SAN PABLO MIKI Y
COMPAÑEROS
6 de febrero
1596 d.C.
Memoria de los Santos Pablo Miki y compañeros, mártires
en Nagasaki, ciudad de Japón. Allí, declarada una
persecución contra los cristianos, fueron apresados, duramente
maltratados y, finalmente, condenados a muerte ocho presbíteros
o religiosos de la Orden de la Compañía de Jesús y
de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en
Japón, junto con diecisiete laicos. Todos ellos, incluso los
adolescentes, por ser cristianos fueron clavados cruelmente en cruces,
mas manifestaron su alegría al haber merecido morir como
murió Cristo. Sus nombres son: Juan Soan de Goto, Diego Kisai,
religiosos de la Orden de la Compañía de Jesús;
Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión,
Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de Hermanos Menores;
Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco
de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León
Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás
Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio Denyan de
Nagasaki, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura de Meako,
Gabriel de Duisco, Juan Kinuya, Matías de Meako, Francisco de
Meako, Joaquín Sakakibara y Francisco Adaucto, neófitos.
Hasta el 1590, los misioneros cristianos no
tuvieron dificultades para predicar en el Japón, pero
improvisamente, el shogun Taicosama decretó la expulsión
de sus estados de los misioneros jesuitas. Gran parte de los religiosos
se quedaron, escondiéndose y prosiguiendo su trabajo de
apostolado de modo semiclandestino. Pero la llegada de nuevos
misioneros y su excesivo proselitismo obligaron a Taicosama en 1596,
proclamar el decreto del arresto de todos los misioneros. Las causas de
la persecución fueron múltiples: cuestiones personales,
intereses políticos, envidias, codicias, actitudes
fanáticas, y la jactancia de un capitán español
que para asustar a los que le embargaban el barco aseguró que
tras los misioneros, el rey de España mandaba una flota de
conquista.
Pablo Miki
nació en Tsunokuni, Kioto (Japón). Hijo de un
samurai del ejército imperial, Miki Handayu, que había
recibido el bautismo con toda la familia, cuando él contaba
cinco años. Entró en la Compañía de
Jesús en Auzhi y Takatsuki, y predicó incansablemente. Se
escribió de él que "mostraba su celo más con el
afecto que con las palabras". Estaba muy cerca del sacerdocio. Era el
mejor predicador que había en Japón, había
retrasado la ordenación por su entrega a la acción
evangelizadora. Tenía 33 años.
Pablo Miki fue capturado en Osaka, con dos
compañeros jesuitas, Diego Kisai y Juan Soan de Goto. Trasladado
a la cárcel de Meaco, allí se encontró con otros
cristianos y misioneros un grupo de 25 personas:
Los franciscanos eran Pedro Bautista, comisario de
los frailes en Japón, Martín de la Ascensión,
Francisco Blanco, Francisco de San Miguel (un hermano lego), todos
ellos españoles; además Felipe de Jesús, nacido en
la ciudad de México, que aún no estaba ordenado y cuya
festividad se celebró ayer, y Gonzalo García. La
nacionalidad del último nombrado, también hermano lego,
es tema de discusión, ya que nació en Bassein, cerca de
Bombay, se cree que de padres portugueses; pero otros declaran que sus
padres eran hindúes conversos que tomaron nombres portugueses.
De los jesuitas, uno era Pablo Miki, ya citado; los
otros dos, Juan Soan de Goto y Diego Kisai, habían sido
admitidos a la orden como hermanos coadjutores, poco antes de su
martirio.
Los
diecisiete mártires restantes eran también japoneses;
varios de ellos eran catequistas e intérpretes, y todos eran
terciarios franciscanos. Incluían a un soldado, Francisco
Adaucto; a un médico, Francisco de Meako; a un natural de Corea,
León Karasuma, y a tres muchachos de unos trece años que
ayudaban la misa a los frailes, santos Luis Ibarki, Antonio Deynan y
Tomás Kozaki, cuyo padre también fue martirizado.
Conviene recordar, que era costumbre practicada en el Japón que
cuando el que hacía cabeza en la familia era acusado, el castigo
recaía sobre todos los miembros de ella.
El shogun Hideyoshi decretó la muerte de
estos cristianos en la ciudad de Meaco; se les cortó la mitad de
la oreja izquierda, marcándolos afrentosamente para el
sacrificio, con las mejillas manchadas de sangre, veinticuatro de los
mártires fueron llevados en carretas a través de varias
poblaciones para aterrorizar a los demás. Al llegar al sitio de
la ejecución cerca de Nagasaki, se les permitió
confesarse con los dos jesuitas. Después los sujetaron a las
cruces con cuerdas y cadenas en los brazos y piernas; con una argolla
de hierro alrededor de sus gargantas, fueron levantados en alto, y se
dejó caer el pie de cada cruz dentro de un agujero excavado en
el suelo. Las cruces se pusieron en una fila. Junto a cada
mártir había un verdugo presto a atravesarle el costado
con una lanza, de acuerdo con el método de crucifixión
japonés. Tan pronto como todas las cruces estuvieron plantadas,
los verdugos elevaron sus lanzas a una señal dada, y mataron a
los mártires casi en el mismo instante. Antonio, de 13
años, entonó en la cruz el himno "Lodate pueri Dominum";
Pablo Miki, antes de morir, habló por última vez con
elocuencia inspirada, perdonando a todos. Fueron crucificados y
atravesados por lanzas. El lugar donde murieron mártires se la
conoce como “la colina de los mártires”.
Sus paisanos cristianos conservaron como un tesoro su sangre y
sus vestidos, a los cuales se les atribuyen muchos milagros. Estos
veintiséis testigos de Cristo fueron canonizados el 8 de junio
de 1862 por Pío IX.