Si quieres que te ayude de noche, mándame tu
ángel para que despierte.
- Está bien.
Ese día a medianoche fui despertado bruscamente.
Pensé de inmediato en el padre Pío, pero me quedé
dormido de nuevo. A la mañana siguiente, le dije que
había sentido que me despertaban y de nuevo me había
dormido. Le dije:
- ¿Para qué ha venido su ángel a
despertarme, si me ha dejado dormir otra vez? Si viene, que me
despierte de modo que me levante.
En la tarde de ese mismo día, le recordé lo
mismo. En la noche me desperté y de nuevo me dormí. La
tercera noche desperté de nuevo y me levanté corriendo
para ir a la celda del padre Pío. Le pregunté qué
necesitaba y me respondió:
- Estoy lleno de sudor y no puedo cambiarme solo .
Las otras noches ¿quién lo cambiaba? Con seguridad su
ángel.
En 1965 yo (P. Alessio Parente) pasaba parte de la noche
acompañando al padre Pío y por la mañana
debía acompañarlo hasta el altar. Después guardaba
sus guantes y me iba a mi celda a descansar un poco. Muchas veces,
cuando no me despertaba a tiempo, sentía a alguien tocar fuerte
en mi puerta. A veces, sentía en mi sueño una voz que me
decía: “Alessio, levántate”. Un día no me
desperté ni para la misa ni para acompañarlo
después de las confesiones. Despertado por otros hermanos, fui a
la celda del padre Pío y le dije: “Discúlpeme, padre,
pero no me he despertado”. Y me respondió: “¿Tú
crees que voy a mandarte siempre a mi ángel custodio a
despertarte?” .
ÁNGEL PROVEEDOR
En una oportunidad el padre Pío, vestido de
militar, no tenía para pagar el billete del autobús para
ir a su pueblo y el ángel lo pagó por él. Era el
año 1917, en plena guerra mundial. El padre Pío
había ido a Nápoles para el control de su salud en el
hospital militar. El 6 de noviembre le dieron licencia por ocho
días. Fue a la estación y sacó gratis el billete
en tren de Nápoles a Benevento. Tenía una lira de dieta
para el viaje. Él dice: A la salida del hospital,
atravesé una plaza donde había mercado. Me detuve un poco
para observar lo que vendían y se me acercó un hombre que
vendía sombrillas de papel por una lira, pero no podía
quedarme sin nada, pues debía pagar el viaje (de Benevento a
Pietrelcina).
Seguí caminando y vino otro vendedor de sombrillas
por 50 céntimos. Viendo a aquel hombre que tanto me
insistía para llevar el pan a sus hijos, le tomé una y le
di 50 céntimos. Él, feliz, se fue. Yo estaba cansado y
afiebrado. El tren llegó a Benevento con mucho retraso. Apenas
bajé del tren fui a la estación para tomar el
autobús para Pietrelcina, pero ya había salido. Tuve que
hacer noche en Benevento y pensé en quedarme en la
estación para no importunar a los amigos que conocía.
Busqué un lugar en la sala de espera, pero estaba llena de
gente. La fiebre aumentaba cada vez más y no tenía
fuerzas ni para tenerme en pie. Cuando me cansaba de estar quieto,
caminaba un poco dentro y fuera de la estación. El frío y
la humedad penetraban en mis huesos y así pasaron muchas horas.
Me vino la tentación de entrar en el bar de la estación,
porque allí el local estaba caliente, pero estaba lleno de
oficiales y soldados, esperando trenes y cada uno gastaba su consumo.
Yo solo tenía 50 céntimos y pensaba: “Si entro,
¿cómo hago?”. El frío se hacía sentir cada
vez más y la fiebre me consumía. Eran las dos de la
mañana y no había ni un sitio vacío en la sala de
espera ni para echarme a descansar en el suelo.
