SAN PÍO V
1566-1572
Miguel Ghislieri nació
en 1504, en Bosco, en la diócesis de Tortona y tomó el hábito
de Santo Domingo a los catorce años, en el convento de Voghera. Después
de su ordenación sacerdotal, fue profesor de filosofía y teología
durante dieciséis años. Además, ejerció los cargos
de maestro de novicios y superior de varios conventos. En 1556, fue elegido
obispo de Nepi y Sutri y al año siguiente, fue nombrado inquisidor
general y cardenal. Como él lo hacía notar, con cierta ironía,
esos cargos eran como grillos con que la Iglesia le ataba los pies para impedirle
volver a la paz del claustro. El papa Pío IV le transladó a
la sede piamontesa de Mondovi, que estaba prácticamente en ruinas
a causa de las guerras. El nuevo prelado consiguió, en poco tiempo,
restablecer la calma y la prosperidad; pero pronto fue llamado a Roma a ejercer
otros cargos. Aunque las opiniones del cardenal Ghislieri no siempre coincidían
con las de Pío IV, jamás dejó de manifestarlas abiertamente.
Pío
IV murió en diciembre de 1565. El cardenal Ghislieri fue elegido para
sucederle, gracias, sobre todo, a los esfuerzos de san Carlos Borromeo, quien veía
en él al reformador que la Iglesia necesitaba. Miguel Ghislieri tomó
el nombre de Pío V. Desde el primer momento de su pontificado, puso
de manifiesto que estaba decidido a aplicar no sólo la letra, sino
también el espíritu del Concilio de Trento. Con motivo de la
coronación de un nuevo papa, solían distribuirse regalos a
la multitud; Pío V ordenó que se diesen dichos regalos a los
pobres de los hospitales y que se repartiese, entre los conventos más
necesitados de la ciudad, el dinero que estaba destinado a cubrir los gastos
de un banquete que solía ofrecerse a los cardenales, embajadores y
otras altas personalidades. Uno de los primeros decretos del nuevo Pontífice
fue para que los obispos residiesen en sus diócesis y los párrocos
en sus parroquias, so pena de severos castigos. San Pío V se ocupó
con el mismo celo de purificar la curia, que de acabar con los bandoleros
en los Estados Pontificios; de promulgar leyes contra la prostitución,
que de prohibir las corridas de toros. En una época de escasez, importó
de Francia y Sicilia grandes cantidades de grano y mandó distribuir
gratuitamente la mayor parte y vender el resto a un precio inferior al de
costo. Resuelto a acabar con el nepotismo, mantuvo a sus parientes a distancia;
aunque continuando la tradición tuvo que elevar a uno de sus sobrinos
al cardenalato, le concedió poderes muy reducidos.
El
nuevo Breviario fue publicado en 1568; en él se omitían las
fiestas y extravagantes leyendas de algunos santos y se daba a las lecciones
de la Sagrada Escritura su verdadero lugar. El nuevo Misal, que apareció
dos años más tarde, restableció muchas costumbres antiguas
y adaptó la vida litúrgica a las necesidades de la época.
La nueva liturgia fue obligatoria en toda la Iglesia de occidente excepto
en los casos en que existían costumbres locales que databan de más
de doscientos años, como por ejemplo, en la Orden de Predicadores,
a la que pertenecía el Papa. A San Pío V debió la Iglesia
la mejor edición que se había hecho hasta entonces de las obras
de Santo Tomás de Aquino, quien fue titulado Doctor de la Iglesia
por el mismo papa. Las penas que decretó san Pío V contra las
violaciones del orden moral eran tan severas, que sus enemigos le acusaron
de que quería convertir a Roma en un monasterio. El éxito del
papa se debió, en gran parte, a la veneración que el pueblo
le profesaba por su santidad. Ayunaba en el adviento y durante la cuaresma,
aun en sus últimos años de vida, a pesar de sus achaques. Su
oración era tan fervorosa, que el pueblo aseguraba que obtenía
cuanto pidiese a Dios. Frecuentemente visitaba los hospitales y asistía
personalmente a los enfermos.
Las reformas que hemos enumerado, habrían consumido
todas las energías de un hombre común y corriente; en el caso
de san Pío V no eran siquiera su principal preocupación. Los
dos grandes problemas de su pontificado fueron la divulgación del
protestantismo y las invasiones de los turcos. Contra ambas amenazas trabajó
incansablemente; dio nuevo impulso a la Inquisición, de suerte que
el sabio Bayo, cuyos escritos fueron condenados, sólo pudo salvar
la vida al retractarse. Pero no todos los éxitos del papa contra el
protestantismo se debieron a métodos tan drásticos, ya que,
por ejemplo, san Pío V convirtió a un inglés, simplemente
con la santidad y dignidad que trashumaban de él. Durante su pontificado,
se completó el catecismo que el Concilio de Trento había mandado
redactar y el santo Pontífice mandó traducirlo inmediatamente
a varias lenguas. Igualmente impuso a los párrocos la obligación
de impartir instrucción religiosa a los niños y jóvenes.
