SAN MARCELO DE APAMEA
14 de agosto
389 d.C.
Nació en Chipre, era un magistrado civil que fue elegido obispo
de Apamea de Siria. El Edicto de Teodosio el Grande mandaba que todos
sus súbditos profesaran la fe de los obispos de Roma y
Alejandría. Ocho años más tarde, envió a un
legado a Egipto, Siria y Asia Menor para que exigiese la
ejecución del edicto de destrucción de todos los templos
paganos. Tal edicto fue aplicado en forma brutal, de suerte que
provocó naturalmente el resentimiento y la cólera de los
paganos. Cuando el prefecto imperial llegó a Apamaea, en Siria,
mandó a sus soldados que destruyesen el templo consagrado a
Júpiter. Pero se trataba de un templo muy grande y bien
construido, y los soldados, que carecían de experiencia en la
demolición sistemática, avanzaban muy lentamente. El
obispo de la ciudad, Marcelo, dijo al prefecto que pusiese a sus
soldados a trabajar en otro templo y que él se encargaría
de la demolición del templo de Júpiter. Al día
siguiente, un albañil se presentó al obispo y le
ofreció derribar el templo de Júpiter a cambio de doble
paga. San Marcelo aceptó. Entonces el albañil
procedió a la demolición de la siguiente manera:
excavó un agujero debajo de una de las columnas principales, lo
llenó de leña y le prendió fuego. El templo se
vino abajo.
San Marcelo empleó el mismo método en la
demolición de otros templos. Pero en cierta ciudad, cuyo nombre
desconocemos, el santo encontró un templo defendido por los
paganos, de suerte que «hubo de retirarse a un paraje situado
lejos de la escena del conflicto y fuera del alcance de las flechas, ya
que sufría de gota y no podía pelear ni huir». En
tanto que el santo obispo contemplaba la batalla desde ese puesto de
observación, unos paganos le hicieron prisionero y le quemaron
vivo. Más tarde, los hijos de san Marcelo intentaron vengar su
muerte; pero el consejo de la provincia se lo prohibió,
diciéndoles que más bien debían regocijarse de que
Dios hubiese juzgado a su padre digno de morir por su causa. Esta
biografía hay que interpretarla dentro del contexto
histórico de la época, hoy estas actitudes no hubieran
sido posibles en un ministro de la Iglesia.