Huérfano
desde muy niño (realmente sus padres le habían
abandonado), se marchó a vivir con un hermano casado, que lo
maltrató y le mandó guardar cerdos en los campos de
Rávena. Pudo estudiar gracias al apoyo que recibió de
otro hermano, Damián (de ahí su apelativo "Damiani"),
arcipreste de Rávena, que tuvo piedad de él y lo
envió a estudiar a Rávena, Faenza, Padua y Parma.
Sobresalió tanto que, a los 25 años, era profesor en
Parma y luego en Rávena. A los 28, hastiado de las vanidades del
mundo, se hizo religioso camaldulense en Fonteavellana, para hacer
penitencia y donde fue ordenado parece ser que por el obispo
simoníaco Gebhard de Rávena. Pero abandonó este
eremitorio, cuya regla había escrito, para asumir el cargo de
predicador que le ofrecieron en el monasterio de Pomposa y otros
monasterios. Cumplida su misión pudo volver a su comunidad
avellanense donde, por su prudencia y amor a la observancia, fue
elegido prior. Escribió la "Vita beati Romualdi",
fundador de la comunidad de Fonte Avellana.
Sin embargo, una
vez más, tuvo que dejar la soledad a instancias de Enrique III y
de varios papas. A pesar de su oposición, el papa, san Esteban
IX, le nombró obispo de Ostia y cardenal para que combatiese la
simonía y el nicolaísmo -las intromisiones
extrañas en los nombramientos eclesiásticos y la
relajación de la disciplina en un sector del clero-. Con este
espíritu, supo convencer al emperador Enrique IV de Alemania
para que renunciase a su divorcio. Renunció más tarde
(1067) a su sede, después de contemplar el fracaso de sus
esfuerzos para reconciliar el papado con el imperio. Recorrió
como legado papal Lombardía, Alemania y Francia, para defender a
los monjes de Cluny. Escribió sobre el celibato sacerdotal y el
desprecio de la vida mundana, con un rigorismo que asustaba y que puso
en el recto camino a muchos espíritus extraviados en su obra "Libro
de Gomorra". En la "Alabanza de la disciplina" o "Del
desprecio del mundo", hizo esta reflexión: "El monje debe
ser sacrificado y privarse de muchas cosas que tendría en el
mundo..." Era partidario de las penitencias corporales, que él
mismo llevó a la practica con mucha dureza. También
escribió "Del celibato sacerdotal".
Presidió
numerosos concilios y sínodos, además de visitar
obispados y abadías: en Milán estuvo a punto de que lo
lincharan porque llegó arremetiendo contra todos los vicios de
la ciudad. Pero su impresionante presencia logró que la gente se
volviera a su favor. Exhortó a hacerse religiosa a la emperatriz
Inés que había sido abandonada del marido. Fue, asimismo,
artífice de paz y de reconciliación entre facciones
contrarias, siendo, con su rigor ascético y su lucha para
liberar a la Iglesia de los asuntos temporales, un precursor de la
reforma emprendida luego por su gran amigo el monje Hildebrando, el
papa san Gregorio VII, cuyos métodos no compartió. Amaba
su retiro de oración en Fonteavellana. Extendió la
práctica de la consagración de los sábados a
María. Murió en Faenza, después de pacificar su
ciudad natal de Rávena entre los partidarios del papa y del
antipapa. De él es esta frase que fue su programa de vida:
"Todos los cristianos tienen que vivir la locura de la cruz y apartarse
de toda filosofía terrestre, animal y diabólica,
contraria al Evangelio".
Aunque nunca
hubo una canonización formal, la declaración en 1828
(otros dicen 1823), por SS. León XII, como doctor de la Iglesia,
confirma el culto que se le venía tributando desde
antiguo.