Me encomendé a Dios y a nuestra Madre celeste. No
pudiendo aguantar más, entré en el bar. Las mesas estaban
ocupadas y esperaba con ansia que alguno se levantara para dejarme un
sitio vacío. Hacia las tres y media llegó el tren
Foggia-Nápoles, y varias mesas quedaron vacías, pero por
mi timidez no me dio tiempo para ocupar ni siquiera una silla. Yo
pensaba: “No tengo dinero ni para consumir más de un café
y, si me siento, ¿qué ganaría este pobre
propietario que se pasa toda la noche trabajando?”. A las cuatro
llegaron algunos trenes y quedaron dos mesas vacías. Me
acomodé en un rincón, esperando que no lo notaran los
camareros. Después de unos minutos, llegaron un oficial y dos
suboficiales y se sentaron en la mesa vecina. De inmediato se
acercó el camarero y también a mí me
preguntó qué quería. Tuve que pedir un
café. Los tres tomaron algo y de inmediato se fueron, pero yo me
decía: “Si lo bebo pronto, tendré que salir y quiero que
el café me dure hasta que llegue el autobús”. Cuando el
camarero me miraba, trataba de mover la cucharilla como para mover el
azúcar en el café.
Por fin llegó la hora, me levanté y fui a
pagar. El camarero me dijo gentilmente: “Gracias, militar, pero todo
está pagado”. Pensé: “Como el camarero es anciano,
quizás me conoce y me quiere hacer una cortesía”.
También pensé: “¿Habrá pagado el oficial?”.
De todos modos lo agradecí y salí. Llegué al lugar
del autobús y no encontré a ninguna persona conocida que
me prestara para pagar el billete de Benevento a Pietrelcina,
sólo tenía 50 céntimos y el billete costaba 1.80.
Confiando en la providencia de Dios, subí al autobús y
tomé lugar en uno de los últimos lugares para poder
hablar con el cobrador y asegurarle que pagaría el porte a la
llegada. A mi costado tomó lugar un hombre grande, de bello
aspecto. Tenía consigo una maletita nueva y la apoyó
sobre sus rodillas.
Partió el autobús y el cobrador se iba
acercando a mi puesto. El señor que estaba a mi lado sacó
de su maletín un termo y un vaso, echando en el vaso café
con leche bien caliente. Me lo ofreció, pero,
agradeciéndoselo, traté de no aceptar. Dada su
insistencia, acepté mientras él se servía en el
vaso del mismo termo. En ese momento llegó el cobrador y nos
preguntó adónde íbamos. Todavía no
había abierto yo la boca, cuando el cobrador me dijo: “Militar,
su billete a Pietrelcina ya ha sido pagado”. Yo pensé:
“¿quién lo habrá pagado?”. Y le agradecí a
Dios por aquel que había hecho esa buena obra. Por fin llegamos
a Pietrelcina. Varios pasajeros bajaron y también bajó
antes que yo el señor que estaba a mi lado. Cuando me doy la
vuelta para saludarlo y agradecerle, no lo vi más. Había
desaparecido como por encanto. Caminando, me volví varias veces
en todas las direcciones, pero no lo vi más .
El padre Pío contaba muchas veces este suceso a sus
hermanos, reconociendo que aquel joven había sido su
ángel de la guarda. Otro caso que también podemos anotar
es el haber dado pan para comer a toda la Comunidad. Era el año
1941, durante la segunda guerra mundial. El pan estaba racionado y cada
día iban a pedir comida unos 15 pobres del lugar. El Superior,
padre Rafael, refiere que a la hora de la comida del mediodía no
había pan para los 10 religiosos ni para los pobres. Dice:
Fuimos al comedor y comenzamos a comer la menestra, mientras el padre
Pío estaba orando en el coro. De pronto, aparece el padre
Pío con bastante pan fresco. Lo miramos sorprendidos y yo le
digo: “Padre Pío, ¿de dónde ha sacado este pan?”.
Me responde: “Me lo ha dado una peregrina de Bologna en la puerta”. Le
respondo: “Gracias a Dios”. Ninguno de los religiosos dijo una palabra:
Habían comprendido . Habían entendido que era un milagro
patente que Dios hizo por sus oraciones y, aunque no lo dijo, podemos
suponer que lo hizo por medio de su ángel.
