Nació
en Metilene en Armenia, en el seno de una familia aristocrática.
Fue elegido obispo de Sebaste en el 358 en lugar del depuesto san
Eustacio, pero la oposición de sus fieles, unidos a su
predecesor le obligó a abandonar su sede, refugiándose en
Alepo. Estuvo estrechamente unido, en el plano personal y doctrinal, a
Acacio de Cesarea, jefe de los "homeos" (quienes distanciándose
del arrianismo más radical, corregían la fórmula
nicena de la consustancialidad trinitaria por la menos comprometida y,
por ello, políticamente más conciliadora, fórmula
de la semejanza: Cristo es "homoios", simplemente parecido al Padre).
En el 360, Acacio lo eligió como patriarca de Antioquía,
entonces dominada por la controversia arriana.
Melecio se
enfretó contra los arrianos y pronunció una
homilía en la que defendió sin dudas el Credoniceno. Tuvo
que padecer destierros continuos de parte de los arrianos y por orden
del emperador Constante. Cuando subió al poder Juliano el
Apóstata, los obispos exiliados pudieron volver a sus sedes.
Melecio volvió a Antioquía. Aquí tuvo que hacer
frente a una situación compleja, que llevó a la
concomitancia de tres obispos en la misma sede: Melecio, el arriano
Eudoxio y Paulino, obispo de los eustacianos, unidos a la figura de san
Eustacio, destituido en el 330 por intervención de los arrianos.
Aunque era un hombre dialogante se decía de él: "su
amable disposición le ganó la estima tanto de
católicos como de arrianos". San Atanasio de Alejandría
intentó una aproximación con Melecio. E inutilmente este
intento a su vez una reconciliación de la Iglesia
antioqueña: la fórmula de fe sancionada por un concilio
convocado por él en el 363 acabó por no contentar ni a
los homeos ni a los eustacianos.
La situación
cambió con la llegada al trono imperial del filoarriano Valente.
Melecio fue desterrado dos veces de su ciudad por los arrianos (365 y
371). San Basilio el Grande lo apoyó como el gran defensor de la
ortodoxia nicena. Cuando subió al trono Graciano, antiarriano,
Melecio regresó definitivamente a Antioquía. Murió
cuando presidía el I Concilio de Constantinopla, convocado para
condenar dos brotes heréticos: el macedonísmo y el
apolinarismo. San Gregorio de Nisa pronunció la oración
fúnebre en sus funerales; elogiaron sus virtudes los santos Juan
Crisóstomo y Gregorio Nacianceno.