SAN MACARIO "EL GRANDE"
19 de enero
390 d.C.
Nació en el el poblado de Jijber, alto Egipto, y siendo joven
trabajó como camellero transportando sal a través del
desierto de Scété (actual Wadi al-Natrun). Hacia el 330
se retiro a la soledad en una cueva, donde se dedicó a la
oración, a la cría de ovejas y a la fabricación de
cestos. Al rededor suyo se reunió un grupo de anacoretas, que
deseaban vivir la ascesis, siguiendo su ejemplo y enseñanza.
Una mujer atrevida le
inventó la calumnia de que el niño que iba a tener era
hijo de Macario, el cual, según decía ella, la
había obligado a pecar. La gente enardecida arrastró al
pobre joven por las calles. Pero él le pidió al
Señor en su oración que hiciera saber a todos la verdad,
y sucedió que tal mujer empezó a sentir terribles dolores
y no podía dar a luz, hasta que al fin contó a sus
vecinos quién era el verdadero papá del niño.
Entonces la gente se convenció de la inocencia de Macario y
cambió su antiguo odio por una gran admiración a su
humildad y a su paciencia.
Macario mantuvo
estrechas relaciones con san Antonio Abad, del que se cree fue su
discípulo. Para huir de las gentes que venían a verlo se
trasladó al desierto de Scété, donde fue ordenado
sacerdote por un obispo egipcio; allí pasó 60 años
de su vida. Su principal obligación era la celebración de
la Eucaristía para la colonia monástica, que contaba
muchos miles de personas.
Macario se
dedicó a mortificar sus pasiones y sus apetitos. Estaba
convencido de que nadie será puro y casto si no les niega de vez
en cuando a sus sentidos algo de lo que estos piden y desean. Deseaba
dominar sus pasiones y dirigir rectamente sus sentidos. Sentía
la necesidad de vencer sus malas inclinaciones, y notó que el
mejor modo para obtener esto era la mortificación y la
penitencia. Como su carne luchaba contra su espíritu, se propuso
por medio del espíritu dominar las pasiones de la carne. A
quienes le preguntaban por qué trataba tan duramente a su
cuerpo, les respondía: "Ataco al que ataca mi alma". Y si a
alguno le parecían demasiadas sus mortificaciones le
decía: "Si supieras las recompensas que se consiguen
mortificando las pasiones del cuerpo, nunca te parecerían
demasiadas las mortificaciones que se hacen para conservar la virtud".
Dominaba su lengua y
no decía sino palabras absolutamente necesarias. A sus
discípulos les recomendaba mucho que como penitencia guardaran
el mayor silencio posible. Y les aconsejaba que en la oración no
emplearan tantas palabras. Que le dijeran a Nuestro Señor: "Dios
mío, concédeme las gracias que Tú sabes que
necesito".
Admirable era el modo
como moderaba su genio y su carácter, de manera que la gente
quedaba muy edificada al verlo siempre alegre, de buen genio y que no
se impacientara por más que lo ofendieran o lo humillaran.
Por un tiempo fue
exiliado por sostener la fe católica contra la de los arrianos
en el 374 a una isla del delta del Nilo, donde sus habitantes eran
paganos. Pero allí el santo se dedicó a predicar y a
enseñar la religión, y pronto los paganos que habitaban
en aquellas tierras se convirtieron y se hicieron cristianos.
Cuando los herejes
arrianos fueron vencidos, Macario pudo volver a su monasterio del
desierto. Y sintiendo que ya iba a morir, pues tenía 90
años, llamó a los monjes para despedirse de ellos. Al ver
que todos lloraban, les dijo: "Mis buenos hermanos: lloremos, lloremos
mucho, pero lloremos por nuestros pecados y por los pecados del mundo
entero. Esas sí son lágrimas que aprovechan para la
salvación".
Su vida es igual a la de san Macario de Alejandría "el Joven" y
por ello sean quizás el mismo; a éste se le distingue por
las "Homilías Espirituales" que no son suyas. Junto con
san Antonio Abad y san Atanasio de Alejandría, fundó el
monacato de Oriente.