ÁNGEL CHOFER
No faltaron casos en los que su ángel tuvo que
ayudar a quienes se dormían al volante o velar para que no les
pasara ningún accidente. El señor Piergiorgio Biavate
tuvo que viajar en su coche de Florencia a San Giovanni Rotondo. A
medio camino se sintió cansado y se quedó un rato en una
estación de gasolina para tomar un café. Después
continuó el viaje. Dice el protagonista: Sólo recuerdo
una cosa, encendí el motor y me puse al volante, después
no me acuerdo de nada más. No recuerdo ni un segundo de las tres
horas pasadas manejando al volante. Cuando ya estaba frente a la
iglesia de san Giovanni Rotondo, alguien me sacudió y me dijo:
“Ahora toma tú mi puesto”. El padre Pío, después
de la misa, me confirmó: “Has dormido durante todo el viaje y el
cansancio lo ha tenido mi ángel, que ha manejado por ti” .
Atilio de Sanctis, abogado ejemplar, contó un hecho
que le ocurrió a él mismo: El 23 de diciembre de 1948
debía ir de Fano a Bolonia con mi mujer y dos de mis hijos
(Guido y Juan Luis) para traer al tercer hijo, Luciano, que estaba
estudiando en el colegio Pascoli de Bolonia. Salimos a las seis de la
mañana, pero, como no había dormido bien, estaba en malas
condiciones físicas. Guié hasta Forlí y
cedí el volante a mi hijo Guido. Una vez que recogimos a Luciano
del colegio, nos detuvimos algo en Bolonia y decidimos volver a Fano.
A las dos de la tarde, después de haber cedido el
volante a Guido, quise guiar otra vez. Una vez pasada la zona de san
Lorenzo, noté mayor cansancio. Varias veces cerré los
ojos y cabeceé. Quise dejar el volante a Guido, pero se
había dormido. Después, ya no me acuerdo de nada. A un
cierto momento recobré el conocimiento bruscamente por el ruido
de otro coche. Miré y faltaban sólo dos kilómetros
para llegar a Imola. ¿Qué había sucedido? Los
míos estaban charlando tranquilamente. Les expliqué lo
sucedido. No me creían. ¿Podían creer que el auto
había ido solo? Después admitieron que yo había
estado inmóvil un largo rato y no había respondido a sus
preguntas ni intervenido en la conversación. Hecho el
cálculo, mi sueño al volante había durado el
tiempo empleado en recorrer unos 27 kilómetros. Dos meses
después, el 20 de febrero de 1950, volví a san Giovanni
Rotondo y le pedí una explicación al padre Pío,
que me respondió: “Tú dormías y tu ángel
guiaba el coche. Sí, tu dormías y tu ángel guiaba
el coche” .
RECOMENDACIONES SOBRE EL ÁNGEL
Dice una de las hijas espirituales del padre Pío:
Una de las devociones que más nos inculcaba era la del
ángel custodio, porque, como él decía, es nuestro
compañero invisible que está siempre junto a nosotros
desde el nacimiento hasta la muerte, por lo que nuestra soledad es
sólo aparente. Nuestro ángel está siempre a
nuestro lado desde la mañana, apenas te despiertas, y durante
toda la jornada hasta la noche, siempre, siempre, siempre.
¡Cuántos servicios nos hace nuestro ángel sin
saberlo ni advertirlo! .
A Ana Rodote (1890-1972) le escribía el 15 de julio
de 1915: Que el buen ángel custodio vele sobre ti. Él es
tu conductor, que te guía por el áspero sendero de la
vida. Que te guarde siempre en la gracia de Jesús, te sostenga
con sus manos para que no tropieces en cualquier piedra, te proteja
bajo sus alas de las insidias del mundo, del demonio y de la carne.
Tenle gran devoción a este ángel bienhechor.
¡Qué consolador es el pensamiento de que junto a nosotros
hay un espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja
ni un instante ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar! Este
espíritu celeste nos guía y nos protege como un amigo o
un hermano. Es también consolador saber que este ángel
reza incesantemente por nosotros, ofrece a Dios todas las buenas
acciones y obras que hacemos; y nuestros pensamientos y deseos, si son
puros. Por caridad, no te olvides de este compañero invisible,
siempre presente y siempre pronto a escucharnos y más
todavía para consolarnos. ¡Oh, feliz
compañía, si supiésemos comprenderla!