Aunque san Pío V era más bien conservador, se adelantó
a la mayoría de sus contemporáneos en la importancia que atribuía
a la instrucción en el caso del bautismo de los adultos.
Los términos que empleó el Pontífice
en la reedición de la bula «In Caena Domini» (1568), dejaban
ver claramente que, en cuanto papa, defendía cierta soberanía
sobre los príncipes. Durante muchos años acarició la
esperanza de ganar a la fe a Isabel de Inglaterra; pero, en 1570, publicó
contra ella una bula de excomunión («Regnans in Excelsis»),
por la que dispensaba a sus súbditos de la obligación de prestarle
obediencia y les prohibía reconocerla como soberana. Fue éste
un error de juicio, ciertamente, pero se explica por el desconocimiento de
las circunstancias reales de Inglaterra y de los sentimientos del pueblo.
Esta medida no hizo más que aumentar las dificultades de los católicos
ingleses y dar cierta apariencia de verdad a la acusación de traición
que se les hacía tan frecuentemente; por otra parte, agudizó
las controversias sobre los juramentos y pruebas de fidelidad que tanto molestaron
y debilitaron a los católicos, desde el «Juramento de Obediencia»,
en 1606, hasta la emancipación, en 1829. Aun actualmente no ha desaparecido
del todo la sospecha que la bula despertó acerca de la lealtad cívica
de los católicos. Algunos mártires ingleses murieron protestando
de su lealtad a la reina y, cuando la Armada Invencible, apoyada por Pío
V, quien esperaba que el dominio español en Inglaterra contribuyese
a aplicar sus sanciones, zarpó en 1588, los católicos ingleses
no se mostraron menos prontos a combatirla que el resto de sus compatriotas.
Europa había cambiado mucho; la época de las luchas entre Gregorio
VII y Enrique IV, Alejandro III y Barbarroja, Inocencio III y Juan de Inglaterra,
la época de la «Unam Sanctam» de Bonifacio VIII, habían
pasado a la historia. Se acercaba el momento en que otro Sumo Pontífice,
Pío IX, iba a declarar: «Actualmente ya nadie piensa en el derecho
de deponer a los príncipes, que la Santa Sede ejerció antiguamente,
y el Sumo Pontífice menos que nadie».
Pío V olvidó su fracaso ante los ingleses,
al año siguiente, cuando Don Juan de Austria y Marcantonio Colonna,
apoyados política y económicamente por la Santa Sede, acabaron
con el poder de los turcos en el Mediterráneo. Al mando de un ejército
de veinte mil soldados, zarparon de Corfú y encontraron a la flota
turca en el Golfo de Lepanto. Allí derrotaron a los turcos en una
de las más famosas batallas navales. El papa había orado por
la flota cristiana -frecuentemente con los brazos en cruz-, desde que ésta
zarpó. Además, había decretado oraciones públicas
y ayunos privados. Precisamente a la hora de la batalla, se llevaba a cabo
en la iglesia de la Minerva una procesión del santo rosario para pedir
por la victoria de los cristianos. El papa se hallaba tratando algunos negocios
con varios cardenales; súbitamente interrumpió la conversación,
abrió la ventana y permaneció unos minutos con los ojos clavados
en el cielo. Después cerró la ventana y dijo a los cardenales:
«No es el momento de hablar de negocios; demos gracias a Dios por la
victoria que ha concedido a los ejércitos cristianos». Para
conmemorar dicha victoria, incluyó más tarde, en las Letanías
de la Virgen, la invocación «Auxilio de los cristianos»,
e instituyó una fiesta en honor del santo rosario. El día de
la gran victoria fue el 7 de octubre de 1571. Al año siguiente, el
papa sufrió el violento ataque de una dolorosa enfermedad de la que
había sufrido mucho tiempo y que sus austeridades habían agravado.
Dicha enfermedad le llevó a la tumba el 1 de mayo de 1572, a los sesenta
y ocho años de edad.
San Pío V -el último de los papas que alcanzó
el honor de los altares hasta el advenimiento de san Pío X- fue canonizado
en 1712. El santo Pontífice practicó durante toda su vida la
austeridad monacal de su juventud. Su bondad y fervor eran proverbiales:
no se contentaba con ayudar económicamente a los pobres y a los enfermos,
sino que los asistía personalmente. Cierto que en el carácter
de san Pío V había también un aspecto de rudeza, que
muchos historiadores se han encargado de subrayar; pero durante su pontificado,
en el que no le faltó el apoyo y el ejemplo de hombres de la talla
de un san Felipe Neri, Roma empezó a percibir los resultados del Concilio
de Trento y volvió a merecer el título de Ciudad Apostólica
y Primera Sede del mundo. Un pariente de san Francisco Javier, el Doctor
Martín de Azpilcueta, dejó un interesante testimonio del ambiente
que reinaba en Roma, en una carta que escribió a su familia. El Doctor
Azpilcueta, que había viajado mucho, se hace lenguas de los habitantes
de Roma, de su buena conducta y de su espíritu religioso. Ciertamente
los viajeros de la época de León X y Paulo III no se expresaban
en los mismos términos y el cambio se debió, sobre todo, a
san Pío V.
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(Parroquia San Martìn de Porres)