SAN PEDRO DE NARBONA
14 de noviembre
1391 d.C.
Pedro de
Narbona era de la
provincia de los Hermanos Menores de Provenza, durante varios
años se adhirió a la reforma surgida para una mejor
observancia de la regla de san Francisco, reforma iniciada en 1368
en Umbría por el beato fray Paoluccio Trinci. En poco tiempo se
difundió en la Umbría, las Marcas, tanto que en 1373
contaba con una decena de eremitorios. Era un movimiento de fervor que
tendía a renovar la forma primitiva de la vida franciscana,
especialmente en el ideal de la pobreza y en el ejercicio de la piedad.
Que Pedro de Narbona haya llegado de Francia meridional a los
eremitorios umbros, es indicio del fervor religioso de su
espíritu y esto proyecta una luz singular sobre toda su vida
precedente a su permanencia en Jerusalén.
En 1384, Nicolás, junto con Deodato y otros dos franciscanos,
Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo, marcharon a predicar a los
musulmanes en Palestina. Allí vivieron en el convento del Monte
Sión, “insignes por su vida, ejemplares para el pueblo y
avezados en toda perfección”. Aconsejándose por dos
Maestros en Teología de su convento, creyeron, basándose
en su regla franciscna y siguiendo el ejemplo de los primeros
mártires franciscanos del Norte de Africa (san Berardo de Corbio
y compañeros), poder seguir la inspiración divina
predicando abiertamente el evangelio a la población
islámica. En 1391 presente el cadí de Jerusalén
(Inad Eddin Abu Elfida Ismail), predicaron sobre la ley maometana y
sobre la inmoralidad de las costumbres del mismo Mahoma. Repetidas las
mismas cosas en presencia del padre guardián y del limosnero de
Tierra Santa, convocados por el cadí e invitados a retractarse,
bajo amenaza de muerte, se negaron a hacerlo. Maltratados y
encarcelados, después de tres días de sevicias, en
presencia del cadí y de otros jefes islámicos, tras
rechazar de nuevo retractarse, fueron ajusticiados, descuartizados y
arrojados a la hoguera. Sus restos fueron escondidos para que no
pudieran ser recuperados por los cristianos. Fueron canonizados por el
beato Pablo VI.