Tenlo siempre delante de los ojos de la mente,
acuérdate frecuentemente de su presencia, agradéceselo.
Ábrete y confíale todos tus sufrimientos. Ten constante
temor de ofender la pureza de su mirada. Él es tan delicado
¡y tan sensible! Pídele ayuda en los momentos de suprema
angustia y experimentarás sus benéficos efectos. No digas
nunca que estás sola para luchar contra tus enemigos. Nunca
digas que no tienes a quién abrirte y confiarte. Sería
una grave ofensa a este mensajero celeste .
A Raffaelina Cerase (1868-1916) le escribía el 20
de abril de 1915: ¡Cuántas veces he hecho llorar a este
buen ángel! ¡Cuántas veces he vivido sin temor de
ofender la pureza de su mirada! ¡Es tan delicado y tan sensible!
¡Oh Dios mío, cuántas veces he correspondido a los
cuidados, más que maternales, de este ángel sin ninguna
señal de respeto, de afecto o reconocimiento! Y este pensamiento
al presente, me llena de confusión y es tal mi ceguera que no
tengo ningún sentimiento de dolor y, lo que es peor
todavía, trato a este querido angelito, no digo como amigo, sino
como un familiar. Y este angelito no se ofende con tales tratos.
¡Qué bueno es!...
Oh Raffaelina, cuánto consuela el saber que siempre
estamos bajo la custodia de un espíritu celestial, que no nos
abandona ni siquiera aunque demos un disgusto a Dios. ¡Qué
dulce es para el creyente esta gran verdad! ¿De qué puede
temer un alma que trata de amar a Jesús, teniendo siempre
consigo tan insigne guerrero? ¿Acaso no fue él uno de
aquellos que junto a san Miguel defendieron el honor de Dios contra
Satanás y contra los espíritus rebeldes, a quienes
arrojaron al infierno?
Ten en cuenta que él es todavía poderoso
contra Satanás y sus satélites. Su amor no ha disminuido
ni jamás disminuirá para defendernos. Toma la costumbre
de pensar siempre en él. ¡Oh, si los hombres supieran
comprender y apreciar este grandísimo don! ¡Dios, en un
exceso de amor nos ha asignado un espíritu celeste! Invoquen
frecuentemente a este ángel custodio y repitan muchas veces la
bella oración: “Ángel de Dios, que eres mi custodio,
ilumíname, custódiame, guíame ahora y siempre”.
¡Qué gran consuelo, cuando en el momento de la muerte el
alma vea a este ángel tan bueno, que nos acompañó
a lo largo de la vida con tantos cuidados maternales!
EL ÁNGEL DEFENSOR
Muchas veces el ángel lo defendía del poder
del maligno. En una carta al padre Agustín del 13 de diciembre
de 1912 le dice: No hubiera sospechado ni lo más mínimo
el engaño de barbazul (diablo), si mi angelito no me hubiera
descubierto el engaño. El compañero de mi infancia trata
de aliviarme los dolores que me dan estos apóstatas impuros.
Y él mismo asegura: Después de las
apariciones diabólicas casi siempre se aparecen Jesús,
María o el ángel custodio . El ángel le
decía: Defiéndete (del maligno), aleja de ti y desprecia
sus malignas insinuaciones y no te aflijas, amado de mi corazón,
pues yo estoy junto a ti.
Oh, Señor, ¿qué he hecho yo para
merecer tanta amabilidad de mi angelito? Pero no me preocupo de esto.
¿Acaso no es el Señor el dueño para dar sus
gracias a quien quiere y como quiere? Yo soy el juguete del niño
Jesús, como él mismo me repite, lo malo es que
Jesús ha escogido un juguete de poco valor. Sólo me
desagrada que este juguete escogido por Él ensucie sus manos
divinas .
