SAN NICOLÁS
"ESTUDITA"
4 de febrero
868 d.C.
Nació en Sidonia (ahora Canea) en Creta, de padres acomodados
quienes lo llevaron a los diez años de edad a Constantinopla con
su tío Teofanes, al monasterio de Studium. El abad quedó
muy bien impresionado con él y le permitió entrar a la
escuela del monasterio, donde pronto se distinguió por su
docilidad y ahínco para aprender. A la edad de dieciocho
años, se hizo monje y se notó que la obediencia a la
regla no representaba ningún obstáculo para él,
pues ya había llegado al dominio de sí mismo.
En Constantinopla y
Grecia la Iglesia era cruelmente perseguida por los emperadores
iconoclastas. No pasó mucho tiempo sin que fueran desterrados
Nicolás, el patriarca de Constatinopla: san Nicéforo, el
abad san Teodoro “Estudita” y otros, y Nicolás hizo todo lo que
pudo para ayudar a sus compañeros y aliviar sus sufrimientos.
Después del asesinato de León V el Armenio, la
persecución fue disminuyendo y se permitió a los
expatriados volver, pero en tales condiciones que no todos aceptaron.
Cuando san Teodoro murió, Nicolás que había sido
un discípulo modelo para los demás, se convirtió
en su guía y maestro.
La persecución
duró hasta la muerte del emperador Teófilo, en 842,
cuando su viuda, Teodora, hizo volver a los desterrados y
restituyó las imágenes que se veneraban en las iglesias.
Entre los que regresaron, estaba el nuevo abad de los estuditas, a
quien después sucedió San Nicolás.
En diciembre de 858,
comenzó una tremenda disputa de gran trascendencia, cuando se
destituyó a san Ignacio de la sede patriarcal de Constantinopla
y pusieron a Focio, nombrado por el emperador Miguel III. San
Nicolás no quiso tener ningún trato con él y se
desterró voluntariamente, negándose a volver a la amistad
de Miguel, quien entonces nombró otro abad. Por varios
años el santo anduvo errante, pero al cabo fue aprehendido y
enviado de vuelta a su monasterio, donde fue puesto en completo
aislamiento. Por ese motivo, no pudo obedecer el llamamiento del Papa
San Nicolás I, que deseaba examinarlo como testigo en favor de
San Ignacio.
En 867, mataron a Miguel y su sucesor, el emperador Basilio, no
sólo restituyó a san Ignacio, sino que también
deseó restablecer al abad Nicolás, quien, sin embargo, se
excusó por su avanzada edad. Murió entre sus monjes y fue
sepultado junto a san Teodoro, su gran predecesor.