SAN NILAMÓN
6 de enero
404 d.C.
Egipcio que se alejó de las cosas del mundo para vivir como un
anacoreta y llevaba “una vida desconocida a los hombres” en una celda a
la que había cerrado la entrada con piedras, preocupado
sólo de “honrar y servir al Señor” por medio de la
penitencia y la oración.
En aquel tiempo,
estamos concretamente en el 403, san Juan Crisóstomo, patriarca
de Constantinopla, durante el famoso “sínodo de la Encina” fue
depuesto de su cargo y exiliado por las malas prácticas de su
adversario, Teófilo, patriarca de Alejandría, pero el
favor popular, del que gozaba san Juan, hizo que el emperador Arcadio,
lo restableciese en su sede; pero queriendo una completa
rehabilitación, consiguió que se convocase un concilio;
ante esta noticia, Teófilo, muy preocupado, se embarcó de
noche junto a sus seguidores, y marchó hacia Egipto. Sozomeno
nos relata en la “Historia Eclesiástica”, que una
tempestad llevó a la nave hasta Geras, una pequeña ciudad
no lejana de Pelusio, en la que su obispo había muerto.
Los fieles
habían elegido a Nilamón, famoso por su virtud “que lo
había llevado hasta lo más alto de la vida
monástica”. Como el santo eremita, había rechazado la
consagración episcopal, el arzobispo Teófilo fue a verlo
para convencerle y que se sometiera a la voluntad popular y,
através de ésta, a la de la Providencia. Nilamón,
cuyo eremo se encontraba en los confines de la ciudad, primero no
cedió, pero luego le propuso a Teófilo que regresara al
día siguiente, para que tuviese tiempo para prepararse para su
marcha. Al día siguiente, hizo que Teófilo entrase en su
celda y le propuso hacer oración... Entonces se puso de rodillas
llorando e implorando a Dios que le quitara la vida antes de permitir
que le impusieran semejante carga y murió en oración,
mientras los otros obispos esperaban fuera.
Sozomeno nos relata que los habitantes de la ciudad le hicieron
solemnes funerales y construyeron sobre su tumba una iglesia, en la que
cada año se celebraba su memoria. “Cuando el solitario ama
sinceramente su retiro -comenta la “Vies des Saints Pères des
deserets d’Orient” -
Dios prefiere hacer el milagro que permitir que se le fuerce a
dejarlo”.