Un día le llegó una carta toda ennegrecida
por el diablo, que no se podía leer. Y le escribe al padre
Agustín el 13 de diciembre de 1912: Con ayuda del angelito he
triunfado esta vez sobre el pérfido cosaco. El angelito me
sugirió que a la llegada de la carta, le echara agua bendita
antes de abrirla. Así hice con la última, pero
¿quién puede describir la rabia de Barbazul?
En otra carta al padre Agustín del 5 de noviembre
de 1912, le escribía: El sábado me parecía que los
demonios querían acabar conmigo. No sabía a qué
santo dirigirme. Me vuelvo a mi ángel y, después de
hacerse esperar un poco, al fin viene aleteando en torno a mí y
con su angélica voz cantaba himnos a la divina Majestad. Le
grité ásperamente de haberse hecho esperar tanto mientras
yo estaba pidiéndole su ayuda. Para castigarlo, no quería
mirarlo a la cara, quería alejarme y huir de él, pero el
pobrecito vino a mi encuentro casi llorando, me agarró para que
lo mirara y lo vi todo apenado. Me dijo:
“Estoy siempre a tu lado. Estaré siempre junto a ti
con amor. Mi afecto por ti no desaparecerá ni con tu muerte.
Sé que tu corazón generoso late siempre por nuestro
común Amado”. ¡Pobre angelito! Él es demasiado
bueno. ¿Conseguirá hacerme conocer el grave deber de la
gratitud?
ÁNGEL PREDICADOR
Con frecuencia, cuando el ángel se le
aparecía, le daba consejos espirituales o pequeñas
prédicas para afianzarlo en la fe y en la seguridad de que, por
más sufrimientos que debiera padecer, nunca el Señor lo
iba a abandonar. El ángel estaba siempre a su lado, aunque a
veces no intervenía por voluntad de Dios, para darle oportunidad
de triunfar con la gracia de Dios.
Veamos algunos de sus consejos espirituales. En carta del
18 de enero de 1913 le escribe al padre Agustín: Jesús, a
la prueba de temores espirituales, une la larga prueba del malestar
físico, sirviéndose de los brutos cosacos… Me
quejé a mi ángel y él, después de haberme
dado una pequeña prédica, me dijo: “Agradece a
Jesús que te ha escogido para seguirlo de cerca en la senda del
Calvario. Yo veo con alegría esta conducta de Jesús hacia
ti. ¿Crees que estaría tan contento, si no te viese tan
golpeado? Yo, que deseo tu progreso, gozo de verte en este estado.
Jesús permite los asaltos del demonio, porque quiere que te
asemejes a Él en las angustias del desierto y de la cruz.
Tú, defiéndete, aleja de ti las malignas insinuaciones y,
donde tus fuerzas no alcancen, no te aflijas, amado de mi
corazón, pues yo estoy a tu lado”. Oh, padre mío,
¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi
angelito? .
MÁNDAME TU ÁNGEL
El padre Pío recomendaba a sus hijos espirituales
que, en caso de dificultad, le enviaran a su ángel para pedir
por sus necesidades y él les ayudaría. El padre Alessio
Parente declaró: Cuando confesaba, les decía a los
penitentes que, si no podían venir a verlo, le mandaran su
ángel. Un día estaba en la terraza con él. Le
pedí consejo para una persona y me respondió:
“Déjame en paz, ¿no ves que estoy ocupado?”. Yo me
callé, pero lo veía rezar el rosario y no me
parecía demasiada ocupación. Pero él
añadió: “¿No has visto todos estos ángeles
custodios de mis hijos espirituales, que van y vienen?”. Yo le
respondí: “No los he visto, pero lo creo porque usted cada
día les repite a sus hijos que se los manden” .
El mismo padre Alessio nos refiere otro caso: Una tarde,
después de haberlo ayudado a acostarse, me senté en el
sillón, esperando que llegara el padre Pellegrino a cuidarlo.
Mientras estaba esperando, sentía que el padre Pío rezaba
el rosario y, a veces, interrumpía el rezo y decía frases
como: “Dile que rezaré por él. Dile que
intensificaré mis plegarias para obtener su salvación.
