Nació en
Sacramento, Chihuahua y se llamaba Pedro de
Jesús; estudió con los padres Paúles.
Ingresó en seminario diocesano de Chihuahua, pero tuvo que
interrumpir sus estudios en 1914, cuando fue cerrado el seminario; se
dedicó a mejorar sus conocimientos de música, de la que
era muy aficionado.
En 1918 fue
ordenado sacerdote en El Paso, Texas. Pasó por varias
parroquias, siempre con una breve estancia, hasta que en 1924 fue
nombrado párroco de Santa Isabel de Chihuahua. Su
propósito como seminarista fue: "He pensado tener mi
corazón siempre en el cielo y en el sagrario" y se
convirtió en el ideal de su vida. Fundó muchos turnos de
adoradores nocturnos. Fomentó la frecuencia de los sacramentos y
la devoción a Maria.
Pudo escapar al
peligro de la persecución de 19126-1929, y al recrudecerse en
1931, siguió en su puesto sin desertar hasta que en 1934 fue
arrestado y se le expulsó a El Paso, Texas, donde estuvo un
tiempo hasta que reingresó a su patria. Unas altas fiebres le
detuvieron en Chihuahua, pero en cuanto se repuso volvió a Santa
Isabel y comenzó a ejercer clandestinamente su ministerio.
En 1937, un grupo
de hombres armados y alcoholizados interrumpieron en su casa, y
después de varias peripecias consiguieron detenerlo. El
sacerdote pidió que se le permitiera a alguien traer su
sombrero. El que lo oyó comprendió: con el sombrero trajo
un pequeño copón con formas consagradas que había
en la habitación convertida en oratorio, y que el sacerdote
disimuladamente tomó con el sombrero. Estaban en el poblado La
Boquilla del Río, a tres kilómetros de Santa Isabel, a
donde le obligaron ir andando descalzo. Llegados a la Presidencia, el
presidente le cogió por los pelos y le propinó un golpe.
Lo hicieron subir al piso alto y el cacique político le dio un
tiro en la frente, que le quebró el cráneo y casi le
saltó el ojo izquierdo. Los esbirros siguieron
golpeándole con las culatas de los rifles y le arrastraron al
segundo piso, donde quedó solo sangrando profusamente, y
aprovechando el momento consumió todas las formas
consagradas.
Unas mujeres se
fueron a Chihuahua a pedir al gobernador garantías, pero
éste se limitó a mandar una comisión policial para
que llevara al herido a Chihuahua. Cuando llegaron el párroco
estaba moribundo y lo llevaron al hospital civil de Chihuahua.
Mientras tanto la
noticia llegó al obispo, que envió a dos sacerdotes para
ver qué era lo que se podía hacer por el herido.
Encontraron que tenía el cráneo levantado, la cara
golpeada, los dientes quebrados, las manos arañadas y una pierna
rota. Un sacerdote le dio la unción de los enfermos y los
sacramentos, se avisaron a los familiares y murió. Fue el
último mártir de la persecución mexicana.
Su cadáver
fue llevado al palacio episcopal, donde fue velado por multitud de
fieles y fue enterrado en el cementerio de Dolores. Fue canonizado el
21 de mayo de 2000, junto con un grupo de mártires mejicanos,
por san Juan Pablo II.