SAN NÉSTOR DE MAGIDO
25 de febrero
251 d.C.



   Polio, gobernador de Panfilia y Frigia durante el imperio de Decio, trató de ganarse el favor del emperador, aplicando cruelmente su edicto de persecución contra los cristianos. Néstor era el obispo de Mágydos en Panfilia. Era respetado por todos sean paganos que cristianos, y todos esperaban su gesto para saber como iba a reaccionar. Aunque comprendió que el martirio no se haría esperar, no pensó en sí mismo, sino en su grey y se dedicó a buscar sitios de refugio para sus fieles, pero él mismo no se ocultó, aguardando tranquilamente su hora.

   Los soldados paganos le trataron con respeto y le llevaron ante el irenarca. Cuando el obispo entró, toda la corte se puso de pie como señal de respeto. Los oficiales le hicieron sentar en un sitial frente a los magistrados. El irenarca le preguntó: -Señor, ¿estáis al tanto de la orden del emperador? -Yo sólo conozco la orden del Todopoderoso, no la del emperador- respondió el obispo.

   El magistrado replicó: -Os aconsejo que procedáis con calma para que no tenga yo que condenaros. Como San Néstor se mostrase inflexible, le amenazó con la tortura, pero el obispo replicó: -La única tortura que temo es la que Dios pueda infligirme. Puedes estar seguro de que, en el tormento y fuera de él, no dejaré de confesar a Dios.

   Contra su voluntad, el tribunal tuvo que enviarle ante el gobernador. El irenarca le condujo, pues, a Perge. Aunque no tenía amigos en esa ciudad, su fama le había precedido de suerte que los magistrados empezaron por rogarle amable y cortésmente que abjurase de su religión. Néstor se negó con firmeza. Entonces Polio ordenó que le tendiesen en el potro. En tanto que el verdugo le desgarraba con garfios los costados, Néstor cantaba: «En todo tiempo daré gracias al Señor y mi boca no se cansará de alabarle».

   El juez le preguntó si no se avergonzaba de poner su confianza en un hombre que había muerto crucificado. Néstor contestó: -Bendita sea entonces mi vergüenza y la de todos los que invocan al Señor.

   Polio le dijo: -¿Vas a ofrecer sacrificios, o no? ¿Estás con Cristo o con nosotros? El mártir replicó: -Con Cristo ahora y siempre: con Él estoy ahora y con Él estaré eternamente. Entonces Polio le sentenció a morir crucificado. Desde la cruz, san Néstor exhortó y alentó a los cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo, pues, cuando el obispo pronunció sus últimas palabras: «Hijos míos, postrémonos y oremos a Dios por Nuestro Señor Jesucristo», cristianos y paganos se arrodillaron a orar, en tanto que el mártir exhalaba el último suspiro. Antes que él, habían muerto San Papías y compañeros mártires.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)