Dile que llamaré al Corazón de Jesús para
conseguir esa gracia. Dile que la Virgen no le negará esa
gracia” .
El padre Pierino Galeone, refiere que en 1947 estuvo 20
días en san Giovanni Rotondo. Las personas, viéndome
siempre cerca del padre Pío, me pedían encomendarle sus
penas: la suerte de familiares desaparecidos en Rusia, la
curación de un hijo, la solución de sus problemas,
encontrar trabajo, etc. El padre siempre me respondía con
dulzura y amor. Un día me dijo: Cuando tengas necesidad de algo,
mándame tu ángel y yo te responderé. Una
mañana una mamá se me acercó llorando, antes de la
misa, para recomendarme a su hijo. El padre ya había subido al
altar y yo no me atreví a hablarle, así que, conmovido,
como me había aconsejado, le mandé a mi ángel para
encomendarle el hijo de aquella madre. Terminada la misa, me acerco al
padre Pío y le encomiendo al joven. Y él me responde:
“Hijo mío, ya me lo has dicho”. Entendí entonces que mi
ángel custodio le había advertido oportunamente y el
padre Pío había orado por él .
La señora Pía Garella manifestó que
en 1945, poco después de terminada la guerra, el 20 de
setiembre, se hallaba en el campo a unos kilómetros de
Turín y deseó enviarle al padre Pío un telegrama
de felicitación por el aniversario de sus llagas, pero no
encontró a nadie que se lo pudiese enviar por estar en el campo.
De pronto, se acordó de la recomendación del padre
Pío: Cuando tengas necesidad, mándame a tu ángel…
Entonces, se recogió unos momentos y le
pidió a su ángel que le diera personalmente la
felicitación. A los pocos días, recibía una carta
de una amiga de san Giovanni Rotondo, Rosinella Placentino, en la que
le informaba que el padre Pío le había dicho: Escribe a
la señora Garella y dile que le doy las gracias por la
felicitación espiritual que me ha mandado .
El abogado Adolfo Affatato manifestó que, mientras
estudiaba en Nápoles, iba frecuentemente a San Giovanni Rotondo
a ver al padre Pío como padre espiritual. Un día me dijo:
Si alguna vez no puedes venir, no te preocupes, basta que vayas a una
iglesia donde está el Santísimo sacramento y me
envíes a tu ángel custodio. Un día, mientras iba a
dar el examen de Derecho privado, entré a una iglesia que estaba
en mi camino. Salí muy bien del examen y, cuando fui a visitar
al padre Pío para darle las gracias, me dijo: “Te había
dicho que en los momentos de dificultad me enviases a tu ángel,
pero bastaba una sola vez” .
Ana Benvenuto refiere en el Proceso que, estando en
Foggia, una mañana hubo un bombardeo terrible. El esposo de su
hermana era médico y trabajaba en el hospital. Dice: “Yo le
rogué a mi ángel que fuera a decirle al padre Pío
que ayudara a mi cuñado para que no le pasara nada malo”. Por la
tarde, llegó mi cuñado y nos dijo que se había
salvado de milagro. Había sentido una fuerza misteriosa que lo
obligaba a salir de un refugio a otro y eso ocurrió hasta cuatro
veces.
Al día siguiente, nos fuimos a san Giovanni Rotondo
para agradecerle la ayuda al padre Pío. Después de
confesarme con él, le pregunté: “Padre, cuando estoy
lejos y tengo necesidad urgente, ¿cómo puedo hacer?” Me
respondió:
- ¿Qué hiciste ayer por la
mañana?
- Padre, ¿entonces vino mi ángel a
visitarlo?
- ¿Qué crees que el ángel es tan
desobediente como tú?
Desde entonces, siempre he creído en el
ángel custodio .
Otro día me dijo: Son tantos los que me mandan a su
ángel a pedir ayuda que, si debiera escuchar los agradecimientos
de todos, estaría fresco .
Una hija espiritual del padre Pío fue un día
al convento para hablar con él, pero el padre Pío le
mandó a decir que no podía ni quería recibirla.
