SAN PABLO "EL SIMPLE"
7 de marzo
340 d.C.



   Era un labrador de Egipto. A los 60 años dejó a su mujer, que le era descaradamente infiel y bastante más joven, y se retiró al desierto de Tebaida. Se dirigió hacia donde estaba san Antonio Abad, con el fin de ser su discípulo, pero Antonio le sometió a varias pruebas y le dijo que es muy viejo para la vida eremítica y le aconsejó cambiar de idea; para ello, le cerró la puerta de su celda (durante tres días que permaneció cerrada); Antonio salió para ver si se había marchado y le vio allí sentado en el mismo lugar; esto enterneció al santo eremita que le dio de comer y le puso otras pruebas: le ordenó trenzar una gruesa cuerda con palmas y Pablo, hizo una de 95 brazas, pero estaba mal hecha y Antonio le ordenó que la deshiciera y que la volviera a hacer, y así lo hizo sin decir una palabra a pesar de la dificultad que le suponía. Por último Antonio le preguntó si quería comer -"Como le guste, Padre" -le dijo, y le presentó un pan hecho con harina y agua: "Esto me basta", dijo Antonio; "También a mi, porque quiero ser un perfecto monje" dijo Pablo. En otra ocasión, con algunos huéspedes en la ermita, san Pablo interrumpió la conversación para preguntar si los profetas habían precedido a Jesucristo o Este a los profetas.

   San Antonio, un tanto avergonzado por la ignorancia de su discípulo, le mandó ásperamente que guardara silencio y saliese de la ermita. Pablo obedeció al punto y no volvió a abrir la boca, hasta que algunos monjes comunicaron el hecho a san Antonio, quien había olvidado ya el incidente. Comprendiendo que el silencio de Pablo era una muestra de perfecta obediencia, exclamó: "Este monjecito nos deja atrás a todos, pues obedece sin chistar a la menor indicación de la voluntad de un hombre, en tanto que nosotros cerramos con frecuencia los oídos a las palabras que vienen del cielo". Cuando san Antonio juzgó que había probado suficientemente a san Pablo, le destinó una celda a unos cinco kilómetros de distancia de la suya e iba a visitarle con frecuencia. Pronto descubrió que san Pablo poseía singulares dones espirituales y un poder de curar y exorcizar más grande que el suyo. Así, cuando san Antonio no podía sanar a un enfermo, lo enviaba a san Pablo, quien le curaba infaliblemente. Otro de sus dones era el de leer en los corazones; al ver a un hombre en la iglesia, con sólo mirar su rostro, podía decir si sus intenciones eran buenas o malas. Guiado por esos signos de la divina predilección, San Antonio llegó a estimar a su anciano discípulo más que a ningún otro y, frecuentemente le ponía por modelo. Se le conoció como "el orgullo del desierto".  

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(Parroquia San Martín de Porres)