Ella dice: Me sentí dolida por ese trato inhumano y, mientras
regresaba a casa, le dije a mi ángel: “Mañana no
asistiré a misa ni comulgaré. Vete y díselo al
padre”.
En la tarde, antes de anochecer, me envió una
persona a decirme: “Dile que mañana no comulgue”. Al día
siguiente, me acerqué al convento con Lucietta Fiorentino, y el
padre, desde una ventana, me dijo: “Bravo, el ángel custodio es
tu empleado, lo has enviado para decirme todas tus rabietas.
Señorita Lucietta, ¿sabes qué ha hecho esta
señorita? Se propuso no venir a misa ni comulgar y le ha mandado
a su ángel para decírmelo”. Yo exclamé:
- Padre, ¿ha venido a decírselo?
- Claro, no es desobediente como tú, seguro
que ha venido .
ÁNGEL VIAJERO
El ángel del padre Pío debía ir
muchas veces en su nombre a visitar enfermos o convertir pecadores. Lo
tenía siempre ocupado en hacer obras de bien, no sólo a
los de cerca, sino también a personas lejanas. El padre Gabriel
Bove declara: Para mí era sorprendente lo que decía la
gente de que el padre Pío tenía mucha familiaridad con su
ángel custodio y le pedía que fuera durante la noche a
confortar a los enfermos y socorrer a los pecadores. Esto me lo
confirmó el mismo padre. Un día de verano de 1956,
después de bendecir a los fieles, salía el padre
Pío de la iglesia muy fatigado. Aquel día parecía
que estaba más cansado que de ordinario. Caminaba apoyado del
brazo del padre Giambattista y se parecía a san Francisco
estigmatizado bajando del monte. Yo lo tomé del otro brazo,
preguntándole: “Padre, ¿está muy cansado?”
- Sí, hijo mío, estoy aplastado por
tanto calor.
- Esta noche descansará. Además
pediremos a su ángel custodio que venga a aliviarlo.
Detuvo el paso y con fuerte voz me gritó: “Pero
¿qué dices? Debe ir de viaje”. Era eso precisamente lo
que yo quería saber. Disimulando mi sorpresa, le respondí:
- ¿Qué? ¿Su ángel debe
viajar?
- Cierto.
Entonces, le dije: Padre, si su ángel debe viajar para confortar
a los enfermos y socorrer a los pecadores, permita que nuestros dos
ángeles, al menos tomen su puesto.
- No, que cada uno de sus ángeles esté
con su protegido. Y, sonriendo, añadió: ¿Y si
estos ángeles se ponen celosos? .
OTROS SERVICIOS
El ángel del padre Pío le ayudaba en todas
sus necesidades. Por la mañana lo despertaba. Así le dice
al padre Agustín en una carta del 14 de octubre de 1912: Por la
noche me duermo con una sonrisa de felicidad…, esperando que el
pequeño compañero de mi infancia venga a despertarme para
cantar las alabanzas matutinas al Amado de nuestros corazones.
Y no sólo rezaba y cantaba con él las
alabanzas del Señor en el coro, también le comunicaba los
pecados o cosas ocultas de sus visitantes, aunque en ocasiones lo
hacían los mismos ángeles de sus penitentes. María
Pompilio declaró: Una mañana el padre Pío,
viéndome en la sacristía, me llamó y me dijo una
acción mala que había cometido, ofendiendo al
Señor. Yo no supe qué responderle y no podía
negarlo. Le pregunté cómo lo sabía, pero un
día, tanto le importuné que, al final, me dijo con voz
baja: “Ha sido tu ángel custodio” .
Cuando estuvo de sacerdote joven en su pueblo de
Pietrelcina, su ángel le guardaba la casa. Por eso, la gente del
pueblo decía que tenía poco cuidado en cerrar la puerta
de su casa. Les decía: Tengo un ángel que me la cuida .
A sus hijos espirituales los despedía diciendo: El
ángel del Señor te acompañe, te guíe y te
proteja durante el viaje . Les recomendaba que se cuidaran de no
cometer pecados en su presencia.
Ana Benvenuto certifica que un día fue a dar un
paseo con una vecina, quien sintió varias veces el perfume del
padre Pío. Ella se sintió mal por no haberlo sentido y,
al día siguiente, fue al convento a confesarse. El padre
Pío, de inmediato, le preguntó: Ana, ¿llevas
medias? Le dije: “Sí, padre”. “Pero ayer por la tarde,
¿por qué ibas sin medias?”. Traté de excusarme por
el mucho calor, pero el padre me respondió: “Aunque hubieras
estado sola, debías haber ido con medias. Acuérdate que
somos espectáculo para el ángel custodio y no debemos
entristecerlo” .
Un día el papá del padre Pío se
cayó por las escaleras de la casa de María Pyle y no se
hizo nada, porque su ángel lo cuidó. El suceso
ocurrió en los primeros meses de 1946. Cuando su papá se
lo refirió, el padre Pío le dijo: Agradece a tu
ángel custodio que te ha puesto un almohadón en cada
grada para que no te hagas daño .
ÁNGEL ACÓLITO
Los ángeles nos acompañan cuando estamos en
la iglesia y ayudan al sacerdote para evitar profanaciones de la
Eucaristía por descuido. El padre Alessio Parente relata: Una
mañana, al dar la comunión, se terminaron las hostias de
mi copón. Cuando lo estaba purificando, del lado derecho de mi
espalda, vi una hostia que, como una flecha, fue a meterse en el
copón. Después de las confesiones, fui a la celda del
padre Pío y le conté el hecho. Y el padre, en tono
severo, me dijo: “Agradece a tu ángel custodio que no te ha
hecho caer a tierra a Jesús. Aprende que la comunión se
distribuye con amor y reverencia” .
Otro día un religioso le presentó esta
cuestión al padre Pío: Padre, nuestros ojos no ven bien
los pequeños fragmentos de hostia consagrada que se caen al
distribuir la comunión. El padre respondió:
“¿Qué crees que hacen los ángeles en torno al
altar?”. Todos entendieron que los ángeles están listos
para intervenir y recoger los pedacitos y llevarlos al copón .
ÁNGELES CANTORES
Es sabido que los ángeles cantan bien como aquellos
ángeles de la noche de Navidad que cantaban: Gloria a Dios en el
cielo. En la misa están presentes todos los ángeles como
en el cielo, pues la misa es el cielo en la tierra. Y se unen al
sacerdote cantando, especialmente en el momento del Gloria y del Santo;
ofreciendo las buenas obras de los asistentes en el momento de las
ofrendas y acompañando a los presentes en el momento de ir a
comulgar.
Una noche, en el convento de san Giovanni Rotondo, los
religiosos sintieron una música extraña en la iglesia sin
poder explicarse el porqué, pues en aquel momento nadie estaba
en la iglesia. Fueron a preguntarle al padre Pío y
respondió:
- ¿De qué se maravillan? Son las voces
de los ángeles que llevan las almas del purgatorio al
paraíso .
¡Cuántas veces cantarán los ángeles, cuando
sus protegidos van al cielo desde el purgatorio! Y
¡cuántas veces cantarán mientras están por
millones adorando a Jesús sacramentado en todos los sagrarios
del mundo!
No olvidemos que los ángeles rezan por sus
protegidos y podemos enviarlos a visitar a nuestros familiares cercanos
o lejanos, incluso hasta el purgatorio, para que los saluden de nuestra
parte y les lleven nuestras bendiciones y obras buenas por ellos.
Los ángeles se entristecen al ver nuestros pecados
y se alegran y se ríen con nosotros al ver nuestras buenas
obras. El padre Agustín nos cuenta lo que decía el padre
Pío en uno de sus éxtasis del 29 de noviembre de 1911:
Ángel de Dios, ángel mío, ¿no estás
tú a mi lado para mi custodia? Dios te ha encomendado que me
cuides. Debes estar junto a mí… ¿Y te ríes?
¿Qué te hace reír? Dime, ¿quién
estaba ayer por la mañana aquí presente? ¿Y te
pones a reír de nuevo? ¿Un ángel que se pone a
reír? Dímelo, porque no te dejaré hasta que no me
lo hayas dicho .